El macho de la casa (3)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por wendy1988.
En mis historias del 9 y 12 de Junio pasados, les dije como empezaron mis contactos sexuales con mi cuñada Marymar de 15 y mi sobrina política Noraima de 11 años.
Los siguientes días fueron de alternancia; entre la pequeña Noraima y la bella Marymar me dejaban, a veces, literalmente seco. Sin desaprovechar las oportunidades que se presentaban, a veces me vaciaba en sus boquitas dos veces en un día, en cada una por separado.
Las oportunidades eran pocas, había a veces demasiada gente en casa, y no siempre era posible estar con una de ellas a solas, por lo que no podía darme el lujo de dejarlas pasar. Los 5 ó 6 minutos con que contaba, con alguna de esas pequeñas calenturientas los exprimía al máximo. Con la excusa de mandar a alguna de ellas a la tienda a comprarme refrescos, cigarros o lo que fuese, cuando subían a dejármelos las esperaba con la verga bien parada y ya medio masturbada para que con un par de mamadas, vacíales chorros de espesa leche en sus boquitas cada vez más golosas. Ya ni gestos le hacían a mis mocos. Incluso la más pequeña ya conocía el ritmo de mi venida y sin separarse de mi cosota, como ella le decía, se los pasaba por la garganta, rumbo a su estomaguito. Era de no creerse, tan chiquilla! A veces, por la mañana, cuando mi esposa tenía que llegar temprano a su trabajo por Balance mensual, regresaba de dejarla como a las 6:30 a.m. y me volvía acostar, cuando andaba de tarde o de noche en mi trabajo. A las 8:00 am, me despertaba porque sentía algo raro en mi calzón, me lo estaban quitando!
Era Noraimita, la rubia que se le escapaba a su mamá y se subía a "despertarme" a mamadas. Ya mejor me los quitaba y me re-acostaba sin calzones para que no batallara si venía y se escurría entre mis sábanas con su boquita hambrienta buscando lo que tanto le gustaba: 8 pulgadas de vergota de macho de 25 años. No sé si esto lo entenderán mis detractores, pero no hay nada mejor en el mundo que empezar el día despertándote con una buena mamada de una boca tan pequeña y perfecta, sintiendo la frescura de unas manitas que apenas alcanzan a rodearte la verga y al descubrirte de las sábanas encontrar un angelito de cabellos de oro, lacios y brillantes, mirándote con sus ojos azules mientras hace esfuerzos valientes por meterse lo más que quepa de tu, por la temprana hora, súper hinchada vergota. Supongo que a esa edad, hasta ellos, los negados, amanecen empalmados, no?
Bueno, qué mejor que tener un despertador como el que yo tenía. Ese angelito no se separaba de mis serruchos hasta que le daba su ración de leche para su cereal, o los martes de súper, cuando no la dejaba que me reventara para aguantarle jugando la mañana completa, tiempo que su abuela se tardaba en el mandado.
Esas mañanas eran de verdad infames, no había agujerito que no le lamiera. Sus hermosas y llenitas piernas y nalguitas eran víctimas de mis dientes y de mi lengua. Su boca, a eso de las 11:00 am, resollaba de mi leche. Ya para esas horas se la había besado hasta el cansancio, metiéndole toda la lengua hasta la campanilla y se la había llenado varias veces con mi suero espeso. A veces, cuando regresaba mi suegra de sus compras, la niña ya estaba acostada otra vez, fatigada de tanto abuso al que la sometía su querido tío político. Eso sí, ya bien bañada y con la boca lavada varias veces con su cepillito dental. –Se durmió la niña otra vez?, preguntaba la señora. –Sí, se acaba de dormir suegra, dijo que anoche no pudo dormir, que oía ruidos y tenía miedo, le di de desayunar y le dije que se metiera a bañar, luego la vi cabeceando en la silla y le dije que se recostara hasta que usted regresara, que yo la iba a cuidar, le decía yo amablemente preocupado. –Esta niña!, es muy miedosa, no dudo que haya estado con el ojo pelón toda la noche, pobrecita.
Cuando mi suegra salía a algún trámite o encargo, yo buscaba la forma de separar a Marymar o a Noraimita aparte con alguna excusa, para que las otras niñas no notaran sus ausencias. Con mi cuñada los avances eran notables, nuestros besos eran auténticas batallas de lenguas y salivas, su destreza al besar me ponía muy caliente. En mi cama nos dedicábamos a disfrutarnos mutuamente, como una pareja de amantes, con largos y húmedos besos y caricias de las más excitantes. Enseñándole a disfrutar de los hombres.
Ya no sólo yo gozaba de mis abundantes venidas, sino que ella también tenía múltiples orgasmos ayudada con mi lengua, cuando le quitaba el calzoncito y me clavaba de cara en sus ingles, a disfrutar de la dulzura de sus partes sonrosadas. Hasta se puede decir que hubo un cambio en la rutina de nuestros "juegos", ya que si al principio el mamarme la verga era el número estelar, ahora el chuparle la vagina se había vuelto el eje de nuestra relación.
La muy perrita incluso andaba por la casa sin calzón, sólo con un vestido holgado, o blusa y falda, pero esta última siempre holgadita, suelta. Eso facilitaba que en donde estuviéramos, en donde nos encontráramos, ya sea en la sala, el comedor, la escalera, un baño, la lavandería, etc., ella, después de un par de minutos de besos lengüetazos, me pudiera poner de rodillas y levantándose la falda, me hiciera comerle el coñito aunque fuera un ratito. El colmo sucedió como al mes de la primera vez, incluso en esa ocasión se desvirgó, así es, ella sola se desvirgó, me explico: Precisamente, en la lavandería, mientras su madre estaba en la cocina, a 5 metros de nosotros, salí con Marymar "a buscar una herramienta", debajo del lavadero, en unas cubetas de plástico con fierros. Mientras mi cuñadita vigilaba a mi suegra por la ventana que estaba justo sobre el lavadero, se levantó la falda hasta la cintura y se abrió los pétalos de su conchita brillosa y muy húmeda, como andaba siempre últimamente. Ante ese delicioso espectáculo no me quedó más remedio que irme de boca entre sus hermosas piernas y limpiar con mi lengua esa humedad excesiva que se le formaba involuntariamente desde que supo lo que era tener un hombre haciéndole los honores con la lengua a su vaginita.
Incluso su mamá no dejaba de comentarnos algo, no dejaba de platicar con nosotros mientras yo atendía oralmente a su hijita. De vez en cuando yo sacaba mi lengua de las profundidades de Marymar para responderle y agarrar algo de aire, pues la zorrita me agarraba de las orejas y me sumergía entre sus piernas casi ahogándome con su coñito. De repente me separó bruscamente de ella, se bajó la falda y me dio la espalda como si lavara ropa, yo me retiré de ella y disimulado me puse a buscar en la cubeta. Falsa alarma!, sólo pareció como si su mamá fuera a salir con nosotros. Así de espaldas a mí, le levanté la falda y la recargué en el lavadero y me puse a besarle y lamerle las nalgas y las piernas por atrás, de ese modo ella podrían vigilar mejor a la señora. Sin dejar de hacer ruido con los fierros para que mi suegra pensara que todavía buscaba algo, hice que Marymar subiera su pierna derecha en el lavadero, ofreciéndome un panorama completo de su vagina y culito, perfectos y juveniles.
Dudo mucho que esta pequeña hubiera estado alguna vez expuesta de semejante manera ante un hombre, estaba completamente a mi merced. Mis nervios estaban al límite, por lo que veía y por lo cerca que tenía a mi suegra. Ya estaba pensando en levantarme e irme de ahí, cuando la adolescente, como si hubiera leído mi mente, deslizó una de sus manos por entre su abdomen y el lavadero y con sus dedos se abrió la vagina y se empezó a mover como si fornicara, deslizando su grupa de adelante hacia atrás, sabiendo que yo la miraba extasiado hincado entre sus blancas y sedosas piernas. Sin hacerme mucho del rogar me puse a recorrer con la lengua toda la extensión de su rajadita, que al tenerla en esa posición se convertía en una sola, alternando mis lengüetazos entre su vagina y su culito, llenándoselos de saliva, sintiendo como ella movía furiosamente sus caderas sobre mi boca sin dejar de "lavar la ropa" fregándola sobre el lavadero de concreto al mismo ritmo en que me fregaba sus intimidades en la cara.
Estábamos muy descontrolados, yo lamía, chupaba y mordía con furia y ella se movía enloquecida sobre mí, sobre mi rostro. Metí mi dedo medio en su vagina y lo movía con fuerza, luego el índice, sin dejar de seguir lamiendo y chupando su coñito, escuchando a su madre hablar y hablar mientras hacía de comer en la cocina, a una pared de nosotros. Marymar no medía sus movimientos, se azotaba contra mis dedos con violencia, de repente sentí como mis dedos vencían la resistencia interna de su vagina y se iban hasta los nudillos, ella se detuvo de sopetón y se quejó sordamente, mordiendo una de las prendas mojadas que tenía lavando. En eso se escuchó la voz de una de las niñas que le decía a su abuelita que la buscaba un señor en la puerta de la casa y se fue a atenderlo. Mi cuñadita empezó de nuevo, el movimiento de sus caderas poco a poco y yo volví a la carga lengueteándo todo lo que podía, empezando otra vez mis atenciones orales en esa vaginita tan ardiente.
Con mis ojos cerrados, confiado en que mi suegra andaba atendiendo a la visita, me dediqué a saborear con deleite la carnita tierna y blanca que me ofrecían. En eso estaba cuando sentí en mi boca un cambio de sabores, al abrir mis ojos vi que ese sabor diferente era el de la sangre de Marymar que salía de su coñito. La contuve de las nalgas para que ya no se moviera tanto y poder verle la papita y pude comprobar que estaba muy abierta y manchada de sangre, saliva y moquillo vaginal, todo revuelto haciendo un morboso coktel.
Ella sola se había desvirgado con mis dedos al azotarse tan duro contra y sobre ellos. –No te duele?, le pregunté. –No, ya no, ahorita sí me dolió mucho, pero ya no, por qué?, me respondió de espaldas a mí como estaba y aun jadeando de lo caliente que andaba la jovencita. Sin mencionarle lo que le pasó sólo le dije poniéndome de pie y bajándome los shorts a las rodillas: –Porque te la voy a meter toda, mamita. Ella me preguntó si allí mismo y yo ni le respondí, la agarré de la cinturita tan estrecha que tenía y le acomodé la cabezona de mi verga en la puerta vaginal, recostándola sobre la ropa que lavaba, untándole el glande de abajo para arriba, sintiendo como temblaba nerviosa por lo que le iba a hacer, pero sin decir ni hacer nada, sumisa, entregada.
De un empujón se le fue la cabeza y media verga. De su garganta salió algo así como el quejido de un sapo y yo tomé otro trapo mojado del lavadero y se lo puse en la boca para ahogar sus quejidos tan extraños, a que mordiera garra porque yo no pensaba retroceder. Otro empujón y le metí casi todo el fierro dejándoselo allí unos segundos. Ella solita se empezó a menear sobre la vergota que me decía que tenía: -Hay papacito, que vergota tienes, la ciento bien grandota y gorda, me dijo cuándo se quitó la prenda mojada que tenía en la boca. –Te duele?, le pregunté. –Un poquito, pero la siento rica, me dijo volteando a verme sobre su hombro con su carita desfigurada por la presión que mi tan inflamada masculinidad ejercía en su estrecha mini-vagina. La agarré de las caderas y empecé el vaivén con suavidad, con calma. Se me hacía muy pequeña, muy delgadita en comparación con su hermana, mi esposa, 10 años mayor que esta criatura y con un trasero más ancho y redondo, en donde mi verga se veía más acorde, más proporcionada. Aquí no había proporción, la invasión de mi garrote en el cuerpo de esta adolescente era casi grotesca, pero increíblemente, su vagina se abría y se ahormaba con naturalidad al ancho y venoso vergota que le habían mandado guardar. Tal parecía que las mujeres de esta familia no sólo eran bellísimas, sino que estaban hechas fisiológicamente para el sexo, para su gozo y el de sus hombres.
Ya tenía probadas a la de en medio de las hijas, mi esposa, buena en verdad en la cama (bueno… siempre y cuando no estuviera embarazada como ahora), a la más pequeña de las hermanas, esta que tenía atravesada con mi camotazo, no importa peso y estatura, ahorita estaría berreando de dolor, y de la más pequeña de las nietas, Noraimita quien me visitaba asiduamente en mi cuarto para comer caramelo y atole, golosinas que se estaban convirtiendo en sus favoritas.
Le empujé a Marymar otro centímetro de verga y topó. Ella no dejaba de menear suavemente sus caderas como si supiera de qué se trataba. Increíble! Su ojitos se salía, se eyectaba de su cuerpo como un pequeño granito, como si dentro de su abdomen mi vergota impulsara lo que había ahí haciéndose espacio.
Ahora sí con ritmo, se la dejaba ir sin reservas hasta el fondo, hasta que sentía que topaba. De mi 8 pulgadas, le metía 6 ó 7, macizo, sin tregua. Con facilidad la levantaba del piso y la sostenía en el aire entrando y saliendo con confianza, con firmeza, haciéndola mujer.
-Pásele, véngase a la cocina que estoy en la estufa haciendo la comida!, escuchamos la voz de su mamá, de mi suegra que invitaba a pasar a su visita con ella. De rayo se la saqué a Marymar y le bajé la falda mientras me deslizaba al suelo de nuevo. Ella siguió como si lavara ropa y yo así en cuclillas me subí el short como pude. Escuchando la voz de mi suegra y de su invitado, le levanté la falda a la ex-señorita y la hice que volviera a subir una pierna al lavadero, quería ver "mi obra". Su vagina estaba escurriendo babita, ya no había sangre y el boquete que dejó mi grueso barrote era notable, se abría y cerraba como pidiendo más.
Le bajé la pierna del lavadero y le bajé la falda. Ella se medió agachó y en secreto me dujo: -Quiero más, llévame para arriba contigo. –Cómo?, y qué le digo a tu mamá?, le respondí. –Inventa algo, o ya no me la quieres meter?, me preguntó con una vocecita muy cachonda. Me enderecé y en voz alta dije que era por demás, que no encontraba lo que buscaba. Casi al mismo tiempo Marymar y su madre me preguntaron qué era lo que buscaba y yo les respondí que eran unos traquetees para fijar un cortinero, que tendría que ir a la ferretería a comprarlos, dándole un pequeño empellón a mi cuñadita para que se ofreciera. –Yo voy a traértelos, me dijo. –Pero estás lavando, no quiero interrumpirte. –No te preocupes, ya terminé, sólo me faltan unas cuantas prendas, insistió.
Yo por supuesto, volteé a ver a mi suegra, buscando algún comentario y lo encontré: -Sí, que vaya ella, la ferretería está a una cuadra, descuida hombre, me dijo amablemente la señora. –Bueno, respondí agradecido, vamos, Marymar, para arriba para que me ayudes a "presentar" el cortinero en la pared y medir los agujeros, y para darte dinero, cómo ves? –Vamos, yo te ayudo, me dijo mi nueva mujer.
Ella subió por delante, en la misma escalera se levantaba la falda para que yo fuera viendo su precioso traserito descalzonado. Esta perrita de veras que era muy putilla y caliente. En cuanto entramos a la recamara me eché sobre la cama y me bajé el short diciéndole que se montara arriba de mí y se metiera toda la verga en su cosita. Cuando me vio el camote dudó un poco, su cara lo decía todo: cómo era posible que semejante barbaridad le pudiera entrar en su pequeñez?!. Cuando se lo metí en la lavandería ni lo vio, por lo que no tuvo tiempo de razonar, de analizar las proporciones como yo, cuando la tenía empinada sobre el lavadero y veía en primer plano tan desigual invasión. –Ándale mi hijita!, no tenemos tiempo, búllele!, le dije impaciente y sin dejar de sóbramela, sintiendo cierta sensación perversa al ver su mueca de miedo, zarandeándomela desde la base, enseñándosela completa, asustándola apropósito. Ella con la falda a la cintura y a los pies de la cama no se decidía, su lógica juvenil le dictaba que no era posible que algo así le cupiera. Era imposible!, le decía su cerebrito calenturiento.
-Hay cuñis, la tienes enooorrrrme de grande!, me da miedo…
-Nombre chiquita, no tengas miedo, ya te la metí toda allá abajo, ven… ven que te la voy a dar rico, como hace ratito.
-Y si me lastimas, la tienes bien gordota y dura, mira cómo se te ve!
-Cómo?
-Muy así… muy grandísima, muy gruesa. No me va a caber en mi pipi. Me va a doler mucho, mejor te la chupo mucho, si?, me dijo pasándose los dedos por la vaginita y con carita de caliente, mirando fijamente mi verga masturbada muy lentamente por mí.
-Me la quieres chupar mucho?
-Sí, mucho muchos muchoss, te la quiero mamar mucho.
-Por qué?, no que te asusta. Porqué me la quieres mamar?, dime.
-Porque la tienes muy buena y muy rica. Me encanta cómo se te pone.
-Qué es lo que más te gusta?
-Toda. Me gusta toda, la tienes súper.
-Pero más más?, que es lo que más te gusta, la cabezota?, mira cómo se me vé.
-Sí, la cabezota. Parece un corazón al revés, mira cómo se hincha! Ándale déjame chupártela mucho, luego me dejo que me la metas.
-No hay tiempo, mira, tráete ese bote de aceite ménem y úntame la vergota, ándale apúrate.
Con sus blancas manitas me empapó la verga desde la base hasta la cabezota, con esto mi barrote alcanzó casi las 9 pulgadas. Ella también disfrutaba mucho de esta nueva caricia, con su boquita abierta me masturbaba con las dos manos, de arriba abajo y de abajo para arriba, muy lento viendo somnolienta, de lo caliente que se ponía, como me brillaba poderoso y grosero el vergona, cabezón y venoso, musculoso y fuerte.
Cuando volvió a ponerse aceite en las manos y lo esparció sobre mi fierro, me enderecé y le metí la lengua en la boca, sin dejar de besarla la recosté boca arriba en la cama, donde yo había estado antes, le subí las enaguas y me coloqué entre sus piernas moviendo bien mi lengua para que no se me asustara. Dejé su boca y bajé por su cuello mientras subía su blusa por encima de sus preciosos senos. Me prendí chupándole del izquierdo y la sentí estremecerse, con mi mano guié a ciegas mi vergona y se la puse en la entrada de su vaginita haciendo el primer intento, se retiró un poquito, quejándose bajito como asustada, como si viera momentáneamente un ratón.
Me subía a su boca y se la volví a invadir con la lengua, sabiendo lo que le gustaban los besos, siempre si dejar de apuntar mi macana a su chochito. Ahora sí entró la cabezona, el resto se fue solo por la acción y ayuda del aceite lubricante. –Ya mi alma, ya te la metí toda, te duele, qué sientes?, le pregunté. –Siento rico, la siento muy dura y gruesa, pero no me duele, ¿ya no me va a doler? –No, ya no te va a doler, de aquí pa´l real te la voy a meter rico sin que te duela, mamacita. Dicho esto, se la estuve bombeando por cerca de 7-8 minutos, se la saqué y la limpié, la mandé a la ferretería, por los taquetes, que la viera su madre, y cuando regresó ahora sí, la hice que se me montara y se encajara todo mi camatón en la vaginita y así le sonamos otros 10 minutos, con ella montada sobre mí y yo mamándole la delicia de pechos que tenía o prendido a su boquita, pasándonos saliva y suspiros mutuamente.
Al final la hice que me embadurnara de aceite la verga otra vez y que me masturbara con ambas manos mientras me chupeteaba la cabezona, después de otros 5 minutos exploté en lechazos, con una cantidad y presión que no sólo la asustaron a ella, sino a mí también: Los dos primeros chorros casi alcanzaron el abanico de techo, de regreso uno se estrelló en mi pecho y el otro en su cabello, el resto, 6 ó 7 chorros acabaron en mi estómago y en sus manos. Me chupó la verga otros 2 minutos, hasta que me sacó la última gota y se metió al baño a lavarse y acicalarse un poco, traía la falda y la blusa bien mascadas, le preguste si le gusto me dijo estaba preocupada por tu cosota crea me iba a doler, pero no es así, solo quiero esta encima de ella, me gusta como etc dentro, no ser siento una cosa en mi estómago que la quiero siempre, se reía pero le valió y se fue. Allí me quedé tirado, seco y muerto, no había duda: las mujeres de mi nueva familia estaban hechas para eso, para el sexo y todavía me faltaba probar algunas, se dejarían??
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