Deseo familiar (parte 1)
Así fue como comenzó todo entre mi esposa, nuestra hija y yo..
Mi nombre es Diego, tengo 35 años, y les contaré cómo comenzó todo el tema del incesto en mi familia.
Para describirme un poco, mido 1.85, cabellos y ojos café, no soy ni muy delgado ni gordo, piel blanca, pene tamaño promedio (llega a medir unos 15 CM estando erecto). No me considero un tipo de cuerpo atlético, aunque tampoco me veo mal.
Desde que tenía 20 años, me había llamado la atención el hecho de las relaciones sexuales entre familiares; aunque no tuve nada similar con mis padres, y siendo hijo único, sólo podía imaginar y fantasear con esos temas. Me había propuesto una cosa en la vida: conseguir una pareja que tuviera las mismas fantasías que yo.
Fue así que a los 21 años, conocí a Pamela, dos años menor que yo, en un chat sobre fantasías sexuales. Ella me contó que también deseaba formar una familia incestuosa, sin tabúes ni restricciones en lo que respecta al sexo. Además, era una chica hermosa, y casi que sigue manteniendo su figura aún tras 15 años de conocernos: mide 1.53, cabellos castaños claros, ojos azules, piel blanca, cuerpo de tipo reloj de arena, tetas de tamaño moderado, pezones rosados, culo redondo, respingón y maravilloso.
A los dos años de habernos conocido, decidimos convivir juntos, y, al año siguiente, quisimos tener un bebé. Así fue como nació Lucía, nuestra hija, pero les hablaré de ella en un momento.
En los primeros años de convivencia, mientras nuestra hija crecía, Pamela y yo hicimos de todo; tríos, doble penetración, asistimos a orgías, fuimos swingers por un tiempo, mejor dicho, ¿Qué nos faltó hacer? Sólo una cosa: aquello que nos había unido en aquel chat.
Para cuando Lucía tenía 5 años, empezamos el plan para naturalizar el sexo en cualquier parte de la casa, dejando que nuestra pequeña hija nos viera si nos encontrara en pleno acto, sin forzar nada, sólo dejando que pasara.
Al principio, Lucía preguntaba que qué hacíamos, y nosotros, sin detenernos, le íbamos explicando sobre el sexo, la masturbación y todos los temas sobre los que ella deseaba saber, en términos que pudiera entender. De este modo, íbamos creando un hábito de dejar que nos viera y supiera que todo aquello era lo más natural del mundo. Es más: siempre añadimos que si ella deseaba tocarse viéndonos, podía hacerlo sin dudar. Además, le decíamos que cuando tuviese las ganas, nosotros la iniciaríamos en el sexo.
Más o menos hasta los 8 años, nuestra hija prácticamente hacía caso omiso al encontrarnos teniendo sexo en cualquier parte de la casa. Por ejemplo, si nos veía en la cocina, y ella quería comer algo, simplemente pasaba por al lado, buscaba lo que deseaba comer y se iba al comedor, sin decir nada, como si nada raro sucediera.
Ya a sus 9 años, cada tanto decidía acompañarnos en donde nos encontraba comiéndonos, masturbándose sin quitarnos los ojos de encima. Eso sumaba un morbo extra al momento del acto sexual entre Pamela y yo, haciendo que mi esposa llegara más rápido al orgasmo. Aún así, seguíamos con nuestro plan, sin insistir, pero recordándole a Lucía que podía contar con nosotros cuando deseara experimentar el sexo.
No fue sino hasta que Lucía cumplió sus 12, cuando el momento había llegado. Como nuestra hija había empezado a ver porno más seguido, y comenzaba a masturbarse metiéndose un dedo, supimos que, para evitar que se hiciera daño metiéndose algún objeto peligroso, decidimos regalarle su primer vibrador, de unos 12 CM de largo y no muy ancho. A ella le había encantado el regalo, y Pamela se había tomado varios momentos para enseñarle a usarlo, haciendo la demostración con un vibrador un poco más grande que a veces usábamos ella y yo para nuestros momentos de pasión.
Lucía había aprendido rápido, así que cada vez que tenía ganas de hacerlo, nos acompañaba, mirándonos teniendo sexo, mientras ella se metía ese juguetito deliciosamente en su pequeña vagina. No lo había pensado en profundidad hasta entonces, pero nuestra hija, además de estar entrando en la etapa adolescente, empezaba a tener un cuerpo similar al de su madre.
Aunque con incipientes pechos que apenas se asomaban, nuestra hija había heredado una a hermosas caderas como las de su madre. Para entonces, media 1.48, piel blanca, ojos azules y cabellos café. Sus nalgas tenían ese atractivo juvenil tan hermoso, que nos hacía mirarla más seguido cuando andaba con ropa ajustada o en ropa interior por la casa. Y su rosada vulva, apenas tenía unos pocos vellos púbicos rubios que se notaban sólo si se los miraba de cerca.
Al poco tiempo de haber empezado a jugar con el vibrador que le habíamos regalado, Lucía nos había hecho esa tan añorada petición que habíamos tenido por tantos años.
En plena faena dentro de nuestra habitación, yo le estaba dando en cuatro a Pamela, mientas Lucía, sentada sobre la cama a un lado de nosotros, se metía con ganas el vibrador en su rosada vagina. Tras el primer orgasmo que tuvo mí esposa esa noche, nuestra hija dijo etsas gloriosas palabras:
– ¡Ok, es mi turno! – sentenció con total seguridad. Supimos que en ese momento se sentía lista, así que sin dudarlo, decidimos integrarla a nuestros momentos íntimos
Había dejado su vibrador a un lado y se había acomodado rápidamente frente a mí, acostada boca arriba, mientras mi esposa se hacía a un lado y, sacando su vibrador personal, se había preparado para vernos en acción.
Los tres teníamos esa sonrisa de complicidad al llegar el momento, que casi no mediamos palabra alguna.
Al abrir sus piernas, Lucía se quedó mirando mi mojado y duro pene, como preguntándose sí eso podría caberle.
– No te preocupes, preciosa. Lo haré con cuidado, de a poco. Quiero que lo disfrutes mucho, así que si necesitas que me detenga, sólo dilo, ¿Está bien?
– Sí, papi – respondió emocionada.
Me ubiqué sobre ella, tomé mi pene y, luego de un rato de roces, comencé a empujarlo dentro de su vagina. Afortunadamente, como ya estaba bastante entrenada tras recibir ese vibrador dentro suyo, mi grueso pene no tardó en entrar. Lucía dejó exhalar un dulce suspiro; yo tenía ganas de meterlo más profundo, pero me controlé y sólo lo metí hasta la mitad, metiéndolo y sacándolo lentamente.
No habremos estado ni cinco minutos así, cuando ella dijo;
– Mételo todo, papá.
– Está bien, bebé. Aquí vamos
Por dentro, me sentía en la gloria. Mi pelvis empujó hasta el fondo, y Lucía dejó salir un excitante gemido, con su voz aún tan joven. Yo estaba volando, y sé que ella también.
Continué así, a ese ritmo lento, por unos minutos más. Quería asegurarme de que ese momento fuera memorable para los tres; el momento en el que nuestra hija era desvirgada por su padre. Pamela lo estaba gozando también, mientras se metía ese vibrador grande, nos miraba y con la otra mano presionaba sus tetas.
Con toda la fuerza de voluntad que pude tener en ese momento para no eyacular tan pronto, aumenté la velocidad y la fuerza de penetración. Lucía se había sujetado a mi cintura mientras, con los ojos cerrados, sonrojada, gemía cada vez más fuerte. Yo le seguí con el gemido, y mi esposa también.
Era un maravilloso coro de gemidos muy excitantes, que sólo se hacía más delicioso con el sonido de mi pene entrando y saliendo de la extremadamente mojada vagina de Lucía, y del intenso jugueteo de mi esposa con su vibrador.
Dos minutos más y llegó el momento: nuestra hija había empezado a arquear su espalda, se sostenía agarrando firmemente las sábanas; sus gemidos se hicieron muy agudos. Supe que estaba teniendo un orgasmo, así que bajé la velocidad para no acabar aún, y dejé que se recuperara de sus espasmos orgásmicos.
Pamela se deleitaba viendo a su pequeña llegando al clímax. Intercambiamos miradas de complicidad, estábamos sonrientes y felices de haber conseguido ese momento. Pero eso no había terminado.
Tras recuperarse, Lucía estaba bastante sonrojada, con un leve sudor en su cuerpo, y con una sonrisa de oreja a oreja.
– Eso fue… Ufff – fue lo que atinó a decir tras recobrar el aliento – Dame otro, por fa.
Yo no sentía otra cosa más que deseo profundo por esas palabras.
– Claro que sí, mi amor. Pero esta vez, acabaremos juntos.
Ella asintió, mirándome con picardía, y luego llevando la misma mirada a su madre.
Comencé con el movimiento otra vez, sólo que empujando con mayor fuerza, haciendo que la cama crujiera un poco. El sonido celestial de sus gemidos, junto con los de Pamela, me acercaban cada vez más al clímax. Más velocidad, más fuerza; nuestros cuerpos chocaban con ardor.
Noté que estaba por llegar al orgasmo cuando Lucía retuvo su respiración y se agarró fuertemente de las sábanas nuevamente. «Es el momento», me dije. Le di con todo, gimiendo fuertemente, hasta que alcanzamos el orgasmo, incluyendo a mi esposa que estaba dándose duro con su juguete.
Fue inefable. Llené la pequeña vagina de mi hija con mi semen, y un coro de gemidos intensos llenó la habitación. Luego de recuperarnos, saqué mi pene y contemplé su pequeña vagina botando semen.
Inmediatamente, mi esposa se interpuso y me hizo a un lado para ponerse debajo de Lucía. Sin mediar palabra, pasó su lengua por la vulva de nuestra hija, saboreando nuestros flujos. Si no hubiera eyaculando antes, estoy seguro que esa escena me hubiera hecho acabar.
La vasectomía que me había hecho hacía cinco años me permitió llenar a Lucía de semen, sin preocuparnos por embarazarla. Pamela y yo ya habíamos tenido esa hija tan deseada, así que desde ese momento, mi semen sólo sería útil para gozar con nuestros momentos íntimos.
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