EL chantaje termino en Embarazo
Lidia se paseaba por el muelle del Puerto de La Libertad con su uniforme del colegio y, en su tarea de ir a auxiliar a su padre borracho, atrapaba más de una mirada. Tenía 13 años cuando un hombre de 42 comenzó a acosarla. Ahora, a los 14 años, carga.
–Él me comenzó a cuentear cuando yo tenía 13 años… Yo lo miraba normal: era un hombre cuenteando a una mujer.
–¿Y él cuántos años tenía?
–¡Iiiih!… era mayor, ja, ja, ja –Lidia sufre un ataque de risillas nerviosas, como cuando un niño se avergüenza de decir algo–. Tenía 42 años… ja, ja, ja.
***
Hasta agosto de 2011, Lidia era una de las tantas jovencitas que al salir de clases iba hasta el muelle del puerto de La Libertad en busca de trabajo como mesera, cocinera o cualquier tipo de actividad en las ramadas que algunos lugareños levantan frente al océano. A diario llegan turistas que quieren degustar los platillos del mar y esta es la oportunidad de muchas jovencitas como Lidia de ganar unos dólares.
Una tarde, como ya era costumbre, Lidia se paseaba por el puerto. Esa vez había llegado a petición de David, su padre, un pescador que cada vez que puede se toma unas cuantas cervezas en las ramadas y cuando siente que el cuerpo no aguanta más, llama a una de sus hijas para que le ayude a regresar a casa. Esa día fue el turno de Lidia, la mayor de las tres hijas de David.
Entre los comerciantes, pescadores y artesanos del puerto, la cara pálida, los ojos hundidos y la sonrisa llena de dientes grandes y separados de Lidia es muy conocida. Desde cuando era una bebé, sus padres, David y Melissa, la paseaban por esos rumbos, donde muchos la vieron criarse bajo las naguas de su abuela Loida en una de las ventas de pescado del muelle. Algunos incluso la podrían reconocer solo con escucharla pronunciar palabra. Tiene un tono de voz oscuro y destemplado, casi como la voz de un hombre, que es poco común y fácil de recordar.
Aquella tarde cuando Lidia llegó al auxilio de su padre, vestía el uniforme de la escuela. Estudiaba séptimo grado y aquella falda azul llamó la atención de uno de los meseros de la ramada donde su padre tomaba. Alberto se paseaba por la mesa donde estaba tomando David. Entre bromas y atenciones, comenzó a coquetear con la muchachita de 13 años. Antes de que Lidia y su padre se marcharan a casa, Alberto se lanzó sin vergüenza alguna:
–Yo me voy a casar con usted –le dijo aquel hombre.
–Ja, ja, ja… –David reía a gusto en su estado de embriaguez, pasando por alto que un hombre de 42 años estaba intentando seducir a su hija de 13.
A Lidia, la broma le pareció de mal gusto. “Este está loco”, pensó, mientras caminaba de regreso a casa con su padre. “Yo no le dije nada pero me quedé pensando lo que me había dicho”.
Con el paso del tiempo, David siguió yendo a beber a la ramada donde trabajaba Alberto y Lidia siguió llegando a recogerlo. Un día la dueña de la ramada le ofreció trabajo como mesera a Lidia y esta aceptó, con tal de tener en los bolsillos un poco más que el cuarto de dólar diario que su padre le daba para ir a estudiar. Y la propuesta de Alberto seguía dándole vueltas en la cabeza.
Una vez, trabajando en el mismo lugar, Alberto encontró la manera de conquistar a Lidia. En octubre de 2011, Lidia mordió el anzuelo.
–Él me comenzó a dar cosas. Me daba frescos, comida y de todo… –cuenta Lidia–. ¡Hasta dulces me regalaba! Pero yo no siempre se los agarraba.
–¿ Y qué te gustaba de él?
–Su modo… Mmm… no sé cómo podría decírselo. Pero eso, el modo. Es que cuando aún no éramos novios, él me sacaba un pisto, me daba mis cinco dólares al día.
–¿Y por qué te daba ese dinero?
–Para ir a la escuela, porque a mí me gustaba comprar cosas buenas en la tienda de la escuela y no me gustaba ir solo con una cora. O si necesitaba algo, él me lo compraba.
A medida que aumentaron los regalos, el dinero y las caricias, Lidia comenzó a pensar que aquel piropo que había lanzado Alberto podía ser realidad. Se imaginaba viviendo fuera de la casa de sus padres, donde había que compartir cama, espacio y las necesidades básicas con sus hermanas. Tal vez así podría llegar a ser la esposa de «un hombre sin compromisos».
Para David y Melissa, las bromas de Alberto nunca dejaron de ser eso, bromas. “Mi papá escuchaba cuando él me decía cosas, le decía que él se iba a casar conmigo y yo le decía que él estaba loco, pero mi papá pensaba que él estaba bromeando. Mi mami tampoco le puso importancia, aunque sabía que me estaba cuenteando”.
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–¡¿42 años?!
–¡Síííí!, 42, ja, ja, ja…
–¿Y tus papás cuántos años tienen?
–Mi papá 34 y mi mamá 30.
–¿Y nunca sentiste raro que tu pareja fuera mucho mayor que tus papás?
–Cómo no. ¡Síííí! Me puse a pensar en eso, pero hasta que ya era demasiado tarde… Ya no le podía decir mirá hasta aquí llegamos… ¡Sola no me podía echar ese cargo tampoco!
–¿Y qué sentís cuándo pensás que podrías ser su hija?
–A mí me da nervios solo de pensarlo. A veces me pongo a llorar por todo esto.
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La relación de novios avanzó. Una tarde de noviembre, cuando ya era costumbre que Lidia llegara a pasar el tiempo con su novio en un cuarto cerca de la playa donde este vivía, Alberto encontró el momento adecuado y no dudó en pedirle a Lidia que tuvieran relaciones sexuales. “Él vivía en un cuarto, solo. Y había comprado una cama, entonces me dijo que le fuera a ayudar a ponerla ahí en el cuarto y ahí fue donde él me dijo que tuviéramos relaciones y comenzamos a tenerlas”.
La emoción del sexo, los regalos, el cariño, la compañía y tod lo que compartían Lidia y Alberto se esfumó en enero de 2012. Un par de días después de su cumpleaños número 14, el 28 de enero, Lidia supo que el regalo de cumpleaños de Alberto era un bebé. Había quedado embarazada. “Mire, esto no pasó por falta de consejos, mi mami me lo dice siempre, consejos nunca me faltaron. A mí, mi mami me decía que planificara, que si yo quería tener relaciones que me cuidara. Pero nosotros no nos cuidábamos”.
Lidia no dice no sentir vergüenza por su situación. Incluso se jacta de que Alberto no era el primer novio con el que tuvo sexo. Tres años atrás, a los 11 años, había sostenido una relación con un compañero de colegio. “Ahí sí yo no sabía de anticonceptivo ni nada”, dice.
La confirmación del embarazo llegó después de que Alberto llevara a Lidia a un laboratorio a hacerse una prueba de embarazo. “¡Yo lloraba! Porque yo no quería salir embarazada porque eso no había sido planeado”.
Fue en ese momento, cuando la relación que había pasado inadvertida por los padres de Lidia, salió a flote. La primera en sospechar el embarazo fue Melissa, quien llevó obligada a Lidia hasta la Unidad de Salud de La Libertad para que confirmaran sus sospechas. Y así fue. David se enteró por su mujer, pero su enojo llegó solo cuando el embarazo de Lidia ya era notorio y los compañeros de pesca y botellas de David comenzaron a burlarse de él. “A mi papá en el muelle le decían que a él de pasmado lo habían agarrado y él se sentía mal. Cuando me miraba me decía que me fuera de la casa”.
Para Lidia, las cosas no pintaban tan mal. Una vez estuvo segura de su embarazo, Alberto dijo que se haría cargo del bebé. “Con esa paja se fue yendo y nunca me volvió a decir nada”.
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–¿Y vos estás enamorada de él? ¿Sabés qué es estar enamorado, es decir, que vos pensás en la persona y la idealizás todo el tiempo?
–Sííí, yo sé. Y sí pienso en él todo el día, pero ya no tengo los mismos sentimientos que antes tenía. Sí lo quiero, pero no como antes. Yo lo quería de verdad, como esa emoción que uno siente cuando ve a alguien. Cuando estuve embarazada todavía lo quería. Pero es que mucho peleamos con él. Y él nunca me dice nada, ni me contesta, solo se queda callado a todo lo que yo le digo.
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Al embarazo sorpresa de Lidia se sumaron los rumores. Eso que una persona le cuenta a otra y esta a otra y así sucesivamente, hasta que parece que todos saben, menos quien debería saber. Así llegaron a sus oídos algunas novedades sobre Alberto. “¡Es que uno es bien pasmado! Le cree más a ellos que a la familia de uno”, resume Lidia.
Habían algunas cosas de la vida de Alberto que Lidia no sabía, cosas que ella nunca preguntó y él nunca quiso decir. Por ejemplo, Alberto no dijo que tenía familia, que tenía esposa, que era padre de cinco hijos, que el mayor de ellos casi le dobla la edad a Lidia y que el menor es solo un año más joven que ella. “Una vez que me llegaron unos rumores yo le pregunté, pero él me dijo que solo uno tenía… ¡Y tiene cinco hijos!”.
Lidia, comenzó a conocer a Alberto a medida que su bebé comenzaba a crecer en su vientre, pero en su condición pensaba que no tenía más opción que aceptar lo que le estaba pasando. “Yo ya no le podía decir mirá hasta aquí llegamos porque estaba esperando a la niña. ¡Y sola no me podía echar ese cargo tampoco!” No encontró mayor opción que irse a vivir con él. Cuando cumplió los siete meses de embarazo, un año después de haberlo conocido, Lidia se fue a vivir con Alberto.
El cambio significó más para Alberto que para ella. Los hijos de Alberto sabían que Lidia esperaba un bebé de su padre pero no contaban con que ella sería la nueva pareja de él. Un día, Alberto llegó a buscar a David al muelle. Se sentía avergonzado porque sus hijos llegarían a visitarlo esa tarde y no quería que encontraran a Lidia y sus cosas en el cuarto donde vivía. El reclamo de David fue inmediato: no estaba dispuesto a permitir que su hija fuera humillada. Esa misma noche, David sacó a Lidia del cuarto de Alberto y la llevó a casa. “Desde esa vez yo me peleé con Alberto y no volví a su cuarto”, dice la adolescente.
Pero David y Melissa no estaban dispuestos a cargar con Lidia y su bebé solos. Al día siguiente acudieron a la onegé Compassion Internacional, donde Lidia era beneficiaria de una cuota mensual. “Mis papás fueron para hacer que él llegara ahí y se hiciera cargo, a mí me preguntaron que si yo había querido estar con él o él me había forzado, pero yo no les mentí, les dije la verdad. Y él nunca llegó”.
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–¿Y ahora qué esperas vos de él?
–Él dice que se va a hacer cargo y yo le dije que sí porque cuando yo estaba embarazada mi papá me echaba de la casa, me decía que me fuera con él. Yo no me quiero ir con él, pero mi familia dice que ese cargo de la niña no me lo puedo echar sola. Además, la gente habla de uno y dice, “Ah, mirá a esa pobre bicha cómo la han dejado”. Mi abuela y mi mamá me dicen que sería pecado que yo estuviera criando la niña yo sola. Aunque a mí eso no me importa… Pero sí hay días en los que me quiero ir con él.
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Lidia llegó al hospital San Rafael, de Santa Tecla, en octubre de 2012. Llegó sola, sin Alberto, solo con la compañía de su madre. Estaba lista para dar a luz. No tenía otra cosa en mente además de tener a su bebé. “Él no quiso ir a dejarme ni ir a traerme. Nunca fue a verme…”, recuerda. Por eso, cuando le preguntaron quien era el papá, ella dio los datos de Alberto, incluyendo su edad. Y cuando le preguntaron cuál era la condición entre ella y Alberto, ella dijo que él no la ayudaba. Nunca imaginó que lo que Alberto había hecho con ella era un delito. “Me querían mandar al ISNA y a él meterlo preso. Decían que él era muy viejo para mí”.
El hospital inició un proceso. Alguien levantó un teléfono y marcó a la Fiscalía. Un par de horas más tarde, cuando Lidia ya había dado a luz, un grupo de fiscales llegaron hasta su cama y la interrogaron.
–Me dijeron que a la niña no me la iban a dar porque él no había llegado. Yo lo que hice fue llorar…
–¿Y eso te lo decían en tono amable o cómo?
–¡Nooo, enojados! Ni dejaban que mi mami entrara a verme. Todo era porque él no me había llevado al hospital, no por eso de la edad. Yo les rogué que me la dieran, pues sí, todo lo que me costó para tenerla y que después de todo el sufrimiento que no me la dieran…
Tres días después, el llanto de Lidia surtió efecto. Alberto nunca llegó y el hospital era incapaz de seguir manteniendo a una paciente internada cuando había muchas esperando usar esa cama. Así que no hubo más remedio que dejarla ir. De aquellas fiscales que llegaron a cuestionarla, Lidia nunca supo nada más.
Alberto apareció el mismo día que Lidia regresó a casa. Iba con intenciones de conocer a su sexta hija y así fue. En casa de Lidia nadie le reclamó nada y el hombre prefirió no mencionar la posibilidad de llevarse a Lidia a vivir con él. Ahora la ayuda de Alberto no es más que cinco dólares al día, un regalo de vez en cuando, una invitación a comer cuando se puede.
La hija de Lidia tiene ahora un mes y medio y los planes parecen haber cambiado. Una vez más, Alberto le pidió a Lidia que regresara a vivir al cuarto con él y los padres de Lidia dicen estar de acuerdo. “Mis papás me dijeron que después de la dieta, si me quería ir con él, que me fuera…”. Pero Lidia tiene temor de mudarse con Alberto. “Como no se me ha quitado la menstruación, yo así no puedo tener relaciones con él porque agarra cáncer».
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–¿Y si no hubieras salido embarazada, qué estarías haciendo ahorita?
–Yo ganaría bien, porque cinco dólares diarios no está mal y con el tiempo me iban a aumentar. Todo para pagarme mi luz, mi agua y mi cuarto. Todo yo sola. O en la escuela, si yo me quisiera comprar algo. Pero yo ahora no puedo hacer nada más que estar con mi bebé, porque los niños no tienen la culpa de nada. Ellos solo son niños.
–¿Y vos te considerás una niña?
–Vaya, sí, todavía de edad porque eso me dijeron en el hospital, que era una niña cuidando otro niño. Aunque como ya tengo una niña a uno le dicen señora. Pero yo todavía me siento una niña.
Wtf xd
Perturbador, pero 9/10.