Dios, no me hagas daño (Parte 1)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ChicaTargaryen.
Recuerdo que yo tenía unos diez u once años cuando descubrí el placer que podía obtener de mi coño. Encontré mi clítoris por accidente, no sabía en ese momento que era o cómo se llamaba, lo único que sabía era que era mi lugar favorito. Cada vez que mi coño se estremecía, yo iba al baño de mi escuela o me encerraba en mi habitación para poder tocar ese lugar hasta terminar en una explosión de placer.
Esto pasó en los años sesenta, cuando cualquier sugerencia de que debería existir educación sexual en las escuelas te tacharía como un pervertido. Por otra parte, cualquier charla de sexo te enviaría directamente al infierno. Y en mi escuela católica, parecía ser todo peor. No habían chicos en mi escuela. En los juegos, siempre nos sacábamos nuestras panties antes de ponernos la corta falda de gimnasio que era obligatorio.. Nuestras ridículamente cortas faldas le mostrarían a cualquiera nuestros calzones a quien quisiera mirar. Me parecía algo tontamente contradictorio. Imagínense entonces, en esta estricta escuela católica, cuando las monjas te repetían a cada rato las cosas que te pasarían si pecabas. La culpa que yo sentía cuando caminaba tímidamente desde los baños de mi escuela, aún húmeda y enrojecida por el placer pecaminoso que me había dado. Siempre al terminar susurraba "Dios, no me hagas daño"
Los chicos eran rudos y sucios, no tenía ningún interés en ellos. Siempre gritando, tomándote y empujando en sus juegos, no os echaba de menos en mi escuela. Nunca estaban en mis sueños cuando jugaba con mi lugar, siempre pensaba en le chica de al lado, ella era la hija de su casa. Mirando atrás, ella debió haber tenido unos 17 o 18 años. Los shorts cortos y apretados, y las faldas cortas recién estaban siendo una moda. Siempre la miraba desde la ventana de mi habitación. Sus piernas se veían muy suaves y largas, sus caderas eran estrechas y su trasero se meneaba mientras ella caminaba con sus tacos altos. Yo estaba desesperada por ver su ropa interior que sólo estaba a unos metros de mi vista. Ella tenía unos senos maravillosos, pero mi interés y fascinación estaba en su culo moviéndose.
Mi vaginita tomaba vida propia, y el cosquilleo comenzaban en la boca de mi estómago, recorría mi concha y hasta mis piernas. Mis calzones se mojaban mientras mi coño lloraba en él. Me tiraba en mi cama y buscaba mi pequeño lugar. Me recostaba ahí jadeando, mientras esperaba que mi corazón dejara de latir cuando Dios se enojara.
Mi hermana Sofía es dos años menor que yo, pero parece mucho más joven aun, gracias en parte a como la tratan mis padres. Cuando yo tenía 12 y ella 10, tuvo una pesadilla y llegó a orinarse. Aún dormida, llegó a mi habitación buscando a nuestra madre, mientras se sacaba su pijama mojado. Sin decir nada entró a mi cama y siguió durmiendo. La quedé mirando mientras ella se encontraba acostada sobre su espalda durmiendo profundamente. No sé que me impulsó a hacerlo, pero estiré mi mano hasta su coño acariciándolo suavemente, con miedo de despertarla. Se le puso la piel de gallina y sus pequeños pezones reaccionaron a mi caricia.
Dejé de hacer lo que hacía, estaba segura de que la había despertado, pero no fue así. Le separé las piernas y me acerqué para poder ver mejor su pequeña concha, nunca había visto una tan de cerca en mi vida. La miré de nuevo para asegurarme de que seguía durmiendo. Llevé mi mano hasta mi zona favorita, mientras me acerqué más aún y le besé su coño. Miraba su cuerpo respirar, mientras la lamí, su fuerte sabor y la sensación mandaron mi concha a la locura.
Mientras observaba su respiración volverse más fuerte, lamía su zona íntima más rápido, mientras mi cuerpo se electrizaba de placer, no estaba segura, pero creí haber escuchado un "Dios". Yo estaba llena de miedo y arrepentimiento, temiendo que ella Lo había visto frunciendo el ceño hacia nosotras.
Estaba despierta pero pretendiendo estar dormida cuando despertó a la mañana siguiente. Le costó un poco darse cuenta en donde estaba. Se levantó y tomo su pijama frió y mojado, y fue hasta la habitación de mi madre. Escuché como ella le decía "Oh mi amor no te preocupes, ven aquí para ponerte caliente". Busqué mi lugar y reservé mi lugar en el infierno mientras pensaba en mi hermanita.
Me encontraba en la ventana como siempre, mientras Javiera, la chica de al lado, se subía a un auto para ir a trabajar. Trabajaba en una oficina y se iba siempre a la misma hora. Tiene su pelo largo y negro, y usaba un traje de mini-falda oscuro. Los hombres que pasaban al lado de su auto silbaban y tocaban su bocina. No me importaba, yo ya estaba recostada jugando con mi concha imaginándome que habría a sólo centímetros bajo de esa falda. Recé a Dios para que me ayudara.
En la noche de ese día, yo estaba durmiendo, no sentí como se abría la puerta de mi habitación. Lo primero que supe fue que Sofía movía gentilmente mi hombro. "Estoy asustada" –me dijo. Tenia puesto un pijama vestido que la cubría hasta sus pies. "Entra" –le respondí. Mientras cerraba mis ojos para encontrar el sueño que tenía. Sentí su culo desnudo contra mi, "¿Qué le paso a tu pijama?" –le pregunté. "Me lo quise quitar " –me respondió.
Me di vuelta y sentí su pequeño cálido y desnudo cuerpo. "Bésame Amanda" –me dijo. Mientras me acercaba a ella volvió a susurrar "No, no así –tiró el cobertor de cama y separó sus piernas– como lo hiciste el otro día". Giré para ponerme de espaldas, mientras ella se ponía de rodillas y se acercaba para presionar mi cabeza. Su concha besó mi boca. Mi propia vagina explotó, perdí el control. Mis manos fueron a mi zona, y me con mis dedos alocadamente. Mientras gritaba silenciosamente dentro de ella. Lamí y probé su pequeño y precioso coño con mis labios y mi lengua.
Bebí hambrienta su esencia.
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