El Estigma.- CAPÍTULO 1º
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
El retorno
Indignado por el retraso, Víctor nota en sí mismo cómo, apagados ya sus motores, el avión va quedando inmovilizado sobre la pista de aterrizaje que la torre señalara al piloto, mientras se apaga, con un timbrazo grave y breve, el luminoso del cinturón de seguridad, desprendiéndose lentamente de él.
Mira su reloj; la 1,10 de la madrugada, dos horas de retraso.
Había pensado ir directamente a casa de sus padres y recoger las llaves de su apartamento, pero ahora era mejor llamar primero para decirles que iba para allí, a esta hora no se puede presentar nadie después de seis años de ausencia.
Del bolsillo interior de su chaqueta azul marino, saca el móvil, selecciona el número y lo activa.
El tono de llamada persiste y persiste.
Víctor se sonríe cuando observa los exabruptos con que un grupo de pasajeros increpa a la azafata en la puerta de salida.
Va a colgar, nadie contesta y el avión esta casi vacío; en ese instante escucha en una voz somnolienta: "dígame".
Un escalofrío recorre su cuerpo.
Sus fracciones se tensan.
¡Elena!, ¡joder!, esto no me lo esperaba yo.
Vuelve a oír de forma más clara y dura, "dígame".
Sin duda es ella; titubea, traga algo de saliva, y finalmente se decide.
Hola Elena.
, soy yo Víctor.
Un silencio interminable se produce, solo un monótono zumbido se deja oír.
Víctor espera su contestación.
Esta no llega.
La azafata se acerca, es el último pasajero y con paciencia espera su reacción.
Siento llamar tan tarde, el avión ha venido con retraso, y necesito coger las llaves de mi apartamento, voy para allí.
Ahora no puedo hablar más
Concluye metiendo el móvil en el bolsillo de su blanca camisa y enfoca la entrada a la pasarela que le llevará a la terminal del aeropuerto, va pensando en su nueva situación.
Huyó de allí, la que era su casa, su familia…su hermana Elena, seis años atrás, con 22, por haber violado, sodomizado, exactamente a esa hermana suya que, ahora, en esa noche o madrigada, era lo primero que, desde la noche de los tiempos, del pasado, reaparecía ante él…
Víctor no quiere ver a su hermana.
No esta todavía preparado por la sencilla razón que ni él sabe la respuesta a la pregunta de su hermana.
Durante estos seis años el recuerdo ha sido como la carcoma que te roe por dentro.
Por supuesto su intima razón no piensa decírselo.
Lo mejor es llegar con el taxi, recoger la llaves y salir casi sin hablar.
Ya habría tiempo.
Suena el móvil, observa el número.
Por un momento cierra los ojos y carraspea antes de contestar.
Dime.
Elena
Víctor, no quiero que vengas a casa, tengo a mi hija durmiendo, y no sé quién eres -dijo con dicción algo nerviosa.
No sabía que tuvieras una hija, Elena.
Siento haberte despertado.
Voy a un hotel y mañana me pasare
Como quieras, pero no hace falta que te vayas a un Hotel; ¿dónde estás? –responde con sequedad.
Esperando mi equipaje, pero no quiero molestar a nadie.
Déjalo, ha sido un error por mi parte.
Elena no responde, medita la respuesta.
Finalmente le preguntar.
¿Estás solo?.
A Víctor le sorprende la pregunta, por lo que responde con un lacónico "sí"; demasiado solo, piensa.
Bien, entonces espérame en la cafetería, cojo el coche y yo te llevo.
Pero.
Víctor, mira el móvil incrédulo, Elena ya había colgado.
Se guarda el móvil, pensado en sus palabras, "no sabe quién soy", da un profundo suspiro y vislumbra como su equipaje entra en la elíptica cinta transportadora de recogida.
Presiente que la noche va a ser larga, demasiada larga.
La víctima
Como cuando el gato Jerry recibe un mazazo de ratón Tom, así se quedo Elena cuando escucho su voz por el teléfono.
Fue un golpe inesperado, nocturno; y la cogió con la guardia bajada.
Pero tras unos breves segundos, su mente empezó a funcionar.
Ni por asomo estaba dispuesta a que el azar le descubriera su secreto, era preferible que ella llevara la delantera y cuanto antes mejor.
Vio en el display el número recibido y relanzó la llamada.
Tras colgar se volvió a recostar mirando al techo con la vista perdida.
Instintivamente estiró la mano y alcanzó un cigarrillo; lo encendió y dio una profunda calada.
Necesitaba recuperar sus neuronas adormecidas.
Su suave cuerpo blanco ligeramente oscurecida por lo rayos del sol surgió resplandeciente al retirar la sabana.
Apagó el cigarrillo y en silencio, como una autónoma, se fue al baño.
La reconfortante agua caliente empezó a masajear su cuerpo dilatando sus poros.
El chorro de agua le caía por el cabello.
Abrió su boca, y el cálido torrente penetro en su cavidad bucal que a través de las comisuras de sus labios se escapaba a borbotones.
El agua siguiendo su curso natural, saltaba y se deslizaba sobre sus puntiagudos pechos formando pequeños regueros, que iban reconfortándola.
Después el agua juguetona en su caída, inundaba esa cintura plana, de tacto suave y se entretenía mojando copiosamente esos ensortijados pelos negros de su pelvis, donde la pequeña corriente se separaba y discurría por esa largas y sensuales piernas.
En un instante cortó el agua caliente, y como una lluvia de pequeños alfileres, el agua fría, empezó a castigaba su piel.
Los poros se cerraban, la carne se contraía y sus parduscos pezones se erizaron poniéndose duros como botones de nácar.
Necesitaba estar alerta.
Una única toalla recogiendo su cabello cubría su aterciopelado cuerpo.
Abrió el armario, saco un blue-jean, una blusa color marfil, y un tanga.
Al ceñirse el tanga, notó la cinta sobre su profanado culito y se sintió profundamente incómoda, era una zona tan sensible que difícilmente se dejaba acariciar y esta noche menos.
Se quito el tanga arrojándolo sobre la cama y volvió abrir el armario.
Tras meditarlo, sacaba ahora un traje de paño, de tacto suave con tonalidades ocres, saco unos pantis de color negro y, sentada sobre un taburete, se empezó a calzárselos, haciéndolos deslizarse a todo lo largo de sus piernas, desde las puntas de sus pies hasta ceñírselos, bien ceñidos, a su cintura.
La sensación de su mano acariciándose suavemente le produjo una grata sensación, al llegar a su pelvis; lo vio, ese pequeño tatuaje al lado de la ingle que se lo hizo el día de cumplir 18 años.
Era su estigma, marcada para siempre.
Con la punta de los dedos suavemente lo acarició, y respiró hondamente… Incomprensiblemente, sintió un estremecimiento.
Levantó la cabeza y cogió una fotografía arrinconada, casi olvidada; la miro largo rato mientras sus pensamientos retrocedían.
La dejo y empezó a vestirse.
Elena, cuando se enfrentaba a los hombres, le gustaba ir provocativa, lasciva, lujuriosa como alguno se había atrevido a insinuar.
Era su arma, cuando los hombres empezaban a pensar en satisfacer al de abajo; su entrenada y rápida mente empezaba a dominar la situación; y cuando se daban cuenta, era demasiado tarde, el negocio era suyo.
Así con solo 26 años estaba triunfando: tenia dos librerías y había editado varios libros con bastante éxito.
Pero esta situación era distinta, se enfrentaba a un hombre de su misma sangre, que no sabía quién era.
Necesitaba conocer saber si los amores perduran en la lejanía.
Y lo primero, necesitaba saber el porqué de esa felonía que la había hecho tan irascible a que alguien quisiera jugar con su sensible ano, lo tenía cerrado a cualquier intruso.
En ese momento le vino a la mente el desagradable incidente del hotel:
»Había negociado un contrato para la publicación en exclusiva de un “best seller”; el abogado, un tío guapote, había estado irresistible negociando con ella y decidieron después de la tensión, disfrutar de la noche.
El tío tras los preámbulos amorosos le introdujo parcialmente el dedo en su culo, Elena se sobresalto, y mirándole, le susurro,
Cariño, mi culo es sagrado"
»Dos minutos después de haberla lamido el “tesorito”, su “prendita dorada”, la puso de espaldas y volvió a intentar meter el dedo, pero Elena, salto y se lo volvió a decir de forma más severa,
"Es virgen cariño, no lo soporto".
»El abogado riéndose le dio un puñetazo,
"Ramera vas hacer lo que yo te diga".
»Elena soltó un alarido y dijo
"Cabrón, no me pegues, no soy de ese estilo".
»Pero él continuaba "Eres una puta barata y te voy a romper tu culo" dándole bofetada tras bofetada, intentando violarla salvajemente.
Elena a cada golpe se retorcía de dolor; no podía parar a ese hijo “de setenta padres”.
Al final, Elena comprendió, decidió y sonriendo, dijo,
"Mi amor, como conoces a las mujeres, espera que te la lubrique"
»Y lanzándose sobre esa masculinidad se la introdujo hasta casi las amígdalas.
El tío la cogió de la cabeza y a cada mamada la apretaba más, no la soltaba, sino que la zarandeaba violentamente; sencillamente, se la estaba “tirando” por la boca y a cada empujón decía.
"Así me gusta puta barata, te voy a enseñar a disfrutar"
»Elena tragaba y tragaba, con dolor pero sin rechistar, hasta que el abogado soltó todo su esperma sobre su dolorida boca.
Entró entonces en el cuarto baño, miro alrededor, lleno un vaso de agua, estrujo el contenido de una bolsita en él y se lo trago.
Tuvo una arcada, pero lo reprimió.
Se golpeo dos veces con toda su fuerza el estomago hasta que una bocanada del semen mezclado con ese pastoso líquido y todos sus jugos gástricos, salieron arrojados con fuerza; mientras jaleaba de asco, rabia y dolor.
Se miro, los ojos estaban húmedos a punto de reventar y la cara hinchada por los golpes recibidos.
Respiro hondamente una, dos, tres veces.
Descolgó el móvil que había cogido y llamo, hablo en ingles durante 30 segundos y colgó.
Desde el baño, con voz suplicante y a media voz dijo.
Oh, mi amor; te voy hacer tan feliz que se te van a saltar las lagrimas de puro placer.
Te lo juro, pero no me hagas mucho daño, mi amor
»Volvió a marcar, y tras una breve conversación colgó.
Se lavo la cara, se poso el albornoz y con una sonrisa salió.
Mi amor, he pedido champán y fresas.
»El tío reía sonoramente.
–
Muy bien putita, cómo sabía lo que te gusta.
No te preocupes, solo duele la primera vez; después ya está lista para que otros lo usen.
»Diez minutos después llamaron a la puerta, el abogado se levanto y abrió la puerta, dos armarios negros de casi dos metros de largo por uno de ancho y placida mirada, entraron.
Chico deja el champán en esa mesa –dijo de forma burlona acercándose a darles la propina.
»No sé enteró, una descarga de 130 k de potencia en forma de puño se estampo sobre su cara, cayendo noqueado.
Elena le miró con cara de asco, "no quiero que esté dormido", ordenó; mientras cogía un talonario, y firmaba un cheque.
Es usted muy generosa, señorita, no se preocupe somos profesionales y tendrá ración extra –respondió uno de los camareros.
»Al salir del baño vestida, el tío estaba atado transversalmente en la cama con un pañuelo en la boca.
El negro de atrás, se acariciaba el miembro de ébano, tan negro que absorbía la luz a su alrededor, tan ancho como su muñeca y tan largo como su brazo.
El otro tenía puesto unos guantes.
Elena cogió de los cabellos al abogado y le susurro:
– Cariño, que malo has sido, te he pedido tres veces que me respetaras, y has sido malo, pero tu furcia te va enseñar los placeres del amor, y vas aprender a respectar a las mujeres -y con dureza para influir miedo, termino-.
Otro vez pagué a un cirujano, entiendes mi amor, pero tienes suerte necesito el contrato.
»Cuando salía por la puerta oía el chasquido que hace una ostia profesional seguido del sordo alarido provocado por un martillo perforador.
A los pocos días recibía el contrato firmado”.
Salió de su dormitorio y sigilosamente abrió la habitación de al lado.
Su hija de cinco años, dormía plácidamente.
La dio un beso, la arropo y tras cerrar la puerta, camino silenciosamente por el pasillo.
Se paro y se contemplo en un gran espejo y lo que vio le gusto.
Su minifalda de palmo y medio de larga casi estaba cubierta por la chaqueta, llevaba zapatos marrón oscuro con tacones altos lo justo para mirar a Víctor directamente a sus ojos.
Sus labios marcados de un rojo intenso pero sin ser estridente, remarcaban sus formas carnosas; y unas suaves sombras resaltaban sus grandes ojos color café claro.
Y como toque final, esa cadena de oro en su tobillo izquierdo.
Sí, estaba hecha una Venus, una puta de lujo como diría alguno de sus "amigos".
Necesitaba impresionarle, aunque no quería saber el porqué.
Al abrir el pómulo de la puerta de salida, noto un ligero temblor en su mano, inhaló aire y salió decidida a obtener respuesta a sus preguntas.
El recuerdo
Víctor, en la cafetería, pide un café bien cargado y un coñac doble, y tras darlo un buen trago al coñac, se mece el cabello y se pregunta, "¿cómo estará Elena?".
A su mente le viene su imagen: su pelo castaño ondulado, con esos ojos color café; claros, grandes y luminosos.
Esa forma ovalada de su cara con esos pómulos tan marcados y esos labios carnosos, ¡qué bonita era! Siempre le gustaba lucir esas piernas largas con esas falditas y esos pantis que a pelo se las ponía.
Se reía de ella, "mucha piernas y pocas tetas".
Y en voz baja, mirando la copa, exclamó: “¡Qué cabrón fui contigo!”
La llegada de un avión anunciada por los altavoces lo saca de sus cavilaciones.
Palpa con la mano el bolsillo de la chaqueta y extrae un pitillo con un mechero.
Con la vista absorta en un letrero luminoso, ve pasar a una limpiadora que con una mopa limpia el suelo, le recuerda a Ana, la amiga de siempre de su hermana: morena con el pelo corto y una cara infantil iluminada por esos pícaros ojos negros.
De fácil sonrisa y viciosa mirada, siempre se la ponía dura y era su jinete preferido.
Siempre con esos jerséis y camisas ceñidas para remarcar sus vistosas tetas.
Baja estatura, pero lo suplía con esos tacones altos para acentuaban sus nalgas duras que formaban ese culito respingón.
¡Dios, vaya pareja!.
Toma un sorbo de café y se recuesta sobre el asiento.
Da una profunda calada a su cigarro, no puede evitar que otra vez le venga a la mente los sucesos que desencadenaron la sodomía:
»Fue a casa de Ana, caía la tarde y aparcó la vieja Yamaha enfrente de la casa, y cuando subía un peldaño del pequeño porche; vio luz por el ventanuco del garaje y oyó esos ruidos guturales que despertaron su curiosidad.
Al mirar, Dios y qué mazazo se llevó.
»Elena estaba atada, con sus brazos levantados atados con cuerdas a la viga de madera y con una negra venda en los ojos.
Su blusa arrojada en el suelo.
Ana debía llevar un mono de látex negro tan ceñido que era su segunda piel, me daba la espalda por lo que no me veía.
La había subido la faldita y la estaba metiendo mano, posiblemente pajeándola, mientras le susurraba algo al oído.
De vez en cuando le daba una palmada en sus glúteos.
Elena, gemía, estaba a merced de Ana y desfrutaba de ello.
»Ya en esa época, de Ana se lo podía explicar todo, había visto las miradas lascivas que echaba a Elena; pero de su hermana no lo comprendía, ¿su hermana una jodida tortillera o una puñetera ninfómana a la que todo, todo, le iba bien; todo le valía? Era evidente que no era la primera vez, no era una simple experiencia.
»Cuando Ana le dio un beso en esa boca, no quiso ver nada más y se alejó.
Se senté en el escalón con un come-cocos que se agitaba por dentro.
Las oía coñear, gemir, disfrutar; y finalmente terminó por echarse a reír de los alaridos que pegaban, vaya par de elementas.
Desde luego quién era él para inmiscuirse en su vida.
»Pero la imagen de su hermana, con el pelo alborotado cayéndole por la cara, con esos labios rojos carmesí, lascivos, entreabiertos, viciosos; y esa cintura.
Le había enganchado, presuponía la causa, pero no quería reconocerlo.
¡Joder!, cuidado que le gustaba su hermana, le daban ganas de llamar y que le invitaran a la “fiesta”.
»Por azares del destino, le había tocado a él ser el bicho raro que poco a poco, día a día, se va enamorando de su hermana; su estilo, su actitud ante la vida, su aguda inteligencia.
Lentamente le embrujaba.
Claro que se aborrecía por esos pensamientos y esperaba que fueran pasajeros pero lo llevaba metido en los tuétanos, en lo más profundo de su ser; aunque sepultado por mil capas de meditado raciocinio.
»Tres días después, se desencadeno todo.
Era tarde, paseaba con Ana por el parque y las farolas se acababan de encender.
Una ligera corriente de aire mecía las falsas plataneras, Ana sintió frió y ligeramente la estruje contra mí para darla calor.
Un solitario banco vacío, con un tablón como respaldo, estaba en nuestro camino.
Por la penumbra que existía no lo vimos al principio.
Ana se sentó en el canto del tablón, Yo me senté al revés metiendo las piernas por el hueco que dejaba el tablón.
»Estaba radiante.
Le miró con picara lujuria.
Se deslizo sobre el tablón, cayéndose sobre virilidad de él.
Le miro con la boca entreabierta; no hablaban, sólo con las miradas se comunicaban.
Le sonrió y bajo su cremallera, “sacándosela”, mientras suavemente se la manoseaba; en silencio, observaba las masculinas reacciones.
Se había convertido en una especie de rival respecto a su hermana, pero cómo le ponía.
Metió la mano para despejar la tanga, pero no llevaba nada.
Con burlona expresión le observaba, se humedeció los labios con su lengua, esperando y acariciándoselo.
No pudo evitar sonreírla de la sorpresa que le había preparado, y tampoco se hice esperar, con placentera impaciencia se la hundió en el húmedo receptor.
Con las manos apoyadas sobre el borde del respaldo la tenía atrapada, mientras ella, Ana, apoyaba sus manos sobre los hombros de él.
Observaban cómo sus caras se tensaban.
Cada vez se la metía más profundo, con más ahínco, con más ritmo.
Cuando su fuerza se debilitaba a medida que con su germen de vida la inundaba, en ese momento, con el último golpe, el más duro, el más contundente, fue cuando se lo soltó:
"Cuéntaselo esto a mi puta hermana".
»Sorprendida por la frase le dio un beso respondiéndole
"Por supuesto que se lo contaré".
»Comprendió el error pero ya era demasiado tarde; aunque, no obstante, se sentía intranquilo con lo que acababa de decirla.
Salieron por fin del parque y sorpresa, se toparon con Elena y sus amigos.
Una simple ojeada de Elena a Ana, que burlonamente la miraba, hizo que entendiera todo lo sucedido, y la confirmación vino cuando se fijo en el ojeroso, sudoroso, rostro de su hermano, de Víctor.
Ella, Elena, miraba extrañamente a su hermano, hasta que, suspirando, soltó
"Anda maricón, y que no tienes suerte ni na"
»Y al momento se oyeron las carcajadas de sus amigos y el rostro de Víctor, ante eso, se puso no ya rojo, sino granate; pero logró controlarse, contener la rabia que le inundaba y, recordando la imagen de su hermana con Ana, hasta atada, sarcásticamente le soltó
“Con esa faldita pareces una hermosa bollera".
»El golpe hizo efecto; Elena cambió su semblante risueño, por un mueca de dolor.
Sus facciones se tensaron.
En las pupilas de sus ojos lágrimas aparecieron mientras se apretaba los dientes.
Nos despedimos, era un gilipollas, pero ella se lo había buscado.
»En casa, en pelotas con solo el pantalón del pijama, Víctor se tumbó en el sillón con un buen trago de whisky.
Le remordía la conciencia por haberla humillado en público entre sus colegas y estaba dispuesto a pedirla perdón cuando volviera.
Pero su imagen desnuda, ataba, gimiendo, mientras Ana la golpeaba en sus glúteos y esa pelvis negra azabache en contraste con su blancuzca piel; no podía evitarlo, se excitaba y se excitaba, más y más, recordando aquellas imágenes de su hermana y Ana… Y se empezó a masturbar.
Ajeno al mundo exterior seguía con su imaginario deseo, cuando sintió que alguien estaba a sus espaldas; era su hermana, Elena, que había entrado en casa sin que él se percatara.
Él se quede rígido, ella le miró y, fijándose descaradamente en la fraternal “herramienta”, dijo, henchida de desprecio hacia él,
"Mucha “dinamita” para tan poco hombre"
»Ni entonces sabría decir, a ciencia cierta, qué fue si fue la excitación, el alcohol, sus provocadoras palabras, o el lujurioso cuerpo femenino, pero la cosa es que perdió la cabeza; se levantó y sin pensarlo siquiera le cruzó la cara de un guantazo.
Ella, tras el golpe, se abalanzó contra él, cual tigresa enfurecida, pero siendo más fuerte, el hombre la tomó por una muñeca, retorciéndosela hacia atrás hasta inmovilizarla, mientras le decía
Ahora vas a saber de lo que es capaz de hacer el maricón de tu hermano.
»Sencillamente, la tumbó, inmovilizada, boca abajo; le subió la corta faldita arrancándole a puros tirones la mínima braguita tanga, descubriendo las sugestivas nalgas y el parduzco agujerito.
La empezó a azotar, ella se rebelaba, trataba de zafarse, chillaba, gemía y lloraba… Pero a él todo le daba igual, cacheteando, meticulosamente, una y otra y otra vez más esas nalgas que iban tornándose antes que rojas, carmesíes… Y el masculino miembro de Víctor se erguía, también, más y más, exigiendo ser debidamente satisfecho y la lujuria, la pasión, la necesidad de humillarla; los más simples, básicos instintos subhumanos, se fueron apoderando de todo él, anulándole hasta la más elemental sensibilidad humana.
Así, la agarró por el pelo, su luenga melena, haciendo que de la garganta de ella brotara un desgarrador alarido de dolor… Ella estaba, absolutamente, a merced de él, sin posibilidad alguna de impedirle nada…Nada, nada, que Víctor deseara hacer con ella, de ella… Y sí, decidido, manteniéndola totalmente inmovilizada, boca abajo, le abrió las piernas bien abiertas; se mojó un dedo y, sin contemplaciones, se lo metió por el culo.
Ella dio un alarido, y trataba de zafarse pero, inútilmente.
Luego, tras escupirle certeramente en pleno agujero anal, con toda decisión, llevó allí su virilidad, en claro intento de violarla sodomizándola.
Hasta que ella gritó
"Víctor, que soy tu hermana".
»Eso, oír eso, "Víctor, que soy tu hermana", le dejó bloqueado y su mente volvió a ser humana, racional, entendiendo entonces, y sólo entonces, la enorme magnitud de lo que se proponía hacer… Se sintió mal; muy, muy, mal.
Por unos minutos, segundos puede, se sintió pleno de angustia, de asco hacia sí mismo y, sin osar mirarla a la cara, le pidió perdón, con voz queda y ronca; tremendamente ronca.
De inmediato, Víctor abandonó el salón, refugiándose en su cuarto.
Por la mañana, había desaparecido… Pero tras de sí dejaba una declaración manuscrita, asumiendo toda la responsabilidad de sus actos para con su hermana: Violarla, sodomizándola, amén de toda la presión, la violencia, que contra ella ejerciera…
Y allí estaba él, esperándola, seis años más tarde
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