¿Cómo mi mujer y yo revitalizamos la relación? Parte 2
Padre y madre suman a sus hijos. Este relato es ficción, una fantasía. Los personajes no son reales.
Luego de esa noche compartida con Sofía, Eleonora y yo hablamos de los que nos pasó. La relación se había revitalizado. Nos habíamos encendido como nunca. Jamás imaginamos que la solución podía salir de nuestra propia pequeña, de un fruto de nuestro vientre. Obviamente no podíamos creer lo que habíamos hecho. Éramos conscientes de que podía considerarse una perversión. Pero las sensaciones que tuvimos en esa cama fueron únicas. Eleonora se había quedado con las ganas y yo también. Si bien disfrutamos en su máximo esplendor cada momento, el objetivo final, que era el coito, la penetración misma, no había sucedido. Eso había quedado en deuda y decidimos saldarla. Ya habíamos encontrado el medio para nuestro y ahora faltaba el broche de oro.
Todos estas conversaciones la tuvimos a lo largo de la semana, en las noches, cuando íbamos a acostarnos. En ese transcurso no intentamos repetir esa noche ya que nos encontrábamos totalmente conmocionados y, sin lugar a duda, Sofía también. Nunca hablamos con ella del asunto. Hicimos como si nada hubiera pasado. La habíamos notado un poco más callada que de costumbre.
Sin embargo, alguien más faltaba en la ecuación. Diego, nuestro hijo varón, adolescente de 14 años. Él sin duda podía ser alguien cuyo potencial podíamos aprovechar. Debido a su edad, sus hormonas andaban exaltadas y, por ende, lo hacía muy activo y curioso sexualmente.
Esa noche Diego no se encontraba en la casa porque había pasado la noche en la casa de un amigo que conoció en el colegio.
Con Eleonora comenzamos a idear nuestra próxima jugadas. Analizamos estrategias en la que podíamos explotar nuestra sexualidad. Sofía era sumisa y, por tanto, mucho más fácil integrarla a la relación. La cuestión era Diego. Coinicidimos en que la mejor forma para seducir a un adolescente de su edad es a través de la provocación. Muchos jóvenes fantasean con los integrantes femeninos de sus familias. Con mi mujer terminamos acordando que debíamos sorprenderlo, sobre todo ella. Naturalizar un tabú de la noche a la mañana tenía algo de morboso. Así que ella decidió pasearse desnuda frente a él.
Llegado un viernes, Diego se encontraba en la comedor. Como era de manaña, estaba desayunando antes de partir al colegio. Yo me quedé espiando desde el living, sentado en el sofá, fingiendo que le prestaba atención a la televisión. Sofía estaba durmiendo porque el turno de la primaria era recién a la tarde.
Eleonora había estado bañándose y había hallado la excusa perfecta para pasearse como Dios la trajo al mundo. Ella salió del baño, pasó por delante de mí y me lanzó una sonrisa juguetona a la pasada. Yo repliqué el mohín. Estaba totalmente desnuda y su cabello estaba recogido y cubierto por una toalla. Me rebasó y yo le miré su figura, que ya me volvía a parecer provocadora. La cintura pequeña, las caderas bien anchas, los glúteos y los muslos gordos y repletos de celulitis; bien natural y hermoso como todo cuerpo femenino. Ella fue al comedor y se paró al lado de Diego. Puso una mano en la cintura y la otra, en la misa. Con esa postura provocativa, miró a nuestro.
-¿Querés una taza de café? -le preguntó.
Mi hijo llevó su atención hacia ella. Al percatarse de que estaba desnudo, le dio una rápida mirada a las tetas y agachó la cabeza. Por lo que me contó Eleonora, se había ruborizado. Él, nervioso, empezó a jugatear con la chuchara en el cereal. Mi mujer repitió la pregunta. Diego asintió con la cabeza y sin mirarla. Ella sonrió, dirigió su atención hacia donde yo me encontraba y me guiñó el ojo. Presenciar esa escena me había endurecido el pito. Aposté a que Diego le pasaba lo mismo; no necesariamente la erección, pero sí el nerviosismo, la emoción en el pecho.
Eleonora fue a la cocina y, a la pasada, acarició uno de los hombros del chico.
Luego retornó con una taza de café y la dejó frente a Diego. Él agradeció, aún sin mirar, y Eleonora se quedó de pie. Dio media vuelta y empezó a secarse el cabello con la toalla que llevaba en la cabeza. Diego me daba la espalda, pero me daba cuenta de que le miraba el culo a su madre de reojo. Una vez enjugado el pelo, ella volvió a mirar a su hijo.
-¿Te gustó? -preguntó con doble sentido. No sabía si se refería al café o a su desnudez.
Diego asintió una vez más, sin emitir palabra alguna. Luego Eleonora volvió a donde yo estaba y me lanzó una sonrisa socarrona.
Cuando él ya se encontraba en el colegio, mi mujer y yo hablamos de los siguientes pasos a seguir. Me comentó que si que él nos ayudase en nuestra relación, yo también debía exhibirme para que entrara en confianza, ya que era su figura masculina y, probablemente, me tenía confianza. La verdad que la idea de exhibirme frente a Diego me incomodaba más que hacerlo con Sofía. En un principio se trató de mi masculinidad frágil, un poco de tabú frente a las connotaciones homosexuales. Pero Eleonora me dijo que esto se trataba de amor libre y, si quería tal cosa, debía eliminar todo prejuicio. La verdad que tuvo razón. Pensé en el cómo y cuándo de presentarme desnudo en su presencia.
-Mirate una porno -dijo Eleonora-. Poné porno en el televisor y pajeate con él.
La idea me pareció maravillosa, así que un rato antes de que llegara, fui al living, encendí el smart tv y busqué pornografía en el navegador. Me quité los zapatos, las medias, el pantalón y el calzoncillo. Quedé completamente desnudo de la cintura para abajo. Mi torso sólo estaba vestido con una chomba azul. Me senté en sofá. Elegí un video y empecé a amasar mi pene flácido. Eleonora se asomó por la puerta.
-¡Esta llegando! -me avisó.
Asentí y mi corazón empezó a latir con velocidad. Estaba entre asustado y emocionado. Fijé los ojos en la pantalla del televisor, y mi pene se endureció en mi mano. Oí la puerta de entrada a la casa abriéndose. Y esperé.
En el video, una mujer está siendo penetrada por dos sujetos. Uno se dedicaba a su ano y el otro, a su vagina. Por el rabillo del ojo, pude ver a Diego acercándose. Al sorprenderlo, él detiene el paso y, avergonzado, vuelve sobre sus pasos.
-¡Diego! -grité- ¿Sos vos?
-Sí -respondió desde lejos.
-Vení.
Tardó en contestar. Yo insistí:
-¡Diego!
-Voy.
Yo ya estaba totalmente duro. Trabaja sobre mi pene. Deslizaba la mano por todo el largo del tronco. La cabeza empezó a expulsar líquido preseminal. Diego reapareció. Se quedó tieso sombre el umbral. Miró al televisor y luego, a mí. Yo sonreí. Actuaba como si lo que estuviera haciendo fuese lo más natural del mundo, casi como si viera un partido de fútbol.
-Vení- le dije mientras me taladraba la pija.
Él se acercó con tímidez.
-Mirá -continué-, ¿viste cómo le dan?
Él fijó la vista en la pantalla. No contestaba.
Yo me recosté en el sofá y abrí aún más las piernas. Mis testículos colgaban entre ellas. Podía sentir mi olor a hombre.
-Te gusta mirar eso, ¿verdad?
El seguía sin hablar. Me esperaba eso, así que seguí hablando:
-No te sintás nervioso. Es normal que a tu edad te guste ver eso. Vení, sentate.
Y, con la palma de mi mano, golpeé el almohadón junto a mí. Diego miró el sofá y, tomandose su tiempo, se sentó a mi lado. Mientras me masturbaba con la izquierda, puse mi mano derecha sobre su muslo y le dije:
-No te avergoncés, boludo. Soy tu viejo.
Él continuaba tieso. No se animaba a mirarme. Yo seguí pajeándome como si nada.
-¿Viste cómo estoy? -le pregunté.
Entonces, de reojo, se fijó en mi pene.
-¿Viste? -insistí.
-Sí -contestó finalmente, y tragó saliva.
-Ufff, ¿es que viste cómo se la cogen?
-Sí.
-Le dan por todos los agujeros.
Diego asintió de una cabezada.
-¿Viste cómo gime? Le gusta a la muy puta.
Tomé el control y subí el volumen.
La chica se había recostado sobre el cuerpo de uno de los tipos, que era el que la penetraba por la vagina. El otro había enterrado toda la inmesidad de su pene en el ano. Los testículos de ambos sujetos se tocaban entre sí, mientras que la fémina gemía y gritaba de placer.
Miré a Diego.
-Acompañame, dale.
Él no dijo nada.
-Dale, boludo. ¿Vas a dejar pagando a tu padre?
Entonces llevé mi atención a su regazo y vi cómo su paquete se endurecía. Lo tenía pescado. Había ganado su confianza.
-Dale, acompañame -dije. Y estiré la mano hacia la ebilla de su cinturón y se la saqué. Él hizo el resto. Abrió el botón, bajó el cierre de la bragueta y se quitó el pantalón. Quedó en slip, que era blanco. Entre sus piernas menudas, se levantaba un bulto. Él empezó a tocarse a traves de la ropa interior mientras su mirada se mantenía en la pantalla. Él imitó mi pose. Se retrepó en el sofá y se abrió de piernas. Yo sonreí.
Ahora a la chica la habían acostado boca arriba, con la cabeza colgando del borde de la cama, y comenzaron a pentrarla por la garganta. Ella tenía arcadas y se ahogaba con su propia baba. Expulsaba mocosidad y se enchastraba la cara.
Mi hijo seguía tocándose el bulto, sin quitarse el slip, entonces me harté y me incliné sobre él. Tomé el calzoncillo por el elástico y se lo bajé. Su pene erecto salió despedido y rebotó en su vientre. Para mi sorpresa, Diego no había puesto resistencia cuando descubrí su falo. Este era perfecto. Medía unos 15 centímetros con una circunferencia de, calculo yo, el mismo tamaño, por lo que era bastante grueso. Tenía pocos vellos en su pubis y en sus testículos, que estaban tan cargados de leche como los míos. Él miró su miembro y comenzó a masturbarse. Ambos comenzamos a hacerlo a la par. Padre e hijo exponiendo toda su masculinidad. Nos mantuvimos en silencio por un largo rato. Solo escuchabamos nuestras respiraciones agitadas. A mí eso me excitaba. Cuando a la actriz se la cogían más duro, aumentábamos la intensidad de nuestra masturbación. Escuchaba el sonido de las pelotas de Diego golpeando sus piernas y el sofá. Yo lo miré. Ver sus bolas saltando me calentaron aún más. Casi de forma intistiva, estiré la mano y le sugeté la pija. Decidí ayudarlo con la paja. Él se dejó tocar y dejó las manos tendidas a los lados para que yo haga todo el trabajo. Y así hice. Me aferré a ese pedazo de carne caliente. Subía y bajaba sin parar. Ya no me importaba ver el video. Solo estaba atento a la verga de mi hijo. Me deslizaba por su tronco, lo soltaba de forma momentánea para acariciarle los huevos y volvía a agarrarle todo el miembro.
Yo me cansé de masturbarme, así que lo tomé por una de sus muñecas y le dirigí la mano a mi poronga. De forma automática, sin pudor, se aferró al tronco y me hizo una devolución de gentilezas.
Mientras nos pajeábamos unos a otros, Eleonora se apareció con Sofía y se quedaron en la entrada del living. Mi mujer, sonriente, se limitó a obsevarnos, obligando a la niña a que hiciera lo mismo. La tenía tomada de los hombros y allí la dejó. Se notaba un grado de confusión en Sofía. Ella miraba nuestras pijas y cómo nos estimulábamos el uno al otro. Diego se había dado cuenta de la presencia de ambas, pero él entendía el juego, así que no paró en ningún momento.
-¿Viste cómo se quieren papi y Diego? -dijo mi mujer.
De repente, sentí que mi pene se había puesto tieso como una piedra, sentí que mi cabeza iba a reventar. Acto seguido, solté una erupción de semen. Gemí y me retorcí como loco, sin que Diego me soltara. Al mismo tiempo, la mano que tenía en mi hijo percibió que era bañada por un líquido tibio y espeso. Eyaculamos al mismo tiempo.
Luego me dejé caer sobre el sofá, jadeante. Eleonora comenzó a reírse. Yo la miré y le sonreí. Después miré a Diego y él me miró y los dos sonreímos y le di una colleja paternal. «Ese es mi hijo», pensé.
Entonces, faltaba el broche de oro. Ya teníamos completamente domadas a nuestras crías. Con Eleonora concluimos que la noche siguiente iba a ser la definitiva. Allí iba a producirse el clímax de nuestra historia.
Eran como las dos de la madrugada. Sofía y Diego dormían es sus respectivos dormitorios. Eleonora y yo salimos de nuestras habitaciones y fuimos a por ellos. Ambos totalmente desnudos. Yo caminé por todo el pasillo con el pene erecto. Entré a la pieza de Diego y me le arrimé a su cama. Dormía. Lo desperté tocándole el hombro.
-¿Qué pasa? -preguntó.
-Vení.
-¿A dónde?
-A la pieza con tu mamá, dale.
Diego se sentó en el borde de la cama y, aún medio dormido, se frotó los ojos con las manos. Yo prendí la lámpara de su mesita de luz y le mostré mi erección.
-Mirá cómo estoy. ¿Te vas a poner igual?
Él se quedó ensimismado mirando la cabeza de mi pene. Yo lo levanté de un brazo y lo llevé a mi habitación.
Cuando llegamos, Eleonora ya estaba con Sofía, que también se frotaba los ojos del sueño. Una vez todos adentro, mi mujer cerró la puerta y le echó llave. Luego regresó a donde se hallaba Sofía, se acuclilló y la desvistió. Primero le sacó el vestido y luego, el calzón. Yo miré a Diego le ordené que se desnudara y me hizo caso.
Ahora los cuatro estábamos como Dios nos trajo al mundo.
Eleonora se arrodilló frente a Sofi y le dio un abrazo. Yo empecé a masturbarme. Eleonora acarició la espalda de la niña y aplastó sus enormes tetas en el pecho plano. Luego hizo que sus mejillas se acariciaran y le terminó besando el cuello. Acto seguido, Eleonora abrió la boca y la puso en los labios de Sofía. Introdujo la lengua entre sus dientos y comenzó a saborearla. Mi mujer alzó el culo y yo me le acerqué y empecé a acariciarle la raja entre las nalgas. Le froté todo el ano y la vagina.
-¿Te gusta lo que le hago a mamá? -le pregunté a Diego, que me respondió que sí.
Su pene se iba irguiendo poco a poco.
Entonces agarré a Eleonora de los pelos, la levanté y la llevé a los pies de la cama. Yo me recosté ahí , ella se sentó sobre mí y se metió mi poronga por su concha, en presencia de los niños.
-Este show es para ustedes, chicos -les dije a Diego y a Sofi.
Eleonara empezó a embestirme con su pelvis. Nuestras pieles chocaban. Diego se había sentado en una silla arrinconada y contempló a sus padres coger mientras se masturbaba. Tenía la boca semiabierta y no pestañeaba. Sofía se quedó parada sin saber qué hacer; observaba lo que le hacía a su madre.
-¡Uy, qué rico! ¡Uy, qué rico! -repetía Eleonora sin parar.
-¿Te gusta? -preguntaba- ¿Te gusta?
-¡Ay, sí! ¡Ay, sí!
-¿Te gusta que te miren tus hijos?, puta.
-¡Ay, me encanta!
-Sos un puta -dije entredientes, y empecé a penetrarla a toda velocidad.
-¡Aaaaaaaaah! -gritaba mi mujer con la voz entrecortada por las embestidas.
-Sos una puta. Te gusta que te coja frente a tus hijos.
-Y vos sos un enfermo.
-Ah, ¿sí?
Y le agarré del cuello con una mano y no dejé de cogérmela. Su cara se había ruborizado. Le faltaba oxígeno. Luego le solté la garganta, le di una bofetada y volví a sostenerla del pescuezo. Ella me escupió en la cara.
Diego se estaba pajeando a más no poder. Ver a sus padres teniendo sexo fue la situación más placentera que haya vivido.
Eleonora se dio vuelta, lo miró y luego miró a Sofía.
-¿No vas a ayudar a tu hermano? -le preguntó a la nena. Luego se dirigió a Diego: -Sentala en tus piernas.
Diego miró a Sofía, se levantó y fue a buscarla.
-No se la metás, pendejo -ordenó Eleonora-. Y que nos miré.
Diego volvió a la silla y sentó a Sofía a horcajadas sobre su vientre, haciendo que su espalda le toque el vientre. Él se abrió de piernas y su pene quedó erguido sobre la vulva de la nena.
-Manoseala -dijo Eleonora.
Diego empezó a tocar el torso de su hermana, en especial los pechos planos, y hacía movimientos circulares con la pelvis para que su poronga roce los labios de su concha.
Yo seguí congiéndome a Eleonora. Nuestros cuerpos sudaban y se pegaban y le acariciaba los rollos y le daba nalgadas mientras nuestro hijo mayor manoseaba a nuestra nena.
Así es como revitalizamos nuestra relación. Fueron meses duros de impotencia y al fin volvimos a nuestras épocas de pasión, aunque me animaría a decir que mejor que antes.
Abracé a Eleonora mientras se la metía y le hablé al oído:
-Se la quiero poner a la nena.
-Mmmm, dale.
Yo me quité de encima a mi mujer y, rápidamente, fui al rincón y le quité a Sofía a mi hijo como si fuera un juguete. La había tomado del brazo y parece que había llorado porque lanzó un quejido. Me la llevé a la cama y la tiré boca abajo en el colchón. Puse mi pija en el medio de su culo y empecé a masturbarme entre sus nalgas, sin penetrarla. Tiré todo el peso de mi cuerpo sobre ella y me froté en todo su cuerpo.
Mientras, Eleonora había abordado a Diego y le estaba chupando el pene. Escuchaba que tenía arcadas con su hijo.
Sofi lloraba, pero mi pasión desenfrenada no hacía caso a sus quejas.
Después me levanté, me senté en el borde del colchón y la puse en mi regazo, de la misma manera que estuvo con su hermano. Me masturbé sobre su vulva por un instante y luego llame a Eleonora y a Diego:
-¡Vengan! ¡Vengan! -les dije rogando.
Mi mujer le dejó de comer la poronga a mi hijo y vino corriendo hacia nosotros.
-¡Chupá! -le dije.
-¿Qué chupo?
-Todo, todo.
Y comenzó a lamerme la pija y luego lamía la concha de Sofi y luego volvía a mi pene. Diego se acercó y se quedó de pie junto a mí. Entonces lo tomé de la cintura y empecé a chuparle la verga, que estaba toda baboseada por los fluidos de Eleonora. También sentía el gusto salado del semen. Saboreé su piel, su sudor, su hedor, mientras a mis pies mi mujer hacía lo suyo. Ella miraba hacia arriba y tenía una mirada depravada. Estaba despeinada y había mechones húmedos y pegoteados en toda su cara. Y Sofía lloraba, pero aún no comprendía que estaba materializando el acto más puro de amor que pudiera existir. Eleonora me comía los huevos y luego pasaba la lengua por la entrepierna de su hija y luego le chupaba los pies mientras que con una mano me pajeaba y yo sentía que estaba por eyacular.
Saqué la pija de Diego de mi boca y lo miré.
-Acabá, dale -le dije.
Y abrí la boca y comencé a masturbarlo desaforadamente.
-¡Aaaaaagh! -exclamó.
Y Diego eyaculó y yo, también. Todo fue un diluvio de semen. Esperma cayendo de todos lados, de izquierda, derecha, de arriba, de abajo. Mi hijo me enchastró toda la cara y yo enchastré la cara de Eleonora y todo el cuerpecito de Sofía, incluyendo chorros que llegaron hasta su rostro. Todo fue un estallido de placer.
Acto seguido, me dejé caer sobre la cama aún con la nena en brazos, y traje conmigo a Diego tirándolo de la pija. Eleonora se levantó y se nos sumó. Éramos una efigie totalmente extasiada. Nos abrazamos entre los cuatro y nos acariciábamos con suavidad. Sofi lloraba sobre mí, pero se iba calmando con las caricias de su madre. Mi hijo había apoyado su rostro en mi pecho y sentía sus labios rozando mis pezones. Yo le acariciaba la espalda hasta llegar a sus nalgas. También las yemas de sus dedos, con delicadeza, recorrían mi pene y mi escroto y, de paso, rozaba las piernas de su hermana. Eleonora también juegueteaba con mi pene y acariciaba el vientre repleto de esperma de Sofía. El semen de Diego recorría mis labios y mis mejillas y mi mujer se incorporó, me besó en la boca y volvió a su anterior posición, susurrandole cosas al oído de Sofía, pero que no alcancé a distinguir.
Allí nos hallábamos, fusionados y dejando atrás las angustias del mundo, las cuales fueron vencidas por la pasión y el amor.
FIN
Me gustó pero personalmente me quedé con ganas de más. Más aun cuando el padre dijo que de la quería poner a Sofi y no pasó.
Que lastima que termine así.
Igual es muy bueno el relato.
4pts
Gracias y sigue asi
Waoo, que rico relato, y si coincido, me quede con ganas de más…. Felicitaciones…!!!
Falto cojida del padre a la hija