EL BUEN HERMANO
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Éramos tres hermanos varones más mis padres, hasta que llego el día más terrible y se llevó a estos últimos en un accidente de tránsito, dejándonos huérfanos y con una tristeza enorme.
Bruno, el menor de 10; Sebastián de 17, rubio y precioso como su hermanito.
Y yo, Javier, a punto de cumplir 24, un muchacho blanco de cabello negro, delgado pero en forma, que tuve que hacerme cargo de todo en el hogar con ayuda de mis tíos y los amigos íntimos de la familia.
Fue difícil al principio como es de esperarse.
Abandoné mis estudios y me dediqué a los negocios de mi padre en conjunto con mi tío.
No entraré en detalles referidos a lo económico ni a cómo nos fuimos acomodando día a día tras la tragedia.
Solo contaré lo que realmente importa.
En casa solo éramos nosotros tres, tres hermanos con un oscuro secreto; nos amábamos, no como los hermanos lo hacen, si no de verdad, apasionadamente.
Y trataré de ser claro y directo en cuanto a cómo empezó nuestra increíble relación amorosa.
Tenía 21 y él 15 cuando sucedió el primer encuentro.
Yo no vivía con mi familia, alquilaba un departamento cerca de la facultad a la que iba, pero me quedaba a dormir en casa cada tanto para no perder el tacto, y principalmente porque no podía estar lejos de mis hermanos.
Mi adorable hermanito Sebastián, de 15, estaba en pleno desarrollo y con las hormonas revolucionadas.
Hacía tiempo que no podía controlar sus erecciones, y como compartíamos el cuarto, con frecuencia lo notaba ruborizado, tratando de que no descubriera el firme bulto que se le marcaba en los pantalones.
Comenzaba a hacerme preguntas relacionadas con el sexo y a los cambios por los que pasan los varones en la adolescencia.
Y yo siempre trataba de responder a todas sus preguntas sin que se sintiera incómodo y buscara en otra persona dicha información.
—Javier, ¿hasta qué edad te crece el pene?
—A los 15 ya no crece más— respondía yo y me reía en seguida al ver su cara de preocupación.
—¡No seas mentiroso!
—Alrededor de los 18, todavía te falta bastante.
—¡Que alivio!
No tardaba en ruborizarse y así cambiar de tema radicalmente.
Una noche en la que hacía mucho frio, le dije que viniera a acostarse conmigo, que no pasaba nada.
Noté sus manos heladas al igual que sus pies, eran partes del cuerpo que siempre le costaba entibiar, entonces acerqué mis pies a los suyos para darle calor y tomé sus manos y le dije:
—Me contó un amigo que la forma más rápida de calentar las manos en invierno, era metiéndolas entre la verga y los testículos dentro de los calzoncillos de otra persona.
La luz de la luna que atravesaba la ventana de la habitación, me dejaba ver su cara de asombro y duda.
Tomé sus manos y me las metí junto a las mías entre mi genitales, sin pensarlo.
Si mi hermano hizo un intento de sacarlas fuera, no lo noté en ningún momento.
Había cerrado los ojos y ocultado un poco su cara de la luz.
—Tenes mucho pelo— dijo temblando.
No tarde en sentir como mi pene se ensanchaba y aumentaba de tamaño, saliendo con torpeza de entre los dedos de mi hermano y los míos, escapando de unos calzoncillos azules.
Mi hermano no sacaba sus manos, me miraba a los ojos y empezaba a deslizar sus dedos sobre el tronco del pene, subiendo delicadamente hasta el glande.
—¿Puedo verlo Javier? —preguntó en voz casi inaudible.
—Prende la luz de la lámpara.
Sebastián salió de la cama, soltando mi verga, y rápidamente encendió la luz.
Ambos estábamos nerviosos pero seguros de lo que estábamos haciendo, en el fondo siempre supimos lo que sentíamos el uno por el otro.
Se quedó de pie con una evidente erección propia, mirándome con picardía.
Me quité lentamente los calzoncillos y me quedé sentado en la cama.
—Acercate— le dije.
Cerró los ojos un momento y volvió a moverse hasta mi lugar.
Un hilo cristalino colgaba de mi glande y suspendía hasta tocar las sabanas y se alzaba en alto tocando por momentos mi abdomen.
Su mano se posó sobre mi pierna derecha y fue subiendo hasta unas bolas velludas que parecían hincharse a montones.
No me había rasurado en mucho tiempo, los vellos gruesos y negros se expandían alrededor del tronco y la base hasta el ombligo.
Cuando finalmente tomó mi pene con su mano tibia me sentí morir, todo mi cuerpo se erizó causándome escalofríos.
Me masturbaba y me sobaba los testículos, mientras se sentaba sobre mis muslos.
Su pene blanco y rosado empezaba a salirse de sus pantalones de dormir.
No me atrevía a tocarlo todavía.
Se puso de rodillas a la cama y empezó a mamarme la verga haciendo giros alrededor de mi glande lleno de saliva.
—No es la primera vez que te toco hermano— dijo.
Yo no podía creerlo.
—Siempre te toqué mientras dormías, desde los 10, hasta que se te ponía dura como ahora.
Nunca lo hubiera imaginado pensé.
—Pero no la vi hasta ahora, no me animaba a encender la luz ni mucho menos a meterla en mi boca.
Mis manos se posaban en su cabeza de cabellos rubios y lo empujaba hacia mí.
Hasta el fondo de su boca mi verga enterraba.
Sentía como palpitaba mi pene venoso dentro de esa boquita y como su lengua viajaba por todo el tronco.
Me corrí todo dentro de su boca, provocándole arcadas.
Fue lo más hermoso que me paso hasta entonces, mi precioso hermano lamiendo mi verga, mis pelotas, devorándose mi semen y jugando con los vellos revueltos de mis genitales.
Sus ojos clavados en mi pene en todo momento como en adoración y respeto, me provocaron el mejor y más tierno orgasmo de mi vida.
Me acerqué y metí mi lengua dentro de su boca, lo besé suave y luego con dureza.
Su lengua se entrelazaba con la mía, besándonos como amantes que no se veían desde hace mucho.
Le bajé sus pantalones, sacando a relucir un rosado pene adolescente que se hinchaba con firmeza, con un poco de vello fino alrededor.
Lo giré para contemplar unas redonditas nalgas, suaves y de un rosado infantil que me mataba.
Mis manos abrieron esa abertura para ver un hoyo virgen y delicado.
Mi lengua jugueteó lo suficiente para que se retorciera de placer…
POR ASMODEUS
como sigue