Despues de que se la metí por el culo para no pecar, esta vez por el chocho
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Hansolcer.
No hubo manera de olvidar lo que viví con mi tía aquella tarde, el empacho parecía que había desaparecido, pero el solo recuerdo del culo de mi tía tragándose mi verga otra vez me ponía como burro en primavera y fantaseaba que mañana mismo regresaría con el pretexto de necesitar que me sobara otra vez, pero ahora le daría por el chocho – pensaba – Cualquiera que me conociera hubiera creería que estaba zafado del cerebro, por que a mis 26 años aunque no estaba con pareja alguna si tenía varias mujeres con las que podía deslecharme cuando quisiera.
Porque mi tía de 40 y tantos, porque con ella que quizá no era agraciada físicamente.
Sin tetas grandes, bajita de estatura.
La respuesta ni yo mismo la tenía, pero imaginar que me la cogia me empalmaba y esa noche me masturbe un par de veces, gimiendo y pensando que esa leche que derramaba se la echaba en la boca o mejor en su panocha, no adentro, sino en los labios vaginales.
Esos labios que había visto, delgados acordé a su pequeña vulva y de los cuales apenas se dejaba ver una cresta de gallo muy chica.
Inconsciente apreté mi mano pensando en lo apretada que debía ser mi tía, aunque me vino el recuerdo que cuando la vi ensartándose la vergota de aquel ex policía que la cogio junto con sus amigos cuando yo apenas tenía 13.
Acostumbrado a levantarme temprano, las seis me fui a correr un poco.
A las 08:00 ya había desayunado ante la alegría de mamá, quién de nuevo me comentó lo buena sobandera que era Tía Fátima.
– Si todavía sientes algún malestar deberías de ir a que te revise otra vez – me dijo – a lo que le respondí que iba a esperar un poco, aunque en mi interior deseaba que ya fueran las 10 de la mañana, hora en que se quedaba sola e ir a que hacerle todo lo que había fantaseado desde ayer.
Llegado el momento me vestí con ropa deporte, pants y playera.
Mamá no estaba y me fui directo a donde vivía Tía Fátima.
Su casa era una más en aquella naciente lotificacion semi rural, en donde la mayoría de construcciones eran de ladrillos de adobe y techos de lámina, adornadas con el obligatorio árbol en el patio, ya sea de limón o aguacate.
La mayoría con cocina de leña, la que normalmente construían a la entrada de los cuartos en donde dormían.
Nomas entrar la vi, de espaldas, atizando el fuego de algo que cocina en el fogón.
Sabedor de a lo que iba, tuve a bien correr el clavo que servía de pasador a la puerta y así no pudieran sorprendernos.
– Buenos días Tía – salude alzando la voz -, como si en el fondo quisiera cerciorarme que no hubiera alguien más adentro.
Me miró correspondiendo mi saludo y otra ve sopló tratando de avivar el fuego.
– Cono seguiste? – dijo mirándome de arriba abajo como si quisiera examinarme.
– La verdad necesito otra dosis de lo que me dio ayer – dije arrastrando las palabras –
– Tan mal está el empacho – dijo – aunque supe que no se refería a ninguna enfermedad.
Nos miramos, sonrió.
Me acerqué hasta quedar uno frente al otro a un palmo de distancia.
Podía ver en sus ojos que quería coger, su respiración se había acelerado, su boca entre abierta.
Con su apenas 146 de estatura me miraba hacia arriba, aunque yo no sea tan alto, pero mi 170 me hacía ver gigante ante su frágil cuerpo.
No podría decir que inició primero, porque casi fue al mismo tiempo.
Nos abalanzamos uno al otro y cómo si quisiéramos respetar las pertenencias familiares no nos besamos en la boca, me enfoqué en lamer su cuello, su pecho.
Mi lengua recorría todo aquello que me permitía ese vestido holgado que usaba.
Ella igual besaba mi pecho ya que su primera acción fue quitarme la camiseta que andaba, sus manos sin embargo se habían enfocado en tocar mi bulto que ya parecía tienda de campaña.
– Sii sii sii – decía con voz apenas audible –estás grave mi hijo.
Pero yo te voy a curar bebe.
Yo te voy a dejar como nuevo amorcito.
Alguien que nos viera de afuera quizá hubiera pensado que ella me estaba violando, su manera de moverse era tal que pareciera que yo iba a escapármele.
Sin dejar de besar mi pecho se había apoderado de mí verga con la mano derecha y no la soltaba, para su comodidad yo mismo me baje los pants a las rodillas porque adivine que quería mamármela y eso hizo.
Chupaba con cierta maestría más que ayer, quizá por la confianza de ser la segunda vez con mi tranca en su boca.
Engullía hasta donde podía y sin dejar de verme se la sacaba como si gustara saborear cada centímetro, luego otra vez y así una más y otra más.
Me gustaba tanto ver cómo esa pequeña boca se tragaba más de media verga sin perder esa mirada de mujer satisfecha por el rabo que tiene.
Supe que había que emparejar la cosas, me tenía al cien, pero quise darle una chupada de chocho que recordara siempre.
Le quite el vestido y ese calzón nada sexi de señora mayor.
También me desnudé empujando mis ropas con los pies a cualquier lado, totalmente desnudos los dos.
Le bese los pechos, chicos como niña de 12, duros quizá a consecuencia de que nunca amamantó a ninguno de sus 2 hijos, la sentí acalambrarse al contacto de mis labios en sus pezones emitiendo el más rico ahhh de gozo que yo pudiera escuchar.
Busque su chocho y pude sentir cuan excitada estaba.
Mi dedo medio se encargo de recorrer entre sus labios vaginales , de atrás hacia adelante, el clitoris.
Fue entonces cuando le pedí que se girara y que se sostuviera con las manos sobre el poyeton (Cocina de leña) y así yo poder chuparle el chocho desde atrás.
Me engolosine, porque a fuerza de ser flaquita era poco lo que podía esconder y yo podía comerme su almeja a placer, succionándole aquellos jugos que sabían a hembra madura.
Tía Fátima parecía haber perdido el juicio, sendos quejidos emanaban de su boca.
Los ojos cerrados, la espalda arqueada, el ojete mismo del culo abriéndose y cerrándose vez tras vez.
Todo en ella era excitación al máximo, así lo supe y esta vez con la punta de la lengua recorrí desde el encharcado chocho pasando por el canal de su culo, deteniéndome unos segundos en la entrada de su ano para luego seguir de largo por toda su espalda hasta llegar al cuello, el que acaricie con besos y pequeños chupetones.
Me acerqué a su oído:
– te la voy a meter putita – dije intentando adivinar el efecto de mis palabras.
– Cogeme papi, quiero que metas esa vergota rica.
Hazme tu puta papi – dijo –
Estaba todo dicho, tía Fátima lo pedía.
Me coloqué atrás suyo así como estaba apoyada a aquella cocina de leña y con una mano me agarre de su cadera y con la otra tome mi verga para colocársela en la entrada de aquella vulva húmeda como pocas.
Antes de empujar le restregué la cabeza entre aquel puñado de pliegues y el gallito, que apenas y sobresalía entre los labios, logrando que Fátima otra vez bufara del gusto.
Me afiance con ambas manos de sus caderas y sin dejar mi verga empuje firme hasta sentir como entraba la cabeza, la saque y otra vez empuje sintiendo como me abría paso en esa vagina tan apretada que podía percibir las paredes rozando mi pene.
De nuevo empuje y esta vez pude meter casi tres cuartos de polla.
Mi tía sin importarle la ceniza se había tirado de bruces sobre el poyeton, pero podía ver cómo levantaba su colita buscando quizá facilitarme la penetrada, sin embargo creí haberle metido lo que necesitaba y así empecé a culearla tan despacio cómo podía.
Lo hacía lento pero firme hasta sentir como llegaba a su tope, una vez y otra vez la embestía entre sonoros gemidos de placer, intensos jadeos y aullidos como si estuviera a punto.
Ahhh ahhh ahhh ahhh ahhh ahhhhh, que rico, que rico papi.
Dámela toda, métesela a tu puta – decía –
Verla llena de ceniza y también el deseo de probar otra posición, me hizo querer llevarla a otro lugar.
Gire la vista y vi en el patio aquella carreta que mi tío usaba para ir a traer leña a las fincas cercanas.
Se la saque y girándola la bese en los labios.
– Quiero que me montes – puta – le dije y actos seguido la cargue por debajo de sus nalgas hasta dejarla con sus piernas rodeándome la cintura y colgada con sus manos empezamos q coger así parados.
El que pesará menos de 50 kilos hacía fácil cargarla, que tomará sus nalgas y levantándola luego la dejara enchufarse en mi estaca.
Sin sacársela camine con ella hasta llegar a la carreta de mi tío y ahora fui yo el que se recostó boca arriba para que fuera ella la que se subiera y me montara.
Ella misma se colocó la polla en su entrada y se fue deslizando hasta tener más de la mitad dentro, subió y volvió a bajar sin meterse más, de nuevo subió y oye vez bajo y así una y otra vez, ella marco el ritmo.
Yo afianzado a sus caderas disfrutando aquella vagina por demás estrecha, rica, caliente.
El movimiento de sus caderas era único, para darle libertad me había soltado y ahora me había abrazado a sus cintura y la halaba fuertemente contra mi cuerpo sin que ella dejara de mover el culo y caer una y otra vez ensartada en aquellos 17 cm de carne maciza.
Sentí su acabose, sentí como su cuerpo se tensó, como aceleró sus movimientos, incremento la intensidad de sus gemidos, su piel sudorosa, su respiración entrecortada.
Sentí sus manos apretándome la espalda y como su vagina se contraía tal como me había apretado yo mientras me masturbaba.
Fue al mismo tiempo, me corrí cuando ella exploto en un orgasmo que han de haber escuchado los vecinos.
Intenso, único, sabroso.
Ella aún tirada sobre mi, descansábamos.
Fue entonces que empezamos a reírnos porque estábamos blancos de ceniza, ella más.
Sus pechos, el estomago y hasta el pelo.
– Malo – dijo – mira como estoy.
– Yo también me ensucie – dije divertido.
– Pero que rico papi.
Quiero ser tu puta por siempre.
Me encanta como me haces tu mujer.
– Le gusta como le hago cositas – pregunté meloso –
– Siempre supe que eras bueno para hacer el amor – dijo como si recordara los tiempos en que yo sabia me espiaba cuando tenía incesto con mis hermanos.
El ruido de la alarma de mi reloj militar indicando que eran las 11:00 pareció romper la burbuja en que estábamos.
– Que hora es – preguntó –
– Las 11
– Mi hijo.
Tengo que prepara comida y llevarle a tu tío.
Y casi igual que cuando me empezó a quitar la ropa, se puso de pie y corriendo se metió al baño que no era más que 4 palos rodeados de plástico negro.
Se empezó a echar agua de un barril mientras hablaba que se le había hecho tarde.
Salió presurosa aún desnuda y se fue a poner un vestido.
– Tía – dije – me voy a bañar
– Si hijo – dijo casi sin mirarme – yo voy a hacer la comida.
Me bañe rápido y luego sin ningún pudor cruce el patio desnudó hasta llegar a donde había quedado mi ropa.
La observarme de reojo, pero supe que estaba más preocupada por su obligación de mujer que de mi.
Me cambie y acercándome por su espalda la bese en el cuello despidiéndome:
– Vengo mañana – dije – porque pasado me voy.
Termina mi permiso.
– Hasta mañana mijo.
Salí complacido.
Iba cruzando el patio cuando la escuche decir:
– Tu papa se puso celoso cuando supo que le hiciste el amor a tu mamá.
Me gire.
– Que dijo – pregunté – porque creí escuchar mal.
– Nada hijo.
Perdona mis locuras.
Nada, después hablamos.
La verdad no supe qué decir.
Quizá decidí mejor ignorar lo que había escuchado.
Porque estaba seguro que mencionó a papa celoso por mamá.
Que sabe mi tía – me pregunté – Con esa duda me fui a la casa.
Mamá no había llegado todavía.
Me acosté en la cama y entre pensamientos me dormí hasta casi entrada la noche.
Ya únicamente me quedaba un día de licencia, un día para tener sexo y quizá a averiguar el secreto de Fátima.
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