Apostando a mamá en un partido de póker
Un chico decide usar a su madre para apostar en un partido de póker.
No entendía cómo había llegado todo tan lejos. Tomás estaba con su cuerpo desnudo encima de mi mamá. Su cara de nene lindo estaba desfigurada por el placer que le producía penetrarla. Al mismo tiempo, Germán, que estaba arrodillado sobre el colchón, hacía un movimiento pélvico para meterle la verga en la boca. Mi mamá, como pudo, comenzó a mamarla. Tenía los ojos vendados, y estaba drogada, pero no del todo inconsciente.
Y pensar que todo comenzó con una apuesta, en esos encuentros de partidas de póker clandestino con los pibes del barrio. El fanfarrón de Tomás había subido la apuesta cinco mil pesos. Yo no contaba con ese dinero, pero con un póker de ases, no podía descartar mi mano. Así que medio en joda, y medio en serio, le dije “Okey, igualo tu apuesta, te entrego a mi mamá por una hora, si pierdo”.
Los otros dos estaban a un costado, masturbándose. Néstor, el petiso metrosexual, con su culo y piernas depiladas, no paraba de pajearse, a los pies de la cama, observando todo de muy cerca. Mientras que Maxi, el hippie barbudo y desalineado, estaba sentado sobre la mesita de luz, acariciándose la enorme verga con delicadeza, apoyando el culo peludo al lado del velador.
Nunca hubiese imaginado que una victoria, en apariencia segura, terminaría en un rotundo fracaso. Después de una larga deliberación, los convencí de que iba en serio, y de que podía garantizar que se concrete el encuentro entre Tomás y mamá. Les dije que la dormiría con clonazepam, y lo llamaría en el momento indicado. Nunca pensé que tendría que pagar la apuesta. Perder teniendo un póker de ases… eso sólo sucedía en las películas.
Tomás no paraba de clavarle la verga en el sexo de mamá. El hijo de puta lo estaba disfrutando. Miraba hacia la puerta mientras la poseía. Seguro que sospechaba que yo los espiaba a través de la cerradura. Tenía la misma mirada odiosa que cuando mostró la escalera de colores ante mi mirada estupefacta. Agarró las nalgas de mamá, esas nalgas enormes, redondas, duras por el fitness, que yo mismo no podían evitar admirar desde que se despertaron las hormonas, y empezó a violarla con mayor potencia. Germán la agarraba del pelo rubio mientras le hacía saborear su sexo. Maxi y Néstor, se subieron a la cama, ansiosos por comenzar su turno.
Siempre supe que mi mamá era el culo más deseado del barrio. Desde chico tuve que lidiar con pajeros que fingían ser mis amigos sólo para entrar a mi casa y poder admirarla de cerca. Pero esa tarde de póker, Tomás fingió desinterés. “Tu mamá está buenísima, pero no vale cinco mil pesos” dijo, provocándome. Yo creí que sólo quería convencer a los demás de que yo no podía igualar la apuesta. “Es cierto, las escort cobran entre mil quinientos y dos mil pesos. Tu mami está buena, pero no es para tanto” agregó Germán, el mismo hijo de puta que ahora estaba violando la boca de mamá, quien aún medio dormida, sacaba la lengua chorreando saliva, para masajearle el glande. “Además, ni siquiera es tu mamá de verdad. Es tu madrastra, lo sabemos todos, así que si querés jugarla por el lado del morbo, vas por mal camino” agregó Néstor.
Cómo los odiaba. Claro que era mi mamá de verdad. No era mi sangre, pero me cuidó desde los diez años. Cuando crecí, empezaron a aflorar esos sentimientos enfermizos, pero de todas formas era mi mamá.
Ahora Tomás dejaba de penetrarla, para agacharse y enterrar su rostro entre las nalgas de mamá. Néstor y Maxi, impacientes, comienzan a acariciarla por todas partes. Frotan su culo y tetas, y recorren la espalda con las yemas de los dedos. Por fin la tenían los cuatro entre sus manos. “hagamos una cosa. Si perdés, entregás a tu mamá, pero no sólo a mí, sino a todos los que estamos acá” propuso Tomás, y yo acepté, convencido de que sólo quería hacerme desistir de mi apuesta, para llevarse el pote de dinero.
No sé qué tan despierta estaba mamá. Pero no estaba del todo dormida. Eso seguro. Porque mantenía las piernas flexionadas, en pose de perra, mientras Tomás le lamía el culo. En un momento largó un gemido y yo empecé a preguntarme si no lo estaba disfrutando. Quizá creía estar soñando que era poseída por cuatro jóvenes viriles. En realidad, eso era lo que pasaba, pero yo pensaba que, luego de que todo termine, recordaría borrosamente haber sido violada por varios hombres. Sin embargo, ahí estaba, largando gemidos ante las arremetidas lingüísticas de Tomás, y saboreando el falo duro de Germán, que tenía su cuerpo atlético contraído por la inminente eyaculación.
Maxi y Néstor empezaron a chupar el cuerpo de mamá. El primero, se sumó a Tomás y compartieron el trasero, y las piernas musculosas, como dos muertos de hambre que comparten el plato de comida. Mientras tanto, el petiso metrosexual se había puesto debajo de mamá, y empezaba a chuparle las tetas. ¡Qué envidia! Yo nunca pude hacerlo. Era muy grande cuando se casó con papá. Pero me hubiese encantado tener, al menos, un recuerdo difuso, de mis labios saboreando sus tetas.
Mamá era la hembra más deseada del barrio. Apenas salía a la calle, los hombres revoleaban la vista hacia donde estaba, e inventaban excusas para acercarse y hablarle sobre cualquier cosa. Parecían perros en celo.
Y ahora estos cuatro cumplían la fantasía en nombre de un montón de machos, que se quedaron con la calentura en sus pantalones.
Germán eyaculó en la cara de mamá, ensuciando su rostro de pómulos grandes y labios finos. Los otros tres seguían devorándola, besando cada parte de su cuerpo desnudo. Su piel empezaba a brillar por toda la saliva que habían desparramado en ella. Tomás la hizo girar, con un movimiento brusco. Ahora mamá estaba boca arriba. Maxi, arrimó su verga de caballo, que ya había escupido algo de semen, en la cara sucia de mamá. Cuando tocó los labios, ella pareció entender lo que debía hacer. Abrió la boca y se tragó el miembro superdotado.
Tomás le comía la concha, mientras le metía el dedo en el culo, una y otra vez. Ahora sí, no cabía duda de que mi mamá lo estaba disfrutando, porque cada vez que el dedo se enterraba por completo en ella, largaba el gemido inconfundible de la hembra satisfecha. Se mordía los labios, y acariciaba la cabeza de quien le producía semejante placer en el sexo.
Néstor seguía disfrutando de sus tetas, como yo nunca pude hacerlo. Le mordía el pezón de una, mientras le estrujaba la otra. Germán, a un costado, se empezaba a masturbar, para una segunda vuelta. Tomás la agarró de las caderas, y la volvió a penetrar, mientras mi mamá comenzaba a participar más activamente, con movimientos pélvicos. Tomás reía, y miraba hacia la puerta, como diciéndome “mirá que puta es tu mamá” y claro que lo era. Siempre sospeché que la pija de mi viejo no bastaba para satisfacer a semejante mujer. Con su cuerpo escultural, podría tener al hombre que quisiera. Y seguramente que tenía más de un amante. Tomás empezó a cogerla duro, con embestidas violentas. Yo escuchaba el ruido de sus pelvis chocar desde detrás de la puerta. Mientras tanto, Néstor empezaba a turnarse con Maxi, para hacerle chupar las vergas. La del petiso se la tragaba entera, sin ningún problema, pero el sexo morcilloso, y babeante de Maxi, la hacía dar arcadas, y le producía tos. Tomás, con la cara desfigurada, se acercaba al orgasmo. La agarró con fuerza de las tetas, y la penetró una y otra vez, hasta acabar adentro de ella. Para mi sorpresa, mamá también acabó, casi al mismo tiempo que él. No gritó. Sus dientes se apretaron, como queriendo reprimirse, pero un profundo gemido se escapó de sus labios, mientras sus jugos vaginales salían de su sexo.
A mamá se le corrió el vendaje y a nadie pareció importarle. Maxi le estrujaba una teta mientras clavaba su lanza. Mamá estiró una mano, y enseguida apareció German, ya erecto, para recibir los masajes en su pija. Mientras tanto Néstor se acomodaba para penetrarla.
Su pija entró en el sexo de mamá, como un tren que atraviesa un túnel. “la dejaste toda mojada, hijo de puta” Le recriminó a Tomás, entre risas, y comenzó a cabalgarla, aferrándose a sus tetas, como si fuese la montura. Tenía todo su cuerpo transpirado, y rebuznaba como burro mientras violaba a mi hermosa madre, quien a pesar de no sentir tanto placer como con Tomás, no parecía estar siendo violada en absoluto.
Maxi seguía invadiendo su boca. Esa boca con la que me besaba todas las mañanas cuando iba a la facultad. Y a Germán le pajeaba magistralmente su verga viscosa.
Parecía que los efectos del clonazepam estaban desapareciendo. Mamá, cada vez se movía con mayor fluidez, y su actitud, estaba lejos de ser la de una mujer horrorizada al encontrarse en una orgía con cuatro desconocidos. Al contrario, lo disfrutaba, gemía, y hacía todo lo posible por chupársela bien a Maxi, al mismo tiempo que masturbaba a Germán.
Los tres acabaron casi simultáneamente. Maxi no le sacó la verga de adentro de la boca, hasta depositar en ella la última gota de su leche. Néstor largó su pobre eyaculación, en dos chorros que fueron a mezclarse con el vello púbico de mamá. Y Germán tuvo su segunda corrida en las manos de ella, que seguía pajeando, aun cuando la verga ya estaba semi fláccida, y el semen se derramaba de sus dedos e iba impregnarse en las sábanas.
Pensé que todo había terminado, pero Tomás se acercó de nuevo a ella. Con su pija más al palo que nunca. Los otros tres se hicieron a un lado y lo dejaron hacer. Al fin y al cabo, estaban ahí gracias a él. “Ponete en cuatro, perra” le ordenó a mamá. Ella lo hizo casi al instante. En ese momento supe que había llegado el momento en que mi mamá debería entregar el culo. Yo los comprendía, estar con una mujer como ella y no hacerle el culo, era como visitar Misiones, y no ir a las Cataratas del Iguazú. Era casi una obligación enterrar la verga en ese culo perfecto: grande, duro, y hermoso. Las horas que pasaba ejercitando no eran en vano.
Tomás enterró la verga despacio, haciendo que mamá grite de placer al recibirla. Se puso en cuclillas, encima de ella, y se la metió más adentro, de a poco, hasta que sus bolas peludas tocaron las nalgas de mamá. Ella gemía cada vez que él movía su miembro adentro suyo. Maxi, atraído por los gritos, se acercó y le metió la verga monstruosa, y sucia, de nuevo en la boca. Cosa que mamá recibió con deleite. Chupándola como ella sabía hacerlo, mientras el otro seguía adentro de su ano.
Los cuatro se turnaron para culear a mamá. Parecía que estaban imitando la coreografía de una película porno. Cuando uno acababa, el otro ya estaba con la verga al palo, dispuesto a introducirla en ese agujero divino, mientras un tercero le daba de mamar verga, y el cuarto, esperaba paciente, masturbándose.
A pesar de que habíamos acordado que la orgía duraría una hora, hace muchísimo más que estaban con mamá. Cuando por fin se cansaron, y se dispusieron a irse, yo bajé y me escondí en la cocina, no quería cruzarme con ellos.
“¡Muy buena puta resultó tu mami eh!”, gritó Tomás, sabiendo que yo lo estaba escuchando desde algún lugar.
Fui hasta la habitación para ver cómo estaba. La espíe a través de la cerradura, tal como lo estuve haciendo mientras la violaban. Aunque a estas alturas, creo que esa palabra no corresponde. Todavía permanecía acostada sobre la cama, que por las noches compartía con papá. Su cuerpo estaba lleno de semen por todas partes. La habían acabado al menos diez veces esa tarde. Yo tenía mi verga dura, y sentía mi calzoncillo empapado por el semen. No era líquido pre seminal, sino que en algún momento había acabado, casi seguro, mientras todos le hacían el culo. Estaba boca abajo y sus nalgas manchadas de semen parecían apuntar a mí.
Entonces entré, y justo en ese momento se movió, y me habló. “así que vos los trajiste” me dijo. Todavía estaba un poco embobada por el clonazepam que le había hecho tomar sin que se diera cuenta, pero sólo apenas. En realidad, me miraba con bastante lucidez. “si, yo los traje, y parece que te gustó” le dije. Acto seguido me tiré encima de ella, me bajé los pantalones, y le clavé mi verga desnuda en el culo lleno de semen. Mamá gritó y gimió. Agarré sus tetas, le dije las frases más sucias que me vinieron a la mente. La penetré con violencia, y eyaculé, haciendo que mi leche se mesclara con todo el semen que ya tenía adentro.
Luego de lo sucedido, no hablé con mamá por varios días. Ambos estábamos distantes, sin saber cómo actuar con el otro.
Pero un día, luego de cenar con ella y papá, sucedió algo. Ella se había levantado de la mesa para lavar los platos. Yo le dije a papá que iría hasta la cocina a ayudarla, y agarré los vasos que todavía estaban en la mesa, para lavarlos, a lo que él asintió, orgulloso por la iniciativa.
Ahí estaba mi mamá, o quizá ya deba empezar a usar la palabra madrastra, porque definitivamente no podría verla nunca más como una verdadera madre. Tenía una calza gris, porque acababa de volver de su entrenamiento. Era una prenda que le quedaba bien ajustada, y la tela se enterraba entre las nalgas. Ella ni se inmutó cuando sintió mi presencia. Siguió lavando como si nada, sin dejar de darme la espalda. Me acerqué por atrás, y estando casi pegado a ella, estiré mi mano para depositar en la bacha los vasos sucios. Entonces me arrimé más, y rocé sus nalgas con mi pierna. Mi pija empezaba a empinarse. La idea de que mi papá esté a unos metros de distancia me excitaba aún más. Como vi que ella no reaccionaba, y seguía lavando, fingiendo que yo no estaba ahí, le pellizqué el culo con fuerza, disfrutando de esas nalgas duras con las yemas de mis dedos.
Ella se dio vuelta y se zafó de mí. “Bueno, ya que estás acá, lavá los platos, que yo me voy a bañar” me dijo.
Me dejó frustrado. Quizá, después de todo, sí estaba muy drogada mientras la poseímos, y ahora me lo recriminaba con su indiferencia.
Pero a eso de las tres de la mañana, mientras papá roncaba en la otra habitación, entró a mi cuarto, sólo vestida con su ropa interior. Se tiró encima de mí, me dio un beso apasionado, tiró las sábanas a un costado, y fue hasta abajo, en busca de mi verga.
La mamó un buen rato. Ahora era yo el que me creía drogado, o quizá soñando. Le estrujaba las tetas, mientras me producía ese placer doloroso que aparece cuando la lengua se concentra en el glande. Le quité el corpiño y la bombacha, y enterré mi dedo en el culo, tal como hace unos días, había enterrado mi verga.
Hicimos el amor por dos horas, hasta que volvió a la cama con papá, mientras empezaba a amanecer. Y repetimos ese momento por muchas madrugadas.
Tomás y los demás nunca volvieron a cogérsela, porque yo se lo pedí, aunque claro, eso es lo que ella dice.
A veces, siento miedo de que esos cuatro difundan lo que sucedió aquel día, pero luego me tranquilizo diciéndome que nadie creería en una historia tan inverosímil.
Me gusta coger con ella mientras papá está en la otra habitación, y también manosearla mientras él está muy cerca. A veces la comparto con tipos que busco en foros, o con amantes que ella ya tenía de hace rato, y la pasamos muy bien.
Definitivamente, ya no le puedo decir mamá.
Fin.
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