Amalia…mi otra hija
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por barquito.
AMALIA
Con Mía manteníamos relaciones que yo manejaba como para mantener su interés en mí, pero me preocupaba en incentivarla a buscar entre sus compañeritas del colegio a chicas que tuvieran también esa inclinación y tratara de ampliar su mundo sexual.
De esa manera, la vida se mantenía placidamente entre mi “trabajo” que sustentaba con creces nuestro gastos y hasta ciertas excentricidades y esas relaciones, aunque tratábamos de evitar la presencia de su hermana mayor, aquella de la cual resultara embarazada a mis quince años; Amalia ya andaba por los dieciséis y en realidad teníamos poco contacto, ya que estudiaba en otro colegio que su hermanita, trabajaba mediodía como vendedora en un local de ropa fina y tenía una independencia absoluta en sus movimientos, por lo que yo presumía que, por sus regresos tardíos y su físico ya plenamente desarrollado, no debían de faltarle pretendientes y que el sexo ya no era un misterio para ella, especialmente desde que descubriera en su cartera un par de preservativos.
Aquella noche terminé antes de lo previsto y deseando gratificarme con un prolongado baño de inmersión, entré al departamento y directamente, con el bolso en la mano, fui al baño para poner a llenar la bañera y después de hacer mis necesidades, agradeciendo que Mía se encontraba pasando el fin de semana en casa de una amiga y tendría la casa a mi disposición, añadí sales marinas y aceites esenciales de romero y lavanda al agua, tras lo cual me hundí en su tibieza para descansar complacida hasta perder conciencia del tiempo; sobresaltada, desperté repentinamente para encontrar que el agua ya estaba fría y enjuagándome bajo una ducha caliente, me envolví en una toalla para irme directamente a la cama.
Sólo debía cruzar un pequeño hall y estaba a mitad de camino, cuando escuché unos gemidos que no pude discernir de momento pero enseguida identifiqué su origen y me alarmé al comprobar que salían del cuarto de Amalia; creyendo que le pasaba algo, me apresuré a abrir la puerta para verla despatarrada en la cama al tiempo que metía un consolador a su concha y excitaba al clítoris con la otra mano.
Aun para una madre tan especial como yo, fue un golpe comprobar que mi chiquita ya era toda una mujer y que se satisfacía con la misma vehemencia con que yo sometía a mis clientas; dándome cuenta que por tener los ojos cerrados no había notado mi entrada, retrocedí pero me quedé en la oscuridad para ver con mi morbo perverso totalmente alerta, cuáles eran la habilidades de mi hija.
Las largas piernas de Amalia estaban abiertas y encogidas y en tanto se apoyaba con los pies en las sábanas, alzaba la pelvis a imitación de una cogida en tanto la mano no se daba descanso en los rempujones de la verga y los dedos restregaban acuciantes al clítoris para que de su boca surgieran sordos rugidos de excitación; realmente me excitaba ver a una jovencita satisfaciéndose y cuando ella dio una voltereta para quedar arrodillada y apoyando la cabeza de lado y las tetas sobre las sábanas, comenzó a hundir frenéticamente al consolador en su concha en medio de los chasquidos de la mano contra sus carnes mojadas y cruzó la otra por sobre las nalgas para buscar con dos dedos al culo y hundirlos en él con complacidos grititos apasionados, no pude resistirme y dejando caer el bolso, me abalancé hacia la cama para colocarme detrás suyo, desplazando los dedos para aplicar al culito la lengua tremolante mientras mis manos se apropiaban del falo para meterlo desde un ángulo totalmente distinto.
Seguramente la obnubilación en que la hundía la proximidad de su orgasmo y la sorpresa le impidieron moverse y cuando lo hizo fue para levantar la cabeza y mirando hacia atrás se encontró con mi mirada…había tanta angustia y temor en sus ojos que yo no dudé en tranquilizarla…
– No tengas miedo cariño, es mami que te va a hacer muy feliz…
Y envalentonada por su quietud, chupe vehemente su culito y, mientras con una mano manejaba al consolador, llevé la otra a estimular al clítoris, encontrándome con la dulce sorpresa de encontrar que sus finos dedos ya estaban haciendo lo mismo; comprendiendo que la potencia del orgasmo la sojuzgaba, dejé de chuparle el culo para meter mi pulgar y mientras ella se pajeaba incontrolablemente, la penetré con fuertes y profundos rempujones hasta que sus gemidos fueron agudizándose para estallar en un grito de satisfacción mientras me suplicaba que no parara y sentía escurrir sonoros sus jugos a través del falo.
Una de mis “especialidades” era hacer acabar a las mujeres de esa forma pero tal vez el hecho de que fuera Amalia, con las imágenes de Mía falseándome en sus mejores entregas, hiciera a ese momento algo que no podía comparar con nada y sabiendo que estaba eyaculando su alivio, saqué el consolador y abalanzándome sobre la concha, chupé avariciosa sus jugos e hice a mi lengua meterse a la vagina para escarbarla en busca de esas sabrosas mucosas; en medio de sus gemidos, Amalia seguía refregando al clítoris ya sin exigencias al tiempo que intercalaba con los ayes palabras apasionadas en las que me agradecía la cogida y expresaba su alegría porque fuera yo quien lo hiciera.
Abrazándola por los muslos y sin dejar de lamer su concha, la empujé para que cayera acostada de lado y así nos dejamos estar unos momentos; escuchándola respirar cada vez más calmosamente pero sabiéndola consciente, bajé de la cama para buscar en el bolso dos de los consoladores que utilizaba con mis clientes y colocándome un arnés, volví a la posición de “cucharita” para ir hundiendo el dedo mayor en la hendidura entre las nalgas buscando delicadamente la depresión del culo a la que comencé a estimular suavemente, despertando en ella un gruñido mimoso que me plació.
Besándola en la espalda, fui profundizando la presión del dedo para que casi imperceptiblemente este fuera entrando a la tripa y ante sus suspiros satisfechos, lo metí hasta que los nudillos me lo impidieron pero, ya lanzada, comencé una lenta sodomía que fue incrementando sus apagados gemidos mezclados con angustiosos sí y fuera de mí, me invertí para separar las nalgas y dejar a la lengua transitar por la raja hasta unirse al dedo; aunque el sexo scat me repele, hacerlo en una mujer sin la posibilidad de que me cague expresamente y la sodomía bucal es una de las cosas en los juegos sexuales iniciales que más me gusta y envarando la lengua al apretarla entre mis labios, fui presionando hasta que insólitamente entró unos buenos tres centímetros.
Fuera de mí por los ayes de mi hija, moví la cabeza adelante y atrás y saboreando las acres mucosas intestinales, la sodomicé así durante unos momentos hasta que apliqué los labios como una ventosa para enjugar y deglutir contenta esa mezcla de saliva y fluidos; consciente de la brutalidad de a que iba a someter a Amalia, me acople a ella y coloqué la punta ovalada del falo contra los esfínteres y ante el movimiento inconsciente de huida por parte de ella, la estreché con un brazo contra mi pecho impidiéndole moverse y con la otra mano guié al consolador para que, muy lentamente, fuera dilatando los músculos anales.
Saliendo de su marasmo, me pedía por favor que no la culeara en medio de sollozos ahogados, pero como yo estaba convencida de que ella no era virgen en absoluto y la sodomía era un transito ineludible del goce, le dije que confiara en mí y conteniéndola con las dos manos, una en los senos y otra en el pubis, incremente la presión hasta que, en medio de un apagado alarido de dolor, el falo fue ocupando la tripa hasta que mi pelvis se juntó con sus nalgas. Yo la sentía estremecerse y sabía cuanto estaba sufriéndolo pero conocía también que ese dolor iría convirtiéndose en placer tan pronto su cuerpo asimilara esa intrusión y los dos esfínteres se convirtieran en vehículo de la lascivia más profunda.
Las lágrimas surcaban su carita y mientras gemía sollozante e hipaba resollando por la nariz, su mano derecha, lejos de tratar de alejarme echada hacia atrás, acariciaba y clavaba los dedos en mi espalda baja y entonces fue que empecé un leve meneo de la pelvis, generando una mínima sodomía que, sin embargo, cumplió su cometido de excitar a los esfínteres, haciéndola entremezclar entre sus ayes, confusas palabras de apasionado contento. Sabía que ya estaba rendida y asiéndola por las tetas con ambas manos, me di envión para que la penetración se convirtiera en una verdadera culeada.
Amalia asentía fervorosamente y seguramente en forma involuntaria, comenzó a ondular su cuerpo delgado hasta que encontramos un ritmo cadencioso en medio de sus frases de agradecimiento a Dios y a mí por haberla conducido a conocer semejante placer, alentándome a profundizarlo aun más; tentada por la lujuria y la perversión y sintiendo una extraña sensación porque estaba haciendo con mi hija lo que habitualmente practicaba en extrañas, la hice acomodar arrodillada y acuclillándome sobre ella, clavé mis manos en las ingles y comencé una infernal culeada que terminaría con su explosiva proclamación del orgasmo y la seguí sodomizando hasta que amainó sus estremecimientos y se relajó debajo mío.
Yo también estaba fatigada por semejante esfuerzo y la emoción que significo poseer a la segunda de mis hijas y avizorando un futuro dionisíaco en nuestra convivencia, me adormecí pegada a ella hasta que alcancé a percibir como ella salía de mí y arrodillándose, me quitaba delicadamente el artefacto para luego buscar con su boca mi bajo vientre; aunque lo deseara como una posibilidad próxima, no imaginaba que Amalia reaccionara tan positivamente a mi avance y dejándola para ver como enfrentaba la situación, me quedé quieta simulando dormitar.
Ella parecía no desconocer la técnica sexual requerida para excitar a otra mujer y comprobé con sorpresa un manejo de lengua y labios envidiable que recorría con ternura la comba del vientre, lamiendo y enjugando la saliva en delicados chuponcitos que, sin poderlo evitar, arrancaron en mí mimosos gruñidos de satisfacción, lo que pareció envalentonarla, porque rápidamente se instalo entre mis piernas para continuar con la actividad de lengua y labios pero ahora ya directamente sobe el Monte de Venus en pequeñas succiones a su carnadura y, como demorando el momento, escurrió tremolante por el costado de la vulva a la que los golpeteos contra la copilla habían inflamado hasta que mis muslos se lo impidieron y en ese momento no pude contener mi ansiosa libidinosidad y abriendo las piernas oferente le reclamé…
– Sí mi vida, dame todo tu amor que yo te daré mi cuerpo por siempre cielo…haceme feliz nena…
Seguramente mi ceguera de madre me había desconocer que aquella maduración exagerada de su cuerpo para su edad y que la solidez y prominencia de tetas y culo no eran solamente producto de la naturaleza y ahora confirmaba mi creencia de cuando la poseyera momentos antes de que su habilidad y predisposición eran producto de la experiencia.
Entusiasmada tal vez por el aspecto de mi entrepierna y en tanto empujaba mis nalgas hacia arriba que yo me apresuré a complacer encogiéndolas para pasar los brazos por las rodillas y aferrarme a las pantorrillas manteniéndolas estiradas hacia atrás, rápida como la de un reptil, su lengua se hundió entre las nalgas para estimular al baqueteado ojete, haciendo que una felicidad insuperable me inundara por la sapiencia y suavidad conque lo hacía; dejando escapar mi satisfacción en hondos suspiros al tiempo que articulaba balbuceantes alabanzas a su destreza, me deje ir y ella entonces ella sumó a los labios que formaron una especie de ventosa para succionar apretadamente en tanto la lengua no cesaba en acuciar los esfínteres.
Quizás era el hecho de que se tratara de Amalia pero a mí me parecía que ninguna mujer de las cientos con quienes sostuviera sexo, había realizado en mí aquello con tanta destreza, ternura y apasionamiento e inconscientemente la alenté para que a esa maravilla agregara la presencia de un dedo y cuando lo hizo me pareció tocar el cielo con las manos, porque no se contentó como meter al índice sino que la maestría con que lo agitó en forma de gancho en la tripa me hizo delirar…
Balbuceando incoherencias puercas mientras mi cuerpo se agitaba estremecido de placer y meneaba la pelvis en un ambicionado coito, levanté los ojos llorosos para buscar su presencia y encontré que, mientras me culeaba con dos dedos, había ascendido con la boca para escanciar de mi vagina las gotas húmedas que brotaban y luego de enjugarlas con lengua y labios, viéndome a los ojos con una mirada de hembra hambrienta, se enderezó y colocándose el arnés con destreza, se acuclillo frente de mí para levantarme la grupa con ambas manos , la alzó hasta ese nivel y embocando la verga en la concha, con suma delicadeza, comenzó una lenta penetración.
No podía dar crédito que esa, mi nena, fuera tanto o más libidinosa que yo y cuando sentí al falo entrar a la vagina, instintivamente me afirmé con los brazos en la cama para proyectar mi cuerpo a su encuentro; estaba harta de sentir su presencia dentro de mí, pero seguramente por el hecho de que fuera ella quien me estaba poseyendo, lo hizo sentir de una manera sublime, avasallando mis carnes y entonces, mordiéndome los labios con una sonrisa de lascivo placer que no podía ocultar y clavando en sus ojos claros la complicidad de los míos, me impulsé ondulando mi cuerpo para acompasarme al ritmo de la penetración.
Amalia me sostenía por las caderas y yo enlacé mis piernas sobre la cintura para apoyar los talones sobre sus nalgas y ayudarla en el envión de esa cogida que ya era deliciosa… después de unos momentos ella me colocó las piernas encogidas junto a mi cuerpo e inclinándose mientras cambiaba la cadencia del coito, comenzó a besar mis senos oscilantes con gula avariciosa; ya olvidad de con quien estaba, la alentaba con gruesas palabras a chuparme los pezones y cogerme más y mejor y eso pareció ser un incentivo para ella quien, irguiéndose, colocó mis piernas de costado y de esa manera, con el consolador apretado por mis carnes, reinició el ritmo de esa cogida fantástica.
Parecía que los papeles se hubieran invertido y yo era la sumisa mujer a disposición de esa salvaje gata en celo que era mi hija y entregándome totalmente a ella, encogí cuanto pude las piernas hasta aplastar las tetas para sentir mejor los rempujones de su pelvis contra las nalgas y en medio de mis ayes y asentimientos, ella me hizo arrodillar para entonces acuclillarse y formando un arco fenomenal, penetrarme repetidamente chasqueando su piel sobre la mía y para mi asombro, saco el falo de la vagina y apoyándolo contra la negrura del ano, fue sodomizándome sin piedad antes mis exclamaciones de dolor.
Siempre fui adicta al sexo anal, pero como todo lo que gusta cuesta, mis esfínteres parecían resistirse cada vez como si fuera la primera, tal vez queriendo compensar las delicias posteriores de la sodomía y este caso no fue la excepción; prietos como los de una virgen, se negaban a la presión, provocando que Amalia, enfurecida, tomara envión para ir destrozándolos con todo su peso.
El dolor me obnubilaba pero a la vez presagiaba una magnifica culeada y mordiendo las sábanas para no dar lugar al alarido, con las manos engarfiadas en la tela, yo misma me di impulso para que finalmente, todo el fantástico dildo entrara causándome un sufrimiento atroz que lentamente fue convirtiéndose en goce y entre sollozos e hipos, la insté a sodomizarme con todas sus fuerzas; quizás a causa mía, mi nena semejaba un ser demoníaco dispuesto a someterme cruelmente, propinándome fortísimos rempujos que hacían chasquear la pulida superficie de la copilla contra mis carnes mojadas de sudor y jugos mientras me insultaba groseramente y entonces se produjo el click que me hizo comenzar a gozarlo tan intensamente como no recordaba y acoplándome a su ritmo, proyecte mi cuerpo para sentir aun mejor semejante hermosura.
Nunca antes el placer de ser poseída analmente había alcanzado esos niveles de goce y pidiéndole por más, sometí a mis pechos a un desmesurado estrujamiento hasta que ella, inclinándose, copió mi figura y asiéndome por las tetas, fue enderezándose para paulatinamente ir dejándose caer de espaldas; las sensaciones eran doblemente excelsas, ya que externamente sentía piel a piel su cuerpo maravilloso restregándose contra el mío y por dentro, la verga me hacía bendecir su lasciva perversidad y así, mientras ella sobaba dolorosamente mis tetas, la acompañe es su descenso hasta que me soltó y quedando apoyada en el colchón, sujetó mis caderas pidiéndome que jineteara al falo.
Enderezándome, toma sus manitas en mi cintura y flexionando las piernas, me hamaque suavemente mientras sentía al falo moverse a ese compás dentro de mí y con entusiasmo, inclinándome adelante y atrás, fui levantando cada vez más la grupa para incrementar el galope; era fantástico y las dos gemíamos excitadas hasta que ella me hizo rotar con sus manos y a una vez así, con todo el dildo adentro, me incline para besarla y chuparle las tetas.
Ambas parecíamos poseídas y nos acariciábamos, nos pellizcábamos y besábamos hasta que yo no di más y alzándome, salí del dildo, para meterlo en mi concha y así, sintiéndolo como nunca, meneando la grupa en una cogida monumental y mordisqueándole las tetitas, alcancé un orgasmo maravilloso que fue acompañado por el de mi hija.
Abrazadas, desfallecidas y ahítas de sexo, estuvimos así hasta el alba con la certeza que de ahora en mas nuestras relaciones familiares serian perfectas.
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