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Incestos en Familia, Intercambios / Trios, Sexo con Madur@s

El deseo de mi hijo por su madre

Mi hijo comenzó a comportarse extraño revelando el deseo que sentía por su madre.
Soy Eduardo, tengo 45 años, estoy casado con Estefanía, una mujer cuyo cuerpo parece esculpido para tentar a los dioses del deseo. A sus 38 años, Estefanía conserva una figura que desafía el tiempo: senos firmes y voluptuosos, con pezones rosados que se endurecen al mínimo roce, incluso bajo la ropa más discreta; un trasero redondo y carnoso, perfecto para ser agarrado con fuerza, caderas anchas que se balancean con cada paso, y muslos tersos.

Nuestra vida era tranquila hasta que noté cómo nuestro hijo Enrique, de 19 años, la miraba. Siempre ha sido un chico retraído, obeso, que rara vez sale de su habitación. Estefanía, preocupada, lo obliga a hacer mandados: «Ve al mercado», «Limpia tu cuarto», «Sal o Habla con alguien, algún amigo». Pero yo… yo empecé a inquietarme cuando vi cómo sus ojos se clavaban en el escote de su madre, cómo seguía el movimiento de sus caderas mientras ella caminaba, cómo tragaba saliva cuando ella se inclinaba para recoger algo.

Fue un martes por la mañana. Estefanía se puso uno de sus vestidos ajustados sin mangas, aquel que resalta sus senos llenos y deja al descubierto sus hombros suaves. Mientras servía el café, se noto que no llevaba sostén, sus pezones erectos por el frío de la mañana. Enrique, desde la mesa, no apartó la mirada. Sus dedos temblorosos apretaron la taza, y cuando ella se giró para alcanzar el azúcar, él siguió el contorno de su trasero con los ojos.

—Enrique, ¿vas a terminar tu desayuno o solo vas a mirar? —pregunté, fingiendo calma.

Él se sonrojó, pero no respondió. Solo deslizó hacia el pan.

Dos días después, Estefanía y yo discutimos sobre Enrique (agrega más detalle a esta parte). Terminamos en la cama, follando con furia. Yo la tenía boca abajo, agarrándola del cabello mientras embestía su trasero redondo, cuando vi la puerta levemente entreabierta.

Era Enrique.

Estaba ahí, masturbándose mientras observaba cómo mis dedos separaban las nalgas de su madre, para penetrarla más profundo. Sus ojos estaban llenos de lujuria, y cuando nuestras miradas se cruzaron, se alejó de la puerta.

—¿Qué pasa? —preguntó Estefanía, notando mi distracción.

—Nada… —mentí, y seguí follándomela.

La tensión en casa se volvió mayor. Estefanía, sin sospechar nada, seguía siendo tan natural como siempre. Un domingo, decidió hacer ejercicio en la sala. Se puso una licra negra ajustada y un top.

Enrique salió de su habitación.

—Mamá, ¿puedes ayudarme con…? —empezó a decir, pero se quedó paralizado.

Estefanía se giró, sudorosa, con las manos en las caderas.

—¿Qué necesitas, cariño? —preguntó, sin notar cómo su hijo la escaneaba de pies a cabeza.

Él tragó saliva.

—Solo quería ver si puedo hacer ejercicio contigo —dijo Enrique, y tanto Estefanía como yo nos sorprendimos.

Estefanía frunció el ceño, confundida.

—¿Hacer ejercicio? Claro, ¿por qué no? —respondió, intentando ocultar su sorpresa.

—Mamá… siempre has sido… tan hermosa —susurró, con una voz que apenas era audible.

Estefanía, aún sin sospechar nada, sonrió.

—Gracias, cariño. Eres muy amable.

«Bueno, hijo, empieza calentando,» dijo Estefanía, con una sonrisa coqueta.

Enrique, con las manos temblorosas, comenzó a seguir los movimientos de su madre. Cada estiramiento, cada flexión, era una tortura para él. Sus ojos no podían apartarse de su cuerpo, de la forma en que la malla se pegaba a sus curvas, de cómo sus pechos se movían con cada movimiento.

Estefanía, ajena a la tormenta de deseos que despertaba en su hijo, continuó con su rutina. Pero cuando se agachó para tocar sus pies, Enrique perdió el control. Se acercó por detrás, sus manos rozando sus caderas.

—¿Qué haces, Enrique? —preguntó Estefanía, sorprendida, pero sin alejarse.

—Perdón, solo quería sostenerte. Pensé que te irías de frente —balbuceó Enrique, con la voz temblorosa.

«Oh, entiendo,» dijo ella, con una sonrisa comprensiva. «Venga, hijo, hagamos unas sentadillas.»

Estefanía se enderezó y se colocó frente a él, con las piernas separadas y las manos en las caderas. Enrique, tratando de mantener la compostura, se posicionó detrás de ella, sus ojos clavados en su trasero firme y redondo.

—Vamos, Enrique, sigue mi ritmo —dijo Estefanía, comenzando a bajar lentamente, su cuerpo flexionando de una manera que lo volvía loco.

Mientras seguían haciendo sentadillas, la excitación de Enrique era evidente. Su polla, dura, se marcaba a través de sus pantalones. Estefanía, notando su estado, él se sonrojó y se puso nervioso cuando ella lo miró.

El se iba a retirar corriendo, pero su madre lo detuvo y lo abrazó.

«Tranquilo, es normal a tu edad,» dijo Estefanía, con una voz suave y reconfortante. «Por eso quiero que salgas más, para que conozcas a una chica.»

Enrique, aún con el rostro rojo, asintió lentamente, sintiendo el calor del abrazo de su madre.

«Gracias, mamá,» murmuró, sin atreverse a mirarla a los ojos.

Estefanía le levantó la barbilla, forzando a encontrar su mirada.

«Eres un hombre ahora, Enrique. Y los hombres tienen necesidades. No te avergüences de ello,» dijo, con una sonrisa comprensiva.

«Ve a darte un baño,» le dijo su madre. Él obedeció, y ella se acercó hasta donde me encontraba.

«Amor, creo que deberías hablar con Enrique de hombre a hombre,» dijo Estefanía, con una expresión seria pero comprensiva.

«Sobre qué pregunté fingiendo ignorancia del asunto,». «Sobre cosas de hombres” me dijo, De acuerdo, amor, hablaré con él. en ese momento pasó por mi mente ¿Y si llegara a pasar?, pero no creo que ella quiera,» reflexioné, preparándome para la conversación que iba a tener con mi hijo.

Unos minutos más tarde, Enrique salió del baño, con el cabello mojado y una toalla alrededor de la cintura. Se sentó en el sofá, evitando mi mirada.

«Enrique,» comencé, fingiendo ignorancia del asunto, «tu madre me ha dicho que ha habido un pequeño incidente durante el ejercicio. ¿Podrías contarme qué pasó?»

Él se removió incómodo, sin saber cómo responder.

«Bueno, papá, es que…» comenzó, con la voz temblorosa, «estaba haciendo ejercicio con mamá, y ella se agachó, y yo… yo no pude controlarme. Me excitó y ella lo notó.»

Asentí, tratando de mantener una expresión neutral.

«Entiendo. Y, ¿cómo te sentiste al respecto?» pregunté, queriendo saber más sobre sus emociones.

«Me sentí avergonzado, papá. No quería que pasara, pero no pude evitarlo,» respondió, con los ojos bajos.

«Enrique, es natural sentirse así. «Pero, papá, yo…» comenzó a decir, pero lo interrumpí. «En verdad la deseas mucho,» pregunté, queriendo llegar al fondo de sus sentimientos.

«Sí, papá. Siempre la he deseado. la he visto de una manera que no debería. Y ahora, que soy un hombre, es aún peor,» confesó, con la voz temblorosa.

Asentí, comprendiendo la profundidad de sus sentimientos.

«Entiendo, hijo. Y es normal tener esos deseos.” dije. no supe qué más decir ya que quería ver hasta dónde podría llegar esto, un morbo creció dentro de mi.

Por la noche hablé con mi esposa sobre el tema.

«Oye, amor, hablé con Enrique y al parecer se siente atraído por ti,» le dije.

Ella me miró, solo es la calentura de su edad, respondió.

«Dime, y tú, ¿qué piensas de esto?» pregunté.

Ella se sentó a mi lado en la cama, que es algo normal, supongo, dijo, aunque pensativa, miraba la televisión. Me acerqué a ella y comencé a besarla por el cuello.

«Otro que anda también caliente,» dijo ella, riendo.

La tensión entre nosotros se hizo palpable. Mis manos comenzaron a explorar su cuerpo, acariciando sus pechos, su vientre, hasta llegar a su entrepierna.

«Eduardo…» susurró, con la voz cargada de deseo.

«Shh, déjame a mí,» respondí, mientras la desnudaba lentamente, saboreando cada centímetro de su piel. Tocando sus senos, besando su abdomen hasta llegar a su entrepierna, ella abrió sus piernas invitándome a seguir. Saboreé su sexo para después comenzar a entrar en ella.

Mientras lo hacíamos, me incliné hacia ella.

«¿Te gusta?» pregunté con voz agitada a su oído.

«Sí, me gusta,» me respondió con la voz cortada.

Intensifiqué mis movimientos, haciendo que ella gimiera más fuerte.

«Te imaginas que fuera Enrique el que te estuviera haciendo esto,» dije, tanteando el terreno.

«Deja de decir eso,» respondió, gimiendo.

«No lo has pensado,» pregunté.

«No y deja de estar de bromista,» respondió.

Aumenté más el ritmo de mis embestidas y en un descuido de ella, mencionó el nombre de Enrique. Pensé que no me había dado cuenta, sonreí y comencé a besarla. Luego me aparté y ella se dio vuelta en cuatro sobre la cama.

Me coloqué detrás de ella y entré nuevamente, tomándola con firmeza de la cintura. El choque de nuestros cuerpos llenó la habitación con un ritmo frenético y primitivo. Cada embestida era más profunda, más intensa, como si quisiera marcarla, poseerla por completo. Estefanía, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, gemía sin control, perdida en el placer.

«Más fuerte,» suplicó, arqueando la espalda para recibirme aún más adentro.

Obedecí, aumentando la intensidad de mis movimientos, sintiendo cómo su cuerpo se tensaba y relajaba con cada embestida. El sonido de nuestra piel chocando, de nuestros gemidos entremezclados, creaba una sinfonía de lujuria que resonaba en toda la habitación.

Finalmente, con un grito ahogado, Estefanía alcanzó el orgasmo, su cuerpo convulsionando alrededor del mío. No pude contenerme más y me dejé llevar, liberando todo mi deseo dentro de ella con un gemido.

Una vez terminamos, estábamos los dos recostados en la cama, nuestros cuerpos sudorosos y saciados.

«Deberías ver hasta dónde llega,» dije, con una sonrisa pícara.

Ella giró a verme, confundida.

«¿De qué hablas?» preguntó.

«De Enrique,» respondí, observando su reacción.

«Estás loco,» me dijo, dándose la vuelta. «Ya me voy a dormir,» me acerque a ella y la abrase me acerque a su oído “No te excita la idea” le pregunté, ella se puso roja me giró la cabeza y me miro, “No te molestaria si sucediera” me pregunto, “No para nada me molestaria” respondí, “Vamos a dormir” dijo después de escuchar mi respuesta dando por terminada la conversación.

Al día siguiente, ambos nos levantamos temprano. Estefanía estaba sentada en el sofá de la sala, pintándose las uñas. Acababa de salir de bañarse y solo llevaba una toalla cubriendo su cuerpo y otra enredada en su cabello, dejando al descubierto sus hombros y parte de su pecho. Yo estaba reparando un conector de luz en la cocina, con el torso desnudo y un short.

En eso, Enrique bajó de su habitación.

«Buenos días,» dijo, y se sentó frente a su mamá. La observaba como era su costumbre. Ella me miró y yo asentí, pero luego apartó la mirada de mí. Se quitó la toalla del cabello.

«Hijo, ¿me ayudas a cepillarme el cabello?» preguntó Estefanía, con una voz suave y cariñosa.

Enrique se sentó a su lado, tomando el cepillo con una mezcla de deseo en su mirada. Comenzó a cepillar su cabello lentamente, mientras mi esposa cerró los ojos, disfrutando del momento.

«¿Así está bien, mamá?» preguntó Enrique.

«Sí, así está perfecto,» respondió ella, con un suspiro de satisfacción.

Mientras Enrique continuaba cepillando, sus manos se volvieron más osadas, deslizándose por su espalda, sintiendo la suavidad de su piel. Estefanía, ajena a la creciente excitación de su hijo, se inclinó ligeramente, permitiéndole un mejor acceso.

«Mamá, ¿puedo…?» comenzó Enrique, pero se detuvo, inseguro.

«¿Qué, mi amor?» preguntó ella, abriendo los ojos y mirándolo con curiosidad.

«Nada, solo quería…» Enrique se sonrojó, pero no retiró sus manos. En lugar de eso, se inclinó y depositó un suave beso en su hombro y luego en su cuello.

Ella se tensó ligeramente, pero no se apartó.

«Enrique, ¿qué estás haciendo?» preguntó, con una mezcla de confusión y algo más en su voz.

«Solo quería mostrarte cuánto te aprecio, mamá,» respondió él, con una sinceridad que desarmaba. Comenzó a acariciar su pierna, mientras yo me hacía el que no se daba cuenta. Mi esposa no puso resistencia y dejó que la mano de Enrique entrará debajo de la toalla. Él, alentado por su falta de resistencia, continuó su exploración en la parte interna de su entrepierna, solo podía mirar como su mano se movía debajo de la toalla. Estefanía cerró los ojos, perdida en las sensaciones que su hijo despertaba en ella.

«Enrique…» dijo ella,con su voz temblorosa y mordiéndose el labio inferior de su boca, pero no lo detuvo, al contrario abrió más las piernas.

Ella se volvió hacia mí, con una mirada como si pidiera mi aprobación. Asentí, entendiendo la complejidad de la situación.

«Enrique, ¿por qué no ayudas a tu madre en nuestra habitación? Yo terminaré aquí,» sugerí, dándole a Enrique una oportunidad de explorar más a fondo sus sentimientos.

Enrique pegó un brinco al escuchar mi voz, luego asintió, tomando la mano de su madre y ayudándola a levantarse. Mientras se dirigían a su habitación, no pude evitar sentir una punzada de excitación. Deje pasar un poco de tiempo antes de subir, dándoles un momento de intimidad.

Cuando subí a la habitación, Enrique ya había ayudado a su madre a deshacerse de la toalla, dejando al descubierto su cuerpo desnudo. Ella se sentó en la cama, observándolo con una mezcla de expectativa y nerviosismo.

«Enrique, ¿qué quieres hacer?» preguntó, su voz apenas un susurro.

Él se acercó, tomando su rostro entre sus manos.

«Quiero mostrarte cuánto te deseo, mamá. Quiero que sientas lo mismo que yo,» respondió.

Estefanía, sin saber cómo responder, dejó que Enrique la recostara en la cama. Sus manos exploraron su cuerpo, acariciando cada curva, cada pliegue, como si memorizara cada centímetro de su piel.

«Enrique…» susurró ella, su respiración cada vez más agitada.

Enrique se colocó entre sus piernas, besando su cuello, sus pechos, su vientre, hasta llegar a su entrepierna. Su lengua exploró su sexo, saboreando cada rincón, haciendo que Estefanía se retorciera de placer.

«Más, Enrique. Más,» suplicó ella, perdida en el éxtasis. 

Enrique, con una sonrisa traviesa, intensificó sus movimientos, su lengua trazando círculos alrededor de su clítoris, haciendo que Estefanía se arqueara y gimiera más fuerte.

«¿Te gusta así, mamá?» preguntó, su voz llena de deseo.

«Sí, sí, justo ahí,» respondió ella, con la voz entrecortada, sus manos agarrando las sábanas con fuerza.

Enrique continuó su asalto, alternando entre lamer y chupar, llevándola al borde del clímax una y otra vez, pero sin dejarla caer del todo.

«Por favor, Enrique. No puedo más,» gimió Estefanía, su cuerpo tenso y listo para explotar.

Enrique, notando cómo su cuerpo se tensaba y sus gemidos se volvían más intensos, decidió llevar las cosas un paso más allá. Introdujo dos dedos en su interior, moviéndolos en sincronía con los movimientos de su lengua.

«Sí, así, Enrique. Así,» dijo gimiendo, sus caderas moviéndose al ritmo de los dedos de Enrique.

Enrique curvó sus dedos, encontrando ese punto mágico dentro de ella, y comenzó a masajearlo mientras su lengua trabajaba incansablemente en su clítoris.

«Enrique, me voy a correr,» gritó Estefanía, su voz llena de éxtasis.

Y así fue. Con un grito ahogado, Estefanía alcanzó el orgasmo, su cuerpo convulsionando mientras chorros de fluidos salían de ella, mojando las sábanas y la mano de Enrique.

«Mamá, eres tan hermosa cuando te corres,» murmuró Enrique, sacando sus dedos lentamente y llevándoselos a la boca para saborear su esencia.

Estefanía, con el cuerpo aún tembloroso, lo miró con una mezcla de asombro y gratitud.

Enrique se colocó sobre ella, su cuerpo firme y decidido, entrando en su interior con una embestida profunda y firme.

«Te amo, mamá,» susurró, comenzando a moverse con un ritmo lento y deliberado, permitiendo que ambos se adaptaran a la sensación de estar unidos.

Estefanía, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, se dejó llevar, sus gemidos llenando la habitación mientras él intensificaba su ritmo.

«Más fuerte, Enrique. Más,» suplicó, sus uñas clavándose en su espalda, instándolo a ir más profundo.

Enrique obedeció, aumentando la intensidad de sus embestidas, su cuerpo chocando contra el de ella con un ritmo frenético.

«Te siento tan bien, mamá,» jadeó, su voz llena de pasión y deseo.

Estefanía, perdida en el placer, gritó su nombre una y otra vez, sus caderas moviéndose al compás de las suyas, buscando más fricción, más profundidad.

Estefanía giró y me miró parado en la puerta. Enrique notó cómo ella giró y él me miró con cara de miedo.

«Tranquilo, hijo,» dijo ella. «Papá está de acuerdo con esto.»

Enrique, aún tembloroso, asintió lentamente, sus movimientos volviéndose más suaves pero igualmente intensos. Estefanía, con una sonrisa pícara, se apartó de él y se puso en cuatro, 

«Ven, mi amor,» susurró, invitándolo a continuar desde atrás.

Enrique, con una mezcla de alivio y excitación, se colocó detrás de ella, entrando en su interior con una embestida profunda y firme.

«Te amo, mamá,» murmuró, comenzando a moverse con un ritmo que los llevó a ambos a disfrutar de nuevo.

Yo no podía contener mi excitación, pero no quería arruinarle el momento a mi hijo, así que antes de hacer algo le pedí permiso de unirme.

«Hijo, ¿te parece bien que me les una?» pregunté.

Él me miró, se veía que no sabía qué decir, solo asintió con la cabeza. Así que me desnudé y me coloqué frente a Estefanía. Ella ya sabía qué hacer, así que tomó mi miembro y lo ingirió en su boca, me miraba mientras su boca trabajaba en mi erección. Sus labios, su lengua, sus manos, todo en sincronía, creando una sensación indescriptible.

Enrique, detrás de ella, continuaba con sus embestidas, era como una coreografía de placer que nos envolvía a los tres. después de un rato … «Mamá, me voy a correr,» gritó Enrique, y con unas últimas embestidas profundas, liberó todo su deseo dentro de ella. Excitado al ver como nuestro hijo se había venido dentro su madre me dejé llevar también, liberando toda mi excitación en su boca.

Una vez terminamos, los tres nos recostamos en la cama, y que tal estaba le pregunté a enrique el estaba rojo como tomate, mi esposa me dio un codazo diciendo no lo molestes luego se acercó a él y lo beso en la boca estuviste genial cariño dijo cuando se apartó. Ese día ella y Enrique llegaron a un acuerdo, en el cual él cambiará sus hábitos a cambio de tener intimidad con ella.

55 Lecturas/16 octubre, 2025/0 Comentarios/por lordlunatico
Etiquetas: baño, follando, hijo, madre, mayor, metro, orgasmo, sexo
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