Cuando mi papá bebía (Segunda parte)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Catiremajo.
Gracias por leerme, aquí la primera parte para quienes no han leído:
http://www.sexosintabues.com/RelatosEroticos-43406.html
Mi papá siempre ha tomado, yo diría que como cualquier hombre mexicano sin embargo hubo una época a mediados y finales de mi primaria en la que su forma de beber se intensificó.
Años después me vine a enterar que fue a raíz de una infidelidad por parte de mi mamá que él se tiró de plano a la bebida.
Cuando mi papá llegaba borracho yo tenía que disimular la emoción que me daba para que nadie sospechara que yo me lo comía mientras él dormía.
Fingía estar molesto y como mi mamá se enojaba mucho lo mandaba a dormir al cuarto de atrás y me hacía llevarlo para ayudarlo a quitarse la ropa.
Hacía como que me enojaba y le decía enfáticamente ¡por qué yo, apesta a borracho! Pero lo que nadie sabía era que yo era feliz con ese olor a cantina que me excitaba un chingo.
Lo acostaba en su cama y jamás le encendí el aire acondicionado para que no se le secara el sudor, apenas se sentaba en la cama caía irremediablemente de espaldas y así, con los pies colgando, lo descalzaba, retiraba sus calcetines y tocaba sus pies calientitos, le acariciaba los pies hasta las pantorrillas, amaba ver sus piernas peludas cómo colgaban de la cama.
Cuando sus ronquidos comenzaban a hacerse más fuertes le sobaba las piernas por encima de los pantalones, nunca ha usado jeans, siempre eran de casimir así que las manos se me deslizaban suavemente sobre sus piernas y le amasaba el paquete despacito.
Me inclinaba, le ponía mi cara sobre su bulto que a veces olía a cerveza y orín, a veces me gustaba y otras veces no.
Le abría el cinturón, le bajaba el cierre y haciendo un esfuerzo superior al que un niño de 9 años debe hacer, le iba jalando el pantalón para írselo sacando.
Sus nalgas grandes, blancas y redondas siempre eran el mayor impedimento pero era perfecto porque eso ocasionaba que el bóxer se le bajara y me dejara ver sus pelos y parte de su pene dormido.
Le subía las piernas a la cama y lo dejaba listo para dormir.
Ese era siempre el mismo ritual cada que tenía que desvestirlo.
Y me encantaba.
Una noche entre semana llegó bien pedo, me llamó y fui a él para que me pasara el brazo por mi nuca, se apoyó para no caerse, me dio un beso en la cabeza, olió mis suaves cabellitos y lo escolté a su recámara.
Mi mamá lo evadía y yo ya sabía cuál era mi tarea.
Lo descalcé, lo sobé, la bajé el pantalón, olisqueé su bulto y esta vez como otras antes de subirle las piernas a la cama le saqué la verga por el bóxer y se la chupé como si fuera un malvavisco delicioso siempre con el cuidado de no despertarlo para no repetir aquella experiencia de la primera vez.
Se le empezó a poner dura y yo estaba bien caliente; dejé que se le fuera despertando hasta quedarle totalmente tiesa.
Enloquecí, ahí la tenía otra vez, dura, blanca y rectecita con ese glande que brillaba como un caramelo delicioso, oliendo a macho que viene de la cantina su verga estaba enhiesta apuntando hacia su ombligo y mientras sus ronquidos me indicaban que estaba bien dormido me prendí a mamar como me gustaba.
Ahí estaba yo, parado entre las piernas desnudas de mi papá que colgaban de la cama, inclinado sobre su pelvis mamando como un becerro hambriento su verga que esa noche decidió ponerse erecta.
Mamé, lamí, y succioné con desesperación, como sediento de esa tierna leche que me había dado la vida hace menos de diez años.
Rodeaba su verga con mi manita blanca y le puñeteaba fuerte como mi abuelo me enseñó que debía hacerse cuando no había mucho tiempo para nuestros juegos.
Fui tan desesperado o lo hice tan enérgicamente que lanzó un gemido como de desaprobación: – HMMM…! HMMM!!!!! Dijo mientras con los ojos bien apretados se iba doblando sobre su abdomen como queriéndose levantar.
Yo me espanté y vi venir la tragedia pero nada de eso pasó… el alcohol le impedía abrir los ojos siquiera y mi papá volvió a caer desplomado sobre la cama.
Yo no sabía si me había visto o no, su gemido fue un ¡Nooooo, noo! Pero por la borrachera no había podido ni pronunciarlo y yo no sabía si me había descubierto mientras me comía su deliciosa polla paternal o sólo fue una reacción instintiva.
Salí corriendo del cuarto y lo dejé tumbado con el bóxer a medio vientre y las piernas abajo.
Ese mismo fin de semana volvió a beber y repetí el mismo ritual para desvestirlo.
Sus ronquidos fueron tan inmediatos como siempre y yo temblaba pero las ganas de olerlo, tocarlo y chuparlo eran inmensas.
Masajeé su paquete dormido mientras esperaba que roncara más estrepitosamente pero mi impaciencia me hizo volver a sacarle la verga flácida y la engullí.
Su verga dormida reposaba inerte dentro de mi boca y descansaba sobre mi lengua, succionaba y la estiraba con mis labios que atrapaban su glande y la volvía a meter.
Quien ha mamado una verga dormida sabe perfectamente de lo que hablo.
Repetí esa operación varias veces y su verga comenzó a responder, yo debía ser más astuto que la vez anterior así que mientras mi corazón latía como queriéndose salir de mi tórax, suministré mis mamadas de forma calmada y constante.
Se puso dura mientras chupaba y sin acelerar el ritmo mantuve la mamada una y otra vez.
Roncaba y soltaba gemiditos como cantando – Jmmm jmm jmmmm.
Supuse que soñaba que la más morbosa de sus putas le estaba comiendo esa hermosa vergaza blanca y derechita y ahí estaba yo, su hijo de nueve años, la puta más jovencita de su casa mamando suave, pausada y serenamente, esta vez sin desesperar.
Movía su cadera suavemente de un lado a otro como queriendo safarse y yo continuaba mi felación pacíficamente ignorando su intención.
Mamé, mamé y mamé sin meter mano, sólo mi suavecita y cálida boquita de niño.
Mi saliva escurría por su verga y chorreaba por sus huevos, con mi manita la embadurnaba para sobarle los huevos suavecito suavecito.
Abrió la boca y dijo – Aaaahahahaha… y siguió roncando.
Sí, era yo el mejor mamavergas de nueve años gracias a las lecciones de mi abuelo.
Seguí chupando y succionando la polla de mi papá tantas veces que no sabría decir cuántas, el que persevera alcanza y yo sabía que era cuestión de ser constantes en la mamada siguiendo el mismo ritmo para obtener lo que yo quería.
Sus ronquidos no eran escandalosos como otras veces, eran más bien suaves y acompasados de pronto por sus gemidos y jadeos.
Mamaba y mamaba mientras le acariciaba sus huevos perfectamente rasurados sin perder el ritmo y de pronto tensó el cuerpo, endureció las piernas y su ronquido se transformó en un jadeo que casi se convertía en grito.
AH! AH! JJJAAA!!! Y ocurrió lo que esperaba.
Mi papá estaba derramando su leche tibia dentro de mi boca que jamás perdió el ritmo ni la calma.
Su semen me llenaba la boquita así que subía hasta su glande para dejar vacía mi cavidad bucal y tragaba su leche dulce, dulce.
Engullía nuevamente toda su verga dándole la tibieza de mi boca y él a cambio me regaló otro gemido y siguió eyaculando.
No sé cuántos espasmos fueron y no quiero mentir, lo que sé es que yo continuaba mamando al ritmo mientras me iba tragando a todos mis deliciosos hermanitos que seguramente nadaban entre mi saliva y se deslizaban por mi tráquea.
Mamé su verga hasta que sus piernas perdieron la rigidez, su cuerpo abandonó la tensión y su respiración fue más pausada, sin ronquidos pero sí muy profunda.
Con cuidado y en silencio me puse de pie mientras me pasaba el dorso de la mano por los labios para remover el exceso de leche que se escapó del banquete y la lamí.
Toda, cada gota de la leche de mi papá me la había tragado yo, su hijito lindo.
Su ronquido regresó, menos desesperado y más en paz.
Le subí las piernas a la cama, lo besé en la boca que olía a cerveza, salí de su cuarto y cerré la puerta.
Hoy por primera vez había probado una leche distinta a la del abuelo, más dulce, más abundante, más fresca y más mía: la leche de mi papá.
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