Aurora – Capítulo Final
Recuerdos de la especial relación entre una niña y su hermano mayor.
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Cuando mi papá rozó mi chorito con el dedo me recorrió un escalofrío por el cuerpo. Más por saber que era mi papá que por otra cosa. Abrí más las piernas en forma inconsciente. Pero mi mamá estaba en la cocina y me daba temor que pudiera entrar a la pieza en cualquier momento y tampoco estaba lubricada como para permitir la entrada del dedo que además lo sentía áspero. Sin embargo, el solo contacto con la mano de mi papá me tenía calentita y con ganas.
—Aurorita… —me susurró nuevamente—. Deme un besito —me dijo ya con un hilo de voz.
Yo me paré al lado de la cama y me incliné sobre él, acerqué mis labios a su oreja y la mordisqueé. Sentí su aliento caliente y agitado en mi cuello. Él posó la mano en mi culo por debajo de mi vestido y me besó. Más bien, yo lo besé a él. Fue un beso apasionado, con harta lengua. En ese momento me olvidé de que él era mi padre y me dejé llevar por la calentura. O tal vez debería decir que estaba caliente precisamente porque era mi padre el que estaba a punto de sentarme en el pico. Me ardía la concha de solo pensarlo.
Metí la mano por debajo de la camisa de franela que estaba usando y me gustó la sensación de los pelos. No tanto como Rigo, pero se sentía rico igual, abundantes y suavecitos, especialmente en la barriga. A él le gustó mi caricia y sin dejar de besarme me llevó la mano hacia dentro de las sábanas y me hizo tocarle la verga ya completamente erecta. La sentí bastante gruesa y muy dura y caliente. Cuando estaba corriendo las sábanas para darle una mamada, sentí un ruido y rápidamente simulé que estaba estirando las sábanas y tapando a mi papá. Si mi mamá hubiera aparecido un segundo después, me hubiera pillado chupándole el pico a mi padre, su marido. Mi mami le llevaba a mi papi un consomé caliente y solo alcanzó a ver a su hija pequeña cuidando a su padre de la mejor forma. El resto del día ya no me atreví a tanto y mi papá tampoco. Y el sábado y domingo mi hermana estuvo en la casa.
Nunca me atreví a mencionarle nada a mi hermano y me daba terror pensar en que él pudiera preguntarme algo sobre lo que había hecho en el día o cómo estaba el papá, porque eso hubiera bastado para ponerlo en alerta. A él era imposible ocultarle nada, pero como no me preguntó nada, callé.
Otra cosa que ocurrió ese año fue algo que no tuvo que ver conmigo, pero que me abrió más los ojos a la sexualidad en general, aunque eso ya lo había comprobado el año anterior en el fin de semana en la playa.
Ya conté antes que cuando Rorro comenzó a involucrarse activa y responsablemente en las actividades laborales de la granja, él se construyó su propia casa en un terreno que mi hermano Rigo había comprado cuando expandió la propiedad.
Un día domingo almorzamos todos en la casa y a eso de las 5 de la tarde cuando ya los chicos se habían marchado, Rigo a su pieza y Rorro a su casa, mi mamá vio la billetera de Rorro en el suelo; seguramente se la cayó del bolsillo cuando estaba almorzando. Mi papá me mandó a mí a dejársela y para allá partí yo.
En el camino, de puro curiosa quise ver qué contenía: había algunos billetes, un calendario y unos papeles, no parecía tener nada de interés, salvo tal vez, porque tenía una foto de carnet de alguien que me parecía conocido, pero que en ese momento no atiné a recordar. Además, había unas boletas y una tarjeta que decía “Wilde” en letras doradas y debajito, “For Men” y aparecía una dirección y la silueta de dos hombres bailando.
Cuando iba llegando a la casa de Rorro, vi que la puerta estaba entreabierta y entré sin llamar. Inmediatamente supe qué estaba pasando. Esos gemidos yo los conocía muy bien. Me acerqué al dormitorio sin hacer ruido y vi a Rorro siendo fuertemente enculado por detrás por un hombre. La puerta estaba completamente abierta por lo que me escondí tras un mueble cuidando de no meter ruido. No quería que ellos me vieran a mí. Tan absorta estaba mirando lo que hacía mi hermano que en un primer instante no miré la cara del hombre y cuando lo hice casi me delato por la sorpresa.
Era el muchacho que me había metido el pico en la boca meses antes y que era medio bestia para culear según veía ahora con mis propios ojos. Sabía tan bien lo que mi hermano estaba sintiendo que hasta me dio un poquito de envidia. Esa boca abierta en un grito silencioso, la mirada extraviada, la forma en que levantaba la grupa para no perderse ni un centímetro del pico que lo enculaba, todo eso eran sentimientos que yo conocía muy bien y se me cruzó por la mente lo rico que sería estar ahí con ellos, pero mi hermano Rigo no lo hubiera permitido… y posiblemente Rorro tampoco.
En ese momento, el bruto lo desclavó a mi hermano y este se dio vueltas quedando de espaldas en la cama y sin mediar aviso le incrustó la verga de nuevo con fuerza animal. Mi hermano ahogó un grito y cruzó las piernas en la espalda de su enculador.
Nunca supe si mi hermanito solo gustaba de ese rol o también podía ser dominante en las relaciones sexuales, pero no me quedé a averiguar nada más, me daba terror de que mi hermano me descubriera, así que dejé la billetera en la mesa y salí nuevamente de la casa.
Esa vez fui testigo presencial de la voracidad de mi hermano por la verga y me pregunté si yo me vería igual, eso me hizo sonreír.
“No está mal dotado mi hermano” —pensé.
Días después, mi hermano me preguntó:
—Aurorita, ¿tú me llevaste la billetera el otro día?
—Sí —le contesté yo y no dije nada más.
Mi hermano me miró y sin decir nada me revolvió el pelo con una mano y me musitó: —Gracias, bebé. No sabes cuánto te quiero.
Yo lo abracé a mi hermano apretando mi carita en su pecho y le dije:
—Yo también te quiero mucho, Rorrito, y quiero que seas muy feliz.
Mi hermano no dijo nada, solo me acarició el pelo y me miró con los ojos un poquito brillantes.
ω ω ω ω ω ω ♥ ω ω ω ω ω ω
El año 1982 fue un año de cambios importantes en mí. En enero cumplí 11 años, ya me estaba convirtiendo en una señorita. Mi hermano, por precaución también empezó a usar condones. A veces me llevaba a la ciudad y culeábamos con Manu en un motel. Esos encuentros eran especialmente esperados por mí porque a pesar de lo mucho que quería a mi hermanito, también me había aficionado mucho a Manu y no podía estar sin él.
Manu fue el que sugirió que recurriéramos al señor Bagur para encontrar un médico para mí.
—En su cofradía debe haber algún médico —dijo.
Yo, eso de la “cofradía” no lo entendí hasta muchos años después. Cuando lo supe, todo cobró sentido, el señor Chambeyron, el señor Bagur, el doctor Ruiz, todos ellos eran parte de una especie de club de millonarios que accedían a niñas como yo y tenían el dinero para eso.
Manu quedó a cargo de contactar al señor Bagur y preguntarle y así fue como arregló un nuevo encuentro en el hotel. El señor Chambeyron se encontraba en Francia por lo que no estuvo presente.
Ese domingo mi hermano subió una caja a la camioneta que encontré muy parecida a la que recibió del señor Chambeyron. En la ciudad Manu tenía arreglada una cita con un peluquero que se encargó de dejarme aún más maravillosa que la vez anterior con todo mi pelo tomado bien tirante y rematado en una trenza sin fin que semejaba un tomate circundado por una corona de flores pequeñitas. También me puso un poquito de maquillaje y brillo en los labios. Me veía como una artista de cine. Faltaba ahora el vestido. El peluquero, amigo de Manu, nos hizo pasar a su cuarto y allí me desvistió admirando mi cuerpo de niña. Miró a Manu y frunció los labios como para silbar, pero en vez de eso aspiró aire en una muestra de incredulidad. Manu solo sonrió.
El vestido era recto en el pecho, pero con un cinto no en la cintura, sino en el nacimiento de lo que luego serían mis tetitas. De allí hacia abajo caía en pliegues hasta arriba de las rodillas. El diseño era de enormes rosas rojas. En el lado izquierdo del cinto un moño grande de seda con listones cayendo por el costado. El vestido era un regalo del señor Chambeyron que mi hermano guardó junto al que usé en la playa ante la dificultad de explicarlos en nuestra casa. Los zapatos, Mary Jane de charol blanco con dos rosetones rojos al frente.
También a Manu y a Rigo les hizo un corte y un arreglo que los dejó más guapos de lo que eran, si existía la posibilidad.
Los muchachos se vistieron ahí también. El peluquero no pudo ocultar la emoción de ver esos cuerpos y su entrepierna lo delató.
No quiso cobrar.
—Después arreglamos —le comentó a Manu, guiñándole un ojo.
Llegamos al hotel a media mañana. El señor Bagur nos ofreció un lugar en la terraza y, tal como la vez anterior, los pasajeros del hotel no dejaban de mirar y cuchichear entre ellos. Yo bebí un jugo enorme de frutas de la estación y los muchachos, era que no, cerveza.
Cuando llegó el médico, el señor Bagur lo presentó como el doctor Ruiz. Un hombre muy afable, muy alto y esbelto. De brazos de tupido vello negro que contrastaba con su piel blanca. El pelo del pecho, notoriamente abundante, sobresalía del cuello de la camisa. Me saludó con perfecta sonrisa.
—Señorita, es un honor conocerla.
—Gracias, mucho gusto —respondí—. Mientras el doctor besaba mi mano.
Luego de saludar a los muchachos, el señor Bagur interrumpió.
—¿Les parece bien que vayamos a lo nuestro?
—Vamos —dijo mi hermano.
El doctor me hizo un examen general y me encontró en excelentes condiciones de salud. Respecto de mi crecimiento y mis cambios hormonales, estimó que también estaban en lo esperado para una niña de mi edad. Estaba a punto de llegar a la menarquia.
El doctor le dijo a mi hermano si estaba seguro de querer seguir usando condones, él consideraba que sería magnífico que mi hermano me embarazara.
—Yo puedo hacerme cargo de todo el proceso —decía él—. Y si me dejas preñarla a mí, te pago lo que quieras.
Todo eso, por supuesto, recibió la firme negativa de Rigo, quien no tenía ninguna intención de hacer algo así.
De todos modos, el doctor dijo que seguiría viéndome todos los meses para controlarme e ir preparando la mejor solución en pastillas anticonceptivas. Estas las debería tomar en forma muy responsable y él vería los efectos y manejaría los cambios eventuales que hubiera que hacer según la respuesta de mi organismo.
Lo que siguió fue lo que yo estaba esperando. Por esta vez, todos culearíamos con un espermicida.
Lo que yo no sabía es que el doctor me enseñaría algo nuevo.
Le pidió a Rodrigo que se sentara en el borde de la cama y yo se la chupé hincadita entre sus piernas. Luego le ordenó que me penetrara analmente conmigo sentada sobre él y dándole la espalda. En esa posición me puso a mamarle la pichula a él, lo que me gustó sobremanera. Un pico grueso y blanco de bolas rosadas, muy peludas, con la cabeza amoratada, pero muy rica que yo chupaba mientras subía y bajaba en el pico de mi hermano. El doctor me empujó sobre el pecho de Rigo y la apuntó a mi chorito. A mí me dio un poquito de miedo, porque adiviné que me haría lo que habían intentado mi hermano junto a Manu el segundo día que estuvimos en la playa. Aunque en ese entonces yo tenía 9 y ahora tenía 11 años.
Traté de pensar que el doctor sabía lo que hacía y sí, sabía, sabía muy bien lo que estaba haciendo. Me puso un lubricante especial y se embadurnó el pico con él y después, con mucha paciencia, fue introduciendo la pichula en mi chorito. El pico de mi hermano cabeceaba de gusto en mi interior. En cuanto a mí, encontré que el doctor culeaba muy, muy rico. Me mantenía apretadita a su pecho casi sin moverse, pero la pelvis la encajaba en un ritmo que me enloquecía. Mi hermano me jadeaba en la oreja y mucho tiempo después me confidenció que esa vez casi se va cortado con solo sentir la penetración del doctor.
El doctor marcaba el ritmo; una entraba y la otra salía. A mí me costó un poco adaptarme a las dos pichulas, pero el solo saber que tenía dos vergas dentro de mí me provocaba un gustito muy especial. Era como sentirme dueña de dos hombres a la vez. Se me ocurrió que ahora sí tendría a mi Manu junto a mi hermanito al mismo tiempo.
El señor Bagur y Manu se pajeaban a los costados sin perder de vista el pistoneo incesante de las vergas. Manu se hincó detrás del doctor y le lamió las bolas para luego comerle el culo. En ese instante el doctor se desesperó de gusto y me la incrustó descargándose en mí y arrastrando consigo a mi hermano quien también me moqueó en chorros calientes interminables.
“Qué rico ser culeada por hombres que saben cómo hacerlo” —pensaba yo.
El siguiente en ponérmela en el culo fue Manu. El señor Bagur no tuvo ningún problema en clavármela en la concha. La forma de su falo, especial para desvirgar niñas, se introdujo suavemente hasta el fondo y me culeó bien culeada con su pecho sobre mí. El doctor se recostó a mi lado y me dio muchos besitos mientras me acariciaba el pecho y la barriga. Al rato mi hermano se culeó al señor Bagur al tiempo que este me daba pico a mí.
Inmediatamente después de los acoplamientos todos me comieron el choro sorbiendo los líquidos del señor Bagur y el doctor Ruiz y como siempre, yo insistí en comerles el culo como me gusta a mí.
—Es su especialidad —le dijo el señor Bagur al doctor que no podría creer tanta suerte.
—Una vez más. Si me permites preñarla, te pagaré mucho dinero. ¡Y si me diera una niña, doblaría el pago!, ¿te imaginas, Ferrán? —se dirigió al señor Bagur—. O hazlo tú, desiste de esa idea de los anticonceptivos —le dijo el doctor a mi hermano, pero este se negó rotundamente.
—Ella hará su propia vida en algún instante —agregó.
Ante eso, el doctor no dijo más, pero se dedicó a darme pichula hasta que le saqué la leche otra vez. Esta vez me la tomé toda como una mamadera.
Después de un breve descanso, al fin Rigo y Manu pudieron disfrutar de mí al mismo tiempo. No lo habían vuelto a intentar desde esa primera vez y ahora lo gozaron a más no poder bajo la atenta mirada del doctor y del señor Bagur.
El señor Bagur tiró de un cordón a un costado de la cama y con mucha rapidez, apareció un asistente con un carrito con aperitivos y hors-d’œuvre. Los hombres se ubicaron en la terraza a fumar un cigarro y antes de bajar a almorzar, el señor Bagur y el doctor me culearon una vez más. Extrañé mucho al señor Chambeyron, me hubiera gustado que él estuviera allí.
Cuando el señor Bagur me llevó de la mano y a paso lento por el comedor yo sabía que él me estaba luciendo ante los comensales que lo saludaban. Estos se levantaban de sus asientos para darme paso con una venia.
Esa tarde me deleité con Magret de Canard, servi avec une Sauce à l’Orange y terminé con un Vacherin Glacé Alsacien coronado en frambuesas con unas gotas perladas que me parecieron… Miré al señor Bagur y este sonrió. Yo también sonreí y tomé una frambuesa con la mano y retiré la perla con la lengua ante la satisfacción del señor Bagur.
Los comensales, noté de pronto, parecían ser en su mayoría varones y mayores. No había ningún otro niño o niña en el comedor y todos parecían poner atención a nuestra mesa. Uno de estos hombres llamó mi atención por su uniforme. Parecía un oficial de ejército o algo así, se veía muy varonil y atractivo. Su pelo muy corto y estampa atlética, de alrededor de 30 o 32 años. Al terminar nuestro almuerzo, el señor Bagur llamó a mi hermano y lo llevó a un salón. El oficial no se encontraba en su mesa, pero los varones que lo acompañaban me miraban con una sonrisa y me saludaban con un movimiento apenas perceptible.
Al volver mi hermano, me preguntó si me gustaría conocer a ese señor, dirigió su vista al salón. El oficial de ejército permanecía allí con el señor Bagur conversando. Yo le dije a mi hermano que sí, que me gustaría mucho y él me llevó para presentarme.
El militar me saludó estrechándome la mano y con un beso en la mejilla que me permitió sentir su cara muy bien rasurada, pero aún así áspera por la barba espesa que ocultaba. Me enervó eso. Me encantan los hombres que raspan con su barba.
—Aurorita —me dijo el señor Bagur—. El capitán quisiera mostrarle algo. ¿Lo quiere acompañar?
—Me gustaría mucho —dije yo.
El señor Bagur le pasó una llave y él capitán tomó mi mano y se dirigió al comedor. Primero me llevó a la entrada como si fuéramos a salir, pero luego se detuvo un momento y mirándome me dijo:
—¡Eres tan hermosa!, ¡Ojalá mi hija fuese así de complaciente! —Y se devolvió conmigo de la mano cruzando todo el comedor ante la mirada aprobatoria de los comensales. Muchos de los cuales saludaron al capitán con un dejo de envidia.
Subimos por la escalerita del cordón dorado y ocupamos las dependencias privadas del señor Bagur, quien permaneció sentado junto a mi hermano, Manu y el doctor.
Una vez en la habitación, el capitán quedó en camisa, corbata y pantalones, bajó su cremallera y sacó una enorme verga erecta que dejó allí a mi disposición mientras él apoyaba sus manos en sus caderas. Yo me hinqué en el suelo con mi vestidito de rosas rojas y con algo de esfuerzo saqué también sus bolas, muy grandes y colgantes y me las llevé a la boca. El pico dio un saltito. El pene del capitán era, si bien no muy largo, de un grosor considerable y la cabeza de forma de casco. Muy linda pichula.
La chupé con hartas ganas y entonces él terminó de desvestirse. Cuando quedó desnudo, me hizo pararme y él mismo me sacó el vestido sin dejar de repetir:
—Hija mía, qué feliz me estás haciendo. Te quiero tanto, mi amor.
—Papá… —le dije yo—. Me gusta tanto tu pichula.
El hombre casi acaba al escucharme hablar así y llamarlo de ese modo. Me besó sin violencia, pero con un ardor que pocas veces había sentido de esa manera.
—Hija… Laurita… Laurita mía —no se cansaba de repetir.
—Papá —insistí yo—, ¿me vas a culear?
—Sí, mi amor —te voy a culear. Vas a saber lo que es culearte a tu padre, hija de mi corazón —me respondió con la cara roja de excitación.
Y me culeó. Me la metió con un gesto en su cara que no puedo describir. Mezcla de deseo, desesperación, culpabilidad, todo al mismo tiempo. No duró mucho. Era demasiado el deseo contenido, pero no todo terminó allí.
Me pidió que me metiera a la cama con él y así lo hicimos. Él pasó un brazo bajo mi hombro y me besó la frente.
—Te quiero, hija mía —me susurró, y tomando mi mano en la suya la deslizó por su barriga peluda y la llevó hacia arriba. Yo, con suficiente experiencia en esas artes, tomé uno de sus pezones entre el dedo índice y el pulgar y tiré de él, amasándolo con la yema de los dedos y sacando gemidos ahogados de placer del militar.
—Laurita… —me susurraba con los ojos cerrados.
Me incliné sobre su pecho y tomé su pezón con mis dientes y lo tiré suavemente, para luego chuparlo con mayor fuerza. Me dediqué a uno y a otro por igual y aprendí rápidamente cuál de los dos pezones era más sensible.
—Papá —le murmuré—. Quiero estar siempre así contigo.
—Sí, mi amor. Sí, mi Laurita adorada. Papá siempre estará aquí para ti, mi amor —su mano en mi chorito y frotándome el clítoris.
Enseguida lo miré a los ojos y lentamente llevé mi mano a su verga escondida bajo las sábanas.
—Papá —le dije con voz apenas audible—. Quiero tu pichula, papito.
—Sí, mi amorcito, —chúpela, chúpela como aquella noche que entré a su pieza, ¿se acuerda? —su voz acariciando mi oreja.
—Sí, papi —dije yo, deslizándome bajo las sábanas para empezar con su cabecita primero y las bolas después.
—Laurita… Laurita —musitaba él mientras con los pies descubría las sábanas. En ese afán de sacarse las sábanas de encima se apareció ante mí por un breve instante el camino de pelos oscuros que llevaba a su posterior que ataqué abriendo sus nalgas y metiendo mi lengua sin aviso.
—¡Agghhh!, ¡Laurita, hija mía! —gritó el militar descompuesto ante tamaña muestra de depravación, sin embargo, no aguantó mucho tiempo la tensión y levantándose me puso al medio de la cama y de la forma más tradicional me la puso en el choro y empujó.
—Déjame culearte, Laurita, déjame culearte, mi amor. No le digas nada a mamá, amorcito, será nuestro secreto.
—Sí, papi, culéame siempre. Nunca nadie lo sabrá. Te amo, papito —hice yo mi parte, hablando en su oreja.
Me culeó en un acto de lujuria, pero también en un acto de amor vicario que, al menos por esa tarde, encontró el lugar y las personas idóneas para manifestarse en una realidad alternativa.
Al bajar al comedor nuevamente, ya habían pasado casi dos horas. El capitán me paseó por el comedor del mismo modo que lo hiciera antes el señor Bagur. Su rostro irradiaba orgullo y satisfacción y recibió felicitaciones de varios comensales por tan magnífica compañía. Mientras otros con sus señoras me miraban con ternura.
Me devolvió a mi mesa y me entregó a mi hermano deshaciéndose en elogios.
Fue un día perfecto para mí y aprendí un par de cosas nuevas.
Al retirarnos, mi hermano recibió tres sobres de manos del señor Bagur: uno de él mismo, otro del doctor y, tiempo después, me enteré que el tercer sobre, el del militar, contenía una suma exorbitante.
En los días y meses que siguieron se hizo rutina que el sexo fuera con mi hermano y con Manu. Las visitas al motel se hicieron frecuentes y eso a mí me encantaba. Culear con ellos era mi máxima satisfacción. A veces los recibía a los dos al mismo tiempo, otras veces a uno primero y al otro después, pero el sexo fue comúnmente de a tres. A esas alturas ya no había necesidad de esconder pulsiones, deseos, actividades opcionales. Éramos libres de hacer lo que nos nacía del alma y Manu especialmente fue siempre bastante creativo.
Mi adolescencia fue plena de sexo. También tuve otras historias, sin duda, y ellas contaban con el beneplácito de mis dos amantes. El único requisito era que yo debía contarles todo. Nunca me cansé de experimentar y nunca me cansaré de agradecer a mi hermano por la vida que viví junto a él. Aún hoy, con quien es mi actual marido, visitamos a mi hermano o él nos visita a nosotros y recordamos esos viejos tiempos.
Epílogo
Lo que he relatado sobre mi vida abarca el período de mi niñez principalmente. Podría continuar recordando muchísimas anécdotas de mi pasado, pero creo que este punto, el de mi primera menstruación y mi transformación en una adolescente es un buen lugar para concluir. Antes, eso sí, haré un pequeño recuento de lo que ocurrió con mi familia y mis hombres.
Mi padre nunca olvidó lo que estuvo a punto de pasar entre nosotros y en más de una ocasión lo volvió a intentar, pero nunca se dio la oportunidad de estar seguros y el riesgo de que nos descubrieran era demasiado alto para tomarlo, sin embargo, a veces cuando llegábamos a estar solos me acariciaba el culo o me daba un piquito en los labios que ambos sabíamos iba cargado de malas intenciones.
En los meses que siguieron vi varias veces al doctor y cada una de las visitas la terminábamos con una sesión de sexo. El doctor era un excelente amante y a mí me encantaba estar con él. A veces con Rigo y a veces solos.
Poco antes de mi primer período menstrual, a mediados de año, el señor Chambeyron se contactó con Manu pidiendo verme una vez más. Mi hermano arregló una visita a su casa. Quería poseerme antes de que dejara el mundo de “les enfants” como decía él. Esa vez fue solo entre él y yo y fue maravilloso porque yo llegué a profesarle un afecto muy sincero. Pasamos una noche juntos en su casa y ni Manu ni Rigo intervinieron, pero eso sí, no me dejaron sola.
El señor Champi me culeó por el choro y por el culo repetidas veces y dormimos abrazaditos los dos.
—“Adiós, señorita” —me dijo al despedirse con una lágrima en su rostro.
Él sabía que estaba despidiendo a la niña que fui. Esa vez, Rodrigo no aceptó retribución alguna.
A mediados de año llegó mi primer período y desde ahí el doctor me recetó anticonceptivos. En ese momento las sesiones de sexo terminaron abruptamente con él porque ya era “muy grande” para sus gustos. En adelante Manu y Rigo siguieron culeándome sin condón.
Mi cuerpo comenzó a cambiar aceleradamente, poco a poco iba ganando en estatura, me hice más rellenita, con más curvas y ¡al fin! me comenzaron a crecer las tetitas. Me fui haciendo mujer de la mano de mi hermano Rigo y de Manu.
Cuando ya estaba en el liceo, Rodrigo estrenó novia nuevamente, pero esta vez ya no me importó porque Manu estuvo siempre conmigo y yo estaba muy enamorada de él. Nos hicimos novios oficialmente cuando yo aún era una adolescente. Seguí teniendo sexo con Rigo y, a veces, con los dos al mismo tiempo, pero sabía que esta vez era Manu mi hombre principal. Cuando le conté a Rigo, solo me dijo que ya era hora de que oficializara la relación. También me preguntó si él quedaría fuera y yo le dije que no. Ni Manu ni yo queríamos que las cosas cambiaran en ese sentido.
En los años que siguieron, el campo de mi papá se modernizó más y más introduciendo nuevas maquinarias y tecnologías. Mis dos hermanos se encargaban de las labores y mi padre ya no trabajaba tanto.
Lucía tuvo un novio más, pero lo dejó cuando decidió ingresar a la universidad y convertirse en una profesional. Hoy vive con su marido y sus hijos en la ciudad y parece tener una vida muy plena.
Rorro vive aún con mis padres que ya están viejitos, pero no pierde oportunidad de hacerse acompañar por mocetones de buen ver. En ocasiones, Rigo tuvo que intervenir para que no llevara las cosas demasiado lejos en su empeño de estar bien servido, especialmente cuando se enredaba con algún trabajador.
Rodrigo se casó ya en su madurez y dejó el campo en manos de Rorro para asentarse en el sur. Mi hermano Roberto, a pesar de sus correrías sexuales, ha resultado ser un excelente administrador y todos los hermanos nos beneficiamos de ello al formar parte de la propiedad.
En cuanto a mí, me casé con Manu apenas me gradué de la universidad y hoy tenemos 2 hijos y una hija. Uno de ellos, el menor, es de mi amado hermano Rodrigo.
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El Secreto
1969 – 1971
Ajenos a los vaivenes del mundo, los dos jóvenes chapoteaban en el agua. Él había descubierto no hacía tanto ese lugar escondido a los demás. ¿Cuánto tiempo llevaban visitando ese lugar? No más de un mes realmente. Se habían conocido en una de las fiestas del pueblo, donde él llevaba los productos que producía la granja de su padre. Como tantos, estudiaba y trabajaba. 12 años, un niño para algunos, pero él debía ayudar a su padre y lo hacía con un sentido de responsabilidad inusual en un niño de esa edad.
La chica, de la misma edad, vivía en la ciudad, pero la habían enviado a pasar el verano con su madrina.
Se miraron, sonrieron, conversaron y de ahí en adelante se hicieron inseparables. Ella, hermosa, de piel blanca, cabellos castaños, ojos pardos. Él, de piel bronceada por el sol, ojos del color de la miel y un cuerpo adolescente que anunciaba los músculos que origina el trabajo en las chacras.
Él nunca había llevado a nadie a ese remanso secreto, era su lugar privado, pero ella era especial, vaya que sí lo era. Y la llevó. Allí se dieron el primer beso. Allí descubrieron ambos el poder de la pasión recién aprendida, el poder atávico del sexo incondicional y sin culpas. Una especie de versión austral de la revolución de las flores que en ese mismo instante ocurría en lugares ignotos.
Cuando terminó el verano, la chica volvió a su ciudad. Sin embargo, quiso el destino que tres meses después volviera, obligada por su vientre y por sus padres. Ellos encontraron en el campo el mejor lugar para esconder la ignominia y para que la deshonra no los alcanzara y llegaron a un acuerdo con los padres del chico.
Seis meses después, una niña vio la luz del mundo en el cielo diáfano del estío. Hermosa, de ojos vivaces. La chica volvió a su vida y la criatura encontró un hogar. La llamaron Aurora.
Fin
Torux
EXCELENTE todos los relatos,genial la redaccion y muy cachondo todo el concepto de una niña caliente
Felicidades
Gracias, megustanchamacas.
Pero que pedazo de serie tan genial, Aurorita, un ángel perverso y cochinito que levantaría hasta un muerto, y la revelación del epílogo, la perfecta guinda del pastel.
Gracias, villentretenmerth, me alegro que te haya gustado.
Te felicito por el desarrollo de la trama, que fue de menos a mas, pero sobre todo por el gran talento que demuestras para escribir, he disfrutado como no tienes idea las aventuras del personaje principal, asomándome como un espectador a ese maravilloso mundo que has creado y lo que más me gusta es que tus relatos no decaen en calidad narrativa.
Muchas gracias, Regio67.
A parte de otros de tus relatos, he leído con mucho agrado y excitación la historia de Aurora. Debo felicitarte no solo por el desarrollo del relato, la trama y el desenlace final, coronado por el sorprendente secreto, sinó por la cuidada redacción y la calidad de la escritura. Encontrar aquí alguien que se moleste en escribir bien, en estructurar las ideas, en adornar con detalles y en mimar el lenguaje y la ortografía no es fácil. ¡Muchas gracias!