EL DISPARADOR LIBIDINOSO DE MI MADRE
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
La idea de verme con ella no me gustó mucho, por la larga jornada de trabajo que tenía, pero accedí.
Así que estuve puntual en el bar acordado, y ella no demoró en llegar.
Luego de hablar un poco de las trivialidades de siempre, la apuré argumentando que tenía que irme a descansar, de modo bebió de un solo sorbo lo que le quedaba de su trago, como para darse valor, supongo, y comenzó a soltar lo que le estorbaba.
-Es que es un tanto incómodo lo que te tengo que decir -dijo.
Le dije que no se preocupara, que estuviera tranquila, que podía confiar en mí.
Me dijo que hacía un par de días había estado en casa de nuestros padres, que viven solos, de visita, en la ciudad de Arequipa, y que en la noche se había quedado hablando largo rato con mi madre, en compañía de algunas copas de vino, y que en algún momento de la conversación mi madre le dijo que hacía unos días, en la noche, se había asomado al balcón a tomar un poco de fresco, ya que no podía con el calor, y vio por casualidad a una pareja teniendo sexo en una de las habitaciones del edificio de enfrente.
Dijo mi hermana, que lo que más asombró a mi madre no fue el acto en sí, sino el darse cuenta que era su vecina Julita, una mujer de más o menos su edad, siendo poseída por un hombre mucho más joven que ella, que bien podía ser su hijo, en palabras de ella.
Que la escena la había calentado como hacía mucho tiempo, y aprovechando que papá dormía y tomando sus respectivos recaudos, presenció la escena hasta donde le fue posible.
Mi hermana volvió a ordenar otro trago, y bebió para continuar.
Me dijo que mamá le había confesado que tan pronto como abandonó el balcón, se retiró al cuarto de lavado a masturbarse porque no aguantaba tanta excitación.
Que luego se había ido a dormir, pero que los fantasmas libidinosos no le permitían conciliar el sueño y tuvo que volver al lavado a masturbarse de nuevo.
El caso es que contándole su experiencia a mi hermana, mi madre se desahogó un poco al confesarle que lamentaba que ella no tuviera la suerte que tenía su vecina Julita, y que no pudiera tener una faena de sexo como la que había tenido Julita.
Mi hermana, con algo de vergüenza, le había preguntado si es que ella y papá no… pregunta a la que mi madre respondió con un largo suspiro y el posterior: “No, hija, con tu padre hace ya mucho tiempo que no tenemos nada de joda.
Hace por lo menos unos cinco años, debido a sus problemas de hipertensión”, terminó de decir con cierto dejo de resignación.
Y cuando pensé que ya había terminado de decirlo todo, como una mera anécdota, mi hermana me dice que luego mi madre le había preguntado a ella que si vería con malos ojos la posibilidad de que mi madre tuviera alguna aventura amorosa, pues aún se sentía joven y con todas las ganas de sentirse aún amada y de amar, y que no concebía la idea de cerrar por completo las puertas de su vida sexual, porque aquella escena lujuriosa le había encendido de nuevo la chispa del deseo, como para resignarse por completo a vivir sin el gusto de sentirse en otro cuerpo.
-Es por eso que decidí contártelo –continuó mi hermana-, a fin de saber qué piensas al respecto.
Yo me encontraba un tanto sorprendido con toda la información, que francamente no supe qué decirle en el momento.
-Bueno, yo había pensado que qué tal si hablas con ella –agregó mi hermana.
-Pero sobre qué –le dije-.
Qué le digo, Teresa.
-Yo sé que es un tema delicado, por papá, pero también es cierto que ella tiene mucha razón.
Estuve de acuerdo, pero francamente no sabía cómo abordar el tema sin que se sintiera lastimada o cohibida.
-No sé qué pienses tú, Alejandro, pero seguramente yo le permitiría ese gusto a mamá –sentenció Teresa.
El caso es que luego nos despedimos en la calle, pidiéndome que hablara con mamá, que ella haría lo propio con el resto de mis hermanos, y que fuera lo que yo decidiera, ella lo aceptaría teniendo en cuenta que yo era el más “centrado” de todos, y que así se lo haría saber a los demás.
Yo regresé a casa todo cabezón, enredado con la maraña de información que me había tirado Teresa, sin saber a ciencia cierta qué era lo que iba a hacer.
En los días siguientes no dejaba de pensar en eso, en lo delicado del asunto, siendo consciente que mi madre tenía razón, pero también poniéndome en los zapatos de mi padre, y en lo difícil que sería para mí conocer lo que pensaría mi mujer cuando yo no podía hacer nada al respecto, ante sus necesidades físicas.
Intuía que se sentiría muy mal, pero tampoco aceptaría de buena gana que se fuera a acostar con otro.
Y, por otro lado, privar a mi madre de su vida sexual sería una posición muy egoísta.
Así que dándole vueltas a todas estas conjeturas, poco a poco fui llegando a la determinación de concederle a mi madre su “aventura”, siempre y cuando no lo supiera mi padre y no involucrara el corazón, y para que esto se cumpliera, averigüé con un amigo y me facilitó una tarjeta con servicios masculinos de compañía para mujeres.
De este modo estaría a salvo mi madre de involucrar su corazón, al tratarse de un acompañante de una sola ocasión.
Bueno, eso era lo que pensaba en teoría.
Eso fue lo que le comenté a Teresa, y ella estuvo de acuerdo, porque en el fondo ella también pensaba lo mismo, a pesar del dolor que le provocaba el desconocimiento de mi padre.
Cuando tuve la oportunidad de irlos a visitar, dejé en casa a Laura, mi mujer, y a mis dos nenes y viajé a Arequipa.
Afortunadamente Laura también tenía planeado con anterioridad visitar a sus viejos, y no puso mucho problema.
Ya en casa de mis padres los encontré como siempre, atendiendo su ferretería, y de pronto, al detenerme en mi madre, viéndola atender a los clientes, fue como si se me revelara otra mujer, con su vestido enterizo azul, de pepas blancas, muy ajustado y con un recatado escote donde se asomaban sus senos seductores; con su calzado de plataforma para ganar algo de altura, su cabello recogido en un moño, su cara ligeramente maquillada y sus sonrisa cordial.
No sé si fue por estar preavisado, pero me pareció que mi madre buscaba verse más juvenil y radiante, y mucho más deseable como mujer a pesar de sus 58 años.
Y entonces, como si nunca me hubiera dado cuenta, encontré en ella a una mujer hermosa, simpática, y tuve que admitir que también deseable.
Tal parecía que lo de darse un nuevo aire y revitalizar su vida iba muy en serio.
Mi plan consistía en invitarla a salir, y poco a poco ir tratando de pisar el terreno que ya tenía recorrido con Teresa, a fin de darle a conocer mi posición.
De modo que le pedí que descansara en la tarde, que yo le cubriría, para que ella estuviera dispuesta en la noche.
Después de la cena los invité a salir, a sabiendas que mi padre no aceptaría, pues ya no gusta de salir, y mi madre aceptó complacida.
Mi relación con ella siempre ha sido buena, somos buenos amigos y nos tenemos mucha confianza.
Después de un baño, mi madre se cambió de ropa y se puso un conjunto de jean claro, sandalias, y una camisa floreada que le daba su apariencia juvenil.
No porque sea mi madre, pero es una mujer hermosa, tiene ojos color miel, es de 1.
66 de estatura, tiene cuerpo normal, ni es gorda ni delgada, se pinta el cabello de color castaño, y lo que más me gusta de su cuerpo son sus senos, pues se le ven pronunciados.
Decidí llevarla a un malecón, a las afueras de la ciudad, con la intención de que pudiéramos estar tranquilos y no muy expuestos a caras conocidas.
El lugar era ideal, con la rumba en la primera planta, y en la segunda acondicionada para beber algo en un ambiente mucho más tranquilo.
Ordenamos algo de trago y comenzamos a hablar de cosas del trabajo y de los nenes, por los cuales se derrite.
Se encontraba muy animada, y a menudo movía los hombros al compás de la canción sin dejar de sonreír.
En algún momento, aprovechando que había un balcón donde se podía observar a través de una ventana lo que ocurría abajo, mi madre y yo nos acercamos y contemplamos las parejas bailar.
Sonaba merengue dominicano y algunas parejas se contoneaban sugestivamente al compás de la música.
Entonces ella, que no había dejado de moverse por el ritmo pegajoso, dijo algo que me dio pie para sembrar mi terreno.
-Tan bonito que aquel hombre –dijo indicando un moreno acuerpado- acoge a su pareja en sus brazos –y soltando una risa pícara, añadió-.
Ya quisiera ser ella para que me agarrara de ese modo.
Yo la miré fingiendo sorpresa.
-Cómo así, mamá, ¿y no te has puesto a pensar lo que pensaría tu señor esposo?
-Ay, mijo, si supieras cómo va el agua por el río.
-¿Acaso tú serias capaz de jugarle una infidelidad al viejo?
Ella se me quedó mirando, y esbozando una sonrisa tristona, dijo:
-Yo a tu padre lo amo mucho, y lo sabes, pero hay cosas que muchas veces se nos escapan de nuestro dominio, ¿no crees?
-Así es –reconocí-, por eso somos seres imperfectos.
Y perdóname si soy un poco crudo, mamá, pero tal vez por eso quieres rehacer tu vida… sin la participación de papá.
Ella me miró intrigada, y su rostro se mostró malhumorado.
-Ja.
No me digas que ya te fueron con el chisme.
No debí de abrir la bocota que me gasto.
-Sí, me fueron con el chisme y está bien –le dije tomándola de la mano para tratar de disipar su ofuscación-.
Créeme que te entiendo porque yo seguramente haría lo mismo en tus zapatos.
-Que harías qué, Alejito –dijo ella frunciendo el ceño.
-Ay, mamá, no te hagas la que no sabes nada porque no te queda nada bien.
Mira –me acerqué y acaricié su mano que no había dejado de soltarla-, yo te entiendo, comprendo tu situación porque la he estado pensando y déjame decirte que yo también estaría tentado a hacerlo… el tema es, ¿si tú estás dispuesta a buscar esa posibilidad?
Mi madre se quedó callada por un momento, quizá sorprendida por lo que conocía de su situación, sin dejarme de mirar por un instante.
-Sabes, créeme que lo he pensado muy seriamente –dijo luego-, y aunque me siento un poco frustrada por no poder sentirme viva en todos los aspectos, lo reconozco, no sé si en realidad sea una buena idea hacerle esto a tu padre, porque no se lo merece.
-Pero tampoco puedes resignarte a complacerte a ti misma, a clausurar del todo tu realización como mujer.
Mi madre hizo un gesto de incredulidad, torciendo la boca y la frente de forma graciosa.
-¿Será?
Yo asentí, y le ratifiqué mi apoyo, y le hable del servicio de compañía para mujeres, cosa que a ella le produjo mucha gracia, y hasta se puso roja, porque no podía creer que su propio hijo le estuviera asesorando con ayudas sexuales.
Ella no estaba segura de que eso fuera lo mejor en dicho caso, asustada por el tema de las ETS, pero yo le tranquilicé diciéndole que estos hombres eran muy cuidadosos con esas cosas, porque su clientela así se lo demandaba, tratándose de mujeres de estrato medio alto.
Ella me dijo que prefería a alguien que conociera, y que fuera de su confianza, pero era consciente que el compromiso con alguien conocido tenía su alto riesgo de por medio.
Harta de especulaciones, me pidió que me acercara para darme un abrazo en agradecimiento por todo lo que estaba haciendo por ella, y me dijo que dejáramos hasta ahí el tema y que nos dispusiéramos a disfrutar de la noche.
-Ahora ordéname más bien otro trago –dijo de buen ánimo-, y tú te levantas y vas y sacas a una de las niñas que se encuentran en aquella mesa –dijo enseñándome con los ojos una mesa al otro lado del salón, donde estaban cuatro chicas-, y te la llevas a bailar.
-De ninguna manera –dije-, por una sola razón: y es que ya tengo pareja, que dicho sea de paso, ninguna de las chicas de allí le calzan un zapato en cuestión de belleza –y le pasé veloz mi dedo índice por su pequeña nariz, mientras ella respondía a mi sonrisa con la suya.
-Gracias, mi amor, por tantas flores, pero deja a un lado la caballerosidad y ve a bailar.
-Si tanto te importa, en ese caso lo haré con mi pareja, así que vamos –y tomándola de la mano descendimos al primer piso y ella se dejó llevar hacia el lugar más apartado y solitario de la pista, adonde nos dispusimos a dejarnos embriagar por la música dominicana.
Nos movíamos con rapidez, siempre habíamos sido buenos bailadores, y no dejábamos de reír ni un momento, divertidos con el baile.
-Y cómo así que soy tu pareja –dijo mi madre en un momento, acercándose a mi oído.
-Desde luego, señora –dije jocosamente-.
El hecho de que no esté con su esposo, no deja de ser impedimento para que yo tome su lugar.
Seguimos bailando alrededor de media hora, y no sé si fue por cuestiones de trago o por el aire seductor de los bailadores, pero cada vez que nos juntábamos y sentía su piel tibia y sudorosa, con su mejilla en mi mentón, su busto generoso contra mi pecho, sumado al perfume delicioso que me embriagaba, poco a poco me fue despertando la libido y no pude evitar empalmarme, sobre todo cuando mi madre me daba la espalda, y divertida movía su trasero contra mi pelvis.
Viéndola así, pensé que ella aún era joven como para que no tuviera una vida sexual activa.
Muchas veces pensaba que la única conexión del sexo con los abuelitos eran los recuerdos de juventud, y en el caso de mis padres, que su nieta mayor contaba 17, pensé en alguna oportunidad que ellos ya hacía tiempo que habían dejado de intimar, tal como acontecía, pero debido a los problemas de salud de él.
Pero verla a ella vigorosa en el baile, mirándola erecta en su silla, radiante, con la vitalidad aun de su mejor época, me daba a entender qué equivocado había estado para suponer que los adultos mayores no intimaban por falta de apetito, pues este no deja de abandonarles a menos que la salud se atraviese de forma radical.
Al terminar de bailar mi madre señaló una mesa cuyo asiento, de bastante relleno y en forma de u, mucho más cómodo que las sillas.
Desde allí tomamos aire, bebimos otra cerveza, y nos quedamos agarrados de la mano, como solíamos hacerlo a veces.
De pronto mi madre me codeó, perdiendo de vista a la rubia que robaba mi atención, y acercándose a mi oído me dijo que mirara a nuestra derecha, donde una pareja se devoraba a besos.
-Mira a estos como la están pasando de bueno y comiendo delante del hambriento- dijo.
Yo sonreí, diciéndole que los dejara tranquilos, que no fuera envidiosa, que ya había tenido mucho tiempo en esas como para lamentarse.
-Es cierto –dijo mi madre-, pero no de la forma como él la besa a ella, porque se ve que la está pasando de infarto.
Mira, si hasta se ve como le mete la lengua, ¡qué cosa!
Le dije que si eso la sorprendía, y ella me dijo que papá nunca hubiera tolerado que ella lo besara de esa forma, como lo estaban haciendo nuestros vecinos.
-En verdad, mamá, ¿nunca has dado un beso con lengua?
-Nunca mi amor, no te digo que tu padre nunca lo hubiera permitido por temas, según él, de asepsia… ¿y es que será más rico así?
Le dije que sí, que los niveles de excitación y erotismo eran más fuertes.
Ella suspiro largo, como lamentando con eso no haberlo podido experimentar nunca.
Entonces, sin mayor intención, me acerqué y le estampé un beso en la mejilla, y le dije que si quería le podía dar un beso de esos.
Ella me dijo “que loco eres, mira lo que dices por pasarte de tragos”, y yo le respondí que ella se lo perdía.
Mamá me sonrió con dulzura, dándome un beso en mi mejilla.
Tal vez volvimos a bailar un par de canciones, y a eso de las 11:30 me dijo que ya era suficiente, pidiéndome que le acompañara al baño para luego salir.
Estos quedaban un tanto aislados del salón de baile, y al llegar encontramos a una pareja besándose de lo lindo.
Mi madre ingresó y yo hice lo propio.
Al salir la pareja ya no estaba, y esperé a mi madre recargado contra la pared del pasillo.
Me extrañó su demora.
Le pregunté que si estaba bien, y ella dijo que sí, que ya salía.
Cuando salió vi que se había compuesto la camisa y el maquillaje, y se había quitado el sudor de la cara.
Vino y me abrazó y me agradeció por la noche, por ser su pareja, y mientras me decía esto me miró a los ojos y, sin esperarlo, me dio un suave beso en los labios.
-¿Y eso? –le dije sonriente.
-Eso es por portarte bien conmigo, y porque me volvió a dar envidia de esa pareja que estaba aquí.
Le agradecí el beso, por su compañía, y volví a abrazarle mientras le susurraba al oído que esa pareja también me había prendido, y en un acto que me surgió de las entrañas, agarré la cara de mi madre con las manos y le di un beso que para mi sorpresa ella aceptó, como si lo esperara, y conforme con su aceptación, seguí besándola suavemente, mientras las manos de mi madre recorrían mi espalda de arriba abajo, hasta que mi beso se hizo más profundo, apasionado, lujurioso, y poco a poco fui metiéndole la lengua hasta que nos hizo falta el aire.
Mi madre agitaba su cuerpo como si tiritara de frio, afectada su respiración, abrazados como para mantenernos en pie, a la espera de regular nuestra respiración.
-¿Y ese beso, mi amor? –dijo luego mi madre.
Le dije que simplemente me nació por todo el amor que siento por ella, y porque tanta pareja en esas no había pasado inadvertida, despertando el deseo.
Ella también lo reconoció, y me dijo que le había gustado mucho, al tiempo que reía por su picardía, y que yo era un buen besador.
Y como si hubiéramos estado atraídos por imanes, nuestros labios volvieron a juntarse, dándole lengua que ella recibía complacida, y en un momento le dije que si le gustaba mi beso y ella asintió, y le pedí que me diera su lengua, y ella accedió de a poco, con algo de torpeza, hasta que ambos estuvimos al mismo ritmo.
Para ese momento ya me encontraba de vuelta con el empalme, y no dejábamos de masajearnos las espaldas hasta que una mujer ingresó y nos obligó a separarnos, pero sin dejar de abrazarnos.
Luego ella me dijo que nos fuéramos de ahí, que estábamos exponiéndonos mucho, que nos retiráramos a un lugar más íntimo, donde solo estuviéramos los dos.
Le sugerí un hotel, pero ella se negó, alegando que sabía de un mejor lugar.
Así que salimos y ya en el taxi mantuvimos las apariencias, callados, pero sin dejar de separar nuestras manos.
Cuando volvimos a adentrarnos por las calles de Arequipa, mi madre le ordenó al taxista llevarnos a casa, cosa que me sorprendió, sin rechistar nada, lo que me dio a entender que mi madre se había arrepentido de lo que tenía en mente.
Al ingresar en el edificio que es de nosotros, quise decirle algo pero ella me acalló son su mano, susurrándome que no dijera nada.
Antes que todo, debo decir que el edificio de mis padres es de 4 pisos, y ellos viven en el cuarto, y tanto el 2do como el 3ro se arriendan con todo y mobiliario para habitarlo.
Al arribar al 3ro, mi madre se detuvo frente a la puerta de uno de los dos apartamentos, e ingresó la llave; yo le detuve la mano por su equivocación, pero ella volvió a susurrarme diciendo que allí dentro no había nadie.
Y fue cerrando la puerta que ella volvió a abrazarme, con su mirada llena de una combinación de deseo y lujuria.
-Ay, mi amor, quiero que me des otro beso –dijo jadeante-, y hazme el amor, si quieres, y que Dios me perdone, pero esta noche no aguanto las ganas de estar con un hombre, así sea mi propio hijo.
Para ese momento no distinguía entre lo moral e inmoral, entre lo correcto e incorrecto, tan solo deseaba follarme a mi madre, quien ahora me parecía la mujer más seductora del mundo.
Devorándonos a besos me la fui llevando hacia la habitación, y de pensar en el morbo que me producía saber que en la habitación de arriba descansaba mi padre, esto me generaba mucha más excitación y ya mi pene lanceteaba de lo caliente que estaba.
Cerramos la puerta y nuestro beso se hizo suave, y yo comencé por quitarle su chaqueta y desabotonar su camisa mientras ella metía su mano por mi espalda para sobarla, y con la otra sobaba mi miembro por encima del pantalón.
Al separar nuestros labios abrí por completo su camisa, y al ver su sostén color gris, con sus tetas enormes que sobresalían del bordo del encaje, amenazantes con salir, dicha imagen celestial me prendió mucho más y me tiré a besarle el cuello mientras con mi mano izquierda recorría toda la extensión de uno de sus senos, amasándolo a placer, escuchando los gemidos de mi madre que gozaba de lo lindo.
Poco a poco fui bajando hasta deslizar su tirante y comenzar por bajar la copa de a poco hasta descubrir ese hermoso pezón que me alimentara de niño, largo y grueso, en medio de esa areola enorme y punteada, que de inmediato me lancé a mamar.
Quité por completo su sostén, y me quedé maravillado con lo poco caídos que eran sus melones a pesar de sus 5 hijos que tuvo que lactar.
Luego, como pude, me deshice de mi ropa, con la ayuda torpe de las manos de mi madre, y me apresté a bajarle el jean y descubrir su panty de encaje que destilaba de humedad de su entrepierna.
Descorrí su panty y me encontré con una mata de pelos que brillaban, y se adivinaban unas cuantas canitas en la entrada de su chochito, el cual me dispuse a mamar cuando mi madre me advirtió que nunca se la habían chupado.
La tranquilicé diciéndole que si no le gustaba que no seguiría, y ante su aprobación me tiré de cabeza a beber de su delicioso jugo que brotaba como manantial.
Ella comenzó a gemir como gata, y pronto se retorció dando un gritó producto del par de orgasmos seguidos.
Luego me pidió que me levantara, y al ver mi tronco, que lanceteaba y babeaba, quedó admirada con el tamaño que tenía, diciendo que era mucho más grande que el de mi padre, y me rogó que se lo dejara mamar, aunque nunca lo había hecho con hombre alguno porque, según ella, mi padre era muy santurrón en esas variantes sexuales, relegado únicamente a la clásica posición del misionero.
Antes de llevárselo a la boca me preguntó que cómo lo hacía, y yo le dije que hiciera de cuenta que era un bombón, deslizándolo por la boca y sin aplicar los dientes.
Después de algunos segundos de torpeza, aprendió a coger el ritmo y lo devoraba con gusto hasta que me hizo venirme en sus tetas.
Luego mi madre se tendió boca arriba en la cama, abrió sus piernas en clara invitación y me pidió que la besara.
No me hice el rogar y volvimos a fundirnos en un beso con lengua, mientras magreaba sus tetas, agarrando si pezón con el índice y el pulgar, y esto, sumado al roce que provocaban sus vellos en mi garrote, pronto volví a estar enfierrado, y mi madre al sentirlo me pidió desesperada que la clavara, que estaba que moría por tener mi garrote dentro suyo.
Así que apunté en la entrada de su cuevita, y mi pene se deslizó sin contratiempo producto de su abundante lubricación, que, dicho sea de paso, me impresionó a su edad.
Estar dentro de ella, con su cuevita hirviente, fue como tocar el cielo, tratándose de algo totalmente indescriptible hasta entonces.
Vi cómo ella cerraba los ojos, se mordía los labios y se retorcía de placer, y se aferraba a mí con sus brazos y piernas alrededor de mi cintura, posesos del vaivén lento y profundo que nos estábamos dando.
-Ay, mi amor, que rico lo siento –decía entre gemidos-, como no hacía mucho tiempo, solo que ahora me haces delirar de gozo.
Sigue así, así, dame duro, sin piedad que lo quiero todo, todo….
Me sorprendió lo estrechita que estaba, quizá por su inactividad, y por la furia de sus contracciones que succionaban mi garrote sin contemplación.
Pronto volvió a retorcerse en medio de sus gimoteos de placer, y yo arremetí con mis embestidas y acallé su boca con más besos hasta que le avisé que ya me venía, por lo cual me pidió que arremetiera, que la inundara de mi leche, que la quería toda dentro suyo, pues ya no había peligro al llegarle la menopausia hacía dos años.
En el momento de eyacular, les juro que fue el mejor de los orgasmos de mi vida, como diez veces más intenso en placer a otro de mis orgasmos, junto a la sensación de que no dejaba de aventar litros y litros dentro de mi madre, quien, aferrada con sus piernas y uñas en mi espalda, no dejaba de proferir pujidos ahogados de tanto placer.
Quedamos exhaustos en esa posición, y ella me pidió que así me quedara hasta cuando mi pene saliera chorreante de su vagina, pero el caso es que tan pronto recobramos el aliento, mi fierro volvió a tomar vida dentro de ella, volviendo al jaleo que nos consumía y que desesperaba deliciosamente a mi madre.
Le dije que si cambiábamos de posición, pero ella se negó, aduciendo que era la que más le gustaba por sentirse poseída y dominada, tal vez por la costumbre.
Así estuvimos un buen rato, con mi pene arremetiendo dentro del encharcamiento interior hasta que volvimos a venirnos juntos, y la dicha nos duró hasta las 3 de la madrugada, hora en que entramos en el apto de ellos.
A eso de las 10 de la mañana me levanté y encontré a mi madre en la cocina, quien me saludo con una sonrisa tristona.
Al parecer la conciencia la acusaba, y no tuve oportunidad por el resto del día para hablar a solas con ella, hasta el fin de semana siguiente, cuando me llamó a mi móvil y me dijo que fuera a verla.
Le dije a Laura que se trataba de algún encargo de ella, por lo que se bajó de la visita.
Tan pronto llegué la noté algo prevenida, y en la noche volvimos a salir y me comentó lo mal que se había sentido tan pronto como se enfrió su cuerpo, lo que no quería decir que no le hubiera gustado, ni que se arrepintiera, y que a pesar del cargo de conciencia por engañar a su esposo, y del cargo moral por hacerlo con su hijo, no dejaba de pensar en que pronto se volviera a repetir semejante faena.
Yo, de mi parte, también derribé las paredes que me hacían ver como un monstruo, y pronto volvimos a hacerlo porque ninguno de los dos experimentábamos mejor placer que no fuera entre los dos.
De modo que cada vez que tenemos la oportunidad lo hacemos, y cada vez el placer es más inmenso, como una adicción absorbente, somos más desinhibidos, y a ella le gusta que la cache fuerte, viniéndome siempre dentro de ella.
Nunca me imaginé que una mujer de su edad tuviera tanta resolución, entrega y desenfreno como mi madre.
Y aunque no lo crean, el sexo nos ha unido más, nos sentimos plenos y realizados.
En alguna oportunidad mi hermana Teresa me preguntó qué había pasado con nuestra conversación, atendiendo que ahora la veía más viva que nunca a mamá, y tuve que decirle que de vez en cuando le llevaba un mucamo de Lima para que la atendiera.
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