ASEDIADA Y SUMISA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Ambas nos casamos muy jóvenes, yo a los 18, ella a los 17; entonces mi nieto tiene un poco más trece bien logrados años pues es un muchacho fornido, alto, musculoso, muy, muy guapo; luego tuvo una hermosísima niña que tiene poco más de doce años. Vivo con la familia de mi hija en un poblado del interior del país.
Dentro de mis locuras está la de nunca vestir ropa interior. Dejé de usarla después del parto porque, me dije, ¿para qué sirve de no ser para las ventas y el enriquecimiento de los fabricantes? siempre soy limpia; me las arreglo para mantener mis intimidades limpias después de la evacuación de excretas y no hay necesidad de esa ropa. Nunca imaginé que eso iba a ser el principal aliciente para… el asedio.
De pronto empecé a notar miradas especiales de mi nieto, en especial a mis muslos – también me gustan las minifaldas – y a mi pecho. Una sonrisa luego de sorprenderlo viendo con insistencia mis muslos me alertó un poco más. Sin embargo, no hice ningún análisis para saber a qué era debido ese comportamiento de mi bello nieto. Después, noté que durante las veladas ponía especial cuidado en sentarse frente a mí, sin que tampoco me orillara a saber por qué. Los piropos no se hicieron esperar: abuelita eres muy bonita; qué linda te queda esa falda, y más con esa blusa; amaneciste más bella; muchas chavas locas envidiaría tu cuerpo, abuela, y así por el estilo; esto para mí era muestra de cariño y adulación. Desde luego, mi conducta habitual no tenía porque cambiar dado mi poco interés en saber las causas de algo que estaba notando de parte de mi nieto. Así pasaron algunos meses. Enseguida, tocamientos del precoz nieto a diferentes partes de mi cuerpo aparentemente accidentales. En eso sí noté que los ligeros toques eran un tanto cuanto agradables… y “estimulantes”
Debo decir que siempre fui ardiente aunque, para desgracia, la “práctica” y la satisfacción de mi fuego erótico tuvo poco alcance. Al enviudar dejé de tener…, nunca más nadie visitó mi puchita, excepto los deditos de mis ricas manitas; casi diario continuaron y continúan dándome lo necesario para sobrellevar la feroz vida. Bueno, tuve muy satisfactorias y lindas experiencias que, quizá, en el relato resalten.
Una tarde sonó la alarma: fui consciente de que ni nieto veía a la apertura de mis rodillas y, por tanto, su mirada llegaba hasta… carajo, a los pelos de mi pucha. Sin embargo, apagué la alarma y me dije que es natural que el interesado muchachito quisiera ver donde los tontos moralistas dicen que no se debe ver. No le di importancia, y continué viviendo como siempre he vivido. Los otros “síntomas” provenientes de las conductas del chavo siguieron sin que yo notara “incremento” de las mismas; las adulaciones en alguna ocasión aludieron a mis ricas chichis, aunque con suma discreción, cosa que me agradó y alabé esa sutileza y ¡me calenté! No podía ser de otra forma puesto que nuestros modos de vida no cambiaron, por eso los tocamientos se producían cuanto era posible, y los momentos para que se produjera seguían siendo los mismos. Lo que sí cambió fue mi percepción de mis reacciones antes esto. Me inquietaba la persistencia del niño; al mismo tiempo me sentía, al menos halagada, cuando no ¡asediada!, este asedio… ¡me calentaba!, incluso me llegué a masturbar después de un “toque” especial, seguido de algún audaz piropo.
No tardó en producirse la crisis…
En el pueblo se celebran las fiestas patrias con extraordinario fervor, patriotismo y alegre participación de pueblo y autoridades. Para fortuna de nuestra familia vivimos en una casa de dos plantas situada en la periferia de la plaza de armas: así podemos ver los diferentes eventos que se efectúan en el grandioso y bello jardín. Los vemos desde pequeño balcón donde apenas cabe la numerosa familia, incluso nos amontonamos para ver mejor. El balconcito tiene balaustrada alta, llega poco arriba de la cintura, y esto facilita el apoyo de nuestros brazos, inclinando poco el cuerpo para ver con relativa comodidad. Esa noche era la más importante de las fiestas: la noche del “Grito de la Independencia Nacional”, donde después de la ceremonia oficial el pueblo goza de los fuegos artificiales, y otros atractivos agregados. Total, la fiesta dura al menos dos horas; la culminación son los fuegos señalados.
Para la ocasión vestí un elegante vestidito con falda corta, que deja como la mitad de mis muslos desnudos. Unos minutos antes de la hora del Grito, la familia se arremolinó en la entrada al balconcito. Llegamos al frente: mi hija, el marido, en el extremo la bella nieta; yo, en el otro extremo; el muchacho no hizo nada por acercarse a la balaustrada, y nadie le dio importancia. Abajo, la puerta cerrada a cal y canto. Esto lo destaco para hacer notar que nadie más que los miembros de la familia podía estar en, ni ver, el balcón desde dentro de la casa. El sonido enviaba al aire marchas marciales, propias del momento. El bullicio alegre saturaba la plaza pletórica; nosotros reíamos viendo el notable jolgorio. Los comentarios se hacían entre todos, en especial los cercanos; en el balcón comentaban lo que pasaba abajo. De pronto…
De pronto sentí unas manos se posaban en mis nalgas. Mi cola pegó pequeño reparo… seguí apoyada en mis brazos, las nalgas alzadas, sin explicación racional consciente. Las manos ajenas permanecieron quietas por unos segundos antes de iniciar una lenta caricia – no pude interpretar de otra forma lo que las manos hacían – por mis suculentas nalgas. No podía ser otro que el atrevido escuincle adulador, mirón, acosador, mano suelta, pensé excitada. Mi extrema sensibilidad a los estímulos eróticos, creo, me impidieron cualquier medida para detener las francas caricias de las cálidas manos: ya estaba súper excitada. Mis pezones se pararon, la negra pucha se empezó a humedecer. En el momento los altavoces de la plaza anunciaron que se entonaría el himno nacional. Las manos se fueron y yo, de plano, las extrañé, pero a poco regresaron para acariciar mis nalgas por debajo de la faldita, y así más rico. Terminado el himno, vendría la tradicional locución del presidente vitoreando a los héroes de la independencia. Al terminar, se iniciaron juegos de diferente tipo en la explanada; volví a levantar mis lindas nalgas. De inmediato las manos volvieron a las caricias elevando mi falda, y así en mis nalgas desnudas, yo a suspirar pidiendo al cielo que el muchacho fuera suficientemente audaz como para meter mano a donde fuera más placentero para mí… y para él mismo. Mi excitación era descomunal, deseaba, deseaba… caricias, más caricias, hasta el orgasmo
Pareció leer mis deseos; las manos bajaron hasta mis rodillas para ascender llevándose mi falda y dejó al desnudo mis preciosas nalgas, para entonces acariciarlas desnudas, y con eso mi placer y mi excitación se fueron a los cielos; más me excité cuando los ágiles dedos empezaron a recorrer la preciosa barranca de entre nalgas, esos dedos se detuvieron en mi culito, lo acariciaron con ternura, debí acallar los gemidos de tanto placer, y más excitación; mis pezones eran torres incendiadas. Los comentarios entre la familia continuaban, hice monumentales esfuerzos para que mi voz sonara “natural”, y mis gestos no delataran la inmensa fiebre que me envolvía. De alguna manera me tranquilizaba pues los que estábamos en la corta balaustrada no dirigíamos la vista hacia atrás.
Una mano se fue de mis nalgas; a poco la sentí jalar mi blusa con la clara intención, pensé, de llegar a mis chichis; me alarmé, pero la fiebre era tan alta que no me importó ser descubierta en mi actitud permisiva y en pleno coloquio con manos trasgresoras. Sí, las ricas manos demostraron tener habilidades insospechadas porque a poco llegaron a mis chichitas; el malvado calculó que mi posición, en especial brazos recargados en el borde de la bardita, impedían que su mano fuera vista por alguien, yo incluida. La caricia suave, tierna, en la chichita entera me subyugó, y confirmó la decisión de no haber tomado medidas represoras de la bella manifestación de amor, y de enorme deseo sexual.
Mientras, otra mano estaba acariciando mis sensuales muslos desde las rodillas hasta las nalgas, cambiaron de dirección para ascender por delante hasta llegar, carajo, hasta mi mojada pucha. Allí se embelesaron peinando mis pelitos. Se estaba cumpliendo mi deseo de que esa mano audaz llegar a la realización de caricias “sustanciales” que me llevaran al Nirvana del placer: mi orgasmo, deseado a estas alturas, aunque con algo de real temor debido a la seria posibilidad de no poder controlar mis habituales y ruidosas manifestaciones de placer. Los dedos no tardaron en meterse a la gran charca que era mi pucha; carajo, las caricias, aunque torpes y poco deshilvanadas fueron preciosas, me hacían estremecer de placer. Sin embargo, uno de esos dedos encontró mi capullo, y ahí se estacionó girando en la cabecita de mi clítoris. Unos minutos de sabias caricias bastaron para que el dulce, fuerte y maravilloso orgasmo se detonara; me vi obligada a esconder mi rostro entre los brazos para no gritar, y así no dejar ver mi éxtasis placentero.
Los dedos en mi pucha se fueron, no así la mano en mis chichis que continuó la caricia en ellas, dedicándose más a la caricia en mis pezones por eso la magnitud de mi placer se mantenía, y se hacía más intenso. Creí que no ser capaz de soportar tanto placer sin hacer manifestaciones externas, pero lo hice con eficacia sorprendente. De pronto, los dedos de la mano ausente volvieron a meterse entre mis nalgas, y al mismo tiempo presionaban mis muslos, indicando que debía abrirlos, cosa que hice a plena conciencia. Entonces los dedos acariciaron mi puchita desde atrás, y, Dios, fue la multiplicación de mi placer.
De pronto, los dedos dejaron mi pucha y… Virgen santísima, sentí que desde “atrás” “algo” se apoyaba en mi pucha anegada, se insinuaba como intentando meterse a la vagina Aunque intenté negarlo, ese “algo” duro no podía ser otra cosa que ¡la verga!, del audaz chamaco. A pesar del gran riesgo, y el gran temor a ser descubiertos, no hice sino parar más las nalgas, y abrir más los muslos. La mano de las chichis también se fue, las dos manos me tomaron de las caderas, y la verga se metió hasta tocar mi útero. Gran Dios, ¿será posible?, pensé desconcertada y con enorme temor de ser descubierta en plena cogida, porque no era otra cosa lo que estaba sucediendo. Sí, el pequeño monstruo me estaba cogiendo de una estupenda manera, además sentía que la verga tenía un tamaño considerable y grueso calibre, tanto que me llenaba como siempre fue mi fantasía: una verga de tremendo calibre llenando mi vagina al colmo.
Las metidas y sacadas se iniciaron con lentitud; procurando no mover mi cuerpo, debí de hacer lo necesario para que mi cuerpo no se moviera afincada en los pies, apoyada en los codos sobre la bardita; de hacerlo sería descubierta, al menos por la que estaba a mi lado: mi bella hija. Y siguió metiendo y sacando la gran verga en la pucha a cada momento más inundada y gozosa; el esfuerzo para acallar mis manifestaciones placenteras estaba impidiendo gozar a plenitud. Él seguía moviéndose con sumo cuidado, así lo sentía, era pertinente, aunque yo deseara fuerza y más velocidad en esos preciosos movimientos. Entonces me dije: chingué a su madre el mundo, si me descubren muero contenta en el acto del enorme placer de ser cogida prácticamente en presencia de la familia. Mi orgasmo se detonó: no pude detener un gemido, claro, mi hija lo detectó; yo, de inmediato, dije:
Es una hermosura estar siendo… testigo de esta maravillosa… fiesta.
Al parecer la explicación a mi gemido la satisfizo, volvió la vista a la plaza. En tanto las metidas y sacadas se suspendieron mientras duró el cortísimo diálogo, y se reanudaron con más agilidad, aún con la misma impronta de no mover mi cuerpo, lo que se facilitaba por la fijeza de mis pies, los codos y la pucha súper mojada, mayor placer para mí, al grado que debí esforzarme más para evitar otro gemido, sobre todo el grito de placer. De alguna manera el intenso gozo se multiplicaba por el suplicio de estar en las condiciones en que la cogida se daba. A pesar del inmenso deleite deseaba que la cogida terminara, y así fue. Sentí las manos en mis caderas aferrase con fuerza, al mismo tiempo la verga temblaba dentro de mi vagina, y a poco los tremendos chorros de mecos, lechita, inundaba todavía más mi apretada vagina, apretada por lo grueso de la enorme, gorda y dura verga. Lo sentí dar dos-tres fuertes empujones para que su placer se multiplicara, y el enorme leño metido en mi pucha se retiró. Lo anhelé adentro, pero di gracias al Creador porque por fin terminaba mi “suplicio”, aunque este nada tenía que ver con la intensidad y fogosidad de mi placer. Suspiré con alivio, pensando en que esta cogida no sería primera y última: ya vería la forma de coger cuantas veces quisiera… o se pudiera. Entonces sentí que algo se metía entre mis muslos. Un leve frote por las caras internas, seguro llenas de leche y de mis jugos; era el niño que me limpiaba con un pañuelo. Mi placer se detonó una vez más al sentir la atenta ternura de limpiarme… como una caricia amorosa más.
Mi felicidad no se podía medir, en especial por la última muestra de galanura del pensado rufián Luego, la mano arregló como pudo mi blusa dentro de la falda, y después sentí un beso en mi cuello, previo retiro de mi melena. Una dulzura más. No cabía duda, el niño era un dechado de delicadeza no exenta de fuerza y vigor… ¡cogedor! Mi falda volvió a su posición normal, yo todavía tenía los estertores de mi orgasmo, luego de sentir cálidos besos en mis nalgas. A penas a tiempo. Mi hija dijo:
¿Qué te pasa mamacita?, ¡estás sudando!
Por poco azoto. Pero volteé, la vi sonriendo, y dije:
Hace calor…
No era cierto; al contrario, hacía fresco, se pude decir que un leve frío reinaba en el ambiente.
Ella sonrió, me guiñó un ojo, y volvió la vista a la plaza.
Me dejó turulata. Hasta restos de mi orgasmo desaparecieron. En ese momento volteé hacia atrás. El muchacho, sin inmutarse por la reacción de su bella madre, mi hija, me sonrió feliz. Lo vi enorme, lindo, sudoroso, rojo del rostro… ¡con una enorme sonrisa de satisfacción!
El resto de la fiesta-función en la plaza pasó sin más, excepto algunas metidas de mano de mi audaz acosador y cogedor, ni siquiera seductor… bueno, juzguen ustedes los acontecimientos.
Esa misma noche…
Pero eso, luego se los cuento.
Muy buen relato