Deseo Familiar (parte 3)
Se acercaba el Día del Niño, y ya teníamos el regalo perfecto para Lucía..
El siguiente fin de semana, más precisamente el día en que se celebraba la niñez, mi esposa, Lucía y yo fuimos de paseo al centro comercial más cercano. Yo vestía una camisa blanca, unos jeans y zapatos café, mientras que Pamela y nuestra hija decidieron ir vistiendo el mismo conjunto: un crop top de tiras color blanco, sin brasier por debajo; unas faldas color rojo a cuadros color estilo colegialas, medias tipo bucaneras tres cuartos color negro que les llegaban a los muslos, y zapatos negros. Se veían preciosas, caminando de la mano, mirando las vidrieras a su alrededor. Las dos parecían ser hijas mías, y me encantaba pensar en ello.
Las jugueterías estaban llenas de niños y padres, comprando toda clase de regalos, pero no nos detuvimos en ninguna. Continuamos caminando hasta una tienda de ropa femenina e ingresamos en ella. Pasamos al menos una hora allí, mientras Pamela y Lucía escogían ropa que las hacían lucir jóvenes y muy sexis: denim shorts, faldas cortas, leggings, camisetas cortas al ombligo, entre otras. También, fuimos hasta la zona de ropa interior, donde escogieron lencería erótica variada: brasieres, tangas, cola-less, babydolls… Ambas parecían dos niñas en una juguetería, y cada vez que las veía escogiendo ropa, me miraban con mucha picardía. Me sentía el hombre más afortunado del mundo.
Almorzamos, paseamos otro rato más y luego volvimos a casa. Ya eran las 6 de la tarde, y al ingresar a casa, Pamela le dijo a nuestra hija:
– Ven, mi amor. Vamos a llevar todo esto a nuestras alcobas – y le tomó su mano, llevándola por la escalera mientras ambas subían con varias bolsas cargadas de ropa.
Yo las seguí por detrás, admirando sus piernas tal deliciosas que se dejaban ver sugerentemente por debajo de sus faldas.
Al abrir la puerta de su alcoba, Lucía quedó sorprendida al ver un regalo de gran tamaño colocado sobre su cama. Esbozó una sonrisa de oreja a oreja, expresando un suspiro de alegría. Pamela y yo nos quedamos en la entrada de la habitación, mientras veíamos a Lucía acercárse rápidamente a ese enorme regalo, quitándole el papel con ansias.
Lucía miró con emoción su nuevo juguete. Era un enorme oso de peluche, de más o menos un metro cincuenta de alto, bastante ancho, y con una peculiaridad: traía incorporado un arnés en su cintura, y sobre éste, sosteniéndolo, un dildo vibrador de unos quince centímetros.
– ¡Quiero probarlo! – dijo mi pequeña, saltando de emoción sobre la cama.
– No hijita, aún no – le dije en son de jugueteo -. Primero, vas a tener que modelar para nosotros lo que compraste de ropa interior.
– Está bien, papi. Lo que ordenes. – respondió con una risita.
Pamela y yo nos acomodamos sobre la cama, y mientras Lucía se cambiaba de ropa detrás de un biombo que había en su habitación, nos besábamos y tocábamos sensualmente. Además, pusimos música relajante y sensual para ambientar la ocasión.
Lucía iba desfilando por toda la habitación, vistiendo su encantadora lencería nueva. Pamela y yo nos comenzamos a masturbar mientras veíamos a nuestra pequeña pasearse de un lado hacia el otro, cambiando de lencería cada cinco minutos. Si había algo que adorábamos los dos era morbosear a nuestra hija, y sí que teníamos motivos para hacerlo; esa lencería mostraba los maravillosos atributos que nuestra pequeña ya tenía a tan corta edad.
Ya para su último desfile, en el cual vestía un babydoll negro ajustado a su tamaño, con unas tangas de encaje preciosas, Lucía se había montado a la cama, acercándose en cuatro lentamente sobre el oso de peluche, fijando la mirada sobre ese erecto juguete que esperaba con ansias penetrarla. Mi esposa estaba de un lado del peluche, y yo del otro lado, para cuando Lucía decidió subirse a él y comenzar a bailar sensualmente sobre su miembro.
Para entonces, Pamela y yo estábamos desnudos completamente. Nos deleitamos viendo a nuestra pequeña belleza moverse con sensualidad sobre el dildo, mientras acariciábamos su caliente cuerpecito. Cada tanto, giraba su cabeza para darse besos de lengua con su mamá, y luego hacía lo mismo conmigo. En un momento, mientras Lucía me besaba y yo acariciaba sus pequeños pechos por sobre su babydoll, Pamela se incorporó por detrás de Lucía, se inclinó y comenzó a chuparle el miembro a ese gran oso de peluche. Lo hacía con una exquisitez hipnotizante, llenando de saliva cada parte de él para dejarlo bien lubricado.
La escena siguiente fue aún más excitante: Pamela pidió a nuestra hija que se acomodara para quitarle las tangas, y luego de hacerlo, tomó con una mano la cadera de Lucía, y con la otra sostuvo el grueso juguete. Lucía entendió el mensaje, e instintivamente fue bajando para dejar que el peso de su cuerpo le permitiese al dildo meterse en su ya mojada vagina. Al ser un juguete del tamaño que mi pene, no tuvo inconvenientes en recibirlo dentro.
Mientras subía y bajaba, abrazándose a aquel oso de juguete, Lucía cerraba los ojos y disfrutaba cada vez que sentía su miembro entrar y salir. Pamela la ayudaba a moverse, mientras le susurraba:
– Con él te divertirás mientras papi y yo estemos fuera de casa, bebé. Gozarás con él todo lo que quiera, cuando quieras y donde quieras. Este se convertirá en tu juguete favorito, ya verás.
– Ah… sí mami… Mmm…. Creo que ya es mi juguete… fa… favorito… ¡mmm!
Yo disfrutaba tan magnífica escena y me masturbaba. Mi esposa sostenía con ambas manos las caderas de nuestra hija y la hacía bajar cada vez con más fuerza. Me acomodé de otra forma y tuve una maravillosa perspectiva en la que la vagina de Pamela estaba goteando de tan excitada que estaba, mientras que, un poco más adelante, se veía cómo ese miembro de caucho se hundía y luego se dejaba ver muy mojado, empapado en los flujos de Lucía.
Con un control remoto, Pamela activó el vibrador de ese dildo, y Lucía comenzó a gemir con fuerza. Yo ya no aguantaba más, así que me puse detrás de mi esposa, la puse en cuatro y le penetre esa mojada vagina como una bestia salvaje. Lucía bajaba duramente sobre su nuevo juguete favorito por cuenta propia, y junto a Pamela, ambas dejaban salir un coro de gemidos demasiado excitantes. Pamela y yo teníamos la mirada fija en nuestra hija gozando con ese oso de peluche.
Mi esposa puso el vibrador a máxima potencia, y vimos que Lucía casi no podía mantener el ritmo de su movimiento. Comenzó a temblar y a agitarse. Sus gemidos se agudizaron, y de pronto se aferró tan fuertemente a ese oso que pensamos que lo rompería. En medio de su orgasmo, yo le empecé a dar con mucha fuerza y rapidez a Pamela, logrando acabar casi al mismo tiempo. Mis dos bellezas gimieron con fuerza al llegar al climax, y yo di un gruñido potente, mientras sentía que la vagina de mi esposa se llenaba con mi semen, para posteriormente gotear por los bordes y caer en la cama.
Fueron varios minutos en los que decidimos descansar, echados en la cama. Pamela quedó abrazándome, mientras que Lucía quedó recistada frente al oso, aún con sus piernitas sobre las gruesas patas del lujurioso animal de peluche. Estábamos agitados, acalorados y complacidos.
Quince minutos después, Lucía se levantó y volvió a montarse sobre ese afortunado oso. Al verla sobre él, Pamela no tardó en volver a activar el vibrador del dildo, a potencia media. Nuestra hija comenzó nuevamente a moverse con ansias sobre el oso, y no tardó en empezar a gemir.
– Parece que a nuestra hija le encantó su regalo – le dije a Pamela, en voz baja.
– Sí, aunque no será el único regalo de este tipo que le daremos – respondió ella con una pícara expresión.
Mi esposa podía ser muy morbosa cuando se lo proponía, y yo sabía que tenía otros planes para que disfrutemos con Lucía. Sin embargo, decidí no preguntar, y mi esposa pareció tener la misma idea. Ambos continuamos disfrutando lo que teníamos a la vista: nuestra pequeña hija montándose sobre su juguete favorito, gimiendo y mojándose cada vez más.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!