Conviviendo con mi familia del campo
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
Hola amigos, espero que este 2014 sigamos relatándonos esos hechos ocultos de nuestras vidas y que, aunque fueron momentos de satisfacción para muchos tenemos que esconderlas por aquello de los prejuicios.
Bien, hoy voy a tratar de contarles lo que me paso cuando mi padre me llevo a visitar a sus familiares que viven en el campo, y digo visitar aunque en realidad estuvimos dos semanas trabajando en la corta de café, con un frio de los mil demonios y durmiendo casi uno encima de otro en dos pequeños cuartos sin cama.
Recuerdo que llegamos un día domingo, los hermanos y demás parientes de mi padre nos recibieron como a si regresáramos del mismísimo fin del mundo. Todos se abrazaban, se palmeaban la espalda y hasta dejaban escapar más de una lágrima. Era mucha gentea la que yo sonreía como verdadero idiota pues jamás les había visto, ellos en cambio no dejaban de mirarme como microbio bajo una lupa para luego decir que era la viva imagen de mi papa.
– Que grandote ta este chamaco hermano – dijo una señora a quien llamaban Estebana. Era muy parecido a mi progenitor, podría decirse que era mi padre en versión femenina.
– Jajajaja Si es todo un cabron – dijo mi padre -, ya va a prepa. No fuma, no tiene vicios y es muy estudioso. Yo pienso que va a ser un buen militar – agrego mi padre con orgullo y mirando al cielo como observando el futuro.
– Ay Dios te oiga – le dijo otro señor con iguales rasgos faciales -. Era su otro hermano.
– Bien pero vamos a ubicarlos – dijo mi recién conocida tía -.
Como nos habían recibido en lo que al parecer era el centro de la finca donde vivían, tomaron nuestras maletas y a paso ligero nos llevaron a lo que en realidad era su casa. Una especie de vecindad de cinco o seis cuartos en línea, de madera y techo de lámina. El área para cocinar estaba aparte y podía apreciarse que la usaban todos los habitaban ahí, el lugar era tranquilo, rodeado de mucha vegetación, especialmente cafetales y pinos. La temperatura era bajísima, yo tiritaba de frio.
En minutos se nos había asignado el lugar donde dormiríamos, mi padre lo haría junto a sus hermanos hombres y a mí me ubicaron con más de media docena de chicos de mi misma edad y menores. Según me dijeron dirimiría como pobre, en colchones hechos con costales y hojas de plátano jajajaja. En mis adentros maldije la bendita hora en que había decidido acompañar a mi padre en su dichoso viaje para reencontrarse con su gente que no veía desde que se había mudado a la ciudad, en donde conoció a mi madre.
– Vamos hijo – me dijo mi tía -. Yo sé que no estás acostumbrado, pero acá estarás calientito, ahí están tus cobijas. Si tienes frio puedes ponerte encima estas bolsas plásticas o ponte más costales. Vamos primor, ya te acostumbraras.
Debió entender que por dentro le estaba mentando su madre porque rápidamente se retiró, según dijo a preparar la cena. Mi feliz padre no paraba de hablar, emocionado, su rostro reflejaba la gran alegría que sentía verse con los suyos. Más por el que por mí trate de callarme y hacerle frente, como diría mi abuela: YA ESTABA EN EL CABALLO, HABIA QUE JINETEARLO.
Es necesario aclarar, que el hecho de que mi padre y yo vivamos en la ciudad tampoco es sinónimo de riqueza o lujos. Sí, tenemos algunas comodidades pero sin llegar considerarnos adinerados. Eso sí, al menos dormimos en cama, tenemos tv, luz eléctrica y agua potable. Acá todo eso solo es para los riquillos – dicen -.
Volviendo a la historia, esa noche comimos rico. Frijolitos, arroz y café puro. Como no había luz eléctrica, y para no gastar el gas que utilizaban para sus lámparas a eso de la siete ya estábamos en nuestras “camas”.
– Bien chamacos – dijo tía Estebana -. Duérmanse temprano, mañana hay que trabajar. No vayan a estar molestando a Roberto, él está cansado y no está acostumbrado a estas vidas.
– Buenas noches – dijeron todos – casi a coro.
– Buenas noches – dijo ella – con su eterno puro en la boca.
Quedamos solos cada quien ocupando un espacio del colchón común de hojas de plátano y costales, las gruesas cobijas de invierno apenas cubrían nuestros cuerpos pero estábamos calientitos – como decía mi tía -.
– Robert – me dijo quien estaba a la par mía -. ¿Dónde tú vives haces frio?
– Poco
– ¿Es bonito?
– Mucho
– ¿Estas estudiando?
– Sí, estoy en la prepa. ¿Ustedes no estudian?
– No. Acá no hay escuela.
– Y ¿Dónde tú vives, todos se visten así? – dijo una niña que estaba a mi lado izquierdo pegado a la pared- .
– ¿Cómo? – dije divertido
– Así – dijo -. Diferente
– Si – respondí pensando para mí mismo-. Ellos se visten diferente, como campesinos.
Seguimos hablando, cosas de chicos. Me preguntan de la ciudad, como era, si estaba lejos, etc. Según e contaron muchos de ellos nunca habían “bajado” al pueblo. Podría decirse que nos estábamos conociendo, seguimos hasta que Morfeo hizo de las suyas llevándonos a sus dominios.
Los días que siguieron fueron de trabajo, nos levantábamos a eso de las 06:00 para luego irnos a recolectar café. Eran jornadas duras, de mucho frio aunque divertidas, especialmente para mí que no estaba acostumbrado.
Fue un domingo creo. Mi padre llego a despertarme y me propuso que me quedara descansando ese día, según el por ser día sagrado. De verdad no tuvo que hacer tanto esfuerzo, me arrope con mis cobijas para dormirme hasta que me despertó el hambre. Seria cerca del mediodía cuando desperté, me levante para luego ir hacia donde sabia había comida. Todo me indicaba que estaba solo.
– Bueno – dije para mí mismo después de llenar mi panza – . Es hora de reconocer el terreno.
No conocía. Nos levantábamos temprano, llegábamos noche y cansados. Este sería mi primer tour sin guía jajajaja.
Camine con rumbo a donde sabia estaba la casa principal de la finca, pero por destino quizás tome una vereda que deduje me serviría de atajo. Fue cuando la vi, estaba ahí con su vestidito levantado haciendo pis. No me veía, en cuclillas y a pleno campo orinaba como yegua por la gran cantidad de agua renal que tiraba por su chocho. Era Lucrecia, la niña que dormía junto a mi pegadito a la pared. Tendría once o doce años máximo, de piel blanca aunque descuidada, pelo castaño, ojos claros, unas tetas nacientes y unas nalgas anchas que no concordaban para su edad.
Miraba al vacío sin importarle nada, su chocho parecía ser el de una chica de 15 o 16 años, labios vaginales gruesos, rosados, en medio una pepa pronunciada que se movía al darle paso al orín. Yo aunque estaba a escasos metros estaba cubierto entre los matorrales, deleitándome ver esa niña en su inocencia echando una meada al natural, sin complejos. Mi verga se empalmo de volada.
– Hola – dije dejándome ver – y saliendo de mi escondite de lo más natural.
– Hola Robert – me contesto sin inmutarse.¿Ya comiste?
– Si, comí algo – dije tratando de ocultar de la mejor manera que aquello no tenía la menor importancia.
Se levanto y de la manera más pura me dijo que sentía frio en su culito. Juguetona corrió delante de mí en dirección a su casa.
– Vamos – me dijo -. A que no me alcanzas.
Corría rápido aunque estaba descalza. Su vestido se balanceaba al compas del viento dejando ver esas bonitas piernas picadas por los mosquitos.
– Vamos – grito ya a la distancia -. No puedes alcanzarme jajajajaja.
Siguiendo su juego fui tras ella, por la vereda, entre montes y arboles que solo cantaban al contacto de viento. Estábamos cerca de “nuestra casa”, pero solos ella y yo.
– Porque viniste a orinar hasta acá – le pregunte fingiendo no importarme -.
– Es que mi mama dice que no lo hagamos cerca porque hiede mucho.
– Ah – dije -. ¿Y porque no te pones calzón?
– ¿Calzón? ¿Para qué? Eso me los pone mi mama solo cuando salimos…
– Jajajaja – reí. Se te va meter un animal.
– ¿De verdad? – dijo – levantándose levemente y viéndose su chochito.
– Espérame…, – dije – ya me dieron ganas de orinar a mí.
Nos paramos y con la mayor naturalidad del mundo saque mi cipote y orine frente a ella.
– Robert ¿Porque tienes esa cosa tan grande?
– Está enojada.
– ¿Porque?
– Porque hace días que esta a dieta
– ¿Qué es eso?
– Ah – dije pensando cómo explicarle -. Es que en la ciudad yo le doy comida casi todos días, come carne de niña Jajajaja.
– Eso ¿Come carne?
– Si. Pero solo carne especial.
– Y ¿Ahorita tiene hambre?
– Es que vio de la carne que a ella le gusta.
– ¿Dónde?
– No te puedo decir, es un secreto.
– Vamos dime, no seas malo. Yo no digo, dime – casi suplico -.
– Así dices, pero si te digo vas a ir con el chisme a todos.
– No, Robert no seas malo. Eres muy malo – dijo empujándome suavemente por la espalda.
Yo a propósito tenía mi verga en la mano aunque había terminado de orinar. Me gire hacia ella para que la viera, Lucrecia en su inocencia no dejaba de verla, quizás su instinto de niña la hacía sentir algo más que curiosidad.
– De verdad ¿Quieres saber? ¿Prometes que pase lo pase nadie va saber nuestro secreto?
– Si. Sí, que me caiga un rayo vaya – dijo efusivamente.
– Ok – dije poniéndome más citadino e interesante según yo -. Te voy a demostrar que esta cosita le gusta la carne. Levántate la falda y mira como se pone.
– Mi falda ¿Para qué?
– ¿Quieres saber o no?
– Si – dijo confundida y subiéndosela.
Aun con el frio que hacia mi pajarito se emociono al ver ese cuerpecito desnudo frente a él. Esa rajita gordita, sin pelos y esa lengüita que salía entre medio como haciendo muecas era todo un tesoro para mi Jack Sparrow, en un dos por tres estaba totalmente erecto y con ganas de deslecharse.
– ¿Viste? – pregunte -.
– Si jijiji – dijo – Tiene hambre. Dale de comer.
– Yo ¿Cómo? Yo no puedo.
– Mira el come carne de niña, de esa que tienes ahí. Pero es un poco lujoso, si no lo tratas bien no come.
– Dale pues – me dijo -.
– Mira – le dije – te voy a enseñar a alimentarlo. Primero, él le gusta comer carne mojadita. Y también le gusta que lo traten bien, que lo besen, que lo acaricien. ¿Quieres darle comida?
– Si
– Entonces empieza por acariciarlo. Pon tu boquita, dale besitos, chúpalo como paleta y acaríciales sus bolitas de acá abajo. Si, así, así….
Ver a Lucrecia con mi verga en la boca era divino, chupaba torpemente tratando de metérselo todo pero no podía, me apretaba los huevos y me mordía suavemente.
Yo había bajado mis pantalones hasta las rodillas y a cada chupada doblaba mi espalda tratando de ensartársela hasta la garganta, le causaba arcadas. Con mis manos pude sacarle su vestidito por arriba, no sin antes decirle que mi cosita le gustaba la carne sin cascara Jajajaja.
– Ahora ven, déjame mojarte la carne que le vas a dar a mi amigo. Es para que no se atragante – dije -.
La acosté en el pasto sobre mi camisa y la despatarre lo mas que pude, me coloque entre sus piernas y empecé a darle una mamada como si en ello se me fuera la vida. El frio aire de la montaña acariciaba mi culo desnudo y mermaba mi calentura agachando un poco mi caliente verga.
Mi lengua prácticamente desparecía entre los pliegues del chocho de Lucrecia, con mi nariz le apretaba el clítoris haciendo que su cuerpecito se arqueara y gimiera mientras cerraba sus ojos. Sentí como se tensaron sus piernas y se agito su respiración pidiéndome que parara pues se estaba orinando Jajajaja.
– Tranquila – le dije -. Ya te pasara
Ella mas se contorsionaba, sus caderas instintivamente se balanceaban haciendo círculos como buscando que mi lengua se adentrara en una parte especifica. Agudos grititos se escapaban de su boca.
– Dale de comer a tu cosita pues, quiero ver como hace para comer.
– Espérate, te dije que es bien lujosa. Tiene que estar bien empapada.
Seguí dándole lengua de arriba abajo masturbando con mi dedo medio ese granito duro en que se había convertido su clítoris. Con mi otra mano jugueteaba la entrada de su culo que se estaba encharcado con la saliva de mi boca y los jugos que ya salían del chocho de Lucrecia. Supe que estaba a punto de llegar al orgasmo y decidí pasar al siguiente paso.
Me levante para quitarme los pantalones por completo, colocando una pierna a cada lado de su cuerpo me agache hasta casi sentarme en su pecho y empecé a cogerla por la boca. Así como estaba puse mis manos en el suelo y le daba duro, con fuertes estocadas taladrándole hasta su garganta. Ella Gemía excitada, ronroneaba como gato….
Cuando me sentí en mi erección máxima me pare para avisarle que ahora estaba lista, que mi cosita estaba que se muria de hambre.
– Bien – le dije con voz apagada producto de mi excitación -. Démosle de comer, abre tus piernitas.
Me coloque entre sus piernas y masajeando suavemente la cabeza de mi verga entre sus labios empuje firme aunque tratando de no lastimarla, logrando meterle toda la cabeza.
– ¿Ya me dijo?
– No, se tarda bastante en comer.
Empuje de nuevo sintiendo como rasgaba cada uno de sus puntos vírgenes. Casi media verga desapareció, ella cerro sus ojos y movió sus caderas en dirección contraria a la trayectoria de mi estocada.
– Me duele – dijo -.
– Aguanta. Dijiste que ibas a darle de comer.
– Sí, pero me duele.
– Solo un ratito más, después vas a sentirte bien que has sido buena con mi cosita.
Volví dejarme caer sobre ella, sintiendo esta vez como se rompió algo en su interior. Sus nalgas quedaron completamente pegadas a mis huevos, la cara de Lucrecia se transformo en mueca de dolor y una lágrima se corrió por sus mejillas.
– Ya esta, ya entro – dije consolándola -.
Nos quedamos inmóviles. Yo completamente sembrado en ella. El viento soplaba nuestros cuerpos, a pesar de haber sol hacia un frio que calaba hasta los huesos.
Como pude sentir que su chocho se había acostumbrado a mi verga suavemente se la saque un poco para después dejársela ir hasta el fondo, sus tetitas como manzanas estaban completamente erectas, su piel parecía de gallina con frio. Seguí empujando y sacando hasta agarrar ritmo, ella me miraba de manera ingenua con unos ojos que denotaban que de verdad le estaba gustando lo que hacíamos. El mete y saca se había convertido en galope, mi garrote entraba estaba completamente tieso y amoratado quizás por lo bajo de la temperatura que rondaba los 4 grados.
Yo bramaba de excitación. Un riquísimo malestar en mi parte baja me hacia saber que estaba próximo a correrme, Lucrecia se había abrazado a mi espalda y movía sus nalgas en busca de mi verga. Grititos de gusto salían de sus labios.
Para darme un poco de mas tiempo se la saque completamente, bese sus labios, sus tetitas y cuando se la volví a dejar ir toda coloque sus tobillos sobre mi espalda, así armas al hombro podía ver cuando esos labios gordos de su panocha se tragaban hasta el ultimo centímetro de mi pija. Fueron minutos intensos, su carita se transformo, cerro los ojos mordiéndose los labios y echando su cabeza hacia atrás contorsiono sus espalda lanzando un tremendo bufido. Sentí hervir sus entrañas por lo que se la empuje lo más que pude para descargarme en sendos chorros dentro de ella. Como si tuviéramos frio, nos fundimos en un fuerte abrazo y nos besamos apasionadamente.
– ¿Ya termino de comer?
– Si – le dije – ¿Te gusto?
– Si. ¿Cuántas veces come al día?
– Es mu comelona, tendrás que darle varias comidas
– Si, yo le doy de comer.
– Ok – dije – levantándome. Me coloque mis ropas, le ayude a vestirse para luego irnos a la casa.
En lo que quedaba de la tarde, fue ella misma quien me pidió darle otras dos comidas. Fue una semana de buena dieta, la niñita era calentona y como no usaba calzones al menor descuido terminábamos por ahí cogiendo como locos.
– Esta cabrona como que anda en celo – dijo mi tía Estebana un día – mientras escupía al suelo sin siquiera quitarse el puro de sus labios.
Ese comentario quizás fue el principio de su sospecha y, dos noches mas tarde se fuera a dormir a nuestro cuarto María, esa prima lejana ya casada con un militar quien al descubrirnos no hizo otra cosa que buscar la manera para que le metiera la verga.
Pero eso lo contare en otra ocasión.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!