Corazones Gemelos – Capítulo 03
Las fuertes emociones reprimidas de Alex estallarán en un volcán de furia, resentimiento y deseo, solo el gentil toque de Alejandra haría que todas esas inseguridades se disipen de su mente, pero ¿por qué ella lo ve con esa expresión de terror?.
Capítulo 3.
– Alex, despierta… Alex – una autoritaria voz me extrajo de mi ensoñación -. Hijo, tu padre y yo ya nos vamos a trabajar, el desayuno queda preparado en la mesa, levántate rápido que no quiero que llegues tarde a la escuela.
Aunque ya estaba despierto, la pesadilla aún no terminaba, todavía tendría que aguantar a mis compañeros nuevamente alardeando de a cuantos culos se la introdujeron en la fiesta de la noche anterior.
Mi carente emoción por encarar este nuevo día me dificultó reunir las fuerzas necesarias para salir de mi habitación.
Al recorrer el pasillo y bajar las escaleras noté un silencio absoluto en la soledad de mi hogar. Por supuesto, mis padres ya se habían ido y asumí que mi hermana «La señorita perfecta» no permitiría que una leve resaca o el cansancio de una noche en vela le impidiera llegar de manera puntual a las clases de la primera hora.
Por mi parte, me tomaría mi tiempo, pues no albergaba muchas ilusiones de entrar al salón de clases ese día en particular, aprovechando que vivimos a un par de calles de la escuela, consumí mi desayuno con calma, aunque ya estuviese frío, recogí sin premura mi uniforme y me dirigí al baño para tomar una ducha.
Al estar a punto de ingresar a la cabina, noté que mi toalla no se encontraba en el gancho, una distracción fruto de mi desaliento matutino. Lo dudé un segundo, pero realmente no le vi el problema a salir completamente desnudo del baño en búsqueda de una toalla, al fin de cuentas estaba solo en la casa, ¿no?
Grande fue mi sorpresa cuando al abrir efusivamente la puerta me encontré de frente con una voluptuosa figura femenina que escaneaba de arriba a abajo toda mi desnudez.
Era mi hermana gemela Alejandra quien aún estaba en pijama, si es que a un top blanco más parecido a un sujetador y unas tangas de color rosado con infantiles corazones rojos se les puede llamar pijama.
La escudriñé con mis ojos tal como ella lo hacía, nos quedamos paralizados un breve momento que pareció extenderse por varios minutos. Sentí como sus pupilas bordeaban mi entrepierna hasta acomodarse en la punta de mi pene que no había demorado en levantarse para saludar, a la vez, yo satisfacía mi visión con la pronunciación de un par de gruesos labios que se marcaban por debajo de su tierna ropa interior, además de un par de lo que parecían pesados globos de carne que eran difícilmente sostenidos por ese top deportivo.
Nos violamos mutuamente con la mirada hasta que nuestros ojos se encontraron de frente haciendo que nuestras caras se enrojecieran de absoluta vergüenza.
-Pensé que ya te habías ido- pronuncié con voz temblorosa.
-Llegué muy tarde esta madrugada y quería dormir un poco más – respondió con un tono similar.
-bu… bu… bueno, el baño es todo tuyo, yo lo usaré después – tartamudeando, desvíe la mirada hacia un lado, pues la de ella no dejaba de ver mi erección y me hacía sentir muy incómodo -. Mientras te bañas te prepararé el desayuno.
-Gra… gracias – tan rápido como me contestó, corrió al interior del baño y cerró la puerta de un golpe.
Traté de recobrar mi semblante y corrí a mi habitación a buscar qué ponerme para cocinarle algo rápido, pero un pensamiento rondó mi cabeza toda la mañana:
«se le pusieron duros los pezones al verme»
Ya en el colegio, por suerte las clases transcurrieron sin requerir mucha de mi atención, ya que mis pensamientos estuvieron toda la jornada dedicados al cúmulo de sentimientos entremezclados que hacían latir mi corazón con una melancolía ligeramente teñida de esperanza.
– ¿puede ser que se excitara al verme? – me repetí todo el día buscando alguna respuesta a la escena de la mañana, aunque aún el pensamiento sobre cómo o con quién había pasado la noche me carcomía por dentro.
Traté de animarme un poco (cosa que no hacía muy a menudo, he de decir) recordando y otorgándole mayor veracidad al momento en el que la vi masturbarse y venirse mientras decía mi nombre, existía la posibilidad de que…
– Te lo digo, Alejandra tiene ese coño bien afeitadito, esa rica vagina sabia deliciosa y su aroma no hacía más que ponérmela dura – le comentó Martín a sus amigos que caminaban a mi espalda a la salida del colegio.
Martín era el típico bully de escuela, de complexión atlética y excepcional jugador de futbol; inteligencia inferior a la del promedio y una absurda confianza en sus burdas capacidades de seducción envalentonadas por la camioneta que manejaba, seguramente comprada por «papi». Nuestra relación como es de esperarse no es la mejor, había estado detrás de mi hermana desde el octavo grado y me desprecia por no haber accedido a afianzarle el camino hacia las piernas de Alejandra.
Estoy seguro de que el animal sabía que yo estaba escuchándolo a la perfección y maliciosamente entendía lo hirientes que serían esas palabras para mí. Intenté aumentar el paso para dejarlos atrás, pero el grupillo pareció seguirme ensañados en continuar la obscena charla, asegurándose de que mis oídos la captaran con lujo de detalles.
– Ese culo redondito seguía chocando con mi pene aun sin yo moverme, es como si me rogara que la culeara sin parar.
Ese último comentario me logró arrebatar una lágrima, pero intenté recomponerme antes de que notaran mi aflicción. El pasillo de salida se me estaba haciendo eterno, por lo que intenté acallar sus voces colocándome mis audífonos, pero en mi inocencia, lamentablemente creí que ellos me dejarían escapar de sus sandeces escudándome en mi música.
Un fuerte jalón en el cuello hacia abajo hizo que se me desprendieran dolorosamente los audífonos de mis oídos, el remedo de orangután se me había colgado de la nuca con el brazo, pues el imbécil era más bajo que yo, por desgracia, más fuerte también.
Junto a su grupo me aprisionaron en los baños y aunque muchos vieron el grupo de cinco atormentando a un único individuo, nadie hizo nada al respecto.
Me inmovilizaron en el piso boca abajo agarrándome cada una de mis articulaciones, solo Martín permanecía sin sujetarme, pero rápidamente se me sentó en la espalda y comenzó a vociferar.
– ¿Saben lo que le hice a la hermana de este? Cuando la tenía delante de mí en cuatro patas, añorando por mi verga, le metí un dedo en el culo sin cuidado y la muy puta gimió como perra en celo.
– ¡MIENTES! – grité con todas mis fuerzas.
– Estaba tan ganosa de pene que tuve que jalarle el pelo para que se callara porque estaba haciendo un escándalo tremendo, la zorra esa volvió a gemir y sus enormes tetas quedaron al aire, tuve que exprimir esas ubres mientras ella gritaba mi nombre
– ¡MIENTES, PEDAZO DE MIERDA! ¡MALDITA BASURA EMBUSTERA! – alegué desgarrando mi garganta con los alaridos desenfrenados.
– ¿Miento? Dijo mientras esbozaba una sardónica sonrisa -. ¿Dime entonces tú, de quién es esta tanga?
Saco su teléfono y me mostró una foto tomada claramente por debajo de la falda de mi hermana, donde se veía su pubis escondido tras una fina capa de seda medio traslúcida color violeta, definitivamente era el sensual encaje de la ropa interior que yo mismo vi el día anterior.
De inmediato comenzaron las burlas de mis captores, sus risas resonaban al interior de mi cabeza y hacían retumbar mi cerebro contra el parietal de mi cráneo.
Algo dentro de mí se quebró, más profundo que mi pecho, aún más que mi corazón; en la raíz de mi alma algo se resquebrajaba, mientras que, pasmado, le rogaba al universo que mi hermanita no le haya brindado su cuerpo a semejante desperdicio humano, pero la confusión y el dolor dieron paso a la furia.
Si alguna vez había necesitado que mis 1,88 metros sirvieran para algo, era ese. Me sacudí como si fuera un animal salvaje al borde de la muerte y logré zafarme de mis captores. Nunca en mi vida había peleado, pero comprendía el uso básico de los puños, patadas, mordiscos, cabezazos y sobre todo codazos (luego me alegré de tener filosas articulaciones) no sé cuánto me tomó dejar fuera de la pelea a un par de ellos, ni cuantos golpes recibí en el camino.
El agua expulsada a chorros de los lavamanos rotos se entremezclaba con mi sangre y la de ellos esparciéndose por el suelo.
Empujé a alguien contra un espejo y me pareció sentir que Martín me apuñalaba en un costado con el pedazo roto del mismo mientras yo trataba de golpear a otro con la puerta de una cabina de inodoro.
La adrenalina estaba surtiendo efecto y tal como cuando espíe a mi hermana en su hora de placer, mi mente se nubló y solo pude ver a un cadáver frente a mí, aunque su porte atlético lo hacía ver más pesado que a mí, cargué contra Martín sacándolo de los baños hacia la mitad del corredor donde los estudiantes ya se habían empezado a agrupar escuchando el alboroto del baño, y en frente de todos, como si estuviera poseído por algún espíritu maligno, arrojé al imbécil contra el suelo y me abalancé sobre él profiriéndole innumerables golpes.
En algún punto el idiota perdió la conciencia, pero yo no el ímpetu, así que continúe un buen rato golpeando su irritante rostro.
Mientras el efecto de la adrenalina disminuía pude empezar a escuchar los murmullos de la gente, no le di gran importancia a los insultos que me estaban dedicando, pero si logré detenerme al ver entre la multitud, el aterrorizado rostro de mi gemela que me veía como quien observa a un monstruo de pesadilla; a un adefesio.
Las lágrimas que ya brotaban de mis ojos desde el inicio de la pelea incrementaron su flujo y corrí para escapar de las miradas acusatorias, corrí lo más rápido que pude en dirección a mi casa y me encontré en mi taller aislándome de la ya solitaria morada que era mi hogar.
No pasó mucho tiempo hasta que escuché que tocaban la puerta del taller, sé que así fue porque la gravedad de mis heridas no me habría permitido permanecer mucho más tiempo consciente.
Volví a escuchar el «Knock Knock» de la puerta seguida de la voz más dulce y melodiosa que jamás me imaginé oír tras semejante evento traumático.
– Hermanito ¿estás bien? Alex, ábreme la puerta por favor – comentaba mi hermana con una voz que claramente se partía al otro lado de la puerta -. Hermanito, por favor ábreme, estás sangrando mucho.
Tenía terror absoluto de encararla, no solo porque jamás la había visto mirarme con esos ojos, también, hacía mucho pánico en mi corazón el verla y no poder volver a hacerlo con respeto tras escuchar las obscenidades que Martín se jactaba de haberle hecho; mi alma se despedazaría por completo si abría la puerta y automáticamente mi ser la repudiara por lo que le permitió que le hicieran.
La escuché llorar y rogar una vez más que la dejara entrar por lo que cedí tal como lo hacía cuando éramos pequeños y ella me hacía pucheros porque quería probar cada uno de mis helados por más de que los suyos fueran más grandes.
Al abrir la puerta se me abalanzó en tremendo sollozo y me abrazó con fuerza, había algo en ese abrazo que nunca había sentido, algo cálido y reconfortante.
Me hizo sentar en una mesa y fue corriendo por su botiquín de primeros auxilios, me despojó de casi todas mis prendas a excepción de mis calzoncillos. Me inspeccionó con profesionalismo cada una de mis heridas, tratándolas tal como requería cada una.
– Hematomas, cortes, una que otra fractura- decía cada palabra con tremendo pesar, mirando mi cuerpo desnudo con lamentación -. ¿Qué pasó? ¿Por qué te hicieron eso?
Me quedé en silencio un largo rato, pero su mirada inquisidora extrañamente combinada con ternura me obligó a contestar.
-Martín… – traté de armarme de valor para comentarle lo que él dijo, pero ¿cómo sería capaz de repetir ese vómito verbal en la presencia de ella? -. Martín les dijo a todos que se acostó contigo, anoche en la fiesta, y me obligó a escuchar todo lo que te hizo.
La expresión de vergüenza en su cara me partió el corazón y por un momento sentí que me lo extirpaban del pecho, pero rápidamente su expresión se tornó sombría; me atrevería a decir qué oscura.
– ¿Y tú le creíste? – pronunció enojada.
– ¿A qué te refieres? – pregunté extrañado.
– Un idiota llega y dice que se acostó conmigo y mi propio hermano le cree a primeras- esta vez pude notar algo de decepción en su tono.
– Pero tenía una foto de tu entrepierna- mis palabras iban más rápido que mis pensamientos.
-El muy tonto debió tomarla bajo la mesa del restaurante donde estábamos todos- dijo refunfuñando.
– Eso quiere decir que… – mi expresión cambió sin control a una alegría desbordante y creo que ella lo notó.
– Eso quiere decir que él no me tocó ni un pelo- su confirmación envalentonó mi alegría y pienso que eso logró arrebatarle una sonrisa.
– Alégrate bobo, tu hermana mayor sigue siendo virgen – eso último lo dijo en un tono casi imperceptible que me obligó por reflejo a confirmarlo.
– ¿Eres virge…? ¡Ay! – Un ardiente dolor se incrustó en mi costado.
-esta herida es la que más me preocupa, te apuñalaron con algo muy afilado y no sé si perforó algo importante, déjame inspeccionarla un poco más por si es necesario pedir una ambulancia.
Aunque el dolor era profundo, ninguna incomodidad podía perturbar la calma que las declaraciones de mi hermana le habían ofrecido a mi corazón. Como si de un niño se tratase, me sentí feliz y pleno, tanto así que por poco no noto el par de enormes bultos que se apretaban contra mi paquete, eran sus gigantescas tetas que al frotar mi entrepierna comenzaban a despertar mi libido.
Traté de desviar mi mirada, pero mi maldita perversión me hizo mirar hacia abajo, en dirección a mi hermana que, entre mis piernas, arrodillada, desinfectaba mi herida.
No pude evitar pensar que se veía como si me estuviera dando una mamada y esa idea bastó para terminar de encenderme. Rogué para que no sintiera como un bulto comenzaba a crecer y expandirse entre su par de pechos, pero el deseo fue en vano, pues con un pequeño sobresalto de impresión, me confirmó que ya había notado la presencia de algo más entre nosotros.
Por un instante me avergoncé y pensé en pedirle disculpas por estar así en semejante situación, pero al ver su reacción, una extraña flama lasciva se encendió en mí, su cara estaba completamente roja y ya ni siquiera le prestaba atención a lo que estaba haciendo en mi abdomen, de repente me miró y me dijo:
– ¿Puedo verlo?
Nunca había asentido con tanta seguridad en mi vida.
Se tomó un momento y quitándose la camisa y bajándose el sostén dijo:
– Tú también puedes ver.
No lo podía creer, sus enormes tetas estaban en frente mío voluntariamente expuestas; desnudas a unos cuantos centímetros de mi piel. Los pezones ya estaban duros y parecían como si jalaran el resto de la voluminosa burbuja hacia adelante de ella.
Mi verga comenzó a palpitar como nunca lo había hecho, y sin pedir permiso me la agarró con sus frágiles manos, primero colocó una y estaba fría al tacto; casi helada, y a continuación, la otra se vio atraída como si mi verga fuera un imán.
Aunque eran manos grandes a comparación de otras mujeres, eran bonitas y finas, y se veían pequeñas aferradas a mi pene. Posó una tras la otra desde la base en el pubis, dejando solo visible el colorado glande embarrado de una colosal cantidad de líquido preseminal.
Mi respiración se agitó un poco y me sobresalté al sentir la de ella sobre la piel expuesta de la cabeza de mi miembro.
Nuevamente, sin solicitar autorización, depositó sus jugosos labios sobre el glande de manera tímida, pero elegante, me miro directamente a los ojos y dijo.
– Eshta shico. (Está rico.)
Poco a poco se fue tomando más confianza, primero se organizó el brillante cabello negro tras las orejas y comenzó a mover la lengua, trazando círculos en el extremo más lejano del glande, disminuyendo cada vez más la circunferencia de su movimiento hasta tocar con la punta de su suave y húmeda lengua el pequeño hoyo de mi uretra que se expandía y cerraba como si buscara besarla de regreso.
Se lo sacó un momento de la boca y lo jaló hacia arriba, dejando toda la zona baja de mi pene descubierta frente a ella, besó poco a poco y con dulzura el exterior del cuerpo esponjoso, hasta llegar al frenillo, el cual lamió como si se tratara de un helado.
Su suave y cálida lengua profirió tres lamidas más hasta que me volvió a mirar y sin soltar mi verga, dijo:
– Hermanito estoy muy mojada – esas palabras me invitaron a estirar mi cuello por sobre su coronilla para ver como ya se había desprendido de su falda y ahora una de sus manos jugaba de forma traviesa con su clítoris por encima de la ropa interior completamente empapada.
Antes de acomodarme nuevamente en mi posición, dijo:
– Eres un cochino, se te puso más dura al ver la mojada vagina de tu hermana – jamás pensé oír a Alejandra decir algo tan obsceno-. Tu carita hace que te la quiera chupar más – dijo con tono sensual que hechizó mis sentidos y paralizó mi cuerpo con la intención de solo sentir como mi gemela se metía casi todo mi pene en la profundidad de su boca.
Sus ojos se achinaron y el salón se inundó con el sonido de los chapoteos de mi verga penetrando su garganta.
-Delishiosho, que shico tu pene jelmanito (delicioso, qué rico tu pene hermanito) – pronunciaba sin dejar de devorarme.
Se volvió cada vez más agresiva, con ambas manos estiró hacia atrás lo más que pudo mi prepucio, pensé que me lo iba a desprender. Lamió fuertemente la parte superior de mi glande, ya no con dulzura sino con deseo y poco a poco empecé a notar que se estaba desesperando, eso me pareció tierno.
Por un momento la perdí de vista y es que había metido su cara por debajo de mis bolas y las estaba elevando al jalar completamente mi pene hacia arriba; las dejo al descubierto colgando frente a su nariz y comenzó a lamerlas y chuparlas sin contemplación.
Jamás había experimentado una sensación tan satisfactoria, por lo que eyaculé sin querer una ominosa carga que voló por los aires aterrizando gran parte en su cara, fue gracioso ver lo sorprendida que estaba al ver una eyaculación en primera fila.
El placer pasó a ser un poco de incomodidad, pues, aunque me había venido, ella no dejaba de frotar mi pene de arriba a abajo exprimiendo hasta la última gota de semen.
– Tu esperma huele muy rico Alex, me está calentando más – lo dijo con una perversa sonrisa -. Y mira, aun estás duro… continuemos.
Aún me estaba recomponiendo de mi orgasmo cuando, después de limpiar por completo todos los rincones de mi verga con su lengua, se desnudó del todo y lo aprisionó con sus regordetas tetas.
Me tomó de las manos y mientras apretaba sus senos contra mí y con una dulce, pero lasciva sonrisa me dijo:
– ¿Qué te parece si te hago una rusa hermanito?
No era necesario expresar mi opinión, pues cuando fui a abrir mi boca, ella ya estaba friccionando sus pechos, asfixiando mi verga entre ellos. Los movió de diferentes maneras, primero lento y con calma, luego rápido como si estuviera dando mazazos contra mi pelvis. Intentó frotarlos de manera intermitente subiendo un pecho mientras bajaba con el otro y viceversa.
Los estrujó; los apachurró; los aplastó y los retorció tratando de aprisionar mi pene que disfrutaba como nunca del suave y abollonado cuidado que le estaba dando mi hermana.
– ¿Cómo se siente? Preguntó buscando algún tipo de expresión graciosa en mi rostro.
– Se siente muy bien – le expresé en forma de gemido tras sentir como dejaba caer un poco de saliva sobre mi glande que se acostumbraba a estar entre ese par de ubres.
– Aja… dime más- volvió a inquirir.
-Siento tus duros pezones frotar toda la extensión de mi verga y frotarse con la punta – noté como esto la sonrojó y la alentó a aumentar la fuerza -. Oh, Ale… sí… sigue… más… ya casi… – las palabras escapaban de mi boca sin mi consentimiento.
De reojo vi su emoción y como se relamía los labios.
-siento que ya viene – le advertí.
– aguanta hasta que yo te diga – me advirtió.
– imposible… ah… ¡Me vengo!…
Por suerte ya me había hecho una seña con un murmullo mientras se comía nuevamente toda mi verga con la intención de atrapar todo mi semen en ella, creí que no sería capaz, pero para mi sorpresa, no dejó escapar ni una sola gota.
La vi allí, con sus cachetes ensanchados. Mi propia hermana, con todo mi semen en su boca intentando tragarlo.
-no tienes que hacerlo – le dije -. Vótalo.
Ella hizo sonidos guturales en reproche, posó sus manos sobre mis muslos y me miro a los ojos de forma desafiante, casi que obligándose logró tragarse todo el esperma en su boca y pasó a mostrarme el interior de esta para que yo lo confirmara.
Diablos, eso me excitó demasiado, pues aun tosiendo me regaló una hermosa sonrisa angelical.
-estaba espeso y salado – se rió -. Y muy caliente, pero rico.
Me recosté exhausto sobre la mesa sosteniendo la herida de mi abdomen, ella se subió también y buscó mi costado acurrucándose sobre mi brazo; aun siendo la mayor, a veces se comportaba como si fuera mi hermanita. Nos abrazamos completamente desnudos y quisimos permanecer así toda la tarde, pero por suerte el silencio nos permitió oír cuando nuestros padres entraron en la casa, lo que nos instó a recoger todo y correr a vestirnos.
Tras ese intenso día lleno de fuertes emociones, mi recompensa fue ver la perlada nalga de mi hermana corriendo completamente desnudo frente a mí.
Continuará…
Wow! estuvo fuerte esa pelea, pero muy excitante el resto!