El Semillero
Durante la noche tuve un sueño, de esos que se sienten como un recuerdo.
Este es mi nuevo relato, también acabo de publicar Violeta 7 y 8. Espero que lo disfruten. Sus comentarios serán bienrecibidos. Besos y abrazos.
Capítulo Primero
La curvatura de Venus sobresalía un poco, el clítoris estaba casi sumergido. Pasé una vez más el rastrillo alrededor de ese monte, saqué mis piernas del agua, las abrí y reposé a los costados de la tina. Hice un hueco en la espalda lo más pronunciado posible, para sacar completamente mi vulva del fondo y rasurar una última vez las ingles, aún había pelitos cortos sobresaliendo de la epidermis, los más complicados de quitar, los más cercanos a los labios externos. Volví a sumergirme en la bañera, hacía frío. Pasé mi mano para cerciorarme de que esta vez, si estuviera lisa. No encontré ni un solo vello en el camino. El roce de mi palma con la piel tersa de mi sexo era relajante, incliné el cuello hacia atrás y algunas cervicales tronaron placenteramente. La tibieza del agua y la suavidad de mi vulva, provocaron un delicioso calor dentro de mi útero. Tenía el rastrillo en mi otra mano, así me percaté de que el mango estaba recubierto por una fina goma agradable al tacto. Lo giré sujetándolo de las navajas, liberando su pequeño mástil. Pasé mi brazo por detrás de las nalgas, llevando esa suave empuñadura a mi vagina.
Antes de empezar a masturbarme, vi su punta engomada asomándose por entre mis piernas, parecía un pequeño pene color rosa, como el de un niño, escurriendo gotas de agua, como si brotara de la punta, ese prístino liquido preseminal. Lo pasé por los labios, hasta llegar a mi clítoris, completé algunos círculos y regresé hasta la entrada. Oleadas cálidas y placenteras surcaban hasta mi cuello y mi pecho, justo debajo de las clavículas. Con la mano que estaba libre acaricié el comienzo de mis senos y un segundo antes de introducirme el rastrillo, llegué lentamente hasta los pezones. En mi vagina, la goma era dócil y a las paredes las asistía una buena lubricación. Esto provocó que mi muñeca, de puro placer, hiciera círculos casi inmediatamente. Una punzada en el centro del vientre soltaba esquirlas en todas direcciones y mis caderas comenzaron a oscilar en sentido contrario al de mi dildo improvisado.
La delicadeza con la que sobaba mi pecho, había quedado tres oleadas de placer atrás, ahora lo magullaba con apretones más intensos que leves, hacia el centro y hacia arriba. La punzada paso de soltar esquirlas, a propinar estocadas por todos mis circuitos erógenos, concentrándose en la parte baja del vientre. Enterré lo más que pude el rastrillo, restregando su punta en mi pared frontal; mis caderas cesaron su movimiento anticipando el clímax. El orgasmo llegó golpe tras golpe al interior de mi vagina, quien mandaba señales de emergencia por todo mi cuerpo, desbordándose de gozo. La primera que recibió dichas alarmas fue mi garganta, gimiendo vocales agudas y entrecortadas. Luego las endorfinas llegaron a mi rescate, desvaneciéndome al borde de un sueño profundo.
Dentro de ese letargo soñé con un reloj que me atormentaba con horas de llegada fallidas, esto me alertó. Salí de la bañera a toda prisa, fui por mi bata, no sin antes contemplar mi cuerpo en el espejo. Estaba a dos años de cumplir treinta y ese reflejo me causaba orgullo. No importaba que desde hace cinco años ya no bailara todos los días durante cuatro horas. Abandonar mi carrera, no había mermado ni la estética ni la armonía en mi figura. Me enfundé en la bata, me vestí rápidamente y me fui a toda prisa, ya iba tarde por mi hijo. Dante se enojaba si llegaba tarde. Tan sólo el lunes de esa semana había empezado el año escolar, sería el colmo que a penas el miércoles llegara tarde por él. Hasta los diez años nunca fue muy sociable, menos si la escuela era nueva, y está primaria lo era. Pero esa timidez cambiaría muy pronto, más rápido de lo que él o yo hubiéramos previsto jamás. Y todo gracias a un cerrojo averiado.
Cuando llegué las puertas de la escuela estaban cerradas, dudé si había llegado temprano, pensando que tal vez, mi sesión en la tina me hubiera relajado tanto, dejándome así, al borde de la confusión. Verifiqué una vez más el reloj, la hora de salida había pasado hace veinte minutos y la gente aglomerada entorno a dicha entrada no me dejó dudas, algo pasaba dentro de las instalaciones y nuestros hijos no habían salido. Caminando hacia ellos los noté intranquilos, aunque sentí que debía ser cualquier cosa, al menos, agradecí mi suerte, llegando antes de que salieran.
Fue entre esa multitud de personas que la vi por primera vez, no sobresalía del resto por su impactante belleza o por su sensacional cuerpo; no es que careciera de ambos, pero sin ser nada espectacular. Lo que realmente llamaba poderosamente mi atención, era su actitud, lo que después con el tiempo descubriría como parte de su personalidad. Mientras casi todos los tutores reaccionaban a la tardía apertura de puertas, ya sea platicándolo entre ellos; quejándose mayormente de algún compromiso al que llegarían retrasados u otros más desesperados tocando el timbre o algunos de plano gritando para que se apresuraran en la entrega de los niños, a ella parecía no importarle en absoluto lo que pasara del otro lado de las puertas, ni siquiera como algunos padres que, resignados, se perdían navegando en su celular. Ella proyectaba una calma diferente, como si fuera la única persona que se encontraba en el tiempo presente y lo abarcara todo, mientras los demás viviéramos en los tiempos restantes. Me quedé mirándola, ella traía lentes oscuros, aún así, sentí que me sonrió, podría pensarse que cualquiera ahí podría ser el destinatario de esa sonrisa medio chueca, pero inequívocamente supe que era a mi a quien iba dirigida. Sin saber muy bien porqué, me acerqué unos pasos y le devolví la sonrisa.
– Qué lío por unos cuantos minutos, ¿no? – me dijo sin quitar ese gesto sonriente.
– Sí… aunque ya se pasaron más de veinte. – respondí mirando mi reloj y señalando el portón con mi pulgar, como pidiendo un aventón.
– Eres de las que todavía los usa.
– ¿Qué?
– Relojes. – señalando su muñeca desnuda. Sus manos eran estéticamente perfectas, con dedos alargados y falanges delicadas, su piel morena en tonalidades doradas, parecía sedosa.
– Ah sí, mi reloj… fue un regalo de Dante, para que no llegara tarde por él.
– Parece que no funciona… Al menos alguien agradeció este contratiempo. – dijo, señalando ahora ella las puertas.
– Creo que sí verdad… – concedí riéndome un poco. – ¿Sabes por qué no abren? ¿Pasa algo? – pregunté tratando de cambiar el tema. No es que ella me hiciera sentir incomoda, recordándome que había llegado muy tarde, de hecho, me parecía atrayente su falta de pudor al juzgarme, sólo tenía una verdadera curiosidad por saber lo que pasaba con la entrega de los niños.
– Las puertas, por alguna razón se atascaron. Los alumnos en un principio estaban al otro lado de la puerta, pero causaban más confusión con el ruido que hacían y los regresaron a las aulas. Los papás intentaron abrirlas por un rato, pero fue inútil o tal vez ellos lo eran. Llamaron finalmente a un herrero, pero no ha llegado.
Su explicación había sido veloz y precisa, la textura de su voz era dulce y sin percatarme siquiera, empecé a hacer preguntas personales, tal vez porque del zaguán atascado no había más que preguntar.
– ¿Vives cerca o vas lejos?
– Muy cerca, igual que tú… supongo. – contestó inclinando la cabeza a un costado. La luz del Sol a travesó las micas oscuras, tenía ojos grandes y redondos.
– Sí, ¿cómo lo sabes?
– Llegaste caminando y además tarde. Contrario a lo que se piensa, la gente que vive cerca, casi siempre llega tarde. – sentenció, enseñando los dientes en una bella sonrisa.
– ¿Tu llegaste tarde? – le repliqué, mostrándole mi dentadura también. Ella atascó su risa con un sonido nasal.
– No, hoy no, ni lo que va del curso.
– Bueno, sólo van tres días.
– Cierto… Esta racha de puntualidad pronto la perderé.
– Al menos tu racha duró un día más que la mía.
– Otra vez cierto, sólo que Dante no lo sabrá.
– ¿Cómo sabes el nombre de mi hijo?
– Tú me lo dijiste… Te regaló un reloj que no te sirve de mucho, ¿no es cierto? – ahora yo contuve mi risa liberando aire por la nariz. La forma en que me hablaba, como si nos conociéramos de toda la vida, era magnética, provocando que yo le hablara de la misma forma. Esto me recordó que no nos habíamos presentado, pero en vez de darle mi nombre o pedirle el suyo, decidí utilizar la manera más común de dar el primer paso, para conocerse dentro de una comunidad escolar: preguntar de quien era madre.
– Es verdad… yo te dije su nombre. Por cierto, ¿quién es tu hijo?
– Se llama Dulio, va en quinto…
– Dante también…
– …y ¿tú cómo te llamas?
– Imelda…
– Lindo nombre.
– …gracias, ¿y tú?
– Greta.
– Mucho gusto Greta. – dije extendiéndole mi mano para completar nuestra mutua presentación, confirmando que su piel era suave. En ese instante se escuchó rechinar el metal pesado de las puertas escolares. El cerrajero había llegado mientras platicábamos y sin que lo notáramos resolvió el problema. Cuando terminaron de abrirse, la subdirectora se disculpó con nosotros y armada con un micrófono entregó a los niños uno por uno.
Para nuestro agrado, nuestros hijos se conocían y no se llevaban del todo mal o eso parecía. Esto me sorprendió, pues Dante nunca antes tuvo un amigo. Se quedaron platicando un poco apartados de nosotras. Yo también hablé con Greta un par de minutos más y cuando nos despedíamos le extendí la mano nuevamente. Esta vez la sujetó, me atrajo hacia ella y nos dimos un beso en la mejilla.
– Nos vemos Imelda, me has caído muy bien, de hecho, parece como si nos conociéramos de antes…o de toda la vida. – me dijo con una bella mueca de gusto en su rostro.
– Sí, yo sentí lo mismo. – confirmé, tratando de ocultar mi exceso de emoción en la voz, objetivo que no creo haber logrado, pues Greta me enseño por segunda vez su perfecta dentadura blanca que, contrastaba bellamente con su hermosa piel morena.
– Sabes… – dijo volteando hacia su lado derecho, como si estuviera decidiendo si continuar o no. – normalmente no hago esto, y menos cuando a penas conozco a alguien…pero lo dicho, esto se siente familiar.
– Sí. – alcance a decir con más intriga que convicción.
– Te lo voy a decir, mis corazonadas casi nunca fallan. – se pasó la lengua por el labio inferior, como lubricando su boca para una perfecta dicción.
– Claro, dime. – respondí ya un poco escéptica por tanto rodeo.
– Soy parte de un club…
– Ajá. – en ese momento mi mente comenzó a imaginarse lo peor.
– …bueno, mi hijo y yo somos parte de ese club.
– Ok… – “Oh no, Testigos de Jehová…”
– De hecho, somos él y yo los fundadores…
– ¿De verdad? ¡Qué bien! – “Mierda, ¿su propio club? ¡Debe ser algún culto alien… o algo peor, ¡cristianos!
Mi cara debía ser de terror porque adivinando mis pensamientos, Greta me tranquilizó.
– Calma, no creas que es una secta, de esas que un loco se armó predicando la salvación. Es más bien como te dije, un club, un espacio recreativo y de relajación, muy hedonista a veces, pero muy entrañable también, ya lo verás. ¿Qué me dices?
– ¿Me estás invitando?
– A ti y a tu hijo, claro.
– ¿Y a mi esposo?
– ¿Tienes?
– No.
– Lo sabía.
– ¿Cómo lo sabías?
– Simplemente lo supe, desde que te acercaste a mí sabía que eras especial.
– ¿Por no tener marido?
– Precisamente, y de una vez te digo que serás una miembro destacada.
– ¿De qué va el club?
– Ya lo verás, sólo te diré que lo integran puras madres solteras y sus hijos. ¿Qué dices? – en ese momento Greta se quitó las gafas, sus ojos eran grandes y hermosos, de color negro, difícilmente se distinguía la pupila. Su voz era como escuchar la de mi mejor amiga. Más que decidir si me atraía la idea de entrar al dichoso club, trataba de decidir, perdida entre su voz y su mirada, si la que me atraía era ella. ¿Cómo sabía que yo era madre soltera? Ni hablar, su personalidad era fuertemente atractiva y en todo caso era lindo tener una nueva amiga, sin embargo, lo que más me agradaba, era ver a mi hijo platicar con Dulio, esto fue lo que me decidió aceptar su invitación.
– Muy bien, acepto, mientras no nos suicidemos en masa…
– ¡Jaja!, no para nada, ya verás. Te aviso cuando es la próxima reunión, probablemente sea este sábado, pero aún no está confirmada.
Intercambiamos números. Luego se acercó para darme un beso en la mejilla, y antes de hacerlo me dijo cerca del oído:
– Les va a encantar, ya verás guapa. – después me dio un beso lento en la cara, se despegó y llamó a Dulio.
– Ya voy mamá. – respondió el niño, no sin antes chocarlas con Dante. Greta también se despidió de él agitando suavemente la mano y cerrándole un ojo.
Se alejaron caminando por la acera de la avenida principal, Dulio volteó a verme un segundo, nos sonreímos, fue cuando caí en cuenta de que ese niño no se parecía en nada a su madre, no sólo porque era totalmente rubio, ninguna de sus facciones era como las de Greta. Pensé que tal vez sus rasgos eran paternos.
– ¿Ya te invitaron al club? – interrumpió mi observación Dante con esta pregunta.
– ¿Cómo, tu ya sabías? – lo cuestioné contrariada. Él asintió tranquilamente.
– Sí, desde el lunes que nos hicimos amigos me platicó.
– ¿Y te dijo de que se trata?
– No bien, aunque dice que es divertido y que me la pasaré muy bien.
– Lo mismo me aseguró su mamá. – dije dándole la mano para caminar juntos de regreso a casa. En el camino, fuimos platicando de cómo las puertas del colegio se habían atascado. Parecía que el problema estaba en la chapa, pues ya era vieja y necesitaba mantenimiento. Luego platicamos de su amistad con Dulio, mostrándose muy contento al tener un amigo por primera vez. Nos perdimos en las calles hasta llegar a casa, donde pasamos el día en nuestras rutinas diarias.
Durante la noche tuve un sueño, de esos que se sienten como un recuerdo: Me encontraba en una cama pariendo a mi hijo, pero no era en un hospital, era la casa de mis padres y mi madre estaba junto a mí, pariéndome. Mi llanto era el de Dante y por alguna razón mi piel ya no era blanca sino morena, como la tersa piel de Greta.
– ¡Imelda…! – gritó mi madre con el último alarido del parto. – ¡corre y abraza a tu padre! – orden que obedecí, pues como era un sueño había nacido de doce años.
Como si mis brazos tuvieran poderes mágicos, le quité la ropa nada más abrazándolo. Papá me abrió las piernas, su duro falo rozaba mi vientre. Sabía que su intención era penetrarme en cualquier momento. Se lo hice más fácil, yo misma me levanté un poco, poniendo su verga entre mi vagina y de un movimiento hice que entrara. Si su tamaño estiraba cada pared dentro de mí, el poder que yo tenía era la estrechez, y eso lo estaba aniquilando. Gemía como un niño pequeño, cerré los ojos y los abrí rápidamente, pero ya no era mi padre, sino Dulio quien aparecía debajo de mis piernas. Su cuerpo ya no era peludo como el de mi padre, más bien era suave y lampiño. Moví mis caderas frenéticamente, su pene se sentía como la goma en el mango del rastrillo. Miré mi cuerpo una vez más, seguía siendo morena, solo que ya era una mujer adulta, en ese momento sabía que era Greta cabalgando a mi hijo, así, aceleré el vaivén sentada en el regazo de Dulio.
– ¡Dame tu leche Dulio! ¡Ahora…! ¡Dame tu semen…! ¡Y tengamos un hijo, que quiero parir al lado de mis hermanas!
Pude ver la leche de Dulio dentro mío, como subía y atravesaba mi cuello uterino; como llegaba a las trompas y rodeaba con su viscosidad mi óvulo; como la división celular crecía en mi vientre; como la vida me llenaba las entrañas. Caí de espaldas en la cama, al lado de mi mamá que recién me había parido, buscando más allá de su cuerpo para encontrarme, para observar el nacimiento de Dante, pero mamá interrumpió esa indagación:
– Es hora de despertar Greta, ya estas preñada. Ahora asegúrate de que tu hija Imelda quede preñada por Dante.
El momento en que Greta me dió a luz, desperté. El sobresalto me despojó del sueño. Chequé el reloj y eran las cinco de la mañana. Una campana sonó en mi celular. El contacto era Greta. Abrí el texto que decía:
Confirmada la reunión para el sábado. Es
a partir de las 10am
Mañana te paso la dirección.
Besos.
Salí de la cama, estaba desnuda, en mi pecho se alojaba una combinación única de sensaciones, tan particular que de primera no supe definir. Caminé despacio hasta la habitación de Dante. Lo vi dormitar por unos minutos, a mi pecho llegó un tercer sentimiento a revolverse con los dos previos. Ese amor desbordante que siento por él, lejos de confundirme más, definió mi sentir: El sueño fue angustiante, el mensaje de Greta emocionante.
…
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