De la Tragedia al placer
la perdida de mi padre provoco que mi madre encontrara consuelo en nuestro perro .
Mi nombre es Gabriel, cuando tenía 19 años. Mi vida había sido, a mi parecer, algo normal. Mi familia se componía de mi y mis padres, pero la tragedia llegó a mi vida cuando perdí a mi padre, quedando solo yo y mi madre. Ella siempre había sido una mujer alegre; ella tenía 39 años cuando sucedió todo, es de tez blanca, ojos marrones, mide 1,65, y tiene un cuerpo normal. Mi mamá tiene senos llenos y firmes, un torso esbelto que se estrecha en una cintura definida, y caderas anchas que resaltan su figura. Sus piernas son tonificadas y su piel, suave y suave al tacto. Cada movimiento que hace, cada gesto, siempre ha tenido algo que llamaba la atención.
Desde la pérdida de mi padre, ella cambió; se volvió una persona algo distante. Su risa, antes tan contagiosa, se volvió rara y forzada. Sus ojos, que solían brillar con vida, ahora parecían apagados y tristes. Mi mamá comenzó a vestirse de manera más sencilla, preferiendo ropa holgada que ocultaba sus curvas en lugar de los vestidos y blusas que solía usar. Su cabello, antes siempre cuidado y brillante, ahora a menudo lo llevaba recogido en un moño desordenado. La energía y la vitalidad que solía desbordar se habían esfumado, reemplazadas por una melancolía constante.
Ese cambio en ella me preocupaba. Buscaba animarla cuando podía, pero ella, para no preocuparme, solo fingía pasarlo bien si salíamos o si hacíamos alguna actividad juntos. A pesar de sus esfuerzos por aparentar normalidad, podía ver el dolor y la soledad en sus ojos, y eso me partía el corazón. Quería encontrar una manera de llegar a ella, de ayudarla a sanar, pero a veces sentía que estaba perdiendo la batalla contra la tristeza que la consumía.
A veces, cuando estábamos solos en casa, la veía perdida en sus pensamientos, con una expresión distante en su rostro. Intentaba hablar con ella, pero siempre terminaba diciendo que estaba bien, que solo necesitaba tiempo. La verdad es que no sabía cómo ayudarla. Me sentía impotente, viendo cómo la mujer fuerte y vibrante que conocía se desvanecía poco a poco.
Desde entonces, he intentado ser más paciente y comprensivo. Trato de estar ahí para ella, ofreciéndole mi apoyo incondicional. A veces, salimos a dar paseos largos, solo nosotros dos, y hablamos de cualquier cosa menos de mi padre. En esos momentos, veo destellos de la mujer que solía ser, y eso me da esperanza. Esperanza de que, con el tiempo, podamos encontrar una nueva normalidad, una en la que ambos podamos sanar y seguir adelante juntos.
Yo no era el único que notaba ese cambio en mi madre; una vecina cercana a ella también lo notaba. Esa misma vecina estaba por mudarse y decidió regalarle a su perro, un perro sin raza como los que hay en la calle, ya que ella no podría seguir teniéndolo ya que su nuevo hogar era un departamento donde no aceptaban mascotas, y le pareció buena idea dejárselo a mi mamá para hacerle compañía. El perro se llamaba Travieso, nombre que le quedaba a la perfección ya que era muy hiperactivo y le gustaba siempre estar en movimiento.
En un inicio, mi mamá lo aceptó más por compromiso con la vecina que por disposición propia. La primera semana no pasaba solo de cuidarlo, darle de comer, bañarlo y, fuera de eso, no convivía con él. Por lo regular, comencé a sacarlo a pasear ya que ella no quería, pero poco a poco su actitud cambió. Travieso seguía mucho a mi mamá dentro de casa como si fuera su sombra, cosa que le agradó a ella. Había momentos en que la encontraba platicando con él mientras cocinaba o hacía algún quehacer dentro de la casa. Luego, ella sola tomó la decisión de comenzar a sacarlo a pasear por las tardes.
Con el tiempo, la presencia de Travieso trajo un cambio sutil pero significativo. Mi mamá comenzó a salir más de casa, acompañada siempre por Travieso, aunque su comportamiento mejoraba, noté que también actuaba en ocasiones muy misteriosa. Más de una ocasión entré a su habitación y la vi con su laptop muy concentrada mirando algo, pero al verme siempre la cerraba de golpe, mostrando nerviosismo en su expresión. Otras ocasiones, miraba a Travieso jugar en el patio sin apartarle la mirada, perdida en sus pensamientos. Incluso una tarde me hizo una pregunta que me sorprendió mucho. Estábamos comiendo, «Hijo, te quería preguntar algo,» dijo. «¿Sí, mamá? ¿Qué pasa?» le respondí. «Bueno, he estado pensando mucho en cómo decírtelo, pero…» y se quedó callada un momento. «¿Sí, mamá?» repliqué. «Si llegara a tener una relación amorosa con alguien, ¿te enojarías?» preguntó. «No, mamá, debes hacer tu vida. No me enojaría,» le respondí, aunque la verdad no estaba de acuerdo, pero no quería afectarla más con mi sinceridad.
Me miró con una sonrisa forzada y añadió, «Y si esa relación fuera algo peculiar…» «¿A qué te refieres, mamá?» pregunté. «A una relación algo distinta,» respondió. «Sigo sin entender,» dije. «¿Acaso es con alguien casado, mamá?» pregunté. Negó con la cabeza. «No, hijo, no es alguien casado. Mejor olvídalo, estoy diciendo disparates,» dijo y cambió el tema.
Después de ese día, no volvió a hablar del tema. Lo que sí noté fue que se veía más alegre. Su forma de vestir volvió a ser la misma; los vestidos y blusas que solía usar regresaron a su armario. Jugaba más con Travieso en el patio, y había días en que lo dejaba dormir en su habitación. Pasó de bañarlo con la manguera en el patio a bañarlo en el baño. Solo escuchaba su risa dentro, acompañada del sonido de la regadera. A veces, cuando pasaba por su habitación, la encontraba acurrucada con Travieso, acariciando su pelaje mientras le susurraba palabras de afecto. Era como si hubieran formado un vínculo profundo, una conexión que traspasaba lo ordinario.
Una noche, mientras ayudaba a preparar la cena, mi mamá estaba sacando pan de la canasta y cortándolo en rebanadas. Travieso se acercó a ella y, de repente, se levantó en sus patas traseras y la agarró de la cintura. Estaba más hiperactivo que otros días, y mi mamá solo reía. «Travieso, no, abajo, no estés portándote mal,» decía mi mamá, pero él no obedecía. Luego, se bajó y comenzó a olfatear su trasero. Mi mamá pegó un brinco cuando sintió como su nariz la tocaba. «Hey, chico malo, no hagas eso,» dijo con su cara ruborizada. Ella solo lo apartaba con la mano, apenada, pero estaba feliz. Era como si cada interacción con Travieso le trajera una alegría inesperada.
Travieso no desistía y la olfateaba incluso intentando, en varias ocasiones, meter su hocico debajo de la falda de mi mamá. Ella dejó de cortar el pan y lo alejó riendo, llevándolo a la sala donde Travieso seguía levantándose en sus patas. «Andas muy travieso, bonito,» decía mi mamá, con una mezcla de diversión y exasperación en su voz.
Perdí de vista a mi mamá cuando se alejó; dejé de escucharla hablando con Travieso. Seguí preparando la cena, estaba tan concentrado en lo mío que no noté que mi mamá había cerrado la sala, la cual tenía dos puertas de madera. Lo único que pensé fue que la había cerrado para que Travieso no se acercara a la cocina. Dejé la comida en la estufa y decidí darme un baño mientras se cocía. Me acerqué a la puerta y toqué: «Mamá, voy a subir a darme un baño rápido. ¿Puedes echarle un ojo a la estufa?» No recibí respuesta. «¿Mamá?» pregunté. «Sí, hijo, te escuché,» me dijo del otro lado de la puerta. «Dame diez minutos y ya salgo.» «¿Todo está bien, mamá?» «Sí, hijo. Solo esperame diez minutos. Está bien.» Regresé a la cocina, y como dijo, salió unos minutos después. entro al baño a lavarse las manos. Poco después, salió. «Listo, hijo. Ve a bañarte,» me dijo, con una sonrisa suave pero con el cabello ligeramente despeinado y las mejillas aún sonrojadas.
Mientras me dirigía al baño, decidí mirar dentro de la sala y vi a Travieso echado, erecto, lamiendo su miembro con insistencia. El perro parecía ajeno a mi presencia, concentrado en su acto. Travieso levantó la cabeza de repente, sus ojos clavados en los míos, y por un segundo creí que correría hacia mí. Pero en lugar de eso, volvió a concentrarse en sí mismo, su cola moviéndose, estaba más tranquilo.
Cuando salí del baño, cené junto a mi mamá y me fui poco después a mi habitación mientras ella se duchaba. Como el baño estaba cerca, escuchaba el agua caer. Estaba acostado mirando mi móvil cuando Travieso comenzó a rascar la puerta del baño. No tardó mucho en que mi mamá abriera: «¿Hermoso, qué pasa? ¿No te quedaste satisfecho?», escuché decirle con suavidad a mi mamá. Poco después, cerró la puerta, pero su voz se mezcló con el sonido de la regadera, hablando con Travieso como era su costumbre. Su risa se filtraba con claridad: «No, hermoso, me vas a rasguñar. Quietito… déjate lavar».
Mientras miraba mi teléfono, no pude evitar prestar más atención. Entonces llegó la frase que heló mi sangre: «Hey, no nada de querer subirte… Ya sabes que cuando mi bebé está despierto, no podemos». ¿Mi bebé?, pensé. ¿Se refiere a mí? Me levanté y me acerqué a la puerta de mi habitación, conteniendo la respiración. «No puedo creer que aún estés así después de lo de la tarde», murmuró ella, seguido de un silencio interrumpido solo por el chapoteo del agua. «No te muevas mucho… porque te puedo lastimar, hermoso», susurró mi mamá, y mi mente estalló en preguntas mientras seguía escuchando por unos minutos.
«Venga, hermoso, ya termina… Que hay que ir a dormir», dijo mi mamá, y entonces escuché un: «Por fin, hermoso… Fue bastante. Me encanta cómo sabe». La regadera se detuvo, y sus risas llenaron el baño: «Quédate quieto para que te seque bien». Luego, con voz juguetona: «Listo. Ahora fuera… que debo lavarme los dientes, aunque preferiría seguir sintiendo tu sabor en mi boca». dijo mi mamá.
La puerta se abrió, y Travieso salió corriendo, sacudiendo el agua con energía. Mi mamá apareció envuelta en una toalla blanca, el cabello húmedo, las mejillas sonrojadas y una sonrisa que nunca antes había visto. «¿Todo bien, hijo?», preguntó al pasar frente a mi habitación, solo asentí, las palabras «tu sabor», «en mi boca», «fue bastante» repitiéndose en mi cabeza como un mantra. Cuando cerró la puerta de su habitación, me dejé caer en la cama hasta que el sueño se apoderó de mí.
Pasaron unos días. Una tarde tomé la laptop de mi mamá para hacer unas compras en línea, al abrirla noté que la había dejado encendida. Comencé a mirar las páginas que tenía abiertas y dije en voz alta: «¿Qué es esto?» cuando vi de qué trataban. Había páginas de videos de mujeres teniendo sexo con animales y foros donde hablaban de eso. Mis manos temblaron sobre el teclado mientras las imágenes se sucedían una tras otra: mujeres arrodilladas, perros montando, lenguas recorriendo cuerpos. Cada escena confirmaba lo que ya había sospechado desde aquella noche en el baño.
Mi garganta se secó al encontrar un foro específico titulado «Madres solteras y sus amigos peludos». Allí estaba su usuario: MamáTraviesa, con más de cincuenta publicaciones. Leí comentarios como «Hoy mi perro me dio el mejor orgasmo de mi vida» y «Nadie entiende el amor que siento por mi compañero». Mi estómago se revolvió, pero al mismo tiempo, una parte de mí se excitó al ver las fotos que había subido: sus pies descalzos acariciando el pene de travieso, sus manos masturbandolo, y en una especialmente nítida, su falda levantada mientras Travieso lamía con avidez su vagina.
El peor momento llegó cuando encontré un video privado etiquetado como «Mi primera vez con Travieso». El corazón me latía tan fuerte que temí que mi mamá lo escuchara desde la cocina. No lo abrí, pero el título era suficiente: «Mi viudez terminó el día que conocí a mi verdadero amor».
Me sentía raro. De repente, entendí por qué Travieso dormía en su habitación y por qué se bañaba con él. No era solo consuelo. Era deseo. Puro y prohibido. Mientras lo pensaba no pude evitar sentir excitación, de repente escuché sus pasos detrás de mi.
«¿Qué hacías con mi computadora, Gabriel?», preguntó con una calma que me heló la sangre.
«Nada, mamá. Solo quería comprar algunas cosas» dijo, pero sus ojos brillaban con una mezcla de miedo y desafío.
Se acercó lentamente, sus dedos rozando la pantalla donde aún se veían las pestañas del navegador abiertas. «Sabes, hijo», susurró, acariciando mi mejilla con una ternura que ahora me resultaba perturbadora, «a veces las personas necesitan cosas que otros no entienden… pero que las hacen sentir vivas».
Travieso entró corriendo en ese momento, ladrando alegremente, y ella se agachó para acariciarlo, su falda subiendo lo suficiente para que yo viera marcas rojas en sus muslos. «Mira cómo me extrañaba», dijo, riendo, pero sus ojos no se apartaron de los míos. Y en ese instante, entendí que ya no era solo su «hijo». Era un testigo. Un cómplice en su secreto.
Luego se levantó y tomó la laptop, «a la próxima por favor, hijo, pídeme primero que te preste la laptop», dijo con un tono relajado pero que me dio miedo. Se llevó la laptop con ella y detrás la siguió Travieso.
El resto del día me sentía algo incómodo. Cuando bajé a comer, ella estaba muy natural, como siempre. «¿Qué pasa, hijo? ¿Por qué tan callado?», me preguntó. «Por nada, mamá», respondí. «Bueno, entonces come. Hijo, se te va a enfriar», me ordenó. «Sí, mamá». En eso entró Travieso a la cocina. «¡Oo, mi amor! Ven, deja que te dé también de comer», dijo mi mamá y le dio sus croquetas. «Buen provecho, amor», dijo ella mientras regresaba a la mesa a sentarse. «Ya no le dice ‘hermoso’, ahora dice ‘amor'», pensé sin decir nada.
Al terminar el día, estaba en mi habitación aún pensando en lo sucedido, recordando las imágenes que había visto en su laptop. Cerré los ojos, dejando que mi fantasía se mezclara con la realidad, imaginando cómo mi mamá lo hacía con Travieso. Sentía cómo una erección se levantaba en mis pantalones. Me bajé el pantalón y comencé a masturbarme pensando en todo eso. «Rayos, quiero verla hacerlo», pensé. Pero en ese momento se me ocurrió una idea.
Al día siguiente, esperé a que mi mamá saliera de casa. Con el corazón latiendo fuerte, subí las escaleras y me detuve frente a la puerta de su habitación. La cerradura era vieja y oxidada, así que no me costó mucho encontrar un destornillador en el cajón de herramientas. Metí la punta del destornillador en la cerradura y, con un movimiento firme, giré. El mecanismo cedió con un crujido, y la cerradura quedó dañada, inutilizable. Sonreí, sabiendo que ahora tendría acceso a su habitación. Pero también sentí un nudo en el estómago, una mezcla de emoción y miedo. ¿Qué pasaría si me descubre? ¿Y si me atrapaba espiándola? A pesar de todo, la idea de verla con Travieso, de confirmar mis sospechas, era demasiado tentadora. Así que, con la cerradura dañada y mi curiosidad desbordante, me preparé para lo que vendría.
Decidí ser paciente y esperar a que la noche llegará, sabiendo que ella metía a Travieso a su habitación por la noche. Tendría una oportunidad de saber qué pasaba dentro de esas paredes. La espera fue agónica. Cada ruido en la casa me ponía alerta, cada crujido del suelo me hacía contener la respiración. Finalmente, escuché los pasos de mi mamá subiendo las escaleras, seguida por el trote de Travieso y luego, silencio. Esperé unos minutos, contando cada segundo, hasta que estuve seguro de que ambos estarían… ocupados.
Con el corazón en la garganta, me levanté de la cama y salí de mi habitación. El pasillo estaba oscuro, solo iluminado por la luz de la luna que se filtraba por la ventana al final. Me acerqué a la puerta de su habitación, la mano temblando ligeramente mientras giraba el pomo. La cerradura dañada cedió sin problema, y la puerta se abrió con un chirrido casi imperceptible. Me asomé por la rendija, conteniendo la respiración. La habitación estaba en penumbras, solo iluminada por una lámpara de noche que proyectaba sombras danzantes en las paredes. Y allí, en la cama, estaba mi mamá. Desnuda, con Travieso a su lado, Mi mamá acariciaba su pelaje con una mano, mientras con la otra… la otra estaba entre sus piernas de ella, moviéndose con un ritmo lento y sensual. Travieso se levantó, se posicionó entre sus piernas metiendo su hocico en su entrepierna, comenzó a lamer, los gemidos de mi mamá llenaban la habitación, su respiración entrecortada, sus caderas levantándose para encontrar cada lamida. Era una escena que no podía apartar la vista, una mezcla de fascinación, de deseo y excitación.
«Oo, mi amor, qué rico se siente tu lengua áspera. Sí, así, mami quiere que papi la haga disfrutar», decía mi mamá con gemidos ahogados. Travieso continuó lamiendo; ella levantaba su pelvis para disfrutar más. Travieso dejó de lamer e intentó subirse en ella, pero mi mamá lo detuvo. «Tranquilo, amor, aún no. Déjame disfrutar de ti», recostó a Travieso y comenzó a acariciar la entrepierna de él hasta dejar a la vista su miembro. Lo tomó de la base e inclinó la cabeza para llevárselo a la boca y comenzó a succionar.
Travieso jadeaba más rápido mientras mi mamá movía su cabeza con un ritmo lento y constante. Sus labios y lengua trabajaban en perfecta sincronización. «Qué rico sabes, amor», dijo ella con voz amortiguada pero clara. Abrió la boca y liberó chorros pequeños directamente de él. Volvió a tomarlo con su boca, pero ahora más profundo, introduciendo por completo, sin dejar un solo centímetro sin explorar. Travieso comenzó a patalear como si estuviera desesperado por pasar a la acción.
Mi mamá dejó de chupar el pene de Travieso y se puso en cuatro, inclinándose lo suficiente pero levantando el trasero. Travieso, al igual que ella, intentó montarla de inmediato. «Ven, amor, sube en mami», decía mi mamá. «Venga, acomódate», repetía ella mientras lo guiaba. Una vez que estaba encima de ella, pasando su mano por debajo, tomó el pene de Travieso y lo dirigió a su entrada. Travieso aún no la penetraba cuando ya estaba moviendo sus caderas sin parar. En uno de esos movimientos, entró en ella, haciendo que pegara un grito que inmediatamente se cubrió la boca con la mano.
Sus movimientos se aceleraron cuando entró en ella, al punto de querer casi subirse por completo, raspando sus piernas con sus patas traseras. mientras con sus patas delanteras, se aferraba a la cintura de ella. Mi mamá comenzó a gemir muy fuerte, sus gritos de placer resonaban en la habitación. Para ahogar el sonido, tuvo que ponerse una almohada en la boca, presionándola con fuerza mientras recibía las tremendas embestidas de Travieso. Cada movimiento era profundo, haciendo que su cuerpo temblara con cada impacto. La almohada amortiguaba sus gemidos, pero no podía ocultar por completo el sonido de su respiración entrecortada y los pequeños jadeos que escapaban de sus labios.
Cuando empecé a preocuparme por la intensidad con la que la estaba tomando, Travieso poco a poco fue bajando su ritmo. Mi mamá de inmediato retiró la almohada y tomó las patas traseras de Travieso con ambas manos, sujetándolas con firmeza. Al principio, no entendía para qué, pero cuando ambos se quedaron sobre la cama quietos, comprendí que ella evitaba que él saliera de ella. Duraron un buen rato así, con Travieso jadeando y mi mamá respirando profundamente, sus cuerpos unidos. La tensión en la habitación era palpable. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, mi mamá lo soltó, y él salió, al parecer con dificultad y de forma dolorosa, por los gestos que hacía ella. En cuanto salió Travieso de ella, mi mamá se dejó caer sobre la cama, su cuerpo temblando ligeramente. Sin perder un segundo, comenzó a tocarse y masturbarse con sus propios dedos, moviéndolos con un ritmo lento y deliberado. Sus caderas se levantaban para encontrar cada caricia, más suaves ahora, pero no menos intensos. Estuvo así un rato, perdida en su propio placer, hasta que finalmente, con un último suspiro, se relajó completamente, su cuerpo sacudido por un último estremecimiento de satisfacción.
Ella se incorporó y se sentó sobre la cama, con una sonrisa satisfecha en el rostro. «Amor, me llenaste mucho», dijo, mirando hacia su entrepierna. «Ni modo, mañana tendré que lavar las sábanas», añadió, riendo suavemente. Dando unos golpes leves en el colchón, llamó a Travieso para que subiera a la cama, cosa que él hizo de inmediato. Mi mamá lo abrazó sin dejar de acariciarlo con una ternura que nunca antes había visto en ella. «Buen chico, buen chico mi amor», murmuró, besando su cabeza. «Sabes, cada dia que paso te amo más», susurró. Mientras lo abrazaba, sus ojos se encontraron con los míos a través de la rendija de la puerta, y por un momento, sentí que me había visto. Pero su expresión no cambió; simplemente cerró los ojos, suspirando profundamente, y se dejó caer en la cama, con Travieso acurrucado a su lado, sus cuerpos entrelazados en un abrazo íntimo.
Regresé a mi habitación después de haber sido testigo de ese momento de intimidad entre Travieso y mi mamá. Estaba totalmente empalmado y no podía dejar de pensar en mi mamá. Esa noche me masturbé y sentí que fue la mejor masturbación de mi vida. Al día siguiente, me desperté con los pantalones abajo, recordando que, una vez que terminé, me había quedado dormido. Salí de mi habitación y mi mamá estaba saliendo del baño, recién bañada. «Hijo, buenos días», me dijo. «Buenos días, mamá», respondí. «¿Qué tal tu noche?», me preguntó, algo nerviosa. «Bien, todo tranquilo», respondí. «Qué bueno, hijo. Me da gusto», dijo ella. En eso, salió Travieso detrás de ella, también del baño, sacudiéndose con su pelaje húmedo. «Iré a vestirme, hijo. Si quieres, ve haciendo el desayuno», me dijo, y entró a su habitación con Travieso.
Comencé a sentirme algo paranoico pensando que mi mamá sabía que la había espiado. Su forma tan tranquila de portarse me preocupaba, a pesar de que sabía su secreto por el suceso de la laptop. No obstante, las noches que escuchaba ruidos en su habitación, comencé a espiar con regularidad. Había semanas en que solo lo hacía con Travieso dos noches, pero otras en que lo hacía de tres a cuatro. Lo que me empezaba a preocupar era que ella nunca intentó arreglar su puerta, era como si la hubiera dejado así a propósito.
La paranoia se intensificó cuando empecé a notar patrones en su comportamiento. Por ejemplo, ella siempre cerraba la puerta de su habitación con llave, pero desde que dañé la cerradura, nunca se molestó en arreglarla. Era como si estuviera esperando a que yo volviera a espiar, como si supiera que lo haría. Además, a veces la escuchaba susurrar cosas como «ven, amor, sé que me estás mirando» cuando estaba con Travieso, lo que me hacía sentir aún más incómodo y expuesto ya que no sabía si se lo decía a travieso o era una indirecta para mi.
No fue hasta que un día regresaba a casa por la tarde. Al entrar, la encontré en la sala totalmente desnuda, sobre una toalla follando con Travieso. Él la montaba con la misma intensidad de siempre, solo que esta vez, ella no hacía nada por ahogar sus gemidos. Me miró parado en la entrada, pero no tuvo ninguna reacción. Siguió disfrutando de las embestidas de Travieso, sus gemidos llenando el aire de la sala. Yo, por mi parte, me quedé mirando, como hipnotizado, incapaz de apartar la vista. La escena era demasiado intensa, demasiado erótica para ignorarla. Sin poder aguantar mis ganas, comencé a tocarme enfrente de ella. Ella me miró, sus ojos llenos de un deseo crudo y primitivo, pero parecía no importarle. Me dejó continuar, su atención dividida entre el placer que le proporcionaba Travieso y la excitación que le provocaba verme a mí. La sala se llenó con el sonido de nuestros jadeos y gemidos.
Cuando Travieso se detuvo, se quedó nuevamente pegado a ella, su respiración pesada y jadeante. Ella no dejaba de mirarme.
A pesar de sentir vergüenza, mi excitación era más fuerte, mi cuerpo tenso y mi corazón latiendo con fuerza. De pronto, su voz se escuchó clara y firme, «Gabriel, no te vayas a correr en el piso», dijo, con un tono agitado. «Toma una servilleta», añadió, sonriendo aún con claros signos de placer en su rostro, sus mejillas sonrojadas y sus labios ligeramente hinchados. Su mirada se mantuvo fija en mí, desafiante y provocadora, como si me estuviera invitando a continuar, a explorar más allá de los límites que alguna vez habíamos conocido.
Cuando Travieso por fin salió de ella, me seguía viendo, ahora sentada sobre sus rodillas. No lo pensé dos veces y decidí dar un paso al frente. «Mamá, ¿me dejas correrme sobre ti?», pregunté, mi voz temblando de anticipación. Ella me miró pensativa, sus ojos llenos de un deseo. «Acércate», me dijo, su voz suave pero firme. Se tomó los pechos y los juntó, levantándose más. «Adelante cariño, hazlo», me dijo sin apartar la mirada de mí. Ya no aguanté más y dejé caer mi corrida en sus senos y en parte de su cara, el placer explosivo y liberador. Una vez que ella vio que había terminado, se levantó y tomó una servilleta con la cual se limpió la cara. «Iré a darme un baño», me dijo, su tono casual, como si nada extraordinario hubiera ocurrido. Luego se dirigió a Travieso. «Ven, amor, vamos a bañarnos», y él la siguió, su cola moviéndose con alegría. Me quedé parado, aún sin creerme lo que había sucedido, fascinado totalmente por lo que me había permitido hacer mi mamá.
A partir de ese momento, me armé de valor y, en lugar de espiarla oculto, abría toda la puerta cuando iba a verla hacerlo con Travieso. Me masturbaba viéndola, y se volvió rutina correrme en sus senos. Una noche ella había terminado de hacerlo con Travieso , me acerqué a la cama, y ella se sentó en la orilla, tomando sus senos. «Mamá, hoy podemos ir más lejos», pregunté con temor. «Más lejos», repitió ella, preguntando, «¿A qué te refieres?»
Me miró, parado frente a ella con mi erección, sus ojos llenos de curiosidad. Con miedo, sin saber qué sucedería, dije, «Me dejarías…» Pero las palabras no salían. Ella se quedó mirándome, esperando con paciencia lo que tenía que decir, podía sentir mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Finalmente, con un nudo en la garganta, repetí, «Me dejarías», y tomé una respiración profunda, «tener sexo contigo».
Ella se quedó callada por un momento, mirándome a los ojos. Podía ver la lucha interna en su expresión, la indecisión y el deseo mezclándose. Luego, bajó la mirada y comenzó a observar mi pene frente a ella. Sin previo aviso, lo tomó y me comenzó a masturbar con ritmos lentos que fueron acelerándose. La sensación era abrumadora, y sin poder contenerme, mi corrida salió disparada, cayendo sobre su cara y senos. «Ahora vete a dormir», me dijo, dándose vuelta para ir donde Travieso y acariciarlo. En ese momento, pensé que eso era un no. Me di vuelta y estaba por salir cuando mi mamá dijo, «Déjame pensarlo, Gabriel. No te deprimas; es horrible estar deprimido». Hizo una pausa, su voz suave pero firme. «Lo pensaré. Te lo prometo, y tendrás mi respuesta. Descansa cariño», añadió, y se acostó luego al lado de Travieso.
Pasó una semana, y incluso dejé de asistir a sus encuentros con Travieso. Eran las 9 de la noche, y estaba en mi habitación cuando tocó a mi puerta. «Hola, hijo, quería hablar contigo», dijo mi mamá, su voz suave pero con un tono de autoridad. «Adelante, mamá», respondí, mi voz temblando ligeramente. «Oye, ¿por qué ya no has ido a verme en las noches?», me preguntó, su mirada fija en mí, buscando una respuesta sincera. No sabía cómo decirle que me sentía rechazado por su parte y había perdido esa confianza, esperando su respuesta. «No he tenido ganas», dije, evitando su mirada, sintiendo una mezcla de vergüenza y esperanza. «Estuve pensando en tu propuesta, cariño», continuó, su tono más serio ahora. «Pero primero quiero que sepas que si lo hacemos, te comenzaré a ver como mi amante, al igual que veo a mi amor», añadió, mirando hacia la puerta donde estaba Travieso, observándonos con una mezcla de curiosidad. «Estoy más que dispuesto, mamá, a que cambie nuestra relación», respondí, mi voz firme, pero con un nudo en la garganta. «Ok, hijo», dijo, y me tomó de la mano, su agarre cálido y seguro. «Ven, vamos a mi habitación», añadió, su voz invitante y decidida. La seguí sin soltar su mano, mi corazón latiendo con anticipación y nerviosismo, sabiendo que estaba a punto de cruzar un umbral del que no habría retorno.
Entramos a su habitación, y ella dejó caer su bata de dormir al suelo, quedando desnuda frente a mí. «¿Qué esperas, cariño? Debes quitarte la ropa», dijo, su voz suave. Me comencé a desvestir, con mis manos temblando ligeramente, mientras ella se subía a la cama con Travieso. Me estaba desnudando mientras la veía acariciarlo, con una familiaridad que me hacía sentir excitado. Comenzó a hacerle sexo oral a su amante canino, sus movimientos rítmicos y sensuales, mientras yo permanecía de pie al lado de la cama, observando cada movimiento de su lengua y sus labios sobre el miembro de travieso.
Ella me miraba fijamente, sus ojos llenos de un deseo intenso y desafiante, sin dejar de chupar el miembro de Travieso. La combinación de su atención en mí y su concentración en darle placer a Travieso era hipnotizante. Cada movimiento de su cabeza, cada sonido que escapaba de sus labios, estaba sincronizado con su mirada, como si estuviera invitándome a unirme a ellos, a ser parte de esa intensa conexión. Me sentía atrapado en su mirada, incapaz de apartar la vista, mientras ella continuaba su ritmo, sus ojos nunca dejando los míos, incluso cuando sus movimientos se volvieron más rápidos.
Noté cómo mi miembro se puso erecto con solo verla. Me acerqué y me subí a la cama a su lado, mientras ella seguía en lo suyo, con algo de nerviosismo, comencé a acariciar a mi mamá por la espalda, bajando y recorriendo su trasero y muslos. Su piel era suave y cálida bajo mis dedos, y cada caricia me acercaba más a ella. Ella se apartó de Travieso y se giró hacia mí, a gatas sobre el colchón. Tomó mi pene y comenzó a masajearlo lentamente, sus movimientos suaves y tentadores. Luego, se inclinó y comenzó a chuparlo con la misma devoción con la que se lo había hecho a Travieso, su lengua y labios trabajando en perfecta sincronización, creando un placer intenso y abrumador.
Sentía cómo su lengua jugueteaba con mi miembro, cada movimiento de su boca enviando ondas de placer a través de mi cuerpo. En ese momento, Travieso se acercó y la montó. Ella dejó de chupar mi pene para girar y mirarlo, una sonrisa juguetona en su rostro. «Qué impaciente eres, amor», dijo, su voz teñida de diversión y deseo. Con una mano, lo ayudó a entrar en ella, guiándolo con una precisión que delataba su experiencia. La habitación se llenó con el sonido de sus gemidos y jadeos, Travieso comenzaba a moverse dentro de ella.
Sus movimientos eran frenéticos, como era costumbre de Travieso. Mi mamá gemía, pero mi pene en su boca ahogaba sus gemidos, creando un sonido húmedo y sensual. Sentía cómo la cama se movía con la intensidad de su apareamiento, cada embestida de Travieso haciendo temblar el colchón. Tomé a mi mamá de la cabeza, mis dedos enredándose en su cabello, mientras Travieso embestía con desesperación, sus movimientos rápidos y urgentes. La sensación de tener su boca alrededor de mi miembro mientras Travieso la penetraba era abrumadora, una mezcla de placer y excitación que me hacía difícil mantener el control.
Después de un momento, Travieso parecía haber terminado. Prueba de ello fue que se quedó quieto sobre mi mamá. Lo miré mientras intentaba bajar de ella, pero no le era posible, quedando pegado a ella. Mi mamá se quejaba cuando Travieso insistía en salir de ella. «Joder, amor, no jales», decía ella, su voz mezclada con dolor y frustración. Ambos se quedaron pegados por un instante más, Travieso quedando de lado sin poder salir de ella. A pesar de la incomodidad, mi mamá continuó chupando mi pene, su boca trabajando con la misma dedicación y deseo, como si nada más importara en ese momento. La sensación de su lengua y labios alrededor de mi miembro, combinada con la visión de Travieso pegado a ella, era una mezcla de placer y perversión.
Mientras ella seguía chupando mi pene, Travieso logró salir de ella, provocando que pegara un grito. «¿Estás listo para hacerme tuya?», me preguntó. «Sí, lo estoy, mamá», respondí. Ella me miró y, con algo de molestia, me dijo, «Cuando estemos en la cama, no me llames así. Me puedes llamar amor, mujer, o cualquier otro sobrenombre». «Te llamaré mi perra», dije, esperando su reacción. «Me parece bien», respondió, «va acorde conmigo». Riendo, añadió, «Venga, cariño, ya estoy lista para que me tomes». Se dio vuelta, dejando su trasero frente a mí. Aún podía ver cómo escurría por sus piernas los fluidos de ella y de Travieso. Me coloqué detrás de ella, la tomé por la cintura, admirando su sexo. «¿Qué sucede? ¿Sabes por dónde lo debes meter, verdad?», me preguntó. «Sí, solo que estoy nervioso», respondí. «Tranquilo, amor. Tú solo mételo y mueve tu cadera, poco a poco, agarras ritmo», dijo. Puse mi pene en su entrada y lo empujé, entrando poco a poco en ella, la sensación de estar dentro de mi mamá era abrumadora y excitante, una mezcla de tabú y deseo que me hacía sentir vivo y libre.
Sentía lo cálido y húmedo que era su interior, una sensación que me hacía perderme en la lujuria. Con mi falta de experiencia, comencé con movimientos torpes, pero poco a poco comencé a entender cómo debía moverme. «Así, amor, vas bien. Se siente rico tu pene», decía mi mamá, su voz entrecortada por el placer, sus palabras llenas de aprobación y deseo. Podía sentir un placer único que nunca había sentido, una sensación que me hacía perderme en el momento, cada fibra de mi ser vibrando con cada movimiento. La tomé con firmeza, mis manos agarrando su cintura, y traté de empujar con fuerza para meterlo por completo en ella. Mi mamá gemía de una forma muy deliciosa, sus gemidos resonando en la habitación, lo que me hacía perderme aún más en el momento. Comencé a acelerar mis caderas, haciendo que nuestros cuerpos sonaran con cada contacto, un ritmo que se volvía más intenso y urgente con cada segundo.
Era como si ambos cuerpos aplaudieran, festejando el acontecimiento de esa noche, cada choque de piel contra piel creando una sinfonía de lujuria y deseo. De repente, cambiaron de posición, y mi mamá se puso encima de mí, montándome con un control y una confianza que me dejaban sin aliento. «¿Qué bien lo haces, amor?», decía mi mamá, su voz llena de satisfacción. «¿Te gusta, perra?», pregunté, mi voz temblando de excitación. «Me encanta. No pares. Llevas un buen ritmo», me dijo, sus palabras alentándome a seguir, a perderme en ese momento de pura intensidad y placer compartido. Cada palabra de ella me impulsaba más, me hacía querer darle más, querer sentirla más cerca, querer que ese momento durara para siempre.impulsaba más, me hacía querer darle más, querer sentirla más cerca, querer que ese momento durara para siempre.
Me incliné sobre ella, haciendo que ambos cayéramos en la cama de lado. Ella levantó su pierna, abriéndose aún más para mí, y yo volví a meter mi pene en ella. Comencé a empujarlo nuevamente dentro de ella, mis movimientos más seguros y rítmicos ahora, guiados por el deseo y la necesidad de sentirla completamente. La sensación de estar dentro de ella desde este ángulo era diferente, más intensa, y cada empuje me acercaba más al éxtasis. Sus gemidos se volvían más fuertes, más urgentes, y yo podía sentir cómo su cuerpo respondía al mío, sus músculos internos apretándose alrededor de mi miembro, creando una fricción deliciosa y abrumadora. «Sí, así, amor», decía mi mamá, su voz llena de satisfacción y placer, «no te detengas, por favor, no te detengas».
Comencé a tocar sus senos, abrazándola sin dejar de empujar. Los presionaba y ella parecía gustarle. «Déjame darme vuelta», dijo, y quedé yo encima de ella, cambiando de posición. Ella abrió sus piernas y me dijo, «Ven, métemelo». Me acerqué y se lo metí, aprovechando la nueva posición para acariciar mejor sus senos y besarla apasionadamente mientras ella me abrazaba con sus piernas alrededor de mi cintura. Sus manos acariciaban mi espalda, sus uñas dejando un rastro de placer y deseo. No aguanté más y, sin poder controlarme, comencé a correrme dentro de ella. Sentí cómo mi cuerpo y el de ella tenían espasmos, una explosión de placer que nos dejó sin aliento. Una vez terminé, aún seguí sobre ella, mi mamá me acariciaba el cabello mientras yo aún seguía disfrutando lo que había sucedido, nuestros cuerpos entrelazados, nuestro aliento sincronizado, en un momento de pura intimidad y conexión.
«Y bien, amor, ¿qué tal estuvo?», me preguntó, su voz suave y satisfecha, mientras acariciaba mi cabello. Me quedé en silencio por un momento, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar la intensidad y el placer que había sentido. «Fue increíble, mamá», respondí finalmente, mi voz temblando ligeramente. «Nunca había sentido algo así. Fue… perfecto». Ella sonrió, una sonrisa cálida y llena de satisfacción. «Me alegra mucho, cariño. Sabía que sería especial», dijo, sus ojos brillando con una mezcla de amor y deseo. «Y esto es solo el comienzo. Tenemos mucho más por explorar juntos», añadió, su voz llena de promesas y anticipación. En ese momento, sentí una profunda conexión con ella, una mezcla de gratitud y amor que me hacía sentir completo y vivo. «Sí, mamá. No puedo esperar a ver qué nos depara el futuro», respondí, sabiendo que, sin importar lo que viniera, estaríamos juntos en cada paso del camino.
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