Confesiones a mi esposa (última parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
y que tú le daras un buen uso ya sea en una eventual excitación tuya, o simplemente te sirva de asombro en conocer una fascinante historia incestuosa y hermosa… Sea lo que sea ambas cosas me excitan… el recuerdo de mi madre mostrando y enrostrándome su cara de gozo mientras la penetraba decenas de veces, es algo… sublime, y perdona si la palabra está mal utilizada, simplemente debería decir excitante, lujurioso, perverso, erótico, lógico, majestuoso, o milagroso en el sexo prohibido… Deja retahilar mis útimos recuerdos que te conté…
… Cuando la penetré, mientras tenía cogido sus tobillos apuntando, por voluntad mía, sus piernas al cielo, ella dió un gemido de placer tan escalofriante como erótico… Volver a escuchar ese quejido de puro sexo, ha sido la causa de muchas corridas mías mientras follo con alguna esporádica o frecuente amante… Tengo más placer trabajando mi mente en coordinar el movimiento del coito con mis amantes con el recuerdo de la cara exquisitamente erótica y caliente de mi madre junto a sus quejidos, y en la mayoría de las veces mi eyaculación corre a cuenta de mi madre más que el cuerpo que permite la entrada de mi falo, junto a la expulsión del semen que recuerda a la madre folladora, y que es, a causa de ella y por ella, que mi semen explota con violencia y facilidad.
Decía que cuando empezó a gemir temí correrme inmediatamente, sin embargo, controlándome y obviamente ayudado por el hecho de que hacía poco menos de media hora que me había corrido en su boca en el bendito auto me ayudó a contenerme, físicamente hablando, y seguir fuertes y espaciados empujones sobre su concha maravillosa. Su concha, que era por primera vez mía (aunque compartida con mi padre y su par de amantes, como podrás saberlo más adelante si cumples ciertas condiciones), era extremadamente húmeda, sus labios gruesos, que implicaba que mi pene fuera fantasticamente lubricante y gracias, además, a sus jugos vaginales… Tras cada reculada mía, mi pene salía con fuerza del lugar materno pero a la vez penetraba volviendo, en una versión del hijo prodigo lo que la madre prodigaba, con una lubricuidad espantosamente excitante cuando devolvía lo que a mi madre le pertenecía, y ella gritaba de deseo, con fuertes movimientos pélvicos que intentaba prodigarme (en la parábola del hijo que nunca se fue del lado de ella) …
Eramos, en ese entonces, la pareja ideal, como si siempre tal vez en vidas pasadas, hubiesemos hecho el amor. Ella, después de los quejidos, y sintiendo tres o cuatro o infinitas embestidas mías, empezó a gritar palabras terriblemente excitantes y lujuriosas: "más hijo mío, más, ah, ah". Y repetía: "¿te gusta hacerlo conmigo?, ¿te gusta hacerlo conmigo?, ¿te gusta hacerlo conmigo?".
Esposa mía, quiero que te imagines todo el esfuerzo mental que tuve que hacer para no eyacular ante sus gritos de Sirena incestuosa, cual Ulises-Edipo montado en la barca-concha mojada de mi madre soportando sus gritos eyaculantes y de infinita barbarie sexual. Me amarré estoicamente a los mástiles de sus piernas de lujuria que aún miraban el cielo, resistí no caer en su cuerpo rubeniano, resistí no depositar mi pecho en sus tetas cimbreantes y cuyos pezones oscuros me llamaban a beber, esta vez con infinita pasión, su pecho, que tenía una incestuosidad que estoy seguro ningún mortal ha gozado. Aguanté, a sabiendas que esta felicidad placentera y robusta debía ser lo más larga posible, una tercera eyaculación dentro de mi madre. Si me corría sería egoista para el placer que me daba ya no mi madre sino la mujer que intentó tener juegos eróticos conmigo, y ahora se movía loca de excitación, con sus hermosas piernas abiertas, aceptando las enculadas de su hijo que empezaba a transformarla en la mejor de las madres y en la mejor de las putas…
Debía cambiar de estrategia amorosa en el arte del amar a la madre, no quería por nada del mundo acabar allí… paré mis enculadas que sacaban y metían mi falo en su concha mojada. Ella solo ansiaba correrse para terminar la hermosa pesadilla que la volvía loca… Seguía gritando: "más, más hijo mío, ¿te gusta?, ¿te gusta?".
Mientras dejé mi pene en su concha, concentrado, solté sus tobillos permitiendo que sus piernas bajaran, pero con traición de hijo que engaña a la madre caliente, pasé mis brazos bajo sus muslos impidiendo que sus piernas llegaran a la cama y evitar el dominio al hombre que la penetraba, y con mis manos asi sus dos brazos a la altura de sus biceps calientes y amorosos que besé calidamente más tarde… Ella quedó con sus piernas dobladas, posando solo sus pies en la cama, y mis manos, bajo sus muslos, la inmovilizaron al coger sus brazos… había conseguido que no pudiera moverse, y sin violencia, pero intentando llegar al fondo de su concha, empujé mi pene… ella se estremeció, avisándome de la misma forma que sentí cuando se corrió en el auto que ya estaba a punto de la cúspide de la Sagrada Familia.
Seguí con la maniobra, suavemente retrocedí con mi falo, y volví a profundizar hasta el fondo de su concha, y ella sin poder moverse porque seguía aprisionada con sus piernas y sus brazos a los propios brazos del hijo dominador e incestuoso… En una segunda suave embestida, ella se volvió loca de gusto, me pidió por favor, me rogó, que la dejara libre.. siguió con sus estremecimientos, me di cuenta que estaba a punto de correrse y ser la mujer más feliz de la casa que habitabamos, follando como una condenada al sexo con el verdugo de su hijo que no le iba a perdonar las vidas que le quedaban en esa noche… Baje mi cuerpo hacia su pecho, besé su cuello, y bajé a sus tetas como el hijo busca el alimento prohibido, succionando y mordiendo alternadamente sus pezones en un afan de hijo primitivo… No lo pudo resistir, abrió su boca, empezó a gemir con peligrosidad a oidos ajenos al barrio de la casa incestuosa, y luego comenzó a gritar, brotaron lagrimas que corrían por los costados de su cara, y realizó movimientos de vaivén infinitamente sexual que le permití al aflojar sus brazos… Gritó: "me voy, me voy, me voy".
Grita muy fuerte, llora, son gritos escalofriantes por lo erótico, empieza a correrse. Y yo me siento infinitamente orgulloso al sentir y ver y oir que se corre, y me acoplo a su pasión fingiendo gritos de eyaculación mientras la crucifico en el sexo para siempre… ya sé que tengo el poder sobre ella… La dejo que se corra escandalosamente, ya nada me importa, nada ni nadie hay en la casa incestuosa de madre e hijo que hacen el amor sin saber el designio ni la causa… sus gritos van decantando, cada vez se hacen más débiles y a la vez más insinuantes en el recuerdo del mejor sexo… Ella es feliz.
Ya en la placidez de la madre que regresa del climax, me besa en la boca, en el cuello, en mis pezones, y realiza cortos espasmos, al hijo que la domina, en su afan de terminar, definitivamente, la biología del sexo… Mi madre se ha corrido por primera vez con el pene de su hijo dentro… Y ella ha sido muy feliz en su primer coito de esa noche interminable de sexo entre la madre y su último amante (así me lo dirá una vez en tiempos de ahora en la placidez de la madurez al hacer una recapitulación, al intentar explicar, ambos, la locura que asumimos y que siempre recordamos con ternura en la mirada complice sobre las cabezas y caras de las figuras familiares).
La dejo que descanse, la doy vuelta, ella sigue agitada pero con la calma y la tranquilidad cumplida en su cuerpo morboso de inocencia honrada, le beso su espalda, la acaricio, acaricio su hermoso y grande culito… toco su concha, está mojada, arrastro la humedad de su sexo a su culo que me promete la continuidad del sexo y el placer… Me asoman más ideas para esa noche que haré eterna, y que hice eterna hasta estos días en que te cuento el principio, de lo que formamos con mi madre en esa noche de leyendas griegas…
Por ahora ¡basta!, mi esposa querida… Ya nada más te diré… excepto solo si me lo imploras… solo mil ruegos te harán partícipe de la sucesivas embestidas que le hice a la mujer en esa noche en que el hijo y la madre fueron uno solo…
Que duermas bien. Un beso de tu amante que te ha follado, varias veces, sin olvidar las lecciones maternales.
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