El juego del dado Parte 3: Primeros Pasos
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Naniano.
La memoria no me da para recordar si aquella misma noche fue el momento en el que imité al actor aquel de la peli de la que os hablé hace un par de relatos. En cualquier caso os contaré la anécdota. Y por cierto, si os estáis preguntando cuál fue la respuesta de mi hermano a la pregunta que le planteé en el anterior relato…la respuesta fue sí…
Lo dicho. No sé si aquella primera noche en la que retomamos el juego de “los novios” fue cuando tuvo lugar la anécdota pero os la cuento ya.
El caso es que se había abierto la veda de nuevo, pero claro, ahora estábamos bastante más espabilados, sobre todo yo. Había descubierto lo que era el porno de verdad y a cada mes que pasaba me ponía más cachondo y empalmado. Me había válido de una peli para camelar de nuevo a mi hermano y llevarlo a mi terreno, mostrándole todo lo que le quedaba por descubrir en el terreno del guarreo. Todo lo que nos quedaba por descubrir a los dos, mejor dicho.
Tiene sentido que fuese aquella misma noche cuando me vi “forzado” a imitar a aquel actor, pues supongo que además de ver la peli con la que lo engatusé, yo estaría loco por enseñarle aquella que había encontrado en uno de mis habituales rondas por la antigua casa, Loves Bites y su mosquito traicionero, y que aquella era la ocasión perfecta. Al principio del todo, lo que solíamos hacer era imitar un poco lo que veíamos, pero claro, al principio solamente veíamos un show bastante light (por mucho que nos pusiera a tope) en el que como mucho salían un par de tetas y un striptease. La cosa cambia cuando lo que tienes que imitar es mucho más duro y explícito…Supongo que mi hermano estaba por la labor de participar íntegramente en el juego y aceptó sin reparo que siguiésemos con la misma tónica de imitar lo que veíamos. Fuera lo que fuese…
Así que imagino (siento si abundan las palabra supongo o imagino pero ya ha pasado mucho tiempo y no puedo hablar con total exactitud en todo) que aquella primera noche, o cualquier otra noche de las del reinicio del juego, nos metimos de lleno a imitar las posturas que salían en la peli que teníamos puesta en la tele. Si al principio de todo yo me conformaba con el misionero, en aquella época mis picores me llevaban a no cerrarme a ninguna postura por rara que fuese y quería probarlas todas y cada una de ellas. Recuerden que todo consistía en mi polla dura frotándose contra el cuerpo de él. Todo lo hacíamos así. Ni siquiera había pajas. Yo a él ni lo tocaba por mucho que no se negase a jugar.
Teniendo en cuenta la fascinación que me ha causado siempre la postura del perrito, es de suponer que cuando empecé a practicarla con él me cautivó del todo. Se ponía a 4 patas y yo me acercaba por detrás con mi verga bien tiesa y la ponía entre sus nalgas, moviéndome adelante y atrás, rozándola bien por su culo. Jamás intenté penetrarlo, sobra decirlo. Estábamos tan entusiasmados con aquello, tan excitados, que ni siquiera hacía falta recurrir a aquello. De hecho ni sabíamos cómo se hacía. Ni nos hacía falta. Cierto es que, como ya he dicho, sentía fascinación por aquella posición y que a falta de otro culo, el suyo me gustaba bastante, dado que yo era un saco de hormonas teledirigido por una polla húmeda la mitad del tiempo. El momento de la postura del perrito siempre ha sido especial en este juego, la verdad, llegando a convertirse en el momento clave del clímax. Pero eso es otra historia.
Vayamos a la anécdota. Si le han echado un ojo a la peli habrán podido ver una escena de un trío que ya les describí anteriormente. A decir bien, ahora mismo desconozco si estábamos viendo precisamente esa escena, lo cual sería doblemente curioso. El caso es que nos habíamos pegado una buena “follada” y yo estaba a punto de vaciarme. Como ya he contado él apenas hacía nada. No se negaba a ponerse en tal o cual postura pero ni se tocaba. Por supuesto yo no le forzaba a nada pero me gustaba verlo entregado y empalmado. Todo cambiaría poco después…Nos habíamos puesto en la postura del misionero.
Recuerdo que al principio me molaba mucho esa postura porque podía frotar mi polla por la suya y hacer así que él también gozara. Luego mi gusto cambió y prefería follar en aquella postura con el simple cambio de que él levantara sus piernas, colocándolas sobre mis hombros, para que yo pudiera poner mi polla en su culo, pero todo partiendo de la postura clásica del misionero. Bueno, en aquella postura estábamos cuando sentí que me iba a correr irremediablemente. Como siempre, mis padres estarían durmiendo mientras nosotros le dábamos bien al porno en el salón. Tal vez mi hermano notó lo caliente que estaba durante todo el polvo que sabía que el momento corrida iba a ser bestial, también porque había pasado un tiempo desde que “me meaba” y ya el agüilla sería una cosa más seria, espesa y blanca, y porque, por qué no decirlo, nos habíamos pegado una sesión lo bastante larga como para soltar un litro. Por todo eso, o a saber por qué, mi hermano me dijo que fuera prudente y que no gritara cuando fuera a correrme.
Bueno, una cosa es decirlo y otra cumplirlo. Claro que él tuvo parte de culpa. Yo había frotado mi polla hasta casi el momento de correrme por lo que había forzado un poco la maquinaría. Me incorporé un poco para masturbarme. El caso es que cuando estaba en pleno trance y la leche ya me asomaba por la punta, mi hermano me agarro la polla y me la meneó ordeñándome como nunca me habían ordeñado. Solté lefa a chorros y naturalmente no pude contener ni un grito sordo de placer ni unos espasmos que divirtieron al culpable de mi pequeña muerte. Justo como aquella escena del tío del bigote y la rubia del pelo corto, he aquí la explicación de la anécdota. Cuando después de haberme corrido, o quizás mientras seguía corriéndome, acercó mi capullo a su barriga y lo rozó por toda ella, me volví loco de placer. Él no dejó de sonreír en ningún momento. Le había llenado la barriga de semen y no parecía importarle. Al acabar me dijo: menos mal que te dije que no gritaras…Yo no pude contestar. Sentía una mezcla de sopor causado por el intenso orgasmo que había tenido, pudor por lo que acababa de hacer y arrepentimiento. A decir verdad, este sentimiento de arrepentimiento y vergüenza me ha acompañado en más de un post-coito, por llamarlo así, pero claro, siempre y cuando ya había vaciado mis huevos, pensando ya con la cabeza de arriba y sin el peso de una polla inflamada y lubricada a punto de estallar.
Me parece recordar que aquella misma peli que usé para volver a enganchar a mi hermano a nuestro particular juego contenía una escena en la que una tía recibía una corrida en el vientre y luego frotaba la polla del tío por su piel corrida. A lo mejor mi hermano estaba más espabilado de lo que yo pensaba. Quizás hasta ya había visto porno por su cuenta y había acumulado curiosidades que haría realidad conmigo. Quién sabe…
De aquella primera época en la nueva casa recuerdo varias anécdotas y que, debido a los años que han pasado, diez o doce, creo que es el mejor recurso para poder explicaros como nos lo montábamos sin caer en rodeos que no lleven a nada por culpa de mi mala memoria y termine mezclando cosas que ocurrieron con fantasía, épocas y posturas. Además con lo que contienen unas cuantas anécdotas, aunque sean breves, se puede obtener el mejor y más claro y conciso resumen que se podría hacer de toda aquella etapa.
Para empezar no sé la frecuencia con la que jugábamos. Por mi parte ya he afirmado que cada viernes era un festival para mí pero desconozco cada cuanto me daba la vena de avisar a mi hermano y ponernos manos a la obra. Me cabe recordar que nuestros polvetes se hacían más frecuentes en verano, estando ambos de vacaciones. Pero esto es algo sin demasiada importancia. Como también lo es el lugar en el que llevábamos a cabo nuestro pequeño secreto. En general, el salón ha sido siempre el principal testigo pero hay otros lugares en los que puedo centrarme para sacar un par de historietas. Uno de ellos es la cama.
Si los viernes comenzaba el festival del sexo para mí, los sábados pasaron a ser parte importante del juego. Los sábados por la mañana en concreto. Mi padre nunca estaba y este día siempre ha sido por norma cuando mi madre más tardaba en regresar de la compra. Yo me despertaba antes que mi hermano, recuerden que siempre compartimos dormitorio, y echaba a volar la imaginación. Hizo falta poco para que viera una oportunidad perfecta para “follar” en aquellos momentos. Ya fuera despertándolo o aprovechando que se despertaba y los dos hacíamos el vago en la cama, el caso es que acabamos jugando también allí. No es que haya nada extraordinariamente reseñable de aquella época, salvo que me volvía loco meterme en la cama con él, quitarnos la ropa, pegar mi cuerpo al suyo y sentir su piel desnuda contra mi polla palpitante. También me gustaba mucho que él se pusiera encima de mí, él sentado sobra mi polla, moviendo el culo para adelante y para atrás para mi deleite. Esta postura siempre me ha gustado pero hacerla en la cama, tapados con las mantas y desnudos debajo de ellas, me provocaba un morbo especial. Contaré algo un poco más concreto.
En una de estas ocasiones estábamos dándole al tema como cualquier otro día. Había veces que él no quería que me corriese en su cuerpo porque decía que se lo dejaba pegajoso por mucho que se lavara así que empleábamos un orinal que llevábamos años sin usar para echar mi lefa. Aquel día fue uno de esos. Como apunte especial diré que yo tenía el capullo bastante seco pero que la piel me rulaba muy suavemente por la polla y estaba gozando como un cabrón. Por supuesto la postura del perrito me había llevado a la gloria mucho más de lo habitual debido el inusual estado de mi pito. He de decir que siempre disfruté del contacto de mi polla y su culo, llegando a niveles de obsesión insospechados, lo manoseaba cuando estábamos a 4 patas y prácticamente no se lo soltaba cuando se ponía sobre mí. Era tal mi afición que él mismo llegó a preguntarme que por qué me gustaba tanto. No supe responderle pero de haber tenido una hermana…El caso es que allí estábamos, bien metidos en la faena. Y llegó el momento de soltar leche. Él me puso el orinal delante y yo metí la polla para liberarme en ella. Aquel día hubiese sido la hostia correrme sobre él teniendo en cuenta como se había comportado mi verga, pero bueno, ya he comentado que nunca lo obligué a hacer nada que no quisiera. Y me corrí. No fue tanto el orgasmo como el resultado de él. Cuando nos asomamos a ver lo que había soltado flipamos con la cantidad de pegotes blancos que había allí dentro. Eran verdaderos goterones de lefa densa y blanca. Los dos nos reímos con ganas. Él seguía sin participar demasiado y aún tardaría en pasar de sus inocentes empalmes.
Cambiando de lugar, cambiamos también de historia porque la casa de mis abuelos se antojaba como el marco ideal para llevar a cabo más sesiones guarras sin que nadie nos molestara. Mis abuelos vivían casi en el campo. Tenían un enorme patio que daba a un huerto que también era de su propiedad en el que echamos muchísimas horas jugando sin parar. Si cruzábamos el huerto llegábamos a un terreno de rocas que también era ideal para perdernos jugando. Cuando digo jugar, hablo de jugar a cosas de niños, mayormente, pero que con el tiempo vimos el lado que nos ofertaba aquel sitio para nuestro juego privado. Aparte del huerto y las rocas, teníamos las llaves de un garaje que estaba atestado de cacharros y en el que mis abuelos nos prohibían entrar la mayor parte de las veces pero donde nosotros nos colábamos tras haber cogido la llave en silencio solo para llevar la contraria o para “jugar”, la mayor parte de las veces. No sé si en el propio huerto llevé a cabo alguna acometida, no sería de extrañar ya que cuando me ponía cachondo no era dueño de mis actos, pero sí que recuerdo que en más de una ocasión, estando metidos en las cuevas que formaban las rocas, me asediaba el calentón (tal vez era más el morbo de hacer cosas “prohibidas” en un lugar en el que podían vernos fácilmente) y me ponía pesado para que mi hermano accediera a satisfacer mi deseo carnal. En general pasaba de mis peticiones y acababa enfadándose y yo con un empalme que tal como me venía se me iba, aunque no consiguiera convencerlo. Era otra época, después descubriría que los calentones no se van así como así. Pero lo cierto es que a veces le insistía bastante, diciéndole que si no quería jugar allí al aire libre que nos fuésemos a la casa (porque también allí había lugar para nuestros folleteos) así que con razón a veces se enfadaba. Siendo sincero, la excitación que me invadía cuando estábamos perdidos en aquellas cuevas era tan grande que no podía controlarme y me entraban tantas ganas de follar que soñaba con que se bajara el pantalón y el calzoncillo un poco, lo justo para que yo arrimara mi polla chorreante y la rozara hasta acabar derramando lava blanca por sus nalgas. Pero nunca sucedió. Me acordaría. Por el contrario, sí que conseguí cambiar las rocas por la casa pero no recuerdo ningún acontecimiento demasiado importante como para contarlo. Para recurrir a una nueva anécdota tenemos que irnos hasta aquel garaje que mis abuelos se empeñaban en que no pisáramos.
Solíamos pasar la Nochebuena con los padres de mi padre, los dueños del garaje prohibido, y en esas estábamos cuando un nuevo calentón llamó a mis huevos sin respetar las fechas especiales en las que estábamos. Aquel día nos habían dado permiso para jugar en el garaje y tanto mi hermano como yo estábamos especialmente contentos y estábamos por allí distraídos y divirtiéndonos sin más. Cosas de la infancia, y de la navidad, aunque siempre nos hemos llevado bastante bien excepto durante un periodo de tiempo que coincide exactamente con otro parón de nuestro particular juego. En fin, recuerden: yo no tendría más de 15 y el andaría por los 11. Son edades aproximadas pero en ningún caso superaríamos esos números. Aquello siempre ocurría de forma confusa, me guiaban los nervios y la amenaza de mis pelotas, y cuando me quería dar cuenta estábamos en bolas dándole al guarreo. Y así sucedió aquella Nochebuena también. Nos habíamos puesto manos a la obra y no había nada concreto que destacar pero percibía que, quizás por la festividad del día o tal vez por el simple hecho de que a los dos nos apetecía jugar, nos lo estábamos montando bastante bien, demostrándonos mutuamente lo calientes que nos habíamos puesto. Por supuesto yo me había lanzado y estaba cachondo desde antes de empezar. No así mi hermano, que se había ido animado conforme había ido pasando el tiempo. Nuestro gozo en un pozo ya que por mucho que estuviéramos concentrados en rozarnos como animales en celo, la voz de mi madre nos devolvió a la realidad recordándonos que era la hora de cenar. Antes de salir del garaje, y después de vestirnos, yo ya daba por hecho que aquella partida se había acabado a la mitad, que ya no la reanudaríamos después de cenar. Cuál fue mi sorpresa cuando mi hermano me dijo, estando todavía en el garaje:
-Después seguimos, que me han entrado muchas ganas de hacer de todo-
Si no morí atragantado aquella noche fue de milagro, tales eran mis ganas de regresar al garaje y volver a donde nos habíamos quedado y comprobar hasta dónde estaba dispuesto a llegar mi hermano. Pero un nuevo varapalo me estaba esperando aquella noche. Vi cumplido lo de volver al garaje pero lo cierto es que mi hermano más que cachondo como me había confesado que estaba al ir a cenar, al volver parecía más aburrido que otra cosa. Cada postura que yo le proponía él se mostraba reacio y finalmente terminamos discutiendo y enfadados. Como ya he dicho antes, esto era normal, no tanto lo de cortar el polvo antes de terminar como lo de negarse a jugar antes de empezar, pero sí que alguna vez tuve que joderme y pajearme yo solito al estilo manual de toda la vida. Siempre nos hemos entendido bien pero durante aquellos años nos enfadábamos a menudo y por tonterías.
Con esta otra anécdota regresamos a mi casa, de nuevo al salón, pero esta vez un domingo y de día. De nuevo estábamos solos en casa, mis padres se habían ido al campo, y teníamos un rato para dar rienda suelta a nuestro libidinoso secreto. Mi hermano se iba a duchar y por aquella época yo sentía una atracción enorme hacia su piel recién lavada. Me gustaba ya de por sí pero el efecto del jabón sobre su piel me provocaba una excitación fuera de lo normal. Siempre que habíamos “jugado” después de que se hubiera duchado era una auténtica locura. También me sucedía lo mismo cuando me duchaba yo. Le planteé lo de jugar en cuanto salió del agua, añadiendo además que si no le apetecería quedarse conmigo en lugar de irse con mis padres una vez que volvieran del campo. Mis padres siempre salían a tomar algo los domingos por la tarde. Cuando salió del baño me dijo muy animado que podíamos tirarnos toda la tarde dándole al asunto. No puse objeciones y nos fuimos al sofá. Lo recuerdo con un albornoz puesto, o quizás una toalla, fuera lo que fuera lo hizo por petición mía. Insisto en lo mucho que me gustaba darle por detrás. Cuánto más cuando su piel tenía la suavidad del jabón aún impregnada. Me ponía malísimo. Supongo que aquel día mi polla estaba disfrutando de lo lindo y me goteaba de gusto. Lo recuerdo sobre mí, cabalgándome, sin haberse desprendido de lo que llevara puesto, sintiendo su piel desnuda pegada a la mía, lo terso de su cuerpo frotándome la polla. Aquello me entusiasmaba.
Aunque no lo haya dicho exactamente, es lógico pensar que si él nunca jamás me había hecho nada que no quisiera y a lo máximo que llegaba era algún meneo de vez en cuando, lo de pajearme hasta el final fue una mera ocasión especial, un tema peliagudo como eran las mamadas no entraban dentro de su diccionario, ni del mío. Digo esto para sembrar antecedentes y porque durante aquel polvo se abrió una nueva puerta de placer para mí. Quiero pensar que también para él. Cuando estábamos follando en aquella postura, él encima de mí, mis manos seguramente sobándole su culo, hizo un movimiento despegando su cuerpo de mi polla, dejándome con la lefa en la punta, pero justificando su pausa con algo que me pilló tan desprevenido como alegría me otorgó. Se levantó y puso rumbo a mi polla.
La agarró y se la metió en la boca. Obviamente en aquel primer momento no pude decir que me gustara demasiado, pero es natural que tampoco pueda decir lo contrario, aunque sólo sea por el grado de calentura que llevaba para el cuerpo y las ganas que ya tenía de que alguien me la chupara. La verdad es que fueron unos cuantos chupetones nada más, luego regresó a montarme, pero la experiencia quedó ahí para la posteridad y la puerta que acababa de abrir no se iba a cerrar tan fácilmente. Recuerdo que no le dije nada, sobre todo porque a los pocos minutos escuchamos el coche de mi padre y tuvimos que abortar misión. En un principio traté de convencerlo para que se quedara conmigo en lugar de irse de paseo con mis padres y parecía haberlo conseguido hasta que me di cuenta de lo que estaba haciendo y se me quitaron las ganas de todo, diciéndole poco después que se fuese con ellos si eso era lo que quería.
Y estas son unas pocas de las anécdotas que me brindó aquella época. Volveré con la época dorada, la auténtica época del juego de dado cuando descubriré de verdad en qué consistía ese juego.
Para los entendidos en cine y series ahora emplearé un cliffhanger: la etapa de sequía que pasamos mi hermano y yo, la ocupé jugando con otro personaje…
Hablaré de eso en mi próximo relato. Hasta pronto.
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