Cogiendo a mi hermana mayor en visperas de navidad.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Se aproximaba el fin de año y esta vez el destino quiso reunirnos a la mayoría de la familia en la casa materna. Todo pintaba a que estas fiestas serian especiales, mi madre se mostraba complacida de ver a su prole reunida, hijos, nietos y hasta sus yernos. Pocas veces había ocurrido algo similar, ya sea por el trabajo o simplemente porque cada quien vive su vida de manera diferente.
– Y usted – decía mi hermanastra Rosa a mi hermana mayor Beatriz esa tarde cuando hablaban de todo y nada en la sala de la casa – ¿Qué? ¿Se dejo con el Ernesto?
– Si – dijo secamente mi hermana –
– ¿Qué paso? Tanto tiempo juntos…
– Ya no funcionábamos. El Enano era solo pelear y pelear, muy celoso.
– Jajaja Razón tendría.
– Que va – dijo dejando entrever duda y cierta picardía mi hermana –
– Y Usted – pregunto mi hermanastra a Sandra mi hermana menor quien se hallaba sentada enfrente de ella – No me diga que también está soltera.
– ¡No! Yo tengo a mi negro. Esta loca – dijo refiriéndose a Beatriz -. De puro gusto se dejo con su marido.
– ¡Ve! Y esta que mosca le pico Jajaja – respondió Beatriz.
– Jajaja Ya dejen de pelear dijo mi hermanastra.
– Y Usted Rosa – pregunto Beatriz refiriéndose a mi hermanastra – ¿Qué paso? ¿Cuando la cigüeña?
– Pues no sé. La verdad ya me estoy resignando.
– ¿Y qué? ¿Acaso no…?
– Jajaja Si. Bueno cuando se puede, pero ni modo.
– Ya Beatriz – dijo Sandra como previendo que el tema era incomodo para Rosa –
– Ve ¿Qué tiene? Yo no estoy preguntando nada del otro mundo.
– Jajaja Y Robert – dijo Rosa preguntando por mi –
– Pues… El ha estado pendiente del estado de mama.
– Y ¿sigue con Mónica?
– No. Al menos eso se yo.
– Somos la familia de los solteros Jajaja – dijo mi hermanastra divertida –
– Si – dijo Sandra – Porque ustedes quieren. Bueno chamacas, esta belleza se va a tomar su siesta, sigan ustedes de chismosas. Yo voy a descansar.
Acto seguido se levanto y dando media vuelta se encamino a su cuarto. Yo pensé retirarme igual, por un no sé que me había detenido a escuchar junto a la venta de donde estaban. Curiosidad o mala educación, pero ahí estaba oyendo lo que no me importaba.
– Y usted – dijo Rosa – ¿Qué? ¿Todavía hace aquello con Robert?
– ¿Qué?
– Usted sabe. ¿Aun hacen sus cositas?
– Jajaja – rio Beatriz para decir en voz muy baja – Ya no. Uf, hace tanto tiempo.
– De verdad. Ustedes eran tan calenturientos…
– ¡Ustedes! Éramos Jajaja.
– Jajaja Yo. Usted era quien a cada rato se encerraba con él.
– ¿Se acuerda cuando lo agarramos entre las dos y le sacábamos hasta la última gota de leche al pobrecito Jajaja.
– Pero era caliente. Ese si una gallina se le ponía la cogía.
– Pero tenía sus dos gallinas en nosotras Jajaja.
– Y Sandra sabe de “eso”
– No. Ni quiera Dios.
– Y Lily
– Ella si…
– Jajaja Si todavía estaba yo en casa. En esos días me case ¿Recuerda?
– Si. Fueron años maravillosos – dijo como evocando el tiempo –
– Jajaja Y esos suspiros.
– Solo recordaba Jajaja.
– Oiga y ahora que está soltero quien le saca la leche.
– No sé. Yo creo que se ha de masturbar Jajaja
– Yo digo. Porque …
– ¿Qué? Esta emocionada.
– No. Solo digo. Tenía la verga grande ¿Verdad?
– Jajaja y usted qué ¿Esta caliente? ¿O qué?
– Solo recordaba. Me gustaba subírmele encima y ensartarme su estaca, acariciarle las tetitas y dejarme caer con fuerza hasta hacer que mis nalgas rebotaran en sus piernas.
– Jajaja Está enferma y, esta grave Jajaja.
– De verdad ¿No le gustaría sentir esa verga otra vez? Mamarla hasta sacarle toda la crema que tiene adentro, luego volverla a parar a puras chupadas. Pedirle a Robert que le dé una buena mamada de coño, de culo, de tetas.
– Jajaja De verdad esta de hospital.
– Y Después que le dé una cogida de aquellas donde le dan verga por 45 minutos, por el chocho, por el culo, por la boca y que al final le llenen las chiches de leche. Que ricura Jajaja Ya me estoy calentando.
– ¡calentando! Usted está que arde Jajaja.
– Falta de sexo Jajaja.
– Pero ¿Qué? No tiene su peor es nada. O va decir que no le funciona al igual que el que yo tenía.
– No, no es eso.
– ¿Entonces?
– No sé. Solo recordaba cuando nos cogía nuestro hermano ¿Cuántos años pasaron? ¿Veinte? ¿Veinticinco?
– Como veinte, creo.
– Como pasa el tiempo. ¿Seguirá igual de caliente? ¿La tendrá más grande?
– Jajaja ¿Y usted que ondas? Anda urgida.
– Le confieso Jajaja. Si necesito que cojan así, degenerado. Quisiera que me den verga hasta dejarme hinchado el chocho.
– ¿Y necesita a Robert?
– Bueno, a cualquiera. Aunque me gustaría y me excitaría más si fuera mi propio hermano. Es que estoy cansada de lo mismo, la misma pinga, posición. ¡Yo quiero sexo!
– Jajaja Pues aproveche que lo tiene tan cerca – dijo Beatriz como sí adivinara que yo seguía a escasos metros, escuchando y con la verga parada -. Quien y lo logre, ya sabe donde duerme.
– Jajaja Ya. Cambiemos de tema.
– ¿Por qué? Usted empezó. Tengo el chocho encharcado, siento cosquillas en mis tetas Jajaja. Definitivamente necesito una verga también.
– Jajaja Auxilio – dijo mi hermanastra emulando gritar, pero sin alzar la voz – ¡Aquí! ¡Aquí! Aquí estamos dos viejas ganosas de una buena verga.
– Cállese Jajaja. La van a oír – dijo Beatriz buscando con su mirada a algún inesperado que pudiera estar más allá de la puerta del lugar donde estaban.
– Jajaja Ok. Hablamos más al rato y si me ve a Robert mándemelo al cuarto desnudo de una vez.
– Jajaja Está bien, si lo veo le digo. Aunque no le prometo descremarlo yo primero Jajaja.
– Ok Si es igual de bueno que antes no me preocupa Jajaja.
Las vi salir. Rosa se encamino a su cuarto mientras que Beatriz se dirigió hacia el portón de calle, de seguro saldría a dar una vuelta por la colonia o tan solo iría a tomar aire fresco.
Yo estaba excitado, mi verga se hacia un nudo con ganas de soltarse y salir a dar pelea. Supe que era el momento de darme un baño y así bajar la calentura. Ya bajo la ducha me masturbe hasta vaciarme en sendos chorros de semen, a cada impulso imagine que le estaba perforando lo más profundo de las entrañas de mi hermanastra. Una sonrisa maquiavélica apareció en mi rostro al mismo tiempo que una luz de maldad llegaba a mi cerebro. ¿Y si voy a su cuarto ahora mismo, así desnudo? Ella dijo que….
Tome la toalla y cubriéndome cintura abajo Salí del baño tratando no encontrarme con alguien de la familia, parecía extraño que con tanta gente en casa nadie anduviera afuera. De seguro estarían viendo televisión, mis sobrinas quizás jugando. El sol de las dos de tarde obligaba a cualquiera a hacer todo menos querer andar bajo sus inclementes rayos.
En dos zancadas estuve frente a la puerta de Rosa, mire alrededor y al comprobar que nadie me veía gire la manija y entre decidido. Ella estaba ahí, recostada en su cama, viendo unas fotos que había sacado de una caja que tenía en su regazo.
– Hola – dijo mirándome extrañada.
– Me dijeron por ahí que viniera – dije seriamente mientras dejaba caer la toalla de mi cuerpo-
Pude ver las reacciones de su rostro. Una sonrisa entre nerviosa pensativa apareció de repente, sus ojos buscando los míos, un ligero color rojo se esparció por sus mejillas.
– La tiene más grande – dijo –
– Entonces ¿Era cierto? – dije caminando lentamente sabedor que cada uno de mis movimientos eran el foco de su atención – ¿Puedo sentarme aquí?
– Malo – dijo dejando deslizar cada una de las letras en su boca – He pensado mucho en esta verga. ¿Recuerda cuando me desvirgo? Tenía 18 años y esta panocha no había probado carne.
– Como olvidarlo – dije viendo en sus movimientos que estaba excitada-
– Déjeme tocarla. Esta más gruesa, Jajaja. La cabeza, que rica – dijo sobándola largamente con una de sus manos. ¡Los huevos! Como me gustaba mamarle los huevos. Se ve más rica, más madura.
– Y usted no se queda atrás – dije siguiéndole el juego – Veo que sus tetas están igual de grandes y ricotas. Y ese culote está más grande.
Dejándole espacio para que pudiera apreciar mi verga estire una de mis manos, palpe sus tetas, acerque mi rostro para quedar frente a frente, sentía su respiración y podría decir que escuche los latidos de su corazón. Nuestro beso fue tierno, suave pero apasionado, intenso. Sus labios sabían a algo diferente a lujuria de hermanos, rico, todo mi cuerpo parecía entender que esto era distinto, lo separaban la distancia de 20 años atrás y el hecho de ahora ser maduros, corridos en la calle de la experiencia. Cuando destape sus tetas y la vi caer movidas por la gravedad no pude aguantarme y acaricie cada una, con la punta de mis dedos estrujaba cada pezón haciéndolo despertar de deseo, mis labios terminaron el trabajo. Era delicioso tener aquellos melones en mi boca. Rosa no dejaba de recorrer cada palmo de mi palo, la podía oír gimiendo, de vez en vez me apretaba el pito y temblaba.
– Uf Que rico. Estas más rico – decía –
No sé en qué momento se quito su ropa o fui yo quien lo hizo, pero pude apreciar que en nada se parecía a lo que yo recordaba, su monte de Venus era enorme, depilado, gruesos labios dejando entrever una lengua de color oscuro. Un olor a mujer se escapaba embriagando el ambiente.
– Déjame mamártela – me pidió –
Incline la cabeza hacia atrás y la deje hacerse con toda la extensión de mi plátano, saco su lengua y empezó a darme pequeños toquecitos sobre la parte descubierta de la cabeza. Luego engullo lo que pudo, su interior estaba caliente, húmedo, sabroso.
La veía degustar cada palmo, sus manos acariciando mis bolas. Sentía su respiración, el temblor de su cuerpo era más evidente.
– Te gusta bebe – me pregunto –
– Si. Mamas divino. Se ve que has tenido práctica.
– Es que me enloquece. Pensar que eres mi hermano le da un ingrediente extra.
A punto de acabar me dejo y se tiro de espaldas en la cama. Su enorme chocho era la peor tentación que pueda tener un hombro. Me coloque de espaldas al techo y metiéndome entre sus piernas inicie a lamerle cada uno de los pliegues de su gran panocha. Sabía rico, grandes cantidades de líquido quedaban en mi boca, sus gemidos me decían que estaba por perder el sentido.
– Cógeme – dijo –
Palmo a palmo pase mi lengua desde su babeante abertura hasta llegar a su boca, la bese como cuando recién habíamos iniciado. Me coloque de rodillas entre sus piernas e inicie a preparar mi fierro, lo descapote mientras intentaba saber que pensaba Rosa. Cuando le puse la cabeza en la entrada arreciaron sus temblores.
– Ya no me castigues – dijo casi aullando –
De una buena vez aunque muy despacio se la deje ir hasta el fondo, como saboreando cada milímetro, su vagina encharcada, su vientre suave y sus grandes tetazas eran la combinación perfecta para sentirme que estaba en el mismísimo cielo ¿O en el infierno?
Empecé a culearla lentamente moviendo rítmicamente mis caderas, de arriba abajo, a los lados. Cuando menos se lo esperaba le daba un empujón fuerte que me hacía sentir sus entrañas y sacarle un sonoro quejido, sus uñas en mi espalda me decían cuanto debía estar gozando.
– Estas tan rico – decía mientras se afianzaba de mis nalgas y me jalaba hacia sí -. ¿Por qué tienes esa verga tan deliciosa? ¿Por qué?
Jadeábamos los dos. Llevábamos unos quince minutos sin parar, sudábamos, nuestra respiración amenazaba linchar a nuestro corazón. Pude percibir que deseaba cambiar de posición y me baje, deje que fuera ella quien decidiera que hacer. Rosa se engolosino de nuevo con mi verga y me la mamo como poseída, eso sí, sagazmente se detuvo cuando intuyo que podía acabar.
– Ahora de torito – dijo –
Se coloco de al borde la cama recostándose un poco sobre sus pechos, su enorme culo totalmente levantado. Su gran chocho me mostraba su mejor vista. Labios hinchados y abiertos, goteando líquidos. Su raja era enorme, al final el botón de clítoris completamente dilatado.
Cuando me sostuve de sus nalgas no pude dejar de imaginar que maniobraba una moto, era como palparle las caderas a una potranca. Me acomode de nuevo y aprovechando sus mismos jugos se la deje ir hasta el tope hasta sentir sus labios vaginales hacer contacto con mis huevos. Rosa se agarraba de las sabanas y quizás para evitar sus gemidos escondía su rostro pegándolo al colchón.
La embestía a cuanto daban mis fuerzas, veía mi tronco desaparecer una y otra vez, mis piernas empezaron a resistir el galope y un haz de corriente súbitamente apareció en mi espalda. Supe que había llegado el momento y arrecie mis movimientos, Ella igual, repentinamente cambio el ritmo de sus caderas acelerando al máximo, sus gemidos eran más intensos.
– ¡Me voy papito! ¡Ay métela hasta el fondo! ¡Dame tu leche! ¡Dame tu leche! ¡ay! ¡Ay!
Sentí hervir su interior, la sensación de mi espalda se bajo al pegue de mi colita y el ano y me derrame. Mi verga palpitaba a cada chorro, yo trataba de echarle mi acabada hasta donde pudiera llegar en su interior, de ser posible hubiera querido perforarle los pulmones.
– Uf ¿Te gusto? – le pregunte –
– Me encanto – dijo dando muestras de cansancio.
Continuábamos empalmados, ella igual tirada sobre sus tetas y yo aferrado con mis manos a sus caderas. Como queriendo agradecerle el gustazo le bese la espalda.
– Me gusta tu culo – le dije al tiempo que le daba una palmada –
– Jajaja y a mi tu verga. Está bien rica, rica, rica.
– Rosa – dijeron en la puerta – Dice mi mama que esta lista la comida.
Las caderas de mi hermana se escaparon de mis manos dejando mi verga al aire aun goteando semen. Sandra nos observaba, sorprendida, curiosa, acusadora. Ella era una niña de 6 cuando mis hermanas y yo jugábamos al papa y mama. Durante veinte años quizás nunca imagino que algo así pudiera ser parte de los secretos de sus hermanos.
– Sandra – trato de explicarle mi hermana –
– No hay nada que explicar – dijo dando media vuelta y lanzando una última mirada a nuestros desnudos cuerpos.
– Sandra – grito Rosa –
Fue inútil. Nuestra hermanita nos había hallado en pleno acto. No había manera de ocultarlo, mi verga totalmente flácida todavía botaba las últimas gotas de semen.
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Durante la comida nada se dijo. Las miradas inquisidoras de Sandra fueron el único vestigio de que algo había ocurrido, Beatriz mi hermana la segunda en edad después de mi debió notarlo. Sutilmente enfoco la conversación en ella misma, en la separación de su marido, y en lo bonito que era estar todos juntos.
Cuando pudo se acerco a Rosa. No sé qué le dijo, pero rompió en una sonora carcajada.
– Yo voy a hablar con ella – dijo – divertida.
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Espero les haya gustado y, si es el caso, pues le contare otras cosas que pasaron en nuestra gran reunión de familia.
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