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Incestos en Familia

EL COMIENZO

Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Nando69x.
Comenzaré presentándome: Me llamo Felipe, en la actualidad tengo cuarenta y ocho años, soy un hombre divorciado y con un hijo de dieciocho años, el cual es mi orgullo y la persona más importante en mi vida.
Soy un empresario exitoso en la rama automotriz y con suficiente dinero para vivir tranquilo, feliz y sin problema ni preocupaciones.

Soy un tipo de piel trigueña, pelo liso y oscuro, ojos negros, de barba bien cuidada y de rasgos fuertes.
Mi fisionomía es musculosa porque desde mi adolescencia le he dedicado mucho tiempo al gimnasio, a las pesas y al deporte; especialmente a la natación.
Me encanta vestir y andar bien presentable, soy muy cuidadoso en la comida por lo tanto siempre estoy comiendo sano, fumo y bebo de vez en cuando, me divierto sanamente y nunca he probado ninguna clase de drogas.
Mido aproximadamente 1.90cm, soy muy masculino y soy bisexual.
Sí, me encanta coger y comerme un coño pero también me encanta enterrar mi guevo de 22cm de largo y 7cm de ancho en un hambriento culo masculino, chupar un buen ojete y tragarme una buena verga.
Me encanta disfrutar el sexo en todo su esplendor, sea con hombres o mujeres.

En el sexo siempre he sido de mente muy abierta, he participado en orgías heterosexuales y bisexuales, en intercambio de parejas (swinging), en tríos, he estado en sesiones de BDSM y hasta he practicado la zoofilia con mis dos mascotas caninas.
A eso me refiero cuando les digo que soy muy abierto respecto al sexo, no tengo límites cuando busco el placer sexual.
Aunque les confieso que antes de mis cuarenta y dos años, en el sexo con hombres siempre fui el activo, el dominante, el que cogía pero un día todo cambió, llegó el momento que sin proponérmelo cambié de rol y ahora sí puedo decir que disfruto a plenitud mi vida sexual.
Dicen que a todo cochino le llega su sábado ¿No? Pues a mí también me llegó… pero de ese momento les contaré más adelante.

Me casé a los 29 años, no porque estaba enamorado sino porque la mujer que en ese momento era mi pareja quedó embarazada y en realidad ambos pensamos que esa decisión era la mejor, creímos que con eso íbamos a solucionar lo que nos estaba ocurriendo en ese momento; pero nos equivocamos.
Ni ella ni yo pudimos con esa gran responsabilidad que encierra un matrimonio, sobre todo para mí que no sabía lo que era ser fiel, estar anclado a una sola persona, entonces dejar de ser lo que fui toda la vida se me hizo imposible y aun estando casado quería seguir con la vida de soltero que anteriormente tenía.

Así que mi ex esposa no aguantó ni mi inmadurez ni aquella situación y por decisión propia antes de cumplir el año de casados, ya me estaba pidiendo el divorcio.
Cuando ella me lo propuso, no se imaginan lo feliz que me sentí porque eso significaba que volvería a ser el hombre de antes, volvería a ser libre y no tendría a mi lado a una mujer exigiéndome fidelidad, no tendría ataduras ni cadenas que me anclaran a una sola persona.
Así era yo y así quería permanecer toda la vida… Les aclaro que Irina (mi ex esposa) nunca se enteró de mi condición sexual.

Mi hijo nació tres meses antes de divorciarnos, pero para ese momento ya nosotros no vivíamos juntos.
Irina se había quedado en el apartamento que yo había comparado cuando nos casamos y yo me tuve que mudar a una nueva casa.
Al bebe le pusimos el nombre de Santiago (en honor a mi padre) y cariñosamente todos les decimos “Santy”.

Al nacer, mi hijo fue un bebé hermoso, sano, grande, su peso fue de más de cuatro kilos al nacer, era robusto y con unas hermosas mejillas sonrosadas que provocaba morderlas y besarlas a cada momento.
Santy desde que nació mostró que sus rasgos físicos serían iguales a los míos, la única diferencia era sus ojitos, que los tenía azules como los de su madre; sin embargo todo el que lo veía su comentario era el mismo: “Felipe, ese niño es igualito a ti… es tu clon… es tu copia” y eso me hacía sentir orgulloso, sentía que el pecho se me hinchaba de orgullo y satisfacción al saber que no se equivocaban porque cada día que pasaba, mi Santy iba adquiriendo más todo mis gestos y atributos.

Amé a mi hijo desde el primer momento que lo vi, desde ese primer instante que la enfermera me lo puso en mis brazos supe que mi corazón le pertenecía, que él sería lo más importante de mi vida y que por él sería capaz de hacer cualquier cosa.

Como no vivíamos juntos, el tiempo que compartía con él era el que Irina me permitía.
Les explico en un breve resumen que al momento de divorciarnos, Irina me odiaba a muerte porque ella seguía enamorada de mí, por eso los primeros meses de vida de mi hijo, fue muy doloroso y triste para mí ya que ella no me permitía compartir con mi hijo el tiempo que yo deseaba, sino el tiempo que ella quería.
Al principio, Irina solo me consentía visitarlo por horas y tenía que ser vigilado por un familiar de ella, hasta que las cosas se fueron aligerando entre ambos y ella entendió que entre los dos ya nada volvería a suceder como pareja.
Su rencor fue desapareciendo y entonces comprobó que yo estaba capacitado para cuidar y tener a nuestro hijo por más tiempo, así que decidió compartirlo.

Primero fueron un par de días, luego un fin de semana hasta que me gané la confianza total al demostrarle que podía cuidar de nuestro pequeño tanto como ella lo hacía.
Ya para ese momento, a ella se le había pasado por completo su amor por mí, comprendiendo que lo único que nos unía era el amor de nuestro hijo y fue así como accedió a compartirlo por una semana completa.
Una semana estaba con ella y otra semana conmigo, luego cuando Santy tenía cinco añitos, ella se casó de nuevo, vinieron otros hijos y eso hizo que aquel apego que ella tenía con nuestro hijo mermara un poco, haciendo que de esa manera el niño pasara mucho más tiempo a mi lado.
A veces pasábamos más de quince días juntos y sus vacaciones escolares siempre las disfrutaba conmigo.

Eso hizo que la relación con mi hijo se afianzara más.
Cuando nos encontrábamos juntos era genial.
Todo lo compartía con mi hijo, lo llevaba a mi trabajo, jugábamos sus deportes favoritos (el futbol y el beisbol), salíamos a comer a restaurantes y helados, íbamos de vez en cuando al cine cuando no queríamos ver películas en el DVD, lo llevaba a los parques de recreación, en casa nos divertíamos como niños jugando en la consola, nadando en la piscina o cuando nos bañábamos en el jacuzzi inventando cualquier juego que a él se le ocurriera.
Y ni se diga cuando nos poníamos en plan de chef, inventábamos extraños platos pero que siempre resultaban ser buenas… En fin, mi relación con mi hijo siempre fue muy especial, muy maravillosa y muy fuerte.

Pero todo cambió cuando Santiago tenía diez años y yo cuarenta, dando un giro tan inesperado y tan impactante que durante una semana me dejó afectado y lleno de culpa.
No podía entender todo lo que me estaba ocurriendo porque jamás pensé que a mí me sucedería algo así con mi propio hijo; cambiando completamente nuestras vidas.

Ese día a mi hijo no le tocaba estar conmigo, pero a su madre se le había presentado un grave problema con uno de sus otros hijos y me pidió el favor de estar con Santy hasta que todo se solucionara.
Para mí aquello no representó ninguna dificultad porque amaba estar con mi hijo, así que contento y sin dudar le dije que sí; que resolviera sus asuntos que yo estaría con nuestro hijo hasta que todo estuviera bien.
Ese día trabajé lo necesario y regresé a casa un poco más temprano ya que lo había dejado solo por cinco horas.
Al entrar y no escucharlo ni verlo en la sala, lo busqué en la cocina, en la sala de juegos y en el patio pero no lo encontré por ningún lado; subí al segundo piso y fui directo a mi habitación, allí lo encontré, sentado en la orilla de mi cama.
Y me quedé de piedra al ver la película que él, embelesadamente observaba en el gran televisor pantalla plana.

La noche anterior yo había tenido un encuentro con un ligue que cuadre ese día.
Un hombre que siempre frecuentaba en uno de esos bares bisexuales a los que acostumbraba ir.
Después de tomar unas cuantas cervezas por varias horas, decidimos irnos para terminar el momento con una buena cogía y yo siempre utilizaba mi casa para esos encuentros, claro siempre lo hacía cuando mi hijo no estaba conmigo.
Para darle más morbo a esos encuentros siempre acostumbro colocar películas gay, ver este tipo de videos aumenta mi lívido y me encienden como una caldera.
Esa noche después que me cogí con ganas a mi encuentro y de haberse marchado de mi casa, yo había quedado tan agotado de tanto sexo que olvidé sacar el CD del DVD y como no esperaba tener la visita de mi hijo aun, pues no le di mucha importancia… y esa era la película que Santiago estaba viendo embelesado en ese momento.

En la pantalla se reflejaba a un tipo dándole una suculenta mamada a otro hombre que se quejaba gozoso y descomunalmente cada vez que el tipo se tragaba por completo su pene.
Al ver aquellas imágenes, mi primera reacción fue querer salir corriendo y apagar aquel televisor, pero cuando di mis primeros pasos para ejecutar mis pensamientos me di cuenta que mi hijo tenía su manito en su entrepierna y se apretaba con cierta fuerza en el bulto que ya se le veía pronunciado.
No podía creer que aquellas imágenes estaban causando una reacción de excitación en él, eso me dejó un poco pasmado porque apenas tenía diez añitos, sin embargo eso era lo que mis ojos sorprendidos observaban: a mi hijo aparentemente disfrutando de lo que sus ojitos miraban.

Santy se encontraba tan concentrado en lo veían que no se percató que yo estaba allí, parado detrás de él.
Así que decidí guardar silencio y observar un poco más porque recordé que precisamente a esa edad, diez años, yo comencé a ser consciente de mi sexualidad.

Sin despegar sus ojitos del televisor y yo de él, lo vi meter despacio su manito dentro del short y sacar su pequeño pene del bóxer.
Desde mi lugar observé el miembro de mi hijo, un pene que en ese momento se lo vi tan hermoso que inexplicablemente me hizo sentir un frio de emoción en el estómago, y de verdad me extrañó esa sensación porque ya anteriormente se lo había visto miles de veces.
Sin embargo, en ese momento pude percatarme que para su edad lo tenía grande y también asombrado me di cuenta que era grueso.
Claro, de inmediato pensé que mi hijo era alto y quizás por eso, su pene era más grande de lo normal para un niño de su edad.
Seguí observándolo y en medio de mi escudriño, con sorpresa vi que lo tenía bien duro.
¡Mi pequeño se encontraba excitado por todo lo que estaba viendo!

El hombre del video -el que se encontraba mamándole el guevo al activo- de vez en cuando lo pajeaba con su mano y este acto la cámara lo enfocaba perfectamente, mostrándole a mi hijo como debía hacerlo.
De pronto, observé que mi niño empuñó su duro pene y despacio comenzó a subir y bajar su manito sobre la piel de su miembro e inocentemente empezó a masturbarse.
Ver esa escena me llenó de morbo y de inmediato sentí que mi miembro brincó dentro de mis pantalones anunciándome que estaba teniendo una jodida erección.
¡Mi propio hijo me estaba parando el guevo! Pensé tragando saliva, sin embargo no intervine en eso que estaba viendo y que al mismo tiempo sabía que estaba comenzando a disfrutar.

La manito de mi hijo se masturbaba con unos inexpertos movimientos, a veces duro y otras veces despacio pero sin despegar sus ojitos del televisor.
De pronto, vi que allí sentado sobre mi cama sus caderas comenzaron a moverse de arriba para abajo y me imaginé que él estaba comenzando a sentir esas cosquillas que nos invaden en lo más profundo del vientre, cuando deseamos sentir más y así desahogar ese deseo que nos lleva al éxtasis.
Ese suave vaivén que hacía tan inocentemente sus caderas me dejó noqueado, boquiabierto y descontrolado, que comencé a sentir que el deseo se apoderaba de mí, dándome unas ganas tan arrecha de abrirme el pantalón, sacarme el guevo y masturbarme como lo estaba haciendo mi hijo.
Y sin poder evitarlo, me llevé una de mis manos a mi entrepierna que ya se encontraba caliente, dura a punto de reventar y con ímpetu también comencé a frotarme por encima de la tela del pantalón.
Tuve que haber soltado algún quejido o ruido porque mi hijo sobresaltado se levantó de la cama, girándose con rapidez y deteniendo lo que estaba haciendo.

— ¡Papá! —soltó mi hijo en un gritito lleno de sorpresa, reflejando en su rostro el temor al saberse descubierto.
Aún tenía su pene agarrado con su mano.

Al ver que se giraba, rápidamente retiré mi mano de mi entrepierna y traté de calmar mi agitación y excitación para mostrarme tranquilo, sereno delante de él.
Carraspeando y con naturalidad, como si no pasara nada, me le acerqué.
Al posar mis ojos en su mano, me di cuenta que su pequeño miembro ya había perdido la dureza que tenía hace rato, quizás el susto de haberlo descubierto le bajó la calentura.

—Hola campeón —lo saludé sonriendo con naturalidad, sentándome en la orilla de la cama.
No sin antes acomodarme la erección que aún tenía y que al parecer no se me iba a bajar todavía, ya que aquella situación me tenía muy excitado.
Luego dirigiendo mis ojos al televisor le dije—: Veo que encontraste una nueva película.

Santiago no me contestó, solo bajó la cabecita como apenado, avergonzado y lleno de miedo.
Quizás pensaba que lo iba a castigar por estar viendo aquello.

— ¡Ey! ¿Qué pasa? ¿Por qué te pones así? ¿Piensas que me enoja ver que estás viendo mis películas o piensas que te voy a castigar porque estás haciendo lo que allí ves? —Le pregunté con voz suave al mismo tiempo que lo agarraba con ternura por los hombros y lo colocaba frente de mí—.
No quiero que pienses que estoy molesto.

— ¿No lo estás? —me preguntó levantando su rostro, mirándome con esos hermosos ojitos que casi se soltaban a llorar.
De pronto sentí una urgente necesidad de abrazarlo y estrecharlo fuertemente contra mi pecho.
Y eso hice.

Lo atraje hasta mí y lo abracé, rodeándolo con mis fuertes brazos, dándole un beso en la cabeza.
Quería que estuviera tranquilo, sin miedo.
Entonces comprendí que era hora de hablar de sexo con mi hijo, explicarle muchas cosas, no sabía si la edad que tenía él era la adecuada para tener esa conversación, pero al encontrarlo viendo aquellas escenas y ver como intentaba masturbarse me di cuenta que para él ya había llegado el momento, porque sabía que después de ese día ya no dejaría de masturbarse.
Lo sabía por experiencia propia porque eso fue lo que me sucedió a mí, cuando lo hice la primera vez, ya nadie pudo detenerme.
Entonces comencé hacer eso que en su momento hizo mi padre conmigo, orientarme en mi primera experiencia de la masturbación.

—Ven hijo, siéntate aquí junto a mí para que hablemos de eso que acabas de ver —y lo senté a mi lado.
Santiago, antes de sentarse con timidez se guardó su pene dentro del short—.
Primero quiero que sepas que para nada estoy enojado porque te haya encontrado viendo mis películas y mucho menos pienses que te castigaré por lo que te vi haciendo.
No, quiero que sepas que lo que hace rato hacías se llama: masturbación y eso es muy normal en los hombres y también en las mujeres…

— ¿Mami también lo hace? ¿Y tú también? —me interrumpió mirándome inocentemente con sus hermosos ojos azules abiertos de par en par.
Yo sonreí.

— Si, ella y yo también lo hacemos.
Yo, por ejemplo lo hago varias veces a la semana porque me encanta sentir lo que ese acto me proporciona.
Quiero que sepas que masturbarse te relaja y te hace sentir satisfecho, y como veo que ya tienes la curiosidad de tocar tu cuerpo, te voy a enseñar cómo hacerlo —continué hablando, viendo como me miraba sorprendido por lo que le estaba diciendo.

— ¿Me vas a enseñar todo lo que esos dos hombre estaban haciendo?

—No, no haremos lo que esos tipos estaban haciendo.
En realidad quise decir que te enseñaré como masturbarte para que no te hagas daño cuando lo decidas practicarlo, para que disfrute de ese acto que te dará mucho placer si lo haces correctamente —contesté con premura, dándome cuenta que si no me explicaba bien, mi hijo podía confundir todo.
Aunque también le explicaría sobre la orientación sexual, pero eso sería un tema que tocaríamos más adelante cuando pudiera entenderlo.

Si Santy quería ser bisexual o heterosexual, ya eso sería de su escogencia y yo no influiría en sus gustos.
Cuando yo descubrí que era bisexual me sentí feliz y después de ese descubrimiento he sido más feliz de lo que era porque es lo que me llena; me encanta coger un coño de una hembra y un culo de un varón, me satisface follar por igual a un hombre como a una mujer.
Y eso mismo quería para mi hijo, que fuera libre en el plano sexual, sin tabúes ni prejuicios que detengan su felicidad.

Santiago afirmó con un movimiento de cabeza mostrando con un gesto que me estaba siguiendo en la conversación.
Me levanté de la cama, tomé el control del DVD apagándolo y le dije que nos dirigiéramos al cuarto de baño.
Al llegar comencé a desnudarme y le indiqué que hiciera lo mismo, él reflejando emoción en su carita iba haciendo todo lo que yo le decía.
Me di cuenta que me sentía un poco nervioso y pensé que eso se debía al hecho de que le iba a enseñar a mi hijo un acto que sería muy importante para él.
También me di cuenta que todavía me encontraba empalmado y eso sí que me tenía un poco desconcertado.
No lo entendía, pero igual continué con mi idea.

Al estar completamente desnudos los dos, lo invité a que se adentrara conmigo a la ducha, mojé mi cuerpo con la fina lluvia de agua tibia que caía como cascada de la regadera para luego darle el turno a él.
Al introducirse bajo el agua, observé el cuerpo de mi hijo y noté que su cuerpo ya estaba cambiando.
Tenía diez años pero su tamaño no los aparentaba, él iba a ser tan alto como yo.
Por los ejercicios de la natación, del beisbol y del futbol, en sus piernas y brazos ya se le estaban desarrollando sus músculos.
Su hermosa piel trigueña estaba desprovista de cualquier bello, haciendo que se viera tersa, suave y limpia; así como hermoso se le veía el redondeado y levantadito trasero… Aquel pensamiento me hizo fruncir el ceño, más cuando sentí que mi pene cabeceó al instante.

Tragando saliva tomé la barra de jabón, pasándole otra a él y comencé a indicarle como debía enjabonarse para ir preparando primeramente su cerebro, luego su cuerpo y por ultimo todos sus sentidos para el acto que iba a realizar, así lo disfrutaría completamente.
Le iba hablando, mostrándole los movimientos y todo lo hacía sobre mi propio cuerpo para que él me fuera imitando, y él me iba siguiendo como un buen alumno.
De esa manera le fui mostrando con maestría cada paso que debía dar.
Le indiqué cómo debía pasar suavemente la barra del bajón por toda su piel, como una sublime caricia, sobre todo por las partes más sensibles que un hombre tiene, que son: las tetillas, las axilas, el cuello, las nalgas, la entrepierna y el pene.
Le dije que con la práctica él descubriría cual sería la parte más sensible de su cuerpo.

Santy me seguía muy atento, primero me observaba y luego realizaba el movimiento sobre su cuerpecito.
Hubo un momento en que él comenzó a tocarse como se lo había indicado y seguro comenzó a sentir las emociones y sensaciones porque después de unos segundos, cerró los ojitos mostrando en su rostro el placer que sentía.
Sonreí porque me sentí satisfecho al pensar que todo lo que le estaba enseñando, él lo estaba captando perfectamente y sobre todo disfrutando.
Al bajar la mirada mi corazón dio un salto cuando vi que su pene cabeceó, comenzando a crecer, poniéndose al instante duro y apuntando como una flecha a su estómago.
En ese momento mi piel se estremeció y mi guevo brincó, empalmándose más de lo que me encontraba.

En silencio, con la boca seca y el corazón retumbándome desbocadamente detrás de las orejas, seguí observándolo; él continuaba con sus ojitos cerrados -ajeno a mi escrutinio- con la boca entreabierta y respirando un poco agitado.
Sus manos continuaban acariciando su propia piel, se acariciaba el cuello, las axilas y las tetillas, fue bajando poco a poco por su pecho, abdomen y al llegar al vientre choco con su miembro que lo tenía tan duro como una piedra.
Abrió abruptamente sus ojitos y me observó con cierta pena en su mirada al verse observado por mí.

—Recuerda que todo esto es normal —le dije con voz ronca, sorprendiéndome a mí mismo de mi tono.
Sin embargo, sonreí para que la confianza regresara en él y se relajara.

Sin perder tiempo le enseñé qué más tenía que hacer al momento de llegar a ese punto.
Le dije que se sobara y acariciara con delicadeza lo huevos y si sentía placer al halarlo, que lo hiciera midiendo siempre la fuerza para no hacerse daño.
Esa indicación, Santiago no me la entendió porque al mirarme su expresión fue de confusión, entonces decidí hacérselo yo mismo para que me pudiera entender mejor.
Me agaché poniéndome en cuclillas frente a él, apoyando mis rodillas sobre las baldosas mojadas y tomé sus pequeños huevos con una de mis manos, dándome cuenta lo suavecitos que eran.
Eso me hizo sentir un corrientazo por todo el cuerpo.
Mis manos comenzaron a temblar pero sus ojitos estaban clavados en mi como esperando a que continuara con lo que estaba haciendo, así que tragué grueso y seguí.
Abarqué sus huevos con toda mi mano y se los apreté con mucha suavidad, dándole un tierno y sutil masaje que lo hizo estremecer y a mí me hizo gruñir del deseo.

Y fue en ese momento donde todo se fue a la mierda, donde todo cambió para mi hijo y para mí.

El sentir sus pequeños huevos en el hueco de mi mano, hizo que mi mente perdiera toda proporción, control y juicio.
Dentro de mí explotó una lujuria jamás sentida.
Verlo cerrar sus ojitos ante aquella caricia que su propio padre le estaba dando, me trastocó.
El corazón comenzó a golpearme dentro del pecho frenéticamente acelerando mi pulso a mil kilómetros por segundo y mi pene comenzó a palpitar descontrolado, brotando como nunca el líquido pre seminal ante tan maravilloso espectáculo.
Me encontraba loco de excitación, como nunca lo había estado.

Esa no era la intensión inicial de lo que yo quería hacer, yo quería que él mismo fuese haciendo todo para que aprendiera y supiera qué hacer cuando estuviera solo, sin embargo; ya perdido en la lujuria y el deseo que me embargó, en ese morbo de estar masturbando a mi propio hijo, sin reparar en nada rodeé el tronco de su pequeño y duro pene con mi otra mano, y con delicadeza comencé a masturbarlo pero con ansias.
Él se estremecía con cada suave movimiento que mi mano le daba, su hermoso rostro infantil e inocente de pronto se transformó por completo, desquiciándome más.
Su boquita rosadita se entreabrió para dejar escapar pequeños gemidos que cándidamente soltaba, regalándole a mis oídos la música más placentera que en mi jodida vida había oído.
Sus mejillas se sonrojaron y su pechito subía y bajaba en una respiración descontrolada.
Volviéndome loco, trastornado de deseo.

Ya yo me encontraba perdido ante todo aquel mar de emociones de lujuria y deseo, mi mente se le olvidó que aquel pene que mi mano masturbaba con perrería era el de mi propio hijo.
El deseo ardía dentro de mí como una caldera, más todo se fue a la mierda cuando mis ojos divisaron en el pequeño hueco de su uretra, su primera gota del líquido transparente coronó aquel hermoso y rosado glande indicándome claramente que todo lo que le estaba haciendo lo tenía tremendamente excitado.

Enloquecido del deseo y de querer más de mi propio hijo, abrí la boca y sin pensarlo metí su pequeño y rosado glande dentro de ella, paladeando con vehemencia aquel líquido resbaladizo y dulce que impregnó todas mis papilas gustativas; lo lamí una, dos y no sé cuántas veces más.
Hambriento introduje todo su pequeño tronco dentro de mi cavidad bucal –me resultó muy fácil porque su pene aún era pequeño para la profundidad de mi boca- lo chupé como si del más delicioso helado se tratara.
Desesperado y con lujuria me metía sus huevos completos dentro de mi boca, succionándolo a veces con suavidad y delicadeza para no hacerle daño, como otras veces lo hacía con fuerza haciendo que se retorciera en su lugar, que se quejara deliciosamente y se mordiera inocentemente pero con desenfreno los labios; mientras que yo disfrutaba indiscutiblemente de todo aquello como nunca sintiendo que llegaba a límite.

— ¡Papá!.
¡Papá!.
¡Esto me gusta!.
¡Esto es rico!.
¡Esto es delicioso!.
¡Oh! ¡Papá! ¡Qué rico!.
¡Qué rico! —me gritaba desesperado mi niño, abriendo los ojos tras la primera oleada de placer, buscando los míos con desesperación.
Lo sentía temblar parado frente a mí y se retorcía ante el placer ante la primera experiencia que mi boca y lengua le daba.

—Si hijo, yo sé que te gusta.
Disfrútalo mi pequeño porque eso es lo que quiero, que lo goces mi niño, que sientas mucho placer.
Placer que yo mismo te voy a dar —me escuché decir con voz ronca y excitada.

Santiago al escucharme y saber que tenía mi permiso, siguió gimiendo descontrolado, moviendo sus cadera inconscientemente al mismo tiempo que me tomaba con fuerzas por mis cabellos mojados, enterrándose más profundo dentro de mi boca.
Yo lo seguía chupando con placer porque sus gritos me tenían volando de la excitación.

Le estaba haciendo su primera felación a mi hijo y quería que ésta fuera fenomenal, que la recordara con placer, aunque en el fondo sabía que nada de aquello estaba bien porque yo era su padre, sin embargo; mi calentura y el deseo me cegaron completamente la razón, restándole importancia a eso, lo importante para mí en ese momento era enseñarle y darle el mejor placer a mi pequeño.
Así que seguí chupándolo, lamiéndolo, besándolo y masturbándolo hasta que sentí que se orinó en mi boca.
Esa vaina me terminó de joder, me puso tan cachondo que no desperdicié ni una gota de aquel chorro de orine y lo tragué como si del más delicioso jugo se tratara.
Jamás en mi vida había hecho eso, sin embargo descubrí que no me dio asco porque era los fluidos de mi hijo lo que por mi garganta se deslizaba calientemente; aclarándome que ese acto era algo así como su primer orgasmo.
Tanto me excitó saber que aquella lluvia dorada era la simulación de su primera acabada –ya que por su edad tan tierna él aun no podía eyacular semen- que sin siquiera tocarme, me corrí, borboteando cuatro chorros grandes de leche, allí arrodillado delante de mi hijo y sobre las baldosas mojadas.
Un gemido casi animal se escapó de mi garganta haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera, nublando mis sentidos por un momento.

Él cayó sobre mi pecho sin fuerzas, respirando dificultosamente por la gran agitación de experimentar su primera masturbación y su primer orgasmo.
Respirando igual que él, lo abracé acunándolo entre mis brazos sintiendo aun el corazón palpitarme aceleradamente.
Despacio me senté en el suelo dejando que la suave lluvia de la regadera cayera sobre nuestros cuerpos y así comenzar a recuperarnos de la maravillosa experiencia que juntos acabábamos de tener.

—Eso fue genial, papá —expresó Santiago mirándome sonriente, con complacencia, satisfecho por lo que acababa de recibir de mi parte—.
Me encantó y quiero hacerlo siempre contigo, papá.

Aquella sugerencia me golpeó como si un bate de beisbol se hubiese estrellado en mi cabeza, haciéndome caer en cuenta de lo que acabábamos hacer.
¡Dios! ¿Qué había hecho? Pensé apoyando mi espalda sobre la pared de baldosa, sintiéndome culpable al ver que había profanado el cuerpecito de mi hijo.
Quise ser un maestro y resulté siendo un abusador.
En ese momento mi estómago comenzó a revolverse y unas ganas de vomitar me atacaron horriblemente.

Luego el miedo se apoderó de mis sentidos al pensar en Irina, si ella se llegase a enterar de lo que acababa de ocurrir con nuestro hijo, me mandaría preso por violador.
Ese pensamiento hizo que un hilo frio recorriera mi columna vertebral.

Despacio lo bajé de mi regazo, me levanté y termine de bañarme rápidamente dejándolo solo en la ducha, indicándole que podía jugar un rato en ella ya que eso le encantaba hacerlo.
Nervioso y comenzando a sentir un desespero, me vestí y como un león enjaulado comencé a pasearme por toda la habitación, pensando en todo lo que acababa de ocurrir.
Mi intensión había sido enseñarle algo nuevo a mi hijo pero la situación se había salido de control, lo había masturbado y con mi boca le había practicado una grandiosa felación.
Al recordar su carita transformada por el deseo, por el placer y los gemidos que soltaba al sentir mi lengua rodear su glande y mi boca chupar su falo, sentí que de nuevo me volvía a empalmar.
¡Mierda! Mi hijo me excitaba como nadie lo había hecho antes, pensé sorprendido.

En ese momento, Santy salió del cuarto del baño completamente desnudo.
Su delgado cuerpo de 1,40 cm de estatura, su pequeño pene flácido y de nalguitas paraditas, me nubló la vista haciendo que mi guevo ya nuevamente duro, brincara de deseo debajo del pantalón de pijama.
¿Qué rayos me estaba pasando? ¿Acaso estaba sintiendo deseo sexual por mi propio hijo? Me pregunté ya preocupado, sin entender una mierda mis emociones.
Lo vi pasar con naturalidad frente a mis ojos y buscar en los cajones de mi closet su ropa interior y su pijama.
Se vistió y al terminar me miró como si nada hubiese ocurrido, como si lo que acabábamos de vivir en la ducha fuese un juego más.

—Papá ¡Me estoy muriendo de hambre! Hoy quiero comer pizza —me dijo como sugerencia para lo quería cenar.
Yo simplemente asistí y tomé el teléfono para hacer el pedido.
Después de hacer la orden, me dirigí a la cama donde él ya se encontraba acostado cambiando de canal con el control, me senté a su lado y respiré profundo antes de hablar.

—Santy… hijo quiero que hablemos de lo que acabamos hacer en la ducha —comencé hablar dudoso.
Él desvió sus ojitos azules del televisor y sin ninguna expresión me miró.
Eso me puso peor porque sentí que nada de lo que había ocurrido era justo para él, sin embargo; por su bien y el mío tenía que hacerle prometer ciertas cosas—.
Hijo, necesito que todo lo que hicimos allí juntos… he… se vuelva nuestro secreto… he… que todo quede entre nosotros dos —él me miró un poco confundido, sin entender lo que le estaba pidiendo—.
O sea, me explico Santy, que la forma como te toqué y como te masturbé en la ducha, quiero que quede como algo especial entre tú y yo.
Un maravilloso secreto de nosotros, algo que nadie debe saber ¿Si? Necesito que me prometas que no se lo dirás ni a mamá, ni a tus hermanitos, ni a tus abuelos, ni a las tías, ni a tus amiguitos… a nadie ¿Me entiendes?

—Tranquilo papá, te prometo que esto será nuestro secreto pero si tú me prometes que lo volveremos a repetir.

Sus palabras me dejaron con los ojos y la boca literalmente, abiertos.
¿A caso mi hijo me estaba chantajeando? Respiré hondo y con fuerzas, pensando en cómo mierda iba a reacomodar todo aquel desastre que por caliente y pajúo, en donde yo mismo me había metido, porque era evidente que ya la situación para mi hijo había cambiado, ya no me veían igual, y mis ojos tampoco miraban a mi hijo como antes…

Y éste fue el comienzo de esta historia, que está llena de muchas anécdotas que más adelante compartiré con ustedes pero sobre todo, que está llena de mucho amor… el amor que nació de un padre para su hijo.

4354 Lecturas/1 octubre, 2018/0 Comentarios/por sexosintabues
Etiquetas: bisexual, madre, padre, sexo, vacaciones
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