Aurora – Capítulo I
Recuerdos de la especial relación de una niña y su hermano mayor..
Me llamo Aurora y nací en 1971. Ya pronto cumpliré 50 años. Mi hermano Rigo hoy tiene 63 y vive en el sur. Esta historia relata la especial relación que ambos tuvimos en mi niñez y adolescencia y un secreto familiar.
Siempre fui la preferida de mi hermano. Entre él y yo hay un hermano y una hermana más, Roberto y Lucía. Pero yo fui el concho y tal vez por eso él se encariñó mucho conmigo. Para mí Rigo era un héroe, lo veía tan guapo, tan masculino y siempre tan seguro de sí mismo que yo buscaba en todo momento estar con él. Compañía que él nunca me negó. Mis primeros recuerdos de él son de cuando nos escapábamos al río con el resto de los hermanos. Vivíamos en el campo, éramos niños sanos, de otra época, en la que la naturaleza era parte de nosotros. Rodrigo en esos años debe haber tenido unos 18 años ya. No había terminado la escuela porque el papá necesitaba de su ayuda en las chacras, pero sabía leer muy bien y las matemáticas se le daban con una facilidad que le permitía ayudarnos al resto de los hermanos con nuestros deberes. Las idas al río eran, por lo general, los sábados o domingos, ya que durante la semana, los dos hermanos mayores ayudaban a mi papá en el campo.
¡Cómo esperábamos que llegara el fin de semana! Lucía y yo nos preparábamos para ese día. Llevábamos un canastito con cocaví y pasábamos allí prácticamente todo el día. Mi mamá nos hacía trajes de baño con la máquina de coser, pero los niños solo se quedaban en slips, a ellos no les importaba nada. Sólo llegábamos a nuestro escondite favorito y ya antes de llegar ellos se sacaban los pantalones, la camisa y los zapatos y se tiraban al agua.
Yo siempre estaba pendiente de mi hermano cuando él se sacaba la ropa porque lo encontraba tan atractivo. Su piel mate, bronceada con el sol, su pecho velludo y con pelitos bajo los brazos y las piernas… ¡oh!, las piernas de mi hermano eran mi adoración. Musculosas, fuertes, muy peludas; a mí me encantaba sentir sus pelitos con mis manos, las acariciaba en nuestros momentos secretos. Porque nosotros teníamos nuestros momentos secretos. En esos no participaban ni Roberto ni Lucía, solo éramos Rigo y yo. Otro momento que yo esperaba era cuando mis hermanos salían del agua y le podía ver el pene a mi hermano mayor porque el slip se traslucía al estar mojado. Lucía también lo miraba.
Al principio, los momentos secretos no eran tan secretos, sino que eran los ratos que Rigo pasaba conmigo, ya sea leyéndome un cuento o conmigo sentada en sus piernas y recostada en su pecho mirando las estrellas. Él me enseñaba los nombres de las constelaciones. Con él aprendí a identificar la Cruz del sur, las tres Marías, la constelación de Sagitario y muchas más. Mi hermano era un hombre muy inteligente, aunque su instrucción formal haya quedado trunca.
Según mi mamá, Rodrigo siempre se ocupó de mí, de hacerme dormir cuando era bebé, de bañarme, de vestirme, realmente era como un papá aun a su corta edad. Y yo lo veía así. Era mi mundo. En tanto, con mi hermano Roberto, mayor que yo en nueve años, no ocurría lo mismo. Le decíamos Rorro, y él era más cercano a Lucía, cinco años mayor que yo. Éramos de edades muy distintas, en realidad, pero aún así nos divertíamos juntos.
Puede que esa cercanía también haya tenido que ver conque mi hermano dejó de estudiar a los 16 y mis hermanos seguían yendo a la escuela, mientras que yo era muy chica aún para asistir, así es que en ese período de dos años más o menos, antes que yo entrara a la escuela, éramos mi mamá, él y yo en la casa cuando no estaba ayudando a mi papi en el campo.
Esos eran los días en que lo tenía para mí. Ya grandes, Rigo me contó que yo lo buscaba y que era muy insistente, siempre estaba pidiéndole que se sentara conmigo y que a mí me gustaba tocarle las piernas Eso sí lo recuerdo, lo hacía siempre. Lo que no recuerdo, pero Rigo sí me lo ha contado es que a él se le paraba cada vez que yo me sentaba a caballito en él; según él, a mí me gustaba mucho jugar ese jueguito de saltar en sus piernas y que era imposible que yo no sintiera la dureza de su miembro, pero él nunca se aprovechó de eso. En realidad, la que lo inició todo, fui yo.
Hubo un tiempo en que me iba a su dormitorio, cuando los demás hermanos ya se habían marchado a la escuela y él aún no se iba al campo. En esos momentos me gustaba meterme a la cama con él y acariciar su barriga. Era muy agradable para mí sentir sus pelitos y jugar con ellos. Hasta que una mañana seguí bajando más y más con mi mano hasta que toqué su pico paradísimo, por primera vez. Él abrió los ojos, se puso de costado frente a mí y con su cara apoyada en su brazo, me dijo:
—¿Qué quiere, mi niña?
—Quiero jugar —le dije yo, con una sonrisa pícara en la cara.
¿Cuántos años tendría? No más de 6 seguramente. Sentía su pico caliente en mi mano y él no hacía nada. Solo me miraba. Luego, lentamente se comenzó a mover. Sus caderas hacían que el pico se moviera en un vaivén en mi mano. Yo tomé sus bolas en mis manos.
—Chiquita… —me dijo, sin agregar palabras a lo que estaba pensando. Luego se puso de espaldas y yo apoyé mi cabeza en su barriga mientras con mi mano derecha no soltaba la verga de mi hermano.
Me acarició el pelo, sus dedos se deslizaban suavemente por mi cuello en una caricia deliciosa.
Eso fue todo. Él se levantó de repente y me dijo:
—Tengo que ir donde el papá —Luego se inclinó y me dio un beso en la frente. Con su brusco movimiento yo ya había soltado su verga.
Salió de la cama desnudo, con la verga enhiesta. Ni siquiera me miró, solo se vistió con un short, una polera y se fue.
Yo no sabía realmente de dónde nacía ese deseo de estar con él. Hoy, de adulta, sé que a esa edad yo ya lo deseaba, quería sentir su cuerpo, pero no sabía por qué.
Eso se repitió varias veces, pero un día me dijo que no lo hiciera más porque a mi mamá no le gustaba que fuera a dormir con él. Allí aprendí que lo que hacíamos tenía que permanecer en secreto. De allí nacieron nuestros “momentos secretos” que, en realidad eran cualquier momento en que yo lo tocaba y él se dejaba. Así, nuestros ratos en las tardes en que mirábamos las estrellas y estábamos relativamente solos y tranquilos, yo metía la mano en su pantalón y me mantenía así, con mi mano agarrando su falo, nada más. Se le paraba, por supuesto que sí, pero él no me obligaba a hacerlo. Era yo quien no podía evitarlo y quería siempre tenerlo agarradito de ahí.
—Es una cochinita Ud., mi amor —me susurraba a veces, sonriendo—, pero yo sabía que eran palabras de cariño.
Así las cosas, uno de esos días sobrevino la tragedia. No, no una tragedia de verdad, pero sí lo fue para mí. Rodrigo había empezado a salir mucho en las tardes y volvía a la casa de noche por lo que habíamos interrumpido nuestros momentos de mirar las estrellitas como a mí me gustaba. No entendía por qué, pero un día llegó a la casa con una chica, morena, de pelo muy negro y de sonrisa fácil. Estuvieron juntos en “nuestro” lugar esa tarde y yo quise estar con mi hermano, pero él me rechazó:
—Vaya para adentro, Aurorita —me dijo.
—Pero yo quiero estar contigo —le dije yo, a punto de llorar.
—Ahora no, después —me dijo—, mientras la chica solo sonreía y se colgaba del brazo de él.
Ufff, cuánta furia sentí en ese momento. Deseé que la niña se muriera en ese mismo instante y que Rigo fuera corriendo a ofrecerme disculpas, pero no fue así. Los dos se quedaron conversando y no me hicieron más caso.
De ahí en adelante, cada vez que Rigo quería hacerme un cariño, yo lo esquivaba; estaba furiosa con él. Un día mi mamá en el almuerzo dijo:
—Lo que pasa es que la niña está celosa, porque el Rigo tiene novia.
Cuando escuché eso, rompí en llanto, pero un llanto furioso, lleno de rabia. Rodrigo se paró para calmarme y yo le tiré la cuchara con sopa en el pecho. Mi mamá tuvo que tomarme en brazos y llevarme a mi pieza.
—¿Por qué está así, Aurorita? —me preguntaba. Yo más lloraba. Un llanto con hipo, no quería escucharla, no quería que nadie se me acercara. Pero un rato después mi mamá me calmó con mucha paciencia. No sé qué pensaba mi mamá de todo eso, pero creo que lo achacaba a que yo era muy unida a mi hermano.
A la hora después Rodrigo fue a mi pieza y se sentó a un costado de mi cama. Me hizo cariños en el pelo y me acarició la cara.
—¿Se siente mejor, mi niña? —me dijo, preocupado.
—No quiero que tengas novia —le dije yo, todavía amurrada.
—Pero mi niña preciosa, yo soy un hombre y quiero tener novia.
—Pero yo soy tu novia, yo soy —le dije con aire taimado.
—Chiquita, mi preciosura, claro que Ud. es mi novia también, pero una novia más especial. Ud. es mi noviecita secreta, ¿sí?
—¿Por qué? —repliqué.
—Porque lo que tenemos tú y yo es muy lindo y nadie más tiene que saberlo —me murmuró en la oreja.
—Eso me reanimó —Sentí que era verdad lo que me decía, que él y yo teníamos algo secreto y muy bonito.
—¿Ya?, ¿Se le pasó? —me dijo luego, estirando sus brazos.
—Yo me levanté y me senté a horcajadas sobre él. Lo abracé y apreté mi carita en su cara recia y áspera. Luego le di un besito en los labios y le dije:
—Yo quiero ser tu novia, ¿sí?
Él solo me aferró con sus brazos y me dio otro besito en los labios y me dijo:
—Sí, mi amor, Ud. será mi noviecita también.
La verdad, en ese momento me sentí bien porque estaba en sus brazos y sentía su olorcito y su calor. Pero ese “también” todavía no me convencía mucho.
En los días que siguieron, Rodrigo siguió llegando tarde y los fines de semana casi no pasaba en la casa, pero al menos, no llevó más a su novia a la casa.
Pronto llegó el verano y hubo mucho trabajo en la chacra y mi hermano pasó más tiempo en la casa. Yo seguía pegada como lapa a él cada vez que podía, pero él no se quejaba, aceptaba todas mis malcriadeces.
ω ω ω ω ω ω ♥ ω ω ω ω ω ω
Nunca fue necesario que nadie me explicara para qué servía el pene. Ya dije que éramos chicos de campo, veíamos a diario a los animales aparearse; desde cerdos, patos, perros, caballos. Yo como niña curiosa le preguntaba a mi hermana por qué hacían eso y ella me decía que era una tonta. Pero no me explicaba más. Un día que vi unos perros “pegados”, como decíamos en esos tiempos y se me ocurrió preguntarle a mi hermano Roberto:
—Rorro, ¿por qué los perros están pegados?
—Porque estaban “cachando” —me dijo.
—¿Y qué es cachar?
—Es cuando el perro le mete la pichula a la perra para tener perritos.
No entendí de inmediato a qué se refería, pero se me quedó grabada esa palabra: “pichula”. Y tuve la pésima ocurrencia, un día en el almuerzo, de contarle a mi mamá, delante de mis hermanos y mi papá que la “Blanquita” iba a tener perritos.
—¿Y cómo sabe Ud. eso? —preguntó mi mamá.
—Porque el “Káiser” le metió la pichula —respondí yo.
¡Mi papá se atoró con el caldo y comenzó a toser!, y mi mamá me tomó de un brazo y me llevó a la cocina. Yo le conté que el Rorro me había dicho porque no encontraba que fuera nada malo. Mientras tanto, Rodrigo me contó después que el papá los retó a todos por enseñarle palabras cochinas a la niña.
Ese día aprendí que hay palabras que solo se dicen en privado.
Días después:
—Rorro, ¿todos los animales tienen pichula?
—Los machos sí, las niñas como tú tienen choro.
—Ahh… ¿y tú qué tienes?
Esta conversación la teníamos en el patio donde le dábamos de comer a las gallinas. Y Rorro viendo que no había nadie cerca se bajó el short y me dijo:
—Mira, esto tengo. Esto es una pichula —me dijo.
Y ese fue el primer pene que vi. Recordé todas las veces que, sin verla, había tenido la de Rigo en mi mano. Tal vez por eso, la de mi hermano Rorro la encontré chica, pero no le dije nada. Lo que sí se me ocurrió es que tenía que vérsela a Rigo. Pero en el verano mis hermanos no iban a la escuela y por lo tanto, ya no podía ir a acostarme en las mañanas con él porque estaba mi hermano Rorro en la pieza. Pero como a Rigo le gustaba cabalgar, un día le pedí que me llevara a pasear en caballo y él accedió. No sé por qué nunca se me había ocurrido antes y tampoco recuerdo qué pasó con su novia. Seguramente el romance se acabó y yo ni me enteré.
Al principio Rigo me llevaba en el caballo sentada de costado detrás de él y yo me abrazaba a su barriga y le hacía cariño, pero no me alcanzaban los brazos para agarrarle el pene que era lo que yo quería, así que muy pronto le insistí en que quería ir adelante. Cuando iba adelante, también me ponía sentada de lado, pero eso me permitía meter mi mano y tomarle pene entre mis dedos. Él no me decía nada, sabía que yo no desistiría de eso que ya se me había hecho costumbre.
Un día le pregunté:
—Rigo, ¿por qué se te pone tan grande la pichula?
—Porque le da gusto que la tengas así, agarradita —me contestó.
—¿Y puedo verla? —insistí.
—Las niñas no deben hacer eso —me dijo—. Cuando estés más grande.
—¿Me la vas a mostrar cuando esté más grande?
—No, yo no. Cuando tengas novio él te la va a mostrar.
—¡Pero si tú y yo somos novios!
—¡Ay, Aurorita!, ¡Qué voy a hacer contigo!
—¿Me vas a mostrar la pichula?
—No —me dijo con la pichula palpitante en mi mano
En ese momento, recuerdo claramente que mi mano estaba mojada con los jugos que segregaba mi hermano. La saqué y me la llevé a la boca para chuparme los dedos.
—¡Qué haces! —exclamó mi hermano.
—Se siente rico —expliqué.
Mi hermano entonces enfiló río arriba a un lugar que yo no conocía y al llegar a un lugar con árboles dejó allí el caballo y me llevó a un sector muy escondido y me sacó la ropita para que nos bañáramos. El también se sacó la ropa quedando en slip. Yo quedé totalmente desnuda y totalmente feliz. Nos metimos al agua y él me sujetaba por la cintura en la parte más honda.
—Aurorita —me dijo de repente—. ¿Le gusta mucho mi pichula?
—Sí —le repliqué.
—Se la voy a mostrar, pero nadie tiene que saberlo, nadie, ni el Rorro, ni la Luchi, ni la mamá ni el papá ni nadie, ¿Ok?
—Bueno, juro que no le voy a decir a nadie —le aseguré yo.
Entonces me llevó a la orilla y él ya se había sacado el slip en el agua y tenía la pichula grande, pero no dura. Se recostó a orillas del río y puso un brazo sobre sus ojos y me dejó a mí contemplarlo. Esa fue la primera ocasión en que realmente lo vi completamente desnudo. Su pene era muy distinto al de mi hermano, era un pene de hombre, grande, gordo, con bolas peludas y el pelo le llegaba por debajo de las bolas y se le metían en el culo. Yo tomé su pene entre mis dedos porque quería ver cómo se agrandaba, como en nuestros “momentos privados”, pero ahora mirándolo directamente. Y eso pasó. El falo de mi hermano que ya lacio era grande, se transformó en una verga enorme para mis ojos de niña. Entonces él me tomó de la cintura y poniéndome sobre su cuerpo me puso el pene entre mis piernas y me dio besitos muy ricos.
—Esto hacen los novios —me dijo.
—¡Qué rico! Me gusta que seamos novios —le contesté riendo.
Por un rato no muy largo estuvo metiendo y sacando el pene de entre mis piernas y de pronto me dio vuelta rápidamente y me puso de espaldas en la arena fría. Él se hincó frente a mí y con gran sorpresa de mi parte eyaculó en mi chorito y mi estómago. Lo vi todo. Su cara cambió, parecía que le dolía algo y se quejó fuerte y después tomó mis piernecitas y abriéndolas en el aire me chupó la leche que tenía en el chorito y me gustó mucho porque me dio una cosquillita. Después me miró y acercando sus labios me abrió la boca y me metió la lengua y la leche.
Así empezaron nuestros “momentos privados” de verdad. Esos en que aprendí el mundo del sexo.
En ese punto mi hermano ya era grande y tomaba decisiones en la casa. Trabajaba harto y también había comenzado a beber con los amigos de mi papá. Es decir, ya lo consideraban un hombre, aunque solo tenía 19 años y yo seis. Al terminar el verano tendría que ir a la escuela y eso me gustaba mucho, estaba impaciente.
La siguiente vez que fuimos a ese lugar escondido debe haber sido como una semana después. En esa ocasión no nos metimos al río de inmediato, pero sí nos desnudamos o, más bien, Rigo me sacó toda la ropita y luego se desnudó él.
Esa vez me dijo que me iba a enseñar lo que hacen los novios. Yo me sentía muy especial y aunque no estaba preparada para lo que vino, tampoco fue traumático ni nada. Esa vez me sentó en su cara y me comió el choro. Me gustó muchísimo lo que hizo, pero después me dijo que le chupara la pichula y eso ya no me gustó tanto:
—¡No quiero que te vayas a hacer pichí en mi boca! —le dije. Y quizás qué cara puse porque él le dio mucha risa eso. Enseguida me dijo:
—No, mi tontita, no me voy a hacer pichí en su boquita, pero quiero que la chupe porque eso me va a dar un gustito a mí y Ud. va a aprender a sacarme la leche que me salió el otro día, ¿se acuerda?
—Sí.
—¿Y se acuerda que yo se la di en la boquita cuando le di besitos?
—Sí.
—¿Y le gustó?
—Sí.
—Bueno, entonces ahora va a sacármela directamente del pico y se la va a tomar, ¿ya? Eso es lo que hacen las novias.
Eso fue suficiente para convencerme, yo a toda costa quería ser su novia y hacer todo lo que hacen las novias para que él no tuviera que buscar otra. Ahora me sorprendo de lo precoz que era mi forma de pensar a esa edad.
Se la chupé, al principio, no sabía que no la tenía que tocar con los dientes, pero poco a poco mi hermano me fue enseñando: a chupar la puntita primero, a pasar la lengua por el tronco y por la cabeza, luego a irla tragando despacito para no ahogarme, a succionarle los juguitos que secretaba y que a mí realmente me encantaban. Me enseñó a jugar con sus bolas, a darle besitos y a no tener asco por nada de esas cosas. Menos mal porque cuando eyaculó en mi boca, aunque me avisó, me asustó. Pensé que se estaba haciendo pichí y quise retirar la boca y él no me dejó. Me tomó de la nuca y solo me decía:
—¡Trágala, trágala toda! Es la leche que el novio le da a la novia.
Y la tragué, pero igual un poquito se me salió de la boca y él la tomó en un dedo y me la mostró.
—¿No ve que es la misma leche del otro día? —me dijo—. Y yo le tomé el dedo y se lo chupé. De ahí en adelante me transformé en una experta en chuparle el pico a mi hermano. Le saqué la leche, no solo en el lugar escondido, sino que en muchas otras partes, incluida la casa.
Cada visita al lugar escondido era algo nuevo que aprendía. Al finalizar el verano creo que había aprendido hasta las cosas más perversas que se le ocurrían a mi hermano. Aprendí, así de chiquita, a chuparle el culo peludo. Él cuidaba de estar siempre muy limpio y eso lo hacíamos después de bañarnos en el río. Me hacía meterle un dedo también mientras él se masturbaba. También aprendí a recibir un dedito ensalivado en el culito y poco a poco fui tomándole el gustito a eso. En el chorito solo me metía la lengua y me chupaba el clítoris, aunque en esa época no sabía que se llamaba así. Me decía que un día me metería la pichula ahí, pero que tenía que estar más grande. A mí me causaba curiosidad.
“¿Cabría la pichula ahí?” —pensaba.
Torux
Rico relato, muy caliente, muy real, sobre todo por la convivencia que recuerdo se estilaba en esa época, tengo 58 años y me trae muchos recuerdos morbosos
Esperando más capítulos! 😉
muy rico, pero sobre todo muy real, espero el siguiente
Gracias por sus comentarios, chicos.
Muy buena historia por favor sigue es excelente el punto de vista de una niña caliente
se siente muy real el relato me fascinó.. esperemos la continuidad.. felicitaciones!!!
Hola soy Natalia, y me encanto tu relato. me calentó tanto que le hable a mi tío para recordar viejos momentos, cuando me inicie con mi tío a los 9 años. saludos besos, y me gustaría que estuviéramos en contacto