Aurora – Capítulo III
Recuerdos de la especial relación de una niña y su hermano mayor.
A comienzos de 1979, mi hermano y mi papá se habían comprado una camioneta usada y un día Rigo nos llevó a la ciudad. Nos divertimos mucho, no era una ciudad muy grande, pero para mí sí y ¡tenía cine! Recuerdo que mi hermano nos preguntó si queríamos entrar a ver una película y yo no sabía bien de qué se trataba, pero Lucia gritó ¡Sí!, muy entusiasmada. Al ver la reacción de Lucía yo también me emocioné mucho de entrar a un cine. Mi hermano Roberto no dijo nada, pero sé que también quería. Así fue como entramos a ver Fiebre de Sábado por la Noche. En el cine estaba muy oscuro y yo me senté entre mis dos hermanos y Lucía, al lado de Rorro.
Yo no entendí mucho de la película, pero estaba fascinada de ver las imágenes, los bailes, lo bonita que era la gente. Y lo que más me impresionó fue que en una escena se ve a Tony Manero que se sienta en la cama con su trusa negra y se mete la mano para acomodarse el miembro y las bolas. En ese momento yo miré a mi hermano en la oscuridad y él también me miró porque era igual a lo que hacía él en las mañanas cuando yo dormía con él y con su pico en mi mano. Se le ponía tan duro que después tenía que acomodárselo antes de salir de la cama. Yo tomé a mi hermano del brazo y me pegué a él como una noviecita y me las arreglé para tomarle el dedo medio y apretárselo varias veces.
—¡Qué lindo es mi hermano! —Se me ocurrió pensar como si John Travolta fuera realmente mi Rodrigo.
Mi hermano Roberto, al otro lado, parecía incómodo con la escena porque se puso la mano en el paquete.
Pronto comenzaría mi tercer año en la escuela y tenía ganas de aprender mucho más. Ese año Rorro dejó de asistir porque se puso a trabajar con mi papá también. Él, en todo caso, prefería eso porque era bien flojito y no tan habilidoso como Rigo que sabía de todo.
Mi hermano Rodrigo ya tenía 21 años y era todo un hombre. Tanto mi papá como mi mamá le tenían respeto y consultaban con él de cosas de la casa y el trabajo. Él y yo seguíamos teniendo nuestros “momentos secretos” y yo era la única que podía permanecer en su pieza sin permiso por lo que el riesgo de que alguien nos pillara era casi nulo. Pero mi hermano Roberto una vez me preguntó si estaba “mi novio” en la pieza. Y yo no supe qué decir. Le conté a Rigo, pero él no le dio importancia.
—Son cosas del Rorro —me dijo—. No le hagas caso.
Ese año no le conocí a ninguna novia y le chupé el pico casi todos los días. A veces mis padres me dejaban dormir con él. Ellos eran incapaces de ver ninguna maldad en ello, pero Rigo me decía que sería solo en algunas ocasiones para no despertar sospechas. En esas ocasiones pasaba horas comiéndome el chorito y me metía la lengua en el culo, lo que me empezó a gustar más y más. También el trabajo con los consoladores empezó a dar frutos y ya me podía meter dos o tres dedos en el culo sin dificultad. También me gustaba cuando me restregaba la cabecita del pico en mi clítoris y luego me lo chupaba hasta hacerme tiritar de gusto. Su cuerpo estaba más macizo, más peludo y más fuerte que nunca. También me gustaba mucho sentir sus olores antes de bañarse.
—Ud. es una cochinita, mi princesa, y me gusta que sea así, cerdita —me dijo una vez.
En Viernes Santo mi mamá y mi papá nos llevaron al pueblo a ver una representación de la pasión de Cristo y al día siguiente fueron todos en camioneta a la vigilia pascual que se hace a medianoche. Rigo nunca participaba de eso y convenció a mis papás de que me dejaran a mí en la casa para que no estuviera despierta hasta tan tarde.
Así fue que al quedar solos Rigo me bañó bien bañadita y puso especial énfasis en limpiar mi culito con un adminículo rojo de goma que él tenía para esos efectos. Después nos fuimos a su pieza y nos acostamos piluchitos los dos y nos abrazamos para darnos besitos. Rigo tenía la pichula más parada que nunca y me comió el chorito como siempre, que era lo que más me gustaba a mí. Después me hizo comerle la pichula como a él le gustaba, con harta lengua y metiéndomela hasta atragantarme, pero esa vez no me dejó sacarle la leche. En vez de eso, sacó una cremita del velador y me puso un buen poco en el culito por fuera y por dentro y se untó bien el pico. Después me puso como perrito y me la puso por detrás. El dolor fue increíble, llegué a gritar, pero él me aseguró que se me iba a pasar, que el dolor duraba un ratito no más, que confiara en él. Y así fue, cuando pasó la cabeza del pico fue casi inaguantable el dolor que sentí, pero con la ayuda de Rigo que me había dicho que tenía que hacer fuerzas como para cagar, me fue entrando poco a poco hasta que quedé completamente clavada en el pico.
Fue inolvidable la sensación de tener la pichula dentro, más aún con un pico de ese calibre que no era cualquier cosa. Rigo comenzó a cacharme como hacen los perros y a mí se me ocurrió preguntarle si nos íbamos a quedar pegados. Él se rio de mi ocurrencia y me dijo que no. Lo que más me gustaba es que a ratos el pico chocaba en una parte de mi interior y me recorría un calambre por dentro.
Esa noche aprendí a sentarme en el pico con el hombre abajo y llevar mi propio ritmo, pero lo que más me gustó fue cuando Rigo me puso patitas al hombro y me culeó así porque lo podía besar y tocar su pecho y su espalda y sus piernas me tenían apretadita por los costados y podía sentir su dureza y sus pelos. Esa noche culeamos hasta quedar agotados. Y en la mañana, Rigo nuevamente me culeó de ladito y con muchas ganas. Cuando me tocaba el culo al día siguiente lo tenía como una canoa pequeñita. Abierto, pero no redondo, sino que como estiradito. Increíblemente me gustaba tener la sensación de dolor o incomodidad que me acompañó todo el día porque era como la marca de mi Rigo. Cada vez que me sentaba me acordaba de él.
De ahí en adelante me cachaba duro y parejo. Pero igual apareció con una novia meses más tarde. Yo estaba muy enojada, pero él me aclaró:
—Perrita, tengo que tener novia porque si no, nos vamos a arriesgar a que nos pillen. Tenemos que guardar las apariencias, pero mi novia verdadera es Ud. A ella ni siquiera le voy a dar cacha, se lo prometo.
Con los años, por supuesto, entendí que eso no era totalmente cierto. Rodrigo era demasiado apetecido por las mujeres y si no las hubiese atendido habría levantado serias sospechas, no de mí, sino de sus gustos sexuales y eso, en esa época al menos, era lo peor que le podía pasar a un hombre.
Mi hermano Roberto, a veces se quedaba afuera toda la noche y mis papás se preocupaban mucho. Pensaban que andaba medio enamorado, pero no era lo que ellos se imaginaban realmente. Una noche desapareció toda la noche y todo el día. Nadie sabía nada de él y lo que pasó fue desconcertante, pero me demoré mucho en entender porque nadie me quiso decir nada.
Rodrigo solo me dijo que eran cosas del Rorro, pero al principio no me quiso decir por qué todos andaban tan raros.
En la noche me llamó a su pieza.
—Princesita —me dijo—. Roberto ya no es un niño. Él tiene sus cosas y hay que respetarlo. Prométame que siempre lo va a respetar, no importa lo que digan de él, ¿sí?
Eso que me dijo Rigo me quedó en la cabeza por años. Lo cuento porque en la medida que yo iba creciendo e iba entendiendo más las cosas de la vida entendí que Rigo era un hombre a carta cabal. Un lujo de ser humano.
Lo que había pasado esa noche fue que Roberto se fue con amigos, todos varones, a bailar a un lugar clandestino y los pilló la policía que se los llevó a todos por “maricones”. Mi papá tuvo que ir a buscarlo a la comisaría con todo lo que significaba para él en humillación y vergüenza. Mi mamá lloró mucho por mi hermano.
Desde esa ocasión, Rigo empezó a preocuparse más de nuestros hermanos Roberto y también de Lucía.
Cuando mi hermano Rodrigo cumplió 22 años a mí aún me faltaban como 3 meses para cumplir 9.
—Princesita —me dijo—. Nos vamos a preparar para quitarle el virgo.
Yo no entendí eso, pero sabía que cualquier cosa que él decidiera solo podía ser bueno.
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En el aspecto sexual ese año hubo dos eventos que recuerdo. Uno fue un suceso en el colegio y otro con el papá de una compañera. De ambos, Rigo estuvo al tanto.
El director de la escuela que el año anterior me había llevado a su casa y a quien le había chupado el pico, siguió insistiendo en querer llevarme a su oficina, pero ahora recurrió a una ayuda extra. Ese año yo estaba cursando el tercero de primaria y ahora tenía varios profesores diferentes. Uno de ellos era mi profesor de Ciencias Naturales, el señor Rodríguez. Un día en que estaba en clases con mi profesora, él llegó a buscarme a la sala y me sacó y me llevó a un sector de la escuela que yo no conocía. Allí entramos a una sala y me dijo:
—Aurorita, siéntese ahí que le voy a enseñar algo —y me indicó un sillón verde antiguo.
En eso llegó el director que cerró la puerta y le dijo al profesor.
—Ya, aquí estamos seguros —le dijo al profesor—. Hola, Aurorita —me dijo mirándome a mí.
Yo estaba muy nerviosa porque no sabía por qué estaba allí, pero al ver al director me imaginé lo que querían.
El profesor se bajó el pantalón y los slips hasta las rodillas y se paró frente a mí. El miembro del profesor era muy oscuro y estaba súper rígido. Lo acercó a mi boca:
—Tú sabes qué hacer, Aurorita —me dijo—. Y yo se lo tomé y lo chupé como sabía. Tenía un gustito diferente, pero rico.
Mientras tanto, el director también se sacó los pantalones. Él se quedó desnudo completamente de la cintura para abajo y también me acercó la pichula a mi boca. Yo me incliné un poco hacia adelante y les mamé el pico a los dos al mismo tiempo. A ratos frotaba las cabecitas de las pichulas y cuando me las echaba a la boca las dos juntas ellos se querían morir de gusto.
De allí en adelante si mis notas en ciencias no hubieran sido tan buenas, habrían mejorado bastante. El profesor Rodríguez más de una vez quiso sacarme de la sala otra vez, pero yo me negué y ante la perplejidad de la profesora él desistió. Esa vez, al finalizar la clase, la profesora me preguntó si el profesor me había hecho algo y yo le dije que no, pero que no quería ir. Eso despertó ciertas sospechas de la profesora. Cuando estaba esperando a que Lucía me fuera a buscar vi que la profesora entró a la oficina del director y de ahí ya no me molestaron más. Pero ganas no les faltaban.
El otro evento ocurrió un día de invierno, probablemente antes de los hechos del colegio con el director y el profesor.
Una compañera, Berta, me invitó a que me quedara en su casa en el pueblo los días viernes y sábado para estudiar juntas para una prueba de matemáticas. Mis papás me dieron permiso, pero no estaban seguros con la parte de quedarme en otra casa, así que consultaron con Rigo quien conversó conmigo y no viendo inconveniente aceptó con la condición de que él me llevaría en la tarde del viernes para conocer primero a los padres de mi compañera.
Mi mamá me preparó una mochila con pijama, cepillo de dientes y calzones limpios y Rodrigo me llevó en la camioneta. Cuando llegamos nos enteramos de que Bertita vivía solo con su papá. Rigo conversó un ratito con él y quedaron de acuerdo que mi hermano me pasaría a buscar el sábado en la tarde. El papá de Bertita, don Julio, era un señor medio pelado y muy amable.
El viernes estudiamos con Berti más de una hora y después nos pusimos a ver la tele porque ella tiene un televisor chiquito en su pieza. En la noche estuvimos conversando hasta quedarnos dormidas. Al día siguiente el papá de Berti nos despertó para tomar desayuno bastante tarde. Cuando entró a la pieza me di cuenta que andaba vestido solo con un short y una polera sin mangas.
En la mesa había pan amasado, jamón, queso y mermelada. Y yo tenía hambre así que me senté y me preparé pancito y don Julio me sirvió té con canela.
Él me hacía muchas preguntas, era muy conversador y me miraba con una mirada que yo conocía. A ratos se paraba a buscar algo a la cocina y me daba una sonrisa. Le hacía preguntas a Bertita también. Me di cuenta que su pene estaba suelto en el short porque se le notaba la cabeza. En un momento incluso creo que me pilló mirándolo y solo me sonrió.
Después del desayuno Berti y yo nos dedicamos a hacer nuestras tareas y a estudiar de nuevo, pero esta vez en la mesa del comedor que el papá desocupó para nosotras. Cuando estuvimos listas él se paró a mi lado preguntando por las cosas que estábamos estudiando. Berti estaba sentada a mi izquierda y él estaba a mi derecha y su paquete quedaba justo frente a mi cara. Ya no me quedaban dudas de que lo tenía suelto dentro del short porque se movía como un péndulo.
Berti estaba ensimismada en los cuadernos y parecía no darse cuenta de nada. Pero por su ubicación tampoco era posible que viera nada. El papá nuevamente fue a la cocina y de allí nos gritó:
—¡¿Niñas, quieren jugo con galletas?!
Berti gritó que sí y yo la verdad también quería.
—¡Ya, vengan a buscarlo! —gritó un rato después.
Berti y yo nos paramos para dirigirnos a la cocina y él estaba poniendo el jarro de jugo en una bandeja que le pasó a Bertita. Cuando ella se dirigió al comedor él me dijo:
—Déjame alcanzarte las galletas —puso dos pisos frente a un mueble y se subió con un pie en cada uno con las piernas abiertas para alcanzar una jarra que estaba en la parte de arriba de una alacena. Desde luego que en esa posición se le veía el pico completamente. Cuando lo miré hacia arriba él me estaba mirando con una sonrisa y con el tarro de galletas en la mano. Le miré el pico de nuevo y este pegó un saltito.
—¿Quieres probar una de estas? —me dijo con el tarro de galletas en la mano.
—Sí —le dije sin dejar de mirarle el pico.
La cocina tenía una ventana hacia el comedor y ubicándose frente a ella se bajó el short dejando libre la pichula y las bolas. No necesitó hacer más. Yo no perdí tiempo en pegarme a la verga y comenzar a mamar. Su pichula era corta, pero muy gruesa, realmente muy gruesa, al punto de cansarme de mamar.
“Esta pichula nunca podría entrar en mi chorito” —pensé.
No duró mucho. Me dio unos lechazos interminables, parecía que no iba a acabar nunca de lanzar chorros de leche, pero me los tragué todos como a mi me gusta. Si me corrió algo por la cara, él se encargó de tomarlo con los dedos y metérmelos a la boca nuevamente.
Enseguida me pasó el tarro de galletas y siguió simulando que hacía cosas en la cocina sin volverme a mirar.
Cuando Rigo me fue a buscar esa tarde yo tomé mi mochilita y el papá de Berti se despidió muy contento. Ya no vestía el short, sino un pantalón largo y camisa.
Cuando salimos a la puerta, Rodrigo me preguntó si me había portado bien y yo le dije que sí. Pero supongo que no lo miré a los ojos o algo en mi respuesta alertó a mi hermano. Él siempre tuvo un increíble poder de percepción respecto de mis actos. Rodrigo miró a don Julio y este sonriendo confirmó que me había portado muy bien, que le encantaría que fuera más seguido.
Cuando llegamos a la casa fui directo a saludar a mis papis y traté de no ver a Rigo porque no quería que me preguntara nada, pero mi hermano no es fácil de escabullir.
Justo me iba a ir a acostar cuando apareció en la casa y me dijo:
—Aurorita, vaya un ratito a mi pieza para que me cuente cómo lo pasó con su amiga. —Y ahí ya no tuve escapatoria. Una vez en su pieza y sentados ambos en el sofá le conté todo lo que pasó con lujo de detalles. Rigo me escuchó con mucha atención y en vez de enojarse, me preguntó:
—Princesita, ¿a Ud. le gusta mucho chuparles la pichula a otros hombres? —Y yo no supe qué decir.
No supe qué responder porque hasta ese momento nunca lo había pensado. La idea me había rondado la cabeza alguna vez, más por curiosidad que por otra cosa, pero ante la pregunta directa de mi hermano no supe qué contestar. ¿Se enojaría él si le decía que sí?
Como mi hermano me conocía al revés y al derecho, me dijo:
—Princesita, solo dígame la verdad. Yo no me voy a enojar, pero necesito saber la verdad.
Yo bajé la cabeza avergonzada y le dije que no sabía, que me gustaba más chupársela a él, pero que también habían sido ricas las mamadas al papá de mi amiga, al director, al profesor y a los hombres que vinieron una vez en una camioneta.
—¿Y hay alguien en especial al que quiera comérsela que no sea yo, mi amor?
—No sé, Rigo. Creo que sí me gustaría estar con otros hombres también. ¿Es malo eso, Rigo?
—No, mi amor, eso es calentura no más. Venga, deme un beso y váyase a dormir.
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Para la navidad en mi casa tuvimos una cena temprano, porque mis padres iban a misa de gallo esa noche con Lucía y con Rorro al que obligaron a ir porque no quería. Nuevamente mi hermano Rodrigo les pidió a mis padres que me dejaran a mí en la casa, que estaba muy chica para estar trasnochando y mis padres, que le hacían caso en todo a Rigo, me dejaron con él.
Sabía que esa noche mi hermano me la metería por primera vez por el choro. Eso era lo que yo quería también. Estaba nerviosa, pero feliz.
—Princesita —me dijo mi hermano con su voz grave, sentándome a su lado en la cama—. Hoy va a ser mía completamente. ¿Me va a regalar su chorito?
Yo lo abracé con tanta felicidad que mi corazón latía fuerte de puro contento. Luego me agarré de su cuello y le di un beso en la boca.
—Supongo que eso es un sí —me dijo él.
Esa noche él me desvistió a mí y yo me deleité desvistiéndolo a él. Lo hice despacito para observarlo bien. Su estómago peludo parecía más rellenito ahora. Su pecho invitándome a chuparle sus pezones que también estaban más grandes con mis constantes agasajos. Yo también me sentía más grande porque había notado que mi pecho estaba un poquito más sensible a las chupadas que le hacía mi Rigo.
Una vez que estuvimos desnudos nos estuvimos acariciando uno junto al otro por mucho rato. Él me daba besitos en el cuello, en la cara, en los labios y yo le correspondía a todo. En un momento se puso de espaldas mirando al techo lo que para mí era señal de que quería que le mamara la pichula. La tenía imposible de dura y botando juguitos como nunca. Se la chupé con fervor, pero me dijo que no le sacara la leche así que me detuve. En eso levantó sus piernas dejando el culo bien parado. Yo también entendía bien qué significaba eso. Quería que le comiera el culo y se lo hice como nunca antes. Le metí la lengua bien adentro y hasta le metí dos dedos haciéndolos girar lo que lo hizo gemir del gustito que sintió.
Estuve un buen rato comiéndole el culo y cuando me cansé, él me puso de espaldas en la cama y se dedicó a comerme el chorito que, como ya he dicho antes, era de las cosas que más disfrutaba yo. Una vez que me tuvo bien mojadita alcanzó el aceitito que guardaba en el velador y ahí supe que ya me la iba a meter.
Me lubricó bien la conchita que quedó bien resbalosa y luego se masajeó harto la pichula hasta dejarla brillante. Después levantó mis piernas abriéndolas bien y me dijo que las sujetara con mis manos. Yo tomé mis piernas por detrás de las rodillas y las abrí bien para él. Y ahí fue que la sentí. Primero fue el contacto con la cabecita del pico todo resbaloso y así, poquito a poquito, me la fue metiendo.
Él se tomó su tiempo en hacerlo. Me metía la puntita apenas y me la sacaba, era como que solo quería punzarme sin meterla, pero así logró irme relajando y cada vez metía un poquito más hasta que de pronto ya toda la cabeza me entraba y sin dolor alguno. Cuando ya estaba bien abiertita se quedó quieto un rato y se inclinó para besarme con la punta incrustada en mi choro. Así mientras me metía la lengua me la clavó fuertemente de una sola vez y se quedó quieto. Yo sentí un tironcito agudo, un poquito de dolor sí, pero nada comparable con el dolor que sentí cuando me la metió por el culo. Y de ahí comenzó el típico movimiento de vaivén de la cacha, pero esta vez las sensaciones de tenerlo dentro del choro era distinto. Cada vez que entraba me tiraba del clítoris y me daba un temblor de gusto que no podía reprimir. Gocé como condenada la cacha que me estaba dando mi hermano. No sabía que podía ser tan rico.
Instintivamente intenté cruzar mis pies por su espalda, pero él era muy grande así que no alcanzaba, de todos modos, me esmeré en mover mis caderas para clavarme más y más el pico en la conchita. Al principio me culeó muy suavecito, pero después me tomó de los tobillos y comenzó a meterla bien fuerte y rápido y eso me hizo gemir de gusto.
Así fue que perdí la virginidad en la nochebuena de mis ocho años, casi nueve.
En adelante las cachas fueron de muchas y variadas formas. A mí me gustaba sentarme en el pico con él sentado a orillas de la cama. A veces me culeaba parado y eso también me encantaba. Otras veces me culeaba de frente de la manera más tradicional que, por supuesto, en esa época yo no sabía que le llamaban la pose del misionero. De esa pose lo que me gustaba era que me podía dar besitos de frente y sentía bien rico el peso de su cuerpo. Aunque por mi edad y fragilidad él tenía que afirmarse en los codos para no aplastarme. Los pelos de su pecho me causaban mucho placer al sentirlos en mi cuerpecito infantil.
Después de esa noche mi hermano me enseñó a estar pendiente de mi cuerpo y mis sensaciones porque en cuanto empezara a ovular tenía que empezar a tomar pastillas. De eso se preocupó él más tarde. Pero él tenía siempre todo en mente. No se le escapaba detalle. Ese año y el siguiente, sin embargo, me lo culeé con todo y sin condón.
Mi hermana Lucía se puso de novia ese verano con un muchacho del pueblo, pero como solo tenía 14 años mi hermano habló con mi papá y no lo permitieron. Yo pensé que eso era injusto, porque pensaba que Lucía que era más grande que yo no podía tener novio y yo sí tenía desde antes de entrar a la escuela. Eso le dije a Rodrigo y él me replicó que había cosas que yo aún no entendía y que él sabía lo que hacía. Lucía lloró esa vez y a mí me dio pena por ella.
Mi hermano Roberto, que desde que pasó aquello tan penoso para él había permanecido en la casa, comenzó a salir nuevamente. Ya tenía más de 18 años y Rodrigo lo aconsejaba mucho. Manejaba la camioneta y a veces Rodrigo le permitía ir en ella hasta el pueblo. Mi hermano era muy misterioso, pero ahora entiendo que su condición de homosexual no le permitía las ventajas que tenía mi hermano Rodrigo. En ese tiempo yo no tenía idea de qué pasaba con él. No sé si mi hermana Lucía sabía, pero Rigo siempre se portó muy bien con él. Creo que Rigo era en realidad como el papá de todos en la casa porque mi papá solo se preocupaba de trabajar y proveer y no participaba realmente de la crianza de sus hijos.
Torux
hola me gustan bastantes tus relatos tu forma de escribir siempre hace q uno quiera saber mas y mas y también lo morboso a es todo eso q sucede… mi pregunta esto es real o ficción? ojala me puedas contestar.. ojalá escribas pronto no nos dejes así… estaré muy pendiente.. decirte q me gustó es qiedarce corto realmente me ENCANTO!!! Tenes mucho talento… sigue así!!
Hola Lola,
Tu pregunta sobre si este relato es real o ficción tiene tres respuestas en la página y todas ellas coinciden.
Una se encuentra en mi firma:
«Escribo relatos ficticios.»
Otra en mi perfil:
«Mis relatos son enteramente ficticios».
Y una más se encuentra en el Aviso Legal de la página que reza:
«Todos los relatos son considerados como ficticios y los hechos relatados en los mismos tienen la misma validez y consideración que hechos relatados o mostrados en literatura tradicional, TV, o cine (aunque se especifique «basado en hechos reales»), etc.»
Dicho esto, te agradezco te hayas tomado tu tiempo en darme tu impresión sobre lo que escribo. La opinión de los lectores es más importante de lo que se cree. Muchas gracias.