Amor de hermanos
Una madre encuentra a sus hijos a mitad de la noche. Es un encuentro con un gran impacto para el futuro.
Los ruidos me despertaron. Eran unos golpeteos de la madera contra la pared y unos resortes rechinando. Mi instinto identificó el sonido, pero me engañé para no creerme a mí misma. Salí de mi habitación sin hacer ruido y caminé por el pasillo hasta la habitación del fondo. Estuve a punto de entrar cuando noté que la puerta estaba entreabierta y la luz de una pequeña lampara de buró salía a través de ella.
Con el ritmo cardiaco acelerado, miré. ¡Imposible!
Néstor era mi hijo menor, de trece años y tenía a su hermana Carla de quince inclinada delante de él. Su cabeza estaba hundida en la almohada y su culo estaba levantado hacia él. Néstor la embestía casi con furia, refunfuñando y gruñendo de placer con cada golpe de su cadera. Ella gemía con fuerza, pero ahogaba los sonidos con la tela de la almohada. Incluso con los ruidos amortiguados, reconocí aquella sensación. Imposible no tenerla cuando un macho te da cómo mereces.
No lo podía creer. Esta petrificada. Mi ojo miraba perfectamente a través de la puerta y aun así no podía procesar lo que ahí pasaba. Pero lo peor no era ver a mis hijos desnudos fornicando como animales. Mi vagina había respondido de inmediato y ahora estaba húmeda, goteando y me pedía aquello de lo que mis hijos inmoralmente llevaban a cabo. Me metí la mano por entre los pliegues de mi bata y me dirigí a mi peludo pubis, la antesala de la segunda cavidad más humedad de la ciudad. La primera era la de mi hija. Era imposible que no estuviera mojada. La podía escuchar, al igual que los húmedos golpes de aquella verga en ese agujero.
-Carla… Carla… -comenzó a gemir Néstor. Iba en aumento. La cadencia de sus embestidas aumentaba – Carla… Carla… -sus gemidos ahora eran casi gritos. Trataba de controlarse, pero era obvio que no podía. Hundía sus dedos la delgada cintura de su hermana. El culo de Carla temblaba con cada impacto. Era una perra y estaba en la posición de una. A pesar de tener la misma sangre, gozaba – Carla… Carla… hermana… Ahhhhhhh.
Una, dos, tres ultimas penetraciones y Néstor se detuvo. Desde mi distancia pude notar cómo sus testículos se contraían. Se estaban vaciando en el útero de su hermana.
-¿Qué?… ¿Qué acabas de hacer? – dijo Carla al levantar la cabeza de repente. Se buscó tocar el coño a pesar de seguir ocupado por la verga de Néstor. Luego se miró los dedos húmedos de una sustancia blanquecina – No puede ser, ¡Lo hiciste de nuevo! ¡Dijiste que lo ibas a sacar esta vez!
Néstor le sacó la verga. Seguía dura y brillaba por la humedad de su semen y de la lubricación de Carla. Su sonrisa complacida no parecía mostrar arrepentimiento, como si acabase de hacer una travesura.
-¿No entiendes lo que esto puede provocar? ¿Nos quieres meter en problemas? – continuó Carla.
Néstor subió y bajó los hombros.
-Ah, no importa. No creo que nadie se entere – dijo mi hijo, al tiempo que se bajaba de la cama y buscaba los pantalones de su pijama.
Me tuve que alejar. Verlo en movimiento me hizo recordar dónde estaba y a quién veía. Mis hijos, mis únicos hijos, fornicaban como animales y yo los acababa de ver. Una madre sabe bien cuando debe meterse y cuando no. Pero yo tenía las tetas de fuera y la mano frotándome el coño. Así que mi vergüenza me hizo correr a mi habitación.
Estando ahí, me froté sobre la cama. Me presioné las tetas y me sumí en las imagines que acababa de ver.
A la mañana siguiente, preparé el almuerzo de mis hijos. Era sábado y Néstor iba a salir con sus amigos; su hija, en cambio, iba a practicar volibol con sus compañeras de escuela. Me iba a quedar solar, así que aproveché para hacer una llamada.
-Hola, ¿Quién habla?
Mi corazón latía a toda velocidad.
-Scott, soy yo, Mónica.
Mi hermano mayor se quedó en silencio por unos segundos y luego continuó:
-Te he dicho que no me llames a este teléfono. ¿Qué quieres? Ya te envié dinero esta semana.
-No es eso. Sólo quería contarte algo. ¿Hay alguien cerca o estoy en altavoz?
Scott no habló por unos segundos. Seguramente estaba mirando por los pasillos.
-No hay nadie, todos están arriba. ¿Qué pasa?
-Encontré a Carla y a Néstor en la cama.
-No me digas que…
-Sí. Lo hacían. No sé qué hacer. No pensé que fuera a ocurrir.
-Tal vez fuiste descuidada. Debiste decir algo que los llevó a eso o tal vez encontraron tus diarios. ¿Dónde los guardas?
En mi habitación. Bajo el ropero había un par de cuadernos en dónde escribí la verdad de mi niñez, mi adolescencia y mi maternidad.
-No creo que los hayan leído, pero igual… no quiero que Carla pase por dificultades. Sé que entiendes mis dificultades, ¿pero no puedes ayudarme esta vez? Habla con Jane, dile que si puede recibir a la hija de tu hermana por un tiempo. No expliques nada más, ella no sabe quién eres.
Scott guardó silencio por unos segundos y luego continuó.
-Jane sabe que tengo una hermana. Le preguntaré si puede tener a Carla aquí por uno o dos meses. No prometo nada… y no somos nadie para limitar eso que hacen…
-No, pero conozco los problemas que acarrea.
Una niña de doce años jugaba a la orilla de un río. Sus primos querían jugar ahí, así que ella los siguió. Sin embargo, ellos no querían unir a la chica a sus planes. El río era profundo, pero en muchas secciones tenía puentes. El pueblo había sido construido a un lado y con el tiempo se había convertido en un punto de encuentro para los jóvenes. Sólo aquella chiquilla estaba sola.
-¿Por qué tan solita? – dijo una voz detrás de ella. Era un muchacho alto y rubio. Su acento indicaba que no era del país.
-No me quieren juntar. Dicen que no juegan con niñas – respondí, sintiendo demasiada confianza.
-Son sólo niños. Ahora dicen que no quieren jugar con niñas, pero con el tiempo sólo querrán estar con ellas y verán raros a los que sólo jueguen con niños.
-Sí, son sólo niños… ¿y usted de dónde es?
-No me hables de usted. Dime Scott. Soy de Estados Unidos. Mi padre se divorció de mi madre hace unos años y vino a este lugar a tener una familia. Vine a conocer a mi media hermana.
-¿Cómo se llama tu padre? – preguntó la niña.
-Genaro.
La niña estuvo a punto de decir que su papá se llamaba igual, pero hiló los puntos. Ella era la media hermana. Mismo padre, diferentes madres.
-Mucho gusto – le dijo ella – Me llamo Mónica. Sabía que papá tuvo otra familia, pero siempre pensé que nos odiarías.
-Al principio lo hice.
-pero te diste cuenta de que siempre es bueno tener familia en algún otro lugar, ¿cierto? – continuó la pequeña Mónica.
-Así es, sí. Por eso vine a conocerlos.
-¿Cuántos años tienes?
-22 ¿y tú?
-12.
-¿Me acompañas a la casa de tu mamá? Dije que vendría a conocerte y que te traería de regreso para ir a comer.
La pequeña Mónica asintió. Se acomodó la ropa. Al levantarse de la roca en la que estaba sentada y caminó junto a él. Estaban por llegar a la casa cuando él le dijo:
-¿Sabes? Eres muy madura para tu edad, Mónica.
Esa noche Mónica escuchó la puerta de su habitación abrirse y sin darse cuenta, un cuerpo se abalanzó sobre ella. La luz que entraba por su ventana pasaba a través de su cabello rubio. Al sentir su boca sobre la suya, reconoció el aroma de aquel gringo hermano. No se resistió. Aquellos labios, saliva y lengua la desarmaron. Las chicas en la escuela hablaban de besos con chicos y ella jamás los había experimentado. Este era su momento. Eran mejores de lo que se había imaginado. Sabía que iba a sentir mariposas en el estómago, pero no humedad en su vaginita. No estaba lista para tanta humedad. Empapaba sus braguitas y le hacía desear frotarse, sentirse penetrada, poseída. Instintivamente comenzó a mover su cadera de arriba abajo. Scott lo notó.
-¿Qué quieres, hermanita? – susurró con su respiración agitada.
-Quiero lo que mis amigas grandes hacen con sus novios.
-Si que eres madura, hermanita. Bien, te ayudaré con eso.
Levantó el camisón que usaba de pijama hasta descubrirle la cadera. Luego le deslizó con cuidado su ropa interior para quitársela. La pequeña apenas entraba en la adolescencia. Le estaban creciendo los pechos, pero aun faltaba mucho para un tamaño decente. Sus piernas eran delgadas y sus caderas ya se habían ensanchado. Lo que vio el joven Scott fue un pubis con apenas unos pelos castaños como los de la cabeza de su hermana.
-Delicioso – dijo antes de inclinarse y pasar la lengua entre ambos labios. La chica se estremeció. Él sonrió y lo repitió una y otra vez hasta que aquellos temblores se convirtieron en gemidos y pujidos. Se humedecía cada vez más y no sólo por la saliva que dejaba Scott. Ella, de por sí mojada, soltaba más y más líquido.
-¿Qué haces? – preguntó Mónica cuando el joven le introdujo un dedo. Ella quiso gritar, pero cerró la boca con fuerza. No se lo metió entero y ciertamente no hasta el fondo. Se detuvo en un lugar. Comenzó a sacarlo y meterlo.
-¿Te gusta esto?
-Sí, mucho… pero quiero algo más ancho… – respondió Mónica casi sin poder pensar.
Él sacó el dedo y se irguió para quitarse la ropa. Se bajó los pantalones y su verga, un grueso cilindro de carne con un glande casi morado apuntó a la jovencita.
-Promete no gritar.
Mónica sudaba y respiraba toda velocidad. Su cuerpo reaccionaba instintivamente y le hacía desear tener aquel apéndice dentro de ella. Abrió más las piernas y se preparó. Cuando la punta comenzó a abrirse paso, ella se sintió como un títere al que le introducen una mano por detrás. Era como si la partiera en dos, como si la rellenaran por completo al grado de querer rasgarlas y destruirla, pero igual, de alguna forma desconocida, le provocaba tanto placer. Estaba desesperada por tenerla toda completa.
-Ahhh, no puedo… pero métemela toda.
Finalmente entró y ella lloró. Algo se rompió en el camino, alguna clase de freno, y todo su coño se amoldó alrededor de aquel cuerpo dentro de ella. Mónica gimió y casi gritó, pero no lo hizo. Scott comenzó a moverse de arriba abajo para meterla y sacarla. Unas lágrimas aparecieron en los ojos de la chica. Su cuerpo no sabía cómo reaccionar ante el sexo, ante el placer puro. Aun no estaba lista a pesar de menstruar desde hacía un par de años. Su cuerpo seguía en desarrollo, pero su libido ya había crecido lo suficiente. Era más madura que otras chicas, como le había dicho él. Y le encantaba. No era una niña, era una mujer. Una mujer que recibía la verga de un hombre de 22 años.
-Ahora eres mía – le susurró su hermano al oído – You are mine.
-Sí… soy tuya… quiero más…
Él levantaba y bajaba el cuerpo para llegar a mayor profundidad. La golpeaba hasta el fondo. Dolía, pero gustaba. Comenzó a besarla y ella le respondió. La besaban como a sus amigas mayores. Le generaba aun más sensaciones, más desesperación. Besos, orgullo, amor… todo eso sumado a lo que su coño forzado sentía. Le hacían acumular pensamiento y sensaciones. Se acumulaban en una calentura electrizante y a la vez húmeda. Le hacía difícil respirar, pensar y obedecer a lo que él le pedía. Sentía cómo pronto aquellos estímulos se acumularían y…
Explotó. Su hermano le tapó la boca mientras él gemía con fuerza y ella quería gritar. Su verga palpitaba en su interior y ella luchaba por respirar y pensar. Fue un evento similar a una erupción volcánica. Fue destructivo y totalmente inesperado.
A la mañana siguiente, la pequeña Mónica, bien peinada y con sus mejores ropas fue a la mesa a desayunar. Sólo estaba Scott con un par de platos en la mesa. El resto de la familia había salido para trabajar.
-Hola, hermana. Lo siento, quería hablar contigo.
Parecía afligido. Tenía grandes ojeras e incluso parecía haber llorado.
Mónica, en cambio, le sonrió para reconfortarlo.
-Yo también quería hablar contigo. Quiero saber cuándo lo haremos de nuevo. Fue fantástico.
El autobús a Estados Unidos se detuvo en la estación. Un montón de personas se acercaron para entregar su equipaje y luego subir al vehículo. La ultima de ellos era Carla. Aun recordaba el día que la tuve, cuando mis padres me gritaron con tanta fuerza que creí que les daría un ataque. Yo tenía quince años y Scott 25. Él nos visitaba cada seis meses, momentos en los que me abría las piernas y yo recibía su leche. Mi padre me preguntó quién me había hecho ese bebé y yo no quise responder. Me echó de la casa y desde un teléfono publico llamé a Scott. Me dio asilo mi abuelo materno, pero no me quedé mucho tiempo ahí. Scott me envió dinero y me escondí en una pequeña casita que renté a nombre de mi abuela.
-¿Por qué tiene que irse? – preguntó Nestor.
Mi hermano volvió a verme al poco tiempo y pusimos las cosas en orden. Él había sido mi único hombre y la bebé era rubia. Estaba tan feliz que no pudo contener su verga y me cogió en la cama junto a la bebé Carla. Estoy segura de que fue esa eyaculación con la que me hizo a Nestor.
-Aprenderá mucho estando allá – dije. No quería decirle que no quería que mi hija quedara embarazada siendo adolescente. No quería que pasara por todo el rechazo, chisme e insultos que yo recibí en mi pueblo. Habrían sido menos si se hubiese sabido que mi bebé tenía padre, pero jamás lo mencioné. Nunca le dije a nadie. El trato era que él me mantendría desde Estados Unidos, me cogería siempre que viniera y yo guardaría silencio. La situación había cambiado desde que se casó con Jane. Ella era muy celosa y sospechaba que Scott no venía sólo a visitar a su padre. Me seguía enviando dinero, pero siempre intentaba asegurar que yo no existía.
-Esto está mal, mamá. ¿Ahora con quien jugaré? – dijo Nestor con las manos en los bolsillos.
Estuve por responderle que qué le parecía si lo hacía conmigo, pero rápidamente entendí a qué se refería. Por jugar no se refería a pasársela bien como hermanos.
Dos semanas pasaron lentas, pero pasaron. Había pasado casi dos meses desde que había encontrado a mis hijos cogiendo en su cuarto y la casa ahora era muy silenciosa. No había discusiones ni comida siendo lanzada durante el almuerzo. Todo iba bien hasta que recibí una llamada.
-¿Mónica? – preguntó alguien con un acento muy gringo. Era Jane, sin duda, la esposa de Scott.
-¿Sí? Jane, ¿cierto?
-Sí… eh… perdona que te llame, pero Scott no está en casa y debía saber esto de inmediato… No sé si hablo bien español…
-Te entiendo perfectamente. Lo hablas muy bien. ¿Qué pasa? ¿Carla está bien?
Hubo un silencio por unos segundos. Jane parecía tomar aire.
-No está bien, Mónica. Jane está embarazada. Acabamos de salir del médico. Tiene alrededor de ocho semanas…
Solté el teléfono y caí en el sofá.
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