Despertando con mi papi
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por rp43191.
Mi mamá me había pedido que cambiáramos de cama, cambiando en relidad mi vida por completo.
– Hija, hija, despiértate.
– ¿Qué pasa mamá? –contesté soñolienta.
– Cambiemos de cama por favor, tu papá está roncando tanto que no me deja dormir.
– No, déjame seguir durmiendo aquí, es tu marido no el mío.
– Sí hijita, pero yo mañana tengo un largo día y tengo que estar descansada, en cambio tú vas a pasar la mañana en casa. Además, a ti no te molesta que ronque.
Dándome por vencida ante la insistencia de mi mamá, le dejé mi cama, y fui a ocupar su lugar en la cama matrimonial, me metí entre las sábanas rápidamente y al instante ya estaba tan dormida como antes de que mamá me despertara.
Mi falta de vida sexual debía estar influyendo hasta en mis sueños, porque sentía un cuerpo grande, duro y caliente apretándose contra mi espalda, manos recorriéndome desde la base de mis pechos hasta el borde de mi tanga. Pero no podía verle el rostro, me removí inquieta, quería saber de quién era ese cuerpo, pero ya sabemos como son los sueños, no siempre podemos ver lo que queremos.
Al removerme sentí algo duro directamente contra mi culo, pero ¿cómo podía ser cuando siempre dormía con bragas? Las caricias continuaban, una mano tomó uno de mis pechos desnudos, y yo comencé a frotar mi culo contra esa dureza. Mientras más frotaba mi cuerpo, más apretaba esa mano mis pechos y pezones.
Nunca en mi vida había tenido un sueño tan vívido, no quería despertar jamás. No recordaba haberme mojado antes con un sueño, pero ahora estaba sucediendo. Llevé una de mis manos a mi chochito, y la rocé por encima de mi tanga. De repente sentí una mano encima de la mía, tomando el relevo de mis movimientos, colándose entre la escasa tela de mi tanga para recorrer mis labios hinchados.
Fue cuando sentí besos en mi cuello, que giré mi rostro y uní mis labios a los suyos. Él me ayudó a girar todo mi cuerpo, a ponerlo encima suyo, para besarnos frente a frente, rozándonos, con sus manos masajeando mi culo y las mías acariciando su rostro.
En un momento sentí algo totalmente inesperado, un dedo comenzaba a recorrer el estrecho espacio entre mis nalgas. Abrí los ojos sorprendida, y los volví a cerrar presa de la confusión.
– ¿Papá? ¿Cómo puedo estar soñando contigo papá? -Pregunté en un susurro, sin acabar de comprender lo que estaba sucediendo.
– Shhh, no es un sueño nena, estás aquí conmigo.
Abrí nuevamente los ojos, y me encontré con la cara de mi padre, pero con un rostro que no parecía el suyo. Su mirada estaba turbia de placer, y sonreía de un modo absolutamente sensual.
– ¡No! –Grité al fin comprendiendo que era todo absolutamente real. Quise alejarme, pero sus manos no me lo permitieron.
– Shh, nena, no grites que despertarás a mamá.
– ¡Pero es que esto no puede ser papá! ¡Soy tu hija!
– Lo sé nena, y no creas que a mí no me sorprendió estirar la mano para buscar a tu mamá, y tocar ese culo duro que tienes. Creí que estaba soñando con nuestros primeros años de novios. Pero me di cuenta de que no era eso cuando pude acariciar tus tetas. Son más grandes y duras que lo que nunca tuvo tu mamá, ¿lo sabías? ¿Quién iba a decir que cuando abriera los ojos iba a ver a la nena de mi vida acurrucada contra mí, con un camisón enrollado que permitía ver que no ocultaba nada a la imaginación con esa tanga? ¿Desde cuándo usas camisón nenita? Creí que toda la vida te iba a ver durmiendo con pantaloncitos y blusa.
-Y así es papá, pero hoy tuve que ponerme este camisón que nunca utilizo porque mis pijamas estaban para lavar. Pero no cambies de tema papá, ¿por qué continuaste si te diste cuenta de que era yo?
– Lo intenté nenita, te juro que lo intenté, pero cuando quise alejarme, pegaste tu colita contra mi verga, y ya no pude resistirme. ¿Tú te das cuenta de lo tentadora que eres? Tu cintura estrecha –acompañó las palabras con sus manos para demostrármelo, rodeando mi cintura con ellas-, tu culo duro –dijo apretándomelo-, tus tetas deliciosas. Siente cómo me pones nenita, estoy duro, tócame.
Llevé tímidamente una de mis manos a su verga, y estaba dura y caliente. Justo en ese momento me percaté de que mi papá estaba totalmente desnudo, que el único trozo de tela que nos separaba era el escaso de mi tanga.
– Ahora tócate tú nenita, siente cómo te pone papá, y vas a ver que estás mojada.
No hizo falta que pasara un dedo por mi vulva para saber que lo que decía papá era cierto, así que se lo dije.
– Tienes razón papi.
– Entonces hijita, ¿por qué crees que está mal que sigamos haciendo esto? Ninguno lo planificó, pero cuando creíamos que era sólo un sueño ninguno de los dos puso reparos. Hagamos que sea real.
Con sus manos detrás de mi cabeza acercó mi boca hasta sus labios, y comenzó a besarme con pasión.
– Así nenita, así.
Poco a poco yo sentía más y pensaba menos. Me dejaba llevar lentamente.
Comencé a acariciar su pecho, a enredar mis manos entre sus rizos. Esto fue suficiente para que papá sintiera que yo estaba claudicando, y volví a sentir un dedo de mi papá recorrer todo la extensión del hilo de mi tanga, desde mi chochito, que no llegaba a cubrirse con un triángulo de tela tan pequeño, hasta mi culito. Mmmm iba y venía, y yo no podía apartar mis manos de él, quería más.
Seguí con mis caricias, bajando por su cuerpo, hasta llegar a su verga. Sólo lo acaricié levemente, pero al sentir cómo gemía fui incapaz de resistir la tentación de tomarlo con fuerza y comenzar a mover mi mano. Sentía que se ponía más duro, si eso era posible, ya que estaba como una piedra.
Un dedo dentro de mi chochito me hacía saber que le encantaba lo que le hacía. Acaricié sus pelotas, estaban rígidas, cargadas.
– Nena, me estás matando, quiero que seas mía ya.
Lo miré a los ojos sonriendo y le dije:
– Sí papi, yo también quiero ser tuya ya, y corriendo el hilo de mi tanga, acomodé mi cuerpo para que su polla rozara mis labios inflamados.
No hizo falta más invitación, mi papá me bajó de un solo golpe para que entrara profundamente en él, su boca lamía mis pezones, los mordisqueaba, y yo me retorcía de placer sobre él.
Sus movimientos eran duros, posesivos. Mis caderas parecía que tenían vida propia, no paraban de girar.
La intensidad de lo que sentía, de mi excitación era mayor a cualquier cosa que hubiera sentido a lo largo de toda mi vida.
– ¡Papi, papi! ¡Me muero!
– Sí chiquita -dijo mi papá entre jadeos por el esfuerzo de contenerse-, te voy a matar de placer.
Sopló sobre mis pezones húmedos, comenzó a mover sus caderas más rápido y más fuerte y cuando ya él estaba a punto de explotar, apretó mi clítoris entre sus dedos haciéndonos llegar a los dos al cielo.
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