El cálido recuerdo de mi madre 2
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
De ahí que mi madre debió ocupar ese espacio, no hubo educación sexual, ya que en esa época era tema tabú, y la mayoría de lo que se sabía, era por lo que contaban los cuates, que en su mayoría eran fantasías sexuales. La verdad que mi curiosidad por el sexo opuesto, tuvo como referentes a mi tía, con la cual tuve relaciones, con una amiga de mi mama, que por decirlo así, me violo y me inicio en el sexo a muy temprana edad, y con las dos mujeres con quien vivía, mi madre y mi hermana, a la cual consolé una vez, aunque no fue la primera vez que lo hacía.
Desde muy temprana edad comencé a experimentar una desazón extraña cuando por alguna circunstancia, observaba involuntariamente a mi madre o a mi hermana en prendas menores, y aun cuando ellas no prestaban mayor atención a mi presencia, sentía que mi corazón latía apresuradamente al tener el espectáculo de sus cuerpos semidesnudos, sobretodo el de mi madre a quien adoraba, era de mediana estatura, tenía caderas anchas, un trasero hermoso y pronunciado, y unas tetas grandes, que no estaban nada flácidas, a pesar que amamanto a mis hermanos, en esa época estaba bien buena.
En cuanto a mis hermanas, una de ellas era mayor que yo y la otra menor que yo, no tenían el cuerpo de mi madre, pues eran un poco más delgadas que ella y más altas, me imagino que se iba a poner más buena con el tiempo, cosa que sucedió para mi gusto. Tiempo después la mayor se fue a vivir con mi padre a Puebla y después que se casó, se fue a vivir a Monterrey.
A los 10 años descubrí la masturbación sin que nadie me hubiera hablado de ella. Y justamente ocurrió cuando dándome yo mis mañas comencé a espiarlas mientras se vestían luego de bañarse. Me encantaba observar en particular a mi madre, cuando después de ducharse entraba a su cuarto y despojándose de su toalla procedía a embadurnarse de crema humectante todo el cuerpo, masajeando sus pechos, sus nalgas redondas y grandes, su vientre, sus piernas y sus pies, permaneciendo unos minutos completamente desnuda, mientras alistaba sus ropas.
Me fascinaba observar el mayor tiempo posible el tamaño de sus caderas y sus piernas, y sobre todo su pubis fantástico, sembrado de unos vellos lisos que le llegaban hasta su ombligo y los cuales no depilaba nunca, en un estado de indiferencia total, contemplaba en el espejo del tocador todo su cuerpo tan seductor y de formas tan voluptuosas, que para mí escaza edad era como contemplar a una diosa, que ajena a todo, continuaba untándose crema, mientras sus dedos sin penetrar su conchita adorable, untaban de crema toda esa mata de pelos brillantes.
Entonces, excitado por toda esa desnudez me vine en forma espontánea, lo cual me dio un remordimiento terrible por lo que había hecho, pero al día siguiente la tentación era más fuerte y continuaba con esa práctica solitaria, que después me sumía durante el día en una depresión bastante incómoda.
Así fue transcurriendo mi vida, luego vino la relación que sostuve con una amiga de mi madre, que me paso a formar, después tuve relaciones con mi tía. Hasta que cumplí 17 años y entre al Colegio Militar, mi desarrollo como hombre ya era bastante notorio, tenía una verga de buen tamaño, nada del otro mundo, pero que siempre estaba bien parada para pelear y debido a que en el colegio nos train pendejos con el ejercicio, estaba bien mama dolores, lo que me daba una apariencia mayor.
Mi madre bromeaba conmigo, me hacían comentarios acerca de mi presencia, y decían que quién sabe cuántas nenas no estarían enamoradas de mí. Estos cumplidos en lugar de agradarme, despertaban en mí una morbosa fantasía, pensando que no le era indiferente como hombre a mi madre. Me imaginaba que en cualquier momento podría tener la oportunidad de acceder a ella, cosa que sucedió años más adelante.
Las rutinas de los fines de semana en casa estaban dedicadas a las tareas domésticas las cuales nos repartíamos equitativamente. Sin embargo mi excitación aumentaba debido a que mi madre y mi hermana la mayor que estaba muy buena, permanecían los sábados en casa, vistiendo sus ropas de dormir, cuya tela me permitía observar claramente su ropa interior y veía también, como la tela entraba en medio de sus hermosas nalgas, las cuales se movían al compás de su andar voluptuoso, andar que me dejaba completamente excitado, así como sus tetas, que se mecían deliciosamente si sostén, los de mi hermana, aunque eran pequeños, se notaba que los iba a tener más grandes y jugosos.
Yo trataba de observarlas discretamente y acorde a la situación, yo andaba en la casa vestido con un calzón de deportes que nos daban, bastante justo por cierto, con el cual lógicamente se me notaba el tamaño de mi verga. Alguna vez mi hermana se quedó mirando mi bulto burlonamente, lo cual me hizo sonrojar, por lo cual guardé silencio.
Una vez que me lastime el tobillo en el colegio, mi madre me dijo que me lo sobaría, yo acepte, me senté en un sillón y ella en una butaca pequeña frente a mí, trajo la pomada y unas vendas y comenzó a sobarme el tobillo muy suavemente, sentí una sensación placentera con ese masaje, me parecía delicioso, pese que a veces se le pasaba la mano en la sobada y me hacía gritar, por lo mismo no me había dado cuenta, que ella al sentarse en la butaca tenía abierta las piernas, por lo cual me permitía ver como aprisionaba los grandes labios de su vagina la tela de sus pantis.
El espectáculo era hermoso, tenía ante mis ojos todo el contorno de sus piernas gruesas, era inevitable que también observara sus pechos y sus pezones desnudos a través de su camiseta. No sabía qué hacer, mientras mi hermana sentada a mi lado hacía comentarios acerca de su escuela y de los chavos que comenzaban a asediarla, mi madre le dijo que debía cuidarse. Mi madre me vio y me dijo, que estaba segura de que yo debía estar haciendo locuras con toda esa cantidad de niñas que van al Colegio Militar con ganas de sexo, y que ella no estaba dispuesta convertirse en abuela tan temprano. Le dije que no se preocupara, dejando la duda latente en ella, cuando en realidad yo ya no era virgen hasta ese momento, dado que, como dije antes, una amiga de ella me había violado y ya me estaba cogiendo a mi tía.
Cierto sábado, sucedieron algunas cosas que marcaron nuestro posterior convivir, y sin darnos cuenta a partir de entonces las conversaciones acerca del sexo, eran cada vez más frecuentes. Mi madre en alguna ocasión me confesó que su vida sexual con mi padre había dejado mucho que desear, pero que el hecho de estar con nosotros había impedido que ella cometiera cualquier locura con alguno de los muchos tipos que la perseguían a diario. De hecho le dije, que entendía su frustración y también le dije, que ella tenía derecho de rehacer su vida.
Entonces llego el día de mi graduación y tuve la dicha de hacer mía a mi madre, tal como lo narro en otro relato titulado “EL CALIDO RECUERDO DE MI MADRE” .
Después de que se dio este encuentro entre mi madre y yo, por motivos de trabajo me aleje un poco de ella, el tema de nuestra relación nunca lo tocamos, (era como si no hubiera existido), casi yo no estaba en casa. Cierto día llegue a la casa la encontré llorando, aunque me imagine el por qué lloraba, preferí que me lo dijera ella, me dijo, que estaba triste por la traición de mi padre y porque la había dejado, yo le dije, que lo de mi padre con esa mujer ya era irremediable, le dije, que ella era aún joven y le reitere que buscara rehacer su vida.
Yo trataba con tales argumentos que ella fuera desprendiéndose de sus prejuicios, y quizás contemplara la idea, en un futuro, de tomarse algunas libertades, pero mi intención no era que lo hiciera con otro hombre, sino conmigo. Estoy seguro que el clima de tensión y la tentación entre nosotros en casa y de lo que había pasado, era una realidad que no podía ocultarse, y que debido a ello, esto daba pie para avanzar cada vez más en la tentación de volverla a tener en mis brazos entonces comencé a sentir un deseo tenaz por tener sexo otra vez con mi madre, pero yo no quería dar ningún paso, sin que ella de algún modo me lo pidiera sutil o abiertamente, así que, tuve paciencia y tuve que esperar un tiempo, para que se dieran las condiciones deseadas.
A la semana siguiente mi hermana debió ir a la casa de una tía que se encontraba recién operada y no tenía quien la cuidara ese fin de semana y mi otra hermanita, se la habían llevado unos tíos a Acapulco. Al llegar a casa mi madre estaba tomando una ducha, lo cual aproveché para correr un poco la cortina de su cuarto, pues así, al salir a vestirse podría verla desnuda de nuevo. Ya era de noche, y apagué la luz de mi cuarto para que ella no se diera cuenta de que estaba ahí. Salió del baño con una toalla alrededor de su cuerpo, y con otra envolviendo sus cabellos húmedos y se dirigió a la cocina ordenando algunas cosas para la cena.
Verla en ese estado, con la toalla tapando sus senos y sus bellas nalgas me ponía demasiado excitado. Me acerqué, la abracé por la espalda cuidando de no arrimar mi miembro a su culo, y le di un beso en la mejilla diciéndole que se veía muy hermosa, y que menos mal nadie más la veía así, ya que esa dicha era solo para mí, se rio mucho con mi comentario, y me pregunto, que si se veía bien así, a lo que respondí que era la mujer más linda que había visto en toda mi vida. Se dio la vuelta y me abrazó tiernamente, juntando su cuerpo al mío, mientras me daba un beso cerca de mis labios, murmurando que era la mujer más feliz del mundo, conmigo ya hecho todo un hombre y que se sentía protegida por mí.
No sabía que decir, entonces le propuse que porque no salíamos a pasear y a cenar, aprovechando que mis hermanas no estaban y que era viernes, me miró asombrada y respondió que estaba bien, y que esperara entonces que se vistiera para que saliéramos. Yo entre tanto me bañe rápidamente y me coloqué la mejor ropa que tenía para que ella se sintiera bien a mi lado. No quise espiarla para no poner en riesgo mi invitación.
Cuando salió del cuarto estaba preciosa. Vestía una falda corta de color negro, una blusa escotada de color blanco y unas zapatillas oscuras, bastante altas. Silbé emocionado y me dio otro beso sonrojada.
Tomamos un taxi, en el trayecto al lugar cruzó sus hermosas piernas, brillantes por una crema especial que había comprado y que le imprimía visos de escarcha. Era toda una hembra, yo quería tomar el mal camino por el que indefectiblemente quería perderme para siempre. Quise olvidarme que ella me había parido, y como nunca la deseé con todas las fuerzas de mi alma. La observé de reojo, dejando de lado mis temores y prejuicios de hijo, yo quería llevármela a la cama otra vez y me decidí a convertirme en su hombre, su marido, su amante, y su más grande amor.
Al llegar, el lugar en donde íbamos a cenar, estaba atestado de gente, por lo que le propuse que buscáramos otro lugar. Encontramos un pequeño bar cerca de la zona rosa, que menos mal tenía bastantes lugares desocupados. Llego el mesero, le pregunte a mi madre que quería tomar, ella no supo que decir, le propuse que mejor tomáramos whisky, a lo que ella accedió. Pedí una botella y comencé a servirnos en pequeñas copas y comenzamos a platicar.
Comenzó por decirme que se sentía muy sola y ansiosa, y que percibía que algo le faltaba, pues era una mujer joven y con muchos deseos reprimidos (Parece que se olvidó de lo que habíamos vivido juntos), pero que evitaba relacionarse con alguien, hasta en tanto mi hermana estuviera grande. Estuve de acuerdo con todo lo que me decía, mientras continuábamos bebiendo, conversamos de muchas cosas más, hasta que notando que ya estaba a punto de embriagarse decidí irnos para la casa, debido a que no quería que en medio de la embriaguez pudiera cometer cualquier acto imprudente, y además queriendo que mi madre al calor de los tragos se relajara, y conversara con toda la tranquilidad posible acerca de los dos.
En efecto así fue. Quedaba menos de media botella y me la llevé conmigo para que nos tomáramos otro par de copas. Al entrar en la sala le pedí que se sentara, pues esa noche era demasiado linda para darla por terminada tan rápido. Se sentó en el sofá, tiró sus zapatillas y cruzó sus piernas con la falda bastante subida, permitiéndome deleitarme de nuevo con sus bellas piernas. Me acomodé a su lado, acercándome poco a poco, hasta estar prácticamente pegado a ella. Comencé a acariciar sus cabellos, en tanto ella ya bastante mareada se recostaba en mi pecho, me corrí un poco y le pedí que se acostara sobre mis piernas para charlar más cómodos, el peso de sus hombros en mis rodillas me excitó más de la cuenta, y sé que pudo haberse dado cuenta pero no se movió para nada, mientras yo seguía acariciándole su cabeza y su rostro. Tomé sus manos suaves en las mías, ella me la apretaba suavemente, murmurando que me adoraba, y que no sabría qué había sido de su vida sin sus hijos.
Bese su frente y el nacimiento de sus cabellos hasta que se estremeció, continué posando mis labios en sus ojos cerrados, y besé sus mejillas. En ese momento se quedó dormida, entonces con todo cuidado la recosté en el sofá, esperé que se durmiera y me dediqué a contemplarla admirando su hermoso cuerpo que ya había sido mío, mientras dormía plácidamente, tenía sus piernas ligeramente abiertas lo cual aproveché para mirar el triángulo que enmarcaba sus pantis.
La movi suavemente pero no me respondió, lo que me indicó que estaba ajena a todo lo que ocurría, entonces la cargué hasta llevarla a su cama. La dejé por unos momentos, al regresar al cuarto estaba con su falda levantada casi hasta su sexo y su blusa abierta. Estiré sus piernas sintiendo la suavidad de su piel, de sus pies, de sus rodillas y de sus muslos. Muy levemente pasé mis manos por su vientre, hasta desbotonar del todo su blusa, mientras sus bellas tetas amenazaban con salirse del sostén. Despacio fui subiendo su falda hasta llegar a su hermoso sexo, aprisionado por esas pantis negras, húmedas de sudor y de sus jugos vaginales.
Posé mis labios suavemente sobre esa delicada tela, lamiendo todo ese néctar que me iba poniendo al borde la de la locura. Ansioso pero con cuidado, la fui volteando de lado, hasta tenerla de costado. Desabroché su sostén, y tiré de la cremallera de su falda bajándola poco a poco hasta quitársela. Sus nalgas eran alucinantes, grandes con unas pequeñas estrías, y unos lunares que marcaban todo el camino al pecado que estaba dispuesto a cometer con ella, tiré de sus pantis hasta dejarlas en sus tobillos, y la volteé de nuevo boca arriba.
Era divino verle sus tetas grandes, firmes a pesar de haber tenido hijos y su conchita cubierta de vellos que poblaban sus labios vaginales, decidido a gozarla como nunca lo había hecho antes, ni siquiera cuando cogimos por primera vez, me desnude y comencé a besar sus bellos pies, chupando sus dedos, sus plantas y subiendo mis labios por sus tobillos hasta las rodillas, noté un ligero estremecimiento y un gemido leve, pero no despertó, creo que a lo mejor soñaba con lo que en realidad estaba ocurriendo, abrí sus tentadoras piernas lo que más pude y me adentré en el calor de su sexo, mamando todo lo que continuaba emanando de su vulva.
Recorrí cada centímetro de su piel y chupe sus tetas con locura, creyendo que acostarme encima de ella para penetrarla podría despertarla, la coloque de costado, sin contenerme empecé, así de ladito, le empecé a chupar su vagina, le metía mi lengua hasta donde fuera posible, todo lo que brotaba de ella era delicioso, me dedicaba a chuparla paseando mi lengua desde su clítoris hasta la profundidad de su vagina, satisfecho de haber probado todo lo suyo, me puse de lado mientras mi pene buscaba ansioso su cálida entrada. Cada paso que di esa noche, era parte de algo que había deseado hacer desde que me la cogí por primera vez.
No fue fácil penetrarla, y no quise forzarla por temor a lastimarla, causarle dolor y recibir una respuesta contraria a lo que quería, a pesar de que estaba lubricada, su vagina era bastante apretada, yo creo que, por los años que no recibía a un hombre, por lo que decidí no metérsela toda, sino juguetear poco a poco en un ritmo casi imperceptible, abriendo el camino hasta llegar al final. Cuando ya una parte de mi miembro estaba dentro de ella, se movió y trato de zafarse de mis brazos, pero ya era tarde. Me dijo que, qué hacía, me suplicaba entre susurros que no me la cogiera, pero el tono de su voz suplicante era más de aprobación que de rechazo, la abracé con más fuerza diciéndole que la amaba con toda mi alma, y que poseerla otra vez era lo más grande que podrá pasarme en mi vida.
Ella quiso resistirse, la voltie, tape su boca con mis labios, le rogué que me dejara continuar a su lado, con mi mano izquierda tomé su carita y mientras musitaba frases de amor continuaba besándola, en tanto ella se iba relajando hasta que su angustia fue desapareciendo, abandonándose a mí. Fue entonces que la volví a voltear y de ladito la empecé a penetrar, ella gimió y se estremeció al sentir que mi verga entraba totalmente en ella, pero comenzó a moverse suavemente dando ligeros quejidos que aumentaban, al ritmo de nuestros movimientos, mientras apretaba mis manos sollozando de placer.
Sabiendo que podría continuar retiré mi miembro de su vagina recostándola boca arriba, comencé a besar su boca con locura, su cuello, sus senos, hasta volver a su sexo, a continuar embriagándome con todos sus líquidos, abrí sus piernas de par en par, tomé sus pies en mis manos chupándolos de nuevo, mientras encogiendo sus muslos coloqué mi verga en la entrada de sus velludos labios. Arrodillado empecé a empujar toda mi verga dentro de ella, hasta que no quedó nada afuera, y con un movimiento imperceptible la fui llevando al éxtasis, besándola y mordiéndole delicadamente su cuello, nuestros movimientos aumentaban, así como sus quejidos y en un momento no resistió más y comenzó a sollozar pidiéndome que no parara y que se la metiera más duro, diciéndome que la tenía loca de placer.
Tuvo por lo menos tres orgasmos, sentí claramente las convulsiones de su sexo apretando mi glande, espere que se recuperara de sus venidas, me quedé unos minutos encima de su cuerpo, pero apoyando mi peso en los codos para no asfixiarla. No podía parar de besar sus labios carnosos que ahora se me entregaban totalmente, jugué con su lengua, viendo sus bellos ojos con unas pocas lágrimas, ahora de excitación. La abracé con fuerza, pidiéndole que fuera mía para siempre, y en ese momento me dijo que estaba loco, pero que desafortunadamente desde que habíamos tenido relaciones por primera vez, eso la tenía inquieta, y que no iba a seguir con esta locura por ser su hijo
Ella se me quedo viendo y me pregunto ¿todavía no has terminado papito? Le dije que no, entonces la volteé de espaldas y la puse en cuatro patas, la hacerlo, se me presento el cuadro hermoso de sus hermosas nalgas en todo su esplendor, definitivamente sus nalgas eran hermosas. La suavidad de esa piel, la tersura de la cara interna de sus piernas y las dos arrugas que demarcaban la circunferencia de cada nalga, de donde nacían sus muslos gruesos, fueron lo que me marcó por el resto de mis días, buscando años después en cada mujer que observaba, un trasero como el de mi madre. Por eso separé esas nalgas con toda la libertad del mundo y seguí lamiendo su vagina hasta que ella me dijo que no la martirizara más.
Me coloque atrás de ella acariciándola y murmurando las palabras más dulces hasta que mi verga encontró la delicada entrada de su vagina, le fui metiendo mi verga poco a poco hasta que entro toda, al mismo tiempo que ella lanzo un gritito mordiendo una almohada. Estando dentro de ella de nuevo, ella se empezó a menearse locamente al compás de mis metidas y sacadas queriendo quizás un poco más, los gemidos aumentaban hasta que de nuevo logro un orgasmo, mientras yo me vaciaba ricamente dentro de ella, sollozó de nuevo, cuando se lo saqué, y abrazándonos con fuerza, seguimos besándonos hasta quedarnos dormidos.
Al despertarme, continuaba dormidita, y al reparar en las sábanas, vi que estaban todas mojadas por nuestros jugos, fui al baño, me bañe y regresé desnudo a su lado, acariciándola con todo el amor de hombre, mezclado con la ternura que me inspiraba ese hermoso ser que además de ser mi madre, era ya mi mujer. Se despertó desperezándose, sus hermosos ojos estaban hinchados, pero se notaba en ellos la satisfacción por todo lo ocurrido.
Todo lo que proviniera de ella me enloquecía; todos sus aromas eran el perfume más grande que hubiera podido oler hasta entonces. Al verla así, volví a tener una erección y sin darle tiempo a nada volví a penetrarla hasta que terminamos en un nuevo gozo, quería cogérmela sin parar y ella estaba dispuesta a que yo siguiera haciéndolo, ese día hicimos el amor otra vez, salimos a comer, no sentíamos más hambre que la de nuestros cuerpos ansiosos por entregarse mutuamente. Ese fin de semana quedó siempre en mi mente como el más grato recuerdo de mi madre, el día de hoy, ella ya no está conmigo, va un saludo y un beso en donde quiera que esté. Saludos
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