Dios, no me hagas daño (Parte 2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ChicaTargaryen.
Yo estaba enamorada de la diosa de 19 años que era mi vecina. Ella no lo sabía obviamente. Mi cuerpo siempre respondía con un hormigueo en mi coño cada vez que la veía, incluso sólo en pensar en ella mientras jugaba con mi lugar especial hasta que sentía esa corriente de placer. Oraba por mi perdón cada vez.
He intentado parar y le he hecho muchas promesas a Dios, pero mi calzón simplemente se ponía más y más húmedo, y el hormigueo me volvía loca. Me tormentaba a mí misma mirándola cada mañana en su camino al trabajo. Su mini falda me enloquecía con pasión, solo unos cuantos centímetros escondían su concha de mi vista. Mi promesa se derretía mientras me apoyaba en el alféizar y la recorría con la mirada desde la ventana de mi habitación. Tendría mi mano puesta en mis bragas mojadas, frotando mi lugar hasta hundirme en mi cama. Entonces me dedearía fuertemente devuelta a la cordura, y después como siempre rezaría "Dios, no me lastimes".
Estaba condenada aún más cuando mi hermana Sofía vino a mi cama cuando tuvo una pesadilla. La tentación fue muy grande, con su delgado cuerpo de niña, que tenía una más que llamativa redondela de culo, no me imaginaba como sería en unos años… Su piel trigueña, su largo pelo castaño enmarañado por el sueño y sus profundos ojos verdes que escondían sus pesados párpados producto del dormir interrumpido, me ayudaron a caer en uno de los peores círculos del infierno.
Pensé que ella dormía cuando le besé y lamí su vagina. Estaba equivocada. Viene ocasionalmente a mi habitación por las noches para que le de su ración de lengua. A pesar de mi misma, no me he podido resistir a ella.
En la escuela continuamos hacia la siguiente clase, y con eso llegó una nueva monja. Ella era menos estricta y más tolerante. Nos enseñó sobre el arrepentimiento y el perdón, que era música para mis oídos. Nos contó sobre el confesionario. Fuimos a la iglesia local para conocer al sacerdote y confesarle nuestros pecados. Estábamos en linea esperando nuestro turno. Chicas entraban y salían en cuestión de minutos, Para el momento que era mi turno perdí los nervios y confesé haber robado un juguete a mi hermana. Sabía que tenía que confesar adecuadamente, pero no sería aquí ni ahora. Donde podría confesar con el corazón abierto.
Era sábado. Le dije a mis padres que estaría en la casa de una amiga, y fui a buscar una iglesia lejana. Era lejos de mi casa y mi colegio, no llevaba mi uniforme escolar. Era sólo una niña en un vestido que le llegaba una palma arriba de las rodillas. Entré a la iglesia y para mi alivio estaba vacío. Mis pisadas resonaban mientras caminaba a lo largo de la iglesia. Un sacerdote salió de las sombras y me saludó, era algo gordo y de apariencia amable, tenía su pelo gris. "Perdóneme padre, porque he pecado" -dije. Me cortó el flujo de mis palabras y me dijo "No hagas eso aquí"-mientras me hacía una seña para que lo siguiera al confesionario.
Entré y me senté, él abrió la partición. "Ahora es cuando lo dices" -me dijo. "Perdóneme padre, porque he pecado" -repetí. A continuación le conté sobre mi lugar especial, de la diosa que vivía al lado de mi casa, y lo que hacía cada mañana. Su respiración se oía mas entrecortada. El sacerdote jadeaba cuando le conté sobre mi hermana. "¿Qué pasó después?"-me dijo con una voz ronca-, y repetía esa pregunta con un timbre cada vez distinto. Me di cuenta de que el confesionario estaba vibrando. "¿Qué hace?- le pregunté de vuelta. "No importa". me dijo- no te detengas, sigue contándome". Dejé el confesionario cuando escuchaba al sacerdote gemir, mientras se agarraba de las paredes. Salí corriendo de la iglesia. Ahora estaba en más problemas con Dios, decirle a un sacerdote que se vaya a la mierda debe ser un pecado. Me estaba convenciendo de que era una hija del diablo. Abandoné cualquier intento de salvarme.
Esa noche Sofía vino a mi habitación, yo ya estaba despierta. La escuché levantarse de su cama, ir al baño y después, en vez de volver a su pieza, llegó a la mía. La miré mientras se quitaba su vestido de pijama y su calzón. Y continúe mirándola cuando se metía a mi cama. Yo estaba desnuda, siempre dormía desnuda. Ella tiró las sabanas y se quedaba quieta como siempre, con sus piernas separadas y sus rodillas dobladas, dejando su pequeña concha a la vista. Estaba esperando a que se lo dejaran besado y lamido.
Caí sobre ella y prácticamente la violé. Le besé su boca y forcé mi lengua en ella. Mordí su cuello y probé sus orejas. Acariciaba su cuerpo mientras succionaba sus pequeños pezones. Ella jadeaba y se retorcía debajo de mi cuerpo. La agarré y presioné mi vagina contra su cara, ella lo besó y lo lamió tal como yo le enseñé. Su lengua de 10 años llegaron a lugares que yo sólo podía imaginar. Terminó brillando con mis jugos.
Ella era suficientemente pequeña y manejable para moverla donde quisiera. Me comí hambrienta su vagina, buscando con mi lengua su pequeño clip. Ella se retorcía en respuesta. Verla así me provocó más aún, y le metí un dedo en su pequeño coño. Alcancé a ahogar su gritito con mi otra mano mientras la penetraba. Limpié su sangre de virgen con mi boca antes de cogerla en un frenesí. Giramos una y otra vez. Ella aprendía rápido, insertaba sus deditos en mí. Sofía me abría y luego yo a ella. Nos turnábamos en beber los jugos de la otra y cogernos una a otra hasta el clímax.
Al otro día no estaba cuando desperté. No estuve segura al principio de si es que en verdad pasó o si fue un sueño.
Miraba a mi vecina Javiera como de costumbre mientras acariciaba mi adolorido coño. Era domingo, y miraba sus cortos y muy apretados shorts, tanto que le podía ver la forma de su concha desde mi ventana. Mi coño lloró mientras la miraba sacar una toalla, sacarse el sujetador y recostarse en el jardín para tomar sol leyendo un libro.
Me perdí en mi propia pasión, olvidé el dolor que sentía en mi concha. Me paré en la ventana solo para poder verla mejor. Después de un rato vi entrar a otra persona en el jardín. Estaba vestida desde la cabeza hasta los tobillos de negro, era una monja. Rápida y silenciosamente me escondí, había aprendido a temerle a las monjas.
Las visitas de mi hermanita se hicieron mas frecuentes, yo nunca iba hacia ella y nunca le puse ninguna presión para hacerlo. Siempre ha sido ella quien viene hacia mí presentando su concha desnuda. Jamas la he rechazado, hasta el día de hoy.
Pasó un largo tiempo para que me volviera a animar para ir a confesarme. Encontré una nueva iglesia, más moderna. Mientras caminaba me di cuenta que había una monja de rodillas rezando. Intente irme, pero me llegó su voz., "Pequeña niña -me llamaba, yo di la vuelta y la miré- ven aquí, no tengas miedo". Era la monja que había visitado la casa de al lado. Mientras me acercaba sus ojos demostraban que ella me había reconocido. "Te conozco -comenzó- eres la chica que vive al lado de mi hermana"
Asentí con la cabeza, ella se sentó en la silla más cercana y me hizo una seña para que me sentara a su lado. "Qué te aproblema pequeña?" No se parecía nada como las otras monjas que había conocido. Ella se veía joven, con un rostro fresco y ropa que olía bien. "No sé que decir" -le dije- ella sostuvo mi mirada y me contestó: "Déjame ayudarte, permíteme comenzar, tú estás flechada por mi hermana, cierto?"
Asentí de nuevo mientras comenzaba a sollozar… y luego a llorar. Con ella me sentía segura y en confianza, le conté absolutamente todo. Ella sonreía con cariño pero no decía nada. Después de terminar mi historia, y cuando el llano desaparecía le pregunté: "¿Me iré al infierno?". Luego de lo que pareció un largo silencio me preguntó: "¿Quién te hizo? -negué con la cabeza sin saber qué responder- mira alrededor tuyo." Luego continuó: "Si tuvieras un regalo especial que se lo das a un amigo querido, ¿Cómo te sentirías si él lo dejara a un lado y no te agradeciera?"
"Triste" -le dijé.
"Bueno, fue Dios quien nos hizo a todos, y fue Él quien te dio tu lugar especial, Él fue quien te hizo como eres. Nos hizo a todos diferentes, te hizo a ti para que amaras a las mujeres, a mi hermana para que amara a los hombres, y a mí para amarlos a ambos -hizo una pausa para que digiriera sus palabras- ve y disfruta Sus regalos y se feliz" Me acarició una pierna, se levantó y me dejó ahí.
Me arrodillé de nuevo, pero esta vez para darle gracias a Él.
*Como siempre cualquier comentario es bienvenido! Así sabré si es que lo estoy haciendo bien, y si hay algo que mejorar. Gracias por leer.
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