Competencia entre madres e hijas
Un relato un poco loco para intentar explicar la competitividad que tenemos con otras mujeres por la atención de un hombre, y que puede llegar a darse hasta entre madres e hijas…
Esta vez os voy a contar unas situaciones, que quizás pasen desapercibidas a muchos hombres, pero que les sorprende cuando son conscientes de ello.
Se trata de la competitividad que tenemos las mujeres entre nosotras mismas para lograr los favores y la atención de los hombres y que se manifiesta ya desde niñas, como algo innato de nuestra personalidad, que nos hace competir incluso con nuestras propias madres por los favores del hombre que tenemos más cercano, como pueda ser nuestro padre.
Esta competencia es obvia en nuestras relaciones sociales, con nuestras amigas, desde la adolescencia, e incluso en la madurez, con otras mujeres, que por alguna razón, vemos como rivales, o por el hecho de quedar por encima de ellas, por una cuestión de orgullo femenino, podría decir.
Los matrimonios que hayan tenido hijas habrán pasado por esta situación, siendo las madres las que más la perciben porque van viendo cómo se van produciendo los hechos, ante la indiferencia de sus maridos, que quizás son desconocedores de esta competencia “natural”, pero las madres ven como sus hijas les van ganando terreno, llegando incluso a ocupar su lugar en muchas ocasiones, en situaciones como el sexo en pareja, en las que no deberían estar, provocando su enojo y celos hacia sus hijas, ante la sorpresa de sus propios maridos, que no acaban de entender como una madre puede llegar a sentir celos de su propia hija o viceversa.
Yo he experimentado mi propio caso, cuando empecé a permitir que mi marido jugara con nuestra hija y lógicamente, los dos se calentaran haciéndose esas relaciones cada vez más íntimas y llegando a hacer de todo incluso en presencia mía, hasta que llegó un día en el que vi que mi marido le estaba frotando el coño a nuestra hija con su polla, pasándosela una y otra vez por su rajita cada vez más lubricada, y hasta pareciera que quisiera metérsela, apretándola y hundiendo su glande en ella, por lo que tuve que decirle:
—¡Eh!, ¿qué haces? No se la metas, que la vas a desvirgar.
—Déjame metérsela, por favor, es que no puedo más y me va a hacer correrme.
—Ya, claro. Esto ya lo sabía yo, que no te ibas a aguantar. Pues córrete fuera si quieres, pero sin metérsela. Ya solo faltaba que la preñaras también.
—Sí, mamá, déjale que la meta, que me gusta mucho —decía nuestra hija, con descaro.
—Ya lo sé qué te gusta, hija, pero no está bien que tú padre te haga esto. A quien tiene que metérsela es a mí, que para eso estoy yo y es lo que habíamos acordado para dejarle jugar contigo.
Pero mi marido continuó, sin que yo pudiera apartarlo de mi hija, empezando a metérsela toda provocando el grito de la ninña, pero él continuó igual, como enloquecido, sin hacer caso a nadie, hasta empezar a causarle u gozo inmenso, con la entrada y salida del pene de su padre, entrando una y otra vez en su coño hasta provocarle el orgasmo más fuerte que había tenido hasta ahora, con la consecuente corrida de su padre, que la llenó completamente, por lo que no pude contenerme otra vez para llamarle la atención:
—Encima te corres dentro de ella, cabrón.
—Lo siento, pero es que me da un placer inmenso.
—Claro, y a partir de ahora vas a querer follarla siempre, ¿y a mí qué?
—También tengo para ti, no te preocupes.
—Ya lo veremos…., cuando te deje vacío tu hija todos los días.
Todo esto, a pesar de todo, no era una situación tan nueva para mí, porque yo había sido protagonista de algo similar similar, pero como hija, y ahora veía que la historia se repetía, pero esta vez conmigo en el lugar de la madre.
Ante la confusión que me creaba esta situación, me decidí a comentarlo con varias amigas, también madres de alguna niña y con las que ya había tenido alguna conversación en la que coincidíamos en como nuestras hijas, desde que toman consciencia de lo que son y del poder que tienen sobre los hombres, y sobre todo, con su padre, van tejiendo sus estrategias con picardía y habilidad, muchas veces, para desesperación nuestra, olvidando quizás, que nosotras a su edad hicimos lo mismo también, pero no lo recordamos de la misma forma en que lo vemos con nuestras hijas ahora, aunque si suelen ser unos hechos más familiares para las abuelas, que desde un punto de vista más objetivo nos recuerdan que nosotras hacíamos lo mismo a su edad.
Conversaciones como estas era típico que surgieran, cuando coincidimos varias madres en el parque o en una cafetería y acabamos hablando de esas cosas:
—Estoy harta de esta cría —decía una de ellas.
—¿Qué te pasa con ella?
—Pues que está todo el día pegada a su padre y no hay forma de que estemos los dos a solas. En cuanto me ve con él, dándonos besos y estando juntos, viene ella a ponerse en el medio para separarnos y se pone a darle besos y abrazos a su padre, imitando todo lo que me ve a mí hacer con él.
—Jaja, eso nos pasa a todas, mujer, es normal. Está en la edad de hacer esas cosas.
—Cuando era más pequeña lo entendía, pero ya no va siendo tan niña y a veces tiene unas actitudes que no sé cómo se atreve.
—Como andar por casa medio desnuda, ¿no? que parece que está provocando a su padre todo el día, mostrándose y poniéndose encima de él.
—Pues sí. Siempre tengo que estar diciéndole que no esté así en casa y que se ponga algo; que se siente bien en el sofá, que a veces pone unas posturas que se la ve todo y a su padre se le van los ojos, claro.
—Ya veo que estás un poco celosilla de la cría, pero no es para menos, porque yo pasé por lo mismo también y tuve muchas discusiones con mi marido. Yo también la decía a mi hija que no saliera desnuda de la ducha, sin taparse con la toalla ni nada y luego estaba en su habitación sin vestirse un buen rato, con la puerta abierta. Su padre pasaba por allí y se quedaba mirándola sin que a ella le importara que la viera así, sin taparse, enseñándoselo todo.
—¡Ah!, ¿sí? Es que ya va siendo mayorcita, claro.
—Sí, claro, están acostumbradas desde pequeñas a estar así y siguen igual con la edad. La mía enseguida se sentaba encima de su padre cuando estábamos en casa, viendo la tele, y por la noche se venía a nuestra cama muchas veces, hasta que llegó un momento también que ya estaba harta, como tú dices. Y si le decía algo a mi marido me tomaba por loca y me decía que no podía entender como estaba celosa de mi hija, que no tenía que darle tanta importancia —decía otra de las amigas.
—Es que a mí, cuando se viene a la cama con nosotros ya me pone mala, que parece que somos un trío en vez de una pareja. Le digo a mi marido que no se lo permita y él dice que no pasa nada porque esté allí un rato hasta que se duerma y que la deje.
—Claro, por él encantado de tener a dos mujeres con él, y de tener a su hija junto a él en la cama y que se le pegue bien.
—Además, es que a veces cuando se queda dormida, ya la deja dormir con nosotros y todo, y ya no puedo hacer nada con mi marido, aunque me apetezca. Y lo que más rabia me da es que cuando le echo mano a la polla, la tiene dura, así que luego, cuando yo me duermo, no sé qué hará con la cría.
—¿Por qué dices eso? ¿Es que sospechas algo?
—Ya lo sospecho todo, porque a veces oigo reírse a la niña y moverse en la cama y no sé lo que hacen. Porque si mi marido no tiene sexo conmigo, teniéndola así de dura, algo tendrá que hacer para desahogarse, digo yo.
—Pues sí, los hombres lo necesitan, ya sabes. No quería decírtelo para que no te preocuparas, pero mi marido llegaba a masturbarse con nuestra hija.
—¿Qué me estás diciendo, con Rebeca?
—Sí.
—¿Y cómo permitías eso?
—No sé. Es que llega un momento en que ya no sabes que hacer. No sabía si echarle la culpa a mi marido o a la niña. Yo veía que ella abría las piernas para que su padre le viera la rajita y hasta veía como ella le agarraba la mano para que se la pusiera entre las piernas.
—¿Pero cómo pueden hacer esas cosas las crías con esa edad?
—No sé si será porque ahora enseguida ven de todo en todos los sitios o porque su padre la enseña, pero una vez la oí cuando estaban en el salón decirle a su padre que se sacara la polla. No me lo podía creer, pero mi marido se la sacó del pantalón y la niña exclamaba que qué grande se ponía y se la agarraba con la mano.
—Pues la mía estará haciendo esas cosas también con su padre. Y a mí ni me toca ya. No sé qué voy a hacer.
—Mira, nuestras hijas compiten con nosotras para que su padre se fije en ellas y a nosotras no nos queda más remedio que competir con ellas.
—¿Cómo vamos a competir con nuestras hijas por las pollas de nuestros maridos? Esto me parece ridículo.
—No tenemos otro remedio. Tú tienes unas buenas tetas. No me digas que tú marido no las prefiere a las de tu hija.
—Pues no sé qué decirte ya. Si ella apenas tiene todavía y está todo el día sobándoselas. No sé lo que le atrae tanto de ella.
Otra amiga intervino:
—Yo creo que se vuelven locos por metérsela en el coño, así tan estrechito y como son tan delgaditas, les encanta manejarlas a su gusto, poniéndolas en una posición y otra.
—Pero si son sus padres, por Dios, ¿cómo van a estar deseando follárselas?
—Parece mentira que no conozcas a los hombres. Cuando yo empecé a notar que mi hija se abría de piernas para su padre ¿sabéis lo que hacía yo? Pues me volvía más puta con mi marido, le ponía el culo para que me la metiera, que ya veis que lo tengo bueno y sé que le encanta dármela ahí desde que me conoció y le saco toda la leche que puedo para que no tenga ganas de irse con la cría A ver si pensáis que me iba a dejar que esa mocosa me quitara a mi hombre.
—Al final van a tener razón los hombres que dicen que todas las mujeres somos unas putas. Tenemos que estar compitiendo por ellos hasta en nuestra propia casa. Yo ya voy siendo mayor para seguir excitando a mi marido como cuando era joven y estoy cansada para seguir su ritmo, mirar lo gorda que me he puesto. Hasta entiendo que empiece a fijarse más en la cría y hay veces que hasta lo agradezco, porque me da mucha pereza ponerme a competir con mi hija a mi edad.
—Pues yo no me pienso rendir. Si mi hija se pone minifaldas, o minishorts enseñando el culo, pues yo más, con ropa ajustada, escotes, de todo, a ver a quien miran más por la calle.
—Jaja, si os ponéis así las dos, yo creo que os van a mirar a las dos. A ti te van a mirar más los jovencitos y a tu hija los maduros, así que no se si así te vas a llevar a tu marido, que ya me he fijado como mira a todas las crías cuando viene a buscar a su hija a la salida del cole.
—¡Buffff, qué difícil es esto! ¿Para qué habré tenido hijas? Con lo bien que estaríamos en casa con un chico que estuviera todo el día pidiéndome mimos.
—Jajaja, eso es verdad, y además cuando empezara a fallar nuestro marido, seguiríamos bien servidas.
—Que bruta eres, tu siempre igual. ¿Es que tú nunca te cansas de tener a un hombre encima?
—No, amiga, yo siempre fui muy caliente y no pienso quedarme sin ello por muy mayor que sea.
—Bueno, tú tienes un hijo, así que no te faltará.
—Tenlo por seguro, jaja.
La madre de la otra amiga que estaba allí y que había escuchado lo que había dicho su hija antes, quejándose de la situación, le dijo:
—Si tú hacías lo mismo con tu padre, ¿es que no te acuerdas ya? Estando yo embarazada de tu hermano y luego de parir, que tenía que estar por la noche dándole el pecho, como no podía hacer nada con tu padre, él se iba a dormir contigo a tu cama. ¿Te crees que no sabía yo que te estaba follando?
—¡Ay, mamá!, que vergüenza, como dices esas cosas aquí. Yo no sabía que tú le dejabas que lo hiciera.
—¡Bah!, que tonterías. Estáis hablando en confianza y a todas les habrá pasado igual, así que no os quejéis tanto de vuestras hijas.
—Tiene razón tu madre. A mí me pasó esto también y ahora mi padre cuando se lleva de vacaciones a mi hija, se lo hace a ella igual y mi madre le deja y no dice nada —nos confesó otra amiga.
—Como yo con tu padre cuando dejáis a la cría dormir en nuestra casa. ¿Por qué crees que tiene tantas ganas luego cuando está con tu marido?
—Jajaja, estoy alucinando con las cosas que estáis diciendo. Que yo sepa, la mía no ha llegado a tanto, pero si se pone mis tangas y se los enseña a su padre para que la diga cómo le quedan.
—Son juegos de niñas Las mujeres somos así, presumidas y coquetas. A las crías les gusta que sus papás les digan que están muy guapas y ya sienten esa necesidad de despertar el deseo de los hombres, es algo natural.
—Y tanto. Ya ves cómo van vestidas ahora, con esas minifaldas que se las ve todo y ellas encantadas de que las miren el culo y luego nos escandalizamos de que se la empiecen a meter tan pronto.
—Es que cada vez son más precoces. Yo cuando la llevo a la playa, es que no la puedo perder de vista ni un momento, porque en cuanto me descuido, ya está alguno a su lado sobándola y ella tan tranquila, dejándose.
—No todas se dejan con extraños, pero en casa, con su padre, como tienen confianza, se dejan hacer de todo.
—Es que a nosotras nuestros maridos nos tienen muy vistas ya y con ellas todo es novedad y así es difícil competir con ellas.
—Pues yo te sigo diciendo lo mismo. Tú ábrete bien de piernas para tú marido y ya verás cómo se olvida de la cría —nos decía otra, con más experiencia por su edad.
—No sé yo, pero bueno, es lo que nos queda. Nosotras ya sabemos bien cómo sacarles la leche y que se queden tranquilos.
—Ellas sí que saben sacarles la leche. Les encanta ver cómo sale disparada. La mía empezó a jugar con su padre haciendo eso y luego acababa montándose encima de él para que se la metiera.
—Yo no me acuerdo mucho de lo que hacía de pequeña, pero ahora lo estoy viendo con mi hija también. Como estoy separada, a veces invito a hombres a casa y siempre está ella metiéndose por el medio también, no sé si por celos para que yo no pueda tener una nueva pareja o es que a ella la apetecen todos los que llevo a casa y como ya no es una niña, porque tiene 16 años ya, así que imagínate a ellos en mi casa con ese panorama.
—¿Qué ha llegado a hacer exactamente?
—Pues eso que os digo. Ella ya había follado con chicos, pero el colmo fue con Fabián, con el que estuve viviendo 5 meses y lo tuve que echar de casa porque me lo encontré en la cama con mi hija.
—Pero esa vez le echaste la culpa a él.
—Sí, claro, que remedio, él era el adulto y no iba a echar de casa a mi hija, así que me fastidié y por mucho que me rogara él, tuve que hacerlo, pero yo sabía muy bien que la que se había metido en su cama era mi hija. Yo ya me sospechaba algo cuando la veía a ella provocándole, enseñándole las piernas y poniéndoselas encima o poniéndole las tetas en la cara, pero yo prefería hacer como si no viera nada y ya veis lo que acabó pasando.
—Pobre Fabián. Es que además los hombres son tontos, una niña de estas se abre de piernas y ya pierden la cabeza.
—Es normal, mujer, son hombres, jajaja. Anda, que a nosotras tampoco hace falta que nos digan mucho para que las abramos para cualquiera también.
—Eso es más últimamente, por venganza y por liberarnos, porque antes, bien que nos decían nuestras madres que las cerráramos bien.
—Sí, pero ya veías que a pesar de eso, acabábamos abriéndolas si nuestro padre nos metía la mano ahí.
—Bueno, es que cuando nos dábamos cuenta de lo rico que era eso, no podíamos hacer otra cosa, jaja.
—Ya oísteis lo que dijo mi madre antes, pero es que yo cuando pasó eso era una cría y no sabía nada de estas cosas ni lo hacía con malicia, como piensa ella. Me da mucha vergüenza que os hayáis enterado, pero ¿qué hubierais hecho vosotras en mi caso?
—Pues dejar que nos la metieran también, jaja. No te preocupes, mujer, que no tienes nada que disculparte, porque aquí alguna más se está callando las cosas, ¿a que sí? —dijo, retando a las que no decían nada.
—Sí, amiga, la verdad es que poco podemos decir a nuestras hijas cuando nosotras hacíamos lo mismo también. A mí el mío no me la llegó a meter porque mi madre estaba muy pendiente de mí y una vez que se encontró a mi padre encima de mí, ella me lo sacó de ahí. Además yo tenía hermanos mayores también y alguno quería, pero mi madre no les dejaba dormir conmigo, aunque sobarme, bien que me sobaron todos.
—O sea, que tenemos que dejar que nuestras hijas nos echen de nuestra cama de matrimonio y se follen a nuestros maridos ¡no?
—Tampoco es eso, pero quizás deberíamos de ceder un poco y compartirlos durante esos años en que nuestras hijas están así. Luego, cuando tengan novios, ya se olvidan un poco de sus papás, jaja.
—Sí, pero lo malo es que el papá no se olvida de ellas y quieren seguir haciéndolo con la cría y habrá algunas que por pena, les dejen seguir, pero otras no querrán.
—Pues que se aguanten, que para eso estamos nosotras y hay que saber tenerles contentos.
Y así, cada una siguió dando su opinión:
—Yo también tuve una época, en la que cuando nuestra hija nos oía por la noche que estábamos follando, venía a nuestra habitación con cualquier excusa para interrumpirnos o nos preguntaba directamente lo que estábamos haciendo, y nos chafaba el polvo, así que ya veis.
—Eso lo hacía la mía también con 7 años. La mocosa venía y su padre la dejaba estar un rato con nosotros para que se durmiera otra vez, pero imaginaros el plan, la cría entrando en la habitación y viendo a su padre encima de mí y cuando se quitaba, con la polla toda empalmada, lo que pensaría ella.
—Yo creo que no eran tan inocentes vuestras hijas, sabían muy bien lo que estabais haciendo y les daba celos porque su padre no se lo hiciera a ellas.
—Pues estamos bien, lo que os decía yo, al final nosotras nos vamos a tener que ir a dormir a la habitación de la niña y ellas…., ¡ala!, con su padre.
—Qué exageradas sois. Son cosas que todas las niñas hacen y hay que saber llevarlo. Yo creo que es más curiosidad que otra cosa y hay que dejar que satisfagan sus dudas y hacerlas entender que eso es algo que hacen los papás y que ellas ya lo harán también cuando tengan un marido.
—Pero es que si no las dejáis probar, ellas van a querer hacerlo mucho antes de tener marido y van a buscar a cualquiera para que se lo haga, que es lo que está pasando con muchas.
—¿Y qué propones, que su padre las deje probar?
—Bueno, un poco no creo que sea malo, así sacian su curiosidad y se quedan tranquilas.
—Pues que quieres que te diga, yo no veo normal que su padre les chupe el coño y que ellas le coman la polla.
—No sé si será normal o no, pero ni te imaginas la cantidad de ellas a las que les dejan probar eso.
—¿Pero tú crees que si a una cría de estas edades le das a probar un caramelo así, se van a conformar con eso?
—Habrá que decirlas que sí, que se conformen, que ya tendrán tiempo para eso. Con la nuestra parece que dio resultado, ya no volvió a entrar en nuestra habitación cuando estábamos follando.
—Qué raro me parece eso. ¿Y tú crees que su padre por detrás no se la andará metiendo y por eso está tan tranquila ahora?
—No sé, espero que no, porque si es así es que ya no sé qué decir y lo que podemos hacer.
—¡Ay, amiga! No seas ilusa. Yo estaba como tú hasta que un día los vi y no veas el disgusto que me llevé.
—Los hombres no saben aguantarse y ya con lo fácil que se calientan, si encima la niña anda provocándolos, ¿qué te puedes esperar?
—Yo lo que espero es a ver si pasan estos años y vuelve todo un poco a la normalidad, porque tener a una hija en casa con estas edades es un peligro y una incertidumbre continua pensando en lo que harán o dejarán de hacer.
—Quizás lo mejor será tomárselo con filosofía, como hacen algunas. Dejan que las cosas pasen sin que les afecte y así no sufren tanto.
Muchas madres habrán observado en sus hijas estas actitudes o se habrán sentido identificadas cuando ellas eran jóvenes, pero las mujeres ya sabemos la competencia que existe entre nosotras para conseguir la atención de los hombres y esa competencia, la manifestamos ya desde niñas, de una manera instintiva, creo yo, que provoca todas estas situaciones y muchas otras que nos podrían decir otras madres que han visto a sus hijas en esas mismas circunstancias.
Interesante y muy excitante,espero la continuacion
Buen relato. Sería fascinante si en el futuro hicieran una serie específicamente centrada en mujeres maduras con jovencitos varones, ya que en la mayoría de tus relatos haces historias de hombres con jovencitas.
Aparte de series, relatos sueltos, mujeres lejos y cerca en edad, ajenas y familiares.
Porque en más de una reunión familiar se nos va la vista a los hijos que llevan otras.
Abundamos pedófilas mojadas con yogurines, y queremos disfrutar más textos así.