Aurora – Capítulo II
Recuerdos de la especial relación de una niña y su hermano mayor.
Cuando comencé a asistir a la escuela, alcanzamos a ir los tres hermanos menores: Rorro, Lucía y yo, pero Rorro iba a un liceo de niños grandes.
Para mí fue una experiencia que me gustó mucho. Venía del campo y no tenía tantas amigas, pero en el pueblo, vivían muchos niños y eso me gustó. Esperaba con ansias el recreo para jugar a saltar el elástico, o al luche.
Mis “momentos privados” con mi hermano se redujeron. Se me abrieron otros horizontes y aunque todavía estaba interesada, también tenía otros intereses. Rodrigo nunca me obligó a nada, dejaba que yo tomara la iniciativa si algún día quería estar con él. Eso sí, siguió preocupado de mí, me revisaba todos los días mis deberes, al igual que a mis hermanos.
A veces se sentaba conmigo en el patio y me decía:
—¿Cómo está mi princesita?, ¿cómo se ha portado?
—Bien, le decía yo, y le contaba todo lo que hacía en el colegio. Él se alegraba mucho de que estuviera haciendo amigos y me aconsejaba no descuidar mis tareas. A veces yo notaba que su pichula se le paraba cuando me tenía sentada, pero nunca me obligaba a nada, a menos que yo se lo pidiera. En ese tiempo habíamos creado una especie de código para cuando yo quisiera chupárselo o hacer otras cosas. Consistía simplemente en que yo le apretaba el dedo medio. A veces lo hacía. Había días en que por mucho que me divirtiera en la escuela extrañaba estar de “novia” con mi hermano y ahí iba y le tomaba del dedo y él no decía nada; seguía con lo que estaba haciendo, pero yo sabía que buscaría un momento para estar conmigo. A veces me llevaba él mismo al pueblo a caballo a hacer alguna compra y en algún rinconcito escondido me dejaba chuparlo hasta sacarle la leche.
Un evento ocurrió ese año. Un día llegaron dos señores en camioneta. Ellos eran gente del gobierno que tenían que ver con títulos de dominio y querían hablar con mi papá. Mi papá estaba trabajando en el campo con mis dos hermanos y mi mamá que estaba ocupada con Lucía en la cocina les indicó dónde lo podían encontrar. Entonces, los hombres le pidieron si podían llevarme a mí para que les indicara el camino y mi mamá aceptó. ¡Bendita inocencia de aquellos años!
Los hombres subieron a la camioneta y uno de ellos se corrió hacia el centro y me subió al lado de la ventana. Nada más avanzar unos metros me levantó y me sentó en sus piernas como hacía mi hermano.
—¿Qué te parece esta muñequita! —le preguntó el hombre al que conducía.
—Una hermosura —replicó el hombre—. ¿Cómo te llamas? —agregó.
—Aurora —dije yo.
—Hola, Aurorita. Yo me llamo José y él se llama Arturo.
—Arturo, el que lo tiene duro —dijo el hombre que me llevaba sentada en sus piernas y ambos rieron.
En eso, el hombre llamado Arturo metió un dedo entre el borde de mi calzoncito y me tocó el chorito y luego lo sacó y lo pasó por su nariz.
—¡Ah!, ¡qué rico! —exclamó—. Huele sabroso. Toca —se dirigió al chofer quien extendiendo un brazo también me puso el dedo en el chorito, frotándolo un poco para luego sacarlo y chuparlo.
—¿Sabes qué es esto? —me preguntó Arturo mientras me frotaba en su pene.
—Sí —respondí yo—. La pichula.
En ese momento detuvieron la camioneta y se miraron.
—¿Y cómo sabes? —me preguntaron.
—Porque sí —respondí recordando de pronto que mi hermano me había enseñado que no le debía decir a nadie de lo que hacíamos él y yo.
—José, el conductor, me tomó la mano y me hizo tocarle el pene que ya tenía afuera. Era un pene grande con pelos rubios y cabeza colorada, no era como el de mi hermano, pero cuando lo comencé a pajear dijo:
—Está entrenadita.
—Uuuy, y yo que no quería salir a terreno… —respondió Arturo.
Luego se bajó de la camioneta y con la puerta abierta, se paró con el pico hacia dentro. Arturo se bajó los pantalones hasta las rodillas dejándome verle las bolas muy rosadas y también con pelos rubios. También se las chupé como había aprendido con mi hermano y eso parece que le gustó mucho porque inspiró aire entre los dientes y dijo:
—¡Claro que está entrenadita!
Después de que bebí la leche de ambos. Continuaron el camino y los llevé a donde estaba mi papá.
El primero que nos vio fue mi hermano. Que se quedó mirando y cuando me vio se acercó para saber de qué se trataba. Los hombres le explicaron que le habían pedido a mi mamá que yo los guiara porque necesitaban conversar con mi papá y eso hicieron. Mi hermano se quedó conmigo, pero algo había en su actitud que no acertaba a comprender. Me preguntó si los hombres me habían hecho algo y yo le respondí que no. Creo que era la primera vez que le mentía a mi hermano y no me gustó la sensación.
Años después, me confesó que sospechó algo al ver a uno de los trabajadores del gobierno con la cremallera a medio cerrar y porque yo aún tenía una manchita de semen en el vestido.
Ese acontecimiento me enseñó otra cosa; que a los hombres les gusta que le chupen el pico y que podía hacer feliz a muchos con mi talento. Pero aparte de mi hermano, no hubo ninguna otra hasta avanzado el año.
Poco tiempo después mi hermano se construyó una pieza fuera de la casa, lo que tenía a Rorro muy contento porque así tendría el dormitorio para él solo. Yo también estaba contenta porque adivinaba que si Rigo tenía su propia pieza yo podría pasar más tiempo con él. Mi papá y varios amigos de ellos lo ayudaron en eso por lo que la pieza estuvo lista en muy poco tiempo. De ahí en adelante, Rigo no se veía tanto por la casa, pero iba a almorzar y a cenar todos los días. Parece que mi mamá le había hecho prometer que no se alejaría de la casa. Al final construyeron dos piezas muy bonitas en un extremo del terreno de mi papá. Un amigo carpintero le construyó una cama muy grande y muy cómoda y de a poco fue agregando cosas. Una de las piezas la transformó en una especie de living o recibidor con libros y cosas de él que no habría podido tener en la pieza compartida con mi otro hermano. Rigo se veía feliz.
—¿Te gusta, princesita? —me preguntó cuando estuvo lista.
—¡Sí! —respondí con entusiasmo tirándome luego a la enorme cama y quedarme mirando el techo.
Rodrigo se sentó a un costado y me miró. Con una mano acarició mi cara y apartó un mechón de pelo de los ojos, luego se inclinó sobre mí y me besó.
—Princesita —me susurró—. Te quiero.
Cuando me dijo eso, a pesar de mi corta edad, sentí que había una tristeza en él. Sus ojos color miel me miraron con una intensidad que no le había visto antes y me dio miedo.
ω ω ω ω ω ω ♥ ω ω ω ω ω ω
Mi primer año en la escuela fue todo un éxito para mí. Aprendí a leer y a escribir. Hice amigos y me convertí en una niña más sociable. Los profesores de la escuela estaban encantados conmigo y así se lo hicieron saber a mi madre quien también se notaba muy orgullosa. Mi padre decía que había sacado su inteligencia, ja, ja.
A mediados de año, Rodrigo nuevamente tenía novia. Esta vez no me enojé tanto por algo que me dijo:
—Princesita, Ud. ha sido mi noviecita por más tiempo que ella y desde mucho tiempo antes, así es que no se enoje, ¿ya? Ud. siempre será la primera. Y me dio un besito.
Yo seguí aprendiendo cosas nuevas y creciendo más y más.
En el invierno, en un día de lluvia pasó algo muy bonito. ¡Cayó una gotera en mi cama! Cuando me desperté, la cama estaba toda mojada y mi mamá me acostó con Lucía, pero las camas nuestras eran de una plaza y Lucía dormía toda atravesada. Entonces se me ocurrió pedirle a mi mamá si podía ir a dormir con Rigo. ¡Y aceptó! Fue donde Rigo y en unos minutos iba bien tapadita en los brazos de mi hermano hacia su cama. Esa fue la primera vez que dormimos juntitos y ¡me gustó tanto! Me sentí muy importante de dormir con mi hermano pegaditos los dos. En todo momento le tuve sujeta la pichula con mi mano como a mí me gustaba. Mi hermano se reía de mi obsesión, pero en el fondo le gustaba porque se le ponía súper duro. Hasta ese momento nunca él me había pedido algo o provocado para hacerme algo, pero esa vez, me preguntó en voz muy bajita:
—¿No la quiere chupar?
—Bueno —contesté y metiéndome bajo las sábanas le di un mamón que lo dejó suspirando fuerte. Ya entonces sabía lo que a él le gustaba, él mismo me había enseñado así que mientras le chupaba el pico, le metí un dedito en el hoyo. No aguantó mucho rato sin venirse en mi boca.
—¡Qué tremenda eres, princesita! —me dijo—. Ni mi novia me lo hace tan rico.
Eso no me gustó porque significaba que con su novia hacía las mismas cosas que hacía conmigo y yo quería ser única. Él, perspicaz como era, notó mi cambio de ánimo y me preguntó qué me pasaba. Yo le dije:
—¿A tu novia le dices las mismas cosas que me dices a mí?, ¿hacen lo mismo?
—No, princesita —me contestó—. Con ella me doy besos y le meto la pichula ahí —y me tocó la conchita—, pero nadie me chupa la verga como Ud. y ella no me da besitos en el culo. Eso solo lo hace Ud., mi bebé. Ud. es la mejor.
—Ah, ¿Y por qué mejor no….?
Iba a decir “no la dejas”, pero no me dejó terminar. Me subió a su pecho y me comió a besos y luego me puso como la cucharita chica pasando el miembro entre mis piernas y así nos dormimos bajo el golpeteo de la lluvia en el techo.
En octubre mi hermano cumplió 20 años y lo celebró con amigos y con su novia. Se fueron al pueblo y a medianoche llegó solo y curado a la casa. Mi mamá estaba intranquila porque aunque el pueblo era tranquilo, le temía a los militares que patrullaban en las noches y procuraba que todos estuvieran en la casa antes de medianoche.
Yo pocas veces había visto así a Rodrigo. Estaba muy feliz. Invitó a mi papá a tomar a su pieza y mi papá fue y luego llegaron otros amigos de mi papá y de mi hermano. Todos estaban en la pieza de Rodrigo. Yo no podía ir para allá porque mi mamá me lo dejó clarito:
—¡Nada de ir a meterse donde están los hombres! —me dijo con voz autoritaria.
Cuando Lucía se durmió yo seguía despierta. Me hubiera gustado ir donde mi hermano, pero me habría retado él y mi papá. Así es que decidí dormir también. A la mañana siguiente teníamos escuela. Esa mañana no vi ni a Rodrigo ni a mi papá. Cuando volvimos en la tarde, en la casa había un ambiente extraño. Mi mamá se notaba enojada y mi papá estaba muy callado. A mí nadie me iba a contar nada así que yo fui a preguntarle a Rigo. Él tenía que saber, pero no quiso decirme nada, solo dijo que la mamá se había enojado porque él había tomado mucho.
Años después supe la verdad. La mamá había ido a buscar a mi papá en la mañana y se había encontrado con Rodrigo, papá y dos amigos más junto a dos mujeres, todos desnudos. ¡Habían tenido una orgía!
En enero yo cumplí 7 años y me hicieron una fiesta en la casa y yo invité a mis amigos de la escuela, aunque no todos fueron porque tenían que ir al campo donde yo vivía, pero de todas maneras tuve varios invitados además de mis hermanos. Rodrigo me compró un vestido muy bonito, además de libros y una muñeca que parecía un bebé que abría y cerraba los ojitos azules. En la tarde me llevó a su pieza y me mostró algo más que me había comprado, pero me dejó claro que ese regalo lo guardaría él y nunca saldría de su pieza. Yo intrigada, corrí a abrir la cajita con el regalo, pero no supe qué era. Dentro de la caja había 3 objetos como velas azules, uno pequeño, uno mediano y uno más grande. Yo miré a mi hermano sorprendida.
—¿Qué son? —pregunté.
—Princesita, ¿Ud. quiere ser completamente mía?
—¡Sí! —se me iluminó la cara.
—Bueno, esto es para comenzar a prepararla.
—Pero… ¿prepararme?
—Sí, mi amor. ¿Se acuerda cuando me preguntó qué hacía yo con mi novia?
—Sí.
—¿Y qué le respondí yo?
—Que le dabas besitos y le ponías la pichula aquí —repliqué tocándome la conchita.
—Exacto. Y dígame ¿alguna vez yo le he metido la pichula por ahí?
—No
—¿Y por qué no?
—¡Porque no me cabe!
—Exacto, mi amor. Con esto yo la voy a preparar para que esta que tengo aquí —agarrándose la pichula— pueda entrar aquí sin que le duela.
—¡Oh! —exclamé tratando de comprender—. Y en ese momento, mirando nuevamente los objetos, me di cuenta para qué eran.
—Vamos a practicar con estas pichulitas de mentira primero y cuando ya le entren todas vamos a probar con la mía, ¿sí? —me susurró, caliente de solo pensarlo.
El segundo año de escuela fue de incesante práctica con los consoladores. Cada vez que podía arrancarme a la pieza de Rodrigo me bajaba los calzones y trataba de metérmelos. Rigo me había enseñado que primero debía ponerme una cremita que tenía siempre en el velador, luego ponerle al consolador y después de intentar tenía que limpiarme el chorito para no dejar rastros de aceite en el calzón. Todo eso lo hacía meticulosamente.
Afortunadamente mi mamá nunca me prohibió visitar a mi hermano en su pieza. Entre otras cosas, porque mi hermano solía dejarme hacer las tareas en el recibidor y se preocupaba de ponerme al día con las tareas. También me dejaba leer ahí, porque era un lugar de mucha tranquilidad.
Mientras tanto, Rigo seguía enseñándome de las cosas del sexo y de la vida. En ese año aprendí a valorar los pezones del hombre. Rigo me decía que tenía que dedicarles tiempo, que eran órganos sexuales importantes para hombres y mujeres. Aprendí que el culo era algo que los hombres agradecían, pero que muchos nunca lo reconocerían. Practiqué a meterle la lengua en el hoyo, a Rigo eso le gustaba muchísimo. Me decía que ninguna otra mujer o novia le había hecho eso. Sus palabras me hacían sentir única y con más ganas le metía la lengua en su culo peludo. A mí también empezó a gustarme mucho esa actividad. Por otro lado, en ese tiempo él también empezó a hacerme el culito. Decía que había que entrenarlo para estrenarlo. Así decía él. A mí me daba risa. Era como un trabalenguas.
Así y todo, casi me estrena la persona equivocada. Habría sido un trágico caso de “nadie sabe para quién trabaja”.
Un día Lucía se fue con una amiga y me dijo que esperara al Rorro, que él me iba a pasar a buscar como siempre. Roberto nunca llegó. Se fue con sus amigos pensando que me acompañaría Lucía. Alguien me llevó a la oficina del director. Él me preguntó qué había pasado y yo le conté que mis hermanos se habían ido, pero que yo sabía irme sola al campo. Él me dijo que no, que esperara ahí y él me llevaría. Así fue como me subió a su auto y me llevó, pero no directo al campo, sino que a su casa.
El director de la escuela vivía solo en una casa a las afueras del pueblo. Su casa era muy linda. Cuando entramos me hizo sentar en el living y él se fue a cambiar ropa. Pronto apareció envuelto en una toalla y me dijo:
—Aurorita, me voy a duchar y nos vamos, ¿sí?
—Bueno, le dije yo.
—¿Y tú no te quieres bañar también? —agregó
Yo no tenía ganas de bañarme, pero me entró la curiosidad por ver al director desnudo. Él era un hombre mayor, tal vez de unos 50 años, pienso. La toalla le dejaba ver el pecho con pezones grandes como me había contado mi hermano. Así que me paré del sofá y me fui al baño con el director. Allí me saqué la ropa antes que él me dijera y él se sacó la toalla. Su pene no era nada impresionante, pero tenía muchos pelos en el culo. Entré a la ducha calentita y él comenzó a enjabonarme. Desde luego que sus manos las pasaba por todo mi cuerpo, especialmente por mi entrepierna y su pichula se paró rápidamente. No era muy grande, pero se notaba muy dura.
—¿Sabes lo que es esto? —me preguntó tomando el pico por su base.
—Yo no supe qué decir. No quería mentirle al director de la escuela ni quebrar la promesa que le hice a mi hermano de nunca contar nada. Así es que me quedé callada. El director dio por hecho que no sabía y me dijo:
—Esto es un pico. Y es para las niñas buenas y hermosas.
—Eso me hizo sonreír.
Enseguida el director me puso agachadita y de costado y probó a meter un dedo en el culo, pero yo me fruncí porque no quería que él me lo metiera antes que mi hermano. El director se conformó con pasarme el dedito por el anillito y nada más. También me pasó los dedos por el choro y me frotó el clítoris. En ese instante yo me giré y de frente a mí quedaron sus pechos, justo a la altura de mi boca así es que antes que me dijera nada le chupé un pezón sacándole un gemido de gusto que hasta me asustó. Abrió los ojos como si no diera crédito a lo que hice. Él mismo se tomó el otro pecho, los tenía grandes, y me dio a mamar. Mi hermano tenía razón. El director echó la cabeza hacia atrás y gimió de gusto.
—¡Qué rica, Aurorita! —exclamó—. ¡Eres una putiiita!
En todo momento él continuó masturbándose bajo la ducha. De pronto me dijo:
—No te asustes, Aurorita. Te voy a meter esto en la boquita y te va a gustar.
Yo no sabía por qué me tendría que asustar, pero se lo chupé de todos modos. No duró mucho. Mi técnica para mamar era muy efectiva. Ni siquiera desperdicié leche. A esas alturas él sabía que ya alguien me había enseñado. Y muy bien. Incluso me hizo algunas preguntas bien directas, pero yo a todo dije que no y él no insistió más. Él pensó que había sido uno de los amigos de mi papá o mi propio papá, según las preguntas que me hizo.
El director me fue a dejar a la casa y en el camino me hizo prometerle que no diría nada de lo que había pasado.
Cuando se enteró mi hermano de que mis hermanos me habían dejado sola se enfureció con ellos y los retó. Mi papá y mi mamá también los retó.
Así fue como el estreno de mi hermano se salvó. Pero la promesa que le hice al director de no decir nada, no, porque mi hermano me preguntó claramente si el director me había hecho algo y yo no fui capaz de mentirle de nuevo. Además, quería preguntarle algo a mi hermano así que le conté todo lo que había pasado, incluyendo la parte de los pezones. Él no parecía enojado, pero me dio consejos de no estar más a solas con el director y de contarle siempre todo.
—Rigo… ¿qué es ser una puta?
—¿Por qué me pregunta eso, mi niña?
—Porque el director me dijo que yo era una puta.
—La cara de mi hermano se demudó de rabia, pero solo me dijo:
—Una puta es una mujer que recibe dinero por hacer las cosas que nosotros hacemos, pero Ud. no es una puta porque lo que nosotros hacemos es por amor.
Años después me contó que él estuvo a punto de ir a hablar con el director de la escuela, pero se arrepintió porque podría haberse delatado como el culpable de que yo estuviera tan bien enseñadita. Así que lo dejó así no más. Decirles a mis padres quedaba completamente descartado.
Su cara se dulcificó y sonrió divertido y me dio un beso cuando le dije que no dejé que me metiera el dedo por el culo porque eso era para él.
—Gracias, bebé —me dijo.
En los días siguientes, el director trató de llevarme a la oficina un par de veces, pero yo no fui, sin embargo, un día estuvo a punto de meterme a la oficina. A Lucía se le ocurrió ir al baño cuando estábamos esperando a Rorro que nos pasaba a buscar y yo quedé sola por un momento. Pero cuando me estaba guiando a la oficina, llegó mi hermano y me llamó. El director se puso nervioso y mi hermano se acercó a hablar con él y no sé qué le dijo, pero ya no me molestó más hasta lo que pasó al año siguiente.
Torux
me gusta mucho tu forma de escribir me haces imaginarlo todo y hasta me pongo cachonda…
😉
Dale, mastúrbate, que para eso escribo. 🙂