Aurora – Capítulo IV
Recuerdos de la especial relación de una niña con su hermano mayor.
Ese verano cumplí 9 años, ya me sentía una niña grande, especialmente porque tenía novio y ese novio me tenía bien atendida. También fuimos practicando otras cosas juntos.
En el campo nuestro baño era una “casita” que conectaba con una acequia y justo al lado de esa casita estaba una ducha rudimentaria con una manguera desde el techo. Todo muy precario, pero también lo usual en casas rurales como la nuestra.
Un día en que yo estaba sentada en el cajón, se me olvidó cerrar la puerta y entró Rigo muy apurado y cuando me vio la cerró rápidamente tras él. Me susurró:
—Princesita, ya me meo, deme un ladito —y se puso frente a mí inclinándose con la pichula apuntando al orificio entre el cajón y mi chorito, pero en vez de orinar ahí, me apuntó al choro y me lo mojó completamente. Luego me subió un poquito el vestido y me orinó en la barriga. Yo sentí la orina calentita y no sé por qué se me ocurrió que se sentía rico. Como Rigo vio que no me molestaba se apretó la punta del pico cortando el chorro y me susurró muy bajito:
—Amor, ¿quiere probar algo nuevo?
—Sí —le susurré yo también.
—Abra la boquita y trague —me dijo.
Y así fue que agregamos otra actividad que poco a poco aprendí a apreciar.
Cuando terminó miró por las rendijas de la casucha y cuando se cercioró que no andaba nadie por el patio salió rápidamente y me dejó toda mojada.
ω ω ω ω ω ω ♥ ω ω ω ω ω ω
Cuando empezó mi cuarto año en la escuela el primero que me estaba esperando en la entrada era el director que me acarició la cabeza con mucho cariño. Lucía ahora iba al liceo, por lo tanto yo quedé sola en la escuelita, pero no me importaba porque Lucía me pasaba a buscar a la salida y nos íbamos juntas al campo.
Me gustaba aprender cosas nuevas en la escuela, todo era novedoso e interesante. Me hice más asidua a la lectura como me había enseñado mi hermano Rigo y entendía materias que sólo él y yo compartíamos. Ya he dicho que Rodrigo fue un autodidacta que aprendió todo por sí mismo. Leía mucho y sabía de todo. Y compartía sus conocimientos conmigo, desde los años en que me enseñaba los nombres de las estrellas en nuestros “momentos secretos” hasta ahora que me enseñaba matemáticas y otras materias.
Si bien nosotros éramos personas de campo, nunca sufrimos escasez en nuestro hogar, mi papá era muy trabajador y cuando Rigo se dedicó de lleno a ayudarle en sus labores las cosas mejoraron bastante. Pocos días después de mi cumpleaños mi papá llegó con un televisor y eso fue toda una novedad en la casa. Mis hermanos se preocuparon de instalar una antena en el techo y aunque no se veían muy bien las imágenes, igual era una cosa maravillosa para toda la familia. Mi mamá se aficionó a ver telenovelas y mis hermanos esperaban para ver las películas que daban en las noches. Hasta mi papá que era todo circunspecto se juntaba con los demás a ver tele cuando no estaba tomando con sus amigos.
Para eso hubo que reacondicionar la casa porque antes de la llegada del televisor, en mi casa no había realmente un “living” como se le conoce ahora, sino que uno entraba a una pieza amplia que era nuestro comedor, con varias sillas de más para cuando había visitas, pero cuando llegó la tele hubo que hacerle un espacio. Mi hermano Rodrigo sugirió que había que ampliar la casa y eso hicieron. La pieza principal se convirtió en un living con televisor y el comedor fue a dar a una pieza extra que construyeron conectada a la cocina. Así, la casa se modernizó. Rodrigo compró un sofá con dos sillones y de pronto toda la familia se juntaba a ver tele, especialmente en las noches.
Cuando estaba Rodrigo, él ocupaba uno de los sillones individuales y me sentaba a mí en sus piernas. En días fríos prendíamos un brasero y nos tapábamos con un chal. A veces notaba que mi hermano Roberto nos miraba con una mirada curiosa, pero nunca dijo nada.
A Rodrigo el entusiasmo le duró poco y un mes después ya casi no iba a ver tele en las noches. Para mí, que Rigo no estuviera conmigo también me provocó desinterés, pero mi familia siguió con su rutina de ver tele juntos.
En los meses que siguieron las cosas sucedieron con normalidad en la casa. Cuando mi papá se juntaba a tomar con sus amigos, se juntaban en un sector al costado de la casa. Era un sector del patio que tenía un techo de paja y una mesa y sillas en la parte de atrás de la casa. En verano a veces almorzábamos ahí. Por ahí por el mes de mayo un día estaban tomando y yo fui al baño y justo cuando venía saliendo venía mi papi a usar la casita que quedaba al otro de la acequia colindante con el terreno.
—Aurorita, ¿cómo está m’ija?
—Bien, papi —respondí yo.
—Espéreme, mi niña, no se vaya —me dijo y entró a orinar a la casita sin cerrar la puerta. Cuando mi papi notó que yo me había quedado esperando en el vano de la puerta, me miró, luego se miró el pene, luego me miró de nuevo y luego miró al frente sonriendo. Podía ver el fuerte chorro de orina y su pene blanco y gordo, casi sin descapullar. Cuando terminó no se lo guardó inmediatamente sino que lo sacudió repetidas veces y en seguida se bajó el pantalón y los calzoncillos para arreglar su ropa. Muy lentamente lo guardó, con dificultad porque la herramienta ya había alcanzado un desarrollo intimidante. Mi vista no se podía despegar de él.
—¿Qué sabor tendría el pene de mi papá? —se me ocurrió, pero el encantamiento se terminó cuando mi padre se subió la cremallera al tiempo que me decía:
—Aurorita, ¿quiere venir para presentarla con mis amigos?
—Es que a mi mamá no le gusta que vaya para allá —le contesté yo, sonrosada, levantando la vista.
—No se preocupe por su mamá, mi niña, vamos. Será un ratito no más.
Fui de la mano de mi papá y había alrededor de siete u ocho hombres. Rodrigo también estaba. Mi papá me tomó por la cintura y me intentó dar un beso, pero yo, poco acostumbrada a sus cariños, lo esquivé. Los hombres se rieron e hicieron bromas por eso. Algunos de ellos eran viejos, pero otros eran como de la edad de Rigo o un poco más. Uno de ellos me miraba sonriendo y yo también le sonreí. Mi papá me sentó en sus piernas y me habló muy cariñoso.
—Mi niñita —me decía—. ¿Ud. quiere a su papito?
—Sí —le contestaba yo—. Lo que era cierto. Yo quería mucho tanto a mi papá como a mi mamá, pero no era muy común que mi papi me tratara así con tanta demostración de afecto. Debajo del calzoncito sentía que el pene de mi papá todavía estaba hinchado y cuando me acomodé en sus piernas dio un salto.
Los hombres me preguntaron cosas como en qué año estaba en la escuela, que si me gustaba ir y cosas así. Yo a todo respondía que sí. Uno de ellos, el que me sonreía, me llamó y con harta confianza me sentó en sus piernas también y me hizo varias preguntas seguidas y bien rápido:
—¿Eres una niña buena?, ¿te gusta ir a la escuela?, ¿te gusta recibir regalos en la navidad?, ¿me darías un beso?
Yo a todo contesté que sí antes de darme cuenta que le había dicho que me gustaría darle un beso y todos se rieron. Yo también me reí y me gustó mucho él porque era divertido. Él tenía bigotes y jeans y era bien atractivo. Y usaba una loción bien rica. Lo había visto antes, pero nunca tan de cerquita como en ese momento. Pero no todo quedó ahí porque todos empezaron a corear:
—¡El beso!, ¡el beso!, ¡el beso!
Hasta mi papá y Rodrigo seguían el juego y yo riendo me di vuelta, tomé su cara en mis manos y le di un piquito en la boca. Todos gritaron y rieron porque el amigo de mi hermano se quedó mudo, jamás esperó que yo lo besara en la boca y los demás se reían ahora de él que se puso rojo.
Después otro también dijo:
—Ahora me toca a mí —pero mi hermano Rigo se puso serio y dijo:
—No, Aurorita ya se va a ir a acostar. Vaya a despedirse del papá —me ordenó.
Yo fui donde mi papi y me despedí con un besito en la cara. Pero después de eso, todos los hombres querían que me despidiera también con un besito en la cara. Así es que me despedí de todos, pero cuando di toda la vuelta y llegué otra vez donde el joven al que le había dado el piquito, todos dijeron:
—¡A él no!, ¡a él ya le tocó! Y comenzaron a reír de nuevo.
Yo miré a Rodrigo y él me dijo:
—Despídase.
Así que yo le di un beso nuevamente, pero esta vez en la cara y él puso una cara de pena, hizo unos pucheros con los labios como los bebés, era muy gracioso él, y con una voz lastimera me dijo si acaso estaba castigado que no merecía un besito de verdad. Yo me reí de él y nuevamente tomé su cara en mis manos y le volví a dar un piquito en la boca, pero justo cuando lo besé él sacó la puntita de la lengua. Todos volvieron a reír y gritaban:
—¡Son novios!, ¡son novios!
El último que quedaba era Rodrigo y cuando le iba a dar un besito a él, me tomó en brazos y se levantó.
—Ya vuelvo —dijo—. Y me llevó a la casa de vuelta. No dijo nada más.
Después de eso, yo me olvidé por harto tiempo de esa noche y si bien ellos siguieron juntándose los fines de semana, yo casi no los veía hasta que un par de meses después, estando ellos reunidos tomando nuevamente, tuve que ir a avisarle a mi papá que mi mamá lo necesitaba. Y allí lo vi nuevamente. Ahora vestía una camisa de jeans desabrochada, los vellos de su pecho a la vista y sus bigotes que lo hacían ver tan masculino. Andaba con botas como los vaqueros de las revistas. Me sonrió. Rodrigo no estaba. Después supe que había ido en la camioneta a comprar cerveza al pueblo.
Cuando mi papi se paró para ir a ver qué necesitaba mi mamá, yo lo seguí y él también se paró y se dirigió al baño. Algo me hizo mirar para atrás cuando iba dando vuelta a la casa y él estaba llegando al baño y me miró sonriendo y levantó una ceja como en una invitación. Yo me quedé parada sin saber qué hacer y entonces él hizo un gesto inconfundible con la mano llamándome.
Yo fui y él entró al baño dejando la puerta abierta. Cuando llegué él estaba con el pene afuera, pero aún no estaba orinando. Me hizo un ademán de que entrara y luego cerró la puerta detrás de mí. Se bajó los pantalones y me mostró los huevos redondos y peludos.
—¿Quieres? —me preguntó con una voz apenas audible, apuntándome con el pico.
—Sí —le respondí yo en un susurro.
Se le puso muy grande cuando se la chupé. Y tenía un olorcito muy rico, a perfume creo. Me tomó del pelo y me guio en la mamada. Me hizo tragar el pico, pero no tosí. Mientras yo mamaba él miraba por entre las rendijas de la casuchita vigilando por si venía alguien. Después se pajeó un poco apurando la acabada para que nadie fuera a sospechar y así me soltó varios chorros de leche en la boca. Eso me gustó mucho. El semen de él era como dulzón y un poco espeso.
En ese momento sentí el motor de la camioneta de mi hermano.
Él se agachó y me dijo en un susurro que él iba a salir primero y que cerrara la puerta y contara hasta 20 antes de salir yo. Enseguida me dio un beso y me dijo:
—¡Eres tan deliciosa! —y salió.
Cuando llegué a 20 salí y me dirigí a la casa. Mi hermano en ese momento estaba bajando de la camioneta y me gritó:
—¡Aurorita, venga!
Yo me detuve y fui donde él, supongo que con cara de culpable. Cuando no me decía “princesita” era por algo.
—¿Tiene algo que decirme, mi amor?
Yo no supe qué decir. No entendía qué quería saber mi hermano que me miraba serio con las cajas de cerveza colgando de las manos. Me puse las manos atrás y en un gesto muy infantil comencé a balancearme mientras que con el zapato derecho dibujaba algo en el suelo. A ratos lo miraba de reojo para bajar inmediatamente la cabeza y mirar al suelo.
Mi hermano me conocía tan bien que no era necesario que le dijera nada. Él todo lo sabía, siempre.
—Espéreme acá —me dijo—, y se encaminó a dejar las cervezas con los demás.
Luego volvió y con una mano en la espalda me empujó a su pieza. Allí se sentó conmigo en el sofá y me dijo:
—Princesita, Ud. sabe muy bien que a mí no me tiene que ocultar nada. Lo sabe, ¿no?
—Sí —respondí.
—Entonces, cuénteme —insistió tomándome del mentón y obligándome a levantar la carita.
—Le chupé la pichula al joven de bigotes —le dije en un hilo de voz y el rostro compungido.
—Ok. ¿Y qué más? —Insistió. No sabía qué quería escuchar.
—Nada más.
—¿La obligó él?
—Él me llamó al baño.
—¿Y Ud. quería chuparle el pico?
—Sí —respondí, volviendo mi rostro al suelo otra vez.
—Princesita, ¿ve qué fácil es decir la verdad?, ¿O acaso piensa que yo me voy a enojar por no mentirme? Siempre, escuche bien, SIEMPRE tiene que decirme la verdad, ¿me oye?
Se quedó en silencio un rato para luego volver con otra pregunta:
—Ese amigo se llama Manuel. ¿Le gustó chuparle el pico?, ¿Qué más hizo?, ¿La culeó?
—No, solo me preguntó si quería chupárselo.
—¿Le gusta Manu, mi amor?
—Sí.
—Ya, mi vida. Ahora váyase a la casa que la mamá debe estar preguntándose dónde está. Deme una sonrisita, ¿sí? Eso es. Deme un besito. Vamos, vaya a enjuagarse la boca, mi amor —Y salí con él de la mano muy contenta.
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En el mes de octubre mi hermano cumplió 23 años. Yo estaba a tres meses de cumplir 10. Tratábamos de mantener una vida normal en que yo vivía en la casa y lo visitaba como la hermana menor para hacer las tareas en su casa, pero a veces se hacía intolerable la espera por una cacha. Nos estábamos acostumbrando a culear cada vez que podíamos y nos resultaba difícil tener que fingir que no lo hacíamos. A veces me llevaba al río y allí en el lugar escondido me culeaba hasta dejarme sin fuerzas.
Una vez me llevó a un motel en la ciudad, pero yo tuve que esconderme en la camioneta porque si lo veían entrando con una menor de edad habría sido un escándalo y él habría terminado en la cárcel. ¡Fue tan lindo! Había un televisor que pasaba películas porno que me impresionaron, pero ninguno de los actores le podía competir a mi Rigo. Las tetas de las chicas me hacían cuestionarme si a mí me irían a crecer o no. Yo quería tener tetas ya.
La cama era redonda y había muchos espejos en las paredes donde uno se podía ver en todas las posiciones. Por primera vez me vi culeando y encontré que era grandioso verse. Mi Rigo me dio una probadita de alcohol, pero no me gustó. Él sí tomó, pero no mucho porque después tenía que conducir la camioneta.
Ese día lo pasamos maravillosamente. Me sentía tan enamorada de mi hermano y me gustaba tanto él que me parecía que flotaba en las nubes. Especialmente cuando me tenía clavada en el pico que era lo que más me gustaba. Especialmente cuando me la metía hasta los cocos. En esos momentos, me hubiera gustado que todo el mundo me viera cómo me cachaba mi hermano. Que todos pudieran ver el tipo de verga que me comía y que todos sintieran envidia de mí. No me daba cuenta de que, en realidad, muchos sentirían más bien envidia de él por culearse a una niña como yo.
Esa tarde me dijo que me tenía una sorpresa. Yo inmediatamente quise saber qué era, pero él me dijo que si me decía entonces ya no sería sorpresa, así que me quedé con las ganas de saber.
La sorpresa fue mi regalo de navidad.
El día 24 de diciembre recibimos regalos en la noche. Nada sofisticado porque en esos tiempos se estilaban los regalos muy simples, pero el 25 Rodrigo le dijo a mi mamá que me iba a llevar a un paseo a la costa por 4 días. El 25 era jueves así que no volveríamos hasta el domingo 28. Mi hermano no explicó nada más y mi mamá tampoco preguntó. Solo me preparó ropa en una mochila y me dijo que me portara bien y que no desobedeciera a Rigo.
Él cargó la camioneta con algunas mochilas y unas cajas y partimos esa misma mañana hacia algún lugar desconocido. En el camino quise darle un mamón, pero no quiso, me dijo que mejor esperara. En el camino pasamos por la ciudad donde nos había llevado al cine una vez. Recorrimos algunas calles y de pronto estacionó en una esquina de un lugar no muy concurrido. Un par de minutos después se abrió la puerta de la camioneta y sin que yo supiera de dónde, apareció Manu, a quien no veía desde que me invitó al baño en mi casa. Ágilmente se encaramó, me subió en sus piernas y tiró una mochila hacia el asiento de atrás.
—¿Cómo estamos, compadre? —saludó mi hermano.
—Listos para la aventura, compadre —¿Y usted?
—Estamos listos también. Vamos.
Manu me puso la mano en la entrepierna y apretándola bien suavemente me dijo al oído:
—¿Y tú estás lista, bebé?
Yo no supe qué decir, pero me gustó que me hablara en la orejita y que me diera besitos en el cuello.
Desde allí partimos hacia la costa. Por primera vez iba a conocer el mar.
Llegamos a un pueblo de la costa a la hora de almuerzo y ambos me invitaron a un restaurant. Me dijeron que todos esos días eran mi regalo de navidad por lo tanto me tratarían como una reina. Yo me sentía la persona más importante del mundo. Siempre uno de los dos me llevaba de la mano y me preguntaban lo que quería, elegían el restaurant pidiendo mi opinión en todo. ¡Llevaba allí no más de una hora y ya me sentía la niña-mujer más privilegiada del planeta!
Manu se veía guapísimo, con el sol reflejando sus rayos en su pelo brillante y castaño y su bigote y una barbita de un par de días. Mi hermano, con su estampa de macho, de caminar seguro, guapo, masculino. Los dos eran un par de hombres para darse vuelta a mirarlos. Y andaban conmigo. Solo conmigo. Eran míos. Los dos.
Almorzamos en un restaurant frente al mar y ellos me sugirieron qué pedir. Nada pesado me dijeron porque tiene que tener una digestión livianita. Así que comí pescado a la plancha. Después del postre, ellos todavía tomaron un bajativo mientras conversaban. No había apuro. Al salir del restaurant entramos a un supermercado donde ellos compraron varias cosas, bebidas, cervezas, comida, etc. Luego Manu se separó un ratito de nosotros para hacer una llamada. Estuvo en eso unos cuantos minutos y después se acercó y le dijo a mi hermano:
—Ya, compadre, estamos listos con la cabaña.
—Ok, tú me guías entonces. Vamos.
—Caminamos hasta la camioneta y enfilamos hacia un sector de locales comerciales. En una esquina, Manu se bajó de la camioneta y nos pidió que lo esperáramos un par de minutos. No se demoró nada y volvió.
Con una sonrisa le mostró a mi hermano una llave.
—Vamos, a gozar se ha dicho.
Mi hermano se rio y echó a andar la camioneta hacia un sector de colinas.
La cabaña a la que llegamos quedaba frente al mar y tenía la pared del frente toda de vidrio por lo que todo lo que se veía era el océano y era un sector casi deshabitado. Solo se veían cabañas muy separadas unas de otras. Yo no cabía en mí de contenta. Tenía dos dormitorios en el segundo piso con baño y una cama muy grande y en el primer piso había un living-cocina-comedor. Todo amoblado austeramente, pero con mucho gusto.
Hasta ese instante yo no sabía qué íbamos a hacer, pero al ver esa cabaña me imaginé que los cuatro días los pasaríamos ahí como efectivamente ocurrió.
Una vez que nos instalamos, Manu se sacó toda la ropa y me invitó a que nos fuéramos a bañar juntos. Yo miré a Rigo y él me dijo que en esos cuatro días yo tenía permiso para hacer todo lo que quisiera, solo tenía que pedirlo. También me dijo que si había algo que no quería hacer solo tenía que decirlo y nadie se enojaría por eso. Me insistió harto en eso y yo le dije que bueno y me metí a la ducha con Manu.
Manu era más lindo ahora que en el baño de mi casa. Era alto, trigueño, lindo cuerpo, velludo, pero no tanto como mi Rigo y sus bolas le colgaban más que a mi hermano. Su pene era blanco y largo, pero el de mi hermano era más grande y grueso. Y sus pelitos no eran tantos, parece que se los afeitaba. Me gustaba mucho Manu y sus manos me enjabonaban todo mi cuerpo con un jabón de aroma muy rico. Al salir del baño, mi hermano me secó con una toalla bien grande y luego me pusieron un perfume muy rico. Después mi hermano también se fue a bañar y yo me quedé con Manu, así los dos desnudos en la cama que parecía que nos caíamos al mar. Manu se puso de costado y subió una pierna sobre mí y me acarició mi barriguita. Su pene ya se había puesto duro y la cabeza estaba descapullada y roja. Yo la tomé con una mano y él me dio un besito en los labios.
Cuando apareció Rigo, también se subió desnudo a la cama y se puso al otro lado y mientras Manu me ponía el pico en los labios, mi hermano se dedicó a comerme el culo levantándome las piernas con sus manos. Después se subió un poco más en la cama y me tomó de la cintura y me sentó con la conchita sobre su boca y me la comió como él sabe que me gusta. A Manu le cabeceaba el pico y sentí como que estaba a punto y debe haber sido así porque me la sacó y se puso a mirar como Rigo me comía y a acariciarme por todos lados con sus manos calentitas.
Mi hermano me levantó y posándome entre ellos dos se sonrió con Manu.
—¿Cómo está, compadre? —le dijo.
—Mejor no podría estar. Ni en mis mejores sueños —contestó Manu.
—Agradézcaselo a la princesita. Ella lo quería a Ud. de regalo, ¿cierto, mi vida?
Yo sonreí y no dije nada, porque no era cierto que yo lo haya pedido de regalo, pero mi hermano a veces sabía más que yo de mí misma. Y si él lo decía, debe haber sido que eso es lo que yo quería.
Esa tarde la pasamos juntitos los tres en la cama. Ninguno de ellos quería terminar con la magia. Más tarde vimos un atardecer maravilloso sentados en un sofá todavía desnudos, pero con aire acondicionado. A ratos me ponía uno entre sus piernas y después el otro.
El primero que lo dijo fue Manu.
—Compadre, no doy más. Necesito ponérsela.
—¿Princesita?, —me preguntó Rigo—. ¿Quiere?
—¡Sí! —dije yo un poquito ansiosa.
—Póngale cremita compadre, cuídela.
—Claro que sí. Venga, mi amor —Me dijo Manu.
Lo que siguió fue una larga y deliciosa preparación para recibir a Manu en mi conchita. Me la comió riquísimo, me metió un dedo por los dos agujeros. Me culeó la boca y al final se sentó en un sillón grande frente al mar y me sentó de espaldas a él y me la dejó ir toda adentro. Él ya sabía que yo la aguantaría. Rigo le había informado bien de todo lo que yo podía hacer. De ahí en más me culeó con furia, me hacía saltar entre sus piernas, me elevaba en el aire con su fuerza, y yo quedé casi sin aire. Me besaba el cuello y mientras me culeaba me frotaba el clítoris. Manu era un experto, igual que mi Rigo. Cuando acabó me chorreaba la leche de la concha y yo la recogí con los dedos para comérmela.
Ya en la noche nos acostamos los tres en la cama otra vez y yo le tomé la pichula a mi hermano y se la apreté fuerte y lo comencé a pajear suavecito hasta que se le paró completamente.
—¿Quiere otra más, mi amor? —me preguntó.
—Sí —le dije yo—. Quiero que me metas la pichula tuya ahora.
Manu hizo un gesto como de no poder creer tanta suerte cuando me escuchó hablar así. Le debe haber gustado mucho, porque el pico se le paró nuevamente. Pero esta vez le tocaba a Rodrigo.
Mi hermano, experto como era, me hizo delirar de gusto. Me la puso con mis pies posados en su pecho. Manu quiso ver cómo entraba el pico en mi concha y se acercó para ver todo en detalle. Rigo me la fue metiendo más lentamente que otras veces y Manu solo aspiraba aire entre los dientes de gusto como si me la estuviera clavando él. Hasta me dedeó el clítoris cuando mi hermano empezó su vaivén.
Rigo me culeó en varias posiciones. Al final me la puso en el culo y Manu tuvo que pajearse para descargarse otra vez. Cuando Rigo acabó, Manu me tiró los mocos en la cara. Eso me gustó muchísimo.
Me quedé dormida con un hombre a cada lado y con una pichula en cada mano. A ratos se ponían lacias y yo inconscientemente las volvía a parar.
Según me contó mi hermano mucho tiempo después, esa noche Manu ardía en deseos de culearme una vez más antes de dormirse, pero él no lo dejó porque yo me había quedado dormida y estaba muy cansadita con las dos cachas tan intensas que había recibido y además quedaba harto tiempo todavía.
A la mañana siguiente cuando desperté, los hombres estaban conversando, no se habían levantado aún. En algún momento yo debo haberles soltado el pico porque ahora estaban los dos hablando en voz baja. Antes de abrir los ojos los escuché decir:
—¿Crees que nos aguante un doblete?
—Frontal no, todavía no le da para eso.
—¿Y trasera?
—No estoy seguro, no quisiera intentarlo aún.
—Y si lo intentamos con una doble por delante y por detrás.
—Mmm, creo que eso sí podría ser posible. Al menos intentemos y si no puede, será para otra vez.
—¿Va a haber otra vez?
—Ja, ja, compadre, Ud. tranquilo no más.
—Gracias, compadre, le estaré agradecido toda la vida. Esta invitación es como sacarse la lotería. Nunca lo olvidaré.
Yo no entendí nada de lo que decían, pero en eso abrí los ojos y los dos me agarraron a besos, uno por el chorito y el otro por el culito.
Una vez que me comieron bien, los dos me lubricaron por ambos lados y Rigo me dijo:
—Princesita, si le duele mucho me avisa, ¿sí?
Yo no dije nada porque sabía que mi hermano nunca me haría daño.
El primero fue Rigo. Se acostó de espaldas y me pidió que me clavara el pico en el hoyito. Yo lo hice sin mucha dificultad y luego él me tomó de los hombros y me recostó de espaldas en su pecho.
—Ya, compadre. Con mucho cuidado, si le duele para. —advirtió Rigo.
—No se preocupe compadre. No le haré daño. Aurorita, le voy a poner el pico por el chorito; si le duele mucho me avisa y paramos. Nadie aquí le va a hacer daño.
Y entonces, con sumo cuidado, Manu trató de embocar, pero a mí me dolía. Rigo me tenía ya super entrenada en recibir el pico, pero había una imposibilidad física de recibir ambas al mismo tiempo. Todavía no podía. Manu desistió cuando vio que me estaba causando mucho dolor por lo que bajó a mi rajita y me chupó el clítoris mientras mi hermano me culeaba bien suavecito.
Luego Rigo me dio vueltas poniéndome en cuatro y me la sacó para que Manu ocupara su lugar. Volví a sentirme llena de verga y esta vez en una cacha más rápida y urgente. Rigo se metió por debajo de Manu para chuparme el choro mientras yo era enculada salvajemente. Después se salió y sentí sus chorros de leche en mi espalda y a Manu eyacular en mi cueva caliente. Quedamos exhaustos.
Después de esa cacha, los muchachos fueron al baño a lavarse las pichulas y volvieron a acostarse a mi lado para hacerme cariño. Era genial tenerlos así, los dos a cada lado, cada uno apoyado en un codo mirándome y acariciándome. ¡Qué ganas de que me besaran los dos al mismo tiempo! En eso estábamos cuando a mí se me ocurrió ir a hacer pipí.
Manu se paró como resorte y me dijo:
—Vamos —yo no sabía para qué tenía que acompañarme si yo sabía ir sola al baño que estaba en la misma pieza, pero luego lo descubriría.
Al entrar al baño, Manu se metió a la ducha y se acostó en el piso y me sentó en su pecho y luego me dijo:
—Ya, mi vida, haga pipí. Cuando le estaba orinando el pecho, entró Rigo y lanzó un fuerte chorro en mi pecho que rebotaba al pecho de Manu. Yo reía contenta con el nuevo juego. Abrí bien grande la boca y mi hermano supo qué hacer.
Otro aprendizaje más.
Esa mañana fuimos a la playa. Había poca gente por la hora, pero nos divertimos. Yo me metí al mar por primera vez y mis hombres me metieron caminando bien adentro conmigo en los hombros. ¡Fue tan divertido!
Luego salimos un poco y cuando el agua les llegaba a ellos a la altura de las vergas me sujetaron con un brazo en mi barriga y me metieron al agua y ambos aprovecharon de agarrarme el choro cuando estaba debajo del agua. En otro momento me pusieron en el agua con las manos en la espalda para que no me hundiera como si me estuvieran enseñando a nadar y con uno a cada lado, mi carita quedó a la altura de sus vergas. Me las restregaron en la cara, pero nada más por si alguien estuviera mirando.
Ese mediodía ellos cocinaron en la cabaña.
Y cuando estábamos terminando de almorzar, mi hermano me dijo algo que me dejó pensando.
—Princesita —me dijo—. Hay algo que tengo que decirle.
Yo miré a mi hermano. No sabía qué me iba a decir. Y pensé que nos íbamos a tener que devolver. Quizás qué cara puse porque mi hermano se rio y Manu también.
—No, mi vida, no nos vamos —adivinó como siempre mi hermano—. Lo que quiero decirle es otra cosa. Mire, mientras estemos aquí en la cabaña Manu y yo somos sus regalos. Estamos aquí para que nos use en lo que quiera. Nosotros no estamos acá para usarla a Ud., es al revés, ¿me entiende?
—No sé, Rigo —respondí. Realmente no sabía que quería decir mi hermano.
—Lo que Rigo quiere decir, mi amor, es que Ud. está en su derecho de pedirnos lo que quiera hacer. Si quiere pico, tómelo. Si quiere cacha, exíjala. Lo que quiera solo pídalo. Nosotros queremos ser sus esclavos estos días. ¿Lo entiende ahora?
—Ah… sí —respondí con una gran sonrisa.
—Y lo otro —agregó mi hermano—, es que lo que pase en esta cabaña quedará en esta cabaña así es que siéntase libre de hacer o pedir lo que quiera. Aprovéchese de nosotros. —sonrió.
—Ya sé lo que quiero —dije yo con mirada pícara.
Rigo y Manu me miraron sonriendo y expectantes por ver qué es lo que yo les iba a pedir. Yo me paré de la mesa.
—Párense aquí y sáquense los shorts —les ordené mientras los chicos divertidos me hicieron caso.
—Ahora inclínense en la mesa y ábranse el culo con las manos —les exigí.
Los hombres se miraron y sonrientes quedaron con las nalgas expuestas. Y así me los comí a los dos. Les metí la lengua hasta donde me cupo. Manu era el más sorprendido porque no sabía el placer máximo que se obtiene de ese estímulo. A Rigo también se lo comí por muchos minutos. Si se cansaron no sé, porque yo estaba bien enviciada en eso y me pasé mucho rato taladrándoles el hoyito. Entremedio también les metí uno, dos, tres dedos bien adentro. Nuevamente fue Manu al que le costó más aceptarlo, porque a Rigo le gusta, él fue el que me enseñó a hacérselo. En todo caso, en todo momento sus vergas estuvieron erectas y con las venas hinchadas. Yo aproveché de masturbarlos y cuando ya estaban listos, los hice pararse uno a cada lado mío y se las comí al mismo tiempo juntando las cabecitas. Cuando eyacularon, yo misma apunté los picos a mi boca y me tragué cuanto semen pude, pero un buen poco corrió por la polerita que estaba usando en ese momento.
—Aurorita, eres lo máximo —me dijo Manu cuando acabó y Rigo también se veía feliz.
Esa tarde, Rigo me leyó en el sofá frente al mar. Nos recostamos e hicimos cucharita con su pico entre mis piernas que a ratos se le paraba y a ratos se le bajaba hasta salirse. Me leyó un buen poco de una novela llamada “Momo” que cautivó mi atención. Acurrucadita en sus brazos miraba el mar y me imaginaba el Sum-sum gomalasticum apareciendo en las aguas frente a nuestra cabaña. Rigo lee tan bien que me gusta que me lea él porque si pongo la oreja en su pecho su voz me retumba por dentro, pero a mí también me gusta leer solita así es que cuando llegue a la casa voy a continuar leyendo las aventuras de esta niña llamada “Momo”.
Cuando a Rigo le dio sueño, el libro se le deslizó de las manos y se quedó así, calentito y abrazadito a mí. Manu se había ido a recostar a la pieza y yo también me quedé dormidita abrazada a mi hermanito.
Cuando Manu bajó y nos despertamos, el sol se estaba poniendo en el horizonte. Nos paramos los tres desnudos frente al enorme océano y yo pregunté:
—Manu, ¿me puedes culear aquí de pie?
Torux
Rico