Cómplice circunstancial (Ahora me descubre con mi hermanastra)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Creí saber que tía Fátima se guardo el secreto, era lo más lógico, porque a que padre se quedaría de brazos cruzados si alguien les contara que sus hijos tienen sexo cuando ellos no están en casa.
Ni un comentario, es más, incluso la propia tía se comportó como que si nada hubiese pasado.
Mis hermanos y yo sin embargo tratamos de ser más comedidos, porque seguimos cogiendo.
Era algo que no pensábamos dejar de hacer, era nuestro juego, algo que empezaba a ser una necesidad básica como comer o tomar agua.
Pasaron los días y ahí estábamos otra vez haciendo nuestras cosas.
Ya he contado que mi hermana a sus 12 era una golosa come polla que me buscaba para tener sexo casi a diario.
Hubo veces que nomas mis padres se iban a trabajar y ahí estaba ella pasándose a mi vieja cama para que le diera su ración de verga.
Menuda tarea, porque tenía que atenderla a ella y de vez en cuando también a mi hermano.
Normalmente me lo cogia cuando hacíamos nuestras mini orgias entre los 4, Beatriz, mi hermano hoy de 10 y Lily de tan solo 8 (A ella nomas le mamabamos el chocho)
En más de una ocasión pude saber que tía Fátima no era ajena a lo que hacíamos, como dije, vivía cruzando la calle y mis padres le pedían que nos echara un ojo.
Casi siempre llegaba a media mañana, veía que ya hubiésemos desayunado, que hiciéramos las tareas escolares y que todos sin excepción nos bañáramos para ir a la escuela.
Luego ella misma cerraba la puerta y se iba a su casa desde donde tenía a bien cuidar la nuestra.
Como dije, en más de una ocasión me percaté que llegaba y cuando se daba cuenta que estábamos teniendo sexo simplemente desaparecía de nuestra vista.
Nunca supe si se iba a su casa o si alguna vez se quedo espiando lo que hacían sus degenerados sobrinos.
Por más que lo pienso, jamás sentí algún morbo al saber que alguien mayor, que una mujer madura pudiera estar viendo y quizá le excitara en alguna forma.
Realmente nunca se me pasó por la mente algún pensamiento de deseo a su persona, quizá por su manera de ser, su físico o quién sabe.
De hecho a los 14 las únicas persona que me interesaba sexualmente era mi hermana.
Cierto es que antes de ella había jugueteado con más de alguna niña, pero que me hiciera sentir deseo como el que me despertaba Beatriz ninguna.
Pero todo cambia dice el dicho, pasaron algunos meses y apareció una hermanastra hija de mama.
Tenía 19, un tanto inocente quizá por haber vivido con los abuelos toda su vida entre animales y sembrados.
Llego según que a buscarse una vida en la ciudad, por lo que mi madre la inscribió en una escuela nocturna.
Y ahí teníamos a alguien más instalado en nuestra casa.
Para colmo le dieron mi vieja cama mandándome a dormir en unos colchones en donde también dormían mis hermanos, en uno quedamos los varones y en el otro las dos hembras.
Rosa era tan alta como mama, 1.75 o más, rellenita y de culo grande, tetas medianas y de pezon parado.
Sus piernas gruesas al igual que sus brazos, era la típica muchacha de campo acostumbrada al trabajo duro.
Tenia un rostro de tontuela que la hacía fácil de aceptar como hermana.
Porque si algo es difícil de aceptar es que de la noche a la mañana alguien se llegue a tu casa y le den tu cama y que para colmo tengas que privarte de coger cuando se te antoje.
Desde que Rosa llego a nuestra casa, Beatriz y yo tuvimos que ideárnosla para hacer nuestras cosas.
Cogiamos menos y si lo hacíamos muchas veces teníamos que ir a una terreno contiguo al nuestro y allí entre montes echábamos palo.
Era rico, porque si algo habíamos aprendido, es a gozar como habíamos visto en la revistas y películas.
Una tarde que no fuimos a la escuela nuestra hermanastra salió con nuestra tía Fátima a ver un empleo.
Que mejor oportunidad pensamos – Quizá ni pensamos, éramos adictos- para echar un polvo.
Nuestros hermanos chicos estaban fuera jugando y ahí estaba yo totalmente desnudo con mi verga al aire, Beatriz ni lerda ni perezosa se me empujó hasta dejarme recostado en el viejo sofá y empezó a mamarme la verga obligándome a cerrar los ojos del gusto.
Sentía como empezaba a recorrer desde el pegue de los huevos y así centímetro a centímetro llegaba a la cabeza en donde hacía un círculo con su lengua para luego engullir nomas el glande y otra vez regresar poco a poco hasta llegar a los huevos de nuevo.
Entre los párpados podía ver cómo le gustaba chupar esos 16 cm de verga, creo que hasta se había enamorado de mi pene, lo trataba como si fuese algo muy suyo, lo mantenía rodeado con su manita infantil y lo miraba con esos ojos de niña satisfecha con lo que tiene.
-Te gusta Bea?
– Si
-Quieres que te la meta?
-Si
Eran frases cortas, sin morbo, nomas con el deseo de satisfacer los deseos que nos generaba el uno al otro.
Beatriz aún seguía con ropa, pero mi mano podía llegar hasta el elástico de su calzón y así sepáralo un tantito para rosarle mi dedo entre los labios vaginales.
Estaba húmeda, caliente, su respiración alterada.
Mi pene estaba a todo lo que podía pararse, se veía como mazo frente a la boquita de mi hermana.
Cualquiera que hubiese visto la escena quizá se hubiera preguntado cómo era posible que esa verga le cupiera en ese pequeño chocho de niña de 12, aunque muchos dirían que tenía 10 por la estatura y complexión de mi hermana.
Bien sabría yo si le cabía si teníamos más de un año cogiendo.
Mi hermana gemía, sus ojos cerrados.
Supe que era momento de darle una chupada de chocho y nomas quitándole sus calzones ahora fui yo quien la sentó en el sofá y empecé a lamerle esa rica raja de arriba abajo, entre medio de los labios vaginales, mordisqueándole el clitoris, succionando sus líquidos que ya eran abundante.
Ella se retorcía de placer, sus manos en mi cabeza parecía ordenar que siguiera dándole lengua, intensos quejidos se le escapaban de su boca.
Ummmm – gemía una y otra vez -.
Supimos que había llegado el momento, la puse de pie y quitándole el vestido infantil la deje totalmente desnuda.
Pon la cortina -me dijo – No teníamos cortinas, ella se refería a poner una colcha a manera de cortina para así evitar que pudieran vernos de fuera y así lo hice.
Tome una cobija de la cama de nuestra hermana y la amarre de tal manera que si alguien llegaba no nos vería inmediatamente y tendríamos el tiempo de escondernos.
Al menos esa era la idea, ya en una ocasión habíamos colocado una con esa idea.
Después de haber puesto esa barrera a ojos de extraños nos dedicamos a lo nuestro, otra vez me senté en el sofá y ella se subió hasta quedar parada con mis piernas entre las suyas.
Me cabalgaría y eso me encantaba, poco a poco se fue agachando hasta quedar con la cabeza de mi verga en su entrada, ella sola se la colocó para luego empezar a bajar hasta que sus nalgas aterrizaron sobre el pegue de mi pene tragándose mis 16 cm de carne.
Tenía cerrado los ojos y aunque ya lo había hecho parecía como si quisiera degustarlo o simplemente adaptarse a ellos, no se movía.
Fue después de algunos segundos que empezó a subir hasta que le quedo nomas la cabeza dentro y otra vez bajo lentamente.
Repitió de nuevo una y otra vez más, despacio, luego más rápido, más rápido hasta que agarro un ritmo delicioso que hacía que mi verga se sintiera en la gloria.
Yo le ayudaba a mantener el ritmo subiendo y bajando sus caderas con mis manos, los dos gozábamos.
Mmmmm – repetíamos al unísono-.
Fueron minutos eternos en donde lo único que importaba era sentir que uno al otro le daba el placer que merecía, Beatriz había dejado de ser la niña de 12 y yo el chico de 14, éramos adultos en cuerpos equivocados.
Estábamos extasiados.
Nos pasamos al colchón donde dormíamos y ahora lo hicimos de perro, yo hincado detrás dejándosela ir toda, hasta el fondo, sin piedad.
Sabía que le encantaba que la penetrara con fuerza, bruscamente.
Estábamos tan concentrados que no nos dimos cuenta cuando había entrado Rosa, estaba parada viéndonos con cara de sorpresa e incredulidad.
– Que están haciendo – Nos dijo –
Imposible era para mí explicar nada.
Estaba congelado, mi hermana nomas volteo su cara en dirección contraria a donde estaba estaba nuestra inoportuna hermanastra.
– Así que a los niños hacen cochinadas cuando no está mamá – escuchamos de decir –
La situación era tan tensa que creí haber enmudecido por completo.
De reojo podía verla, estaba con las manos en la cintura.
Su cara de inocente era otra, sonreía entre divertida e incrédula.
– Estamos jugando – pude decir –
– De hacer niños? A papá y mamita? – dijo con una risa burlona –
Jamás creí oír lo que escuche, pero lo dijo:
– Sigan jugando.
Voy a ver un rato, quizá me animé a jugar con ustedes.
Y sin más se sentó en el sofá.
– Vamos! Sigan.
Quiero ver cómo lo hacen
El tono de su voz y la expresión de su rostro era de complicidad.
La chica ingenua que normalmente conocíamos estaba ahí, pero algo en ella era diferente.
Un brillo en sus ojos nos hacia desconocerla.
– Sigan pues – nos dijo de nuevo –
Su voz sonó más a una orden o como si en verdad sintiese la necesidad de ver.
Así como estaba pude ver cómo se llevó una mano a la altura de su vientre.
Un pensamiento lujurioso de que se había excitado se coló en mi mente.
Fue la chispa que casi de inmediato hizo que mi pene volviera a la vida, ya que lo tenso de la situación prácticamente lo había matado.
Me puse de pie dejando mi verga a la altura de Beatriz.
Ella seguía junto a mí en el colchón.
Con la idea de que no me había equivocado y que efectivamente Rosa se hubiera calentado, al momento de ofrecerle la verga a mi hermana lo hice lento como dándole tiempo a que nuestra hermanastra la observará en toda su extensión.
Beatriz quizá igual se dio cuenta y empezó a mamar de una forma tal que solo podrían superar alguien con mucha experiencia en mamar rabos.
Ahí estábamos otra vez, dandole gusto al cuerpo.
Mis manos en la cabecita de Beatriz, ella tragando todo lo que podía aguantar, acariciando mi huevos.
Suspirando como si aquel pedazo de carne le calmara todas sus ganas.
Rosa nos veía, consciente o inconscientemente una su mano derecha se deslizaba una y otra vez sobre su panocha.
Su rostro inocente esta vez tenia una mirada entre perversa y lujuriosa.
Creo que si alguna duda había del estado de excitación de Rosa, está desapareció cuando vio que me acosté sobre el colchón y Beatriz se subió sobre mi para cabalgarme.
Vi como trato de no perder detalle de cuando mi verga iba desapareciendo hacia el interior de mi hermana.
Pude ver cuando se subió la falda y apartando un poco su calzón empezó a tocarse con sus dedos.
Friccionaba su clitoris con fuerza, con golpecitos.
Luego eran tres dedos los que se metía en su panocha, se contorsionaba echando su cabeza hacia atrás, sin pudor alguno gemía una y otra vez.
Pienso que ver coger a sus hermanastros era para ella como ver película porno nomas que en vivo.
Beatriz había acelerado sus movimientos, también gemía.
Se había tirado sobre mi pecho y mientras me besaba me pedía que se la metiera toda, al fondo –me decía -.
Sabía que estaba próxima acabar.
Quizá se había contagiado de los jadeos y gemidos de Rosa, porque la notaba más excitada de lo normal.
Igual me pasaba, sólo que yo ni siquiera pensaba en terminar.
Mi diferencia era que el pene lo tenía tieso como tronco de árbol, más venudo y quizá hasta más grande, algo que quizá también mi hermana había sentido, porque cuando le entraba toda pujaba como si le causara alguna molestia.
Aunque eso no la detuvo, saltaba sobre mi verga vez tras vez tragándosela hasta el tronco.
Tendría 12 y tan solo 150 de estatura, pero Beatriz era una golosa de mi polla.
Su orgasmo fue como pocos, el cuerpo tenso, la respiración al limite, más esa serie de espasmos de su vagina que parecía que iban a quebrar mi palo.
Lo caliente de sus líquidos empezó a deslizarse por mi pene dándome es sensación que siempre me hacía cosquillas.
Uuuummm – casi grito mi hermana mientras se desplomaba sobre mi -.
Yo seguía abajo, en el colchón.
Beatriz encima de mi todavía con mi verga adentro.
Rosa en el sofá masturbándose, su gran chocho parecía pedir una buena verga y no esos tres dedos que mi hermanastra utilizaba para calmar su ansias.
Chillaba como si estuviese a punto de correrse, era escandalosa, tanto bien podría escucharse desde la calle que adentro había una mujer deseosa de polla.
– Necesita ayuda – dije –
Estaba de pie, frente a ella.
Mi enjuto cuerpo contrastaba con el suyo, gruesas piernas, chocho grande rodeado de pelos, clitoris carnoso, era un mujeron a todas luces y yo solo un chaval de 14, eso sí, con un pito que hoy parecía medir más de los 16 cm que normalmente media.
No me respondió, únicamente vi como quitaba su mano para luego abrir sus piernas, cuál si me estuviera sirviendo su panocha en bandeja.
Ni lerdo ni perezoso y previendo que pudiera arrepentirse ahí estaba yo entre sus piernas colocando mi verga entre sus labios vaginales, empuje, por primera vez sentí lo caliente y blando de su interior.
Estaba húmeda, hambrienta.
Al segundo empujón engulló todo mi rabo y empezó a moverse de una manera deliciosa.
Como licuadora había escuchado decir a los chavos más grandes de la esquina.
Cogia rico, había colocado sus manos en mis flacas caderas y me halaba hacia ella como si en cada embestida quisiera sentirme en los más profundo de su vagina.
Pujaba de gusto, fuerte, como sino le importase que la escucharan.
Dale papito, dame duro.
Métela, métela toda.
Quiero que me llenes de lechita – decía -.
Ver a Rosa comerse mi pito era algo que jamás hubiera esperado, golosa, puta, eso me parecía y me gustaba.
Creo que a ella también porque comenzó a gemir de una manera exagerada.
Me pidió que acelerara mis movimientos y quitando sus manos de mis nalgas ahora la puso a la altura de mis hombros y me halo contra si apretándome fuerte, muy fuerte.
Fue al unísono, ella y yo descargándonos, yo echando uno, dos, tres y más chorros de semen.
Ella dejando escapar de su chocho eso que parecía lava hirviente, eso que me hizo sentir que mi verga había encontrado la gloria.
Respirábamos cansados, yo aún mantenía mi polla adentro de Rosa.
Beatriz se había acercado y se había sentado a la cabeza de su hermanastra, quizá inconscientemente y sin decir nada entendíamos que ahora era parte de nuestro juego de sexo familiar.
– Rosa – se escuchó decir al otro de la cobija que manteníamos de cortina –
Era nuestra tía Fátima.
El escucharla tan cerca, hizo que instintivamente intentáramos cubrirnos con cualquier cosa que tuviéramos cerca.
Rosa únicamente dejó caer sus ropas pues nunca se quitó su vestido y calzón, Beatriz salto hacia el colchón en busca de la suya y yo me lancé a la cama que tenía cerca escondiéndome bajo la cobija que servía de cobertor.
Escuchábamos sus pasos.
Se movía como si buscase algo.
Estaba afuera de la habitación en la parte del corredor que nos servía de cocina.
Si había estado ahí cuando hacíamos nuestras cosas era prácticamente imposible que no nos hubiera escuchado.
Otra vez hablo:
– Rosa.
Dígale a los Beatriz y a Roberto que ya es hora de bañarse.
Que se les hará tarde para ir a la escuela.
– Si tía – dijo nuestra hermanastra con voz un tanto de culpabilidad-
Escuchamos a nuestros hermanos más chicos hablar con la Tía.
Le oímos cuando les pidió que no entraran aún al cuarto, que su hermana se estaba cambiando de ropa.
Si supiera – pensé – que ellos ya son tan promiscuos como nosotros.
Pero, porque mentía nuestra tía? Nos había escuchado o nos vería? O acaso también esto que habíamos echo sería uno más de los secretos que guardaría como nuestra cómplice circunstancial.
Porque a todas luces había callado aquel hecho de hace más de un año, cuando me descubrió dándole verga a mi hermano de 9.
Seguiré contando.
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