Daniela en España – Parte 1
Con once años conozco a mi abuelo y aprendo que tengo mucho que aprender.
Continuación de la historia que había sido presentada en Daniela en España – Introducción
Pasé horas intentando dormir pero no podía dejar de pensar en las palabras de mi abuelo. Me imaginaba cómo sería encontrarme frente a frente con el chico del parque y quitarnos la ropa. Al día siguiente le escribí a mi abuelo para intentar sacarle más información, quería averiguar lo más posible acerca de las cosas que les gustan a los chicos. Me respondió recién a la noche, con dibujos: imágenes tomadas de una cuenta de arte erótico, cada una de ellas acompañada de un comentario, explicación o pregunta. Las primeras imágenes eran sobre cosas simples: una pareja mirándose muy de cerca, con sus bocas entreabiertas unidas por un hilo de saliva; un hombre metiendo su mano bajo la pollera de una mujer, otro con su rostro hundido en un escote. Mi abuelo me preguntaba si entendía las imágenes, si tenía dudas y si había alguna que me gustara particularmente. Yo le indicaba cuáles me gustaban y él iba aumentando el nivel de morbo en cada imagen. Todo cambió cuando en uno de los dibujos vi que había tres hombres penetrando a una mujer y le dije que eso no podía ser real. Él leyó mi mensaje y no respondió nada durante varios minutos. Finalmente me envió un enlace. Entré y era un video en el que una mujer tenía sexo con varios hombres a la vez.
Pasaron varias semanas, empezaron las clases y mi madre consiguió trabajo. Como mi escuela quedaba cerca de donde vivía mi abuelo, al salir me quedaba con él hasta la hora en que mi madre me pasaba a buscar y el viejo pervertido (que lo era y mucho, ya se van a enterar) no iba a desaprovechar la oportunidad de oro que el destino arrojaba a sus pies. Casi no habíamos hablado desde que me había pasado aquel video así que uno de los primeros días que estuve ahí me preguntó si me había molestado y, como le dije que no, me preguntó entonces qué me había parecido. Le dije la verdad, que me había llamado la atención y me generaba curiosidad aunque a la vez me resultaba medio extraño que la gente hiciera cosas así. Como cabría esperar, se ofreció a mostrarme y explicarme cuanto fuera necesario. Y aprovechó esa situación para retomar el hábito de enviarme imágenes, que ahora ya no se limitaban a dibujos y podían ser fotos o incluso videos. Me contaba de algunas cosas que le gustaban a él o a los hombres en general. Decía que a casi todos los hombres les encantaba el sexo anal, que al principio dolía pero después ya no y que el sabor del semen era tolerable. Esto último me parecía sospechosamente conveniente pero no tenía argumentos para cuestionarlo. Por el momento, al menos.
Un día llegué mientras él estaba en la ducha y tuvo que salir, mojado como estaba, para abrirme la puerta. Cuando entré me preguntó si quería ir a la ducha con él y, ante mi negativa entre risas, dijo que yo me lo perdía. Así que conté hasta treinta y entré al baño. Como había previsto, lo encontré haciéndose una paja bajo el chorro de agua. Me miró de reojo y siguió como si yo no estuviera. Lo sentí como un desafío e hizo que quiera acercarme. Seguí caminando hasta estar a su lado. Su pene no era muy grande, poco más que lo que cubría su mano, pero era el primero que veía en persona. El agua me salpicaba constantemente pero no podía despegar la vista de su mano que se movía a un ritmo cada vez mayor. Escucho que pregunta, con su voz gastada, «te gusta mi verga?». Salí del trance, levanté la vista para mirarlo a los ojos y en esa distracción él gira y se pone de frente a mí al tiempo que un chorro de semen sale disparado hacia mi ropa. Me miró sonriente y dijo que lavaríamos esa ropa. Me indignaba ya no lo que había hecho sino que ni siquiera me hubiese pedido disculpas, aunque en el fondo yo sabía que había sido mi culpa. Quise ver qué pasaba si presenciaba la paja en primer plano y tenía que vivir con las consecuencias.
Mientras se secaba el uniforme le pregunté por qué lo hacía y me explicó que se sentía bien. Que algún día yo tendría un novio y seguramente tuviera que hacerlo también. Prometió no contarle a mi madre que lo había espiado en la ducha y enseñarme los secretos de la masturbación si yo estaba dispuesta. Y por supuesto que estaba dispuesta.
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