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Incestos en Familia, Infidelidad, Orgias

Cuando pasaba por un momento de mala racha descubrí el tipo de relación que tenia mi hermana con su hijo

Termine desempleado y me fui a vivir con la familia de mi hermana y descubrí que la relación madre e hijo era especial entre mi hermana y mi sobrino..
Mi nombre es Emmanuel, y la historia que estoy por contar sucedió cuando estaba atravesando una época difícil de mi vida. tenía 36 años y vivía con mi esposa, con quien llevaba juntos tres años. Recientemente había entrado a trabajar en una empresa de desarrollo de software, y me iba bien. En este lugar conocí a Vanessa, la gerente de ventas, quien siempre le gustaba involucrarse en otras áreas. Al principio, tuve una relación de compañeros con ella. En ese entonces, estaba a cargo de un proyecto de una aplicación móvil y necesitaba realizar unas pruebas en varios dispositivos. Sin embargo, varios de los dispositivos que la empresa tenía para usarlos en pruebas ya estaban ocupados.

En una reunión, informé que, al no tener más dispositivos para probar, no podía continuar. Vanessa me propuso usar su móvil para que yo pudiera continuar. Sin otra opción, acepté. Esa tarde, mientras hacía pruebas en su móvil, ingresé a sus fotos y encontré muchas fotos íntimas de ella, donde salía desnuda y teniendo sexo con varios hombres. Para mi mala suerte, mientras veía el contenido, no me percaté de que estaba detrás de mí.

«Perdón, no deberías ver eso,» me dijo sonriendo.

«Me exalte perdon no era mi intención ,» añadí, tratando de explicarme.

Con una risa traviesa, me miró y dijo: «Vale, pero es nuestro secreto.»

Luego de ese día, mi relación con ella se volvió más cercana. Al principio, no entendía por qué no se molestó conmigo, pero con el tiempo lo descubrí. Cuando en una fiesta de fin de año me invitó a pasar la noche con ella en un hotel, en ese momento la verdad no pensé en los problemas que esto me acarrearía y accedí. A partir de esa noche, nos volvimos amantes. Lo que yo no sabía era que ella era esposa del director de la empresa.

En resumen, fui despedido con la excusa de que no había entregado el proyecto a tiempo. Misteriosamente, nada de mis entregables existía, y de la misma forma misteriosa, dejé de tener contacto con Vanessa, quien me bloqueó de todos lados. Lo peor sucedió cuando llegué a casa un día después de ir a una entrevista de trabajo. Mi mujer me esperaba enojada y me mostró un mensaje que había llegado a ella con fotos íntimas mías con Vanessa. Esto provocó mi ruptura con ella.

Terminé buscando un lugar nuevo para vivir. Al principio, renté un pequeño cuarto con un solo baño, pero como no lograba encontrar otro trabajo, solo gasté parte de mis ahorros solo en pagar renta. Así que recurrí a pedir asilo a mi hermana mayor, Paulina. Ella tenía 39 años, vivía con su hijo Enrique de 20 años y su esposo Arturo. Afortunadamente, accedieron a dejarme vivir con ellos en lo que encontraba un nuevo trabajo.

 

Mi hermana tiene un cuerpo esbelto y bien definido. Sus senos, aunque no eran muy grandes, eran firmes y bien formados, y su cintura estrecha resaltaba sus caderas anchas y redondeadas. Sus piernas, largas y tonificadas, eran una de sus mejores cualidades. Siempre las mostraba con pantalones ajustados y su andar era seguro y elegante, atrayendo miradas allá por donde pasaba.

Mi hermana era muy sobreprotectora con su hijo desde que era pequeño. Todo empezó cuando Enrique sufrió un accidente donde se fracturó el pie. Desde entonces, ella lo sobreprotege demasiado, llegando a caer en lo exagerado. Enrique, desde que llegó a la adolescencia, nada tonto, siempre se aprovechaba de ello, chantajeándola con hacer locuras o irse de la casa. Al final, mi hermana accedía a darle todo lo que le pidiera. Y cuando me fui a vivir con ellos, me di cuenta de que eso no había cambiado. Lo que el jovencito decía, se hacía, siempre y cuando su padre no estuviera. Le compraba todo mi hermana, el consentido de la casa tenía hasta unos tenis muy caros que ni podía usar fuera porque eran, según él, de edición limitada. Fue una de las cosas que me molestaban, pero al ser un invitado, por no decir otra cosa, me quedaba callado sin intervenir.

El esposo de mi hermana, Arturo trabajaba como guardia de seguridad o como se dice en mi país velador así que trabaja de noche y regresa por la mañana.

 

No había pasado una semana cuando un día miré y escuché a Enrique hablando con mi hermana. 

«Oye mamá, ¿hasta cuándo se va a quedar mi tío?» preguntó Enrique. 

 

Mi hermana lo miró levantando la ceja y respondió: «No sé, el tiempo que sea necesario. ¿Por qué la pregunta, Enrique?» 

 

Enrique se quedó pensativo. «No por nada,» dijo 

 

mi hermana. «No empieces, Enrique,» añadió ella. 

 

Su hijo se rió. «No, mamá. Solo no quiero que no se entrometa en…» Pero mi hermana lo interrumpió antes de dejarlo terminar la frase. 

 

«Luego hablamos de eso, Enrique. Mejor ve a usar los lentes esos VR que tanto querías.» dijo mi hermana. 

 

«Ya no recordaba que me los trajiste ayer,» respondió Enrique. «Bueno, luego hablamos,» añadió Enrique, y vi cómo Enrique se alejaba hacia su habitación.

Un día, salí temprano a una entrevista de trabajo en la cual me había ido muy bien en el primer filtro. Llegué a casa emocionado para contárselo a mi hermana. Al llegar, lo primero que hice fue buscarla, pero la escuché hablando con Enrique dentro del baño. «¿Qué pasaría?» pensé. 

Me acerqué más, iba a tocar la puerta para preguntar si necesitaban ayuda, pero antes de poder tocar, escuché a mi hermana decir: «Enrique, porfa apúrate, que va a venir tu tío en cualquier momento y aún me falta también ir a comprar cosas para la comida.» 

Enrique respondió: «Ya ves, cómo sí es un estorbo. Por eso te dije que no me gustaba la idea de que viniera mi tío a vivir con nosotros. se va a volver un problema.» 

«No digas eso, Enrique. Es tu tío, además habíamos quedado en algo,» dijo mi hermana, tratando de calmarlo.

Me quedé paralizado, sin saber qué hacer. La tensión era palpable, y sentí una mezcla de vergüenza y enojo. Sabía que Enrique estaba manipulando a mi hermana, y aunque quería intervenir, no quería empeorar las cosas. Así que, en silencio, me alejé de la puerta y me dirigí a mi habitación, esperando que la situación se calmara.

Esa misma noche, estaba platicando con mi cuñado en la sala. Enrique pasó a nuestro lado y noté cómo me miraba con enojo. Su padre también se dio cuenta. «Enrique, se saluda al entrar,» dijo su padre. «Perdón, buena tarde», respondió molesto y se fue a la cocina donde estaba su mamá. 

«Este muchacho es un rebelde. sin ofender, cuñado. La culpa la tiene tu hermana por consentirlo tanto y yo por dejar que sea así con él,» añadió el padre de Enrique.

Luego, me dijo: «Si sigue así de grosero, me avisas, cuñado» Asentí y agradecí el gesto. «Gracias, cuñado,» dije.

Pasó el fin de semana, y me sentía nervioso esperando la llamada de la empresa donde había tenido la entrevista. Pasaban los días y ya me había resignado a que no me llamarían, pero llegando el jueves, recibí la llamada tan esperada. Me pedían volver a ir el viernes para hacer un examen. Así que el viernes, desde temprano, fui a la empresa para presentar el examen. Al salir, sabía que me había ido muy bien; solo me comentaron que me hablarían una vez tuvieran los resultados. 

Estaba de regreso, cuando vi a mi hermana en una farmacia. Me acerqué a ella, no se había dado cuenta de que estaba literalmente detrás de ella. Vi que compraba pastillas para prevenir el embarazo y lubricante. Fue un momento algo penoso, di un paso atrás y salí de la farmacia, prefiriendo esperar a que saliera. Cuando salió de la farmacia, me vio. «Hola,» me dijo sorprendida. «Hola, perdón, te vi que estabas comprando, así que me esperé para que saliéramos juntos,» le dije. «O ya veo. Y, ¿cómo te fue?» me preguntó. Le conté cómo había sido todo y nos fuimos a casa platicando.

En el camino, me dijo: «Oye, hermanito, te puedo pedir un favor.» «Claro, el que quieras,» le dije. «No andes por la noche fuera de tu habitación,» añadió, con una sonrisa cómplice. «Vale, lo que tú digas,» respondí, aunque no estaba seguro de por qué me pedía eso. «Es que… ya sabes, a veces Enrique se levanta por la noche y no quiero ..,» dijo, con un tono de voz más bajo. «Ah, entiendo, no te preocupes así será» respondí sin dejarla terminar. «Gracias, hermanito. Eres un sol,» dijo, dándome una palmada en el hombro. no quise indagar más del por que de la petición al final era su casa y eran sus reglas, y sabía perfectamente que no le gustaba a mi sobrino que viviera con ellos.

Pasaron los días y cumplí con la petición de mi hermana. En cuanto me iba a mi habitación, ya no salía. Una tarde, recibí la llamada que tanto deseaba: me había quedado en el puesto que me postulé. Estaba eufórico de felicidad. Hablé con mi hermana, la cual se alegró también. Le pedí que solo me diera un mes más para recibir mi primera paga. Ella accedió. «Claro, hermanito. El tiempo que aún necesites,» me dijo.

Esa noche, decidí darme un gusto y salí a beber unas cervezas solo, solo para celebrar. le había avisado a mi hermana que llegaría hasta el día siguiente ya que estaba dispuesto a celebrar en grande, tome unas cuantas copas de whisky en un bar estaba algo tomado pero lo suficiente cuerdo para darme cuenta que debía parar ya que no me podía dar el lujo de gastar a lo loco. Así que regresé a casa de mi hermana. Al entrar a la casa, noté que las luces del pasillo estaban apagadas. Me dirigí a mi habitación, tratando de no hacer ruido. De repente, escuché un gemido que provenía de la habitación de mi hermana. Me detuve, confundido. Los gemidos continuaban, y me di cuenta de que eran de placer. Curioso, me acerqué sigilosamente a la puerta entreabierta de su habitación. Lo que vi me dejó sin aliento.

Enrique estaba encima de mi hermana, moviéndose rítmicamente en posición de misionero. Mi hermana, con los ojos cerrados y una expresión de éxtasis, se aferraba a las sábanas. Mientras Enrique la besaba en el cuello Los dos estaban completamente desnudos, Enrique apoyó ambas manos en el colchón y mi Hermana levantó más las piernas permitiendo que su hijo la embistiera más fuerte y el sonido de sus cuerpos chocando sonaban en la habitación. La escena era tan erótica que me sentía como un intruso, pero no podía apartar la vista.

Enrique aceleró sus movimientos. Mi hermana, con las manos en los costados de su hijo, lo apremiaba a seguir. «No pares, Enrique. No pares,» gemía, con el rostro contorsionado por el éxtasis.

«Mamá, te sientes tan bien,» susurró Enrique, con la voz entrecortada por el esfuerzo.

«Más fuerte, hijo. Dámelo todo,» respondió Paulina, con una sonrisa lasciva.

Enrique, con una sonrisa malvada, se detuvo un momento y se retiró de dentro de ella. «Vamos, mamá. Cambiemos de posición. Quiero verte desde atrás,» dijo, con una voz autoritaria.

Mi hermana obediente, se puso de rodillas y se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la cama. Enrique se colocó detrás de ella, agarrando sus caderas con firmeza. «Así, mamá. Así me gusta,» murmuró, mientras volvía a penetrarla con fuerza.

El sonido de sus cuerpos chocando era más intenso en esta posición, y los gemidos de placer de ambos llenaban la habitación. Enrique, con una mano en la cadera de su madre y la otra en su propio miembro, guiaba sus movimientos con precisión.

«Sí, así, Enrique. Así me gusta,» gemía Mi hermana, con el rostro enterrado en la almohada.

Enrique, con una sonrisa satisfecha, aumentó la velocidad de sus embestidas, haciendo que el cuerpo de su mamá se moviera hacia adelante y hacia atrás con cada golpe. «Mamá, te voy a dar lo que mereces,» dijo, con la voz llena de lujuria.

Enrique, se detuvo un momento y se inclinó hacia delante para susurrar al oído de su madre: «Ahora, mamá, te voy a dar algo especial. ¿Estás lista?»

Mi hermana asintió. «Sí, hijo. Estoy lista para todo lo que quieras darme.»

Enrique se retiró lentamente y, con una mano, comenzó a masajear el ano de su madre con lubricante. ella, excitada, se arqueó hacia atrás, permitiéndole un mejor acceso. «Así, mamá. Relájate,» murmuró Enrique, mientras insertaba lentamente un dedo en su ano.

 

Mi hermana gimió de placer, empujando hacia atrás. «Más, hijo. mete un dedo más».

 

Enrique, complacido, añadió otro dedo, moviéndolos en círculos para preparar a su madre. «Te sientes tan apretada, mamá. Me encanta como presionas mis dedos con tu ano,» dijo Enrique.

 

Finalmente, Enrique retiró sus dedos, posicionó su miembro en la entrada del ano de su madre. «Aquí viene, mamá. Aguanta,» dijo, mientras comenzaba a empujar lentamente.

 

Con el rostro contorsionado por una mezcla de placer y dolor,Mi hermana empujó hacia atrás su trasero, permitiendo que su hijo la penetrara por completo. «Sí, hijo. metemelo todo todo,» gemía, con la voz entrecortada entre uno que otro quejido.

 

Enrique, con las manos firmes en las caderas de ella, comenzó a moverse rítmicamente, entrando y saliendo con embestidas controladas primero con movimientos lentos pero profundos, hasta ir aumentando al punto de escuchar la pelvis de Enrique chocar con las nalgas de su mamá. 

«Mamá, te sientes increíble,» dijo Enrique soltando una fuerte nalgada en el trasero de ella..

«Hay..!! Sí, hijo. eso me gusta.» respondió ella jadeando.

Con otra nalgada más, Enrique ordenó: «Levántate.»

Ella obedeció de inmediato. Se levantó y Enrique se recostó sobre la cama. «Ven, sube encima de mí,» ordenó Enrique.

Ella se levantó y se sentó a horcajadas sobre Enrique, con las piernas a cada lado de su cuerpo. Enrique, con una mano en la cadera de su madre y la otra en su propio miembro, lo guiaba en la entrada del ano de su madre. Ella bajó lentamente; a diferencia de la primera vez, entró con mayor facilidad, haciendo que soltara un pequeño gemido. Ella se levantó un poco, colocándose en cuclillas con el miembro de su hijo dentro de su ano, y comenzó a subir y bajar sobre él. Al principio, lo hacía lentamente, disfrutando cada movimiento con la cara mirando al techo mientras se sostenía en el abdomen de su hijo. Gradualmente, los movimientos de ella fueron aumentando, al punto de que ella brincaba sobre él. con el cabello suelto y desordenado, subía y bajaba con una mezcla de sensualidad y desesperación, buscando su propio placer. «Sí, hijo. Así, así,» decía mi Hermana con su voz agitada.

«Joder, qué rico se siente tu pene, cariño,» dijo ella, y comenzó a pellizcarse los pezones mientras subía y bajaba. Las gotas de sudor comenzaron a recorrer su espalda, destacando cada curva de su cuerpo. Sus senos rebotaban con cada movimiento, y sus gemidos se volvían más intensos y desesperados.

Enrique, con los ojos fijos en los senos de su madre, jadeaba y movía sus caderas para encontrarse con cada uno de sus movimientos. «Así, mamá. Móntame como si fuera tu semental,murmuraba, con la voz entrecortada por el esfuerzo.

De repente, mi hermana comenzó a sentir una oleada de placer intenso. Su cuerpo se tensó, y sus músculos se contrajeron alrededor del miembro de Enrique. «Sí, hijo. me voy a correr,» dijo y con un grito de éxtasis, alcanzó el clímax. Su cuerpo se convulsionó, y de su vagina comenzó a brotar un chorro de líquido, empapando las sábanas y el abdomen de Enrique. “hijo. Me corro. Me corro,» gritaba, con la voz entrecortada por el placer.

Ella se dejó caer sobre el pecho de su hijo, jadeando y tratando de recuperar el aliento aun con temblores en sus piernas. no pasó mucho cuando Enrique se levantó tomó una toalla que estaba en una silla y comenzó a limpiarse el abdomen mientras su mamá seguía recostada en la cama.

Me alejé sigilosamente, con el corazón latiendo fuerte en mi pecho. Regresé a mi habitación, tratando de procesar lo que acababa de ver. La imagen de mi hermana y mi sobrino en esas posiciones se grabó en mi mente.

Al día siguiente, me desperté dándome cuenta de que me había quedado dormido. Recordé de lo que había sido testigo por la noche y me levanté para ir al baño a lavarme la cara. La puerta de la habitación de mi hermana seguía entreabierta, así que, movido por la curiosidad, me asomé. Vi que ella y su hijo seguían dormidos, acurrucados juntos. La escena era íntima y pacífica, a pesar de la intensidad de lo que había presenciado.

Más tarde, mientras me encontraba en la sala con mi móvil, vi a mi hermana bajar toda desaliñada con una bata de dormir. «Hola, hermanito. ¿Qué tal tu noche de parranda?» me preguntó, con una sonrisa cómplice.

«Bien, tomé algo,» le dije, tratando de disimular mis expresiones.

«¿A qué hora llegaste?» me preguntó.

«No tenía mucho, acabo de regresar,» respondí.

Me sonrió y dijo: «Vaya, sí que aún aguantas las desveladas.»

«Mira quién lo dice,» pensé, sin decirlo en voz alta.

«Bueno, hermanito, me daré un baño. Hay en el refri recalentado de la cena, te guardé por si te daba hambre,» añadió.

«Gracias,» respondí, y la vi entrar al baño.

Me quedé allí, pensando en lo que había visto y en cómo había cambiado mi percepción de mi hermana y la normalidad con la que ella actuaba, a pesar de lo que había presenciado, me dejaba con más preguntas que respuestas, pero almenos ya entendia por que me veia como molestia enrique y el porque no querían que saliera de noche de la habitación.

El resto del fin de semana pasó de forma normal. Llegó el lunes, y yo estaba ya listo para empezar mi nuevo empleo. Era muy temprano por la mañana, y me dirigía a la puerta para marcharme cuando, en el pasillo, vi salir a Enrique de la habitación de su madre, solo en ropa interior. Me miró y me dijo: «Buenos días,» y pasó a mi lado.

La naturalidad con la que Enrique actuaba me dejó con una sensación de irrealidad, con un suspiro, salí de la casa, sabiendo que mi mente estaría ocupada con esos pensamientos durante todo el día.

Los primeros días en mi nuevo empleo fueron agotadores. Llegaba a casa por la noche, y entre el tráfico de la ciudad y la tardanza del transporte, me hacía dos horas de regreso. Lo único que quería hacer al llegar era tumbarme en la cama. Poco a poco, me di cuenta de que mi nuevo trabajo era muy explotador. Habían pasado como 10 días desde que había entrado, y ya me pedían quedarme horas extras. Incluso llegué a quedarme en la oficina hasta el día siguiente en dos ocasiones. Afortunadamente, cuando sucedía eso, nos daban el día para ir a descansar.

En una de esas ocasiones, estaba regresando a casa de mi hermana por la mañana. Al llegar, me encontré a Arturo en la entrada; él también llegaba de trabajar. Al entrar, vi a mi hermana limpiando los vidrios de las ventanas por fuera, es decir, en el jardín, Enrique estaba sentado tomando el sol de la mañana en una pequeña mesa del jardín con los pies sobre la mesa en una posición de vagancia. Arturo se fue a dormir, dejando a mi hermana y a mí platicando. Hablamos de lo agotador que parecía ser mi nuevo empleo. Le conté sobre las horas extras y lo difícil que era mantener el ritmo.

«Deberías hablar con tu jefe sobre esto,» sugirió mi hermana, con una mirada de preocupación.

«Lo haré,» respondí, aunque en el fondo sabía que era difícil cambiar las cosas en un entorno tan exigente.

«Bueno, yo también pretendo dormir, pero primero me quiero dar un baño,» dije, bostezando.

«Claro, ve y descansa. Te ves agotado,» respondió mi hermana, con una sonrisa comprensiva.

Una vez salí de bañarme, me dirigí a la zotehuela, donde estaba la lavadora, para dejar mi ropa en un cesto para más tarde lavarla. en la la zotehuela estaba un angosto pasillo donde se tendía la ropa, el cual daba al jardín. Había una malla de metal cubierta de enredaderas que dividía el jardín con la parte trasera de la casa. Desde allí, pude escuchar a mi sobrino una vez más hablando de mí. 

«Oye, mi tío ya tiene trabajo. ¿Por qué sigue viviendo con nosotros?» preguntó Enrique.

Mi hermana se acercó a él, quedando parada frente a él con los brazos cruzados. «Bueno, hijo, no es fácil conseguir un lugar donde vivir, y apenas está comenzando en su nuevo empleo,» respondió ella, tratando de calmarlo.

«Espero pronto consiga un lugar para vivir y podamos tener más intimidad sin preocuparnos,» añadió Enrique, con un tono de desagrado.

«No me gusta que hables así,» dijo mi hermana, con firmeza. «Es tu tío y es mi hermano menor. Debo procurarlo también.»

«Sí, ya sé,» respondió Enrique, con un suspiro de resignación.

«Oye, mi papá ya se habrá quedado dormido y mi tío igual. ¿Qué dices si jugamos un poco?» preguntó Enrique, con una sonrisa traviesa.

Mi hermana lo miró y dijo: «Espera, deja reviso si tu tío ya salió de bañarse.»

En eso, vi que se alejaba hasta que la perdí de vista, entrando en la casa. Luego salió y dijo: «Sí, al parecer ya salió.»

Enrique se levantó de la silla del jardín y se bajó el short. Luego se volvió a sentar mientras sostenía su pene. Mi hermana lo miró diciendo “Que desesperado eres cariño”.

Enrique sonrió y respondió: «Solo quiero que me ayudes con esto.»

Mi hermana se arrodilló frente a él. Tomó su pene con ambas manos y comenzó a masturbarlo lentamente, observando cómo crecía en su palma. Enrique echó la cabeza hacia atrás, disfrutando de la sensación. Mi hermana, excitada, se acercó más y comenzó a chupar su pene, moviendo su cabeza arriba y abajo con un ritmo constante.

«Así, mamá. Así me gusta,» decía Enrique.

Mi hermana, con una mano en la base de su pene y la otra acariciando sus testículos, aumentó la velocidad de sus movimientos. El sonido de sus labios y lengua sobre el miembro de Enrique se escuchaban hasta donde me encontraba.

«Mamá, no pares. Me encanta,» decía Enrique.

Mi hermana, con una mezcla de excitación y urgencia, continuó chupando y masturbando a su hijo. Observé cómo se levantó, se bajó el pants y la ropa interior que llevaba puesto. Se empinó sobre la mesa del jardín, diciendo: «Metemela, pero trata de venirte rápido. Recuerda que está tu papá y tu tío dentro de la casa.»

Enrique, con una sonrisa, se colocó detrás de ella. «Que rica te ves así mamá,» dijo, mientras posicionaba su miembro en la entrada de su madre. Con un movimiento rápido, Enrique la penetró, haciendo que ella gimiera de placer. Comenzó a moverse rítmicamente, con embestidas profundas. observaba como mi hermana trataba de ahogar sus gemidos con su propia mano la cual colocaba en su boca, sin dejar de mirar hacia la puerta de la casa.

Enrique la tomó por los hombros y comenzó a acelerar la velocidad y la fuerza de sus embestidas. Mi hermana subió una rodilla a la mesa y, con ayuda de su mano, abrió más sus nalgas, exponiendo completamente la vista de cómo era penetrada. Yo observaba cada detalle, disfrutando de la vista.

Mi hermana trataba de ahogar sus gemidos aun con su mano pero estos se volvían más intensos, y sus caderas se movían en sincronía con las embestidas de su hijo, buscando más fricción y profundidad en cada penetrada. En  una mezcla de desesperación y éxtasis mi hermana soltó su nalga y comenzó a mover su mano libre entre sus piernas, estimulando su clítoris. «Sí, si. No pares,» suplicaba, con la voz ahogada por la mano que aún mantenía en su boca.

Con un último empujón fuerte, Enrique alcanzó el orgasmo, llenando a su madre con su semen. Ella, agitada, solo dijo: «Wow, hijo, eso fue intenso.»

Enrique salió de ella, dejando ver cómo su semen fluía de su vagina. Mi hermana, de inmediato, se agachó y se subió su pants y ropa interior. Enrique hizo lo mismo con su short y luego se volvió a sentar en la silla del jardín. Mi hermana inhaló aire profundamente y luego besó a Enrique en la boca. Se dio vuelta y regresó a terminar de limpiar los vidrios de las ventanas.

En ese momento, hasta el sueño se me había ido. Solo pensaba nuevamente en mi hermana y mi sobrino.

Después de aquel día, continué con mi rutina laboral y busqué un cuarto para vivir. En el lapso de ese tiempo, no volví a ver a mi hermana y a mi sobrino teniendo relaciones. Solo llegué a escucharlos en la habitación de ella y una ocasión en el baño. El mes pasó como un abrir y cerrar de ojos. Terminé mudándome con un compañero del trabajo, quien me comentó que buscaba un roomie con el cual llevar los gastos a la mitad. No obstante, me quedé con la intriga de la relación que llevaba mi hermana con su hijo, pero decidí mejor no involucrarme en eso.

Pasó medio año desde que dejé de vivir con ellos. No fue hasta el cumpleaños de mi sobrino que volví a la casa de mi hermana. Se hizo una reunión pequeña con dos mesas en el jardín y carne asada, a la cual acudieron familia y amigos de Enrique. Ese día recuerdo que llegué tarde ya que me había tocado trabajar el sábado medio día. Cuando llegué deje mi mochila en la cocina y luego salí al jardín mi cuñado ya estaba enfiestado y Enrique estaba igual, tomando con sus amigos. Cuando anocheció, mi cuñado estaba completamente borracho. Ya solo quedábamos Enrique, Daniel, un amigo de mi sobrino, y yo. Entre los tres subimos a su papá a su habitación ya que estaba noqueado por tanto alcohol que bebió.

Mi hermana se encontraba recogiendo las mesas, quitando los manteles y juntando la basura en bolsas. Cuando bajamos, Enrique y su amigo continuaron tomando, hablando de sus vivencias en época de escuela. Yo ayudé a mi hermana a guardar las mesas, las cuales se desmontaban. Mi sobrino se me acercó y, entre insinuaciones, sentía que me estaba corriendo ya que me decía: «Tío, ya es muy tarde. ¿Cómo te vas a ir?» Sugiriendo que mejor ya me fuera, si no más tarde se me iba a complicar.

Mi hermana lo escuchó y dijo: «Se puede quedar, Enrique. No te preocupes.»

Enrique, con gesto de molestia, dijo: «Pero ¿dónde? La habitación que usaba está llena ya de cajas y cosas que ya no usamos.»

Mi hermana dijo: «En la sala se puede quedar.»

Al notar la tensión de mi sobrino, dije que no había problema, que mejor ya me iba. Mi hermana insistió en que me quedara. «No le hagas caso. Ya sabes cómo es,» me dijo. Pero yo ya sospechaba el porqué no quería que me quedara. De seguro ya tenía planes de tener sexo con su mamá.

Mi sobrino y su amigo se fueron a su habitación. Yo me quedé a terminar de limpiar el jardín junto con mi hermana. Más tarde, entramos a la casa y nos quedamos platicando de cómo me había ido después de irme de su casa. Pero una hora después, Enrique llamó a su mamá. Ella se levantó y subió a verlo. Luego bajó y me dijo: «Oye, dice Enrique que te quedes a dormir en su habitación. Él y su amigo se quedarán a dormir en la sala.»

«No, no quiero causarle problemas,» dije.

En eso, vi a Enrique bajar con su amigo, con cobijas y almohadas. «Quédate en mi habitación,» insistió Enrique. Y acepté.

Subí a su habitación con mi hermana detrás de mí. Entramos y me dijo: «Hermanito, solo un favor: no bajes a la sala. Enrique anda de mal humor.»

Luego salió, cerrando la puerta detrás de ella. En ese momento, solo me dije a mí mismo: «Ya sé por qué no quiere que baje.» Pero dudé y pensé: «Bueno, está el amigo de Enrique. No creo que vayan a hacer algo.»

Dejé de pensar mucho sobre el tema y solo me quité los zapatos y me dejé caer en la cama. Puse mi despertador en mi móvil para irme temprano por la mañana.

Me había quedado profundamente dormido, pero el sonido de mi móvil vibrando me despertó. Tomé el teléfono y miré la pantalla, algo adormilado. Vi que tenía mensajes del molesto de mi jefe del trabajo pidiéndome que me conectara remotamente porque algo en un sistema estaba fallando. «Qué fastidio,» dije en ese momento. Le levanté, buscando mi mochila para sacar mi laptop, pero recordé que la había dejado al llegar en la cocina. «Me lleva,» dije en voz baja. Me levanté, salí de la habitación para ir por mi mochila. Cuando vi por la escaleras la luz de la sala encendida, no pude creerlo. «No puede ser. Enrique sigue despierto. Haber si no me dice algo,» pensé, pero mientras bajaba, escuché un sonido muy familiar.

Al asomarme, vi una escena que me sorprendió más de lo que ya había visto en esa casa. Mi Hermana, la madre de Enrique, estaba en cuatro patas sobre el sofá grande. Aún tenía puesto su vestido, pero sus senos colgaban libres, y el vestido estaba arremangado hasta la cintura. Detrás de ella, Enrique la penetraba sin parar, sus caderas chocando contra las nalgas de su madre con un sonido húmedo y obsceno. Frente a ella, Daniel, el amigo de Enrique, estaba de pie, con el pene erecto en la boca de mi hermana, quien lo chupaba con avidez, moviendo su cabeza arriba y abajo con un ritmo sincronizado con las embestidas de su hijo.

Mi Hermana, con la boca llena del pene de Daniel, solo podía emitir gemidos ahogados, pero sus ojos reflejaban un éxtasis indescriptible. Daniel, con una mano en la nuca de ella, guiaba sus movimientos, empujando su pene más profundo en su garganta.

«Trágatelo todo,» ordenaba Daniel, con una voz agitada.

Enrique, excitado por la visión de su amigo siendo complacido por su madre, aumentó la velocidad y la fuerza de sus embestidas, haciendo que el cuerpo de ella se moviera hacia adelante y hacia atrás con cada golpe, sus senos no dejaban de columpiarse con cada movimiento 

Daniel tomó su vestido y comenzó a jalar, pasando por su cuerpo hasta llegar a sus hombros. Ella se detuvo de chupar el pene de Daniel para ayudarle a sacar el vestido por su cabeza, dejándola solo en ropa interior, un conjunto rojo. Su brasier lo tenía puesto, pero dejaba sus senos de fuera, y su tanga solo Enrique se la había echado a un lado para penetrarla. Daniel, con habilidad, terminó desabrochando su sostén, el cual cayó al sillón y luego resbaló al suelo.

Enrique salió de su madre. Ella volteó a verlo, como diciendo: «¿Por qué te detuviste?» Pero vio cómo Enrique se sentó en el sillón. Ella se levantó y se terminó quitando la tanga. Se sentó sobre Enrique dándole la espalda, subiendo sus pies al sillón. Se levantó para permitir a Enrique volver a meter su pene dentro de ella. Ella comenzó a subir y bajar de cuclillas sobre Enrique.

Daniel acercó su pene de nuevo a la boca de ella, y de inmediato mi hermana se lo comenzó a chupar, sosteniéndolo con su mano. Luego, ella se echó para atrás y, con ambas manos, se sostuvo del respaldo del sillón. Daniel se subió al sillón de pie para permitir a mi hermana que siguiera chupándoselo. Desde donde me encontraba, podía ver claramente cómo el pene de mi sobrino entraba y salía en cada subida y bajada de mi hermana.

Después de unos minutos, mi hermana se levantó y se giró, quedando frente a frente con su hijo. Se subió sobre él y, nuevamente, quedó penetrada por él. Enrique comenzó a estimular el ano de su madre mientras ella lo cabalgaba. Daniel, al ver esto, se puso detrás de ella. Apartó los dedos de Enrique y fue empujando su pene dentro del ano de ella hasta penetrarla por completo. Ambos se la estaban follando al mismo tiempo: Enrique por su vagina y Daniel por su ano podía ver como tenia ambos penes dentro de ella. 

En ese momento, las vibraciones de mi móvil me sacaron del trance del espectáculo que estaba viendo. Con miedo de que a mi estúpido jefe se le ocurriera llamarme, apagué de inmediato mi móvil y continué observando el espectáculo que tenía frente a mí. Los gemidos y quejidos de mi hermana se intensificaron cuando Daniel comenzó a penetrarla más rápido.

«No tan fuerte, por favor,» dijo mi hermana, pero Daniel no hizo caso y siguió en lo suyo.

«Espera, espera,» decía ella, tratando de levantarse para detener las fuertes embestidas de Daniel. Él terminó accediendo y salió de ella. Mi hermana se levantó, algo molesta. «Carajo, ten más cuidado,» dijo.

Pero Enrique se levantó también, y ambos, con una mirada cómplice, la cargaron. Ella, sorprendida por la acción, se abrazó de su hijo, el cual la penetró por su vagina, y Daniel, una vez más, se la metía por el ano.

«Chicos, esperen,» dijo ella, pero de inmediato comenzaron con el acto nuevamente.

Ella dejó escapar un grito y luego comenzó a gemir, tratando de ahogar los ruidos de sus gemidos en el hombro de su hijo. Mientras ella rebotaba sobre los penes de ellos, fue poco a poco cediendo al placer. Y cuando me di cuenta, ella ya había soltado el cuello de su hijo y, con ambas manos, mientras la cargaban, se abría las nalgas para permitir a ambos que la penetraran más profundo.

Después de un momento, ambos la bajaron, y Enrique, de inmediato, la empinó en el sofá. Ella alcanzó a sostenerse en el asiento mientras su hijo la penetraba con desesperación por su ano. Daniel, nuevamente, hizo que se la chupara, dándome la espalda, por lo cual no podía ver cómo se la mamaba. Pero Daniel levantó la cara al techo y luego se apartó de ella y se sentó en el sillón de al lado. Y cuando miré a mi hermana, tenía la cara llena de semen de Daniel, ella se relamía lo que podía con la lengua mientras seguía siendo follada por su hijo.

Enrique continuaba follando a su mamá con furia. Ella, con sus manos, trataba de que no la embistiera muy fuerte, pero él las apartaba a un lado y seguía. Luego, la dejó de penetrar, agarró el vestido de ella del suelo y se lo lanzó a la cara, diciendo: «Límpiate.»

Ella obedeció y, con el vestido, se limpió el semen que aún tenía de Daniel. Luego, Enrique se acercó a ella y comenzó a penetrarle la boca, haciéndole una garganta profunda.

«Mamá, trágatelo todo,» ordenaba Enrique, con una voz autoritaria pero suave, mientras sostenía su cabeza con ambas manos, empujándola hacia él. Mi hermana, con los ojos llenos de lágrimas y la boca completamente llena, hacía lo posible por complacer a su hijo, luego enrique comenzó a follar rápidamente la boca de su mamá solo se escuchaba el sonido de su boca recibiendo el pene de su hijo glu glu glu en toda la habitación.

Con un último empujón fuerte, Enrique alcanzó el orgasmo, liberando su carga en la garganta de su madre, quien trago cada gota con avidez, sin dejar escapar ni una sola.

«Buena chica,» dijo Enrique, con una sonrisa satisfecha, mientras se retiraba lentamente de su boca.

Mi hermana, con la respiración entrecortada y tosiendo, levantó la vista hacia su hijo, con una mezcla de sumisión. «Te amo, hijo,» susurró, con la voz ronca por el esfuerzo.

«Y yo a ti, mamá. Eres la mejor,» respondió Enrique, acariciando su cabello, antes de darse la vuelta y dirigirse al baño, dejando a su mamá exhausta y satisfecha. A un lado de ella se sentó Daniel, el cual, al parecer, quería más. Abrazándola, comenzó a acariciarle los senos mientras ella se dejaba y se giraba para besarlo en la boca.

Aproveché ese momento para pasar rápido a la cocina, tomar mi mochila y regresar al mismo sitio donde los observaba. Una parte de mí quería seguir viendo qué más pasaría, pero otra parte de mí sabía que me metería en un problema si no atendía la petición del idiota de mi jefe. Así que decidí retirarme y atender el incidente del trabajo.

Atendí las exigencias de mi trabajo, aunque quería regresar a la sala para ver qué sucedía. Demoré más de lo que pensé resolviendo los problemas de mi trabajo. Cuando terminé, mi alarma, que había puesto, sonó. Ya era de día. Bajé con cuidado y solo vi a mi sobrino y a Daniel acostados cubiertos por una cobija, cada uno en un sillón. Su ropa estaba tirada en el suelo junto con el vestido de mi hermana, su brasier y tanga. Ella salía del baño en ese momento, recién bañada, con una toalla cubriendo su cuerpo. Me miró sorprendida, volteó a ver a los chicos y, con voz nerviosa, me dijo: «¿Qué haces? Te dije que no bajaras.»

«¿De qué hablas? Ya amaneció,» le dije.

Ella miró a la ventana y dijo: «¡Oh, cielos! Es cierto.»

Traté de mostrarme muy normal. «Bueno, ya debo irme,» dije.

Ella asintió. «Vale, te vas con cuidado.»

Me acompañó a la puerta y vi cómo rápidamente se agachó y lanzó su ropa detrás del sillón, pero me hice el que no vio nada.

Pasó el tiempo y yo seguí con mi vida y mi trabajo explotador hasta que un día me habló por teléfono. Mi hermana me contó que Enrique se iba a juntar con una chica y no quería ella que hiciera eso. Me pidió que hablara con él, ya que su papá estaba de acuerdo. Le dije que yo era el menos adecuado para eso, ya que no le caía bien a su hijo. Pero, a pesar de mis palabras, ella insistía, así que accedí y fui a hablar con él. Era la primera vez que veía nerviosa a mi hermana. Más que hablar con él, terminé hablando con ella. Aún sabiendo su secreto, traté de actuar normal, convenciéndola de que era un proceso normal de la vida.

«Me voy a sentir muy sola sin él,» me decía.

«¿De qué hablas?» le respondía. «Solo se va a juntar. Lo podrás seguir viendo.»

En ese momento, me di cuenta de que no era miedo de madre lo que sentía, sino de mujer que perdía a su hombre. Pero no dije nada. Con el tiempo, mi sobrino se juntó y se fue a vivir a la casa de su chica. En ese tiempo, mi hermana comenzó a buscarme más. Notaba que buscaba la compañía de alguien con quien poder hablar o distraerse, y lo entendía. Su esposo trabajaba de noche y de día llegaba a dormir, así que entendía en parte, sin tomar en cuenta la relación que tuvo con su hijo, cómo se estaba sintiendo.

Comenzamos a vernos más seguido. Me iba a ver cuando era mi hora de comida y comíamos juntos. Luego, me invitaba a su casa a cenar. En una de esas cenas, estaba por irme cuando ella me dijo que me quedara a dormir. Era viernes. «Quédate. De todas formas, mañana no trabajas,» me dijo.

Asentí. «Sí, tienes razón,» dije.

Luego, accedí a su petición. «Te puedes quedar a dormir en la habitación de Enrique,» me dijo. Así que me fui a dormir. Estábamos solos en su casa; Arturo, su esposo, ya se había ido a trabajar. Estaba con mi móvil, viendo videos en lo que me daba sueño, cuando tocó a la puerta. Entró con una bata de dormir.

«Solo venía a ver si no necesitabas algo,» me dijo.

«No, gracias, hermana. Todo perfecto. Estaba viendo videos en lo que me daba sueño,» respondí.

Ella se sentó a mi lado en la cama. «No puedo dormir. ¿No te molesta si me quedo un rato contigo?» me preguntó.

«Claro,» respondí. Me hice a un lado para que se acomodara mejor. Me miró y me dijo: «¿Por qué no te vienes a vivir con nosotros?»

Sorprendido, la volví a mirar. «No, no quiero ser una molestia,» respondí.

Ella negó con la cabeza. «No eres una molestia. Cuando me di cuenta, ella se recostó a mi lado y me abrazó, poniendo su cabeza y su mano en mi pecho y comenzó a acariciarme. «¿Qué haces?» le pregunté.

Ella no dijo nada, solo se quedó callada. Hubo un momento de silencio, algo incómodo.

Por alguna razón, en mi mente comenzaron a llegar los recuerdos de cuando la vi teniendo sexo con Enrique. La combinación de sus caricias y los recuerdos comenzaron a excitarme. Recordé cómo se movía sobre él, subiendo y bajando, sus gemidos resonaban en mis oídos. me hizo sentir un calor creciente en mi entrepierna.

Ella levantó la vista «Solo quiero sentirme cerca de alguien,» susurró, su mano moviéndose lentamente sobre mi pecho, bajando hacia mi abdomen.

«Paulina, no creo que esto sea una buena idea,» dije, pero mis palabras carecían de convicción.

Ella se acercó más, su aliento caliente en mi cuello. «Tu pene no piensa lo mismo,» murmuró, su mano ahora en mi entrepierna, acariciando mi erección a través de la tela de mi pantalón, desabrochando mi pantalón con habilidad. La mano de Mi hermana se deslizó dentro de mi pantalón, acariciando mi pene desnudo.

Comencé a desabrochar su bata, dejando al descubierto sus senos, los cuales comencé a acariciar. Solo se escuchaban nuestras respiraciones agitadas mientras ambos nos tocábamos. Ella se levantó de un lado de la cama, dejando caer la bata, mostrando que estaba por debajo totalmente desnuda. Se acercó a mis pies y jaló mi pantalón y mi ropa interior hasta que me los quité. Se subió sobre mí y tomó mi playera, subiéndome la. Levanté los brazos para permitir que me la quitara. Ambos estábamos desnudos. Ella se inclinó y comenzó a besarme en la boca, correspondiendo a sus besos. Nuestras lenguas se encontraron y comenzaron a entrelazarse mientras nuestros labios se juntaban. Mis manos bajaron por su espalda hasta que llegué a presionar sus nalgas.

«Te sientes tan bien,» murmuré contra sus labios, mi voz ronca por el deseo.

Ella sonrió, una sonrisa llena de lujuria y promesa. «Y tú también,» respondió, su aliento caliente en mi cara.

Mis manos exploraron cada curva de su cuerpo, memorizando cada detalle. Sus senos, firmes y suaves, se sentían perfectos en mis palmas. Ella se movió, frotándose contra mí, creando una fricción deliciosa que nos hizo gemir a ambos.

«Paulina, te deseo tanto,» dije, mi voz entrecortada por el esfuerzo de contenerme.

Ella se levantó ligeramente, posicionando mi pene en su entrada. «Entonces tómame,» susurró, bajando lentamente sobre mí, llenándose completamente. Ella comenzó a moverse, subiendo y bajando sobre mí con un ritmo lento y sensual. Sus caderas se balanceaban, creando ondas de placer que se extendían por todo mi cuerpo.

«Más rápido, Paulina. Necesito más,» supliqué, mis manos agarrando sus caderas, guiando sus movimientos.

Ella obedeció, aumentando la velocidad de sus movimientos. «Sí, así. Justo así,» gruñí, mis ojos fijos en sus senos, que rebotaban con cada movimiento. Ella se inclinó hacia adelante, apoyando sus manos en mi pecho. «Te siento tan profundo,» dijo. Mis manos subieron a sus senos, acariciando y apretando, haciendo que sus gemidos se volvieron más intensos. Ella se enderezó, echando la cabeza hacia atrás mientras subía y bajaba, para luego volverse a apoyar en mi abdomen. La jalé contra mí, quedando completamente sobre mí. Nos volvimos a besar mientras movía mi cadera arriba y abajo, entrando y saliendo de su vagina. Gracias al reflejo del espejo de mi sobrino, podía ver las nalgas de mi hermana como se movían como gelatina en cada uno de mis movimientos. Luego, se puso en posición de sentadilla y, volviéndose a apoyar en mi pecho, comenzó a subir y bajar de tal forma que engullía todo mi pene en cada sentada que daba.

Continuó su ritmo implacable, sus caderas moviéndose en círculos mientras subía y bajaba, asegurándose de que cada movimiento fuera profundo y placentero. El sonido de nuestros cuerpos chocando resonaba en la habitación, mezclados con nuestros gemidos y jadeos

«Emmanuel, me voy a correr,» gritó, su cuerpo tenso y temblando con las olas de su orgasmo inminente.

«Córrete para mí, Paulina. Déjate llevar,» gruñí, aumentando la velocidad y la fuerza de las penetraciones, sintiendo cómo su vagina se contraía alrededor de mi pene. su cuerpo convulsionando por su orgasmo sentí como sus fluidos bajaban por mi pene. Yo, incapaz de contenerme por más tiempo, me liberé dentro de ella, llenándola con mi semen, mi cuerpo tembló de placer.

Nuestras respiraciones entrecortadas llenaban el aire. Nos quedamos así, ella sobre mí, no abrazados, hasta que nuestras respiraciones se calmaron. «Perdón por no aguantar,» dije.

Ella me miró, acariciando mi mejilla. «No te preocupes. Tenemos toda la noche para nosotros,» me dijo, y luego me comenzó a besar.

En ese momento, no pensé en detalles; solo me dejé llevar. Tuve sexo con ella más seguido. Se la presenté a mi roomie de departamento, diciendo que era mi novia, y así la podía llevar para follar con ella cuando mi cuñado estaba en su casa. Con el tiempo, me confesó que ella ya sabía que la espié teniendo sexo con su hijo. Me sorprendí bastante cuando me contó que fue el mismo Enrique quien le dijo. Resulta que el día que los vi follando con Daniel el amigo de mi sobrino, cuando entré a la cocina, no me percaté de que Enrique me vio salir con mi mochila desde el baño y le contó a su madre. Gracias a esto, ella se armó de valor para cruzar la línea conmigo.

Enrique siguió teniendo sexo con ella. No sé si ella le contó de lo nuestro, pero me daba igual compartirla con su hijo y su esposo.

.

 

 

109 Lecturas/5 agosto, 2025/0 Comentarios/por lordlunatico
Etiquetas: amigos, cumpleaños, hermana, hermano, madre, mayor, recuerdos, sexo
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