Dia de familia II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dominie.
Me aterraba que el sol saliera. No pude dormir y toda la noche estuve dándole vueltas a la cabeza. Recordaba mi infancia, y cómo siempre el sexo estuvo ligado a ella. Todo se remontaba a mi abuelo, a su estancia durante su juventud en marruecos. Allí vivió durante 5 años, entablando una sincera amistad con un Emir del norte. En la casa de este, mi abuelo asistía a las continuas fiestas que el Emir dedicaba a sus amigos. Todo el harem del Emir, se ponía a disposición de unos cuantos elegidos, que disfrutaban con la sumisión de aquellas bellezas.
Aquello mostró otro mundo al todavía impresionable abuelo. Al volver se encontró con un mundo que rechazaba todo aquello. Pero no se resignó, y después de mucho buscar, encontró a un pequeño grupo que compartía aquellas ideas. La primera reunión, imitando a las antiguas fiestas del Emir, se celebró un 14 de Marzo, el mismo día que sería mañana. Entre ese grupo estaba mi abuela, tan entregada a mi abuelo que se entregó a él desde el principio. Para mi abuelo, sentir el amor incondicional de mi abuela, le hacía sentir poderoso, por lo que pronto se sintió dueño de ella. En ese contexto nacieron mi madre y mis tías. El grupo fue menguando. La gente que lo formaban, tomaban aquello como una orgía, solo sexo desinhibido, pero mi abuelo, se iba endureciendo cada vez más, leía libros del marqués de Sade, y el sado se convirtió en su vida.
Trataba a mi abuela como una perra, y pretendía hacer lo mismo con el resto del grupo. Poco a poco se fue quedando solo, a la vez que mis tías y madre crecían. Solo puedo decir que nacieron bajo aquel manto, donde el sexo, era el pan del día a día, bajo las órdenes y caprichos de mi abuelo. Poco a poco la familia fue creciendo. Mi tía lola se casó, y para suerte de mi abuelo, con otro hombre de un carácter tan fuerte como el suyo. Hubiera salido mal, aquello de meter dos gallos en el mismo corral, pero resultó que no fue así, ya que decidieron unir los dos. Así pues, los dos podían disfrutar cada uno de la familia del otro. Cierto que mi tío José, solo había llegado a follar un par de veces con sus dos hermanas y solo conseguir medio a la fuerza una mamada de su madre, pero con el apoyo de mi abuelo, consiguieron que aquellas mujeres se plegaran a sus pies. Mi padre, por el contrario, amaba a mi madre con tanta fuerza, que decidió aceptar aquello.
Aquel mundo era el nuestro, no me quejo, porque dentro de todo esto, existe el mismo amor que quizás en otro más tranquilo, más normal, pero quizás alejé por este motivo ¿quién sabe?
Decidí no poner al corriente a Ana, pues solo haría hacerla pasar mala noche. El sexo con ella era bueno y su mente abierta, pero nunca nos habíamos excedido, nuca había puesto en práctica con ella todo lo que aprendí a tan temprana edad.
Los primeros rayos del sol se colaban por los pequeños orificios de la ventana, proyectándose sobre la figura de Ana, que ajena a todo, dormía apaciblemente a mi lado. No tardó en despertar.
-Ey, buenos días… ¿Desde cuando llevas despierto?
-Hace poco…, oye, ayer no te dije nada, pero hoy vamos a ir a la casa de campo que mi abuelo tiene cerca de la ciudad.
-¡Ah! ¡Que bien!
-Ana, pase lo que pase allí, tu no te asustes, nadie te hará daño ¿vale?
-Joder, ni que fuéramos al frente.
Estas palabras las dijo mientras se incorporaba y me besaba en la mejilla.
-Voy a ducharme…
La vi desaparecer tras la puerta, suspiré, e intenté tranquilizarme.
Desayunamos. Mi madre no paraba de hablar a Ana de cuando yo era pequeño, de todas mis trastadas y ella se reía con ganas alabando una y otra vez el tipo de mi madre, que se dejaba entrever tras un camisón transparente.
La hora se aproximaba. Mi madre llamó a Ana para que la acompañara a su habitación. La puerta se cerró tras ellas y yo me temí lo peor. Tardaban y no podía imaginar lo que mi madre estaba haciendo con ella ¿Le estaría informando de todo? ¿Le habría confesado la afición de mi familia al sexo? ¿Al sado? Me fui quedando sin uñas de lo nervioso que estaba. A la media hora la puerta se abrió. Mi madre vestía un kimono con gorro que dejaba sus piernas al descubierto. Su cara estaba pintada con gusto y precisión; los labios rojos, los párpados de color negro. Llevaba unos zapatos negros de tacón alto. Tras ella salió Ana. Vestía un kimono igual, pero de color blanco. No lucía maquillaje en la cara, pero portaba unos zapatos idénticos a los de mi madre, pero en blanco. Tragué saliva.
-Tu madre me ha dicho que…, que tenía que ir así vestida.
Me giré hacia mi madre esperando una explicación, pero en lugar de eso recibí una mirada retadora que me hizo agachar la cabeza.
-Espero que ambos os comportéis- dijo mientras habría la puerta de la casa y nos invitaba a salir.
La suerte estaba echada.
Mi madre conducía mientras que Ana y yo ocupábamos el asiento de atrás. Notaba a Ana nerviosa, pero seguía sin saber qué era lo que mi madre le había contado. Si le hubiera hablado de todo, no creo que Ana viniera con nosotros, sin embargo allí estaba, mirándome e intentando sonreírme.
El coche salió de la ciudad y enfiló un angosto camino. Recordaba perfectamente aquellos campos. En un momento dado, al pasar por un viejo árbol, casi caído que rozaba el suelo con las ramas y señal de la mitad del camino, mi madre se giró hacia mí.
-Acaríciale el coño-me dijo tajantemente.
Miré a Ana que bajó la mirada avergonzada.
-Pero mamá…-balbuceé.
-He dicho que le acaricies el coño-volvió a repetir.
Mi mano acarició primero sus rodillas y poco a poco se fueron deslizando hasta el nacimiento de sus muslos. Ana temblaba y se estremecía a la vez. Llegué hasta su sexo, no llevaba bragas, y cual fue mi sorpresa al notar que estaba húmeda. Ana notó mi sorpresa y se ruborizó.
-Métele un dedo-dijo mi madre.
Lo introduje lentamente. Ana dio un pequeño grito de placer.
-No sé de que tenías miedo, es una zorra, mira como se estremece y mira como ha venido aún habiéndole confesado todo.
Ana avergonzaba esquivaba nuestras miradas.
-Hoy se convertirá en tu perra, espero que la eduques como espero que lo hagas. No vuelvas a defraudarme, y ahora basta, no la toques más- me reprendió mi madre.
Hicimos el resto del camino sin hablar, sin mirarnos, avergonzados ambos por lo que estaba sucediendo. Mi madre miraba por el espejo retrovisor, sonriendo maliciosamente.
Finalmente llegamos, éramos los primeros en hacerlo. La casa de mi abuelo es enorme, nunca he contado las habitaciones, pero sí más de una vez me perdí de pequeño en ellas.
Esperamos en el pequeño jardín frente a la casa. Ana tomó asiento en un banco de piedra, pero mi madre, agarrándola del pelo le obligó a levantarse.
-Puta… ¿Te dijo alguien que podías sentarte?
Ana respondió con voz entrecortada que no.
-Mientras nadie te de permiso, no hagas nada, ¡me oyes! ¡Nada!
Fui a protestar, pero mi madre me agarró el cuello y me dio un beso en la boca, introduciéndome toda su lengua, y llenándomela de su saliva, que se me resbalaba entre la comisura de los labios.
-Tu calla, mira ahí vienen tus hermanas.
Debo decir que la jerarquía de mi familia se rige por orden de nacimiento, nada tiene que ver el sexo, así pues, y al ser el pequeño, siempre he estado bajo el dominio y control de mis hermanas. Solo estoy por encima de la familia política, es decir, el marido de mi hermana, las novias de mis primos y poco más, aunque nunca puedo ordenar nada que contradiga una orden dada anteriormente por alguien que esté más arriba del escalafón.
Mis dos hermanas vestían kimonos azules, y ambas llevaban tacones y medias de color negro, dejando al descubierto las ligas con las que las sujetaban. Mi cuñado, caminaba tras ellas. Mi hermana mayor, Andrea, se parece a mi madre, pero de estatura más pequeña. Es morena y posee dos grandes pechos, que cuelgan debido a su gran tamaño. Tiene 30 años. Siempre fue mi favorita. Mi hermana pequeña se casó hacía dos años, y no asistí a la boda. Mide 1,70 y pesa 70 kilos. Esta algo rellenita, pero siempre fue muy apetecible para los hombres. A sus 35 años, se puede decir que se conserva bien. Se llama Ela.
-Hermanito, ¡Que sorpresa!
Ambas me besaron en la boca a la vez, juntando nuestras tres lenguas. Ela me mordió sin compasión.
-Esto por no venir a la boda-dijo guiñándome un ojo.
Mi madre sacó entonces de su bolso varios collares de perro nuevos, y los repartió entre todos.
-Esta es tu putita ¿eh?-decía Andrea mientras le colocaba el collar a Ana -¿Sabe lo que le espera hoy?
Andrea había introducido su mano en el escote de Ana y le acariciaba los pezones.
-¡Llevadla a la cuadra, no quiero que nadie la toque hasta que llegue el abuelo.
Elia y mi cuñado, ayudados de una cadena que ajustaron al collar de Ana, la llevaron al pequeño establo anexo a la casa.
-¡No quiero que la toquéis!-les advirtió mi madre.
Sin darnos cuenta, varios coches había estacionado cerca del jardín. De uno de ellos bajó mi tía Miriam, la más pequeña de las tres. Con 45 años, aparenta más edad- Es alta y muy delgada, sus costillas se marcan en su torso, y sus pequeños pechos, apenas son unos botones. Nunca se casó, y fue ella la que siempre disfrutó de mí en mi adolescencia. Vestía un kimono rojo como el de mi madre.
-¡Sobrino!
Me envolvió en un abrazo mientras con su rodilla refregaba mi sexo.
-¡Cuánto tiempo sin verte! ¡Desnúdate!
Mi madre no dijo nada, por lo que la orden era clara.
Me desprendí de mis pantalones, camisa y ropa interior. Mi tía y mi hermana Andrea me miraban.
-Esta igual que cuando tenías 19 años, se ve que no le has dado mucho uso, sobrino, pero no te preocupes, que hoy se lo daremos.
Sin más palabras comenzó a masturbarme con una mano, mientras que con la otra agarraba del pelo a mi hermana Andrea, obligándola a colocarse de rodillas. Mi tía empujaba la cabeza de mi hermana, que introducía todo mi pene en su boca. Mi tía me daba mordiscos por el cuello, tapándome la boca para que no gritara por el dolor. Mi cuñado y Ela llegaron en ese momento, Ela hizo ademán de agacharse, pero mi madre le ordenó que la acompañara a la casa para ir preparando las cosas. Mi pene había adquirido su máximo tamaño, mi tía lo sacó de la boca de mi hermana que obligada por otro tirón de pelos de mi tía miró hacia esta, que escupió en el interior de su boca.
-Guarra ¿No dices nada?
-Gracias-murmuró mi hermana.
Los ocupantes del segundo coche llegaron hasta nosotros. Mi tía Flora, la más mayor de las tres, vestía también de rojo. Con ella venían mis dos primos, de 31 y 37 cada uno y mi prima, de 29 años, para mi gusto, la más bella de toda la familia. Sin mediar palabra, mi tía Flora, que es corpulenta, y que a sus 60 años, sus enormes tetas se desbordan hasta su ombligo, dio una bofetada a mi tía que le hizo caer al suelo.
-levantadla-ordenó a mis primos y a mi cuñado.
Obedecieron, y asiéndola cada unos de un brazo, la pusieron en pie.
-Atadla.
Utilizando dos cadenas que colgaban de un armazón de metal que bordeaba el jardín, la colocaron con los brazos en cruz, y de espaldas a nosotros. Entonces mi tía flora sacó un látigo y comenzó a azotarla.
-Eres una puta perra, siempre haces lo mismo ¿Cuántas veces tengo que decirte que hasta que llegue papa no se empieza? ¿Te gusta verdad?
Un fino hilo de sangre se deslizaba de la comisura de los labios de mi tía Isabel, mientras que sus costillas, parecían amenazar con romper su piel.
-Zorra de mierda…! Zas!
Saludé a mis primos, y me detuve con mi prima, que me besó apasionadamente.
-¿Cómo está mi primo favorito?
Bien contesté, mientras veía sus pechos salirse de debajo de su quimono azul.
Mi tía Flora terminó de infligir su castigo y se giró hacia mí.
-¿Cómo está el desagradecido de mi sobrino?
Esta pregunta me heló la sangre, pues si a alguien temía era a ella.
Antes de contestar me dio una bofetada que me cruzó la cara.
Todos miramos hacia los portones por los que se acedía a la finca, pues en esos momentos, dos furgonetas entraban. De una de ellas, bajaron 7 hombre, completamente desnudos, y de la otra 3 mujeres, vestidas únicamente con unos tangas de cuero y tacones.
-¿Quiénes son?-me atrevía a preguntar.
Uno de mis primos fue el que me contestó.
-Es la última idea del abuelo. Ahora encuentra a estos incautos por internet, y les cobra 1000e a cada unos por venir. Son unos perros la ostia de obedientes. Ellas forman parte del harén del abuelo.
Una de las furgonetas la conducía mi tío, mientras que la otra lo hacía una de sus hermanas. Al bajar todos, mi tío unió ambas cadenas, por las que iban sujetos, y los llevó hacia la cuadra, donde estaría Ana preguntándole lo que le debía suceder. Algunos de aquellos hombres no rebasaban los 25 años mientras que un para de ellos sobrepasaban los 50. Le edad de las mujeres oscilaban entre los 30 y 50 años.
Mi abuelo llegó va continuación. Mi abuelo, al igual que me tío, es un hombre grueso, con unos enormes brazos y un poderoso torso velludo. Tiene una barriga apretada y camina muy erguido. Siguiéndole venía mi abuela vestida con un kimono negro y las dos hermanas de mi tío que vestían kimonos morados. Las dos hermanas de mi tío son gemelas. Tienen 45 años y solamente una se casó hace ya unos 20 años. Pero su esposo falleció. Ambas llevan el pelo rapado al cero, y desde algunos años, viven en la misma casa que mi abuelo. Le sirven, vestidas ambas con cofia y un diminuto vestido negro. Es fácil verlas a los pies de mi abuelo cuando este se sienta en su enorme sillón a ver la tv. Recuerdo un día en el que mi abuelo me invitó a su casa y las encontré atadas, ofreciendo su culo, a las patas de la mesa.
-¿Cuál te follarías primero?-me preguntó mi abuelo.
Yo no sabía que responderle, pero al final hice un leve gesto hacia la izquierda, señalando a María que era la que ocupaba ese lugar. Entonces mi abuelo se levantó, y sin bajarse los pantalones, solo descorriendo la cremallera del pantalón, se sacó la polla, dura y gorda, la más grande que jamás he visto, y se la metió a María por el culo. María pegó un grito mientras mi abuelo le reprendía agarrándola del pelo.
-Fállate a esa-me dijo señalando a la hermana.
Imitándole, le introduje la polla lentamente mientras mi abuelo embestía con violencia a la otra mujer.
Mi abuelo se corrió en el culo de María antes que yo lo hiciera, por lo que me dijo que dejara a la hermana y me corriera en el de María. Así lo hice, me corrí en aquel dilatado culo. Mi abuelo hizo colocarse a la otra hermana bajo María, y la obligó a mantener en la boca, la crema que salía del culo de su hermana.
A los lados de mi abuelo, caminaban dos mujeres muy jóvenes de unos 16 o 18 años, garradas las llevaba con una correa que iba directamente a su cuello. Las dos jóvenes iban desnudas, dejando al descubierto sus pequeños peños, y su sexo sin nada de vello. Al acercarse más, pude ver que a una de ellas, le colgaba un diminuto pene. Uno de mis primos, se acercó a mi oído y me murmuró.
-Es el hijo de mi tía María, es maricón, una tenaza.
Lo recordaba de pequeño, por lo que no lo había reconocido, aparte del cambio tan brutal que había dado. La otra era su hermana, que guardaba un asombroso parecido con su madre y su tía.
Mi abuelo reprendió a mi tía Lola por haber azotado a su hermana, pues ese castigo era su mayor placer, decía que desobedecía para que se le castigara de aquel modo. Mandó distarla y mi cuñado la llevó a la parrara, una pequeña casucha al lado de la casa, donde antiguamente se refugiaba el perro.
Mi abuelo y mi tío, apenas me saludaron, mientras que maría y Úrsula (que así se llamaba su hermana) me dieron un efusivo beso. Con un chasqueo de sus dedos, las dos mellizas comenzaron a sacar bebida y algo para comer. Cuando todos nos pusimos al día, mi abuelo se aproximó a mí.
-Trae a tu novia, quiero conocerla.
Fui hacia el establo. Lo que encontré allí me dejó mudo. Todo estaba dividido en pequeños habitáculos, como pequeñas celdas. Los siete hombres ocupaban la mayor, pero aun así era pequeña y se apretujaban los unos contra los otros. La de las mujeres era más amplia. Al entrar una de ellas lamía el coño de una de las más jovencitas. Al verme se detuvo y agachó la cabeza.
-Perdóneme, merezco ser castigada.
Ana, atada en la pared, llevaba la boca tapada con una tira de cuero, en cuya parte central llevaba una bola que tapaba la boca de Ana. Sus ojos se alegraron de verme. La desaté y me hizo señas para que le quitara la mordaza, pero no me atreve, una orden de mi abuelo debe ser realizada con prontitud.
-No puedo Ana, no hay tiempo. Ahora conocerás a mi abuelo, estate tranquila, no pasará nada- intentaba tranquilizarla mientras caminábamos hacia el jardín.
La coloqué frente a mi abuelo. Este caminó alrededor de ella, examinado su cuerpo.
-Me gusta como para ti nieto.
Yo no pude reprimir una sonrisa de orgullo, antes de escuchar el grito de Ana al agarrarla del cabello.
-Vamos a ve…- y separándole las piernas le introdujo uno de sus enormes dedos.
-Me gusta, nieto, me gusta…
Demasiadas descripciones de edad y cuerpos
Cierto. El diablo está en los detalles, pero aquí el tema se pasó.
Ni es relato pedo, que al menos sumaría algo.