El clan del placer cap 4
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Crystal69.
—Dense prisa —ordenó Jeneh, saliendo apurada de nuestra casa.
Era la primera vez que participaría activamente dentro de una orgía pública, y estaba emocionada ya por probar todos los cuerpos que tendría a su disposición.
Los años anteriores había querido asistir, pero diferentes circunstancias se entrometieron con ese deseo.
Por ejemplo, el año pasado estaba con un buen resfrío.
El anterior se había torcido el tobillo yendo de cacería con su papá, y el anterior a ese, se había perdido en el bosque durante toda la noche.
—Ya vamos, ya vamos.
Calma tus ansias —dijo mamá pacientemente.
Por fin toda la familia estaba reunida, excepto por el papá de Emelia.
Taciturno como siempre, no le daba la importancia merecida al festival de la luna.
—Nosotras nos adelantaremos —tomé a mi hermanita de la mano, y corrimos en dirección a la plaza.
Nada más llegar, nos asaltó un delicioso aroma a flores de Nen.
Las estaban quemando en distintos puntos de la ciudad, por lo que todos andaban lujuriosos.
De un lado, un grupo de chicas danzaban sensualmente sobre una tarima mientras un conjunto musical tocaba algo rítmico para generar ambiente.
Las doncellas se movían totalmente desnudas, exihibiendo cada parte de su anatomía en un baile artístico.
Jeneh se quedó mirándolas con suma atención.
Una de sus amigas estaba allí, y en esos instantes, se abría los labios vaginales para mostrar un delicioso coño de carnes tiernas y rosadas.
—¡Esa es mi amiga! ¡Bravo! —gritó feliz, y la chica le sonrió y le envió un beso volado.
—Anda, ven —tiré de ella para llevarla a otro sitio.
No muy lejos de allí, se estaba preparando una bebida tradicional conocida como kal.
Consistía en una combinación de ricos ingredientes naturales como hierbas y raíces, que al ser bebido, potenciaba la energía del cuerpo y brindaba suficiente fuerza para toda la noche, lo cual iba a ser muy importante para todos los miembros del clan.
Jeneh bebió una jarra entera.
Unas gotas cayeron por su barbilla y mojaron sus bonitos pechos, cubiertos por un sujetador hecho de piel.
Vestía, además, una minifalda que dejaba a la vista un par de fuertes piernas capaces de apretar a cualquier macho que quisiera poner entre ellas.
Aunque era la menor de la familia, y la más inexperta de las tres en cuanto a los rituales y costumbres del clan, estaba decidida a aprender.
—Creo que me mojé —dijo riendo, quizá un poco borracha.
El kal tenía ese efecto secundario.
Me reí y le di un sonoro beso en la boca.
Al otro lado de la calle se estaban vendiendo algunos adornos para las jóvenes, especialmente aquellas que querían ir a la moda.
El favorito para la fiesta era la cola animal, que consistía en un pequeño plug que se introducía en el ano de cualquier persona que quisiera probarlo, y que estaba unido a una cola falsa de animal.
Jeneh y yo nos acercamos justo cuando una mamá ayudaba a sus dos hijas gemelas a insertarse eso en el trasero.
Varias muchachas movían sus caderas para acentuar los movimientos felinos de sus colas falsas.
—Elige una.
Te lo compro —le dije a mi hermana, y ella se apresuró a escoger uno que se asemejaba a la cola de un conejo—.
¿Te ayudo a ponerlo?
—Yo lo haré —Reynard apareció de repente, desnudo por completo y bebiendo un poco de kal.
Hice una reverencia con la cabeza para mostrar mi respeto.
No era mi papá, pero a la vez sí lo era.
—¡Papi! —exclamó feliz Jeneh, dándole un abrazo.
Reynard aprovechó para sostenerla un momento, y le desprendió el sujetador de un solo movimiento—.
Jeneh, hija ¿qué habíamos dicho sobre tus senos?
—Pero es que no son grandes —se lamentó la chica.
—Eso no importa —la tomó de los hombros y le habló con ternura paternal—.
Mi amor, eres bellísima.
La chica más hermosa que he visto en mi vida.
Las mejillas de mi hermanita se ruborizaron.
—¿De verdad?
—¡Claro que sí! No tengas miedo de mostrar tus pechos.
Eres delgada, bajita, pero fuerte y muy lista.
Además, eres la mejor arquera del clan.
Me siento orgulloso de ti.
—Ah… gracias.
—Ahora date la vuelta y deja que te ponga esto.
Lo hizo, apoyándose en una barra.
Levantó el culo, y con cuidado, Reynard escupió en el rosado anito de su hija.
Lo delineó con el dedo, probando meter el menique.
Jeneh movió el músculo para que se contrajera y dilatara.
Una vez estuvo lista, con extremo cuidado, su papá le clavó la cola en… la cola.
Jeneh dio un gritito.
Desde siempre había usado esas colitas, pero cada año aumentaba el tamaño del plug.
—¡Listo! —Reynard sonrió al asegurarlo con una cinta para que no se saliera—.
Qué linda conejita.
—¿Vienes a pasear con nosotras? —le pregunté.
—Claro.
Vamos a ver qué hay de interesante —caminó entre nosotras, con sus manos en nuestras espalda.
Noté que a Jeneh le acariciaba sin reservas.
Era su hija, después de todo.
Erina decía que un padre siempre poseería el cuerpo de su cría, así que él tenía permitido disfrutar de la carne que había ayudado a procrear.
Todas las del clan lo sabíamos.
Adorábamos a nuestros padres tanto como los hijos adoraban a sus madres.
Fundirnos con ellos y beber de sus fluidos reproductivos era una bendición.
Contadas ocasiones, el incesto tan natural se convertía en delito, y entonces era castigado con la decapitación.
Los talleres sobre felación estaban a la orden del día.
Alguna fémina máster, de más de cuarenta años de edad, mostraban la técnica de la garganta profunda a las más jóvenes.
Un grupo nutrido de unas cincuenta chicas, desnudas y no, miraban asombradas a las dos maduras comer miembros grandes de hombres que estaban paradas frente a ellas.
Los penes medían algo cercano a los veinte centímetros, con gruesas venas recorriéndolos.
—¿Quién quiere venir? —preguntó una de ellas, y dos chicas rápidamente se apresuraron a acercarse.
Inexpertas, la madura les ofreció las pollas que había estado chupando.
—No se apuren —les aconsejó—.
Es despacio.
Concéntrense.
Una de ellas tuvo arcadas.
Otra rió y las demás aplaudieron cuando logró meterse unos diez centímetros a la garganta.
La que casi vomitó, regresó frustrada al público.
—Hagan una fila, queridas —ordenó la máster, y las muchachitas se ordenaron para arrodillarse frente a los hombres y probar comer sus pollas durante algunos minutos.
Cada una de esas hermosas morenas quería mejorar sus habilidades bucales.
Era algo básico para nosotras, tanto como la estética, la danza o el arte.
—Creo que no hay nada que aprender —dijo Reynard a su hija, besándole la mejilla.
Nos quedamos un rato entre el público, animando a alguna que nos pareciera muy novata para la felación.
Algunas lo hacían con grandes sonrisas.
Otras no querían despegarse de las pollas succionadas.
Las empapaban con su saliva, y la chica que seguía, recogía esos jugos y procedía a engullir el miembro.
Todo el ambiente era de alegría y fiesta.
Tan normal era para nuestro clan.
Finalmente el hombre eyaculó en la boca de la que estaba mamándole en ese momento.
—Traga, traga —ordenó la máster cuando vio que la chica estaba por escupir.
—Es que es… mucho —dijo entre dientes.
—Traga —ordenó la mujer otra vez, y la pobre joven obedeció, bebiendo el abundante semen de los hinchados huevos del modelo.
Abrió la boca para comprobar que había comido el semen, así que todo terminó en paz.
—Creo que el kal ya hizo efecto —Jeneh se pegó como una gatita a su papá, y él, tomándola entre sus brazos, la llevó hasta la plaza principal.
Allí estaba lo bueno.
Allí se encontraba una orgía de proporciones ceremoniales.
Cuerpos desnudos, como una alfombra de carne y sudor se mezclaban entre una nube densa de flores de nen.
Cualquiera podía participar si lo deseaba, pero había ciertas reglas.
Aquellas que no habían tenido el ritual de iniciación a la adultez, no podían ser penetradas más que por el recto, si es que lo deseaba la chica.
Toda forma de homosexualidad estaba permitida, así que no era raro ver a mujeres interactuando con mujeres, y a hombres dominado hombres.
No se permitía ninguna clase de maltrato físico, más que nalgadas, mordidas y tirones de cabello.
Todo en plan sexual.
Nada de violencia maliciosa.
Para cuidar la orgía, había siete poderosas y altas guerreras vestidas con armaduras ceremoniales compuestas de una falda larga de cota de malla y un corsé de bronce con intrincadas formas de representaciones sexuales grabadas en su superficie pulida.
Parecían estatuas con lo serias que estaban.
Otras cuantas cuidadoras iban entre las filas, comprobando que ninguna no iniciada estuviera siendo penetrada.
Se aproximaban a las jóvenes, y les separaban las nalgas para ver sus vaginas.
Reynard, que llevaba a Jeneh en brazos, se encontró con Darvan, y él le entregó a su hija.
Luego, los dos hombres buscaron un lugar donde tumbarse.
Mi hermanita se acostó entre ellos, y se apresuró a tomar el pene de su papá biológico entre sus labios.
Cerró los ojitos para chupar con alegre devoción, mientras Darvan, su futuro primer marido, le comía el coño con rápidas lamidas.
—Bueno… —miré a mi alrededor, dándome cuenta de que estaba un poco sola.
Los gemidos de las muchachas llegaban como una alegre sinfonía a mis oídos.
Algunas gritaban más que otras.
Me despojé, entonces, de toda mi escasa ropa, y me abrí paso entre el mar de cuerpos sudorosos.
Aunque era pública la orgía, no era fácil encontrar con quien follar.
Casi todos estaban puestos en sus tareas.
Encontré un pene listo para ser consumido.
Le pertenecía a un chico que estaba bocarriba, con una guapa jovencita que era su hermana menor.
La chica movía el culo sobre la cara del muchacho para que este le lamiera el clítoris.
Tímidamente me acerqué, y tomé mi posición para dejarme caer de sobre su miembro.
El muchacho quizá ni lo notó.
Apoyándome en su pecho, permití que el pene se me hundiera hasta el fondo.
—Oh, qué rico… —musité, con mis sentidos potenciados por las flores afrodisiacas.
Cabalgué felizmente, mirando a las demás a mi alrededor.
Cinco chicas hacían un lindo anillo lésbico, comiéndose los coños mutuamente.
No lejos de ella, una fémina máster recibía una doble penetración mientras un joven, quizá su hijo, le clavaba la polla en la boca.
Una madre y una hija compartían un pene mientras otros hombres les lamían el culo.
Dos hermanas gemelas hacían un sesenta y nueve, dedeándose la entrada del recto sin dejar de morder los labios de sus vaginas.
Algunas de las chicas que había visto en los talleres de felación, practicaban con sus papás, hermanos, tíos y hasta abuelos, demostrando que habían aprendido a mamar como si fueran ya mujeres maduras y experimentadas.
Las risas se mezclaban con gritos y gemidos.
—¿Puedo? —me preguntó un señor desconocido para mí.
—Claro —sonreí, inclinándome al frente.
El hombre se colocó detrás, e irrumpió en mi ano con su polla.
La doble penetración no era fácil, y menos sin la práctica.
Me dolió, y el tipo se dio cuenta.
Así pues, dándome una nalgada, se disculpó y se alejó a cogerse a las dos gemelitas, que poco caso le hicieron.
Vi a mamá y a Emelia juntas.
Hacían un delicioso sesenta y nueve.
Sus bocas apenas se movían de lo pegadas que estaban a la entrepierna de la otra.
Algo raro, por cierto, pues a Emelia no le iba mucho el lesbianismo, a pesar de que mamá le había intentado meter el gusto desde siempre.
Mi papá andaba por allí con la polla erecta, dejando que un par de delgadas chicas le masticaran los huevos colgantes.
Una mujer adulta se abría de piernas para dejar que su sobrino la penetrara por allí, mientras chupaba la vagina de su hermana, que estaba de pie a un lado.
Cuando el chico eyaculó en mi interior, decidí deslizarme al siguiente.
Gateé, recibiendo nalgadas y sintiendo el aroma a sexo animal que pululaba por doquier.
Respiré una profunda bocanada de nen, que casi me hizo alucinar.
No tardé en llegar hasta donde estaba papá.
—¿Me disculpan? —les dije a las chicas.
Papá sonrió.
Abrió más sus piernas, recostándose.
Así, las nenas podían comerle los testículos mientras yo me dedicaba a su miembro principal.
Devorar la polla de papá era un acto casi sagrado para las mujeres del clan.
Ese miembro había ayudado en nuestra concepción.
Era algo sagrado, así que tener esa carne caliente dentro de la boca se consideraba un acto de respeto.
La cabeza roja me llegaba a la campanilla y me provocó unas ricas arcadas.
Seguí chupando sin detenerme, observando lo que acontecía a mi alrededor.
Emelia perforaba el culo de mamá con un pepino lubricado con aceite.
Apenas podía ver la carita de Jenn, porque estaba entre las piernas de un hombre musculoso, lamiendo el corto espacio entre sus huevos y el miembro.
Emelia castigaba a nuestra progenitora con nalgadas fuertes que dejaban sus marcas.
Una pequeña morena tomó una de las frutas aceitadas que entregaban unas siervas, y se apresuró a metérsela por el culo sin dejar de lamer las pollas de sus dos hermanos.
La vagina rosada de la chica pedía un miembro con urgencia.
Lamiendo el pene de papá desde la base hasta el glande, vi como un señor cuarentón se dirigía a meterle la pija a la joven.
Le abrió de piernas y estuvo cerca de quitarle la virginidad, cuando una guardiana le disparó un dardo con una cerbatana.
El minúsculo proyectil se clavó en la espalda del hombre, adormeciéndolo instantáneamente.
Luego, la guardiana caminó adusta entre el mar de cuerpos que se retorcían de placer.
Cargó al hombre y se lo llevó expulsado de la orgía por intentar penetrar a una chica que todavía no pasaba por el ritual de iniciación.
—Esas tipas agotan la diversión —dijo mamá, apareciendo de repente.
Con una mirada despachó a las otras chicas que chupaban los huevos de papá.
Se alejaron temerosas.
Mamá reclamó, pues, el miembro que era sólo para ella, sentándose sobre él y dándole la espalda a la cara de mi papá, que tampoco estaba libre, pues Emelia se había sentado sobre su boca para que su vagina fuera lamida por él.
—Allí van por Jeneh.
Mira.
Y era cierto.
Una muchacha se acercó a mi hermanita, y le revisó las nalgas, abriéndoselas y mirando el interior de su vagina.
Jeneh estaba tan concentrada comiendo los penes de su papá y de Darvan, que apenas se inmutó.
Una vez que la sierva se dio cuenta de que mi hermanita seguía siendo virgen, se dirigió a la siguiente.
Los gemidos aumentaron un poco más de potencia ahora que todas las chicas tenían pepinos para meterse por el coño.
Un hombre barbudo se acercó a mamá para ofrecerle su miembro.
No era conocido para la familia, pero aun así, mamá aceptó encantada el pene y succionó de él por unos segundos antes de que el semen de aquel sujeto bajara por su garganta.
—¿Y yo? —pregunté.
Sólo quedaban unas gotas, y me apresuré a beberlas.
Luego, el hombre se marchó enseguida a recargar.
Me dediqué a lamer la vagina de mamá durante un largo rato, hasta que el semen de papá surgió desde sus huevos y le llenó el útero.
Mamá, expulsando los fluidos calientes, me los dio de comer.
Cosa que agradecí encantada.
—¿Por qué Jeneh no está con nosotras? —preguntó mamá, ofendida.
—Iré por ella —me ofrecí y caminé desnuda entre los demás cuerpos—.
Oye.
—¿Mmm? —su boca estaba llena del pene de Darvan, mientras su papá intentaba no lastimarla con una penetración anal, pero el agujerito de Jeneh era demasiado estrecho todavía.
—Mamá quiere que vayas.
Necesita estar con sus hijas.
Vamos.
Darvan le sonrió.
—Ve.
—Sí, ve.
Nosotros encontraremos algo más que hacer —fue la alegre respuesta de Reynard.
—Ash… está bien.
La tomé de la mano y la llevé donde mamá ya le lamía la vagina a Emelia.
Nos colocamos en formación circular, de modo que yo bebía de los jugos de mamá.
Ella de los de Jeneh.
Jeneh de Emelia y Emelia de los míos.
Un cuarteto de mujeres de la misma familia era algo lindo, porque todas éramos chicas y todas conocíamos nuestros cuerpos.
En lo personal, Emelia no sabía mucho sobre cómo comer una vagina, y sus movimientos eran algo torpes.
No así Jeneh, que estaba haciendo gemir a Emelia con sus chupetones y mordidas.
Mamá, enfrascada con su hijita menor, la tocaba de forma más amorosa y pausada.
Como era su última hija, la consentía mucho y siempre le brindaba las mejores atenciones.
Al igual que toda madre, no quería que su última hija se fuera de la casa algún día.
Mi abuela, que en paz descanse, había dicho que la última cría siempre sería el bebé de la casa, sin importar si ya hubiera pasado por la iniciación o no.
Mamá se corrió dentro de mi boca.
Lo sentí como un pequeño desborde de agüita caliente que tragué de inmediato.
Sus convulsiones rompieron el anillo lésbico, y sonriendo, todas nos pusimos de pie y nos dispersamos para atender a más hombres que nos estaban esperando.
Un par de horas más tardes, cuando sólo quedaba la noche, la matriarca emergió de su hogar, rodeada de una docena de hombres y mujeres con los que había compartido el lecho junto a su hermana Estrid.
—Hijas e hijos míos… —estaba sin aliento, y vestida con ropas ceremoniales.
Dejamos nuestras actividades y nos acercamos.
Jeneh y mamá venían con las caras cubiertas de caliente semen.
La última hora habían estado en un bukake.
Emelia apenas caminaba bien.
La doble penetración le había dejado toda la zona irritada.
A mí me dolía el culo de tantas nalgadas.
—Ha sido una… maravillosa fiesta.
Espero que hayan bebido mucho de… del líquido vital.
—Oh, sí —dijo mamá, refiriéndose al semen.
Escupirlo o no tragarlo cuando un hombre lo ofrecía, era una falta de respeto.
—Damos por terminada… la orgía de esta noche.
Hasta el próximo año celebraremos esto… y espero que haya el mismo entusiasmo.
Son libres de ir con sus parejas a culminar a sus hogares si así lo desean, pero abandonaremos el nicho.
Asentimos sin oponer resistencia.
La orgía, a la que se habían sumado unas trecientas personas, o más, se acabó tan rápidamente como había empezado, y todo lo que quedó fue una fiesta de baile, comida y borrachera que se prolongó hasta el amanecer.
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