Diálogos: La Mentira De Rosario
Descubriendo la verdad..
La Mentira de Rosario
– ¿Dónde estabas?
– En la escuela mamá, ya sabes.
– ¿Por qué tienes apagado tu celular?
– No tiene pila.
– Saliste hace cuatro horas.
– Estaba con unos amigos.
– ¿En dónde estabas con esos amigos?
– Afuera de la escuela.
– Estaba preocupada por ti, y te fui a buscar, pasé varias veces por la escuela y no estabas ahí. Así que te vuelvo a preguntar: ¿Dónde estabas? Y esta vez trata de no mentir.
– …
– ¿Es secreto?
– No. En casa de uno de ellos.
– ¿Quién?
– Manu…
– ¿Manuel?
– Si.
– Qué curioso…
– …
– …hablé con su mamá, buscándote, y me dijo que Manu estaba con ella, en su casa. Pero tú no estabas ahí.
– …
– ¿Cómo es posible eso? Y esta vez, no pierdas el tiempo con más mentiras o habrá consecuencias. Recuerda que estuve cuatro horas investigando.
– Estaba con Tulio.
– Veo que sigues mintiendo. Ok. Si vas a seguir intentándolo, hazlo mejor, A Tulio me lo encontré en la escuela, la segunda vez que pasé por ahí. Y no sabía nada de ti.
– Ok, ok lo siento. Te lo diré.
– Eso espero, por tu bien.
– Si estaba en casa de Manu…
– Otra vez esa historia…
– Es verdad.
– Y entonces ¿por qué mintió su mamá?
– No mintió, ella no sabía que yo estaba ahí.
– ¿Cómo es eso?
– Manu y yo no entramos a la escuela. Nos fuimos a su casa a jugar videojuegos. Cuando llegamos su mamá no estaba. Sabíamos que no iba a estar en primer lugar, por eso fuimos. Pero llegó más temprano de lo que planeamos, entonces nos escondimos en el cuarto de Manu. Por eso me tardé tanto. Tuvimos que buscar una oportunidad para salir sin que nos viera y luego hacer como que él llegaba de la escuela y después me vine caminando para acá. Ella no se enteró que estuve ahí. Lo siento.
– Un relato muy bien pensado, y créeme, aceptaría cada palabra como verdadera de no ser por un pequeño detalle.
– ¿Cuál?
– Hablé también con la mamá de Liz. Ella me dijo que pasaron por Manu a la hora de la salida. En una camioneta. Y que ustedes dos se subieron a esa camioneta.
– …
– Así que, como comprenderás, lo que realmente me interesa es: ¿Por qué la mamá de tu mejor amigo miente?
– …
– Y ¿qué hicieron durante cuatro horas en su casa? Y otra cosa, si mientes una vez más, tendré que ir a la casa de tu amigo a preguntarle en persona a su mamá que es lo que esta pasando.
– No, eso no, por favor.
– Entonces dime.
– Su mamá pasó por nosotros.
– Ajá.
– Y nos subimos a su auto.
– Vas a repetir lo que yo ya dije o vas a decirme lo que pasó.
– …
– Anda, ¿y luego qué?
– Fuimos a su casa. Hizo de comer.
– ¿Y la observaron durante cuatro horas cocinar?
– No, la comida ya estaba hecha cuando llegamos
– Comieron, supongo.
– Si.
– ¿E hicieron una sobremesa de tres horas?
– No, luego Manu y yo nos fuimos a jugar videojuegos.
– Y luego te trajeron.
– Si.
– Te voy a hacer una pregunta Alan: ¿Tu crees que nací ayer?
– …
– Si esta fue una visita a casa de tu mejor amigo, de comida y videojuegos, como has tenido… ¿qué te gusta?… ¿unas mil? ¿Por qué, primero no me avisaste; segundo me mientes al llegar; y tercero, y no menos importante, la mamá de Manuel también me mintió?
– …
– Algo esta pasando, y tendré que ir a allá para averiguarlo.
– No espera.
– No, me voy. Esa fue tu última oportunidad.
– Te diré la verdad.
– No lo has hecho. ¿por qué debería de creerte?
– Esta vez sí, créeme.
– Dilo de una vez sin rodeos.
– Es complicado.
– No más que tratar de engañarme.
– Supongo que no…
– Ahora.
– Ok. Pero es una historia larga.
– No llevo prisa.
– Todo empezó hace algunos meses.
– Te escucho.
– ¿Te acuerdas un sábado, que teníamos partido, y la mamá de Manuel nos llevó?
– Si yo no pude ir, y ella se ofreció amablemente a llevarlos.
– De ahí fuimos a su casa a comer y jugar videojuegos.
– Si, me acuerdo. No saben hacer otra cosa.
– Pues ese día, cuando regresamos a su casa, después de bañarnos…
– ¿Qué?
– Vi algo que probablemente no tuve que haber visto.
– ¿Qué fue?
– Yo me estaba vistiendo solo, en el cuarto de Manu, hacia frío y recordé que había dejado en el baño mi chamarra, así que regresé, y ahí fue cuando vi a Rosario… la mamá de Manu tocándole el pene…
– ¿A quién? ¿A su esposo?
– Mamá, no tiene esposo, ya sabes que es divorciada.
– Bueno a su pareja.
– No sé si tiene pareja. No, a Manu…
– ¿Pero qué? Bañándolo supongo.
– Mamá ¿cómo crees? Tenemos 14 ya no somos bebes para que nos bañen.
– ¡¿Lo masturbaba?!
– Sí, eso, la vi masturbándolo.
. ¿Estás seguro?
. Mamá sé lo que es una masturbación, no soy un niño.
– Más o menos. Pero sígueme contando. Eso no explica lo que pasó hoy. ¿Qué tiene que ver?
– A eso voy. Nos moríamos de hambre, entonces…
– ¿Y qué pasó con lo que estabas viendo cuando regresaste al baño?
– ¿Quieres que te cuente que pasó?
– Sí.
– Espero que no con detalles.
– Te tomaste la molestia de mentirme com detalles. No espero menos ahora.
– Ok. Pero son cosas un poco…
– Lo se.
– Y bueno… lo masturbaba.
– ¿Cómo?
– ¡Con la mano, ¿con qué más?!
– Se me ocurren un par de cosas más, pero esa no fue mi pregunta. Te pregunté cómo, no con qué, y trata de no levantar la voz.
– De arriba hacia abajo, por favor mamá, seguramente tú sabes cómo.
– ¿Lento, rápido?
– Bueno, lógicamente primero fue lento y después rápido.
– ¿Tu también te masturbas?
– ¡Mamá!
– Dijiste lógicamente. ¿Cómo sabes? ¿Tienes mucha experiencia en eso?
– Más o menos…y sí, yo también me masturbo.
– Lo supuse. Es normal, más a tu edad. Créeme, yo me frotaba con la mano o con lo que se pudiera a cada rato.
– ¡Mamá!
– De verdad, casi cualquier superficie, desnivel o protuberancia eran buenos.
– ¡Ya por favor!
– Que no levantes la voz y cálmate, es normal.
– Pero no quiero oír eso.
– No te des golpes de pecho, que yo no te he educado así. Continúa: lo masturbaba lento y luego rápido, y luego ¿qué?
– Ok, Lo masturbaba, y Manu no aguantó más y…
– Se vino.
– Si, se vino. Y después se vistieron y nos fuimos a comer. Ya en la…
– ¿Ellos no te vieron mientras los espiabas?
– Pensé que no, pero a eso voy, todavía falta.
– Está bien, pero se te olvida decirme algo.
– ¿Qué?
– ¿Tú cómo te sentiste?
– No se… raro.
– ¿Raro bien o raro mal?
– Creo que raro bien.
– ¿Te gustó?
– Un poco.
– Ok. Después ¿qué?
– Durante la comida, todo transcurría normal, hasta que en una distracción de Manu que se encontraba en la cocina. Rosario…
– Es la segunda vez que la llamas por su nombre. ¿Ahora te diriges a ella así?
– A veces.
– ¿Cómo es eso?
– Espera a que llegue a esa parte.
– Ok.
– Manu estaba en la cocina. Y entonces su mamá…
– Rosario.
– Sí, Rosario. Dijo que me había visto, mientras los espiaba. Yo tenía mucha vergüenza, no sabía ni qué decir. Primero traté de explicarle que no quería entrometerme, que solo había regresado por mi chamarra. Pero no me dejó terminar mi explicación. Dijo que no me avergonzara, que era algo normal entre ellos. Y que no le molestaba que los hubiera visto. Y ahí fue cuando cambió todo.
– ¿Por qué?
– Porque puso su mano sobre la mía y me dijo que no solo, no le molestaba, sino que le había gustado que los espiara.
– ¿Y tu qué hiciste?
– Me quedé sin palabras y solo podía sentir un calor en todo mi cuerpo que emanaba desde la mano de Rosario.
– ¿Te gusta la mamá de Manu?
– …
– Dime.
– Mucho.
– Comprendo. ¿Qué más pasó?
– Ese día nada. Jugué videojuegos con Manu y en la noche me trajeron aquí.
– ¿Y los demás días?
– Los demás días no pasó nada, solo no podía sacar de mis pensamientos a Rosario. Cada que la veía ya fuera en la escuela, en los partidos o en casa de Manu, no podía dejar de verla todo el tiempo. Como si quisiera registrar cada centímetro de su cara y de su cuerpo, a cada segundo.
– Te enamoraste.
– No sé si sea eso, pero también Manu me lo dijo. Por supuesto no le pasó desapercibida mi obsesión.
– Ni a su mamá tampoco.
– No tampoco. Pero no ocurrió nada esos días.
– Pero hoy sí, ¿no es cierto?
– Si, hoy si…
– ¿Y qué esperas? ¿No me vas a contar?
– …
– …
– Hoy al salir, Rosario fue por Manu. Bien sabes que normalmente no lo hace. Los dos nos vamos solos a la casa, pero hoy sí fue. En cuanto me vió, se ofreció a darme un aventón. Yo le dije que sí.
– Ajá.
– Me iba a subir atrás pero ella me dijo que adelante, cosa que no le gustó nada a Manu,
– Me imagino.
– Yo sin entender bien por qué me ofrecía el asiento delantero, obedecí. Tú sabes cómo me gusta ir de copiloto.
– Lo se.
– Cuando estuve arriba, y antes de que se subiera Manu a la parte de atrás. Rosario me – saludó con un beso a media boca y casi sin separarse me dijo en secreto: “Me gustaría que hoy nos vieras otra vez.” Yo sabía a qué se refería y aunque no lo hubiera sabido, ese beso y su delicioso aliento, me hubieran obligado a seguirla a donde quisiera.
– Obviamente. Sabía lo que hacía.
– Y a partir de ese momento yo no. Me sentía muy mareado, nervioso y con un poco de temor.
– Así pasa cuando no hay certidumbre. ¿Y qué más?
– Rosario le dijo a Manu que yo los acompañaría. En ese momento se le olvidó que yo iba adelante y él atrás, poniéndose muy contento. Llegamos a la casa y nos fuimos directo a la consola. Minutos después nos llamó para comer…
– ¿Y nunca en esos momentos pensaste en hablarme?
– Si, pero temía que me dijeras que regresara rápido y no poder ver…
– Lo que ella quería que vieras.
– Si, así es.
– Ok, voy entendiendo. ¿Y luego?
– Durante la comida, ella me veía con ganas de darme otro beso…
– O de masturbarte, enfrentémoslo.
– Sí, bueno, también de eso.
– La muy degenerada…
– ¡Mamá!
– Es la verdad.
– Pero tú a mí me has educado con total libertad sexual y como tu me lo has dicho, sin ningún tabú. No me digas que vas a ir a reclamarle. O algo peor.
– Dices bien, yo he tratado de educarte sin prejuicios, y no te preocupes no le haré nada a esa señora, confío en ti. Pero eso no le quita lo degenerada.
– Ok mamá. ¿Dónde estaba?
– Durante la comida, mientras ella te veía con ganas de comer otra cosa.
– ¡Puf!, ok, bueno, me estaba mirando así y nos propuso un juego.
– ¿Cuál juego?
– Cinturón. ¿Lo has jugado?
– Sí, lo conozco, como las escondidas o bote pateado, pero con cinturón.
– Sí. Yo no lo conocía, ya sabes, quien tiene el cinturón, le tiene que pegar con él a los demás cuando los encuentra.
– Y el primero a quien le pegan busca a los demás para pegarles la siguiente ronda, te dije que lo conozco.
– Así es, entonces, comenzamos a jugar.
– ¿Sólo los tres?
– No, incluímos a la nena.
– ¿A Fer?
– Si.
– ¿No está muy pequeña? Tiene 3 o algo.
– Cinco, pero era de chocolate.
– Si claro, ni modo de pegarle.
– Bueno, ninguno nos pegamos muy fuerte.
– Sigue.
– Empezó Rosario a buscar el cinturón, mientras los demás nos escondíamos.
– No me acostumbro a que le digas por su nombre.
– Espera ya, eso no importa ahora, te sigo contando.
– Ok, anda.
– Encontró casi enseguida el cinturón y luego a nosotros. Pasarón varias rondas y hasta ahí todo normal. Fer se aburrió rápido. Como era de chocolate, no la tomábamos mucho en cuenta.
– La entiendo, eso de jugar sin que cuente nada de lo que haces, siempre es aburrido.
– Y mucho. Se fue a al cuarto con sus juguetes. En la primera ronda, con solo tres participantes, me tocó a mí buscar el cinturón. Me costó un poco dar con él. Cuando lo hice, comencé a recorrer la casa y no los encontraba por ningún lado.
– Seguro estaban juntos.
– Si, y en el mismo baño de la vez anterior.
– Y haciendo lo mismo de la vez anterior, supongo.
– Sí, bueno con una variante.
– ¿Cuál?
– Esta vez, Rosario no usaba sus manos, sino su boca.
– La muy cerda…
– ¡Ya mamá!
– ¿Qué no lo ves? A su propio hijo. ¿Cómo no quieres que la llame así?
– ¿Te sigo contando o vas a seguir con eso?
– Ya no diré más, cuéntame.
– Será una cerda y lo que quieras, pero Manu parecía estar en el cielo. Estuve observando por varios minutos, hasta que…
– Manu se vino.
– No, bueno sí. Pero antes de que se viniera se me ocurrió algo.
– ¿Qué?
– Una maldad.
– ¿Qué hiciste Alan?
– Pensé que sería divertido entrar a los pocos segundos de que se viniera, y darles con el cinturón.
– No lo hiciste.
– Si lo hice, pero cometí un leve error.
– ¿Cuál?
– Pensé que ya había terminado, pero no era así.
– ¿Y entonces?
– Pues nada, los dos pegaron un brinco cuando entré gritando: “¡Ya los encontré!” soltando cinturonazos. Cómo aún no terminaba de venirse, Manu salpicó su ropa y la de su madre.
– Seguro estarán acostumbrados. ¿Y qué, no les pegaste?
– Sí, claro. A Rosario le di un par, el primero en las nalgas y el segundo en una pierna.
– Bien merecido se lo tenía.
– Bueno, no le di muy fuerte. Pero la mejor parte es, que a Manuel le di justo en el pene.
– ¿Cómo crees? ¿Y qué hizo?
– Se puso a brincar del dolor y nada más gritaba: “¡Ay mi verga! ¡Ay mi verguita, mi verguita!“ Y obvio, al verlo así, yo no podía parar de reír. Exacto, como tú ahorita.
– Ok, ok, muy buena travesura, aunque se te fue un poco la mano con tu amigo. ¿Y qué hicieron después, al verse descubiertos?
– No se.
– ¿Cómo no sabes?
– Es que luego de reírme, aventé el cinturón al piso y me salí diciendo: “Manu, le toca a tu mamá buscarnos.”
– ¿Siguieron jugando después de eso?
– Claro que no. Ni modo que se pusieran a jugar todos llenos de semen.
– Pudieron ir a cambiarse.
– Y eso hicieron, pero no jugamos más. Estuve un buen rato sentado en la sala viendo mi celular.
– ¿No que estaba sin batería?
– Esa mentira era parte de todas las que te dije antes.
– Lo sabía, ¿Por qué no me marcaste ahí?
– Lo iba a hacer. De hecho estaba tan aburrido que te iba a pedir que fueras por mi.
– ¿Y?
– Creo que esta parte del relato no te va a gustar mamá.
– Tampoco es que las demás partes me hayan fascinado hasta ahora.
– Pues imaginate cómo se pone.
– …
– Estaba a punto de marcarte, y en eso llegó Rosario.
– ¡Ay no!, ya no sé si quiero que me sigas contando…¿qué hiciste Alan?
– Mamá… no que hice yo, ¡qué me hicieron a mí!
– ¡Esa maldita puerca!
– Pues sí, pero todo fue consentido.
– Claro, ¿y cómo no? Si en estos momentos de tu vida, venderías a tu madre por dos lengüetazos.
– Bueno, pues ya te imaginarás, ¿Te cuento o no te cuento?
– No lo sé.
– Vamos madre, nunca hemos sido prejuiciosos. ¿Qué te pasa ahora?
– Tienes razón. A veces es difícil. ¿Pero qué? ¿Quieres contarme todos los detalles o qué?No creas que me interesan eh.
– Mamá, tienes que entender. Esta vez, no puedo contárselo a mi mejor amigo.
– ¿Cómo, no se enteró?
– No. Rosario me dijo que, cuando se fue a cambiar a su cuarto, estaba tan apenado por lo que pasó que se encerró y no quizo salir.
– Lógico.
– Después, dice que lo escuchó llorar.
– Bueno eso ya me parece un poco exagerado.
– Dice Rosario, que lloraba porque pensaba que yo iba a ir a contarle a todo el mundo y ella terminaría en la cárcel.
– Una preocupación válida. La sociedad navega entre la ignorancia y el prejuicio.
– Pues sí, pero yo jamás le haría daño ni a el ni a su mamá.
– Y supongo que ahora menos.
– Jamás.
– ¿Y qué? ¿Se quedó llorando todo ese tiempo en su cuarto?
– No. Después de llorar un buen rato, se quedó dormido.
– Con la puerta cerrada.
– Sí.
– Ok, entiendo. Tal vez eso jugó en tu beneficio.
– Mucho. ¿Quieres que te cuente?
– Mira Alan. Hace unos minutos mentías para no contarme y ahora, en sustitución de tu amigo, mueres por decirme todos los detalles.
– Es que tenía mis reservas. Más allá de la educación que me has dado, no sabía hasta que grado ibas a aceptar esta situación. Y a juzgar por algunas de tus reacciones no estaba tan equivocado. Además, no soy tonto, se que Rosario, se podría meter en problemas. Es por eso que mentí al principio. Pero ahora…
– Ahora que ves a tu madre responder mejor con verdades que con mentiras, ya te sientes en confianza. ¿No es así?
– Algo así.
– Está bien, cuéntame. Pero si empiezo a sentirme incomoda por este o aquel detalle, paramos y te saltas a lo siguiente. ¿Estamos?
– Va.
– Ok. Llego Rosario…y…
– Se había cambiado de ropa y lucía muy bien.
– Seguro te fue a provocar.
– No, no se. ¿Cómo?
– Enseñado piel, con una minifaldita o un escote.
– ¿De qué hablas ma? Ni que fuera película porno.
– Bien que sabes.
– Lo ves, por eso en un principio no te quería contar.
– Ya, ya, perdón, sigue, no te interrumpo.
– Como si eso fuera posible.
– Lo prometo.
– No lo creo.
– …
– Bueno ok. Y para tu información, traía puesta una camisa blanca y un pantalón de lino del mismo color, bastante holgados.
– ¿Antes o después?
– ¿No que ya no me ibas a interrumpir?
– Solo esta vez. ¿Antes o después?
– ¿Antes o después de qué?
– De que su hijo la ensuciara.
– Después, obvio.
– ¿Y antes que traía puesto?
– ¿Eso importa?
– Claro que importa.
– ¿Y por qué no me lo preguntaste antes?
– Porque antes no sabía que esa depravada te la chupó o lo que sea que te hizo.
– Y ahora tampoco sabes por que no te he contado.
– ¿Se necesita ser una lumbrera para adivinarlo, o qué?
– Pues no. Sí lo hizo.
– Ves. ¿Qué traía puesto?
– Una playera roja con tirantes.
– ¿Escotada?
– Sí.
– ¿Y qué más?
– Mnifald y tacns.
– Lo puedes decir en español. No te entendí.
– Minifalda y tacones.
– Lo sabía. La muy…
– ¡Ya no digas nada! Ella me gusta.
– Eso veo.
– Me ha tratado muy bien.
– Ya me imagino.
– De verdad, fuera del sexo.
– Ok, ya sigue.
– No, ya no.
¿Ahora por qué?
– Porque pareces la novia celosa.
– La mamá celosa en todo caso.
– Ya ves cómo si sientes celos.
– Un poco.
– ¿¡En serio!?
– Ya te dije que sí. Un poco.
– ¿¡Por!?
– Eres mi hijo.
– Desde luego, pero ¿eso qué tiene que ver con que sientas celos de Rosario?
– No lo se, probablemente de ella y de cualquiera.
– ¿¡Cómo!?
– No tengo que darte explicaciones. Eres mi hijo y así es como me siento, punto.
– Pero…
– Pero nada, termina tu relato.
– Ok, Solo trata de calmarte.
– Estoy calmada, tú eres el que grita.
– ¡Puf!, bien…¿Dónde me quedé?
– Ella se cambió y llegó contigo.
– Ah sí. Me contó como ya te dije lo de Manu llorando en su cuarto.
– Aja.
– Y luego me preguntó que sí me gustó lo que vi.
– Tu respuesta era obvia.
– Sí, le dije que me encantó. Después me pregunto que si ella me gustaba.
– Eso está claro.
– Así es, le dije que me gustaba mucho. Me preguntó entonces si quería que me hiciera lo mismo que a Manu.
– ¿Y en cuántos segundos te bajaste los pantalones?
– Ya mamá, tampoco fue así.
– ¿Me equivoco?
– Pues no realmente, en cuanto le dije que si, ella me pidió que me quitara los pantalones y no tardé nada en hacerlo.
– Lo sabía. Sigue.
– Bueno, pues con su mano me sacó de los calzones el…
– Tú verga…¿no?
– Sí, eso y comenzó…
– A jalártela…¿no?
– Sí… ¡mamá, ¿qué haces?!
– Desabrochándote los pantalones, ¿qué más? Sigue.
– Yo estaba algo ner… nervioso…
– Y ahora sacó tú verga… creo que está feliz de verme. Nueve meses me tardé en hacértela. ¡Qué bonita me quedó! Sigue.
– Me la… jalaba lentamente…
– Así…
– Sí, así. Mamá…¿qué…haces?
– Masturbándote, ya lo sabes. Dices que te gusta ¿no?
– Sí… pero tu eres mi…
– No me vengas con eso ahora, ya lo se.
– ¿Qué sabes… ¡ah!?
– ¿Creíste que no me iba a dar cuenta…amor?
– ¡Ah…ah!
– Tú celular puesto entre mis suéteres grabándome, mientras me cambio.
– Yo-o… mmm…¡Ah!
– O escondido en ese mismo lugar durante la noche. ¿Solo tengo una duda mi cielo?
– …
– ¿Cuándo viste el video amor, masturbándome con esos dildos, pensaste que fue suerte o te diste cuenta que monté todo el show solo para ti?
– ¡Ah…¡mamá, lo que paso es…!
– O tomándole fotos a mis piernas y a mi senos mientras duermo… Eso está un poco freaky ¿No crees mi amor? ¿Te lastimo? Deja le escupo un poco a tu verga para que sientas más rico.
– ¡Oh sí, saliva… Mamá es que yo pensé…
– Aún no termino, y espero que tú tampoco linda verga. ¿Crees qué no me daría cuenta de tus búsquedas en Google: “¿Cómo cogerme a mi mamá?”? ¿En serio ingresaste eso y no fuiste ni para borrar tu historial?
– Mamá…¡por favor…ah!…deja te explico.
– Hoy te has explicado bastante Alan. Y me pregunto: ¿Algo de todo ésto es verdad o te lo recomendaron en alguna pagina chaquetera, para ver si me daban celos o para que repentinamente me interesara sexualmente en ti?
– ¡Así, oh!…mamá no…fue ninguna pagina…es ver… verdad..
– No. ¿Entonces, Rosario te la jalo así…?
– ¡Sí!…pero no tan…rico.
– ¿Te está gustando mi amor?
– ¿Mucho…ah!
– ¿Rosario te la chupó?
– ¡Sí…si..!
– ¿Quieres que yo te chupe? ¿Quieres una buena mamada de mami?
– ¡Sí…sí..!
– Primero la lengua…
– ¡Oh..!
– ¡Mmm, qué rico! Ahora toda adentro…
– ¡Oh sí, no pares! ¡De verdad te entra toda! ¡Oh… sí… que rica y tibia se… se siente tu boca…! ¡Me ven…me vengo! ¡Oh si así…ah!
– ¡Slurp, qué rico mi amor, ahora vente en mi cara, anda, sácala toda…! ¡Ah…ah!
– ¡Ah…agh!
– ¡…!
– ¡…!
– ¡Oh amor, qué linda venida tuvimos!
– ¿Tú también te viniste?
– Sí, claro. Todo este tiempo tuve mi mano dentro de mi falda, ni cuenta te diste.
– La verdad no.
– Eso quiere decir que lo hice bien.
– Muy bien.
– Qué bueno que te gustó amor. Ahora vete a bañar y lávate esa hermosa verga que tienes.
– ¿No vienes?
– Paso a paso Alan, no te apresures, además tengo que hacer una llamada.
– ¿A quién?
– A Rosario.
– ¿¡No, para qué!?
– No te alteres, bueno, primero si la amenazaré, pero solo será para meterle un susto a la muy perra, luego iremos a su casa y…
– ¿Y..?
– Y arreglaremos todo.
– ¿Cómo?
– Ya verás, no te preocupes todo saldrá bien.
– Ok, oye mamá…
– Sí dime.
– Sólo tengo un par de preguntas.
– Hazlas.
– La primera es, ¿por qué si sabías que te estaba grabando y tomando fotos, nunca dijiste o hiciste algo?
– De alguna manera me parecía tierno. Luego me dio morbo, y después excitación. Por eso dejé que lo hicieras.
– ¿Y no pensaste que las podía subir a la red?
– ¿Lo hiciste?
– Claro que no.
– ¿Para qué querías esos registros?
– Para mí.
– No dije para quién, dije para qué.
– …
– Lo ves, sabía que eran para eso. Tu despertar sexual me gustó.
– ¿Sí?
– Mucho. ¿Y la segunda pregunta cuál es?
– Ah sí. Durante mi relato, opinabas muy mal de Rosario y terminaste haciendo lo mismo. ¿Fueron celos?
– Ya te dije que un poco, pero…mira Alan, lo que creo, es que estás de suerte.
– No entiendo.
– Sí. Porque tanto Manu, Rosario y yo somos unos cerdos degenerados, como tú.
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