El macho de la casa (2)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por wendy1988.
Tiernita, húmeda, grandecita y profunda. Con sus manos en sus rodillas, sentadita en la cama, me dejaba hacerle y se dejaba hacer. Despacio, tomándola de la cabeza, le iba metiendo y sacando la verga, pidiéndole que alejara los dientes de la cabeza de mi palo y que usara sólo los labios, enseñándole a chupar vergas, con la boca bien abierta. Cuando se la iba metiendo, su boca avanzaba sobre el tronco como escalándolo, como una serpiente se va comiendo su presa, engulléndola poco a poco, consumiéndola.
Ay Marymar, qué rica boquita tenía!! Tiernita, húmeda, grandecita y profunda. Con sus manos en sus rodillas, sentadita en la cama, me dejaba hacerle y se dejaba hacer. Despacio, tomándola de la cabeza, le iba metiendo y sacando la verga, pidiéndole que alejara los dientes de la cabeza de mi palo y que usara sólo los labios, enseñándole a chupar vergas, con la boca bien abierta. Cuando se la iba metiendo, su boca avanzaba sobre el tronco como escalándolo, como una serpiente se va comiendo su presa, engulléndola poco a poco, consumiéndola. Con media verga adentro de la boca, yo la forzaba un poco y la agarraba firmemente de la nuca y se la metía otro par de centímetros, ella empezaba a desesperarse y retiraba sus manos de su rodillas agitándolas en el aire, como imitando a un pajarito, indicándome que no podía más, que se asfixiaba.
Se la empezaba a sacar de reversa, muy despacio y diciéndole que chupara fuerte, sentía que me chupaba todo, no sólo la verga, sino todo el cuerpo, viendo cómo mi pitote iba abandonado poco a poco su linda boquita, bien cubierto por su saliva y hasta con cierta espuma que se me quedaba encima del lomo. Me encantó, se lo hice varias veces, me gustaba ver cómo se ahogaba una criatura tan hermosa con ese garrotee bien ensartado en la boca.
Sentía como mis huevos se hinchaban, produciendo esperma en cantidad, le dije que con sus largas uñas me rascara suavemente la bolsa de mis huevotes, me cosquilleaba la punta de la verga con la lengua, suelta, sola, con mis manos en su cabeza y sus uñas en mis testículos; ya me ardían las plantas de los pies. Ahí venía la tormenta de leche, por fin… por fin iba a descansar. La unilateral decisión de mi esposa me tenía muy cargado y todo se lo iba a dar a una hermanita menor.
Se la alejé de la boquita y me la empecé a jalar en su cara, diciéndole que se bajara el vestido y me enseñara sus tetitas. Ella, limpiándose la saliva de la barbilla y volteando a la escalera, me dijo que ya era mucho, que se tenía que regresar a la cocina, que su comida estaba servida y que ya no tardaban en ir a buscarla, eso sí, sin quitar los ojos de mi impresionante erección, viendo cómo me la cascaba muy lentamente, casi pegado a su nariz. Le dije que ya iba a acabar, que se sacara los pechos y me dejara velos, por favor. No muy convencida, se bajó los tirantes y se puso el vestido debajo de los senos, enderezándose para que le salieran más y volteando su hermosa cara hacia arriba, buscando mi reacción. Le di lo que quería, la mueca de satisfacción que se me dibujó en la cara, la debe haber dejado satisfecha. La visión de esos senos divinos me acabó de extasiar, eran perfectos, asimétricos, redondos y bellos, le salían por los costados de su torso tan estrecho, tan delgado. Blancos como la leche, inmaculados.
Coronados por una aureola color de rosa tenue, mediana, con unos pezones paraditos. Bajé mi mano izquierda y acurruqué en ella uno de esos ensueños, frotándolo suavemente y apretándolo, sintiendo su firmeza increíble, parecía estar relleno de algo, pues al apretarlo sentía cómo mis dedos eran "aventados" hacia afuera por la presión interna del joven pecho. Sentí mi descarga llegar, incontrolable, me volteé de lado y empecé a expulsar con fuerza varios borbotones (a última hora la prudencia ganó, la iba a dejar bañada de mocos, no era el caso), los primeros dos llegaron hasta la cabecera de la cama, el resto calló al piso, todos, seguidos por los grandes ojos negros de mi cuñadita. – Te sale mucho, y bien fuerte!!, dijo sinceramente impresionada. –Sí, chiquita, ya andaba muy apurado, y te belleza me llego allí, mira cómete esa gotita, le dije al ver cómo, al exprimírmela, me asomaba un goterón sobre la cabezota de la verga, acercándosela a la boca. Ella sin asco, sin prejuicios, la recogió con la lengua y todavía me dio un par de chupetones en el glande. Se la puse de lado y la recorrió toda con la lengüita, de un lado y otro, sustituyendo los restos de leche y sudor por su bendita saliva.
Al verla así, con su divina carita en mi abdomen limpiándome la verga con la boca y con el vestido a modo de faja, enrollado en su cintura, le retiré el pene y me hinqué ante ella, queriendo pasar a lo que sigue. La quise besar mientras mis manos volaban sobre sus muslos, pero ella ya no se dejó, se me escurrió por un lado y se acomodó el vestidito, se metió a la cocina y vació la comida de un plato en otro y el refresco a un vaso y se bajó con el plato, la charola y el envase, si voltear siquiera a verme, como si le urgiera alejarse de allí, apurada, asustada y apenada. En lo que ella recogía en la cocina, yo me puse el short que traía antes y me fui tras ella, siguiéndola sin que lo notara a cierta distancia. Antes de llegar a la cocina, en un baño se enjuagó la boca y se arregló el vestido, salió y siguió su camino. Yo quería saber si la mamá, mi suegra, le llamaba la atención por tardarse tanto conmigo a solas. Al llegar a la cocina me quedé tras un muro y escuché cómo la señora le preguntaba qué tanto hacía y Marymar le respondió que conversábamos.
Se me subieron aquellos a la garganta, supuse que ahí venía la bronca y las preguntas, pero lo que escuché me dejó gratamente sorprendido: –Vaya!, hasta que hiciste caso, ese muchacho es de la familia, es como tu hermano, debes ser más atenta con él, qué bueno que ya estás entendiéndolo. –Sí, mamá, le respondió secamente Marymar. –De qué platicaron?, si se puede saber. –De varias cosas… de automóviles!, ya ves que quiero que papá me compre uno. –Qué bien, hija, te felicito por eso, no está bien que seas tan reseca, con él y con toda la gente, le respondió mi suegra contenta por nuestro "acercamiento".
Me retiré con cuidado de que no me notaran y me fui a vestir para irme a trabajar. Cuando me iba tomé unas revistas y unos folletos automotrices que tenía (mi esposa y yo también estábamos comprando un auto) y me bajé a despedirme. Marymar estaba ayudando a su mamá a recoger la mesa y le dije que ahí le dejaba los folletos de los coches, que los revisara y me dijera cuál le gustaba, para traerle más información. Con cara de wath??!! Los miró y le dije, pelándole los ojos, que eran los que me pidió, cuando me había dicho que quería pedirle un auto a su papá. -Aaaahhh, sí, ya me acordé!!, respondió admirada. –Te digo que ésta anda en la luna, intervino su mamá divertida. Los tres nos reímos y yo me despedí.
Al otro día al después de dejar a mi mujer en el trabajo me regresé a casa. Eran las 9 a.m. de un martes, día de supermercado. Cuando entré en la casa, mi suegra iba saliendo con su hija Marymar y sus nietas Sadrinita y Andreina. Me dijo que Noraimita, la rubia de 11 años, aún estaba dormida, que me la encargaba por si despertaba, que era muy miedosa, que por favor le diera de desayuna y que ellas regresaban como a las 12 am, después de hacer la compra semanal. Claro!, le dije, no se apure yo la cuido. Se fueron y yo fui a darle una vuelta a mi "encargo" a su cuarto. Estaba bien dormidita, súpita. Destapada por el calor, boca arriba sólo con su calzoncito y una camiseta de tirantes, con las piernas entre abiertas, preciosa la niña. Bien piernudita y caderoncita, hasta el party le quedaba muy apretado, era de los viejitos, supongo sólo para dormir, se le veía muy pequeño. La estuve contemplando un rato, luego me acerqué y puse mi nariz en su cosita abultadita para olerle allí, mmmm!, qué rico aroma, me llegó hasta el alma, y hasta la mera verga. Saqué la lengua y le lamí la parte interna de los muslos, al sentir mi lengua, sin despertar los abrió más y pude lamerle las ingles, sobre el pliegue del calzón, bien cerca de su papita.
Ya me iba cuando quise verla desde otro ángulo, al notar que estaba sobre la sábana hecha bola abajo de ella, la empecé a despertar, moviéndola y llamándola por su nombre: – Noraima, Noraimita, hijita, despiértate. Soy tu tío, déjame taparte bien. Ella entreabrió los ojos y al verme preguntó por su abuela. –Se fue al mandado con tu hermana y tu prima, no se tardan, a ver, levántate tantito para sacar la sábana y taparte bien. En cuanto se enderezó, con una mano le saqué la sábana y con la otra la hice acostarse boca abajo, la agarré de una corva, o sea de la parte trasera de una rodilla y le separé ese muslo, formando un 4 con sus piernas, disimuladamente, sin forzarla.
Puso su mejilla sobre la almohada y cerró sus ojos, haciendo por dormirse de nuevo. Yo me enderecé y extendí la sábana que le había quitado, mirando lo rica que se veía así, comiéndome con los ojos sus llenitas piernas y sus inflamadas nalguitas. Le pregunté si la tapaba o tenía calor y me dijo que así estaba bien, que no tenía frío. Puse la sabana a un lado y me incliné sobre ella a besarle la mejilla y el cuello, diciéndole que me iba a bañar para darle de desayunar.
-No, tío, no te vayas, no me gusta quedarme sola, tengo miedo, me dijo con vocecita chiflada. Le dije que no tenía nada que temer mientras yo estuviera en la casa con ella, que nadie le iba a hacer daño, que yo la defendería de quien fuera, sin dejar de besarle el cuello y agarrarle las nalguitas disimuladamente. Pude notar la piel de sus brazos y de sus muslos como se hacía de gallina, erizada por mis besitos en su cuello y oreja, mientras le hablaba muy bajito. –Hay tío, siento rico… No te vayas, cuídame, duérmeme otra vez, ándale. –Sí mi hijita, duérmete, si tienes miedo te vas para arriba conmigo, sí?, allá voy a estar, duérmete reina, ssshhh, ssshhhh.
Sin dejar de besarla en cuello y oreja, le empecé a recorrer con mi mano la rajadita del culito, con cariño, ella solita sacaba más sus nalguitas, sintiendo mi caricia en sus redonditas posaderas. Cuando caí a la cuenta, ya le recorría los muslos de arriba abajo, sin reservas, y mi dedo medio, hacía una disimulada presión en su vaginita, motivando que ella sola se semi empinara en la cama en busca de mi mano. Mejor me fui, ya me estaba descontrolando, mucho. –Tío, no te vayas, quédate, me dijo cuando sintió que le quitaba las manos de encima. –No, ya me voy a bañar para darte el desayuno, le dije y me subí al baño de arriba, al de mi recamara.
Cuando salí de bañarme, envuelto en la toalla, me paré ante el peinador para ponerme crema en el cuerpo, desodorante, etc., por el espejo pude ver a Noraima asomándose por la ventana que daba a la escalera, esa ventana estaba a ras del piso, no estaba apoyada en pared alguna y la niña escondida, según ella, dos escalones abajo. Me quité la toalla y quedé en cueros, me empecé a poner crema en los brazos y en el pecho, la verga se me empezó a levantar y le apliqué una buena cantidad de cremita, esparciéndola por lo largo y ancho de ella y en los huevotes sacándolos bien, con calma, poniéndome de lado y de frente a la ventana, para que la niña viera bien mis cosotas, como ella les decía.
Cuando terminé, me puse un calzón tipo bikini, de esos que se usaban entonces, como de nylon color crema, muy pequeño y me acomodé el tubo de la verga por un costado. En eso escuché un –Tíooo, tíooo… tíooo, tíooo, tengo miedo. Era Noraima que me llamaba desde la escalera, haciendo voz como si llorara de miedo. Apurado, actuando por supuesto, salí de la recamara como andaba, en puro calzón y le dije que qué pasaba, que quién la había asustado. Ella, sentada en el segundo escalón, de arriba hacia debajo de la escalera, me dijo que escuchó ruidos y se asustó mucho, mentirosa, ya tenía más de 10 minutos espiándome. Le pregunté que si quería que fuera a revisar y me dijo que no, que ya había cerrado bien la puerta y que sólo se quería quedar conmigo mientras regresaban su abuela y las niñas.
Le extendí la mano y le dije que viniera conmigo, se levantó del escalón y subió el que le faltaba, llegando a mí. Venía como estaba acostada, en calzón y camisetita, y descalza. La tomé de la cabeza y me la puse en el pacho, calmándola, siguiéndole la corriente. Ella me abrazó por la cintura y me restregó su estómago en toda la verga, sintiendo como se la hincaba completita, pero sin decir nada. De todas las niñas, ella nunca dijo nada hasta casi dos años, se dejó hacer y me hizo, pero nunca dijo nada, como si no estuviéramos haciendo lo que hacíamos, nunca preguntó, nunca se admiró, sólo se dejaba hacer, como si estuviéramos jugando o haciéndonos cariñitos.
Le pregunté si tenía hambre y me dijo que sí. La agarré de la mano y la llevé la cocina, sentándola en una silla en la mesa. Le dije que me iba a poner un short, o que si no le molestaba pues así me quedaba, rápido respondió que no, que ella también andaba así. Le respondí que a lo mejor su mamá se enojaba y ella me dijo que al cabo que no estaba y que no lo iba a saber, entablando ya una complicidad necesaria en estos casos. La verga casi se me salía por un lado del calzón, la traía bien parada, pero Noraima se hacía la desentendida, como si se acordara de lo que le dijo su hermana un día anterior, cuando pasé entre ellas en la escalera, me la veía, claro, pero con disimulo.
Abrí el refrigerador y saqué yogurt y leche, al seguir buscando que darle, me vino una idea perversa y saqué mermelada, chocolate líquido y helado. Le pregunté qué quería desayunar y lógico, me dijo que helado, le dije que cómo iba a desayunar eso y me insistió chiflada que eso quería.
Le propuse un concurso, si adivinaba qué le estaba dando a probar, le daría lo que ella quería. -Cómo?, preguntó. -Te tapo los ojos, te doy probaditas de todo esto y me dices qué es, cómo ves?, la reté. –Bueno, va, me respondió dispuesta a divertirse.
Le tapé los ojos con una servilleta de papel de rollo, con la idea de que no le iba a durar mucho y se le caería, eso es lo que yo quería. Con un dedo le di a probar mermelada de fresa y lo adivinó, al reírse se le movió un poco la servilleta, pero no le dije nada, haciéndome tonto. Luego le di yogurt de mango y adivinó también. Se le movió otro poco la servilleta, casi dejándole un ojo descubierto. –Ahora si vas a batallar para adivinar, le dije, se me hace que ahora si te vas a tardar en decirme lo que es. Dicho esto y seguro de que estaba viéndome, me quité el calzón y me puse chocolate en la cabezota de la verga, esparciéndolo con mis dedos. Se la acerqué y le dije que probara, que de seguro le iba a gustar mucho pero que no lo iba a adivinar fácilmente. Me empezó a chupar la cabeza del pene con suavidad, comiéndose el chocolate que ahí traía embarrado, calladita chupando y chupando rico, con suavidad.
Se la retiré y le pregunté lo que era. –No sé, respondió la mentirosa, acomodándose ella sola la servilleta sobre los ojos, dándome facilidades. –Otra vez?, le pregunté. –Sí, tío, dame otra vez una probadita. Me volví a poner chocolate, ahora menos, sólo unas gotas y le acerqué el fierro a la boca, se la metí más profundo, toda la cabeza y ella me la chupaba muy bien, saboreándola. Se acabó el poco chocolate que me puse y siguió mamándomela un par de minutos, sin mencionar nada del dulce ya terminado. Se la saqué y le dije que si ya. –No, no sé a que sabe todavía, tío. –Te doy más?, le pregunté ya ardiendo. –Sí, a ver si ahora sí adivino. Ya no me puse nada en la verga, así se la metí en la boca y la niña la recibió chupándomela a sabiendas de que ya no tenía chocolate, sólo verga.
Le retiré la servilleta de los ojos y la agarré de las mejillas, enseñándole lo que era, moviéndole la verga ante su boca con una mano y pasándosela por la nariz y la frente. Retirándome otra vez para que la viera bien, esperando un comentario acerca del tamaño, del grosor, pero nada, no dijo nada. Se la puse en los labios otra vez y ella los abrió y se la metió a la boca, le tomé las dos manos y se las puse alrededor de mi vergota, para que la sostuviera ella misma, para verla entrando y saliendo de su boquita, bueno es un decir porque sólo le entraba la cabeza. Así la tuve unos 10 minutos, sus ojos azules estaban muy irritados, se la metía muy adentro, ya no era sólo la cabezota sino parte del tronco, ya su boquita se había hornada y su saliva lubricaba bien el mete saca que le hacía.
Su blanca carita estaba muy roja por el esfuerzo que hacía para recibir ese ½ kilo de carne, yo estaba poseído viendo cómo la ponía, al borde del ahogo con mi garrote. Por la nuca le hacía un chongo con su cabello de oro y con mi mano maniobraba el vaivén de su cabecita sobre mi verga, inmisericorde, sintiendo sus manitas que apenas podían sostener semejante animal. Qué bruto soy…
Cuando me vino esto a la cabeza, la solté y le saqué la verga de la boca. Me senté en una silla a su lado y le limpié la boca y la barbilla, cubiertas de saliva y espuma. Se me remordió la conciencia de estarle haciendo eso a esta bebita y me medio acosté en la silla con mis nalgas en el borde y con las piernas abiertas, con las manos en la cara, arrepentido.
A los dos-tres minutos de estar así, sentí cómo me agarraba la verga y me la volvía a chupar, abrí mi ojos y volteé para abajo y ahí estaba Noraima, de rodillas entre mis piernas chupándome sin mucho conocimiento la verga a medio parar, ya que había perdido erección con mi ataque de remordimientos. La polla me creció en su boca, ella me miraba con sus ojazos azules sin dejar de chupeteármela y sostenerla con sus dos manos, como le había enseñado minutos antes; me puso muy caliente verla así, entregada, sumisa, dócil.
La puse de pie y le saque la camiseta y los calzoncitos, la volteé de espaldas y le puse mi terrible garrote entre las nalguitas, ella sola se echaba para atrás sintiendo mi verga entre sus piernas rozándole la colita y la vaginita, excitada como yo, era increíble. La levanté en vilo y la puse sobre la mesa, empinadita con sus codos apoyados en ella, le mordizquié las pompis y le lamí el culito y la vaginita desde atrás, sin dejar de masturbarme. Después de un rato la volví a bajar al suelo y la senté en la silla para que me la mamara otra vez.
-Tienes hambre, Noraima?, le pregunté. Ella solo frunció la cara en señal de pregusta, sin dejar de recibir mi verga hasta la garganta, como preguntando qué tenía que ver eso. –Me va a salir lechita para ti, mi cielo, te la tomas toda, he?, le dije sintiendo mi venida a chorros, todavía estaba ella asintiendo con la cabeza, no muy convencida del porqué, cuando me llegó el primer chorro, no lo aguantó, se separó y se llevó las manos a la boca, para ver que era, sorprendida. Yo la tomé del cabello y le levanté la cara, echándole el resto de mi venida en toda la cara y diciéndole que abriera la boca grande. Otros 3 chorritos, ya colgantes sin presión, le cayeron dentro y le dije que se lo comiera, así lo hizo, después le pasé la verga por las mejillas y la frente, recogiéndolo todo y depositándolo en su boquita, usando mi garrote como cuchara, como espátula.
Eran casi las 10:30 am, todavía faltaba poco más de una hora para que regresaran del supermercado. La limpié en el baño y nos recostamos en la cama, desnudos y abrazados. No platicábamos de lo que le hice, para nada. Conversábamos de cine, de televisión, de su escuela, etc., me tenía impresionado esta nena. Al tenerla tan cerca, los dos de lado, uno frente al otro, yo no dejaba de acariciarle sus esponjosas nalguitas y de meter mis dedos entre ellas, sintiendo su suavidad y calorcito, pasándole la verga parada por las piernas; pero ella ni la volteaba a ver, yo quería que dijera algo, que la tenía muy rica, que le gustaba mucho, no sé, algo! Incluso me senté en la cama, recargado en la cabecera y me la empecé a sobar y a jeringuear, con la cabeza de la niña en mi muslo, se me paró bárbaro, casi me la reviento, se me puso hasta morada de lo parada que me la dejé, y nada… nunca dijo nada. Se la pasé por la carita, por los ojos y la barbilla, le gustaba mucho, se le veía, pero nunca dijo nada. Me acosté otra vez de frente a ella y saqué mi lengua y se la pasé por los labios.
Ella extrañada sólo se dejó hacer, luego le dije que me hiciera lo mismo. Después le dije que me chupara la lengua y así lo hizo. Poco a poco le enseñé a besar y al rato ya estábamos en una declarada danza de lenguas dentro de nuestras respectivas bocas. Me separé de sus besos y me fui a su entrepierna, a dejársela bien ensalivada para frotarle mi cabezota en ella. Así se lo hice por largos minutos hasta que me vine otra vez en su rendijita, dejándosela bien escurrida de lo mío.
Durante el proceso de cabeceo, muy difícil se me hizo no dejársela ir por ahí, pero la pobre criatura nunca hubiera aguantado tal invasión, era terrible la diferencia de tamaños de su mini papita y mi terrible cañón de más de 8 pulg, no había caso, la hubiera destripado.
Otra vez la limpié bien y le dije que debía ser muy discreta, que ni a su hermana y prima les debería contar de eso, que tuviera mucho cuidado que algún días se lo iba a mente por allí y por donde quisiera ok. Pero no dijo nada y nos fuimos abajo a vestirla y darle, ahora sí, de desayunar.
Al rato llegaron las compradoras y nos encontraron sentados en la cocina, yo leyendo el periódico y Noraima, viendo la tele, bien peinada, aseada y "bien desayunada".
Muy excitante y tiene morbo.