El polvo de cada día (parte 1)
Una de las partes más importantes en la vida de un joven dotado (relato de ficción).
Aclaración: este relato ya lo subí hace unos días. Sin embargo, no me gustó casi nada la redacción de esa versión. Por lo tanto, decidí reescribir por completo el relato, pero dejando que esta primera parte abarque los mismos hechos que la versión anterior. No hay cambios importantes; los sucesos no cambian más que de orden y hay algunos detallitos diferentes. Ni bien esté lista, tendrán la segunda parte y, si veo que les ha gustado, muchas historias más sobre Luciano. Ahora sí, que disfruten del relato 🙂
A pesar de ser muy joven, tengo mucha experiencia sexual, basta con decirles que tengo sexo todos los días. Mi historia no es de las más normales, aunque tampoco creo que sea lo más bizarro que hayan leído. Para empezar, tengo 21 años, y mi primera vez fue a los 13, que hoy contaré. Físicamente, no soy la gran cosa: un pibe flaco como cualquier otro, una tabla a la que le tallaron una musculatura sutil; mido más o menos 1,7 metros (a los 13 rozaba el metro y medio), pelo castaño oscuro, piel clara, ojos verdes y bien lampiño. Lo más llamativo, y que muy pocos han visto, es mi pene: desde antes de la pubertad, ya era bastante grande para mi edad, hasta yo notaba la desproporción con el resto de mi cuerpo. Un buen amigo mío, que conocí en la secundaría en mi primer año, me la había visto flácida y me había comentado, en voz baja: “hijo de puta, creo que llego a ese largo pero si se me para… y no estoy muy seguro”. Desde entonces, como chiste interno, me dice “Tripeli”.
En cuanto a mi estilo de vida, es bastante tranquila. Vivo con mi vieja (madre) en un departamento sencillo pero lo suficientemente amplio para ambos. No tenemos problemas económicos ya que ella tiene un muy buen trabajo y tiene ingresos debido a rentas. Ella pudo estudiar a pesar de tenerme a los 19 años, pues mis abuelos la ayudaron muchísimo desde el día que anunció su embarazo. Mi papá… bueno, de él no supe mucho durante años, y su presencia no cambia lo que contaré hoy.
Bien, si han hecho las cuentas, al momento de mi primera vez mi vieja tenía unos 32 años, y su figura no podía ser mejor. Había visto fotos de ella cuando era adolescente y no había cambiado en nada; es más, ni se notaba que había estado embarazada. Con una dosis justa de actividad física, le bastaba para mantener una figura saludable y bellísima. Al igual que yo, tenía pelo castaño oscuro, aunque más claro que el mío, y piel clara. De niño solía verla desnuda, cosa que nunca le molestó y me permitió ver el primer par de tetas de mi vida: son grandes y las más hermosas que ví hasta ahora. Tenía sólo un problema de salud: después de tenerme, le diagnosticaron esterilidad, y los médicos no entendían qué la generó.
Debido a su trabajo y a mis horarios (escuela y natación), llegó un momento en que nos veíamos muy poco, por lo que en nuestros momentos juntos hablábamos de todo. Y era tal la costumbre de quedarme sólo que, en ocasiones, salía de la ducha, me secaba y así me quedaba. Andaba en bolas por el departamento, o de última con un short holgado por si venía alguien. El fin de ello era andar cómodo y relajado por un momento del día y, si me pintaba, hacerme una paja. Ya en ese entonces producía semen espeso y en gran cantidad, por lo que aprendí a ser precavido y limpio. Cuestión que un día salgo de la ducha, voy a mi pieza con el toallón rodeándome los hombros y me miro en el espejo. Tenía una pose tipo “negro de whatsapp”, para que se den una idea, y se me dió por hacer molinete con mi pija. Me causó mucha gracia hacerlo, pero no me dí cuenta que mi vieja me había visto. Al ver su reflejo, tenía los ojos desorbitados y la boca medio abierta. Me dí la vuelta pero no me tapé sino unos segundos después.
–Hola ma– pude decir.
–Hola Luchi… -por Luciano- Yo recién… recién llego a casa.
–Ni te escuché llegar.
–Me dí cuenta. Ahí… traje algo para comer, cuando te vistas andá.
Se fue y cerró la puerta. Se me había empezado a parar con la situación pero ella, creo, no lo notó. Me vestí rápido y fui a la cocina, donde me esperaba mamá con algo fresco para tomar (era verano) y unos sanguches de miga; durante ese rato no tocamos el tema de mi exhibición. Después hicimos algunos quehaceres del hogar y, una vez terminamos, se fue a hacer sus actividades. Por mi parte tomé una siesta desnudo en mi cama, ya que hacía mucho calor. Había dejado la puerta entreabierta, total quién me iba a ver, pero al despertarme estaba cerrada. Me puse el short y salí de la pieza, encontrándome con mi vieja vestida sólo con una bombacha y las tetas al aire.
–Uy, perdón. Hola ma, ¿Cómo estás?– dije agachando la cabeza.
–Hola mi vida, cagada de calor como verás. Y no te preocupes, como si nunca las hubieras visto jaja.
–Jaja cierto– levanté la mirada y traté de enfocarme en sus ojos, pero me concentré un poco más abajo.
–Estos días no se puede estar de otra manera.
–No, imposible.
Agarró un top que tenía ahí y se lo puso. Era uno de esos que son un pedazo ancho de tela elástica hecha un tubo que se ponen sin corpiño. Cocinamos algo sencillo para cenar mientras charlábamos, y en eso me hace una propuesta sorprendente:
–Luchi, ¿te parece que estos días andemos en bolas? Porque el calor es insufrible y así estamos más cómodos, por lo que he visto.
–Si vos no tenés drama, lo hacemos.
–No lo tengo, por eso te pregunto a vos.
–Si si, dale.
Ahí nomás se sacó el top y la bombacha, sin ningún problema. Ver de nuevo a mamá desnuda era hermoso, realmente tiene un cuerpo bellísimo. Tenía en ese momento un poco de vello en la zona púbica. Me mira y se da una vueltita, tirando algo al suelo con el brazo. Cuando va a levantarlo, me deja a la vista su concha, cosa que me excitó. Al levantarse me vuelve a mirar de arriba a abajo y me dice:
–Che, pelá la chota que esto es de a dos.
Me saqué el short, lo hice dar vueltas sobre un dedo y lo tiré por ahí. A mamá le había dado gracia y empezó a reírse, pasando a carcajada cuando notó mi semi-erección.
–Se ve que te gusta lo que ves.
–Si, sos hermosa, pero no me debería pasar con vos esto.
–Amor, es re común. Si lo seguimos haciendo te vas a acostumbrar a verme así. Vamos a comer al sillón.
Así como estábamos comimos y charlamos un buen rato. No dejaba de ver sus pechos y ella no sacaba la vista de mi pene, que estaba más que duro. Una vez terminamos de cenar, juntamos todo, limpiamos y nos quedamos un rato más hablando. Mi vieja se había recostado sobre uno de los apoyabrazos del sillón, con una pierna colgando y la otra flexionada sobre el almohadón, dejando bien a la vista su concha. Yo hice lo mismo del otro lado; se sentía como un juego de seducción no declarado entre los dos. Ahí me hace la segunda propuesta de la noche:
–Hace mucho que me siento re sola cuando me acuesto. ¿Te molestaría dormir conmigo Luchi?
–¿En la misma cama?
–Si bola, no te digo muy cerca porque hace calor, pero si.
–Emmm… no sé…
–Dale Luchi, porfis– y me hizo una cara a la que no podía decirle que no. En general, nos cumplíamos caprichos mutuamente.
–Bueno, dale.
Un rato después nos encaminamos a su pieza, y a mi no se me bajaba la erección que tenía. Al acostarnos, cada uno estaba de un lado de la cama; nos saludamos y nos dormimos.
Desde entonces, salvo cuando venía alguien o salíamos por ahí (naturalmente), nos la pasabamos en bolas dentro del departamento y dormíamos en la misma cama. Cuando pasó el tiempo de calor extremo, decidimos continuarlo porque nos resultaba cómodo a ambos. A mi ya no se me paraba de solo verla y habíamos tomado costumbre de hacer chistes tocándonos frente al otro. De este raro y perverso modo recuperamos una confianza y cercanía que creíamos perdida hacía un tiempo, cuando tenía 9 años y comencé a dormir separado de mamá.
Ya estábamos en vacaciones de invierno y se acercaba mi cumpleaños; lo que cuento a continuación pasó justo el día anterior. Me había despertado muy bien, como si hubiese tenido un sueño buenísimo, abrazado a mi vieja. Noté algo raro: no había tenido una erección, y cuando me toque la verga la noté un poco húmeda. Ahí nomás se despierta mamá y me da un piquito, dejándome sorprendido y con un sabor medio raro en los labios que se esfumó enseguida. Nos levantamos y fuimos a desayunar, como era sábado nos levantamos un poco más tarde de lo normal. Hasta el almuerzo el día no tuvo nada de especial, y entonces mamá me pidió que le hiciera unos masajes de espalda más tarde.
–Yo pongo un acolchado doblado sobre la mesa y te voy diciendo dónde masajear bien, porque no doy más de las contracturas.
Preparó todo, trajo un aceite especial con muy buen aroma y me dispuse a masajear su espalda. Realmente se notaban las contracturas, pero con todo e indicaciones, no encontraba una forma cómoda de hacer mi tarea.
–Subite a la mesa y arrodillate a la altura de mi cola.
La imagen, señores… la escena que estaba protagonizando era muy fuerte. Se me puso muy dura de sólo pensar la posición en la que estaba. Si bien era cómodo masajearla así, cada vez que llegaba a los hombros, terminaba con la verga apretada entre sus nalgas; y cuando mis manos llegaban a la cintura… Bueno, pensaba en la mayor locura. Para colmo, no ayudaba que ella diese gemidos leves pero audibles y que, cada vez que estaba en las zonas que indiqué antes, me pedía que masajeara más detenidamente. En una subida desde sus caderas me resbalo, cayendo sobre ella y apretando mi pene contra su culo. No dijo nada, pero tardé en incorporarme, se sentía muy bien. Al terminar, me bajo de la mesa y ella pasa a sentarse en una de las sillas.
–Gracias mi amor. Me ayudaron y gustaron mucho tus masajes. Me gustaría compensarte…
-No hace falta ma
–Las pelotas. Te quiero dar algo, así que cerrá los ojos.
Le hice caso sin rechistar más, qué le iba a discutir. Al ratito siento sus labios con los míos… inició como un beso tímido, pero nos dejamos llevar al instante y terminamos chapando. Ella me soltó cuando se percató que estábamos demasiado lejos. Se disculpó y fue a su pieza, a cambiarse para ir a verse con una amiga suya. Al salir me aclaró que no volvería hasta muy tarde, por lo que me había dejado comida medio preparada por las dudas. En todo ese rato me quedé en la misma posición, helado de asombro y, como no, de pito duro. Mi primer beso había sido con mi vieja, y había sido espectacular. Volví a tocar tierra y me fuí a duchar, después a la cama por una siesta. Al pedo, no pude cerrar un ratito los ojos pensando en lo que había pasado, y sospechando que era cantado que iba a pasar desde que nos hicimos nudistas. Obviamente me masturbé y acabé varios chorros, después de eso me dormí un rato.
Al despertarme ya era casi de noche y mamá no había vuelto. Me levanté a comer algo y traté de no pensar mucho. Al rato entra mi vieja, me saluda y se va a desvestir. Se notaba que quería evitar el tema, pero a la vez estaba ansiosa de estar conmigo. Volvió ya desnuda y me ayudó a terminar la cena. Cuando terminamos de dejar todo limpio, enfilamos para la pieza a dormir. Ya acostados, me pide que me volteé de frente a ella para decirme algo.
–Lo de hoy… no me arrepiento de haberlo hecho. ¿Fue tu primer beso?
-Si… y me gustó, pero… no sé, sos mi mamá.
-Ya sé que es raro, pero entendeme que hace mucho quería besar…-pensó rápido lo que iba a decir- besar a alguien.
–Ok… tampoco es tan malo, ¿no?
–Mientras sea un secreto, no.
–Entiendo.
-Mañana te tengo un regalo especial, te lo voy a dar más a la noche.– Asiento y ella se me acerca. Vuelve a besarme, pero el contacto dura poco.- Te amo muchísimo, Luciano, muchísimo.
–Yo también te amo, ma. Que descanses.
-Igualmente mi rey.– Nos dimos la espalda, cada uno en un extremo de la cama, y nos dispusimos a dormir. O tratar, al menos.
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