CONFUSA Y FELIZ
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Mi vida dio tremendo vuelco apenas hará tres meses. Las causas me mantienen hasta ahora sumamente confusa pero definitivamente feliz.
Soy madre joven, soltera, con una hija de apenas doce años, y ella…
A pesar de mi natural fogoso, durante el desarrollo de mi niña me mantuve “virgen”, sin necesarias y ricas relaciones sexuales; sin embargo, me masturbaba casi a diario para acallar las demandas de gozo sexual. Trabajo en tienda departamental detrás de un mostrador alto, [apenas saco el torso por encima], todo el santo día de Dios; los explotadores se niegan a poner otra persona para ayudar; incluso, ir al baño es una enorme dificultad; debo esperar a que el supervisor me autorice y él se queda en mi sitio el muy escaso tiempo para dar salida a mis excretas. El espacio de mi “isla” es muy chico, apenas quepo. El día de los hechos por contar…
No obstante inmensa excitación por no haberme masturbado por la noche, durante el diario baño se acentuó al darme dedo mientras lavaba mi cosita, pero, con el tiempo justo para llegar a la tienda, no seguí para sacarme, al menos por el momento, mi enorme calentura. A esto se agregó la necesidad de llevar conmigo a mi niña; no hubo clases por no sé qué motivo, dejarla sola en casa me causa temor, en especial porque la niña come en la escuela; en la tienda y en mi descanso para comer, ella come conmigo. Por fortuna, el supervisor del día me tiene echado el ojo: no se molestó al darse cuenta de la compañía de la niña, claro, metida detrás del mostrador y a mi lado. En las primeras horas la niña leía de pie alguno de sus libros mientras yo atendía a los clientes, por cierto escasos en esa mañana.
También durante las primeras horas la detecté extraña sin saber decir qué era lo extraño. Analizándola me di cuenta de su maduración en acenso; sus senos destacaban por su tamaño: se antojaron lindos. Debo decir que esto no tuvo connotaciones eróticas en mí. De pronto se dijo cansada de estar de pie; entonces le pedí que se sentara en el piso; no había un asiento porque en ese, caray ¡no fuera a sentarme durante el trabajo!, idea de explotadores tratando de exprimir hasta dejarnos en los puros huesos. Me gustan las minifaldas, y también las tangas; no sé, mantienen mi excitación; al moverme siento el roce de la tela en el culo, y en la puchita, y me gusta. Entonces…
Llegó una señora vieja; me apresuré a atenderla olvidada de mi escuincla sentada en el piso a un paso e mí. Me moví para mostrar a la cliente un exhibidor de joyas de fantasía, algunas más finas. Me gusta pegarme al mostrador cuanto muestro la mercancía. Me dan una comisión por cada venta, apoyada así extremo mis habilidades para vender y, caray, me concentro tratando de encontrar el punto flaco de la cándida víctima y presunta compradora generadora de mi buena comisión. Por eso, creo, a pesar de haber chocado con las piernas de la niña, no las detecté a nivel consciente; abrí las piernas para dejar el obstáculo en medio de piernas y pies. Y empecé mi perorata de vendedora.
De pronto sentí algo suave y liso en mis piernas desnudas, décimas de segundo después colegí que se trataba de la mano de mi niña; moví las piernas, levanté el pie, luego otro, pero las manos persistían en caminar por mis piernas, tocándolas; al mismo tiempo, la acuciosa cliente pedía información sobre una de las piezas más cotizadas, y más me concentré ya que vender una de esas joyas me dejaría excelente comisión. Quizá por esto, creo, no di ¿? importancia a la continuación del ir y venir de las manos en mis piernas sólo detecté, sin mucha conciencia de ello, el aumento de la tensión de mis pezones, y seguí en la rutina de la venta a fondo. La cliente veía atenta el collar, y parecía escuchar mi perorata apologética de la mentada pieza; y sentía que las manos andaban por los muslos, no sólo eso, también, de manera sorprendente – pienso ahora, en aquel momento mi concentración estaba en la venta ¿? -, las manos preferían la cara interna de mis muslos. Lo único consciente para mí era lo parado de mis pezones.
En ese momento la cliente dejó la pieza en observación en un platito ex profeso y dirigió la vista a otra todavía bajo el cristal de la vitrina. Pidió que se la mostrara Desde mi inicio en el trabajo me advirtieron tener cuidado cuando los clientes pidieran tener a la vista, y a la mano, más de un exhibidor porque, dijeron, en un descuido te roban una pieza, y, claro, en ese caso tú debes pagar el desaguisado. Para esto, debes manejar lo seleccionado abajo del cristal con real pretexto que no moleste al comprador y te prevenga de los mal intencionados. En fin, para vender más, y más fácil, mi experiencia decía no ser extremista en estas tan lógicas medidas de seguridad. Movía el platito y lo seleccionado hacia mí, después la bandeja con el resto de lo mostrado en la misma dirección, enseguida, sin quitar los ojos de la mercancía en riesgo, abrir la puertita de madera [no deja ver al interior donde estaba mi hija… ¡y sus manos!] de la vitrina para sacar, a tientas, el otro exhibidor solicitado. Estando así, se comprende la necesidad de alta concentración en los movimientos e ideas a manejar en tan precaria situación.
Por otro lado, la puertita de la vitrina oculta la parte alta de mi vientre y, al abrirla, la descubre, esto si el cliente está atento. En ese momento los movimientos de las manos de mi niña por mis muslos, estaban muy “arriba”, no tenían pleno registro en mi conciencia, ni siquiera cuando las manitas se metieron hasta atrás para alisar [¿acariciar?] mis ricas nalgas fáciles de tocar puesto que el hilo dental de la tanga facilitaba las maniobras, y el paseo a las manos. Puse la nueva joyería sobre el cristal, y la cliente se apresuró a tomar una para examinarla con suma atención, como venía siendo su pertinaz comportamiento. Por supuesto, debía iniciar la falsa apología de la joya seleccionada; mis muslos abiertos, las manos en mis nalgas, mis pezones sumamente tensos; caray, había albores de humedad en mi puchita y no era la humedad habitual-permanente: era la misma incrementada; registros conscientes de sensaciones-maniobras de las suaves y audaces manos que no eran plenas, al menos plenas. (¿Pretexto de mi ágil conciencia para continuar en el placer de ser tocada por manos suaves y audaces?)
Un contacto más, esta vez de la cabeza en mis muslos un poco más arriba de las rodillas, estuvo a punto de obligarme a pegar el grito en el cielo real a costa de perder la comisión, recriminar a mi retoño por hacer lo que había venido haciendo. Me estremecí; mi conciencia, a medias, insistía en suspender radicalmente el desacato de la bebita, ¡inadmisible consentirlo! Fue momento crucial. Perdía concentración en el momento de hacer el “cierre” de venta de la joya en observación. Y la cabeza se iba hacia arriba, y yo advertí que la cabeza empuja hacia las íntimas alturas mi mínima minifalda. Los estremecimientos corporales en ascenso se extendieron a mis piernas. La señora tomaba otra joya, y la anterior la ponía en el platito de las “seleccionadas”. Mis gastados zapatos vinieron a mi mente, relacionados con la comisión a recibir si la venta se realizaba; más apremiante el nuevo uniforme y los zapatos de mi bebita. Realizar la venta ganó la batalla.
Esa rauda decisión, ¿fue pretexto para seguir sintiendo las caricias de las manos en mis nalgas y de la cabeza frotándose en mi bajo vientre?, es algo que todavía no dilucido, aunque el resultado…
Inicié la perorata. La señora me veía, miraba la joya con mirada para mí de suma atracción por la pieza que tenía en sus manos. La venta está en marcha, pensé; extremé la expresión de las cualidades de la pieza. En ese mimo momento las manos abandonaron mis nalgas, se fueron al frente. Imaginé la escena vista allá “abajo”: los ojos de la niña estaban fijos en mi puchita llena de pelitos, se nutría de los olores radicados allí, y sentí los dedos intentando separar la tela de la piel. Debí hacer magno esfuerzo para no perder concentración y venta. Y más porque la señora dijo: ¡Me encanta!, mientras dejaba la joya en el platito. ¡Ya eran tres las seleccionadas!, y la cliente bajó la vista para ver otros exhibidores bajo los cristales. ¡Pidió otro!
Nueva complicación. El riesgo de tres bandejas completas fuera de la protección de los cristales era casi catastrófico. Por otro lado, debía abrir la puertita y, caray, mi bajo vientre se descubriría y, quizá, la cabeza de mi niña metida entre mis muslos seguramente desnudos por la innegable elevación de la minifalda. Como la señora volteó a verme por el retrazo en la extracción de la nueva bandeja, no tuve más remedio que iniciar los movimientos. Primero me separé un poco del bordo de la vitrina y vi la cabeza de mi niña oculta por la tela de la falda, al mismo tiempo las claras aspiraciones bajo la falda eran casi audibles a distancia: la niña se solazaba con mis olores. Por este lado estaba a salvo. Abrí rauda la puertita sin quitar los ojos de mis preciadas joyas; saqué la solicitada y, con mayor premura, metí las dos examinadas a la protección de la vitrina; este movimiento no es malo para la venta pues la cliente y presunta compradora no ve mal que se amplié el espacio y para esto se guarden las otras piezas.
Por la secuencia correcta de máxima seguridad no me fue posible ¿?, oponerme al movimiento de las manos bajando mi tanga, incluso en la cúspide del resguardo de las piezas, elevé un pie para dejar salir la rica tanga, y el otro cuando la señora preguntó: Ésta, ¿cuánto cuesta?, al mismo tiempo sentía cruentas mordidas de mi turbada conciencia por las intensas sensaciones en mi bajo vientre, sin embargo mi atención siguió sólo ¿?, en decir el precio, al mismo tiempo iniciar la descripción interesada de la mejor cotizada pieza. Quizá respondiendo a las mordidas de conciencia intenté pasar un pie sobre los muslos de mi niña con el objetivo de cerrar los muslos pretendiendo evitar los presentidos avances de las manos en lo que venían haciendo, esto, sin lugar a dudas, era acariciar lo que fuera posible acariciar de mi cuerpo ¡desnudo!, al menos en esa parte, la parte más íntima, más hermosa, más cachonda y más ardiente de mi cuerpo.
Está bien bonita y fina, dijo la desaprensiva cliente. Digo lo anterior porque obligaba a profundizar los viejos argumentos decisivos para meterle por ojos y oídos la compra de la joya. Por esto mi movimiento para cerrar muslos, fracasó [¿fue por eso?] Al iniciar la enésima perorata las manos de la niña acariciaban [no era posible negar esa calidad al “paseo” de las manos de mi bella niña por mi más íntima anatomía] mis pelitos mientras las aspiraciones de olores era más frecuente e intenso. Cuando los dedos de las manos abrieron mis labios verticales estuve a punto de mandar al diablo venta y ecuanimidad. Al borde del estallido, la señora tomó una de mis temblorosas manos para meter el dedo en el anillo de marras lleno de diamantes y finas esmeraldas auténticas.
La explosión se pospuso, y mi sonrisa no pudo ocultar el temblor de mi mano. Vi la sarcástica sonrisa de la cliente; la escuché decir: Tienes razón querida, traer esta gema en el dedo causa temblores de emoción. Pobre, mis temblores son porque, Dios de los cielos, los dedos iban de un lado a otro de mi puchita y los muslos se abrieron más en sincero movimiento para facilitar la caricia de mi puchita. La cliente se puso en un dedo el anillo y extendía la mano para verlo. Sonreía con esa sonrisa bien identificada por mí en las personas enamoradas de la piezas que se les mostraban, y signo casi inequívoco de la decisión de compra. ¡Lindo, lindo, lindo!, decía la señora, y yo repetía dentro de mí percibiendo las preciosas caricias de los dedos en mi pucha, uno de ellos lo sentía investigando mi rico culito. Carajo, era el colmo. ¿Cómo se atrevía mi niña a tamañas cosas?
Pero estaba, yo, halagando la joya. No me lo explicaba, estaba franca, efectiva y totalmente desdoblada; aguzaba mi ingenio de vendedora, y percibía con gran placer las caricias en mi puchita. A mi conciencia la había mandado al exilio “moral”, al menos allí. El momento fue conmocionante; por un lado me llenaba del placer de la venta casi consumada, por otro, percibía la boca besando mis pelitos, aspirando mis olores, y el dedo en el culito picándolo tratando de meterse. La cliente, sonriendo en éxtasis, dejó el anillo refulgente en el platito de “seleccionados”, para fijar la vista en otra bandeja. ¿Podré resistir?, fue la pregunta acuciante. Y lo pensé porque la lengua había salido de la boca y lamía de manera admirable y deliciosa mis pelitos, y no tardaba en meterse a la charca que era mi puchita, bellos pródromos de mi orgasmo en marcha, al mismo tiempo debía seguir en la máxima concentración: la enorme presunta venta estaba en sus momentos más cruciales.
Vi abajo; la cabeza seguía oculta y el bulto más bajo, y cómo no si la boca estaba pegada a mi hermosa puchita. Suspiré, los ricos estremecimientos y tensiones propios de mis siempre ruidosos orgasmos, indudables. En el eficaz desdoblamiento en que me había sumido me permitió hacer lo necesario para guardar la anterior bandeja y sacar la nueva teniendo ahora más cuidado pues las últimas joyas seleccionadas por la señora eran las de mayor valor; perder una significaría el salario de varios años. En ese momento deseé mandar al carajo a la tan lenta y voraz cliente para dedicar mi sensorio entero al disfrute de las caricias de manos, boca y lengua de mi bella y audaz niña, mi cachondez y mi enorme excitación estaban por ganar la guerra, no sólo la batalla.
No estallé porque la señora preguntó por el precio de un collar de rubíes, de lo más caro en existencia. Al mismo tiempo la lengua se metió a mi pucha, carajo, era insoslayable el otro estallido, el del orgasmo pospuesto voluntariamente por mí misma. No pude más, ¡exploté en un maravilloso orgasmo!, con la caricia en mi clítoris que la audaz y sabia lengua hacían allí, precisamente donde radica mi precioso placer y se detonan mis orgasmos más poderosos. Por cierto, primero producido por caricias ajenas a mis propios dedos, y, carajo, ¡por una lengua!, y más que carajo, por la lengua ¡de mi hija! De no ser por el relativamente lento proceso de percibir y actuar en dos planos, no hubiera podido callar mis gritos que exigían salir al aire sin perder la compostura, quizá me vi obligada a aumentar el apoyo de mis manos en el vitrina sin perder la sonrisa, sintiendo derretirme en intenso placer, y más porque la lengua deliciosa no cesaba de lamer mi pucha en toda su extensión.
Trabada de las quijadas, dije el precio de la joya. La señora me vio un tanto interrogante; no lo percibía, estaba roja, además arrastraba la lengua al hablar debido al exquisito placer que estaba disfrutando. Como quien no quiere la cosa, la cliente dejó el collar en la bandeja, enseguida fijó la vista en lo seleccionado. Segundos donde mi placer y gozo cabalgaba mi ser entero; mis piernas debían afianzarse para no ceder al embate del dulce y maravilloso orgasmo, inacabable, fortísimo, largo, muy largo, inacabable realmente, y la lengua seguía metida en mi pucha lamiendo, en varios momento los labios mamaban mis labios grandes y pequeños, el clítoris, cuando hacían esto mi orgasmo se iba a las galaxias, y yo creía caer en el hoyo negro del placer sexual.
Bueno, niña… por hoy, ya estuvo bien. ¿Me haces la cuenta de estas chucherías?
Placer agregado a placer. Claro, el placer de sentir la lengua y mi orgasmo no admite comparación, sin embargo era un rico placer haber realizado la gruesa venta en las condiciones… carajo, del mayor placer posible en este mundo de sufrimiento. Mi exquisito placer sexual debía terminar. Me era ineludible moverme a distancia para, sin peder ojo de las joyas, tomar la calculadora y hacer la cuenta… ¡hacer la cuenta, Dios mío!, seguro zapatos nuevos para las dos, todavía mejor: el uniforme, me decía, era para callar mi conciencia, volvía furibunda por el enorme desacato cometido… ¡con indecible e inconmensurable placer ¡¡sexual!!! Seguro la niña [ex niña, carajo] escuchaba pues no puso ninguna objeción a que las piernas brincaran. Tomé la calculadora… dudé pasar al otro lado de las piernas estiradas, pertenecientes a mi dulce niña, o volver a la posición propicia para la continuación de las suculentas caricias. Por supuesto, ganó esto último.
Claro, las manos no perdieron tiempo: subieron la falda; la rica boca volvió a mis lindos pelos para iniciar una lenta, muy lenta lamida des pelitos mojadísimos de saliva y cuantiosísimos jugos derramados por mi puchita.
Mi enorme orgasmo aún presente se incrementó notablemente al sentir la sabia lengua lamiendo los labios más grandes de mi puchita linda; estaba más desinhibida, y por eso mis nalgas se movieron mientras recargada en el mostrador hacía la cuenta de la total y regia venta realizada. La señora me veía quizá extrañada por mi rostro en rictus de placer, gozo y concentración en la triste maquinita de hacer sumas. Cuando presioné la tecla de total, mis rodillas se semiflexionaron por la tremenda explosión detonada en el centro mismo de mi pucha súper anegada y enviando oleadas expansivas del placer originado en esa tan hermosa explosión de mi pucha a expensas de lamidas de mi niña inteligentísima, así la estaba considerando, y la inteligencia se refería en este caso a su precoz forma de mamar mi clítoris, sumado al gozo inmenso por realizar una venta extraordinaria.
No podía soportar más gozo, mayor placer sin riesgo de caer hecha un ovillo para apretar mi puchita con ambas manos, así hago cuando mis masturbaciones son monumentales. Así, bajé la mano izquierda para empujar la cabeza hacia atrás indicando mi deseo de la salida de la lengua de esas profundidades. Pareció entender. Pude al fin decir la cuantía de la compra. Mientras las manos de la niña alisaban mis nalgas y su cabeza se reclinaba sobre mis pelitos, corrí la tarjeta de crédito, recabé el comprobante y la firma de la susodicha, e iba a meter las joyas en una bolsita de piel, es donde las colocamos para entregarlas, cuando la señora dijo que las necesitaba envueltas para regalo. No me gustó, pero debía satisfacer al cliente. Al pensar en “satisfacer”, pensé en… caray, en satisfacer a mi niña… carajo, dije, el deseo es porque al mismo tiempo deseo… saber el gozo de lamer las intimidades de mi niña, o sea, las intimidades de una mujer… y mi corazón dio un terrible vuelco.
Envolviendo las joyas pensaba en mi inconsecuencia pues no había rechazado el lindo – carajo, lindo es poco – acoso de mi precoz retoño sino que, ahora, pensaba nada menos que en continuar con la enorme trasgresión deseando… la puchita de mi niña. Mi mente pragmática, en paralelo, hacía cuentas de a cuánto ascendía mi comisión, y la cifra trazada en mi cerebro me hizo suspirar de alegría y gozo intenso: la tal cantidad era en verdad enorme en relación a mis percepciones habituales. De no ser el dedito presionando ricamente mi culo seguro me olvido de la niña recargada en mi pucha llena de saliva ajena y jugos propios. Peor, un dedo se metió este sí de rondón, a mi vagina; carajo, la linda niña no se llena, pensé sonriendo en realidad contenta por los sorprendentes éxitos tenidos esa linda mañana inolvidable: vender una cantidad ni siquiera soñada, y tener caricias insospechadas, transgresoras, pero… ¡divinas!, además de manos, boca y lengua de mi adorable pequeña.
Entregué la bolsita con la mejor de mis sonrisas, y la señora, al estirar la mano para recibirlas, sonriendo de una manera muy enigmática, dijo: Te felicito, niña… eres buena vendedora; no me dejaste ir sin comprarte y eso que, según vi… te estás muriendo de ganas de ir al baño, y ni así me dejaste. Y se fue.
No dije nada, y no por otra cosa sino porque estaba pasmada por lo dicho; entonces me fue evidente que la señora vio los movimientos de mis nalgas respondiendo a las ricas y deliciosas caricias de mi bebita. Reí más contenta todavía, pero la lengua de la pequeña lamía con lentitud abrasadora mi puchita en su extensión completa, mi clítoris supersensible gozaba a raudales y raudales de jugos salían de mi pucha y como estaba sola le di vuelo a mis nalgas moviéndolas como era mi deseo desde hacía eones, incluso abrí más los muslos para que lo que hacía la pequeña metida bajo mi falda fuera más fácil.
La siguiente explosión fue intensísima, atómica es poco decir, y tanto que lo dicho por la cliente voraz se hizo realidad: no pude controlar mi esfínter y, caray, me oriné… seguro sobre el rostro adorable de mi niña. Pero no me importó, continué disfrutando del placer sexual increíble y tenido por tanto y tanto tiempo, y aumenté el flujo de mi orina cuando el dedo merodeador de mi culito, quizá por mi relajamiento urinario, logró meterse hasta los nudillos, y luego inició un mete y saca colosal. Carajo, no lo podía creer, incluso eché un poco atrás mis nalgas pero no tanto que me hiciera peder la lengua sabia lamiendo mi pucha, para moverlas mejor y para que el mete y saca del dedo se diera a mayor ritmo, y sí, el ritmo aumentó, y, caramba, no acabaría de sorprenderme, en ese momento dos dedos de mi niña se metieron en mi anegada vagina y el mete y saca colosal se acompasó con la del dedo en el culo y con la lengua lamiendo mi vulva entera, mi linda puchita cubierta de bellos pelitos. Y no pude soportar más placer, reculé hasta chocar con lo que había atrás de mí, única forma que se me ocurrió para huir, sí huir de la lengua sabia y gran lamedora.
Vi el rostro mojado por completo, una sonrisa angelical y ojos risueños. Mi boca sonrió, y estaba por decirle lo mucho que la amaba, cuando la voz de mi superiora me sacó del trance. Entonces sí vino mi alarma más descomunal; la bruja sí podía captar a la niña sentada en el piso. Me erguí, y me apresuré a brincar las piernas de la niña, cosa que pude haber hecho hacía eones, jalé el pelo de ella para apartar su cabeza, y deseaba que la niña limpiara su rostro, no fuera a ocurrírsele a la bruja preguntar por ella, esta no tendría más remedio que aparecer. Un apresuramiento más, ahora para comentar con énfasis la gran venta hecha, cosa que tuvo el éxito esperado pues la capataz fijó en eso toda su atención, y yo me explayé para desorientarla más. Por fin, felicitándome por la venta, se retiró.
Cuando la vi a distancia prudente, busqué a la niña con mis ojos. Ahí estaba, la faldita en la cintura, los hermosos muslos desnudos, y su carita sonriente y todavía llena de mis jugos, mi “orina” y su saliva; la creída orina era en realidad mi eyaculación, misma que se da cuando mi placer es súper, colosal. Deseé con toda el alma lamer esa humedad, pero era imposible a menos… sí, lo haría. Vi en todas direcciones tratando de ubicar a los posibles visitantes de mi isla; no había signos de que alguien pudiera ir, al parecer estaban ocupados en diferentes tareas. Me puse en cuclillas, la hacerlo sentí rica mi puchita, y atraje el rostro de mi sonriente niña, la besé en los labios, los de ella permanecieron cerrados, sonrientes, lamí mis jugos y mi “orina”, Abre la boca, hija, dije, obedeció, entonces el beso pleno, amoroso y con fuerte carga erótica se consumó mientras por un lado me llegaba la felicidad de sentir la dulce pasión de mi hija en el beso pues además apretaba con sus manos puestas tras mi cuello, y por otro la culpa insensata por hacer la peor de las trasgresiones, esto es, metida hasta el cuello en el incesto, incluso mayor considerado así por mí: el de madre e hijo no viola la prohibición de la homosexualidad, y el mío sí.
Pero fue fugaz mordida de conciencia. Aquello de “satisfacer” a mi hija afloró con fuerza. Suspendí el hermoso beso para levantarla cuidando de no ser vistas; sonriendo mi felicidad, dije:
¿Qué has estado haciendo mi niña querida?
Ay, mamacita, no sabes cuánto me gustó tu beso… ojalá pronto podamos repetirlo, ¿sale?
Sí mi amor, sí… pero, dime, ¿sabes lo que has hecho?
No pos sí, mamacita… te hice cositas… ¿ricas?
¿Por qué las hiciste?
Y me arrepentí; qué me importaba porqué las había hecho, lo cierto y más que verdadero y amoroso era la realidad de las hermosa caricias que me llevaron al placer increíble, al placer creído imposible, al menos el la magnitud del dado por mi niña.
Pos… me dieron ganas de hacerte sentir… rico. Yo siento rico cuando me… acaricio acá… lamerte fue… precioso mamacita. Se me ocurrió… bueno, tu olor… pos sí, quise saber si sabías igual allí… digo, en tu cosita…
Yo estaba enternecida. De alguna manera había inocencia en la niña, aún la referencia a sus masturbadas fue inocente. Y ella seguía:
Oye, ¿por qué… te orinaste?
Solté la risa con una justificada alegría. Era tanto mi amor, y así había sido mi placer, tanto, hasta “orinarme” por el placer. Eran tanta mi dicha que olvidada de todo; atraje su rostro todavía mojado y lustroso de jugos para besarla metiendo mi lengua hasta donde pude, aunque el tramo de conciencia alerta me hizo no prolongar el beso; de cualquier forma volteé al cesar el beso para ver si no había sido descubierta. Nada, todo en paz. Entonces, con mi corazón latiendo a marchas pasionales, pensé en dar placer a mi hija no por compensación y agradecimiento por tanto placer que me dio sino para hacerla gozar sin pensar en lo otro, además de satisfacer en mi misma el deseo de sentir el placer de acariciar a otra mujer… ¡a mi hija, carajo! Al mismo tiempo deseaba lamer las salpicaduras de su hermoso rostro, imposible me dije, pero ya habrá ocasión para darme y darle ese gozo. Suspiré y dije:
¿No quisieras sentir… mis caricias, digo, iguales a las que tú hiciste?
Me vio, peló los ojos, dio la impresión de no creerlo, y dijo:
¿Orita?
Pues sí, orita… ¿por qué no te quitas los calzones?, luego te recargas aquí, a mi lado… ¿sale?
Sonreía de una esplendorosa manera, sus ojos brillaban, su respiración estaba más agitada. Precavida volteó a donde pudo para cerciorarse de no ser vista; elevó la faldita y para mí fue una linda visión de mulsos bellos, desnudos, suaves, gruesos, voluptuosos, totalmente de mujer hecha y derecha, después fugaz visión de los calzoncitos, y las ágiles manos bajándolos para dejarlos tirados en el piso, caramba, ahí estaban también los míos. Y la pregunta: ¿cómo hacerlo para no ser sorprendida en el dulce placer de dar placer erótico a mi niña, mi hija?, había demasiada gente, sin embargo, y por insensata debía cumplir con la expectativa creada en ella, y por mi propio deseo cabalgante. ¿Voltearnos?, no, corríamos el riesgo de no ver quién se acercaba. ¿Viendo al frente?, sí era lo mejor aunque así el riesgo era que mi brazo podría verse mover y, quizá, vislumbrarse dónde andaba mi mano, porque ni pensar en hacer lo mismo que mi niña, esto es, sentarme en el piso para poder lamer y mamar la puchita que ansiaba al menos tocar y acariciar.
Lo mejor, pensé, es ver al enemigo potencial. Dije:
Acerca tu espalda al borde de la vitrina, abre los muslos… ven hija, ven…
Su rostro estaba rojo, su respiración francamente agitada. Puso la cintura en el borde, las dos muy juntas, lado a lado, y mi mano bajó; encontró la falda. Súbete la falda dije acezante, se separó poco, subió la faldita hasta dejarla apoyada en su cintura y esta en el borde, abrió más los muslos, y envió su mano a mis nalgas; sonreí dichosa, agradeciendo al cielo azul la rica lujuria de la bella pequeña, era indudable esa linda lujuria, demostrado por su afán de tocarme así fuera no tan sustancialmente como antes. Y por fin mi mano sintió la dulzura de pelitos tiernos, tupidos, mojados a cabalidad. Suspiré prolongando el alisar de los pelitos mientras disfrutaba también de la caricia de la mano en mis nalgas.
Mamacita, mamacita, siento bien rico… y más porque… eres una madre a toda madre… porque quieres tocar mi cosita… ¿sientes rico?
Huuuuu… dije, sin poder hablar.
¿Sientes rica mi mano en tu… nalguita?
Hujuuuu…, y tú, ¿sientes rico?
Ay mamacita… nunca había sentido tan rico… pero sigue, sigue…
Mi mano iba de delante atrás en toda la extensión de la rajita de la niña, y, recordando su dedo metido en mi culo, puse uno de los míos a dar esa caricia, Acosta de dejar la puchita, y ella dijo:
¿Se siente rico allí, verdad?
Hujjjuuu… y mi dedo empujó queriendo meterse.
Deseé enfáticamente tener una barrera adelante para no ser vista acariciándola con las dos manos, imposible, concrétate a la puchita, dije resignada. Entonces mi dedo en el culito lo dejó para dedicarse a acariciar la puchita con la idea del disfrute, el placer total de mi niña precoz y audaz. Al meter el primer dedo sentí la ciénega de esa puchita casi imberbe, caray, mi enorme orgasmo se detonó al tener conciencia de estar acariciando sexualmente a mi bella hija, prácticamente en público. Era una delicia no sentida a más de no ser comparable con nada conocido, incluso por conocer, de no ser otras caricias con ella misma, así sentí los lúbricos movimientos de las nalguitas de mi escuincla lujuriosa, y su dedo intentando meterse en la gran raja trasera, abrí los muslos para facilitarle la entrada, y mi mano libre no pudo abstenerse de bajar a mi pelambrera para meterme dedos en la raja mientras los dedos de mi otra mano acariciaban la puchita de la niña retrazando el encuentro con el capullo y su pequeñito clítoris para prolongar así tanto su placer como el mío.
Pero no había tiempo para correr riesgos, por eso apresuré la caricia en esa puchita deliciosa, además puchita de mi hija, y encorvé un poco para resaltar mis nalgas hacia atrás y así el dedo pudiera meterse. Mientras mi dedo acariciaba el dulce capullo, y mi hija suspiraba, movía las nalguitas y empujaba el dedo para meterlo en mi culo. De pronto mi niña jadeaba, y su dedo abandonó mi culito, enseguida lo sentí metido en la charca de mi pucha y revolotearlo adentro, carajo, qué placer sentir dedos en mi pucha y pucha en mis dedos. Las nalgas de mi niña se movían ahora el compás que alternaba movimiento y tensión, eso hizo pensar el arribo del deseado orgasmo y apresuré el movimiento suave de mis dedos en el capullito, y el dedo dentro de mi vagina la abandonó para enseguida colocarse en el culo y, con la viscosidad recogida, se metió hasta tocar con los nudillos el borde mismo de mi culo; sentirme plenamente penetrada en mi culo virgen de penetración un fuetazo monumental para detonar mi orgasmo inacabable, incluso gemí cual condenada, y más cuando el sabio dedo entraba y salía de mi gozoso culito a ritmo delicioso los dedos acariciaron con intensidad procurando ahora acariciar directamente la cabecita del clítoris y cuando mi orgasmo estaba en la cúspide el de mi amada hija se detonó con tal fuerza que no pudo contener grititos de enorme placer, luego de minutos de gemidos, moviendo aceleradamente las nalguitas, y empujando casi con ferocidad su dedo en mi culo, quizá aniquilada de tanto placer, cayó al piso, se hizo concha igual a mí, e igual a mí puso sus dos manos en la puchita para prolongar en forma deliciosa su precioso e intenso orgasmo, tal vez primero detonado por manos ajenas… ¿Qué sería cuando el detonante fuera mi lengua?
Con ese pensamiento mi orgasmo se hizo espectacular, y tanto que estuve a punto de caer como mi hija lujuriosa todavía retorciéndose de placer, y ese placer había sido dado por mi dedo y… mi amor.
Por fortuna, mi desdoblamiento estaba todavía en operación y me percaté del acercamiento de alguien por demás indeseable: un necio naco pretendiente. Peor: le daba por asomarse para verme las piernas siempre descubiertas por lindas minifaldas. Hasta me agaché para levantar a mi niña diciendo:
Levántate, levántate… alguien viene.
Se levantó, aunque, inteligente, lo hizo por el extremo derecho de la isla; de tal forma dio la impresión de haber estado sentada en ese extremo. Alisaba la falda para colocarla correctamente en su lugar, y ella se acercó… fue para agacharse con premura a recoger los calzones de las dos, mismos que puso debajo de su falda sostenida por sus manos hasta apoyarla en la vitrina. El odiado intruso se acercó, hizo el intento por ver adentro, mis piernas pues, lo detuve, y al mismo tiempo decía:
Quieto mamarracho, quieto… si no te vas en este mismo momento te juro que te denuncio, y pongo al tanto de todas tus fechorías a los jefes.
El pelafustán puso ojos de terror, hizo mueca intentando sonreír, dio la vuelta, y se retiró.
Sonreí triunfante; acaricié el rostro de mi bebita totalmente rojo y sudoroso. Ella me sonreía amorosa y alegría innegable. Arrobada, dije:
Ay, hija de mi vida… quién me habría de decir que… nos amaríamos tanto. En especial que fuéramos a… darnos las hermosas caricias de este día… por tontas no lo habíamos hecho, ¿no crees angelito?
Viéndome con sumo amor y arrobamiento, acarició mi rostro, sonrió espléndidamente y dijo:
Nunca es tarde mamacita… ¿te gustó… tenerme abajo de tu falda?
No sabes cuánto… sí, me encantó, me gustó muchísimo… y más… caray, sentir… lo que… me hiciste: ¡Fue precioso, sumamente placentera la caricia que me diste. ¿Satisfecha?
No pos sí… y… ¿cómo no estarlo si tú… en lugar de enojarte… también metiste tus… deditos a mi cosita. Ay, madre, no sabes lo dichosa que soy y me siento… ¡te amo muchísimo, mamacita!, pero, ¿sabes qué?, quiero… seguir… bueno, en casa…, haciendo caricias… tú en mi…
Di puchita, puchita, hija, puchita, la interrumpí porque me era urgente e imprescindible el placer de la obscenidad, y de esta la primera fase son las palabras, ella sonrió, y dijo:
Sí mamacita… a mi me gusta decirle a mi cosita así, puchita… bueno, te decía, que sigamos acariciando tu mi puchita y yo tu puchita linda… ¡me encantaron tus olores y… tus pelitos!
Quiero ver tu puchita, dije un tanto desaprensiva, ella sonrió, volteó al frente, se separó centímetros del borde para elevar su falda y entonces tuve la divina visión de esa puchita adolescente en verdad preciosa, digna de exhibirse, algo de sensacional belleza. Apenas la escuché que decía:
También quiero verte… la pucha… porque la tuya debe ser más grande, ¿no?
Y reía alegre por la broma,
Claro, me separé luego de ver la posible presencia de feos intrusos; después levanté la tela y mis pelos sintieron el aire, pero más la mirada ardiente de mi chiquilla, caray, el orgasmo apenas contenido se detonó de nuevo, y más porque la audaz pequeña se metía los dedos viendo fijamente mi pelambre, y en segundos su orgasmo también se manifestó en grititos apenas acallados. Aún teniendo en marcha el rico y potente orgasmo, las dos, no pude desentenderme del peligro, entonces dije:
No sigas hija, no sigas… nos pueden sorprender y…
Sí mamacita, sí… perdona… ver tu puchita me hizo… bueno, ay muere.
Y sacó sus dedos de su puchita, bajó la falda, movió las nalgas y todavía gimió varias veces, ojos cerrados, quizá hasta la consumación de su grandioso orgasmo. El mío no se agotaba, sin embargo bajé mi falda, vi a todos lados, acaricié el rostro bello de mi hija, y dije:
Debemos pararle, hija, no podemos seguir así de aventadas… al fin tenemos la vida por delante… faltan dos horas para irnos a casa y allí… nadie nos va a ver; tenemos la noche entera para vernos y hacernos las caricias que queramos, ¿no?
Sí mamacita, sí… ojalá que las manecillas le corran más y más aprisa.
Así se inició el amor pleno entre mi hija y yo. De esto hace ya tres años por tanto mi hija ha madurado en todos sentidos, el más destacado es su inmensa imaginación erótica que nos ha llevado a experimentar las más locas fantasías… quizá algún día se las cuente.
Felisa
Simplemente hermoso