CONFUSA HASTA EL DELIRIO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi matrimonio es el reflejo de cualquier matrimonio en mi país, y en el centro el desencuentro sexual de la pareja. Me creía absolutamente, sin duda, heterosexual, pero…
Voy a contarles el motivo de mi enorme confusión, realmente al borde de la locura. He tratado de encontrar explicaciones a mi comportamiento de ese día, hace tres que sucedió. La noche anterior casi no dormí, o bien mantuve una especie de duerme vela con sueños de alto contenido erótico, era lo recurrente y redundante, en especial el asalto lujurioso de una bella mujer, un poco mayor, la que, además de besarme apasionadamente, acariciaba mi cuerpo entero deteniéndose eternidades en mis chichis y mi rica puchita.
Además, desperté cuando un explosivo orgasmo me sacudió; en el momento me di cuenta que durante el erótico sueño seguro me masturbaba. En el primer momento me vino el reproche por la tenaz calentada teniendo la fantasía lésbica; después, casi agradecí a esa ensoñación el orgasmo tenido, fue de fábula. En el colmo, durante el día las imágenes soñadas danzaban de continuo ante mis ojos, claro, en la imaginación. Por tanto permanecí caliente el día entero; por eso decidí, en la tarde, luego de ricas masturbadas enormemente placenteras, dedicarme a tejer una capita para desterrar las tan alucinantes y tan persistentes ilusiones de ser acariciada por manos y boca de mujer. Nunca imaginé…
Me senté en la sala a tejer. En la casa sólo la hija y yo; ella metida en su recámara; era hora de hacer las tareas escolares, la llamé. Después de la última masturbada me quedé desnuda, con una ligera batita de estar en casa, hacía calor. Sentada, mis muslos estaban totalmente descubiertos. Tal vez esto…
Llegó la beba; me besó en la mejilla, yo sonreí y devolví el beso; no hablamos. La niña se retiró; la vi irse; de alguna manera sentí extraña la mirada última de la niña; sonreí; en ese momento de alejamiento de la niña, las imágenes que pretendía desechar volvieron incontenibles, mucho más “visibles”, acuciantes, casi alucinantes. Creí que la niña iba a sentarse al estudio donde hace las tareas. Me sorprendió verla venir de nuevo, y más al ver que su faldita estaba un tanto elevada, al menos así me lo pareció, pero era muy real, la faldita escolar había subido varios centímetros arriba de la cintura, por tanto dejó los muslos de la niña casi desnudos a totalidad. Sonreí pensando las locuras de la linda chiquilla púber. Cuando se acercó, pensé que plantearía alguna treta para no iniciar la tarea; mi sonrisa continuaba, ella lo mismo, sonreía; ahora vi marcados sonrojos en el rostro casi infantil, y muy bello de mi niña.
Al estar junto a mí, cesé el movimiento de agujas del tejido esperando saber cuál era la pregunta de mi hija. Ella, ampliando la sonrisa, puso las manos en mis rodillas; seguí expectante, sin detectar nada a nivel consciente, las manos en mis rodillas iniciaban un suave y continuo movimiento sobre ellas, un poco más allá, en los muslos. Siguió moviendo las manos mientras, vi que su respiración se agitaba. Viéndola sonreí; nada dije, ella tampoco; las manos estaban en los muslos; pude decir: ¿Qué…? amplió la sonrisa sin decir nada, y al mismo tiempo movió las manos bastante cerca de lo intocable, mi húmeda entrepierna desnuda. Las tan incitantes imágenes persistentes se pusieron delante de mis ojos; un tanto sorprendida, y a pesar de estar detectando el real avance de las manos en mi intimidad, seguí sin decir nada; asombrada, sentí que mis muslos se abrían con un lento y ligero movimiento, mientras las manos ya estaban a milímetros de mi pucha y mis pelitos.
Mis manos dejaron caer las agujas, y se apoyaron en el sillón. Muda, sentí dulces estremecimientos corporales por completo desacostumbrados, nunca sentidos, ni siquiera imaginados, de nos ser en el sueño de marras tenido apenas unas horas antes donde los lindos estremecimientos cimbraban mi cuerpo cual temblores terrestres irreprimibles. Y los suaves dedos de las dos manos estaban en mis pelitos; parecían hacer chinitos con ellos; seguí muda, en realidad anonadada, perpleja, sin razonar, sintiendo las dulces, leves y continuas caricias de las manos de mi niña en mis partes más íntimas y ocultas, y mis muslos abiertos casi de par en par.
Mi respiración era tanto, o más agitada a la de la niña; mis manos permanecían inmóviles y apoyadas en el sillón, mientras los muslos un tanto con voluntad propia, seguían abriéndose más y más; claro, las manitas no dejaban el lugar cálido y ya mojado.
Las sonrisas de las dos deslumbraban el espacio silencioso. Empecé a sudar; quizá, sólo quizá, era el efecto de las enormes contradicciones no detectadas a nivel del consciente, seguro en el inconsciente se daban de manera dura, feroz. Entonces, las manitas salieron de ahí donde estaban, para subir lo poco de falda de mi bata que estaba por debajo de la cintura; y aquí otra tremenda e involuntaria acción de mi parte: subí las nalgas para que la tela pudiera ascender, y, al bajarlas, las coloqué al borde del asiento, al mismo tiempo mis muslos se abrieron a totalidad; y así la exposición de mi conchita, al menos de mi gran mata de pelitos castaños, estaba ya a la vista; sin pérdida de tiempo las manos se fueron al vellón, y caramba, mi sonrisa era tan amplia que no podía ampliarse más; la de ella igual; los sonrojos de la pequeña, francas manchas sanguíneas cubriendo la totalidad de su rostro; la respiración francamente jadeante en las dos.
Sorprendida, sentí salir una mano, y ascendió rauda hasta alcanzar mis senos, bueno, uno de ellos, y lo aplastó contra mis costillas. Mientras, los dedos de la otra mano intentaban abrir mis labios verticales, y a poco lo consiguió; al sentir esa leve penetración, eché la cabeza atrás presa de enorme agitación erótica, sentida a plena conciencia. Quizá la precoz niña estaba supercaliente, porque su manita jaló de la bata hasta hacer brincar los botones y separó los bordes para dejar mis chichis al aire, yo en el fin del universo, sintiendo las inéditas caricias, y el jalón a mi bata fue un tremendo estímulo que intensificó mi enorme fiebre sexual. Quedó un botón, mantenía cerrada la bata precisamente sobre mi ombligo; la niña lo vio, suspiró – primer sonido audible emitido – con su mano en mis chichis jaló de nuevo para hacer botar ese último botón. Quedé desnuda, y los bellos ojos de la pequeña por primera vez dejaron los míos para admirarme – así sentí el vagar de esos ojos por mi cuerpo desnudo – mientras uno de los dedos de la mano en mi pucha abría esta y, caray, empezaba a recorrer el río que era mi panocha.
Sin orden alguna, mis nalgas avanzaron hacia delante hasta quedar suspendidas en el aire, y así la manita, más bien el ágil dedito pudo recorrer con más facilidad la charca de mi pucha. Yo jadeaba a mil por hora, gemía de vez en cuando, en especial cuando los deditos de mi niña apretaban cualquiera de mis ricos pezones. Entonces la niña metió otro, y otro dedo al río de mi pucha greñuda, y ya con esos tres bien metidos inició un lento, persistente movimiento que iba del vértice de mi puchita anegada hasta la orquilla más trasera, caray, estaba sintiendo la gloria, y mucho más cuando albores del orgasmo se hicieron manifiestos en mi cuerpo, más acusada en mi pensamiento y conciencia. Apretaba las chichis, y apretaban los dedos mi raja completa; con esto mi orgasmo se detonó de manera increíble, en verdad sensacional, nunca antes había sentido un orgasmo así de potente y tan prolongado, y más se prolongaba porque los suaves dedos de la niña no dejaban de ir de atrás adelante sin parar, al mismo tiempo la mano en mis chichitas acariciaba con levedad los pezones una y otra vez.
Estaba en plena explosión a ojos cerrados cuando sentí algo húmedo en una de mis chichis: era la boca de la niña que mamaba una de mis chichis, caray, mi maravilloso orgasmo en marcha se incrementó lo indecible, al grado de obligarme a emitir gritos potentes, histéricos, clara expresión de fabuloso y enorme gozo. El tiempo se había detenido, por eso no sé cuánto rato transcurrió hasta el momento de rebosamiento de placer, y más notable, el envío de señales de saturación irreversible sin un período de descanso de mi clítoris y mis ninfas. Y no pude sino decir:
Ya, ya, yaaaaaaaaaaaaa, hija, yaaaaaaaaaaa
Y la mano paró, la boca dejó mi chichi. Cuando por fin pude abrir los ojos, allí estaban los ojos de mi hija, y su sonrisa alegre y cariñosa. Mis manos, sin orden expresa, la alcanzaron para luego atraerla y abrazarla diciéndole: Hija, hija… ¿por qué… por qué?, y la separé; se encogió de hombros, y nada dijo, pero su mano acarició mi rostro, en especial mis labios, y yo ya iniciando la cruda de la culpabilidad, después del enorme placer tenido, nunca imaginado, quizás sí, realizando la dulce fantasía soñada. Insistí en la pregunta; la respuesta volvió a ser la misma. No me atreví a hacer nada de nada. Seguía teniendo estremecimientos placenteros, en verdad era la continuación del tremendo y casi inacabable orgasmo. ¿Por qué?, volví a escucharme decir; la respuesta similar, ahora la niña se dio la vuelta, y se retiró.
Quedé allí, despatarrada, con los duro muslos bien abiertos, las nalgas apenas apoyadas en el asiento, bellamente desnuda, sin poder articular palabras, menos pensamientos. Luego, lo más terrible: el repaso de las normas violadas por mí; ella, mi niña, mi hija, no era violadora de nada puesto que nada, creo, tiene todavía internalizado, está en vías de tener las normas implantadas en su mente… al llegar a esta reflexión me dije: ¿cómo sabía dónde y cómo acariciar para llevarme al gran y delicioso orgasmo?, ¿Será correcto llevarla a… la represión?, para dar respuesta: No debí permitir nada, nada…, fue el inicio de cruento debate interno que no termina todavía; es más, siento que estoy al borde de la locura.
De alguna manera me disculpo porque en ningún momento tomé la iniciativa, o hice algo para atraerla, o pedí, o propicié; sin embargo está mi permisividad, los movimientos de mis nalgas…, la gran apertura de mis muslos…, caray, para volverme loca, la verdad.
Inicié varias consultas en Internet. Luego de no sé cuántas navegaciones a lo único concreto que llegué fue a corroborar que existen muchísimas experiencias divulgadas, sólo en la red, pues la represión, la intolerancia de la sociedad es brutal; por otra parte, hice conciencia de que en mundo de más de seis mil y pico millones de seres humanos no puede sino haber multitud de experiencias similares a las mías. Sin embargo, la culpa me sigue atosigando, casi me mata. Por esto he decidido publicar mi experiencia – no puedo llamarla de otra manera – para que los seguros innumerables lectores de la misma me den sus opiniones al respecto y, de ser posible, algunas indicaciones de cómo superar o cómo hacer para terminar con mi culpa o, tal vez, volver al placer…
Por otro lado, en estos tres días la hija se mantiene como si nada hubiera pasado, si acaso de vez en cuando me lanza miradas un tanto cargadas de implicaciones de “complicidad”; no ha intentado nada de nuevo, ni siquiera un leve contacto con mi cuerpo; a decir verdad esto también contribuye a mi enorme inquietud. ¿No será que… deseo…?
Caray, con sólo pensarlo… quisiera colgarme del techo.
Entiendan mi horrible malestar, y denme sus opiniones a la brevedad.
Suya,
Confusa.
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