Cuando conocí a su madre – Episodio 3: La Complicidad
Era realmente hermosa, como les había dicho. Trigueña por el sol, con cuerpo de adolescente. Delgada y de estatura normal para abajo. Con unas ricas caderas y con un culito respingón que la marca del bronceado resaltaba aún más..
Antes de empezar, recomiendo leer los capitulos anteriores para entender la historia.
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Cuando conocí a su madre – Episodio 1 – Ella
Cuando conocí a su madre – Episodio 2 – La Ducha
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La miré como se levantaba y revoloteaba la habitación buscando que ponerse. Era realmente hermosa, como les había dicho. Trigueña por el sol, con cuerpo de adolescente. Delgada y de estatura normal para abajo. Con unas ricas caderas y con un culito respingón que la marca del bronceado resaltaba aún más. Tetitas que no, no eran enormes, pero si perfectas para su tamaño. Con un detalle que a mí personalmente me fascina: el pezón para arriba, que cuando está excitada parecen dos puntas de merengues rosados listos para ser mordidos.
— ¡Espera! — Le dije. Antes que se levante de la cama. Le tomé de la mano, la tiré un poco hacia mí. Y la miré. Así como miras a alguien que no quieres olvidar jamás.
— ¿Qué pasa? — Miró un poco extrañada.
— Fue la mejor noche de mi vida. — Dije. Había tenido noches muy buenas, que quizás luego les cuente. Pero esa noche, si esa noche con ella merecía estar entre las cinco mejores, sin duda. Sentí la necesidad de decírselo. Recuerden siempre acariciar no solo el cuerpo, sino también el corazón de sus parejas, siempre van a estar más predispuestas a hacer cualquier cosa después.
Ella me miró con ojos de enamorada. Por un momento se le aguaron con algunas lágrimas, que estoy seguro eran de emoción. Ella se acercó más, se subió arriba mía. Solo la sábana separaba nuestros sexos. Mi verga con ese movimiento se comenzó a poner dura. Yo la tomé de la cintura, le acerqué su pecho a mi boca y chupé sus pezones duros. Ella desnuda sobre mí, doblaba espalda para acercarme aún más sus tetas a la cara. Que tiempo estuve, no lo sé. Ella se frotaba muy suavemente la concha sobre la sábana que cubría mi verga. Cómo pude metí mi mano en busca de ese húmedo tesoro. Cuando la toqué ella dio un ligero grito, que no era de placer.
— ¡Ay! ¡Ay! Espera. ¡Espera!
Me asusté por su desesperación. La dejé completamente. Ella se levantó con cuidado completamente sonrojada.
— Creo q no vamos a poder seguir. — Y lo dijo con una pena en los ojos que daba ternura. — Mira como estoy.
Sacó la mano y me mostró la conchita. La tenía paspada. Realmente daba pena, hinchada muy colorada. En algunas partes se veía más roja, parecía que le faltaba piel. Nunca imaginé que una mujer se podía lastimar así. Pero me gustaba. Me gustaba que ella sufriera y quisiera seguir. Era sin duda un diamante en bruto y como tal con paciencia se lo podría pulir a gusto.
— ¡Mi amor! — Le dije, al tiempo q cubría delicadamente su delicada conchita.
Ella claro, miraba con una sonrisita de niña como le cubría la conchita como si fuera un tesoro, un pequeño animalito lastimado.
— Creo, mi amor, que no vamos a volver a tener sexo por una semana. No puedes andar así.
— ¿Cómo? — Dijo ella.
— Eso mismo. Tenemos que cuidarte.
— Pero yo… — hizo una pausa de timidez.
— Si, ya se tienes ganas de hacer el amor, revolcarnos y sentir la dureza de mi verga.
Ella se puso muy colorada tanto por las palabras sexuales dichas, así como por mi mano que la cubría y le metía levemente el dedo.
— No, yo quería decir que…— Medio q movía su cintura en pequeños círculos. Sus manos fueron a sus pezones. Los pellizcó con fuerza. Abrió su boquita para exhalar aire. Que rápido se calentaba esta mujer.
— ¿Qué quieres sentir mi verga dura taladrando tu culo?
— Mmmmm. ¡Oh dios!
Sin duda podría haberla penetrado otra vez, aunque le doliera ella se dejaría, pero un grito nos sacó de nuestro juego.
— ¡Mamá! — Era Santino desde la cocina.
Ella reaccionó. Se levantó y caminó a buscar ropa. Insisto con lo delicioso que es verla caminar desnuda. Poco a poco se fue vistiendo. Cuando estuvo lista me miró extrañada.
— ¿No te vas a vestir? Es lindo verte con tu “eso” colgando, pero nos tenemos que ir.
— Mi eso se llama verga. — Aclaré.
— La señora “verga” no se va vestir. — Al decir esto se acercó me la sopesó con la mano y me dio un piquito en los labios.
— Ya quisiera, pero mi ropa está toda en el living.
— Oh, claro. Ja. Pequeño detalle. Ahora la traigo. — Ella se dio vuelta. Aproveché para tomarla de la cintura desde atrás besarle el cuello y meter un dedo en su concha.
— ¡Ay! Me arde. — Dijo. Y escabulléndose de mis brazos se fue.
Me tiré en la cama nuevamente a esperar que me trajera la ropa. Me sentía el hombre de la casa y sin dudar lo era en ese momento. Desnudo, tirado en la cama de la mujer dueña de esa casa. Siendo atendido después de haber llenado de mi esperma los agujeros de esa mujer, que ahora estaba tan feliz. Si, sin dudarlo era el hombre de la casa.
En esas cavilaciones me encontraba cuando golpearon delicadamente la puerta. Invité a pasar, como si fuese mi habitación.
— Adelante mi amor. Dije. No apareció nadie. — Pasa bebé. — dije con más fuerza.
Y ahí apareció Santino. Traía mi ropa entre sus brazos.
— Mi mamá me pidió que le alcance señor — dijo. No entró a la habitación. Se quedó en la puerta. Dudaba si entrar o no. Miró para afuera, quizás tenía miedo que venga su madre. Quizás me tenía miedo a mí. Lo cual era muy lógico. Era un extraño que la noche anterior había hecho con su madre muchas cosas sucias y él, ese pequeño que ahora era tímido, había visto todo.
Y él lo sabía, yo lo sabía.
— ¿Santino llevaste la ropa!!? — Desde abajo se escuchaba la voz de su madre. Ese grito sacó de sus pensamientos al niño. Sirvió para que él se animara a entrar.
Con mucha timidez me estiró el manojo de ropa. Yo me estiré, seguía recostado en la cama, cubierto por una sábana, aunque desnudo. Él se acercó muy tímido. Yo me levanté y “sin darme cuenta” dejé caer la sábana que cubría mi desnudez. El quedó boquiabierto vio mi pene dormido, descansando, pero aun así grueso y peludo. Pensar que tenía un niño tan lindo viéndome completamente desnudo solo hizo que mi verga se pusiera cada vez más dura y fuera levantando de su letargo. Se parecía tanto a su madre. Tenía los mismos ojos y la misma boca. Por breves segundos recordé la boca de su madre llena de mi verga. Mirándome con los ojos brillosos del esfuerzo. Los mismos ojos que este niño. Mi verga su puso muy dura.
— ¡Santino! — El grito de su madre me hizo volver a la realidad. Aun que ahí seguía ese infante precioso. Ahora movía los labios y parecía que tragaba saliva.
— ¡Mamá! —
— ¿Entregaste lo que te pedí? La voz de la madre era inquisidora. Seguramente quería saber si había cumplido con el mandado y sobre todo, porque demoraba tanto. No me convenía por las suspicacias de la madre demorar más al nene. No, no ha pasado nada aún. Quizás no pase, pero quería tener la confianza de ella. Un cuerpito tan dispuesto para el disfrute no se puede perder así nada más.
Me acerqué a él, lo tomé de la mano y lo empujé a la puerta. — Anda — Le dije, no sin antes dirigir mi mano a su paquete. Él se asustó quiso sacar la manito, pero yo lo agarré con más fuerza y recordándole que teníamos secretos lo dejé ir.
Me di la vuelta. Comencé a cambiarme con tranquilidad. Al fin, yo entraba a medio día a trabajar, no tenía ningún apuro.
Un minuto después entró la madre sin avisar, casi como queriendo encontrar una sorpresa. Me miró, miro para todos lados y me preguntó:
— ¿Dónde está Santino?
— No se, hace rato dejó mi ropa y se fue. — La mentira me salió muy natural, desde luego tenía cosas de verdad. Se había ido, no hace mucho, si hubiera llegado un minuto antes me hubiera encontrado con la mano de su hijo en mi verga.
— Donde está este niño. ¡Santino! — Santino apareció por la puerta, sonriente.
— ¿Dónde estabas?
— Le dejé la ropa al señor y me fui a mi habitación a terminar de arreglar mi mochila. — El niño era muy listo, había creado una coartada perfecta en menos de un minuto. Cada vez me caía mejor ese pequeño.
La madre se quedó mirando a su hijo. Estaba contenta, era un chico listo y hermoso.
Santino se fue. Yo me acerqué por atrás y la abracé. Ella se recostó en mis brazos y suspiró.
— ¿Qué sucede? Pregunté.
— Nada. Tonterías mías. — No quise indagar, no quería escuchar algo que diera alguna sospecha. — Sabes, este niño pronto me va hacer abuela. Es muy listo y esa sonrisa enamora. El otro día una niña me gritó suegra. Imagínatelo — Al decir eso se sonrió como quien recuerda algo divertido. — Pobre Santino, no sabía dónde meterse.
Ella pensaba, seguro, que le iba dar muchas nueras y seguramente más adelante iba tener q espantarle las noviecitas. Yo no estaba tan seguro de eso. Pero ya veríamos.
Ese día transcurrió en completa tranquilidad. Con la única novedad que recibí un mensaje que decía simplemente. “Me arde al sentarme, pero quiero más” Yo sonreí. Sin duda tenía en mis manos a la muñequita madre de Santino. Llegó la noche. Fui a mi departamento. Me bañe. Cociné algo ligero, como siempre. Estaba por sentarme a mirar un poco de televisión y el teléfono vibró. Era un mensaje de la madre de Santino. No recordaba ninguna cita ni nada. Siempre me ha gustado manejarme de manera independiente. Por eso vivo solo y por eso no establezco relaciones muy fuertes. Me extrañó su mensaje.
El mensaje en Telegram era simple. Ella con las piernas abiertas con su dedo índice y medio abriendo los labios de su concha. El texto abajo era: Te extraña.
Cualquier hombre en sus cabales con una foto así tomaría un taxi e iría corriendo a coger esa concha. Si, sin duda. Al principio yo era así. Un calentón que corría atrás de un culo disponible y estaba ahí atrás. Pero, eso solo significa una cosa: ella tiene el poder, el poder de la concha mojada. Al final la chica sabe de su poder y hace lo que quiere. No olviden el dicho más fuerte es el pelo de una concha que una yunta de bueyes. Explicado esto. Decidí no responderle.
A la hora de almuerzo, a medio día, decidí pasar por la escuela de Santino. Compré un chocolate y pasé por la puerta. El me reconoció me sonrió de una manera que quedé prendado de su frescura y alegría. No era ese niño callado de la noche anterior. Era alegre, les dijo a sus amigos que su papá había venido a buscarlo. Sin duda el niño necesitaba una figura paterna que lo guiara (y vaya si lo iba hacer) y esa misma figura lo colocaba en otro lugar dentro del grupo de sus amigos. Ya no sería el niño que nunca viene su papá. Sino el que tiene una familia completa.
La preceptora me vio. Preguntó por el permiso para llevarlo. Le dije q no era necesario porque no iba llevarlo, sino que esperaría a la madre. La preceptora me hizo entrar y me indicó unos bancos de cemento donde esperar. Le di el chocolate a Santino y me senté con él a esperar. Él estaba super contento. Me contó sobre sus amigos y como sus papás se turnan para llevarlos a casa y qué él siempre estaba triste porque no tenía papá, pero que ahora que yo le “daba” a su mamá iba poder pasar por él a la escuela. Le acaricié el pelo de manera muy paternal. Y le dije que me explique que se refería con eso de “daba”. Él me miró, sonrió un poco y miró al piso con timidez. Se quedó callado. Le aclaré que no había problema en lo que me iba contar. Lo sujeté de la barbilla y le hice girar el rostro hacia mí. Que lindo era, un fiel reflejo de su madre, pero en varoncito y de solo 7 años. Yo le sonreí y el me devolvió la sonrisa.
— Que le “Dabas”, que metías tu cosa grande en mi mamá. Los niños dicen así cuando hacen eso.
— ¿Los niños? ¿Hay niños que dicen eso?
Miró asustado por haber dicho algo malo o prohibido.
— Si, pero lo dicen por los perros cuando se juntan. Así como tú con mamá, aunque los perros solo lo hacen de una forma.
— Claro, le dije, esquivando claramente el detalle anterior. Las personas somos más creativas. Y tenemos más movilidad. Los perritos solo tienen esa posición, no pueden hacerlo de otra forma.
— ¿Te puedo decir algo? Preguntó
— Desde luego, quiero que confíes completamente en mí. Soy tu papá ahora.
— Me gustó verte el otro día con mamá. Ella se la veía muy feliz. Me hizo ciertas cosquillas en el cuerpo.
La ternura del infante era enorme. Me decía todo eso en el banco de espera de su escuela. Mientras esperábamos que llegara su madre. La verga se me empezó a poner dura. Que iba hacer.
— Es que viste lo que es dar y recibir amor. Por eso tuviste cosquillas en el cuerpo.
Un niño pasó por ahí y lo llamó a los gritos. Santino fue tras él dejando sus cosas conmigo.
Reflexioné de todo en esos momentos. Podía ser un niño tan precoz sexualmente. Podía sentir placer. Nunca antes había tenido esos sentimientos hacia un hombrecito. Si, había visto con muchas ganas a niñas que eran verdaderas muñecas, pero un niño, nunca. Pero Santino era distinto. Era una mujercita en forma de varón. Repito, era la copia fiel de su madre. Estaba seguro que si se colocaba peluca iba ser como su madre y en eso no me equivoqué.
Pensaba en esas cosas y en cómo había llegado a ese punto cuando sentí una sombra delante mío.
— ¿Qué haces acá? Era la madre de Santino. Había llegado y no me había dado cuenta tan ensimismado estaba con mis pensamientos.
— ¡Hola mi amor! Vine a darles una sorpresa a los dos. Y traerles un pequeño regalo. Le di el chocolate (de los más caros que encontré) y también le di un beso en los labios mientras la abrazaba.
El semblante se le cambió. Casi que le lloraban los ojos de emoción. Tenía la mirada más dulce y enamorada que había visto.
— Eres un tierno. Te amo…. te amo. — Y me abrazó.
Santino nos vio y corrió hacia nosotros. A los gritos de ¡mamá!, ¡mamá!
Salimos de la escuela, como una familia feliz. Entramos en mi auto y nos fuimos. Durante el Santino no paró de hablar de todo lo que pasaba en la escuela. Se lo notaba muy feliz. Ella tenía la sonrisa perenne. Estaba sin duda contenta y reflexionaba para bien. Llegamos
— Hoy fue un día muy largo. Todo se acumula para última hora. Dijo ella.
— No te preocupes. Ya terminó. El trabajo hay que dejarlo en el trabajo. No en casa. — Decía esto y le acariciaba el cuello y los hombros. Ella se dio vuelta, se me colgó y me dio un beso.
— Tienes razón. Voy a cambiarme por algo más cómodo.
Santino hacía rato q había ido corriendo a su habitación, volvió con unos pequeños shorcitos que le quedaban divinos y una camiseta muy infantil. Era un niño, claro, un niño precioso.
Ella volvió, tenía ropa holgada se puso a cocinar. Yo la ayudé y pronto cenamos los tres. Luego nos fuimos al sofá a ver tele y pronto Santino se quedó dormido.
— Que, pesado este niño, dijo ella. Otra vez se quedó dormido acá.
— ¿Quieres que lo lleve a su cama? Así también quedamos solos. — Al decir esto la miré. Ella me devolvió la mirada con una sonrisa pícara. Y asintió con la cabeza.
Levanté a Santino, no pesaba nada. Lo llevé con cuidado. Realmente no quería que se despertara. Llegué a su habitación y lo deposité en la cama. Al dejarlo me abrazó del cuello y me dijo
— Te quiero papi. Y me dio un piquito. — Yo me quedé de piedra un segundo.
— Yo también te quiero — le dije. Y le di otro piquito, un poco más húmedo que el que él me dio. Su cuerpo se puso flojito. Metí mi mano por debajo de su camiseta y le acaricié el abdomen. Bajé y le besé el cuello delicado que tenía. Casi meto mi mano por sus shorcito, pero recordé a su madre y ahí lo dejé.
Volví con ella. Estaba tomando vino en el sofá. Me puse atrás de ella y comencé a hacerle masajes. Ella se dio vuelta, se subió al sofá y de ahí le agarré de los cachetes de las nalgas y la levanté rumbo a su habitación. Nos comíamos a besos muy intensos. Le levantaba la camiseta y le chupaba las tetas Ella se dejaba llevar. Se entregaba. Pasamos por la habitación de Santino que tenía la puerta entornada.
Dejé también la puerta de la habitación ligeramente entornada. Ella nunca se dio cuenta, pero ese detalle se lo dejé al pequeño cómplice. La tiré en la cama. La desnudaba, casi que le arrancaba la ropa.
Ella se arrodilló delante mío. Si no supiera que era madre y tenía 25 años; juraría que delante mío tenía a una adolescente con las hormonas reventadas dispuesta a dejarse penetrar por una manada de hombres. Metió su mano por mi pantalón, sacó mi verga y se la metió en la boca de golpe hasta la garganta.
— bebé, deja te ayudo. — le dije. Tomé su cabello le hice un bollo y de ahí la sujeté y empujé su cara contra mi verga. Ella abrió la boca y se dejó hacer. Empujé despacio, pero con fuerza. Ella me miró, sus ojos llorosos denotaban el esfuerzo. Estuvimos así un rato.
— Quiero sentir más— me dijo. Justo en ese momento vi la puerta medio abrirse. Era Santino, sin duda. Le daría otra vez un show, para que vaya aprendiendo.
— Te ato. — Contesté. Seco y tajante, con la voz elevada. Santino tenía que haber escuchado.
— Si, ¡Por favor! — Contestó ella relamiéndose los labios y sacando las tetas para adelante.
— ¡No te escucho! — Le solté una bofetada que le volteó la cara. Ella me miró con los ojos rojos y llorosos.
— ¡Por Favor! Átame y cógeme la boca. — Su voz era fuerte y tenía un delicioso dejo de calentura y entrega. Sujeté su pelo. Le empujé el rostro contra el piso frio. Ella no se defendió. Tomé sus manos y se las até con mi corbata en su espalda. Ahí estaba desnuda, con el culo al aire, las manos atadas a la espalda y la cara contra el piso. La tomé del pelo y levanté su rostro. Ella quiso ponerse de pie, pero le di una nalgada y la dejé arrodillada. Sonreía. Tenía la sonrisa maliciosa, sacaba la lengua y abría la boca. La agarré de sus cabellos otra vez y la empujé con fuerza contra mi verga. Le usaba la boca, le movía la cabeza de adelante para atrás. Ella solo mantenía la boca abierta. Sus ojos lloraban lágrimas de felicidad y estaban rojos por el esfuerzo.
Aclaro que estábamos en el piso a los pies de la cama. La puerta de la habitación estaba a un costado nuestro. La puerta se había abierto momentos antes, seguro Santino estaba parado ahí. Si estaba desnudo, si estaba tocándose no lo sabía; por ahora.
Vi que la puerta se movió otra vez. Pude ver la sombra del cuerpo de Santino. Eso me enardeció. Su madre pagaría (o gozaría) las consecuencias. Le tomé con las dos manos de la cabeza y empujé con fuerza hasta que su boca llegó a la base de mi verga. Su mentón rozaba mis huevos. Su nariz se aplastaba contra mi pubis. La dejé unos segundos así. Se la saqué y la baba le cayó por todo su pecho. Respiró profundamente. En su cara se notaba el placer de la pija hundida hasta el fondo y el pánico de no haber podido respirar. Repetí esto unas cuantas veces más. Ella estaba bañada en baba, despeinada y atada.
— ¡Ya vuelvo! — Dije. Me levanté, guardé la verga en el pantalón y caminé hacia la puerta.
— ¡No te vayas! — Gritó. Su voz sonó fuerte, no era súplica. Era levemente autoritaria. Me di la vuelta
— No te he pedido permiso, perrita. — Le di una bofetada. — No te muevas de este lugar. — Ella asintió ligeramente con la cabeza. No dijo cuando caminé hacia la puerta. Era seguro que Santino, astuto muchachito, no estaba ahí. Abrí la puerta de par en par. Me di la vuelta y llevé un dedo a los labios en señal de silencio y le señalé a donde estaba la habitación de Santino. Me fui hacia la cocina.
La dejé con la puerta abierta, era un pequeño riesgo, podía levantarse y seguirme, pero estaba seguro que ella se quedaría en su lugar como buena sumisa que se estaba volviendo. Afuera Santino se había escondido en su habitación. Le abrí la puerta de la habitación. Él estaba en su cama, de hecho, parecía que estaba durmiendo. Me acerqué a él. Le susurré y movió la cabeza. Es un pícaro, pensé para mí. Le dije claro y pausado, para que entendiera.
— Voy a dejar la puerta medio abierta. Cuando escuches que le digo a tu madre que “está lista” puedes entrar a ver. Ella no va poder verte. Claro, si quieres, si no, quédate durmiendo.
Él me miró, no dijo nada. Me levanté y me fui al living. Saqué un antifaz de dormir de mochila. Y fui para arriba. Santino me esperaba en la puerta. Tenía puesto solo una camiseta de pijama. Pude ver cuando me acercaba q no tenía calzoncitos. Este infante me estaba volviendo loco. A mí, que nunca me gustaron ni los hombres ni los niños. Me acerqué a él. Verlo así me puso dura la verga debajo del pantalón no pude evitar levantarle el mentón y darle un beso húmedo en su boquita, esa boquita carnosa igual a la de su madre. Santino estiró los brazos para sostenerse de mi cuello, pero lo dejé, su madre esperaba arrodillada. Caminé rápido y la encontré. Estaba aún arrodillada, pero había bajado su cara contra el piso y por ello había levantado las nalgas. Se la veía hermosa y excitante.
— Te extrañe mi amor. — Dijo, casi en tono de súplica. Su hijo pudo escuchar eso.
— ¿Extrañaste mi verga o mis caricias?
— Extrañe tu verga atorando mi garganta. — Y me mostró su boca abierta y su lengua afuera. — Dámela
— Ahora vas a sentir más. Mira lo que traje. — Le mostré el antifaz, ella no entendía, solo podía ver una pequeña prenda negra. Yo me acerqué le metí la mano en la concha, le metí dos dedos. Ella gimió con fuerza. Se levantó de la fuerza. Yo le tomé la cabeza y le puse el antifáz.
— ¡Ahora estás lista! — mi voz sonó más fuerte, clara. Era para que Santino me escuchase.
— ¿Lista para que mi amor?
— Para hacerte gozar bebé. Abre la boca y saca las tetas. — Le acaricié con mucha fuerza las tetas, ella dio un gritito, pero pedía más. Pellizqué esos pezones con la punta para arriba que me volvían loco. Ella pedía más.
En eso apareció Santino en el umbral de la puerta. Vestía igual, pero tenía la pequeña verga muy dura. Traía en sus manos un desodorante, eso me sorprendió, pero le sonreí aprobándolo. Santino se acercó a menos de dos metros de nosotros. Venía descalzo era imposible que ella se diera cuenta. Esta vez era diferente. Ahora iba ver todo con buena luz y sin problemas que su madre se enterara. Y sobre todo muy cerca, bastante cerca.
… (continuará)
No olviden saludar o mandar recomendaciones por telegram. He seguido unos cuantos consejos que no desvían de la historia original. Saludos!
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