Amante del abuelo
Una chiquilla se gana el rechazo de su familia al seducir a un hombre adinerado, su propio abuelo.
El funeral del abuelo estuvo muy tenso. Pocos lo querían realmente y la mayoría de los familiares estaban ahí con la esperanza de obtener algo en la lectura del testamento que se haría después del entierro. Si no, no habría ido nadie. Yo, de 25 años, con mis mejores zapatos y mi vestido negro más lujoso estaba sentada al frente, junto a mis dos hijos. Mis padres se sentaron igual al frente, aunque lejos de mí. Me miraban con desagrado. Yo, en cambio, estaba tranquila. Ni mis tías, mis primos o mis hermanos se me querían acercar.
Esta rencilla familiar tuvo su origen muchos años, pero yo entré a ella en mi adolescencia, cuando tenía que cruzar la avenida para entrar al barrio rico donde estaba mi escuela. Nosotros éramos pobres, pero mi abuelo tenía mucho dinero. Mis padres lo odiaban, no sé por qué, pero a mí siempre me trató bien. Yo siempre tenía que cruzar aquella calle con autos a toda velocidad cuando iba a la escuela. Pasaba frente a su casa todos los días, con la esperanza de ver al viejo por una ventana.
Un día finalmente se logró. Él hablaba con un hombre fuera de su casa. Al verme, se puso feliz, pero no me presentó ni me mencionó. Al irse, mi abuelo me saludó con mucho cariño y me hizo entrar a su casa. O debería decir mansión. Era enorme, con piscina y creo que hasta una cancha de tenis. Tenía una enorme biblioteca y una o dos estancias para ver televisión y relajarse.
-¿Quieres pasar a nadar? – me dijo.
Yo estaba en el equipo de natación de la escuela. Claro que sí.
Entré a su casa y juntos fuimos a la piscina. Él se sentó en el borde de un camastro justo cuando dejé mi mochila al lado de otro. Saqué mi traje de baño, el cual siempre llevaba.
-¿Dónde puedo cambiarme?
-Aquí mismo. Yo te ayudo.
No sé por qué no me resistí. Fue hace tanto y mis recuerdos son confusos. Era mi abuelo y cualquier cosa que hiciera estaba bien. Era como si un doctor me viera desnuda, supuse al principio. Pero conforme me quitaba mi suéter escolar, mi blusa, la falda, el corpiño, las bragas y los calcetines, un calor en mí me hacía sonreírle como tonta. Tenía vergüenza, pero me gustaba como me miraba. Pocas veces he visto a alguien mirar con tanta adoración a otra persona. Él tenía unos cincuenta años, casi sesenta, y aun así sus ojos estaban llenos de vitalidad al mirarme. Acarició mi cuerpo de arriba abajo sin pestañar. No se perdía ni un centímetro de mí. En su boca estaba un puro, el cual mordía con ansiedad. Su respiración era como la mía, exaltada e impaciente. Sus dedos eran un poco rasposos, aunque agradables. Al pasar por mis senitos, mis pezones se levantaron y al llegar a mi pubis, aprovechó para abrir mis lampiños labios.
-No te has metido al agua y ya estás mojadita.
Di un sobresalto al sentir su dedo por una parte sensible, más que las demás quiero decir. Se sentía bien. Respiraba rápido y mi cara tenía una sensación que sólo puedo describir como calor. Su dedo no se fue de ahí. Lo deslizó de adelante hacia atrás repetidas veces. Si antes estaba mojada, ahora más. Mi cuerpo me pedía algo, algo de lo que los muchachos bromeaban en los pasillos de clases y las chicas mayores cuchicheaban en las bancas del patio. Los niños imberbes siempre bromeaban con meterse algo, más a otros chicos, pero también a niñas. Yo había visto perros apareándose, yo sabía cómo se hacía. Hasta ese momento, esa información había sido puramente teórica, procesos biológicos y nada más. Me importaban otras cosas, bandas de chicos por ejemplo o actores con rizos. Eso era lo que me despertaba una leve sensación como la que la mano de mi abuelo provocaba. Pero esa era sólo una fracción en comparación de lo que sentía en ese momento. Ahora era una urgencia.
-Quiero más – dije gimiendo.
Me sonrió y se quitó el puro de la boca. Su boca se unió a la mía e introdujo su lengua. Era mi primer beso, un potenciador de las demás sensaciones. Su lengua estaba hasta adentro de mi boca, me sentía atrapada. Me mojaba más. Se notaba que él tenía una larga experiencia. Era obvio, él había estado casado con mi abuela.
Se detuvo sólo para inclinarse sobre mi pecho. Pasó su lengua sobre mi pezón y de ahí comenzó a moverse en círculos. Mis tetitas eran pequeñas, apenas existentes. Desde la llegada de mi periodo habían empezado a crecer, pero había chicos con más tetas que yo. Las chicas mayores se burlaban de mis senos. Algún día crecerían y entonces me respetarían. Pero los labios y lengua de mi abuelo me hacían sentir querida. Eran pequeños, pero él les daba uso. Hacía pequeños actos de succión, daba suaves mordiscos, lamía en círculos; todo me volvía loca y yo terminaba mojando más sus dedos, el cual no había dejado de frotarse entre mis labios íntimos.
-Quiero más – volví a decir.
Era obvio que no iba a nadar ese día. Su grueso dedo se abrió paso por mis pequeños labios menores y justo donde en mi intimidad me introducía un cepillo cuando el calor se apoderaba de mí, comenzó a hacer presión. Gemí con fuerza cuando mi humedad lo dejó entrar y todo mi cuerpo reaccionó cuando se dilató mi vagina para amoldarse. Si me hubieran preguntado, habría dicho que estaba llegándome hasta el hígado, porque lo sentía muy adentro. He escuchado como otras chicas sufren cuando les rompen el himen, pero también me he enterado de que, si estás lo suficientemente excitada, incluso es placentero. Conmigo fue maravilloso. Su dedo llegó hasta el fondo luego de atravesar esa pequeña barrera. Me hizo mojarme aún más,
-Abuelo… quiero más… por favor, quiero más.
Era instinto puro. No sabía lo que pedía, pero sabía que lo reconocería al tenerlo. Mi abuelo medio otro largo beso en los labios y luego me levantó, me colocó sobre el camastro con cadera en el borde y él sobre mí, abrió mis piernas. Sólo necesitó abrir sus pantalones para sacar aquella herramienta con la que había engendrado a cinco hijos. Había visto miles de caricaturas de ella en la escuela, producto de los niños inmaduros. Verla en la vida real me dejaba sin aliento. Su olor, una mezcla de orina y otras cremosas fragancias, era intoxicante. Me preguntaba si él también gozaba con el aroma de mi puchita.
-Abre grande – dijo.
Me puso la verga en la entrada de mi coño y empujó con la cadera. La dilatación no era suficiente, pero por algo estaba mojada. Gemí con una mezcla entre dolor, sorpresa y satisfacción. Mi desesperación se había tranquilizado de inmediato, sólo que ahora estaba siendo reemplazada por la necesidad de repetir ese delicioso movimiento de introducción. Estaba por decirle que quería más cuando se movió hacia atrás una y otra vez. De nuevo comencé a gemir. Me encantaba, dolía y aun así no quería que se detuviera. Una y otra vez lo hacía, me hacía implorar por algo de lo que no tenía idea. Quería llegar a un lugar, estaba desesperada, golpeaba en el lugar correcto y estimulaba lo que se debía estimular. Lo quería lo antes posible. Lo miraba a la cara con expresión suplicante.
Antes ya me masturbaba. Me acariciaba con los dedos o me frotaba contra la orilla de mi cama cuando mi hermana no me veía. Cuando sentía que todo era muy fuerte, me detenía porque la culpa me consumía. En la iglesia me habían enseñado que eso estaba mal.
Ahora mi abuelo alcanzó ese mismo nivel de placer en pocos minutos y creí que estaba por explotar. Me tapó la boca cuando mi cuerpo se retorció y mis ojos se pusieron en blanco. Él sonreía con orgullo. Aumentó la velocidad sólo por verme llegando al clímax de mi vida. Para cuando mi cuerpo volvió a quedar sobre el camastro, él seguía con el metesaca, sólo que ahora más fuerte, más rápido más profundo. Yo apenas podía respirar.
– Ponte en cuatro patas, como si fueras a gatear.
Sacó su verga de improviso y me dio vuelta. Mi culito estaba hacia arriba, hacia él. Creí que me pondría su verga por mi anito, pero en vez de eso, me hizo levantarme como si fuera un perrito. Yo era su perrita y, justo como había visto a otros animales, colocó su verga detrás de mí e hizo presión hacia mi coño.
-¡DIOS! ¡Sí! – gritó.
Puso sus manos en mis caderas y comenzó a jalarme de adelante hacia atrás. Yo seguía aturdida, pero me seguía mojando. Apenas podía sostenerme con los brazos y mis piernas temblaban. El camastro se sacudía y él parecía ajeno a todos los ruidos del mobiliario o míos. Me movía como una muñequita, un juguete. Yo pesaba menos de cuarenta kilos, para él no era nada. ¿Y saben qué? Me encantaba. Me gustaba ese nivel de inconsciencia. Yo me había venido y él buscaba alcanzar el mismo lugar. Su pene llegaba hasta lo más profundo de mí y parecía estar por partirme en dos, y yo no podía desear estar en otro lugar. Volví a sentir los signos de desesperación por placer; esta vez los dejé fluir. Gemí, gruñí y grité. Mi espalda se curveó hacia atrás cuando el orgasmo me alcanzó y me hizo gritar hacia el cielo. Él me embistió con más fuerza, mucha más de la que había hasta el momento, y al quedarse en el fondo, sentí unos calientes chorros.
Resistí mientras los sentía, pero mis brazos cedieron. Caí de bruces contra el camastro. Ese desplazamiento sacó su verga de mi interior, dejándome con el culo hacia arriba. Todo tipo de líquidos calientes escurrían por mis piernas, mi pubis y mi vientre.
-No te muevas – dijo y se fue hacia el interior de la casa. Volvió en menos de un minuto, se paró detrás de mí y escuché un chasquido, luego una serie de zumbidos – ten esto, pequeña.
Dejó junto a mí una fotografía instantánea. Yo apenas la podía ver, pero es un tesoro que aun guardo. Mi culo hacia arriba y mi cabeza contra la tumbona. A pesar de que mi cuerpo era bastante pequeño, mi coño estaba muy abierto y enrojecido. Había un liquido blanco por todas partes. Al lado de la tumbona, se podía ver mi uniforme. Mi cabello negro estaba revuelto.
-Es hora de que te vayas, pero antes… – Me acercó la verga semi flácida a la cara.
Me senté en el borde del camastro y con timidez acerqué la boca. Las chicas hacían bromas sobre eso y los chicos se lo sugerían a todo el mundo. Algo en mi interior me decía que no tenía por qué preocuparme por introducírmelo por dónde comía. Primero usé la lengua para quitar los restos de su leche y de mi vagina. Incluso había sangre de mi desfloramiento. Luego traté de introducírmela toda. Cometí el error de llevármela muy adentro en mi primer intento y por reflejo casi vomité.
-jajajaja. No corras preciosa. Ya aprenderás a mamar bien. Pero vístete o tus papás se van a preocupar.
Es un recuerdo precioso. Omitiré la parte en la que mis padres me regañaron por mi tardanza. Sólo les diré que se preocuparon cuando les dije que visité al abuelo. No me dijeron por qué. Al día siguiente lo volví a visitar, sólo que esta vez dije que iría con unas amigas o una practica de natación más larga. Repetí eso por un tiempo.
Trece años después, mi familia me miraba con rechazo, incluso asco en el funeral. Sólo toleraban estar cerca de mí por la esperanza de ganar mucho dinero, autos, propiedades o acciones después del servicio. Mis hijos se removían a mi lado inquietos. Estaban tristes, pero también aburridos. Querían volver a arriba y jugar como antes. No sabían de lo que pensaba mi familia sobre mí. Se habían enterado poco a poco, pero no se atrevían a tomar cartas en el asunto, mucho menos legales, por el gran poder del abuelo. Estaban seguros de que después del reparto podrían hacer algo.
Ellos no sabían nada, realmente. Yo era la amante del abuelo, pero no se imaginaban todo lo que habíamos hecho. Esas cosas podría contárselas a ustedes. Sólo queda esperar al momento preciso.
Muy bueno, ya me estoy imaginando la segunda parte
Espero entonces
Muy bien tu
Lindo abuelo