¿Cómo mi mujer y yo revitalizamos la relación? Parte 1
Este relato es sólo ficción, una fantasía. Ningún personaje es real..
No estábamos pasando una buena época en la familia. La situación económica del país no era la mejor y, como siempre en casos así, las clases medias y bajas son las más perjudicadas. Yo era dueño de una distribuidora de bebidas y la crisis había afectado las ventas. Estaba al borde del cierre. Como debía sostener los gastos de dos lugares (mi casa y la distribuidora), me vi obligado a pedir préstamos a los bancos. Sin embargo, la situación estaba lejos de mejorar. Mis ventas no paraban de bajar y, por lo tanto, la deuda era mucho más difícil de pagar. Eleonora, mi mujer, había sido despedida de su trabajo en el municipio con el cambio de gobierno y autoridades. Ella era trabajadora social, recibida con el mejor promedio de la carrera y con honores, pero, visto está, la vida no es justa con los esfuerzos de las personas. Eleonora estaba dejando su curriculum en distintos puestos de trabajo; por lo general, para secretaria. Mientras tanto, tenía un pequeño emprendimiento de bijouterie; sus clientes eran sus amigas y ellas la ayudaban recomendando productos a conocidas. Los ingresos no eran altos y ella también terminó endeudándose con el banco. Este contexto nos hizo caer a ambos en un pozo depresivo. Sólo eramos una joven pareja (yo de 35, ella de 38) que quisimos cumplir el sueño de casa propia para nosotros y nuestros hijos: Diego, de 14, y Sofía, de 7. A ellos los enviábamos a un colegio privado, cuyas cuotas mensuales no paraban de aumentar, y estábamos analizando cambiarlos a una escuela pública.
Por obvias razones, nuestra depresión también afectó nuestro desempeño sexual. En los inicios de nuestro matrimonio, cuando todavía éramos una pareja idealista y con un ilusión optimista del futuro, teníamos sexo día y noche, al despertarnos y al regresar cada uno de su trabajo. Durante la crisis, nuestro apetito sexual era nulo. Motivado, también, por nuestra desmejoría física. A mí me habían salido un sinfin de canas; mi cabello rizado y negro ahora de veía gris en el espejo. A Eleonora le habían salido ojeras y sus párpados lucían caídos, sumada a las patas de gallo en los ojos. También había subido un poco de peso, aunque sin perder su figura de una cintura estrecha; sus caderas se habían ensanchado y, como sus pantalones le estaban quedando chicos y no podía comprarse otros nuevos, le sobresalían los rollos por encima de la cintura del pantalón. Descrito esto, es entendible que ambos hayamos perdido la atracción física hacia el otro.
Aun así, no quiere decir que hayamos dejado el sexo para siempre. Lo intentamos muchas veces. Y, confieso, todo era mi culpa. No podía tener erecciones y eso era frustante. Una noche lo intentamos. Nos desnudamos por completo e intenté hacer el misionero. Agarraba mi pene flácido y trataba de estimularlo para endurecerlo. Eleonora también me daba una mano, pero nada. Con el smart view del celular de ella, protectamos la pantalla en el televisor, que estaba a nuestros pies, al fondo del dormitorio, y habíamos reproducido un video pornográfico para ver si podía excitarme. El video en cuestión mostraba a dos jóvenes chupando y ahogándose con un pene gigantesco, que aparentaba unos 20 centímetros; ambas introducían el falo hasta lo más profundo de sus gargantas, tenían arcadas y sus ojos se llenaban de lágrimas.
Al sentirnos los dos derrotados, terminé renunciando a mi intento de penetrarla y me acosté a su lado. Suspiré y ella, con consuelo, me abrazó y tendió su cabeza en mi pecho. Extendimos las sábanas hasta taparnos el torso, evidenciando la vergüenza hacia nuestros cuerpos. En silencio, nos quedamos acostados observando, creo yo con un poco de envidia, al trío juvenil disfrutando de sus pasiones, de su sexualidad. Al cabo de un rato, la puerta de nuestra habitación, que creímos cerrada, se entreabrió. Eleonora y yo miramos hacia aquella dirección y vimos a la pequeña Sofía asomarse por la rendija. Eleonora, de forma inmediata, quitó el video porno y encendió la televisión poniéndolo en esos noticieros de madrugada.
-Mami -dijo Sofía en un susurro.
-¿Sí, mi amor? -contestó mi mujer- ¿Qué pasó?
-Tuve un sueño feo.
-¿Un sueños feo?
-Sí.
-¿Y no podés dormir?
-No.
-Venga mi amor. -Y Eleonora se recostó, dejó caer la sábana y extendió los brazos hacia la nena.
Sofía se acercó a la cama, se subió y pasó por encima de mí pare llegar a los brazos desnudos de su madre. Yo, en un primer momento, me sentí incómodo al estar despojados de cualquier prenda y compartir cama con nuestra hija. Pero en seguida supe que a Eleonora no le importaba ya que nuestros cuerpos habían perdido toda connotación sexual. No había nada depravado en ello, así que la acostó entre nosotros y la acostó sobre sus tetas regordetas.
-Mami.
-¿Sí?
-¿Puedo tomar la teta?
Eleonora ya no producía leche materna, pero Sofía mantenía la costumbre de chuparle un pezón hasta quedarse dormida; esto pasaba en situaciones como las que estoy narrando, cuando tenía dificultades para conciliar el sueño.
-Sí, mi amor. Claro que podés.
Mi mujer colocó una mano por debajo de un seno, lo alzó y Sofía, con su labios, rodeó el pezón y comenzó a succionar. Yo solo me limité a observarlas e, inmediatamente, regresé mi atención al televisor.
No sé en qué momento pasó, pero me quedé dormido. En realidad, dormitando, porque recuerdo la luz de la tv proyectándose entre mis párpados. Pero hubo algo que me despertó, una excitación extraña. Sentí una especie de taquicardia y entreabrí los ojos. Me encontraba un poco más arrimado a mi mujer y a mi hija. La espalda de Sofía rozaba mi vientre. Alcé la mirada hasta los ojos de Eleonora. Ella seguía despierta, con su atención en la televisión; había cambiado de canal y miraba un película subtitulada. Yo me había percatado de que tenía un ligera erección. El peso de las sábanas estaba sobre mi pene y sentir eso me calentó un poco. Sin embargo, me sentía un poco incómodo, con algo de culpa, por encontrarme en ese estado con mi nena encima. Pero era algo que no pasaba hacía tiempo. Entonces miré a Eleonora, que no se había dado cuenta de que me había despertado, y le di un beso en la mejilla. Ella giró su rostro hacia mí y le di un pico en los labios. Ella me sonrió y yo la abordé con un beso francés, metiéndole toda la lengua en su boca. Fue un beso fogoso que se apagó de repente, ya que Eleonora me había detenido para no despertar a Sofi, que seguía sujetada a su pecho. Yo la había apretujado entre nuestros cuerpos.
-¡Pero mirá! -susurré, y me quité la sábana y le enseñé toda mi poronga tiesa, magistral, con las venas prominentes, totalmente erguida, con el músculo de la uretra que parecía a punto de estallar, y la redondez perfecta de la cabeza, reflejando la luz azulada de la tele. Quería que me entendiera, quería que supiera que eso era algo único, algo que anhelaba.
Ello se quedó mirando mi verga por encima de Sofía, como dubitativa, sin saber qué hacer o decir. Yo la animé con un gesto con la cabeza para que agarrara mi falo erecto con confianza. Inmediatamente me puse de costado, con el pene apuntando a mi mujer. Volví a hacerle un gesto y, finalmente, extendió su brazo izquierdo por encima de Sofía y me agarró la poronga con firmeza. Su mano empezó a subir y a bajar y sentía cómo el movimiento se estancaba en la cabeza, que estaba tan gruesa como nunca. Sentía la piel de mi verga desplazándose por todo el tronco. Volví a abordar a mi mujer con un beso apasionado y no me importó apretar a nuestra hija, que seguía dormida. Nuestras respiraciones se hicieron intensas y el aire exhalado y caliente rebotaba en nuestras caras. Saboreé el aliento mentolado de Eleonora. Luego yo me abrí de piernas para sentir el pene más expuesto y para que ella pudiera abarcar más. Ella empezó a masturbarme con más velocidad, siendo más brusca, tanto que la cama comenzó a sentir los impactos. No le importaba que la niña se zarandeara entre sus brazos.
-¡Uuuuuh! -exlamé. No pude evitarlo.
Sofía se despertó, lanzó un quejido y se desprendió del pezón. Quiso mirar hacia donde estaba la mano de su madre, pero esta la hizo callar y le dijo:
-Shhh, no dejés de chupar. -Y con la mano desocupada le giró la cabeza para que regresara a la teta.
Sofía se resistió por un momento.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-Nada. Tomá la teta.
En ese momento tuve dos pensamientos: o mi mujer lo hacía para que no nos interrumpiera o lo verdad era que le excitaba tener a su nena chupándole un pezón. En ese contexto de calentura, poco tiempo tuve para analizar la moralidad de nuestros actos y opté por la segunda opción, que, a decir verdad, me llenó de morbo.
La potencia de la masturbación no paraba en ningún momento, al contrario, iba creciendo. Yo no soltaba gemidos esporándicos; no podía evitarlo.
-Estoy mojada -dijo mi mujer.
Como lo había dicho susurrando, yo no la escuché al principio.
-¿Qué? -pregunté
-Estoy mojada -repitió en un tono más alto.
-Yo voy a acabar.
-¿Vas a acabar?
-Sí.
Entonces Eleonora me soltó la pija, le bajó el pantalón del pijama a Sofía y le bajó bombacha. Dejó descubierto su cola y su vulva, que miraban directo a mi cabeza humedecida.
-Acabale ahí -me ordenó.
-¡¿Qué?! -dije porque no lo podía creer.
-Acabale.
-¿Qué pasa? -volvió a preguntar Sofía. Pero Eleonora volvió a taparle la boca con su pecho.
-¡Dale! -me apuró mi mujer.
Yo dejé de pensar. Me dejé domar por mis más bajos instintos, así que me acomodé, apunté la pija al culo de mi hija y empecé a masturbarme de forma desaforada.
Eleonora llevó una mano a su vulva e introdujo tres dedos a su vagina. Se hallaba inclinada y mirando lo que hacía con mi pene. Empezó a gemir.
-¡Acabale! -gritaba ella.
-¡Oooooh! -exclamaba yo
-¡Dale!
-¡Uuuuh!
Sofía estaba asustada y se había largado a llorar.
-¡Dale!
-¡Uuuuf!
-¡Dásela! ¡dásela!
-¡OOOOH! -Y empecé a eyacular. Diez chorrazos de esperma espesa comenzaron a volar y aterrizaban en la piel de mi nena, en sus nalgas, en su vagina infantil, en su espalda, en su cabello. -¡UUUUUF!
Inmediatamente después de terminar, Eleonora y yo nos miramos. Ella abrió los ojos de par en par y se tapó la boca, sorprendida por lo que acabábamos de hacer. A mí me dio un escalofrío que me recorrió la espalda. Sofía lloraba a los gritos porque no entendía nada.
-¡Dejá de llorar! -le gritó Eleonora y volvió a mirarme y a repetir el gesto.
Yo traté de consolar a la niña tomándola cariñosamente de un brazo. Eleonora, por su parte, se levantó de la cama, completamente desnuda, y salió corriendo del dormitorio.
-Quedate acá- le dije a Sofía-. Ya vuelve papá-. Y salí de la cama y seguí a Eleonora.
Eleonora estaba en el baño. Se había sentado en el inodoro y se estaba masturbando. Se hallaba con los ojos cerrados. Con una mano se acariciaba una teta y con la otra se colaba los dedos en la vagina, mojada. Ella se taladreaba la concha y todos los rollos de su sobrepeso saltaban y vibraban y yo veía cómo la cicatriz de la cesárea, por donde nació nuestra hija, rebotaba entre esos colgajos. Finalmente, entre gemidos, retiró los dedos de su agujero y comenzó a expulsar chorros de líquido cristalino, que mojaron todo el piso del baño, salpicándome los dedos de los pies.
Luego se recostó en la mochila del inodoro y su piernas empezaron a temblar. Ella lucía agitada y todavía no abría los ojos. Era la manifestación del placer en su estado más puro.
Al instante oímos los llantos de Sofia acercándose a nosotros. Entró al baño. Eleonora la miró y le sonrió.
-Venga, mi amo -dijo mi mujer y le extendió los brazos.
Sofi se arrimó y su madre empezó a desvestirla de su pijama manchado con semen. Desnuda la nena, la alzó y la puso entre sus brazos. La meció y le susurró una canción al oído. Luego fue intercalando con diminutos besitos en toda su cara, en la frente, en la mejilla, en los labios. Después de eso, la llevó a la ducha y se bañaron juntas.
CONTINUARÁ
Me voló la cabeza. Espero con ansias la segunda parte.
No te demores por favor
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Excelente historia!
Excelente relato por fa la continuación xf mas espero la continuación pronto lo suban sigan adelante xf
Exelente, espero con ansias la segunda parte