Aurora – Capítulo V
Recuerdos de la especial relación de una niña y su hermano mayor.
Manu me incrustó la verga de frente y yo crucé mis piernas en su espalda y así me cachó con esa maestría con que culea él. Con fuerza, pero procurando siempre darme el máximo placer a mí. Yo apoyé mi cara en su pecho mientras su verga entraba y salía de mí. Cuando se deslechó le tocó el turno a mi hermano. Ser culeada por dos machos a mi disposición, sin condiciones, en libertad, con tanta confianza, con ternura, con salvajismo, con amor, era mi regalo de navidad perfecto. Clavada en el pico de mi hermano pensé en que la vida era maravillosa.
Esa noche, posesionada de mi nuevo rol de dueña de mis actos, les ordené a los machos que no se bañaran porque quería lamer todo su cuerpo y sentir sus olores. Otro aprendizaje. Yo, sin duda, tenía un lado muy alternativo del sexo y el deseo y en ese viaje lo comencé a desarrollar.
Esa noche los lamí desde los pies a la cara, deteniéndome especialmente en el culo, mi perdición, y las bolas y el pico y las axilas que no se habían podido lavar. Me gustaron mucho los olores a hombre, a pico, a culo, a sudor.
—Princesita, Ud. es una cochinita muy cochinita —me dijo una vez más mi hermano sonriendo. Y yo creo que tenía razón.
Esa noche ambos me volvieron a culear una vez más antes de dormirnos.
A la mañana siguiente antes de que me dieran la cacha matutina, les mamé la verga a los dos apenas desperté y cuando estuvieron bien duritas me senté en la de Rigo primero y en la de Manu después. Pero antes que eyacularan les pedí que se detuvieran y que nos fuéramos a bañar, ahora sí, los tres juntos. Una vez en el baño, yo les lavé las pichulas erectas con mis manos y cuando los vi a punto les pedí que me dieran la leche en la boca. Así lo hicieron y después les ordené que los dos me lavaran a mí y luego se lavaran ellos.
Esa mañana mi hermano me dijo que íbamos a hacer un lavado especial. Yo pensé que había que lavar la ropa, pero no, en realidad mi hermano se refería a que íbamos a usar la perita de goma roja que él usa para lavarme el culito. Solo que esa vez la íbamos a usar todos para quedar muy limpios. Para eso tuvimos que hacer caquita todos y después lavarnos y usar la perita varias veces hasta botar pura agua limpia. Fue muy demoroso, pero yo ya sé que es muy necesario porque mi hermano me ha dicho que para tener sexo anal, incluso para meter la lengua, el culo tiene que estar impecablemente limpio.
Ese sábado fuimos a recorrer algunos lugares en camioneta, pero a mí se me ocurrió ordenarles que íbamos a ir sin calzones o calzoncillos; mente perversa, ja, ja. Yo fui con un vestidito delgado que si se me levantaba iba a mostrar mi concha y mis nalgas peladitas. Y los hombres tenían que ir con los shorts sin malla adentro con las pichulas colgando, por lo que si se les paraba iban a mostrarle al mundo lo que llevaban ahí. Los muchachos se rieron mucho de mi ocurrencia, pero les gustó el desafío y así salimos. Yo llevé mi traje de baño también por si acaso.
Se veían lindos los dos y de solo caminar la verga se les movía de lado a lado. Era tan notorio, ja, ja, ja. Muchas mujeres los quedaban mirando ahí, y para ser más precisa, también los hombres los miraban con más que curiosidad. A ellos y a mí.
Caminamos por una costanera llena de gente y cuando les pedía un helado lo lamía de la manera más caliente posible y los chicos, pobres, se ponían las manos adelante, para taparse las erecciones.
En un sector de la playa había un muro ancho y bajo que divide la arena del espacio pavimentado para caminatas y a mí se me ocurrió caminar por sobre el muro mientras Rigo me llevaba de la mano caminando a mi lado. En principio sin advertir que la gente que estaba en la arena apoyada en el muro bastaba con que levantaran la vista para verme la concha y el culo al aire. Cuando me di cuenta de eso, comencé a caminar más lento y cada vez que encontraba un hombre o un grupo de chicos me paraba mirando al mar y con las piernas abiertas. Algunos me tiraban besos, otros se metían la mano en la entrepierna para ocultar sus erecciones. Cuando Rigo se dio cuenta algo le dijo a Manu y ambos se sonrieron, pero luego Rigo me bajó.
—Princesita, Ud. es muy perversa, mi amor, pero hay que tener cuidado —me advirtió.
Luego a Manu se le ocurrió que podríamos arrendar unas reposeras para los tres bajo un gran quitasol en la arena lo que me entusiasmó muchísimo. Cuando tuvimos nuestras reposeras los muchachos se sacaron las poleras mostrando sus torsos desnudos y luego me hicieron ponerme mi trajecito de baño de una pieza. Como no andábamos con toallas ellos dos me cubrieron como pudieron y yo rápidamente me saqué el vestido y me puse el traje de baño. Yo le pedí permiso a Rigo para ir al agua y él aceptó, pero me advirtió que solo estuviera en la orilla, porque, aunque yo sabía nadar, el mar podía ser peligroso.
Antes de ir al agua, a Manu se le ocurrió que esperara para ir a comprar bloqueador solar en la playa y así protegernos del sol. Entre los dos me untaron todo el cuerpo. Yo noté que un hombre que estaba recostado en una reposera cercana miraba con mucho interés y le sonreí. Él también me sonrió y me saludó con la mano. Eso no pasó inadvertido para mi siempre sagaz hermanito, pero no dijo nada.
Luego yo ofrecí ponerle bloqueador a mi hermano y luego a Manu. En eso me demoré un poco porque los muchachos son hombres grandes. En eso noté que el hombre también comenzó a hacer lo mismo y yo le daba miradas furtivas y él me guiñaba el ojo.
De ahí me fui corriendo al agua. Estuve harto rato chapoteando en la orilla, me metía un poco, hacía como que nadaba y salía. Cada vez que venía una ola varios chicos se zambullían en el momento en que esta rompía. En un momento uno de ellos salió con el pantaloncillo enredado en sus piernas y con el pene a la vista. Me dio mucha risa porque él no se había dado cuenta y cuando me vio reírme se lo subió muy avergonzado.
Cuando nadábamos en el río con mis hermanos a mí me gustaba zambullirme también. Me apretaba la nariz y abría los ojos bajo el agua. Así que quise probar en la playa si podía hacer lo mismo y sí, era muy divertido. Fue en uno de esos momentos en que lo vi. Al principio no me di cuenta, pero al salir de una de mis inmersiones él estaba frente a mí mirando el horizonte. Su mano abrió discretamente el costado de su short y me mostró la cabeza del pene que para mí fue muy novedoso porque tenía la forma de una callampa como yo nunca había visto. Luego, sin mirarme, avanzó más adentro en el agua hasta que esta le llegó a la cintura. Yo estaba temerosa de seguirlo, porque hubiese tenido que nadar y no quería desobedecer a mi hermano, pero en eso, alguien me tomó de la cintura y me acarreó riendo hacia lo más profundo. Era Manu que fue a jugar conmigo. Parado al lado del hombre de la callampa, me tomaba de los brazos y me zambullía y luego me sacaba. Manu es muy juguetón y cada vez lo quiero más.
En una de esas zambullidas, vi que el hombre se había sacado otra vez la cabeza del pene para mi deleite. Cuando Manu me tiraba hacia afuera yo gritaba:
—¡Más!, ¡más! —pero lo hacía mirando al hombre y no a Manu.
En las siguientes zambullidas varias veces le vi la callampa al hombre totalmente descubierta, erguida y con un par de cocos enormes. Era un pene raro, pero deseable. Se me imaginó que si le chupaba la callampa se me podría quedar atorada en la boca.
La siguiente vez que Manu me sacó del agua no me tiró de los brazos, sino que me alzó con la mano desde mi entrepierna. El hombre hizo un gesto con la cara que yo conocía muy bien. Había eyaculado. Al rato después ya no lo vi más junto a nosotros.
Cuando volvimos a las reposeras, me pareció ver al hombre conversando con Rigo, pero no estaba segura. Manu puso la reposera al sol para secarse. Su pene se veía como a la luz del día con su short mojado.
Yo después de descansar un rato y pedirle a Rigo que me comprara helados, seguí yendo a la orilla un par de veces más, pero la última vez que quise ir, Rigo me dijo que no, porque ya se hacía tarde y tenía que secarme al sol. Ese fue uno de los días más maravillosos de mi vida.
Cuando partimos de la playa, el hombre de la callampa también comenzó a guardar sus cosas y cuando íbamos en la camioneta, me pareció advertir que se alejaba en un auto muy lujoso. Esa tarde Rigo me leyó otro capítulo de “Momo”, mientras yo escuchaba atentamente sentada en el otro extremo del sofá y Manu me abrazaba por detrás con sus piernas calentitas flectadas a mis costados y su pichula en mi espalda.
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Al atardecer, nos sentamos a ver la puesta del sol. Esta vez Rigo me sentó sobre él y puso su barbilla en mi hombro.
—Si tuviera la oportunidad de comerse a otro hombre aquí ¿le gustaría? —me preguntó en voz bajita.
—No sé —le respondí.
—¿Y si ese hombre fuera aquel con el que jugó en la playa? —inquirió Manu.
Yo me sorprendí, pensé que Manu no se había dado cuenta.
—Mire princesita, a ese hombre Ud. le gustó mucho y a él le gustaría pasar esta noche con nosotros, pero eso sólo si Ud. quiere, si no, no. —me dijo mi hermanito.
—¡Ya! —aplaudí yo, y luego me avergoncé de mostrar tanto entusiasmo por un desconocido. Manu y Rigo se rieron fuertemente.
—Mi princesita es una cerdita —me decía Rigo y me hacía más y más cosquillas—, ¡una cerdita!, ¡una cerdita!
Manu también comenzó a hacerme cosquillas yo cuando no aguanté más me solté y corrí escaleras arriba al dormitorio chillando y ellos me siguieron y saltaron a la cama y me agarraron entre los dos.
—¡Una cerdita!, ¡una cerdita!, ¡una cerdita! —me gritaban y yo pataleaba desesperada por las cosquillas hasta que se me ocurrió chuparles el pico y eso fue el santo remedio. Los dos se quedaron quietitos y se les paró al tiro. Esa tarde Aprendí a librarme de las cosquillas. Pero no quisieron que terminara el trabajo. Me dijeron que tenían que guardarse para más tarde. Ahí me acordé de nuevo del señor Callampa.
Esa noche Rigo insistió en que repitiéramos el rito del lavado interno y nos demoramos un buen rato en eso, pero quedamos los tres impecables. Al finalizar, Manu se ubicó frente al inodoro.
—¡No, espera! —le dije yo. Y tomando su pene con la mano me lo puse en la boca y esperé. Manu me lo fue dando de a poco. Me tiraba un chorrito y luego lo cortaba presionando la punta del pene con sus dedos y yo tragaba mirándolo a los ojos. A Manu se le empezó a parar.
Rodrigo tendría que salir en la camioneta a buscar al señor Callampa porque eso es lo que habían acordado, pero antes me sentó en la cama y me dijo que pusiera mucha atención.
—Princesita, tengo que decirle algunas cosas antes: Quiero que sepa que invitaremos a este señor solo si Ud. quiere. Piénselo bien. Además, tiene que saber que este señor es un hombre muy rico y quiere pagar mucho dinero por estar con nosotros. Con los tres, ¿me entiende?
—Sí.
—Lo otro que quiero decirle es que Ud. puede exigir y ordenarle a él hacer lo que Ud. quiera, ¿se le ocurre qué cosas quiere que él haga?, ¿le gustaría darle órdenes a él?
—¡Sí, me gustaría! —repliqué riendo. Para mí todo era un juego, pero Manu y Rigo aún no comprendían que al declararse mis esclavos le estaban soltando las cadenas al pequeño monstruito que habitaba en mí.
El ruido del motor de la camioneta se alejó y Manu y yo nos quedamos abrazaditos en la cama. Le pedí que hiciera sonidos para escucharlos con mi orejita pegada en su pecho y eso me tuvo muy entretenida por mucho rato, además del dedo que Manu me tenía bien encajado en el choro.
Cuando sentí llegar la camioneta, le pedí a Manu que le preguntara a Rigo si había traído mi regalo de velitas azules, que él comprendería. Manu se extrañó, pero asintió.
Manu se puso un short y yo me puse un vestido y bajamos a recibir a la visita.
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El señor Callampa ingresó con paso seguro, y con una pequeña maleta en su mano. Vestía pantalones grises, cinturón de cuero, camisa azul, de seda supongo. Él no era guapo, pero sí distinguido, muy bien rasurado, su cara se veía suavecita y sus ojos eran de color gris. Eso no lo había advertido en la playa.
Cuando Rigo lo presentó, él saludó a Manu y luego se quedó de pie frente a mí.
—Un gusto conocerla señorita Aurora —me dijo, extendiendo la mano y agachándose ceremoniosamente me besó la mano con un brazo atrás.
Su forma de hablar era muy rara y eso me hizo mucha gracia y me reí.
—¿Cómo se llama Ud.? —le pregunté genuinamente interesada en saber su nombre.
—Alphonse Chambeyron, para servirla a Ud., señorita.
—¿Champiñón? —todos rieron ante mi incapacidad de entender la pronunciación del apellido.
—No, Mademoiselle. Cham-bey-ron. Pero me puede llamar como Ud. quiera.
—Ehhh, Ok —Y me puse a reír. Para mí el señor Callampa bien podía llamarse Champiñón.
—Señorita, ¿me puedo sentar junto a Ud.? —preguntó.
—¡Sí! —dije yo con entusiasmo.
—Muchas gracias —Me dijo— y sentí un aroma tan delicioso que aspiré profundo para sentirlo mejor. El señor Champi no era viejito, pero debe haber estado en sus cuarentas seguramente.
Rodrigo me miró.
—¿Ud. quiere algo, mi niña? —No supe si mi hermano me estaba ofreciendo una bebida o al señor Callampa. Así que opté por lo último y le respondí.
—Sí, que vamos a la pieza.
—¡Oh! —exclamó el señor Callampa —mademoiselle quiere jugar.
—Así parece, —dijo Manu—, la señorita quiere jugar. —Y partimos al segundo piso.
—Sáqueme el vestido —exclamé yo divertida, me gustaba ese juego de roles.
El señor Callampa tomó delicadamente el vestido y me desnudó y se separó un poquito de mi para mirarme.
—¡Ou la la! —exclamó con tono de admiración.
Yo me di vuelta y me mostré ante él sonriendo.
—Ahora desnude a mi hermano —le ordené.
—¿Eh? —se sorprendió el señor Callampa.
Yo me crucé de brazos y lo miré desafiante. Quería que me hiciera caso. Rigo y Manu se miraron sorprendidos, pero no dijeron nada. Después de unos segundos de silencio, el señor Callampa me miró.
—Como Ud. mande, señorita.
Mi hermano solo vestía una polera y se había puesto pantalones por el frío de la tarde, por lo que el señor Callampa, le pidió que levantara los brazos y le sacó la polera dejándolo a torso descubierto. Luego desbrochó el cinturón y desabotonó el pantalón y luego de dudar un segundo, tomó el tirador de la cremallera y lo bajó. Enseguida tomó los pantalones por los lados y tiró hacia abajo. Mi hermano que no llevaba nada debajo quedó con su verga al aire. El señor Callampa so ruborizó porque, aunque no estaba erecto, el pico casi lo golpea en la cara. Mi hermano levantó una pierna y luego la otra y él mismo se sacó las zapatillas. Luego el señor Callampa me miró y yo solo con un movimiento de cabeza le indiqué qué hacer. Le sacó la polera a Manu y luego le bajó los shorts. La verga de Manu ya había comenzado a erguirse.
Enseguida yo me subí a la cama y acerqué al señor Callampa tomándolo del brazo y comencé a desnudarlo a él. Desabotoné toda su camisa y sin sacársela desabroché su cinturón y lo dejé con el pantalón a medio abrir. Le pedí a Manu que le sacara la camisa y a mi hermano a que le sacara los zapatos, lo que hicieron prontamente. Mi hermano se veía un poco turbado, pero Manu, no.
Una vez que hubieron cumplido con mis órdenes yo me bajé de la cama y le bajé lentamente los pantalones al señor Callampa dejando ante mis ojos un par de calzoncillos de seda negros. Pasé mi mano acariciando la tela y esta comenzó a levantarse lenta, pero continuamente hasta quedar cómicamente levantada. Metí la mano por entre la abertura y le acaricié suavemente el pene. El señor Callampa suspiró cerrando los ojos.
Miré a mi hermano y a Manu y ellos de inmediato se pusieron a cada lado con sus pichulas completamente erectas. Yo tomé la de mi hermano y se la chupé sin dejar de pajear con extrema lentitud la verga del señor Callampa. Luego hice lo mismo con la de Manu y miré al señor Callampa a la cara que tenía un gesto como de dolor.
Muy lentamente saqué la verga del señor Callampa que lucía su cabeza de champiñón exageradamente grande y de color violeta sostenida por un tallo largo de regular grosor. Le di un besito en la cabecita, solo con los labios y el pene saltó ante el contacto. El señor Callampa soltó un gemido.
Todo esto mientras chupaba los picos que tenía a mis costados con ruidosas succiones. Enseguida acaricié la cabeza del pico-champiñón con la de mi hermano y luego con la de Manu para continuar mi mamada.
Solté la callampa y le pedí que se sentara en el centro de la cama apoyado en el respaldo y luego guié a mi hermano y a Manu para que se atravesaran acostados al medio de la cama y boca abajo. Los muchachos supieron de inmediato lo que iba a hacer. Sin esperar abrieron sus nalgas. El señor Callampa se comenzó a masturbar.
—¡No! —le ordené yo. Solo cuando yo lo ordene.
Enseguida le metí la lengua en el culo a los chicos. El señor Callampa gemía de gusto y se revolvía como si estuviera amarrado con cadenas. El culo de Manu es peludo, pero el de mi hermano es un bosque de pelos y ver mi carita pequeña y blanquita con mi lengua metida allí era una imagen de verdadera tortura para el señor Callampa. Le pedí a mi hermano que se pusiera como perrito con el culo apuntando al señor Callampa y le abrí las nalgas para que él pudiera observar el hoyo en medio de la maraña de pelos. Luego le metí un dedo muy despacito. La respiración del señor se hacía cada vez más agitada. Enseguida le pedí a Manu que le metiera el dedo a mi hermano mientras yo me escabullía bajo su vientre para tomar su verga con mis labios desde abajo, lo que Manu hizo solícitamente. No pude ver la cara de mi hermano, pero me puedo imaginar que mucho no le gustó. Pero era mi esclavo, él lo había dispuesto así.
Luego de que Manu lo dedeara por un buen rato y antes de que me fuera a acabar en la boca, les ordené a los chicos que cambiaran posiciones. Todo esto me iba naciendo del momento. Nada estaba planeado, pero me sentía la dueña del espectáculo y me gustaba. Me gustaba mucho. Habían despertado un diablito.
Manu no pudo evitar un gemido de verdadero placer cuando mi hermano le metió un dedo ensalivado. Yo me dediqué a chuparle la pichula muy ruidosamente jugando con sus bolas. La cara del señor Callampa lo evidenciaba casi al punto del llanto.
Tampoco dejé que Manu acabara. Le ordené al señor Callampa que se recostara completamente en la cama y con mis piernas a ambos lados de su cabeza fui bajando muy lentamente hasta que su lengua alcanzó mi chorito. Había puesto la lengua tan rígida que fue como violarme con ella. Me llegó muy adentro y aprovechando eso, yo comencé un movimiento de sube y baja en su lengua. Les pedí a los chicos que me acercaran sus pichulas y ellos rápidamente se ubicaron a cada lado, pero mi intención era otra. Tomando la pichula de Manu lo hice hincarse para acariciarme el clítoris con su cabecita. Mi hermano hizo lo mismo y de pronto tenía una lengua y dos pichulas agasajándome el choro. Cuando subía inevitablemente la lengua del señor Callampa terminaba acariciando las cabezas de los picos.
Después de eso, me deslicé muy suavemente por el lampiño pecho del señor Callampa mirándolo a los ojos y me relamí los labios ante lo que me iba a comer. Él me miraba con los ojos extraviados. Tomé su callampa entre mis manos y besé sus pelotas. La verga tiritaba de ganas. Luego, y antes de tomarla entre mis labios le ordené que chupara a los chicos lo que hizo en un impulso que no admitía dudas. Haría lo que yo quisiera con tal de que le chupara el pico.
Cuando los muchachos le culearon la boca yo abrí la mía exageradamente e ingresé el champiñón tratando de no tocarlo y luego cerré mis labios repentinamente dejándolo atrapado. Lo succioné fuertemente y el señor Callampa se vino con todo en mi boca. Los estertores del pico me inundaron de leche la que mayormente tragué, pero al final dejé un poco en mi boca para subir luego por su pecho y haciéndole abrir su boca la escupí en su lengua.
Los muchachos luego me culearon frente a él que ahora sí tenía permiso de masturbarse, pero eso sí, mientras me culeaba Manu, él tuvo que chupársela a Rigo y cuando me culeó Rigo, Manu tuvo que chupársela a él. No me pareció que a Manu le molestara hacerlo, aunque él era mi esclavo, no podía hacer otra cosa que no fuera obedecerme. Y yo lo estaba pasando muy bien.
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El señor Callampa tenía un cuerpo muy cuidado. Se veía fuerte y de piernas largas. Eso sí, todo él era lampiño. El único vello lo tenía en sus brazos, pero el resto de su cuerpo era totalmente lampiño. No tenía pelos ni en el culo, ni alrededor del pico, ni en sus bolas, ni en su pecho ni en sus piernas. Su piel era suavecita y con un aroma que me atraía fuertemente.
Después de esas primeras actividades, todos nos pusimos algo encima. El señor Callampa se vistió con una bata de seda, bastante corta, que sacó de su maletín. Luego él se ofreció a cocinar algo liviano porque todos teníamos hambre. Y revisando lo que tenía a disposición se puso manos a la obra. En poco tiempo estábamos comiendo como reyes; él tenía un magnífico talento para la cocina.
El aire acondicionado nos permitía mantenernos así, casi desnudos. Yo me senté a su lado y de vez en cuando le acariciaba su pierna. Me gustaba mucho lo suavecita que se sentía. También eso lo mantenía en constante tensión y más de una vez vi asomarse el champiñón por entre los pliegues de la bata. Al terminar de comer yo me escabullí bajo la mesa y fui dando varias vueltas agasajando los falos de cada uno. Al final los chicos se sacaron sus shorts y el señor Callampa dejó completamente abierta su bata. Cuando supe que estaban todos listos, los invité a que desocuparan la mesa y me acosté en ella para que me acabaran todos en la boca. Lo hicieron, pero también me dejaron leche en la barriga, en el pelo, en la cara y no conforme con eso.
Una vez que todos acabaron, mi hermano me pidió.
—Princesita, hínquese aquí y abra su boquita.
Aún toda moqueada, con el semen de los tres machos chorreando, hice lo que me pidió mi hermano. Al señor Callampa nuevamente se le escapó un “¡Oh”! de sorpresa cuando advirtió de qué se trataba y también él quiso cooperar.
—Mademoiselle Aurore est une véritable boîte à surprises —comentó.
Mi hermano luego me tomó en brazos y me llevó al baño.
—Rigo… —le dije.
—¿Sí, mi princesita?
—Ehh… ¿puedo pedirte algo?
—Por supuesto, mi amor, dígame.
—Me gustaría estar un rato con el señor Champi…
—¿Estar?
—Ehh…
—Amor, ¿quiere estar solita con el señor Chambeyron?
—Un ratito
Rodrigo no dijo nada en un principio, pero luego me preguntó:
—¿Está segura?, ¿no quiere que esté yo o Manu?
—Quiero hacer cosas con él… pero después yo los llamo.
Rodrigo besó tiernamente mi frente e intentó abrir la llave de la ducha, pero yo se lo impedí y lo miré.
—¿Quiere que la bañe él?
—Sí.
—Está bien, mi amor, pero recuerde que estaremos en todo momento abajo y si me necesita me llama y yo subo de inmediato.
—Gracias, Rigo —le di un besito en la boca—. También necesito mis “velitas azules” y las cremas—le susurré.
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—Mademoiselle…
—Báñeme, señor Champi.
—Permítame…
—Con la lengua.
—Sí, señorita.
Por largos minutos eso fue todo lo que el hombre pudo hacer, eliminar totalmente los restos de semen y sudor de mi cuerpo y cuando ya parecía haber terminado, abrí las nalgas y le indiqué que también allí debía dejarme muy limpia. Se abocó a ello sin dudar y una vez terminada su labor me llevó en brazos a la cama. Allí hundió su cara en mi concha y jugó con su lengua por interminables minutos, evidenciando un hambre no satisfecha por mucho tiempo. Cuando sacaba la lengua, era para mirarme el choro, manipularlo con sus dedos y luego volver a comerme como el más exquisito de los manjares, hasta que el cansancio lo obligó a recostarse a descansar un momento.
Desnudos ambos, me acurruqué a su lado y me aferré a succionar uno de sus pezones que obviamente sabían de esos placeres. Uno y otro recibieron mis caricias y mordiscos y tirones. Le pedí que no hiciera nada, que me dejara esta vez el trabajo a mí. Bajé por su pecho hasta alcanzar sus bolas, muy grandes, rosadas, suaves y las chupé con ganas. No quise en ese momento agasajar la verga nuevamente, considerando que apenas media hora antes me había brindado leche en cantidad. Bajé entonces por su perineo, besando, chupando, mordiendo y levanté sus piernas. Él entendió de inmediato. Tomó sus piernas con sus manos y me dio acceso. Su culo era delicioso. Blanco como toda su piel con un hoyito rosado y apretadito. Lo besé y pasé la lengua sin introducirla aún. Le metí un dedo hasta donde llegaba, luego dos, tres, probé luego con cuatro y aún así pude. Su ano era una cueva complaciente que sin duda aceptaría mayores desafíos, ya veríamos.
Tomé la cajita que Rigo me había alcanzado y saqué de inmediato uno de mis juguetes, el más grande, para tenerlo a mano y luego me dediqué a meter mi lengua en su culo. El señor Callampa lo abría sin temor y me permitía feliz la entrada que, sin duda, ya había sido profanada antes. Luego de lubricar bien tanto el juguete como su cueva, le embutí el consolador sin muchos miramientos y lo violé con él metiendo y sacando repetidas veces. Luego le pedí que me lo hiciera a mí.
El señor Callampa, repitió luego cada una de mis acciones en mi propio cuerpo. Cuando llegó al punto de violarme el culo con el consolador su verga cabeceaba de ganas. Lo recosté en la cama empujándolo con mis manos y luego lentamente me clavé solita la callampa en mi posterior.
Dolió, no miento, la cabeza-champiñón no estaba especialmente diseñada para este tipo de labor, pero yo estaba entrenada y soporté. Una vez que entró la cabeza descomunal lo demás no era problema. Disfruté como condenada esa cacha. En principio yo estuve arriba, pero el señor Callampa muy pronto me puso de espaldas en la cama y levantando mis piernas me culeó maravillosamente. Me besó la boca con pasión y me hizo sentir su herramienta taladrando mis interiores con sensaciones que antes no había sentido.
Mi hermano me contó después que, ante la ausencia de ruidos, subió a ver qué pasaba y me encontró dormida en los brazos del señor Callampa quien hizo una señal de silencio para no despertarme. Estaba exhausta.
Ellos me acostaron bajo el cobertor y se reunieron con Manu en el living.
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Una vez mi hermano me dijo que puta es una mujer que tiene sexo por dinero. ¿Me convirtió mi hermano en una puta? Se lo pregunté una vez.
—¿Lo hubieras hecho gratis con el señor Chambeyron? —me contra preguntó.
—Por supuesto, quería hacerlo. Él me gustaba mucho—contesté convencida.
—Pues, ahí está la respuesta, tú no lo hiciste por dinero. Sin embargo…
—¿Qué…?
—Yo sí fui un puto esa noche.
—¿Cómo…?
—Aurora, esa noche decidí que debía dejarte descansar. Te habías quedado dormida de cansancio y yo no tenía derecho a exigirte más, por sobre todas las cosas quería protegerte. ¿Cuántos años tenías?, ¿nueve? Esa noche fuimos Manu y yo quienes le dimos a la frase: “lo que pase en esta cabaña quedará en esta cabaña” todo el sentido que realmente tuvo.
—¿Quieres decir que tú y Manu tuvieron sexo con el señor Chambeyron sin mí?
—Lo tuvimos. Y el dinero que conseguí de toda esa experiencia fue suficiente para que muchas cosas en el campo cambiaran. La granja prosperó y permitió tu educación y la de Lucía.
Esa conversación la tuvimos Rigo y yo en mi adultez, por supuesto, y mi hermano decía la verdad: yo habría hecho todo lo que hice sin que mediara dinero alguno porque me gustaban demasiado los hombres, no solo se trató del señor Chambeyron, hubo otros que pagaron mucho por mí. Sin embargo, el cuidado que mi hermano siempre tuvo, anteponiendo mi bienestar ante todo, sacrificándose él incluso, sigue tocando las fibras más sensibles de mi ser, confirmando mi admiración y el amor que le he profesado toda la vida.
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A la mañana siguiente desperté sola en el dormitorio. Me asusté. Por algún motivo injustificado se me ocurrió que todos se habían ido y se habían olvidado de mí. Bajé las escaleras y en el living estaban los tres desnudos y mezclados. Botellas de cerveza desparramadas por el suelo, olor a sexo, a cacha, a pichula. Los hombres roncaban. Manu en el sofá. Mi hermano y el señor Callampa en un colchón, seguramente del dormitorio sin uso. Me senté en un sillón y los observé por largo rato. Los tres se veían deseables. Manu, guapo, esbelto, velludo, pero no en exceso; el señor Callampa como ya he dicho, muy blanco y lampiño, su piel sin marcas de ningún tipo; mi hermano, mucho más tosco, piernas gruesas cubiertas de pelos, su espalda ancha, bronceada, sus nalgas redondas y grandes y la separación oscura de pelos negros. Observar esa parte de su cuerpo mientras dormía me provocó unas cosquillitas de calentura. ¡Moría por el culo de mi hermano!, ¡qué ganas de meterle la lengua y meterle mis dedos como había hecho con el señor Callampa!
Torux
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