Descubriendo a Andrea
Primera parte.
Ya era de noche en la fiesta familiar y habían muchas personas en el patio rectangular en casa de una de nuestras tías lejanas. Nuestros parientes reían, bailaban, los más pequeños corrían jugando a las atrapadas. A esa hora la mayoría de los invitados ya estaban tomados, tías y tíos platicaban en las mesas y algunos bailaban cumbias y salsas de cajón que salían de una bocina de un sonidero.
Mi prima Andrea y yo estábamos sentados sobre el cofre de un carro viejo que estaba arrumbado en una esquina, nos cubrían un lavadero y varias macetas con plantas altas que hacían más oscuro aquel rincón. Sin mirarnos platicábamos de lo que veíamos desde donde estábamos, ella a pesar de sus siete añitos, y mientras yo estuviera ahí, ya no quería jugar con los demás niños, ya se juntaba con “los niños grandes” aunque yo era el único de doce años en la reunión. Desde hacía un tiempo, cada vez que nos encontrábamos me seguía a todas partes para hacer plática de lo que fuera, dejaba lo que estuviera haciendo para pegarse a mi lado. Eso me hacía sentir bien y en alguna forma admirado por ella como primo mayor. Su compañía era agradable y ella era muy despierta, aunque nunca la había visto de otra forma hasta ese día.
Su hermanito de 6 años se había quedado a cargo de ella mientras su papá cotorreaba con risas estruendosas cerca de la hielera de cervezas, en algún momento vimos que jugaba a las escondidillas y al siguiente ya no estaba a la vista, aunque los otros niños estaban juntos en una bolita por allá. Ella lo buscó con la mirada e interrumpió lo que estaba diciendo. Dijo -Espérame, déjame ver dónd…- Soltó un gritito mientras intentaba aferrarse con brazos y piernas a la parte resbaladiza del cofre, se había impulsado hacia adelante para bajarse pero a último momento sintió que el suelo estaba muy lejos, el carro era de esos antiguos que parecen camionetas modernas, al menos en altura. La alcancé a agarrar con mi brazo derecho en un movimiento reflejo en cuanto oí su gritito. En eso vi que mi mano había caído en su entrepierna.
Nos volteamos a ver, ella con sorpresa y yo con pena, se agarró a mi brazo mientras la jalaba para arriba. Al subirla tuve que presionar aún más mis dedos contra su vaginita, sentí que estaba calientita. Ella usaba ese día un pescador de franela muy pegadito y delgado, la tela suavecita me hizo sentir en todo su esplendor su rajita y sus labios rechonchos. La dejé donde no se resbalara y miré alrededor para asegurarme si, porque podía jurarlo, alguien vió lo que pasó. Para mi alivio ninguna persona nos observaba, sólo a unos metros adelante estaba un señor gordo sentado de espaldas a nosotros, él ni siquiera había escuchado el chillido por el volumen de la música. Sentí que mi cara se ponía roja de vergüenza porque los dos crecimos en una familia religiosa tradicional, donde cualquier indicio de erotismo era muy mal visto. Cual fue mi sorpresa, cuando continué la conversación como si nada hubiera pasado, de reojo me dí cuenta que estaba sonrojada y agachada. Me sentí mal por ella, en todo caso había sido un accidente, no hicimos nada malo. Incluso creí que ella iba a llorar.
De inmediato la distraje, le dije -¡Mira, ahí está tu hermano!- señalando al niño de corte de honguito que corría de nuevo por ahí. Mi prima se recobró aún rojita y con los codos entre sus muslos. Me siguió la plática sin que hiciera caso a lo último que le dije, pero su tono de voz era un poco más serio. En ese instante ambos sabíamos que algo había cambiado, tanto su puchita como mi mano sintieron un clic eléctrico que nunca imaginamos pudiera pasar entre nosotros. Ni sus cabellos castaños chinos, sus ojos miel, su piel apiñonada, ni su complexión delgada me habían llamado la atención hasta ese momento, a pesar de que yo ya había tenido algunas experiencias sexuales previas con amigas del colegio y no estaba tan perdido al respecto. Como siempre nos habíamos llevado bien nunca nos vimos con morbo o con deseo, al menos no de mi parte, pero ahora que han pasado años pienso que tal vez era cuestión de tiempo para que sucediera algo así, sobre todo por la conexión que manteníamos. Sólo alguien tenía que dar el primer paso. Y ella estaba a punto de hacerlo.
Pasaron algunos minutos sin que habláramos, mientras yo estaba aún procesando el hecho de que mi prima pequeña me gustaba. Terminé por creerlo cuando de repente preguntó -¿Qué vas a hacer mañana?- Parecía más alegre y noté cómo sus ojos regresaron a su usual apariencia entrecerrada, característica del tipo rasgados. No me había dado cuenta de la manera en que esta clase de ojos la hacían parecer más segura de si misma, más mayorcita, y carajo, muy sexy. Sinceramente me estaba poniendo nervioso, ya no la estaba viendo como hacía unos minutos. Le respondí -Voy a ir a metro Pino Suárez con mi mamá a comprar una mochila nueva para ahora que regresemos a clases, estaba pensando… Eh…- Balbuceé -Si, a lo mejor… Eh… Te gustaría acomp…-. Mientras decía esto y ella escuchaba atentamente, su cuerpecito se estaba yendo de nuevo para abajo. La escena fue algo cómica porque no me quitaba los ojos de encima y seguía sonriendo a la vez que se caía. Soltó otro gritito, uno más fingido que el anterior, y de nuevo la caché de su entrepierna tirando un poco más a su muslo interior izquierdo. Sonreí como tonto cuando la jalaba otra vez hacia arriba y la ponía en su lugar. -¡¿Qué está pasando?!-pensaba yo. Me dijo -¡Ah!, pero me tienes que agarrar bien, si no, no vale-. Mi paja mental se fue al cielo con la fuerza de mil soles. ¿Con que ese sería el juego, eh? Para ese punto mi calentura y mi morbo pasaron en un instante de cero a cien, no podía creer en lo que mi primita estaba intentando hacer. Me propuse tratarla como a cualquier otra chica de mi edad, como lo hacen los niños mayores. Le pregunté con voz calmada -¿Entonces, así?- Y le estrujé arriba y abajo, metiendo mis dedos a fondo y rozando su panochita hasta la altura de su anito. Apretando la boca me dijo que sí con la cabeza. -¿Verdad que me vas a agarrar cada vez que me caiga?- Me preguntó haciendo su voz más infantil y una mirada de niña regañada. Hasta ese momento yo aún no producía líquido seminal, no podía correrme, de lo contrario me hubiera venido en seco al escuchar lo que acababa de decir. Era un juego tonto pero ella lo estaba jugando bien y también sabía exactamente lo que estaba haciendo.
-Depende- le dije sin quitar mi mano. -Si me das un beso cada vez que te caigas, lo haré-. Me sonrió y me dijo -¡Ok!- mientras contraía sus piernitas hacia su pecho porque había comenzado a sobarle en círculos con mis dedos en donde creía yo que estaba su clítoris. Me apartó la mano riendo y seguimos platicando, la terminé de invitar a acompañarme al día siguiente, le dije que también iría mi hermana, que es de su edad y las dos se llevan bien, pero me dijo que no podía porque tenía que salir con su mamá a casa de bla-bla-bla-bla… Ya no la estaba escuchando, sólo pensaba en tomarla de nuevo de su colita al momento en que comenzara a “caerse”, lo cual sucedió algunos segundos después. Otra vez sentía lo calientito entre mis dedos, ahora le hacía movimientos repetitivos hacia arriba con las yemas de mis dedos y ella se prensaba más de mi brazo. Soltó un leve gemido y se empezó a reír sola. -¿Y mi beso?- le exijí. Me acercó su boca cerrando los ojos y le estampé mis labios contra los suyos. Se sentía muy bien y nos sonrojábamos otra vez, ahora no por vergüenza, sino porque disfrutábamos el gustarnos. Ya no nos importaba si nos veían, nuestro rinconcito oscuro era nuestro y a final de cuentas todos estaban en lo suyo, -No, no vale. A mí me gusta besar de lengua- le dije. -Pero es que yo no sé. ¿Me enseñas?-.-Ok- me arrimé hacia ella y le rodeé la cintura con mi brazo. -Este no cuenta, es el de prueba para que aprendas-.-Sí, está bien-. Cerró los ojos y nos acercamos de nuevo, esta vez despacio, le abrí su boquita con la mía y comencé a buscar su lenguita hasta que nos tocamos. Le apreté su cintura con mi brazo repegándola hacia mi mientras nos acariciabamos las lenguas, noté que su boquita era más pequeña que la mía y eso me prendió aún más. Terminé de saborear su saliva y nos separamos. No supe qué decir y me quedé viendo al horizonte pensando en lo rico que se sintió eso.
El juego continuó la siguiente media hora. Ella caía, yo la levantaba mientras le sobaba más duro su rajita, me tomaba del brazo mientras sentía placer en su botoncito, nos besábamos, repetíamos. Me miraba con ojos de súplica cada vez que sentía rico, en una ocasión le tomé con ambas manos su colita apretando por enfrente y sus nalgas por atrás. También una vez la sostuve de su pecho para tocar sus senos pero eran inexistentes, aunque noté que sus pezones estaban erectos. Pude explorar su cuerpecito las veces que ella quiso y los dos sabíamos que el siguiente paso no lo podíamos ejecutar ahí, debíamos estar en privado. Me bajé del carro, le dije que tenía que ir al baño y me fui. Estaba sintiendo las bolas como si me fueran a explotar, era la primera vez que me dolían así. Quería jalármela en el baño para liberar tensión pero no me sentía cómodo con tanta gente y tanto ruido. Además, creía que el dolor podía empeorar. Lo dejé así, meé y me fui.
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