con mi tio en la bodega
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por jotarico.
Cuando tenía 12 años pasé unas de las mejores vacaciones de mi vida. Ya en ese entonces sabía que yo era un poco diferente al resto de mis amigos. Me llamaban la atención otros muchachos, e incluso ya desde antes, con un primo de mi edad había jugado un juego inventado por él que consistía en perseguirnos uno al otro y el que era perseguido, al ser alcanzado, se le agarraba el pene y no se le soltaba hasta que chiflara una tonadita. Recuerdo que el juego era bastante inocente, pero yo lo jugaba con excesivo deleite, y disfrutaba mucho agarrando el pequeño pene de mi primo tanto como que él me agarrara el mío. Incluso a veces fingía no poder chiflar de la risa, cuando en realidad lo que quería es que me siguiera tocando.
Pues bien, mas o menos por aquel tiempo mis padres me enviaron a pasar las vacaciones de verano con una hermana de mi mamá y su marido, que tenían una tienda de abarrotes en una pequeña ciudad. La tienda daba frente a la calle y ellos vivían en la parte posterior. A escasos metros de su casa pasaba un río que era pura diversión para mí, por lo que la idea de pasar allí el verano me encantó. Por otra parte, los tíos no habían tenido hijos, por lo que eran bastante permisivos y no andaban cuidándome todo el tiempo, por no hablar de que se la pasaban trabajando en la tienda todo el día y yo podía vagar a mis anchas sin nadie que me vigilara.
Por si todo eso fuera poco, apenas llevaba una semana con ellos cuando un día, a media mañana, al entrar a la casa sorprendí a mi tío desnudo, tomando una ducha con la puerta del baño abierta. Me quedé mudo. Nada de lo que hubiera visto o imaginado se comparaba con aquel espectáculo. Mi tío era un hombre como de 40 años, bastante guapo y viril, de piel apiñonada y muy tostado por el sol. Tenía un cuerpo recio y fuerte, completamente cubierto de espeso vello negro.
Mi tío no se dio cuenta de que lo estaba mirando, y dándome la espalda se enjabonaba mientras el agua corría por su cuerpo. Tuve una erección inmediata, y hubiera dado cualquier cosa por que mi tío se girara y pudiera verlo de frente, pero antes de que eso sucediera él cerró la llave del agua y tomó una toalla en la que se envolvió antes de que pudiera ver algo más. Salí rápidamente sin que él se diera cuenta. A partir de ese momento, su imagen en el baño se me hizo una obsesión.
Había una pandilla de niños con los que solía jugar, sobre todo en el río, donde nadábamos casi a diario. Yo vivía en un estado de perpetua excitación. Ninguno usaba traje de baño, todos nos metíamos en truza, que al mojarse se transparentaba completamente. Casi siempre terminábamos luchando en el agua, toqueteando nuestros cuerpos mutuamente, con juegos que ahora puedo ver eran bastante sexuales.
De cualquier forma, mi verdadero interés era mi tío, pero él era el tipo más normal del mundo y apenas si me prestaba atención. Al no tener hijos no estaba muy acostumbrado a vivir con niños, y aunque ya tenía 12 años, él me seguía viendo como un niño solamente. Sin embargo, me daba cuenta de que a Román si le prestaba mucha atención. Román era un muchacho como de 16 o 17 años que les ayudaba a mis tíos en la tienda, y era el hermano mayor de algunos de los niños con los que yo jugaba.
Román era bastante guapo. Rubio, de ojos azules y cara de ángel. Su cuerpo espigado de adolescente y un aire serio y trabajador lo hacían igual de inaccesible para mí. Varias veces traté de hacerme amigo de él, pero Román casi no tenía tiempo de platicar conmigo, porque mis tíos lo ocupaban todo el día, sobre todo mi tío, que siempre andaba con él en la camioneta de un lado a otro. Me hubiera encantado acompañarlos, pero rara vez me dejaban. En la única ocasión en que lo hice, noté que mi tío tenía mucha familiaridad con Román, tanta que hasta me sentí celoso del muchacho, pues yo quería esa atención para mí.
Después de dos semanas, acechando a mi tío para verlo aunque sea por unos instantes mientras se bañaba o se cambiaba, lo cual logré en muy contadas ocasiones, mi tía me dijo que debía salir de viaje por dos semanas, dándome a escoger entre acompañarla o quedarme con mi tío. Por supuesto elegí quedarme.
Esa primera noche sin mi tía casi ni dormí, ideando la forma de acercarme a espiar a mi tío. Me quedé despierto tan tarde, que de madrugada y en absoluto silencio entré en su recámara. Mi tío dormía en calzones, sin taparse con nada debido al calor. Me demoré mirándolo todo lo que quise. Estaba boca abajo roncando suavemente y me asomé entre sus piernas flexionadas, mirando sus nalgas y sus huevos, aplastados por su propio peso y cubiertos únicamente por la blanca truza. Esperé hasta que se giró boca arriba, y el bulto de su sexo bajo los calzones capturó toda mi atención. Después de casi una hora me fui a dormir, masturbándome enseguida, con las imágenes de mi tío aun frescas en mi memoria.
Al día siguiente me levanté tarde, y ya mi tío estaba trabajando en la tienda, con Román como única ayuda. Esa noche me volví a quedar despierto, para espiarlo de nuevo, pero cuando se suponía que ya debería estar dormido, vi una sombra salir de su recámara. Me paré inmediatamente y vi que mi tío se había levantado. Sin pensarlo más, lo seguí sigilosamente. Se dirigió a la tienda y entró en la bodega, donde yo sabía que dormía Román. Más decidido que nunca, esperé unos segundos y me acerqué hasta la pequeña ventana de la bodega, tratando de no hacer ruido. La luz de farola iluminaba tenuemente la bodega, y me permitía ver mas o menos bien la pequeña cama donde Román dormía.
Mi tío llegó hasta los pies de la cama. Se quedó mirando el cuerpo casi desnudo de Román, que también dormía solo con la truza puesta. La mano velluda y fuerte de mi tío se empezó a deslizar por las piernas blancas del muchacho, llegando hasta sus nalgas. Se las acarició por varios segundos, metiendo finalmente la mano bajo la truza para acariciarle la raja, los glúteos, y finalmente, el ano.
Los calzones de mi tío mostraban para entonces un enorme bulto debajo. La silueta gorda y erecta de su pene se dibujaba claramente y decidido, lo vi tomar la truza de Román entre las manos y deslizarla hacia abajo, dejando al muchacho completamente desnudo. Con el movimiento, Román despertó, y mi tío le indicó que se quedara callado. Román no hizo ningún intento de luchar, por lo que supuse que no era la primera vez que sucedía, aunque tampoco se veía contento. Puso cara de resignación y cerrando los ojos escondió la cara en la almohada. A mi tío eso no le importó. Rápidamente se quitó los calzones y se montó sobre la espalda de Román. Con sus gruesas y peludas piernas separó las del muchacho y abriéndole las pequeñas y blancas nalgas con las manos procedió a penetrarlo.
Al parecer, Román estaba demasiado apretado, porque por más intentos que hacía, la verga de mi tío nomás no entraba en el agujero del muchacho. Los gestos de dolor en la cara de Román me indicaban que los intentos de mi tío estaban lastimándolo mucho, y mi tío insistía cada vez con más ahínco. Finalmente, el propio Román estiró una mano hacia atrás y tomó la verga hinchada de mi tío, dirigiéndola hacia el punto correcto, mientras alzaba las nalgas para lograr la posición adecuada. La verga debió entrarle entonces, porque lo vi morder la almohada con desesperación, y el culo gordo y peludo de mi tío empezó a subir y bajar sobre el larguirucho cuerpo de Román.
Comencé a masturbarme. Mi tío se cogía a Román salvajemente, y el chico, crispado de dolor se aferraba a las sábanas, dejándose usar solamente, sin disfrutar para nada con todo aquello. Hubiera cambiado de lugar con él sin pensarlo dos veces, y la mera idea fue suficiente para hacerme venir casi al instante. Regresé a mi recámara antes de que mi tío terminara, y pocos minutos después lo vi pasar silenciosamente frente a mi puerta, para escucharlo roncar poco después.
Al día siguiente me propuse hacer todo lo posible para que mi tío se diera cuenta de que yo estaba más que dispuesto a coger con él. Pero todo fue en vano. Mi tío me ignoraba como siempre y esa noche terminó de igual forma que la noche anterior, con mi tío montando al reticente Román, que con todo y su disgusto tuvo que darle acomodo a los 18 centímetros del peludo y grueso pito de mi tío.
Después de volver a masturbarme mientras los veía coger empecé a idear un plan para lograr mi objetivo.
A la mañana siguiente abordé a Román y le dije que sabía perfectamente lo que hacía por las noches con mi tío. El muchacho palideció, y trató de explicarme que no lo hacía por gusto, que mi tío era un cochino, que aprovechaba las salidas de mi tía para cogérselo, con la amenaza de correrlo si no accedía, y que como necesitaba mucho el trabajo, se había visto forzado a aceptar sus eventuales cogidas. Entonces le dije que debía pedir permiso para faltar una semana, o de lo contrario le contaría todo a mi tía. Muy a su pesar lo hizo. Mi tío se puso como loco, le negó el permiso, le dijo que estaba solo en la tienda y necesitaba su ayuda, pero yo le prometí a mi tío que lo ayudaría en su ausencia, y finalmente Román se marchó, dejándome a solas con mi deseado tío.
El primer día sin Román no pasó nada. Hice mi mejor esfuerzo en la tienda y poco a poco mi tío se fue calmando al ver que de verdad yo podía ayudarle. En la noche esperé despierto por si a mi tío se le ocurría que también yo podría aliviar sus demás necesidades, pero al parecer no se le ocurrió. Decidí forzar las cosas un poco y no perder más tiempo.
Al día siguiente la jornada de trabajo fue igual. Para la tarde, después de hacer las cuentas y cerrar la tienda nos fuimos a cenar y ya más tarde a dormir. Ahora mi tío se veía más inquieto, y supuse que ya andaba con ganas de sexo otra vez. Esperé a que se acostara y entonces fui a su recámara. Estaba acostado leyendo, con los calzones como única vestimenta. Me relamí de gusto al poder admirar de cerca su cuerpo velludo y fuerte. El deseo recorrió mi cuerpo y seguí adelante con mi plan.
Le dije a mi tío que no me sentía bien, que al parecer estaba empezando a resfriarme, y que mi madre en esas ocasiones acostumbraba ponerme un supositorio muy efectivo para prevenir el resfriado, pero que no podía ponérmelo yo solo. Mi tío me creyó todo, y le di entonces el paquete de 5 supositorios de glicerina que había comprado esa tarde. Eran de adulto, los más grandes que encontré en la farmacia y mi tío abrió el paquete y sacó uno de ellos.
Me acosté en su cama boca abajo, pendiente de su reacción. Mi tío se puso a mis espaldas y al ver que yo no hacía ningún movimiento me bajó los calzones él mismo. Mis nalgas pequeñas y firmes ya prometían en ese entonces llegar a ser un culo masculino y apetitoso. Vi que a mi tío se le iluminaba la mirada, pero controlándose procedió a abrirme las nalgas. Mi culito rosado y apretado era un pequeño ojito que requería su atención. Mi tío mantuvo mis nalgas separadas y acomodó el supositorio en mi pequeño agujerito. Moví un poco el culo al sentir la punta del supositorio y mi tío lo empujó suavemente. Me quejé un poco, de placer, pero haciendo creer a mi tío que era de dolor, y él trató de hacerlo más despacio todavía. Miré disimuladamente su entrepierna, y para mi satisfacción me di cuenta que su verga ya estaba más que erecta, aunque mi tío trataba de esconderla. Alcé más las nalgas, logrando que me entrara un poco más y que mi tío pudiera admirar mi culo extendido y abierto. El me mantuvo las nalgas separadas, apretándolas y soltándolas, obligando de esa forma que el supositorio entrara lentamente y excitándose con eso tanto como yo.
Finalmente terminó de meterme todo el supositorio, pero yo empujé hacia fuera y casi logré sacármelo por completo. Mi tío impidió que se escapara completamente y volvió a metérmelo, de tal forma que ambos nos calentamos más todavía. Le dije que con su dedo me lo empujara profundamente para que ya no se saliera y él estuvo encantado de hacerlo. Su dedo, más largo y grueso que el supositorio tocó mi ano y yo suspiré de placer. Me lo empezó a meter lentamente y yo me acomodé contra su mano, alzando la grupa hasta que todo el dedo estuvo dentro.
Mi tío para entonces ya estaba bastante excitado. Se agarraba el miembro casi sin darse cuenta, respirando de forma afanosa y entrecortada. Entonces le dije que sentía que por dentro el supositorio parecía querer salírseme, y que su dedo no entraba tan profundo como debería, que buscara otra cosa que meterme, más larga, para poder empujarlo más hondo. Apenas si pudo contestarme. Me dijo que no podía imaginar qué cosa serviría para eso, y yo alargando una mano le agarré su pito largo y grueso. Algo como esto, le dije.
Ya no me contestó. Se quitó los calzones inmediatamente y su verga peluda y grande saltó libre y dura. Casi ni tuve tiempo de admirarla como me hubiera gustado. Mi tío se puso a mis espaldas, decidido a darme el remedio que le estaba pidiendo y con un goce inmenso lo sentí acomodarlo entre mis nalgas y poco después empujar con fuerza para abrir mi culito apretado y ansioso de recibirlo. La sensación fue tal y como la había soñado. La verga caliente y dura traspasando mi carne, abriéndome con dolorosa pero deliciosa fuerza, empujando, forzando, y yo cediendo, comiendo, aceptando su voluntariosa entrada, acoplándonos en algo más allá de toda descripción.
Mi tío me dejó ir la verga completamente, y yo la acogí hasta sentir su peludo vientre rozando mi espalda, hasta que sus huevos golpeaban entre mis piernas y su jadeo cadencioso me hizo saber lo mucho que estaba gozando. Me esmeré en que notara la diferencia entre coger con alguien que no lo desea, como Román, y alguien como yo que disfrutaba y agradecía tenerlo en mis entrañas.
Esa noche me cogió dos veces más, ya sin la necesidad de hacerle el cuento del supositorio, y cada una de ellas fue algo espectacular para mí.
Los días siguientes fueron todos un juego que nunca voy a olvidar. Durante el día, trabajando en la tienda, yo no perdía oportunidad para meterle mano a mi guapo tío. Me escabullía bajo el mostrador mientras él atendía a algún cliente y le bajaba la cremallera de los pantalones. Encontraba entonces su gordo pene dormido entre la maraña de pelos negros y lo lamía como si fuera una deliciosa paleta. Mi tío disimulaba con el cliente y yo no lo soltaba hasta lograr que su verga estuviera tiesa y goteando de excitación. Entonces lo dejaba y él se apresuraba a terminar con el cliente mientras yo me iba a la bodega y un minuto después, entre los sacos de azúcar y las cajas apiladas lo dejaba bajarme los pantalones y meterme el pito exigente y duro entre mis nalgas y terminar cogiendo de prisa, antes de que otro cliente reclamara su atención.
Yo a él no me lo cogía nunca, aunque si me dejaba juguetear con su culo, lo cual me fascinaba. Tenía un par de redondas y masculinas nalgas, velludas y duras, y su ano oscuro rodeado de pelos era algo que me encantaba acariciar. Me dejaba tocárselo y a veces meterle un dedo. Una noche me dejó meterle uno de los supositorios que había utilizado para seducirlo y tuvo que confesar que la sensación era deliciosa. En la tienda, para provocarlo, a veces le agarraba las nalgas sin que nadie se diera cuenta. Eso lo excitaba, aunque procuraba ocultarlo. Trataba siempre de sorprenderlo. En una ocasión en que platicaba con un cliente, me puse a su lado, y sin que la otra persona se diera cuenta deslicé mi mano por la parte trasera de su pantalón, llegando hasta sus nalgas. Mi tío me miró, pero no me dijo nada para no delatarnos delante del cliente. Mi mano descendió entre su raja velluda hasta tocar el aro caliente de su entrada trasera. Le metí un dedo y mi tío sólo se acomodó un poco mientras tragaba saliva y me miraba alarmado. El cliente no se iba y aproveché para meterle un segundo dedo. Cuando finalmente se marchó mi tío me arrastró hasta la bodega. Su erección era de campeonato. Me la metí en la boca completamente y se la mamé mientras volvía a meterle un par de dedos en el culo y su leche caliente y melosa inundó mi garganta. En venganza, en cuanto terminé la mamada mi tío me dio la vuelta y me bajó los pantalones, dejándome el culo desnudo. Mirando a su alrededor buscó en el almacén y regresó con una gruesa y larga zanahoria. Protesté entre risas, pero me la metió hasta que mi lleno y dilatado agujero parecía reventar. Eso volvió a calentarlo y cambió la zanahoria por su igualmente grande y grueso vergón, y el cambio entre la dureza del vegetal y la caliente herramienta de mi tío fue grandioso.
Las noches en la casa fueron variadas. Me cogía en el baño mientras nos duchábamos juntos, en la sala me sentaba sobre su verga dura mientras mirábamos televisión y yo empalado pretendía seguir la trama del programa. Pero lo mejor siempre fue en su cama, donde dimos vuelo a la imaginación y disfrutamos del sexo tanto como quisimos.
Al regresar mi tía, y volver también Román, llegó el fin de mis vacaciones. Todavía pasé un par de días más con mis tíos, pero las cosas ya no podían ser iguales. Camino de la estación para regresar a mi casa, mi tío me hizo prometerle que regresaría el próximo verano. Y yo cumplí esa promesa todos los años. Aún hoy, casi 15 años después, todavía de vez en cuando encuentro el tiempo y la oportunidad para hacerle una rápida visita a mi tío y revivir aunque sea un poquito la magia de aquellas vacaciones.
Otro navegante del mar ikón.