Deseo familiar (parte 4)
Una nueva pequeña integrante que hará parte de nuestra morbosa familia..
Cierto día, estábamos almorzando Pamela, Lucía y yo, hablando de todo un poco. En un momento, Lucía le preguntó a su mamá:
– Mami, ¿puede venir Camila a pasar la noche conmigo mañana?
Pamela no respondió de inmediato. Me dirigió la mirada, como si estuviera pensando qué responder. Supe por qué quedó tan pensativa, así que los pondré en contexto.
Resulta que desde que recibimos el incesto como algo normal dentro de nuestra familia, teníamos una regla muy clara: nuestra casa es un lugar donde se podía practicar el sexo de manera libre, sin tabúes ni límites, mientras todo sea consensuado todas las partes involucradas.
Es por ello que, sea con quien sea, si a alguno de nosotros le daba la gana de tener sexo con quien quisiera dentro de los confines de nuestro hogar, incluyendo el garaje, la azotea o la zona verde, podía hacerlo sin dudarlo. Esto significaba que era normal que, un día cualquiera, mi esposa le estuviera lamiendo el clítoris a nuestra hija en la sala; que Pamela y yo estuviésemos en plena faena sobre el mesón de la cocina, mientras Lucía sólo pasaría a buscar algo de comer o beber; que Lucía me estuviese chupando el pene mientras trabajo con el computador en mi oficina; o que los tres estuviésemos divirtiéndonos en un trío apasionado en la zona verde, al lado de nuestra piscina.
Volviendo al momento del almuerzo, mi esposa finalmente le dijo a Lucía:
– Bueno… Es que sabes… sabes cuál es nuestra forma de ser dentro de la casa, hijita. ¿tu amiguita sabe sobre ello?
Con total naturalidad, como si estuviesen hablando de la tarea escolar, Lucía respondió:
– Sí mami. Ella es mi mejor amiga, y le he contado todo. – bebió un trago de su jugo de naranja, y sabiendo lo que su mamá diría, retomó la palabra inmediatamente -. Pero no te preocupes. Camila es casi tan abierta en estos temas como yo, y sabe que no todo el mundo lo acepta de la misma forma. Así que me prometió no decírselo a nadie, ni siquiera sus padres.
Oir esas palabras nos trajo un poco de alivio. A decir verdad, sería la primera vez que Lucía traería a una invitada a la casa, y la verdad no sabía nada de su mejor amiga. Lucía sabía que debía ser muy discreta con la forma en que abordamos el incesto en nuestro hogar, y sé que no se lo contaría a nadie a menos que realmente estuviera segura de que no nos traería problemas. De todos modos, y para traer mayor tranquilidad a la situación, decidí preguntar:
– Hijita, y ya que mencionaste que ella es casi ya abierta como tú, ¿no se perturbaría si en algún momento nos encuentra teniendo sexo?
– Claro que no, papi – dijo sonriendo, y añadió: – Ella me ha contado que encontró varias veces a sus padres haciéndolo, y no le pareció raro ni incómodo. Es más, te contaré algo más: Cami y yo nos hemos… tocado y besado en los baños del colegio varias veces. Descubrí que le gusta experimentar.
Terminó esa frase y dio una risita de complicidad, mirando a Pamela, quien le devolvió la sonrisa. Supe lo que cruzaba por su mente, así que, además de tranquilidad, pensé en que esto significaría una posibilidad de llevar nuestra lujuria al siguiente nivel.
Al día siguiente, Pamela se quedó a trabajar en casa, finalizando su turno a las 5 PM. Luego, se subió a su auto y condujo hasta el colegio para buscar a Lucía, como solía hacerlo. Por otro lado, yo debía trabajar en la oficina ese día, así que al terminar mi turno, conduje mi auto de regreso a casa.
Siendo las 6 PM, llegué a casa y me recibió Pamela con un beso. A los pocos segundos, bajó Lucía por las escaleras, seguida de su mejor amiga. Lucía me abrazó y me dió un beso en los labios, tal como lo hacía mi esposa al recibirme.
– Papi, ella es Camila – dijo Lucía, presentándome a su amiga.
– Mucho gusto, señor – respondió Camila, con mucha educación, acercándose y dándome un beso en la mejilla.
Sentí los cálidos labios de aquella niña, muy probablemente de la misma edad que mi hija. Le sonreí y le dije «el gusto es mío», como si estuviera coqueteándole. ¡Y no era para menos! Si hubieras visto a esa niña, no hubieras tenido una reacción diferente.
Ella era casi de la misma estatura que Lucía, delgadita, de unas piernas increíbles que de dejaban ver debajo de la falda de su uniforme escolar. Tenía las caderas bien marcadas, hombros angostos, piel blanca, cabello corto color castaño, pechos moderados, ojos verdes encantadores, labios rojos y perfectos. Sí, era una niña preciosa.
– Ven, volvamos a mi alcoba – le dijo Lucía a Camila.
Ambas subieron rápidamente por las escaleras, y mientras lo hacían, me quedé admirando sus figuras hasta que se perdieron de mi vista.
– Es muy bonita, ¿verdad? – inquirió sonriente mi esposa, al notar cómo miré a la amiga de Lucía.
– Mucho, sí – respondí devolviéndole la sonrisa, con un dejo de complicidad -. Quizá esta noche tengamos suerte.
Pasó aproximadamente una hora, cuando llegó el mensajero y me entregó las pizzas que había pedido para la cena.
– ¡Niñas, vengan a comer! – llamó mi esposa en voz alta, desde abajo de las escaleras.
A los pocos segundos, las niñas, quienes de habían cambiado de ropa, bajaron charlando y riendo. Me quedé viéndolas mientras bajaban, pues las pijamas que traían puestas las hacían ver muy sexis.
Lucía llevaba un crop top rosado que apenas subía por encima de su ombligo; y por debajo, llevaba unos panties estilo cola-less blanco con florecitas estampadas, destacando su niñez y a la vez su sensualidad. Por otro lado, Camila traía una especie de camisón de tiras, apenas cubriendo sus nalgas, dando la sensación de desnudez por debajo. Deseaba ver qué había debajo de ese camisoncito que destacaba sus maravillosas piernas y sus nacientes pechos.
Mi esposa, las niñas y yo disfrutamos de las pizzas en la sala de estar, mientras el televisor nos ofrecía una película de acción. Luego de haber terminado de cenar, nos quedamos mirando el resto de la película, la cual tenía algunas escenas eróticas muy sugerentes.
Durante esas escenas, noté que Lucía, estando ubicada por detrás de Camila mientras la abrazaba, deslizaba sus manos por las piernas de su amiga, y en ocasiones las llevaba hasta su entrepierna. No pude evitar tener una erección al ver esa escena, y lo que hice simplemente fue bajarme el pantalón, los boxers y comencé a masturbarme.
Mi esposa fue la primera en ver lo que estaba haciendo, y al verme muy excitado, con mi pene duro y venoso siendo frotado por mi mano, simplemente se levantó del sofá, se acercó a mi sillón, se arrodilló y comenzó a chupármelo. Las dos niñas se quedaron mirándonos, y pude observar que Lucía le susurró algo a Camila, sin quitarnos la mirada a Pamela y a mí. Les sonreí y ellas a mí, y para unirse a la ocasión, noté con agrado que Lucía deslizaba su mano por debajo de las panties de Camila, frotando su vulva, mientras que con la otra mano, metida debajo del camisón, le acariciaba los pechos.
Camila estaba respirando con excitación, y su carita parecía expresar sorpresa al mismo tiempo, viendo cómo mi esposa se deleitaban con mi miembro. De tanto en tanto, la mirada de esa niña se fijaba en los ojos, y aunque no dijo nada, sabía que estaba disfrutando lo que veía, al mismo tiempo lo que sentía por parte de Lucía.
Estuvimos así unos minutos, cuando mi esposa, quien sólo llevaba una camiseta y unos shorts, me hizo un pequeño striptease, quitándoselo todo. Yo le seguí el juego, y terminé de quitarme el pantalón por completo y la camiseta, quedando ambos completamente desnudos. Pamela me dio la espalda, y se fue sentando sobre mi pene, dejando que penetrara su vagina. Luego, apoyó el resto de su cuerpo sobre el mío, y comenzó a moverse muy sensualmente, de arriba hacia abajo y en círculos.
Mientras estábamos siendo el centro de ese espectáculo, las niñas no quisieron quedarse atrás. Dejando que sus instintos se apoderaran de la situación, decidieron dejarse llevar. Camila se había levantado, mientras Lucía quedó sentada frente a ella en el sofá. Nuestra hija fue bajando las panties de su mejor amiga, mirándola con deseo, y posteriormente le ayudó a quitarse el camisón. Ver a esa niña desnuda aumentó mi excitación, y tanto mi esposa como yo nos deleitamos con la vista que teníamos frente nuestro.
Correspondiendo de la misma manera, Camila tomó las manos de Lucía, ayudándola a pararse. Sus manos de deslizaron por debajo del crop top de nuestra hija y se lo fue quitando hacia arriba. A continuación, se arrodilló frente a Lucía, tomó los bordes de su cola less y se la bajó de una vez, dejándola desnuda frente a nuestros ojos. Ante la excitación, las dos niñas comenzaron a besarse apasionadamente, mientras exploraban sus cuerpos con sus manos, con la inexperiencia que caracterizaba a dos niñas apenas empezando en el juego del sexo, pero que hacían notar el inmenso deseo entre ellas.
Pamela gemía suave y excitadamente, mientras yo le amasaba esas preciosas tetas. Nuestras miradas seguían fijas en las dos niñas, quienes con total naturalidad hicieron un espectáculo aún más lujurioso que el nuestro.
Lucía tomó el control e hizo que Camila se recostara a lo largo del sofá apoyando su cabeza sobre uno de los apoyabrazos. Sin más, abrió sus piernas, las sostuvo desde los muslos y comenzó a lamer su vulva con tal deseo que sus lamidas sonaban del mismo modo que un perro tomando agua. Era indudable que Camila estaba muy mojada, y seguramente Lucía también. Al mismo tiempo, Camila, dejándose apoderar de sus gemidos tan tiernos, llevó una de sus manos a la cabeza de Lucía, acariciando su pelo, mientras que su otra mano frotaba con ganas sus pechos.
Dos niñas de esa corta edad, disfrutándose la una de la otra, gimiendo con sus vocecitas tan jóvenes, lograron que Pamela y yo nos excitáramos enormemente. Mi esposa aumentó la velocidad de sus movimientos y, sin esperarlo, alcanzó un orgasmo intenso, temblando sobre mí. Yo, que estaba a medio segundo de alcanzar el clímax, con gran esfuerzo evité eyacular en ese momento. Quería que el momento durara un poco más.
Pamela continuó moviéndose sobre mí, esta vez más lentamente. Ambos continuamos apreciando la inefable escena de Lucía saboreando a su mejor amiga.
Al cabo de un rato, Lucía subió hasta los labios de Camila y la besó con mucha pasión, compartiéndole sus propios flujos. Luego, noté que le susurró algo al oído, me miraron y dieron una risita de travesura. En ese instante, Lucía me dirigió la palabra:
– Papi, Cami quiere tener su primera vez.
– Ah.. eh, claro que sí bebé – dije, con algo de nerviosismo, quizá por la excitación que me generó pensar que esa niña tendría su primera vez con alguien de mi edad. Luego, para estar seguro, le pregunté directamente a Camila: – ¿Estás segura de esto?
Ella, en pleno estado de excitación, se mordió el labio, me miró y asintió con la cabeza sin decir nada. La idea de penetrar a esa niña me aumentó la libido como no te imaginas.
Pamela se levantó de encima de mí, se ubicó a un lado de Camila en el sofá, mientras que Lucía había quedado al lado opuesto. Yo me acerqué a esas tres bellezas, quedando en el medio, frente a la mejor amiga de mi hija, y como si estuviésemos conectados, Pamela y Lucía tomaron cada una las piernas de Camila, abriéndolas y dejando expuesta aquella rosada, mojada y muy pequeña vulva.
Camila no podía dejar de mirar mi erecto y mojado pene, el cual fui acercando al ubicarme a la altura de la niña. Lo primero que hice fue comenzar a rozar mi pene entre los labios vaginales, viéndose muy grande como para hacer en su pequeño agujero. Al mismo tiempo, mi esposa y mi hija acariciaban las piernas de Camila.
– Aquí vamos, Cami. Si te duele mucho y necesitas que me detenga, sólo dilo, ¿bueno?
Ella volvió a asentir sin decir nada, mirándome apenas unos segundos, para volver a dejar caer su mirada en mi duro miembro.
Ubiqué el glande frente a su reducida vagina, la cual estaba muy bien lubricada, y comencé a empujarlo lentamente. Camila abrió levemente su boca, y gimió con timidez. Pamela y Lucía estaban muy atentas a cómo iba ingresando semejante miembro en un espacio tan reducido. En apenas un minuto, logré meter mi glande, y me limité a moverme suavemente de atrás hacia adelante. Camila había cerrado sus ojos por un momento, disfrutando esa sensación.
Estuve así por unos cinco minutos, y ya tenía ganas de meterlo más profundamente. Sin decir nada, comencé a empujar más profundamente mi pene, y este se fue deslizando con lentitud dentro de la vagina de Camila. Se sentía bastante apretado, pero la sensación era gloriosa. Camila gimió más duramente, agarrándose del sofá.
Como no había dicho nada, supuse que estaba gozándolo más que padeciéndolo, así que mi próximo movimiento fue empujar mi pene hasta donde pudiera llegar. Al penetrarla más profundamente, sentí un tope, quedando mi pene a unos cuatro centímetros de lograr meterlo todo, pero no podía. Camila hizo un gesto de molestia, y supe que había alcanzado su cuello uterino. Decidí quitar un poco mi pene, y comencé a darle mejor sólo hasta la mitad.
Me moví de atrás hacia adelante con demasiada excitación, y la niña se estaba excitando cada vez más. Su vulva se veía algo hinchada al tener mi grueso pene adentro.
Luego, Pamela y mi hija agregaron un toque aún más excitante al momento: cada una se inclinó hacia los pechos de Camila, y comenzaron a chuparlos, lamerlos y darle leves mordidas. Eso nos encendió demasiado a Camila y a mí, haciendo que nuestros gemidos tomaran fuerza. Yo ya no aguantaba más, así que decidí darle más rápido. La niña se había ruborizado y estaba dudando. Cuando sentí que su vagina comenzó a palpitar, supe que no debía detenerme en absoluto.
En ese momento, la niña soltó un gemido agudo muy fuerte, contrajo su cuerpo hacia adelante, retuvo la respiración, y volvió a gemir duramente. Estaba llegando a su orgasmo, así que hice lo mío, di un gruñido y dejé que todo mi semen se liberara dentro de su pequeña vagina. Era tanto el semen, que no tardó en derramarse por los costados, cayendo por su ano para terminar en el sofá. Fue un orgasmo muy, pero muy intenso.
Al sacar mi pene, Pamela le hizo una seña a Lucía, quien rápidamente se ubicó arrodillándose frente a Camila y deslizó su lengua desde su ano hacia su vagina, quedándose allí por un rato para disfrutar del semen que brotaba. Mientras Lucía estaba en esas, Pamela se masturbó bien duro, mirando a su hija haciendo tan morboso acto, y no tardó en darse un orgasmo intenso.
Esa noche, terminamos exhaustos y complacidos. Pamela y yo dormimos desnudos en nuestra habitación, mientras que las dos niñas, también desnudas, durmieron profundamente en la habitación de Lucía.
Teníamos una nueva integrante para nuestros más depravados deseos, y lo que nos esperaba más adelante era algo con lo que todo amante del incesto y del sexo con niñas de esa edad hubiera deseado tener.
Excitante continuación. Espero siguientes partes dónde el padre tenga sesiones con las 2 niñas, con Camila a solas, talvez recogiendola de la escuela. Podría ser que la madre de ella se una y al final madre e hija terminen embarazadas, y por qué no la hija propia también, más allá de que se haya hecho la vasectomía. Sería muy morboso y excitante. Esta historia tiene mucho potencial. Espero se lo tome en cuenta.
Hola Sergio, muchas gracias por tus comentarios. Los tendré en cuenta. He estado muy ocupado últimamente y no me ha dado tiempo de avanzar con el relato, pero espero hacerlo pronto.